Capítulo 6

Los meses pasaron y llegó abril. Aquel año para la feria, los diseños de Lola Herrera, paseaban con estilo por el Real. Como cada año, Lola invitó a Marta, Vanesa, Patricia y Adrian a pasar la Feria con ella. Eran su familia.

El lunes por la noche junto a cientos de sevillanos se pusieron moraos a pescaíto frito, pijotas, boquerones, adobo y calamares, jamón ibérico, chacinas ibéricas y langostinos. Todo ello acompañado de vinito, rebujito, cerveza y manzanilla. Una vez acabaron fueron testigos del alumbrao de la portada del Real, donde aplaudieron como descosidos. La Feria había comenzado con fuerza y luces. Sus casetas con suelo de tablas y sus farolillos de colores inducían a pasarlo bien y a bailar.

Lola, como buena sevillana, les llevó a la caseta de un amigo donde fueron recibidos con alegría, música y cordialidad. Allí degustaron buen jamoncito, excelente vinito y rebujitos y, sobre todo, se arrancaron por sevillanas. Se lo pasaron bomba hasta el amanecer cuando derrotados se fueron a descansar.

Al día siguiente llegaron al Real en un lujoso y precioso coche de caballos. Vanesa, la hija de Marta, no se lo podía creer. Lola había contratado un precioso coche engalanado por un chofer bien acicalado y perfumado, que les llevó hasta el Real. Horas después degustaron papas con chocos en una de las casetas y, con el estómago a rebosar, decidieron descansar sentados en una de las terrazas. Hacía solecito y un rato de tranquilidad les vendría bien.

—Ven, miarma. ¿Quieres continuar con nosotros o prefieres que te llevemos a los cacharritos? —llamó Lola a Vanesa.

—Lola, ¿de verdad crees que a mí, con mi edad, me gustaría montar en los cacharritos de la feria? —preguntó divertida la muchacha mirándola con guasa.

—Todavía tienes dieciséis, no lo olvides —recalcó Marta ganándose una reprochadora mirada de su hija.

—¡Mamá! No me rayes y no empecemos con lo de siempre —contestó rápidamente Vanesa.

Al escuchar la contestación de la muchacha todos sonrieron. Atrás quedaron los años en que Vanesa les hacía meterse en «la calle del infierno», un lugar con infinidad de atracciones, para montarla durante horas en los cacharritos.

—Ven, miarma. Por allí viene mi primo Pepe el canastero con sus nietos. Estoy segura de que con ellos lo pasarás mejor que con nosotras.

Ver a aquellos muchachos con los que solo coincidía un par de veces al año, alegró a Vanesa. Con rapidez la muchacha saludó a los chicos que al reconocerla la abrazaron con cariño.

Ainss, mi niña ya no es una nenita —suspiró Marta mirándola.

—¿Niña? Menudo cuerpazo tiene la niña. Pero si tiene más pechuga que yo —se guaseó Patricia.

Y era cierto. Vanesa era casi más alta que su madre y tenía unas curvas impresionantes. Curvas que el vestido de gitana acentuaba más y que hacía que muchos hombres la mirasen.

—Pues no me dice la mocosa que quiere hacerse un piercing —cuchicheó Marta.

—¿Dónde se quiere taladrar la muy insensata? —preguntó Adrian.

—Mientras no sea en la pepitilla… vamos bien —rió Patricia con guasa—. Tengo una amiga con uno puesto en los labios internos de la susodicha pepitilla que se acostó con un tipo con un piercing en el pito y tuvieron que llamar al Samur.

—¿Por qué? —preguntó Marta horrorizada.

—¡Se quedaron enganchados!

—Oh Diossssss, ¡qué momentazo! —exclamó Adrian al escucharla mientras se reían a carcajadas.

Vanesa, la niña, acercándose hasta ellos murmuró:

—Mami, ¿te importa si me voy con ellos? —señaló a los familiares de Lola.

—¿Llevas el móvil? —la cría asintió y Marta, tras darle un beso, dijo—: Anda ve, diviértete, pero ten cuidado.

Dos minutos después Vanesa se marchaba con aquellos muchachos de su edad a pasear por el Real en busca de diversión.

—No te preocupes, cielo —murmuró Lola al ver como miraba a su hija alejarse—. Son buenos siquillos. Se tomarán algún rebujito, con alguna aseitunita, se echarán algún bailesito y se lo pasarán bomba. Los nietos de mi primo Pepe y Candela son muy buenos niños. He quedado en que luego la lleven a casa. Lo dicho… no te preocupes.

—Vale, Lola. Me fío de tus familiares —sonrió Marta.

—Ay, jefa… es llegar a tu tierra y todavía tienes más deje andaluz ¡que grasiosa eres siquilla! —se mofó Adrian haciéndoles reír.

