TAMBIÉN se cuenta, ¡oh rey feliz!, que en lo antiguo del tiempo y en las épocas y siglos pasados, vivía en la tierra de los persas un rey que se llamaba Sahramán. Ocupaba el Jurasán, y tenía cien concubinas pero ninguna de éstas, en todo lo largo de su vida, le había dado un hijo, ni varón ni hembra. Un día meditaba en esto y se encontraba muy afligido porque había transcurrido la mayor parte de su vida y no tenía ningún hijo varón que pudiese heredar el reino a su muerte, tal y como él lo había heredado de sus padres y abuelos. Esto lo llenaba de gran pena y aflicción. Cierto día, mientras estaba sentado, se presentó ante él uno de sus mamelucos, que le dijo: «¡Señor mío! En la puerta espera una esclava acompañada por el comerciante. ¡Jamás he visto una mujer más hermosa!» El rey ordenó: «¡Que entren!» Pasaron ambos. El rey, al verla, se dio cuenta de que era una lanza de Rudayna. Iba envuelta en un velo de seda bordado en oro. El comerciante le destapó la cara, y su hermosura deslumbró el lugar; se soltaron sus siete trenzas, que llegaron hasta las ajorcas como si fuesen colas de caballo; sus ojos parecían como alcoholados; sus caderas eran pesadas y de ellas surgía una cintura delgada capaz de curar la enfermedad del doliente y de apagar el fuego del enamorado. Tal como dijo el poeta en estos versos:
Me he enamorado de ella, que contiene en sí toda la belleza; está repleta de gracia y dignidad.
Ni es alta ni es baja, pero la saya es estrecha para tales caderas.
Su estatura es la justa, y así no peca ni por mucho ni por poco.
El negro cabello avanza hasta las ajorcas, pero su rostro resplandece como el día.
El rey se admiró del aspecto, belleza y proporciones de la joven y preguntó al comerciante: «¡Jeque! ¿Por cuánto vendes esta esclava?» «¡Señor mío! —contestó—, la he comprado por dos mil dinares a otro comerciante. La he tenido conmigo durante tres años y he viajado con ella. Hasta llegar aquí he gastado en ella tres mil dinares. Te la ofrezco como regalo.» El rey mandó que le diesen un lujoso traje de Corte y diez mil dinares. Los cogió, besó la mano del rey, le dio las gracias por su favor y generosidad y se marchó. El rey entregó la muchacha a las peinadoras y les dijo: «Arreglad y engalanad a esta esclava. Preparadle una habitación y dejadla en ella». Mandó a los chambelanes que le llevasen cuanto pudiera necesitar.
El imperio de aquel rey estaba a orillas del mar, y su capital se llamaba Ciudad Blanca. Llevaron a la esclava a un departamento con ventanas que daban al mar.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas treinta y nueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el rey fue a ver a la esclava, pero ésta ni se puso de pie ni le hizo caso. El rey dijo: «Al parecer, ha estado con gentes que no la han educado». El soberano se dirigió hacia la muchacha y se dio cuenta de que era un portento de hermosura, belleza y armónicas proporciones; que su cara parecía el disco de la luna cuando está llena y el del sol resplandeciente cuando brilla en el cielo puro. Quedó estupefacto porque era un portento de hermosura y armónicas proporciones. Loó a Dios, el Creador (¡excelso sea su poder!). Se acercó a la joven, se sentó a su lado, la estrechó contra su pecho, la sentó en sus rodillas y sorbió la saliva de su boca que encontró más dulce que la miel. A continuación mandó que sirviesen en las mesas los guisos más exquisitos y los platos más variados. El rey comió y fue dando de comer a la esclava hasta que ésta quedó harta. Pero ella no pronunció ni una sola palabra. El rey le explicaba, cosas y le preguntaba su nombre, pero ella seguía sin decir palabra, sin darle contestación, manteniendo la cabeza baja. La salvaba de la cólera del rey su gran hermosura, belleza y dignidad. El rey se dijo: «¡Gloria a Dios que ha creado a esta esclava! ¡Qué graciosa es! Pero no habla. La perfección sólo pertenece a Dios (¡ensalzado sea!)». El soberano le preguntó a las doncellas: «¿Habla?» Le contestaron: «Desde que ha llegado no ha dicho una sola palabra; no la hemos oído decir nada». El rey mandó llamar a doncellas y concubinas y les dijo que la distrajeran, pues tal vez así hablara. Esclavas y concubinas realizaron toda clase de payasadas y juegos y cantaron hasta el punto de dejar impresionados a los allí reunidos. La esclava las miraba sin reírse y seguía callada, sin hablar. El pecho del rey se acongojó: despidió a las esclavas, se quedó a solas con ella, se desnudó y la desnudó él mismo y contempló su piel: vio que parecía un lingote de plata y sintió por ella una gran pasión: le arrebató la virginidad puesto que se