Capítulo 4

La llegada a Sevilla fue apoteósica. Llovía, hacía frío y todo parecía ralentizarse. Marta, nada más llegar al estand contratado, comenzó a montarlo con sus compañeros. Había que vaciar las cajas, colocar fotos, catálogos y planchar los vestidos para que comenzaran a estirarse. Las modelos contratadas ya habían llegado a sus hoteles, y todo parecía comenzar a cuadrar. Su colección aquel año se llama «Pura Sevilla» un nombre con fuerza y tronío. Aquel año Lola había decidido confeccionar vestidos para la feria. No vestidos difíciles de llevar, ni encorsetados. Quería una colección fresca y altamente andaluza que invitase a la mujer, fuera de donde fuera, a sentirse guapa cuando caminara con garbo por el Real.

El jueves a las 11:30 se celebró el Certamen de nuevos diseñadores. Lola y su equipo llegaban al Simof a las nueve de la mañana y no salieron de allí hasta las doce de la noche. Debían atender a todos los que se acercaban a saludarlas. Recogían pedidos y enseñaban muestras y catálogos, pero no la colección. Eso era un secreto muy bien guardado.

Un secreto que se desveló el sábado a las 18:30 cuando los primeros acordes de la bulería «La calle del olvido» de Remedios Amaya, puso a todos los presentes la carne de gallina. Un halo de luz iluminó la pasarela y, tras aparecer el nombre de LOLA HERRERA en rojo pasión, salió la primera modelo vestida con un traje burdeos de talle bajo, ajustado hasta los pies, con manga larga.

Tras ese desfilaron otros modelos con vertiginosos escotes en uve, flores recortadas en tela y vivos colores. Abundó la manga larga, las gasas, tules, piqués, strass y flecos. Hubo vestidos con chaquetillas, vuelos amplios, cuerpos de sirena, escotes en la espalda, mantones maravillosos, flores en el pelo, zarcillos grandes, vestidos de talle medio y volantes de pétalo.

Aquel espectáculo en la Simof era digno de ver. Allí no solo se veía moda flamenca. Allí se fusionaba baile, cante, arte y moda.

Lola, entre bastidores, daba el último toque a las modelos antes de salir a la pasarela y con una sonrisa de ilusión, les decía lo preciosas que estaban. Eso les hacía sonreír y salían con más garbo a desfilar. Todo estaba saliendo a la perfección. La colección parecía gustar, apasionar, enamorar. Cuando quedaba poco para terminar el desfile, en el backstage, Adrian preparaba el último modelo: el vestido que cerraría la colección Pura Sevilla.

—El peinecillo de Carey… Carmina. ¡Ponte el peinecillo en el lado derecho de la cabeza, junto al moñito pequeño! —gritó Adrian hecho un manojo de nervios.

—¡Qué calor! —susurró la modelo algo pálida.

—No te muevas. Voy a pasarte el vestido por la cabeza y no te quiero despeinar —protestó.

—¡Un momento! —gritó la maniquí agobiada.

Con rapidez Adrian abrió su abanico y mirándola espetó:

—Dime que has comido algo y que te encuentras bien. Necesito que luzcas este vestido como nadie. Tú y el traje sois el colofón de la colección de Lola.

La modelo cada vez más pálida le miró y susurró:

—Estoy embarazada y creo… creo que me voy a desmayar…

Y ¡Zas! se desmayó.

—¡Ay, Dios mío! —gritó Adrian horrorizado y llevándose las manos a la cabeza en medio de aquel caos gritó—. ¡Esto es un desastre! ¡Me quiero morirrrrrrrrrrrr!

Con rapidez Marta y Patricia que atendían a otras modelos acudieron a su lado y Adrian, pálido, les susurró.

—¡La mato… la despellejo!… me importa un pimiento si está embarazada o no. ¿Por qué ha elegido este momento para desmayarse?… ¡Ay virgencita de los susurros desamparados! ¿qué hago? El vestido tiene que salir. Es el colofón de la colección. Tiene que salir. ¡Ya!

Patricia con rapidez miró a su alrededor pero no había ninguna modelo disponible. Todas estaban demasiado peripuestas con otros vestidos. Dando un tirón de la manga de Marta le gritó.

—¡Desnúdate!

Al escucharla Marta la miró y preguntó extrañada.

—¡¿Cómo?!

—No hay tiempo, Marta. Tienes que sacar este vestido tú. Yo no puedo, soy más bajita que vosotras y con este trasero que Dios me ha dado no entro ahí ni de coña. Y Adrian con peineta y vestido de cola no creo que esté muy mono. Por lo tanto. ¡Desnúdate que lo vas a airear tú!

Sin perder un segundo Marta se comenzó a desnudar mientras gritaba.

—¡Pero os habéis vuelto locos! ¡Que yo no soy modelo! Ni estoy peinada para la ocasión, ni nada. ¡Joder! Pero como voy a salir yo a la pasarela. ¡Qué yo no sé desfilar!

Pero sus compañeros no la escuchaban. Buscaban una solución rápida. Y los tres eran de soluciones inteligentes. Con rapidez le enfundaron un traje blanco de puntillas con topos negros, que se le ajustó a la perfección, mientras ella continuaba gritando.

—¡¿No me habéis oído?! ¡Estamos todos locos o qué!

