Capítulo 5

Thomas se ablandó. Aquel chaval no estaba mintiendo, lo sabía. La mirada de terror que se había apoderado de Aris la conocía muy bien. Thomas también la había sentido y la había visto en muchas otras caras. Sabía exactamente qué tipo de terribles recuerdos hacía que alguien tuviera aquella expresión. También sabía que Aris no tenía ni idea de lo que le había pasado a Teresa.

—Quizá deberías sentarte —dijo Thomas—. Creo que tenemos mucho de que hablar.

—¿A qué te refieres? —preguntó Aris—. ¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde habéis venido?

Thomas dejó escapar una risita.

—El Laberinto. Los laceradores. CRUEL. De todo.

Habían pasado tantas cosas que no sabía por dónde empezar. Por no mencionar que su preocupación por Teresa hacía que la cabeza le diera vueltas. Deseaba salir de la habitación para buscarla de inmediato, pero se quedó.

—Estás mintiendo —dijo Aris con una voz que se había convertido en un susurro y la cara aún más pálida.

—No —respondió Newt—, Tommy tiene razón. Tenemos que hablar. Por lo visto, venimos de sitios similares.

—¿Quién es ese tío?

Thomas se dio la vuelta y advirtió que Minho había vuelto y un grupo de clarianos estaba detrás de él, al otro lado de la puerta. Tenían las caras arrugadas por el hedor de fuera y sus ojos aún reflejaban el terror por lo que llenaba la sala que había justo a sus espaldas.

—Minho, este es Aris —contestó Thomas, que se apartó e hizo un gesto hacia el otro chico—. Aris, este es Minho.

Minho tartamudeó un par de palabras ininteligibles, como si no supiera por dónde empezar.

—Mira —dijo Newt—, bajemos estas dos puñeteras camas y movámoslas por la habitación. Entonces podremos sentarnos todos y averiguar qué es lo que está pasando.

Thomas negó con la cabeza.

—No. Antes tenemos que encontrar a Teresa. Tiene que estar en otra habitación.

—No hay más —repuso Minho.

—¿Qué quieres decir?

—He mirado por todas partes. Está la gran zona común. Esta habitación, nuestro dormitorio y algunas fucas puertas que llevan afuera, por donde entramos después de bajarnos del autobús ayer. Están cerradas con llave y cadenas desde el interior. No tiene sentido, pero no veo ninguna otra puerta o salida.

Thomas negó con la cabeza, confundido. Era como si millones de arañas hubieran tejido telarañas por todo su cerebro.

—Pero… ¿y ayer por la noche? ¿De dónde vino la comida? ¿Nadie vio otra habitación, una cocina, algo?

Miró a su alrededor, esperando una respuesta, pero nadie pronunció palabra.

—A lo mejor hay una puerta oculta —dijo al final Newt—. Mira, sólo podemos hacer una cosa a la vez. Tenemos que…

—¡No! —gritó Thomas—. Tenemos todo el día para hablar con este tal Aris. La etiqueta de la puerta dice que Teresa debería estar aquí, en algún sitio. ¡Tenemos que encontrarla!

Sin esperar una respuesta, se dirigió hacia la puerta de vuelta a la zona común y se abrió paso entre los chicos hasta que estuvo al otro lado. El olor le llegó enseguida como si le hubieran tirado un cubo de aguas residuales sobre la cabeza. Los cuerpos morados e hinchados colgaban como animales muertos colocados así por los cazadores para que se secaran. Aquellos ojos sin vida le miraban fijamente.

Una familiar y escalofriante sensación de repugnancia inundó su estómago y le provocó arcadas. Cerró los ojos un segundo y deseó que las tripas se le asentaran. Cuando por fin lo hicieron, empezó a buscar alguna señal de Teresa, esforzándose para no mirar a los muertos.

Pero entonces un terrible pensamiento le vino a la cabeza. ¿Y si…?

Atravesó corriendo la sala, buscando entre los rostros de los cadáveres. Ninguno era el de ella. El alivio desvaneció el momento fugaz de pánico y se concentró en aquella habitación.