—¿Sabéis lo que me dijo anoche un tipo mientras bailaba una sevillana con él? —todos dispuestos a reírse miraron a Patricia y esta con arte le imitó—. Me dijo «Siquilla, me tienes engorilao perdió».

—¿Engorilao perdió? ¿Te dijo eso? —rió Lola al escuchar aquello.

—Te lo juro, Lola.

Oy… oy, que asalvajao. ¿Dónde puedo conseguir yo uno de esos? —se guaseó Adrian.

Pasaron más de una hora riendo y divirtiéndose sin parar hasta que Lola sintió la boca seca.

—Ay, por Dios ¡Qué pecha a reír! Tengo la boca como una suela de lija ¡seca!

Marta, muy flamenca con su traje en color malva, y la flor en el pelo, se ofreció para traer algo de beber. Con una sonrisa en la boca se acercó hasta la caseta municipal más cercana y esperó su turno para pedir mientras escuchaba a un grupo flamenco cantar y veía a la gente animada bailar. Mientras esperaba en la cola se fijó en las dos mujeres que tenía delante de ella. Eran extranjeras. Su acento, su pelo rubio y sus pintas lo gritaban a los cuatro vientos. Pero lo que realmente llamó su atención fue ver que los vestidos que llevaban eran de su tienda. Eso le gustó.

«Vaya… a las guiris les sientan bien» rio mirándolas. De pronto dos borrachines se acercaron hasta las guiris y balbucearon:

—Moverse para atrás blondies que aquí nos ponemos nosotros.

Las guiris al escucharles se miraron y una de ellas soltó en perfecto castellano.

—Creo que no, listillo. Si quieres beber te pones en la fila y esperas tu turno como todo el mundo.

Eso hizo sonreír a Marta. La guiri sabía defenderse. Pero cuando vio a los idiotas plantarse ante aquellas con todo el descaro del mundo les miró y gritó.

Eh… iluminaos ¿No lo habéis oído?

Los hombres la miraron y Marta prosiguió con gesto furioso.

—Llevo esperando aquí veinte minutos a que me toque la vez. Por lo tanto, si queréis beber, respetad el turno. Porque delante de mí no vais a pasar.

—¿Pero qué dice la morenita? —rieron aquellos que estaban como dos cubas.

Antes de que ella pudiera responder, fue la guiri quien respondió y empujándoles de la fila dijo:

—Ha dicho lo que yo. Qué respetéis vuestro turno y no seáis cara dura.

En ese momento quedó libre la barra y los señoritingos se dieron la vuelta con rapidez y comenzaron a pedir. Pero la guiri y Marta no se lo iban a permitir y, tras mirarse con complicidad, se pusieron cada una de ellas a ambos lados de aquellos y sin mediar palabra les cogieron del cuello y les quitaron de en medio echándoles para atrás. Los hombres al ver aquello se enfadaron. Dos mujeres habían pisoteado su honor de machitos. Y cogiendo a la pobre guiri que no hablaba español por el vestido, le arrancaron un volante de la falda de un tirón.

Oh, my God! —gritó aquella llevándose las manos a la cabeza.

Marta al escuchar las voces de la guiri se volvió y, al verla del color de un tomate Raf con el vestido descosido, sin pensárselo dos veces empujó a uno de los hombres, con tal mala suerte que este al caer se llevó por delante a las dos guiris que terminaron espanzurradas en el suelo con él.

—¡Lo siento! —se disculpó Marta ayudando a la guiri a levantarse.

—No te preocupes. Ha sido sin querer —respondió la que sabía hablar español.

En ese momento se formó un buen guirigay. La gente comenzó a gritar y a separarse de ellos cuando el otro borrachín intentó atacar a Marta. Pero la guiri se lanzó con rapidez sobre aquel y terminaron ella, Marta y el borracho rodando por el suelo.

—Ahora te he tirado yo a ti —se disculpó la guiri y Marta se carcajeó.

Levantándose con rapidez al ver que el otro borracho cargaba contra la guiri la empujó para que no la dañara y, como buena karateka, le paró y en pocos segundos estaba en el suelo junto a su compañero. Una vez los tuvieron controlados, Marta y la guiri comenzaron a pedir sus bebidas, mientras la otra se marchaba al baño para intentar arreglar su vestido.

—Gracias —sonrió la guiri divertida.

—De nada, mujer. Estos idiotas que se creen los dueños del mundo me sacan de mis casillas. Mírales —les señaló Marta mientras se los llevaban los de seguridad fuera de la caseta—, solos no son nadie, pero cuando se juntan dos se creen los reyes del mambo.

En ese momento se acercó hasta ellas un hombre, intercambió unas palabras con la guiri en inglés y esta se encaminó hacia el baño para ayudar a su amiga. Volviéndose hacia Marta exclamó:

—No me lo puedo creer. ¿Usted otra vez?