Patricia le hizo un remoño de urgencia. Con dos enormes horquillas le sujetó dos flores en el pelo. Una blanca y otra negra. Adrian le plantó unos zarcillos en color blanco, y después le calzó unos zapatos blancos con tacón de topos negros.

Ainsss nena… ¡estás más guapa que la modelo! Para el año que viene no contratamos a Carmina y te contratamos a ti.

—Vete a tomar viento, Adrian —protestó mientras la llevaban hasta la entrada de la pasarela.

Cuando Lola los vio aparecer, miró incrédula a Marta y preguntó:

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Carmina?

Adrian, sin darle tiempo a pensar, pues la conocía y sabía que se agobiaría, se apresuró a decir:

—Se ha desmayado y este vestido tiene que salir ¡ya! Marta lo hará y lo lucirá con soltura, ¿verdad Martita?

Jesús del Gran Poder —se persignó Lola al escucharles.

Pero Marta apenas podía razonar. Pensar en tener que salir ante todo el mundo y no caerse era una empresa imposible de conseguir, y aún más con el tembleque de rodillas que tenía.

—¡Ay, madre! Creo que me voy a desmayar —susurró asustada.

—¡Ni lo pienses nena! —gritó Adrian señalándola—. A ti, no te lo permito.

Marta fue a protestar, pero Patricia la interrumpió y pintándole los labios con rapidez afirmó sin dejarla hablar:

—No te vas a desmayar porque sabes que no debes. Lo vas a hacer maravillosamente bien y, conociéndote, sé que bailarás como una leona con el bailarín morenazo que te espera. Por cierto ¡está pa comérselo entero! Tiene un pelazo de lujo.

—¡¿Bailarín?! —gritaron Marta, Adrian y Lola.

Cogiendo aire, Patricia les recordó.

—Habéis olvidado que contratamos a un bailarín para que Carmina se marcara una sevillana con él. Este vestido es para airearlo, tiene movimiento. Es nuestro broche de oro al desfile y queríamos disfrutarlo.

«Oh, no… eso sí que no» pensó Marta y dándose la vuelta gritó.

—¡Ni hablar! Yo ni salgo, ni bailo. ¿Pero estáis locos? ¿Qué habéis fumado vosotros? Que no… que no… que la voy a liar con estos tacones y terminaré espatarraó en medio de la pasarela.

Pero sus compañeros la sujetaron. La conocían y sabían que ella lo haría muy bien. Marta tenía carácter para eso y para todo lo que se propusiera.

—Angélico mío. Si alguien puede salvar esta situación, eres tú. ¡Por favor! —suplicó Lola mirándola con aquellos ojos que Marta adoraba.

Patricia, consciente de que aquello era una encerrona, para darle ánimos a su amiga le susurró:

—Solo será la primera sevillana. La más facilita. Te la sabes y la bailas muy bien. Venga Marta, no me seas perrangana. Tú no eres de esas.

Los acordes de una sevillana comenzaron a tronar en la pasarela y la gente comenzó a dar palmas enloquecida. En ese momento Marta resopló y tras mirar a aquellos tres que la observaban con ojos de súplica, se puso las manos en las caderas, se dio la vuelta y salió pisando fuerte.

Con un aplomo que no dejaba entrever el histerismo que la dominaba por dentro, llegó hasta donde estaba el bailarín que la esperaba, y tras pasarle la mano por la cara se acercó a él y entonces el guitarrista tocó un redoble y la sevillana comenzó.

Marta intentó no pensar en los miles de ojos que la observaban. Se centró solo en no equivocarse y sacar todo el poder que Lola le había inculcado cuando le enseñó a bailar sevillanas. Mirando los ojos del bailarín, comenzó a contonearse con tal gracia y tronío que la gente aplaudió, mientras ella y el morenazo deleitaban con su danza al personal. Se movían con salero y arte y, cuando la pieza acabó, Marta sonrió. Se puso las manos en las caderas y anduvo hasta el principio de la pasarela aireando los volantes del vestido. Una vez allí, se dio la vuelta como la mejor de las bailaoras y agarrada al bailarín caminó de vuelta y desapareció.

—¡Virgen de la Macarena! —aplaudió Lola—. Has estado fantástica, miarma.

—Oy… oy… oy… nena. Si estaba más cantado que la Macarena que lo ibas a hacer de lujo ¡artistaza! —gritó orgulloso Adrian—. Me has puesto los pelos… ¡como escarpias!

Marta había estado fantástica. La gente aplaudía encantada por el baile y por el cierre del desfile que la diseñadora Lola Herrera les había regalado.

—Dame una silla que me desmayo —susurró mirando a Patricia, que rápidamente se la buscó. Esta se sentó.

Con el corazón a punto de salírsele por la boca, Marta se agarró el estómago y se dobló. Pero al escuchar los aplausos de sus amigos más cercanos y las modelos, sonrió y dijo:

—La madre que os parió ¡en qué embolados me metéis!

Sin darle tiempo a descansar, Lola la agarró del brazo, la levantó y le hizo salir con ella para saludar a los asistentes.

Más tranquila, y seguida por Patricia, Adrian y las modelos, Marta les acompañó. Y cuando a Lola le dieron un ramo de flores y esta sacó una y se la entregó, finalmente rio a carcajadas y disfrutó del momento.