dio cuenta de que era virgen y se alegró muchísimo por esto. Se dijo: «¡Por Dios! ¡Qué maravilla! ¿Cómo pueden haber dejado virgen los comerciantes a una joven tan hermosa, bien proporcionada y de buen ver como ésta?» El rey se sintió completamente atraído por ella: se separó de las restantes concubinas y favoritas y permaneció con ella durante un año entero, que pasó tan rápido como si hubiese sido un día. Pero ella seguía sin hablar. Cierto día en que la pasión y el amor le desbordaban le dijo: «¡Oh, anhelo de las almas! Te amo muchísimo, y por tu causa me he apartado de todas las jóvenes, concubinas, mujeres y favoritas, y te considero como mi parte de las cosas terrenas. Hace un año que estoy contigo y ruego a Dios (¡ensalzado sea!) que con su gracia haga compasivo tu corazón y me hables. Si eres muda, dímelo por señas para que yo deje de sentir deseos de oírte hablar. Espero que Dios (¡glorificado sea!) me conceda, por ti, un hijo varón que herede el reino a mi muerte. Yo me encuentro solo, sin nadie que pueda heredarme y ya soy viejo. Te conjuro, por Dios, si me amas, que me contestes». La esclava bajó su cabeza y meditó. Después la levantó, sonrió al rey, y éste creyó que un relámpago había iluminado la habitación. Dijo ella: «¡Oh, rey magnánimo, león valiente! Dios ha escuchado tu plegaria. Me has dejado encinta y se aproxima el momento del parto, pero no sé si el feto es varón o hembra. Si no me hubieses dejado encinta jamás te habría dicho ni una sola palabra». El semblante del rey se puso radiante de alegría al oír estas palabras, contento como estaba la besó las manos y la cabeza y exclamó: «¡Loado sea Dios que me ha concedido las cosas que deseaba! Primero, oírte hablar, y luego saber que te he dejado encinta». El rey se marchó de su lado y se sentó en el trono de su reino. Por instantes se iba poniendo más contento. Mandó al visir que repartiese cien mil dinares entre los pobres, mendigos, viudas y demás necesitados, como limosna y en acción de gracias. El visir hizo lo que le había mandado el rey. Después, éste regresó junto a la esclava, se sentó a su lado, la abrazó y la estrechó contra su pecho. Le dijo: «¡Señora mía! ¡Reina de mi amor! ¿Por qué has guardado silencio conmigo durante un año entero, día y noche, cuando estabas despierta y dormías? ¿Por qué no me has hablado en todo el año hasta hoy? ¿Cuál ha sido la causa de tu silencio?» La esclava contestó: «¡Oye, oh rey del tiempo! Sabe que soy una pobre extranjera, afligida, y que estoy separada de mi madre, de mi familia y de mi hermana». El rey, al oír estas palabras, comprendió lo que quería decir. Replicó: «No hay motivo para decir que eres pobre, pues todo mi reino, todos mis bienes y todo lo que yo puedo está a tu servicio, ya que soy tu esclavo. Puedes decir: “Estoy separada de mi madre, de mi familia y de mi hermano”. Pero infórmame del lugar en que se encuentran: los mandaré buscar y te los traeré». «¡Rey feliz! Me llamo Chulnar la Marina, y mi padre era uno de los reyes del mar. Al morir nos legó el reino. Vivimos en él, pero un rey nos atacó y nos arrebató el reino. Tengo un hermano que se llama Salih, y mi madre es una de las mujeres del mar. Yo discutí con mi hermano y juré que saldría al encuentro de un hombre de los que habitaban la tierra. Salí y me senté en la orilla de la isla al-Qamar. Un hombre pasó por mi lado, me cogió, me llevó a su casa y quiso poseerme pero yo le golpeé en la cabeza hasta dejarlo casi muerto. Me sacó y me vendió al hombre al que me compraste. Éste fue excelente, piadoso, observante de la religión, todo hombría. Si tu corazón no me hubiese amado y no me hubieses preferido al resto de tus concubinas no habría permanecido contigo ni un instante y me habría arrojado al mar desde esta ventana, para ir en busca de mi madre y de mi familia. Pero me avergonzaría hacerlo estando encinta pues creerían que he obrado mal y no me harían caso, aunque les contara que un rey me había comprado con su dinero haciéndome su único goce en el mundo, prefiriéndome a las demás esposas y restantes mujeres. Ésta es mi historia. Y la paz.»