Las paredes que rodeaban la zona común eran muy sencillas: yeso liso pintado de blanco, sin decoración ninguna. Y por alguna razón, no tenían ventanas. Caminó rápido por toda su circunferencia mientras pasaba la mano izquierda por la pared. Llegó a la puerta del dormitorio de los chicos, la pasó y después se dirigió a la gran entrada que habían cruzado el día anterior. Entonces había caído un fortísimo aguacero, que ahora parecía irreal, a juzgar por el sol brillante que había visto antes detrás del loco.

La entrada —o la salida— consistía en dos grandes puertas de acero, cuyas superficies eran de un reluciente tono plateado. Y justo como había dicho Minho, habían pasado una enorme cadena —con unos eslabones de más de dos centímetros de grosor— por el picaporte, bien tensada, con dos grandes candados cerrados para mayor seguridad. Thomas extendió los brazos y tiró de las cadenas con la intención de comprobar su fuerza. El metal estaba frío en sus manos y no cedía lo más mínimo.

Esperó oír unos golpes desde el otro lado, que los raros intentaran entrar tal y cómo lo hacían por las ventanas del dormitorio. Pero la habitación continuó en silencio. Los únicos sonidos estaban amortiguados y provenían de los dos dormitorios: los gritos distantes de los raros y los murmullos de la conversación de los clarianos.

Frustrado, Thomas continuó su paseo a lo largo de las paredes hasta que volvió a la habitación que se suponía que era la de Teresa. Nada, ni siquiera una grieta o una junta que indicara otra salida. Aquella amplia sala ni siquiera era cuadrada. Era un gran óvalo, redondo y sin esquinas.

Estaba totalmente perplejo. Volvió a pensar en la noche anterior, cuando todos estaban allí sentados comiendo pizza como muertos de hambre. Estaba seguro de que había visto otras puertas, una cocina o algo parecido. Pero cuanto más lo pensaba, cuanto más trataba de imaginar cómo eran las cosas, más confusas se volvían. Una alarma sonó en su cabeza: antes ya les habían manipulado los cerebros. ¿Había vuelto a ocurrir? ¿Les habían alterado la memoria o se la habían borrado?

¿Y qué le había pasado a Teresa?

Desesperado, pensó en arrastrarse por el suelo para buscar una trampilla o algo por el estilo, alguna pista de lo sucedido. Pero no podía pasar más tiempo con todos aquellos cuerpos putrefactos. Lo único que le quedaba era el chico nuevo. Suspiró y regresó a la pequeña habitación donde lo habían encontrado. Aris tenía que saber algo que les sirviera de ayuda.

Justo como Newt había ordenado, las literas superiores fueron desenganchadas de las inferiores y colocadas contra las paredes del cuarto, creando suficiente espacio para que los diecinueve clarianos restantes y Aris pudieran sentarse en círculo, de frente.

Cuando Minho vio a Thomas, dio unas palmaditas en el sitio que había a su lado.

—Te lo he dicho, tío. Siéntate y hablemos. Te estábamos esperando. Pero cierra esa fuca puerta antes que nada. Ahí fuera huele peor que los pies podridos de Gally.

Sin responder, Thomas tiró de la puerta para cerrarla, luego se acercó y se sentó. Quería hundir la cabeza entre las manos, pero no lo hizo. Nada indicaba con seguridad que algún peligro amenazara a Teresa. Algo extraño estaba pasando, pero podía haber un millón de explicaciones, y muchas de ellas incluían que estuviera bien.

Newt estaba en una cama a la derecha, sentado tan inclinado hacia delante que sólo el borde de su trasero se apoyaba en el colchón.

—Bien, empecemos a contar la maldita historia para que podamos llegar al problema real: encontrar qué comer.

Justo en ese instante, Thomas notó un pinchazo de hambre y oyó el quejido de su estómago. Aquel problema ni siquiera se le había ocurrido todavía. Agua tendrían en los lavabos, pero no había ni rastro de comida por ningún sitio.

—Bien —dijo Minho—. Habla, Aris. Cuéntanoslo todo.