Al escuchar aquello Marta le miró y al darse cuenta de quién era pensó «pero qué he hecho yo para encontrarme continuamente con este petardo» y, separándose de él, le advirtió:

—Mire, oiga. No hay problema. Hagamos como que no nos hemos visto. Estoy segura que no nos será difícil a ninguno de los dos.

Dicho esto Marta se dio la vuelta dispuesta a recoger sus bebidas e irse, pero él no estaba dispuesto a dejarla marchar. Y la agarró del brazo con gesto impávido.

—Se va usted a disculpar ante las señoritas —gruñó señalando a una de las guiris que andaba hacia ellos.

—¡¿Yo?! —gritó Marta incrédula—. Pero si he sido yo quien las ha defendido.

—Además de una maleducada, ¿es una mentirosa?

Escuchar aquello sacó a Marta de sus casillas y, plantándose ante él con cara de advertencia, le gruñó dispuesta a hacer con él lo que había hecho con los dos borrachines.

—Usted y yo vamos a tener un problema muy grande. Oh, sí… ¡lo estoy viendo venir! Pero bueno, ¿cómo puede ser tan merluzo y acusarme de algo así?

En ese momento la mujer que había defendido su puesto en la barra junto a ella llegó.

—¿Qué ocurre ahora? —preguntó al ver que discutían.

Marta fue a responder, pero aquel enorme trajeado se le adelantó.

—Le estaba pidiendo a esta señorita, por llamarla de alguna manera, que se disculpara con vosotras. He visto como te empujaba y tiraba al suelo, aunque ella se empeñe en decirme que es mentira.

—Es que es para pegarte y no dejar que te levantaras en un mes —gruñó Marta incrédula por lo que escuchaba de la boca de aquel merluzo.

Al ver las caras que ponían ambos, la guiri se interpuso entre los dos titanes.

—Pero Phil, ¿qué barbaridad estás diciendo? Ella lo único que ha hecho ha sido ayudarnos. Si me ha empujado ha sido para evitar que uno de esos tipos me golpeara —dijo mirando fijamente al hombre.

El hombre al escuchar aquello miró a Marta, que con gesto de mala leche dijo:

—Es para pegarte o no… precioso.

La mujer al ver como se miraban se volvió rápidamente hacia ella y con la mejor de sus sonrisas le indicó.

—Lo siento. Perdona a mi hermano. Phil a veces es…

—¡Idiota! Entre otras muchas cosas —gruñó Marta.

Él la miró pero no contestó, mientras su hermana sonreía. Nunca había visto a una mujer hablar así a su recto hermano y eso le divertía. Las mujeres le veneraban y besaban por donde él pisaba. Algo que, extrañamente, aquella joven ni siquiera pretendía.

Molesto por como aquella le miraba, Philip se dio la vuelta y se unió al grupo con el que estaba. Casi todos extranjeros. Marta le siguió con la mirada. Aquel estirado la sacaba de sus casillas.

—Me llamo Karen —se presentó la guiri extendiéndole la mano—. Y te agradezco mucho lo que has hecho por mi amiga y por mí.

Marta centró su atención en la chica rubia y, tomándole la mano, respondió con una calurosa sonrisa.

—Encantada, Karen. Soy Marta. Ha sido un verdadero placer ayudarte.

—Por favor, disculpa a mi hermano Phil.

—Tranquila. En diez minutos se me olvida. Pero tu hermano debería pensar las cosas un poquito antes de actuar. Creo que se ha precipitado al juzgar. Porque oye, una es de barrio, pero tiene sus valores.

Sorprendida por aquello Karen miró a la muchacha y dijo:

—Te aseguro que la primera sorprendida he sido yo. Él nunca se comporta así. Es más, suele ser tremendamente educado. Su norma número uno es pasar desapercibido.

—Pues hija, no es por nada, pero cada vez que tu hermano y yo nos hemos cruzado, lo que menos ha hecho es pasar desapercibido.

—¿Os conocéis? ¿Conoces a Phil?

—No exactamente —rió Marta haciéndola sonreír—. Más bien nos desconocemos. Pero siempre que coincidimos terminamos discutiendo. Debe ser que somos tan opuestos que con vernos se nos erizan los pelos.

Ambas se carcajearon, mientras Philip las observaba desde su posición, ¿de qué se reían aquellas dos?

En ese momento el camarero puso en la barra dos bandejas con las bebidas que habían pedido y las avisó. Ambas tras coger sus bandejas comenzaron a caminar hacia la salida.

—Bueno Karen, me tengo que marchar. Ha sido un placer conocerte.

—Lo mismo digo, Marta. Espero volver a verte.

Marta le guiñó el ojo con gracia antes de marcharse y con la bandeja de las bebidas en las manos, al pasar junto a Philip, le miró y con todo el descaro del mundo le susurró lo suficientemente alto como para que Karen y él la escucharan.

—Hasta nunca, merluzo.

Dicho eso se perdió entre el gentío dejando a Karen muerta de risa y a Philip con cara de pocos amigos.