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el rey le dio las gracias y la besó entre los ojos una vez oídas estas palabras. Le dijo: «¡Por Dios, señora mía, luz de mis ojos! Yo no puedo apartarme de ti ni un solo instante, y si me abandonaras, moriría en el acto. ¿Qué haremos?» «¡Señor mío! Se aproxima el momento de dar a luz y quiero que esté presente mi familia para que me cuide, puesto que las mujeres de la tierra no saben cómo dan a luz las hijas del mar, y éstas, a su vez, no saben cómo alumbran las hijas de la tierra. Cuando venga mi familia, yo me reconciliaré con ella y ella se reconciliará conmigo». «Pero, ¿cómo pueden andar por el mar sin mojarse?» «Nosotros andamos por el mar como vosotros por la tierra, gracias a la baraca de los nombres grabados sobre el anillo de Salomón, hijo de David, sobre el cual sea la paz. ¡Rey! Cuando llegue mi familia y mis hermanos, yo les explicaré que tú me has comprado con tu dinero y que me has tratado con gracia y benevolencia. Es necesario que ellos den crédito a mis palabras, que vean tu posición por sus propios ojos y se convenzan de que eres un rey, hijo de un rey.» El soberano le dijo: «¡Señora mía! Haz lo que bien te parezca, pues yo te obedeceré en todo lo que quieras hacer». «Sabe, ¡oh rey del tiempo! que nosotros recorremos el mar con los ojos abiertos, que vemos lo que contiene y observamos el sol, la luna, las estrellas y el cielo como si estuviésemos sobre la faz de la tierra; el estar sumergidos no nos molesta. Sabe también que en el mar hay muchas especies y tipos muy variados de todas las clases de seres que hay en la tierra. Sabe también que todo lo que hay en la tierra es bien poca cosa en relación con lo que hay en el mar.» El rey quedó admirado ante estas palabras. La mujer sacó de su seno dos pedazos de áloe de Qumr. Cogió un poco, encendió un brasero, arrojó un pedazo de áloe, silbó con fuerza y empezó a decir unas palabras que nadie era capaz de comprender. Se levantó una gran humareda. El rey miraba fijamente. La esclava le dijo: «¡Señor mío! Ve a esconderte en un rincón para que te muestre a mi hermano, mi madre y mi familia, y tú los veas desde un lugar en que no te puedan ver. Quiero que vengan aquí y en este sitio, y ahora vas a ver cosas maravillosas y te admirarás de las distintas figuras y variadas formas que Dios (¡ensalzado sea!) ha creado». El rey se puso de pie en seguida, se metió en un recoveco y clavó los ojos en lo que hacía. La joven empezó a fumigar y a pronunciar conjuros: el mar se encrespó, se agitó y salió de él un muchacho joven, de resplandeciente belleza, que parecía la luna llena: frente radiante, mejillas rojas, cabellos como perlas y aljófares. Era el ser que más se parecía a su hermana. En esta circunstancia se podían recitar estos dos versos:
La luna está llena sólo una vez al mes. Pero la belleza de tu cara cada día está completa.
La luna sólo está una vez en el centro de una constelación, y, en cambio, todos los corazones te tienen en el centro.
Al cabo de un momento salió del mar una vieja encanecida, acompañada por cinco jóvenes que parecían lunas y que se parecían mucho a Chulnar. Después, el rey vio a un joven, a la vieja y a las cinco doncellas que andaban por encima del agua. Así se aproximaron a la joven y se acercaron a la ventana. Chulnar los observó y salió a recibirlos llena de alegría y satisfacción. Al verla la reconocieron, entraron, la abrazaron y rompieron a llorar con fuerza. Dijeron: «¡Chulnar! ¡Cómo has podido abandonarnos durante cuatro años! No sabíamos el lugar en que te encontrabas. Y, ¡por Dios!, el dolor de estar separados de ti nos hacía subestimar el mundo, y no hemos probado la comida ni la bebida ni un solo día. Por lo mucho que te queremos hemos llorado de noche y de día». La joven besó la mano de su hermano y la de su madre. Sus primas se sentaron un rato a su lado preguntándola por su situación, qué le había ocurrido y cómo se encontraba. Les contestó: «Sabed que cuando me separé de vosotros y salí del mar, me senté en la playa de una isla. Un hombre se apoderó de mí y me vendió a un comerciante. Éste me trajo hasta esta ciudad y me vendió, por diez mil dinares, a su rey, el cual me ha cuidado, ha abandonado a todas sus mujeres, concubinas y favoritas y se ha desentendido de todo cuanto tenía y de todo lo que hay en la ciudad, sólo para atenderme a mí». El hermano, oídas estas palabras, dijo: «¡Loado sea Dios que ha colmado nuestro deseo haciendo que te encontremos! Hermana: quiero que vuelvas con nosotros a nuestro país, junto a nuestra familia». El rey, al oír las palabras del hermano, estuvo a punto de perder la razón, pues temía que la joven hiciese caso de sus palabras, y que él fuese incapaz de impedirlo a pesar de su mucho amor. Quedó muy perplejo y con mucho miedo de perderla. La joven Chulnar, oídas las palabras de su hermano, le dijo: «¡Hermano mío! ¡Por Dios! El hombre que me ha comprado es el rey de esta ciudad; es un rey muy poderoso, un hombre inteligente, magnánimo y muy generoso, que me ha tratado con todos los miramientos. Es noble, tiene muchas riquezas y ningún hijo, ni varón ni