El chico nuevo estaba enfrente de Thomas. Los clarianos que estaban sentados a ambos lados del desconocido habían salido pitando hacia los extremos de la cama. Aris negó con la cabeza.

—Ni hablar. Vosotros primero.

—¿Sí? —respondió Minho—. ¿Qué te parece si nos turnamos para romperte tu cara de clonc? Luego te pediremos de nuevo que hables.

—Minho —dijo Newt con dureza—, no hay razón para que…

Minho señaló bruscamente a Aris.

—Por favor, tío. Por lo que sabemos, este pingajo podría ser uno de los creadores. Alguien de CRUEL que está aquí para espiarnos. Podría haber matado a esa gente de ahí fuera. ¡Es el único al que no conocemos y las puertas y las ventanas están cerradas! Estoy harto de verlo tan arrogante cuando somos veinte contra uno. Él debería hablar primero.

Thomas gruñó por dentro. Sabía que el chaval nunca se abriría si Minho le aterrorizaba.

Newt suspiró y miró a Aris.

—Tiene razón. Tan sólo dinos a qué te refieres cuando dices que saliste del puñetero Laberinto. De allí escapamos nosotros y está claro que no te conocíamos.

Aris se restregó los ojos y luego miró a Newt.

—Muy bien, escuchad. Me arrojaron a aquel gigantesco laberinto de enormes muros de piedra, pero antes de eso me borraron la memoria. No podía recordar nada de mi vida anterior. Tan sólo sabía mi nombre. Vivía allí con un puñado de chicas. Habría unas cincuenta y yo era el único chico. Escapamos hace unos días. Los que nos ayudaron nos metieron en un gran gimnasio durante unos días y luego me trasladaron aquí ayer por la noche; pero nadie me explicó nada. ¿Qué es eso de que vosotros también habéis estado en un laberinto?

Thomas apenas oyó las últimas palabras de lo que Aris había dicho por los sonidos de sorpresa que emitieron los demás clarianos. La confusión se arremolinaba en su cerebro. Aris había descrito lo que le había pasado de forma tan simple y rápida como si relatara un día en la playa. Pero parecía una locura. Monumental, si era cierto. Por suerte, alguien expresó en voz alta exactamente lo que Thomas trataba de aclarar en su mente:

—Espera un momento —exclamó Newt—. ¿Viviste en un gran laberinto, en una granja, donde los muros se cerraban todas las noches? ¿Tan sólo tú y unas cuantas chicas? ¿Había unas criaturas que se llamaban laceradores? ¿Fuiste el último en llegar allí? ¿Y todo se lio cuando apareciste? ¿Te quedaste en coma? ¿Con una nota que decía que serías el último y no llegarían más?

—Espera, espera, espera —estaba diciendo Aris incluso antes de que Newt hubiera terminado—. ¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo…?

—Es el mismo fuco experimento —espetó Minho con agresividad en su voz—. O el mismo… lo que sea. Pero eran todo chicas y un chico, y nosotros éramos todo chicos y una chica. ¡CRUEL ha debido de construir dos de esos laberintos y hacer dos pruebas distintas!

La línea de pensamiento de Thomas ya había aceptado aquella teoría. Por fin se calmó lo suficiente para poder hablar. Miró a Aris.

—¿Te llamaron «el desencadenante»?

Aris asintió, obviamente igual de perplejo que el resto de presentes en la habitación.

—¿Y podías…? —empezó a preguntar Thomas, pero vaciló. Era como si cada vez que sacara el tema estuviera admitiendo ante el mundo que estaba loco—. ¿Podías hablar con una de las chicas dentro de tu mente? Ya sabes, por telepatía.

Los ojos de Aris se abrieron de par en par y se quedó con la vista clavada en Thomas, como si él entendiera un oscuro secreto que tan sólo otra persona que lo compartiera pudiera comprender.

¿Me oyes?

La pregunta apareció tan clara en la mente de Thomas que al principio pensó que Aris lo había dicho en voz alta. Pero no, sus labios no se habían movido.

¿Me oyes? —repitió el chico.

Thomas vaciló y tragó saliva. .

La mataron —le dijo Aris—. Mataron a mi mejor amiga.