Capítulo 13

Durante aquel fin de semana Marta miró su correo en el ordenador varias veces pero, o se había quedado en coma, o el conde no la escribía. No había noticias. El domingo por la noche cuando regresó su hija, la interrogó. Pero al ver a su madre tan hermética en referencia a lo ocurrido decidió irse a dormir y dejar de preguntar. El lunes cuando llegó a la tienda, Patricia intentó no hablar del tema pero cuando salieron a desayunar juntas y solas, no lo pudo remediar.

—Si sigues rechinando los dientes de esa forma, conseguirás sacarnos a todos de nuestras casillas. Cuéntame.

—No me preguntes, Patri, no quiero hablar —contestó molesta.

—Pero, vamos a ver, ¿tan horrible fue? ¿Tan malo es en la cama el trajeado? ¿La tiene pequeña? ¿No te gustó?

Sin responder pasaron al bar-restaurante de Pepe, y pidieron dos cafés con dos raciones de porras. Nada más servirlas Marta comenzó a comer. Estaba hambrienta.

—Mira, me da igual. No voy a parar de preguntar hasta que me digas qué ha pasado entre esa rana trajeada y tú, ¿me has oído? Me da igual si la tiene corta o descomunal. ¡Solo quiero saber qué coño pasó para que tú estés así!

Consciente de que Patricia se pondría muy pesada, finalmente y tras acabar con sus tres crujientes, grasientas y deliciosas porras Marta dijo:

—Me dio plantón.

—¡¿Cómo dices?! —gritó Patricia.

—No apareció en el restaurante. Pero yo, pringada de mí, me gasté veinticinco euracos en una botella de agua de lluvia de la Antártida.

—Joder, qué cara esta el agua por allí —se mofó su amiga.

—Después me marché a casa y cuando estaba viendo El Diario de Noa, la rana vino a casa a disculparse con un precioso ramo de rosas rojas. De esas de tallo largo tan bonitas y caras. Pero no le abrí. Al final, las rosas se las encontró mi vecina Goyita en el portal y se las quedó. Fin del cuento.

—¡¿Que no apareció!? Pero bueno, qué poca vergüenza.

—Poquísima. Aunque me llamó al restaurante para contarme una milonga de que había ocurrido algo y que mandaba a su chofer a recogerme. Pero no. No me quedé. Lo siento por el viaje que el pobre chofer se dio en balde para buscarme.

—¿Te llamó al restaurante?

—Sí. El muy cenutrio, preguntó por la señorita PorqueyolovalgoMarta1978. ¡Imagínate la cara del maître! Y ni te cuento la mía cuando el hombre me preguntó que si yo era aquella.

—¿De verdad? —preguntó divertida.

Marta asintió. Segundos después las dos se reían a carcajadas por aquello. Le gustara o no, lo ocurrido tenía su gracia.

—En definitiva. Para una noche que me pongo en plan glamourosa, me dejan más tirada que a una colilla en una acera —resopló—. Y el muy sinvergüenza tuvo el valor de ir a mi casa. ¡Mi casa! Es que mira, ahora que lo pienso, debía de haber bajado y haberle montado un pollo del quince ¿Pero qué se ha creído el ricachón ese? Que puede dejar a las mujeres colgadas y luego mandar a su chofer a recogerlas. Oh no… conmigo no. Por lo tanto, esa rana está descartada totalmente de mi vida. No quiero saber nada más de él. No me merece la pena.

En ese momento entró su compañero Adrian y al verlas pidió un café con churros y sentándose con ellas cuchicheó:

—Ay nenas, ¿a que no sabéis lo que me acaba de contar Lola?

—Por tu cara de pasmo, un buen cotilleo —sonrió Marta.

—Cuenta… cuenta —susurró Patricia mientras mojaba su porra en el café.

—¿Os acordáis del conde que te llevó en la feria de abril a casa de Lola, cogorza perdiíta? —Al ver que ninguna decía nada aclaró—. Ay, nenas… ese que tenía una calabaza de cuatro ruedas impresionante y al que llamáis rana, o algo así.

—¿El trajeado cañón? —disimuló Patricia.

—Sí, ese —asintió Adrian encantado.

En ese momento Marta y Patricia se miraron. Esta le pidió tranquilidad con la mirada. Pero Marta se puso alerta y pensó: «Como le haya ido con el cuento el idiota ese a Lola, le busco y me lo cargo».

—Por lo visto —dijo Adrian—, llegó el viernes en su avión privado a Madrid y ¿a qué no sabéis que pasó?

—¡¿Qué?! —gritaron las dos al unísono.

—Su avión se quedó sin frenos y tuvieron que hacer un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Barajas, ¡¿no os parece emocionante?! Por lo visto ha salido en la prensa y en la televisión.

«Oh, Dios… Oh, Dios lo he escuchado en las noticias, pero nunca imaginé que fuera su avión» pensó Marta sintiéndose fatal por cómo le había tratado.

—Me lo acaba de contar Lola. La escuché primero hablar por teléfono con alguien, y como la vi tan afectada al colgar, me acerqué a ella y me lo ha cotilleado.

Marta se levantó, y tras dejar sobre la mesa dos euros cincuenta, dijo mientras salía por la puerta:

—Ahora os veo muchachos. Tengo algo que hacer.

Llegó a la tienda rápidamente y sin mirar a Lola, que estaba hablando por teléfono, se dirigió directamente al único ordenador que había. Se metió en su correo y comprobó que no había ningún mensaje nuevo. Por lo tanto fue ella quien lo escribió.

De: PorqueyolovalgoMarta1978

Para: PhilipMartinez

Asunto: Lo siento

Me acabo de enterar. Lo siento. Lo siento. Lo siento ¿Por qué no me lo dijiste? Siento mucho cómo me comporté. Si vuelves a Madrid, por favor, dímelo. Prometo invitarte a cenar.

Marta

Una vez enviado el mensaje, se quedó más tranquila. Pero pasados dos días sin recibir contestación, lo volvió a intentar desde su casa.

De: PorqueyolovalgoMarta1978

Para: PhilipMartinez

Asunto: ¿sigues enfadado?

Lo siento. Lo siento. Lo siento. Por favor, contéstame. No seas antipático.

Marta

Pero el resultado pasado una semana fue el mismo. Nada. Mutismo total. Finalmente decidió dar el tema por zanjado y no volver a escribir. Ella ya se había disculpado.