hembra. Me ha hecho toda clase de favores y mucho bien. Desde el día en que llegué, jamás he oído una palabra molesta. Siempre me ha tratado con dulzura y nunca ha hecho nada sin pedirme consejo; yo me encuentro magníficamente a su lado y con todas las comodidades. Si lo abandonase moriría, pues no puede estar separado de mí ni un instante. Si yo me separase de él, también moriría, pues lo amo muchísimo por la multitud de favores que me ha concedido y por el tiempo que hace que vivo con él. Si mi padre viviera, mi rango junto a éste no sería como el que tengo junto al rey grande, excelso, poderoso. Además, espero un hijo de él. ¡Gracias a Dios que me hizo ser hija del rey del mar y ha hecho que mi esposo sea el rey más poderoso de la tierra! Dios (¡ensalzado sea!) no me ha desilusionado, y me ha recompensado con bien.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y una, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Chulnar prosiguió] »El rey no tiene hijos varones ni hembras, y pido a Dios (¡ensalzado sea!) que me conceda un varón que pueda heredar de este rey grande sus posesiones y alcázares». El hermano y las primas se tranquilizaron al oír sus palabras y le dijeron: «¡Chulnar! Tú sabes la posición de que gozas ante nosotros; conoces el amor que te tenemos; te consta que te apreciamos más que a nadie; estás convencida que sólo queremos para ti una vida tranquila, sin penas ni fatigas. Si te encuentras mal, ven con nosotros a nuestro país, junto a nuestra familia; si aquí te encuentras bien y eres poderosa y feliz, esto es lo que nosotros deseamos y queremos: sólo buscamos tu bienestar en cualquier circunstancia». Chulnar replicó: «¡Por Dios! Me encuentro magníficamente, feliz y contenta». El rey se alegró, su corazón quedó tranquilo al oír estas palabras, se lo agradeció, aumentó su amor por ella y éste arraigó en lo más hondo de su corazón, pues comprendió que ella lo amaba del mismo modo que él a ella; que quería permanecer a su lado hasta el nacimiento del hijo. La joven, es decir, Chulnar la Marina, mandó a sus doncellas que acercasen las mesas con comida de todas clases. Chulnar en persona había preparado la comida en la cocina. Las criadas les llevaron la comida, los dulces y las frutas. La joven y su familia comieron. Después, éstos le dijeron: «¡Chulnar! Tu señor es un extraño para nosotros; hemos entrado en su casa sin su permiso, sin que él sepa que estamos aquí. Tú le darás las gracias en nuestro nombre por su cortesía y por habernos dado de comer sin estar reunidos con él, sin verlo y sin que él nos viera; él no ha estado en nuestra mesa, no ha comido con nosotros y no existe entre él y nuestra familia el lazo del pan y la sal». Todos dejaron de comer, se enfadaron con la joven y empezó a salir fuego a llamas por su boca. El rey, al ver esto, perdió la razón a causa del miedo que le dieron. Chulnar los tranquilizó y se dirigió a la habitación en que estaba el rey, su señor. Le dijo: «¡Señor mío! ¿Has visto y oído lo agradecida que te estoy y el elogio que de ti he hecho a mi familia? ¿Has oído lo que me han dicho? Querían llevarme con ellos junto a nuestros parientes, a nuestro país». «Lo he oído y lo he visto. ¡Que Dios te recompense con bien! No me he dado cuenta hasta ahora del mucho amor que te tengo. No me cabe duda: me amas.» «¡Señor mío! ¿Es que la recompensa del que hace bien no es el bien? Tú me has tratado generosamente, me has agobiado con tus favores y veo que me amas muchísimo. Me has dado toda clase de satisfacciones, me has preferido a todas las que amabas y querías. ¿Cómo iba a poder aceptar mi corazón el separarse de ti, el marcharse de tu lado? ¿Cómo iba a poder hacerlo si tú me tratas bien y con cuidado? Mas ahora quiero pedirte que vengas a saludar a mi familia, a verla, a que te vean y a que entre vosotros nazca la amistad y el afecto. Sabe, ¡oh rey del tiempo!, que mi hermano, mi madre y mis primas te quieren muchísimo, porque les he dicho lo reconocida que te estoy. Han dicho: “No nos separaremos de tu lado para volver a nuestro país hasta haber visto al rey y haberlo saludado”. Quieren verte y franquearse contigo.» El rey le replicó: «Oír es obedecer. Ése es mi deseo». Se levantó del sitio en que estaba, se dirigió hacia ellos y los saludó con las mejores palabras. Todos se apresuraron a ponerse de pie, lo acogieron amablemente y él se sentó en el alcázar y comió con ellos en la mesa. Permanecieron juntos durante treinta días, al cabo de los cuales quisieron marcharse a sus lares. Se despidieron del rey y de Chulnar la Marina. El soberano los calmó de honores, y ellos se marcharon.
Chulnar llegó al fin del embarazo y dio a luz un niño que parecía la luna en plenilunio. Esto llenó al rey de alegría, ya que no había tenido en toda su vida ningún hijo, ni varón ni hembra. Las fiestas y las ceremonias duraron siete días, que transcurrieron felices y tranquilos. El séptimo día acudieron la madre de la reina Chulnar, su hermano y todas sus primas, pues se habían enterado del alumbramiento de Chulnar.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y dos, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el rey, contento de su llegada, los recibió y les dijo: «Me he dicho que no daría nombre a mi hijo hasta que vinieseis y se lo pusieseis vosotros de acuerdo con vuestros conocimientos». Le pusieron el nombre de Badr Basim, y todos estuvieron conformes con él. Luego presentaron el niño a su tío materno, Salih. Éste lo tomó en sus manos, se apartó de los reunidos, paseó por la habitación a derecha e izquierda, salió de ella y se arrojó al mar, andando por él hasta que el rey lo perdió de vista. Éste, al ver que cogía a su hijo, se alejaba con él y se sumergía en el mar, desesperó y empezó a llorar y a sollozar. Chulnar, al verlo en aquel estado, le dijo: «¡Rey del tiempo! No temas ni te entristezcas por tu hijo. Yo quiero a mi hijo más que tú. Pero mi hijo está con mi hermano; por tanto, no te preocupes por el mar y no temas que se ahogue. Si mi hermano supiera que el pequeño había de sufrir algún daño, no habría hecho lo que ha hecho. Te traerá inmediatamente sano a tu hijo si Dios (¡ensalzado sea!) lo quiere». Al cabo de un rato, el mar se agitó, se movió y salió el tío del niño con el hijo del rey. Anduvo por el mar hasta llegar junto a ellos, llevando al niño en brazos; éste estaba callado, mientras su cara parecía la luna en la noche de plenilunio. El tío del pequeño miró al rey y le dijo: «Quizá temías que ocurriese algún percance cuando descendí con tu hijo al mar». «Sí, señor mío. Temía por él y no creía que pudiera escapar sano.» «¡Rey de la tierra! Nosotros le hemos puesto un colirio especial que conocemos y le hemos recitado los nombres grabados en el anillo de Salomón, hijo de David (¡sobre el cual sea la paz!). Hacemos lo que te he mencionado con todos los recién nacidos. No temas que se ahogue o sofoque cuando se sumerja en un mar cualquiera: nosotros andamos por el mar como vosotros por la tierra.» A continuación sacó del bolsillo un folio escrito y sellado con los nombres mágicos inscritos. Lo rompió y lo abrió, y de él cayeron joyas enfiladas como un collar: había jacintos, aljófares, trescientas varas de esmeralda y trescientas de piedras tan grandes como huevos de avestruz; despedían una luz más brillante que la del sol y la luna. Dijo: «¡Oh rey del tiempo! Estas joyas y estos jacintos son un regalo que yo te hago, ya que jamás te hemos hecho regalos antes, pues no sabíamos el lugar en que se encontraba Chulnar y no teníamos ni rastro ni noticias suyas. Al ver que te has unido a ella y que nosotros hemos pasado a ser una única cosa, te hemos traído este regalo, y con mucha frecuencia, si Dios quiere, te traeremos otros como éste, ya que los aljófares y los jacintos abundan entre nosotros más que los guijarros en la tierra. Sabemos distinguir los buenos de los malos, y conocemos todos los caminos y lugares en que se encuentran. Para nosotros, esto es cosa fácil». El entendimiento del rey quedó estupefacto, y su corazón, perplejo, al contemplarlos. Exclamó: «¡Una sola de estas joyas equivale a mi reino!» El rey dio las gracias a Salih el Marino, miró a la reina Chulnar y le dijo: «Estoy avergonzado ante tu hermano. Ha sido bondadoso conmigo y me ha regalado este magnífico presente, que no puede tener ningún ser de la tierra». Chulnar dio las gracias a su hermano por lo que había hecho. Éste dijo: «¡Oh, rey del tiempo! Tú te has hecho merecedor de nuestro agradecimiento con anterioridad. Era necesario que lo hiciéramos, puesto que tú trataste bien a mi hermana y nosotros nos metimos en tu casa y comimos de tus provisiones. El poeta ha dicho:
Si antes de que Sada llorase hubiese llorado yo, me habría curado del amor antes de tener que arrepentirme.
Pero ella ha llorado antes que yo, y su llanto me ha excitado. Dije: “El mérito está en quien empieza”».
Salih añadió: «Aunque permaneciéramos a tu servicio, ¡oh rey del tiempo!, durante mil años, no podríamos recompensarte: ante tus merecimientos, esto sería muy poca cosa». El rey le dio las gracias efusivamente.
Salih, su madre y sus primas permanecieron con el rey durante cuarenta días, al cabo de los cuales Salih, hermano de Chulnar, besó el suelo ante el rey, el esposo de su hermana. Éste le preguntó: «¿Qué quieres, Salih?» «¡Rey del tiempo! Nos has tratado con favor. Pero pido a tu generosidad que nos concedas tu permiso para marchar junto a nuestra familia, a nuestra tierra, junto a nuestros parientes, a nuestro hogar. No por ello dejaremos de servirte a ti, a nuestra hermana y a nuestro sobrino. ¡Por Dios, oh rey del tiempo!, me molesta separarme de ti; pero, ¿qué haremos si nosotros hemos crecido en el mar, y la tierra no nos sienta bien?» El rey, al oír sus palabras, se puso de pie y se despidió de Salih el Marino, de su madre y de sus primas. Todos lloraron por tener que separarse. Le dijeron: «Dentro de poco volveremos a tu lado para no separarnos jamás. Os visitaremos de cuando en cuando». Levantaron el vuelo, se dirigieron al mar, y al llegar a éste desaparecieron de la vista.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y tres, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el rey trató bien y honró cada vez más a Chulnar; el pequeño crecía normalmente, y sus tíos, sus tías, su abuela y sus primas iban a verlo frecuentemente, se presentaban en la residencia del rey y permanecían con éste uno o dos meses. Después volvían a sus lares. La hermosura, la belleza y el buen sentido del muchacho fueron en aumento, y así llegó a cumplir los quince años: era único en su perfección, inigualable por su buen aspecto y proporciones. Aprendió a escribir y a leer; estudió la Historia, la Gramática y la Lexicografía; practicó el tiro de dardos, el manejo de la lanza, la caballería y todo aquello que deben conocer los hijos de los reyes. Todos los habitantes de la ciudad, fuesen hombres o mujeres, hablaban de la hermosura del muchacho, pues era extraordinario, perfecto, y podía describirse con las palabras del poeta:
El bozo ha trazado dos líneas de azabache sobre una mejilla rosa como la manzana: es ámbar sobre perla.
Cuando mira, la muerte se halla en sus pupilas; la embriaguez se halla en sus mejillas, no en el vino.
El rey lo quería muchísimo. Mandó llamar a los visires, emires, grandes del imperio y magnates del reino y les hizo jurar, del modo más solemne, que reconocerían como rey a Badr Basim después de la muerte de su padre. Se lo juraron solemnemente y se alegraron de haberlo hecho, pues el rey era generoso con todo el mundo, hablaba con persuasión, hacía favores y no decía más que lo que era conveniente para las personas. Al día siguiente, el rey, los grandes del imperio, los emires y todos los soldados recorrieron la ciudad y regresaron a palacio. Al llegar cerca de éste, el rey se apeó y se puso al servicio de su hijo: él, los emires y los grandes del reino le llevaron la gualdrapa: cada uno de los emires y de los grandes del reino llevaba la gualdrapa un momento. Avanzaron hasta llegar al vestíbulo del alcázar, mientras el príncipe seguía a caballo. Después se apeó, su padre y los emires lo abrazaron y lo hicieron sentar en el trono del reino. El padre y los emires se quedaron de pie ante él. Badr Basim gobernó a las gentes: depuso a los malvados, y nombró a los justos. Gobernó hasta poco antes del mediodía. Entonces se levantó del trono del reino y fue a ver a su madre. Chulnar la Marina, tocado con la diadema: parecía que era la luna. La madre, al verlo acompañado por el rey, que lo precedía, salió a su encuentro, lo besó, lo felicitó por haber conseguido el poder e hizo los votos de rigor por él y por su padre, deseándole larga vida y el triunfo sobre sus enemigos. El príncipe se sentó al lado de su madre y descansó. Al llegar la hora del asr, montó a caballo; los emires lo precedieron, y así llegaron al hipódromo en el que jugó con las armas acompañado por su padre y los grandes de su reino, hasta el anochecer. Después regresó al alcázar, siempre precedido por sus súbditos. Cada día montaba a caballo, iba al hipódromo, y de regreso se sentaba a gobernar a las gentes, haciendo justicia al Emir y al pobre.
Así siguió durante un año entero. Después aprendió a salir de caza y recorrió los países y las regiones de las que era soberano, instaurando la paz y la tranquilidad y obrando como obran los reyes. En fuerza, valentía y justicia era único entre las gentes de su tiempo.
Cierto día, el rey, padre de Badr Basim, enfermó. Su corazón latió con fuerza y se dio cuenta de que iba a trasladarse a la morada eterna. La enfermedad fue agravándose hasta que estuvo a punto de morir. Mandó llamar a su hijo y le recomendó que se cuidase de sus súbditos, de su madre, de los grandes del reino y de todos sus cortesanos. Pidió a éstos que jurasen obediencia por segunda vez a su hijo del modo más solemne. Después de esto vivió unos cuantos días, y luego se fue al seno de la misericordia de Dios (¡ensalzado sea!). Su hijo Badr Basim, su esposa Chulnar, los emires, los visires y los grandes del reino, quedaron muy tristes, construyeron un mausoleo y lo enterraron en él. Guardaron luto durante un mes entero. Salih, hermano de Chulnar, la madre de ambos y sus primas acudieron a dar el pésame por la muerte del rey. Dijeron: «¡Chulnar! El rey ha muerto y le ha sucedido este experto muchacho; quien deja un sucesor como éste no muere: este muchacho es incomparable, es un león valiente…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y cuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [los familiares de Chulnar prosiguieron:] »…una luna reluciente». A continuación se presentaron ante el rey Badr Basim los grandes del reino y los magnates y le dijeron: «¡Rey! No hay inconveniente en entristecerse por la muerte del rey, pero la tristeza sólo es propia de las mujeres. No te entristezcas por la muerte de tu padre: ya ha muerto y te ha dejado como sucesor. Quien deja un heredero como tú, no muere». Siguieron consolándolo y tranquilizándolo. Lo llevaron al baño, y al salir de él se puso un traje precioso, tejido en oro e incrustado de aljófares y jacintos; colocó la corona del rey encima de su cabeza y se sentó en el trono del reino para arreglar los asuntos de la gente, hacer justicia al débil frente al fuerte y dar su derecho al pobre frente al Emir. Sus súbditos lo quisieron muchísimo, y así siguió todo durante un año. Frecuentemente acudía a visitarlo su familia marina. Su vida fue cómoda y tranquila durante largo espacio de tiempo.
Cierta noche su tío fue a visitar a Chulnar. La saludó. Ella salió a su encuentro, lo abrazó y lo hizo sentar a su lado. Le preguntó: «¡Hermano mío! ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo se encuentran mi madre y mis primas?» «¡Hermana! Se encuentran perfectamente y felices. Sólo les falta el ver tu rostro.» Chulnar le dio algo de comer. Comió y hablaron. Salih citó la hermosura, la belleza, las buenas proporciones, la caballerosidad y el recto entendimiento del rey Badr Basim. Éste se encontraba tumbado. Cuando oyó que su madre y su tío lo citaban y hablaban de él, fingió dormir y prestó atención a sus palabras. Salih dijo a su hermana Chulnar: «Tu hijo tiene ya diecisiete años y aún no se ha casado. Tememos que le ocurra alguna cosa y no tenga hijos. Querría casarlo con una reina del mar que tuviera su belleza y su hermosura». «¡Cítamelas, pues yo las conozco!», replicó Chulnar. Empezó a enumerarlas una detrás de otra, pero la princesa objetaba: «Ésta no la quiero para mi hijo. Sólo lo casaré con aquella que sea su igual en belleza y hermosura; en recto entendimiento y en piedad; en educación y honradez, y que pertenezca a su rango y a su linaje». Salih le dijo: «¡No conozco ninguna otra princesa del mar! Te he enumerado más de cien y no te ha gustado ni una sola. Pero, hermana mía, mira a ver si tu hijo duerme o no». La madre lo tocó y vio que mostraba los signos de estar dormido. Le contestó: «Duerme. ¿Qué tienes que decirme? ¿Por qué quieres que duerma?» «¡Hermana mía! Me acuerdo de una de las hijas del mar que convendría a tu hijo, pero temo citarla si él está despierto, pues su corazón quedaría prendado de amor y tal vez no podamos obtenerla; él, nosotros y los grandes del reino nos fatigaríamos en vano. El poeta ha dicho:
El amor, cuando se inicia, es como una gota de agua; pero cuando alcanza su plenitud es como un amplio mar.»
Su hermana, al oír estas palabras, le pidió: «Dime de qué muchacha se trata, cómo se llama. Yo conozco a las princesas del mar y a las que no lo son. Si viese que le convenía, la pediría a su padre en matrimonio aunque tuviera que gastar por ella todo lo que poseo. Dime quién es y no temas, pues mi hijo está durmiendo». «Temo que esté despierto. El poeta ha dicho:
Lo he amado en cuanto me han mencionado sus cualidades: hay veces que el amor entra por el oído antes que por los ojos.»
Chulnar insistió: «Di, sé breve y no temas, hermano». «¡Por Dios, hermana! ¡La única que conviene a tu hijo es la reina Chawhara, hija del rey Samandal! Es tan bella, hermosa y guapa como él, y no hay en la tierra ni en el mar mujer más graciosa ni más dulce. Es hermosa, guapa, esbelta y bien proporcionada: mejillas sonrosadas, frente brillante, cabellos como ojos de hurí, caderas pesadas, talle esbelto y rostro hermoso; si lo volviese, avergonzaría a las vacas salvajes y a las gacelas; al andar llenaría de celos a la rama de sauce; si se quitase el velo avergonzaría al Sol y a la Luna y haría sus siervos a quienes la viesen. Sus labios son dulces y sus formas graciosas». Al oír las palabras de su hermano, replicó: «¡Hermano mío! ¡Por Dios que dices la verdad! Yo la he visto muchas veces, pues fue mi compañera cuando las dos éramos pequeñas, pero ahora no nos reconoceríamos a causa de la lejanía. Hace ahora dieciocho años que no la veo. ¡Por Dios! ¡Sólo ella conviene a mi hijo!» Badr Basim había oído y comprendido todas las palabras que habían dicho desde el principio hasta el fin: había oído también la descripción de la muchacha citada por Salih, es decir, Chawhara, hija del rey Samandal, y se había enamorado de oídas. Fingió que seguía durmiendo mientras que en su corazón, y por su causa, prendía una llama de fuego y se ahogaba en un mar cuyas costas no se encuentran y en el que no hay reposo.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Salih miró a su hermana Chulnar y dijo: «¡Por Dios, hermana mía! Ningún rey del mar es tan estúpido como su padre ni tan violento como él. No digas nada a tu hijo de esa muchacha hasta que la hayamos pedido a su padre. Si éste consiente, daremos gracias a Dios (¡ensalzado sea!). Si rehúsa y no la casa con tu hijo, nos quedaremos tranquilos y pediremos otra princesa». Chulnar concluyó: «¡Tu opinión es buena!» ambos callaron y se fueron a dormir.
Pero en el corazón de Badr Basim había prendido una llama de amor por la reina Chawhara. Ocultó lo que le ocurría y no dijo nada ni a su madre ni a su tío, a pesar de que, a causa de su amor, estaba sobre brasas. Al día siguiente, tío y sobrino fueron al baño y se lavaron. Salieron y bebieron los sorbetes; les acercaron la comida. El rey Badr Basim, su madre y su tío comieron hasta quedar hartos. Se lavaron las manos. Salih se puso de pie y dijo al rey y a su madre, Chulnar: «Con vuestro permiso he resuelto marcharme al lado de mi madre, pues ya hace algunos días que estoy con vosotros. La familia debe estar preocupada por mí y me esperará». El rey Badr Basim dijo a su tío Salih: «¡Quédate hoy con nosotros!» Éste le hizo caso, el rey añadió: «Ven al jardín conmigo, tío». Fueron al jardín y empezaron a pasear y a distraerse. Badr Basim se sentó debajo de un árbol que daba sombra, disponiéndose a descansar y dormir. Pero el recordar la descripción de la muchacha, hecha por su tío Salih, lo hermosa y lo guapa que era, rompió a llorar con abundantes lágrimas y recitó estos versos:
Si se me dijera, mientras la llama del fuego arde, y el fuego prende en el corazón y en las vísceras:
«¿Qué es lo que prefieres? ¿Ver a la persona amada, o un sorbo de agua cristalina?». Contestaría: «Verla».
Se quejó, gimió, lloró y recitó estos versos:
«¿Quién me protege del amor de una graciosa gacela que tiene un rostro como el sol o tal vez más hermoso?»
Mi corazón no sentía inquietud por su amor, pero ha prendido en él la llama de amor por la hija de Samandal.
Su tío, Salih, al oír estas palabras, dio una palmada y exclamó: «¡No hay más dios que Dios! ¡Mahoma es el mensajero de Dios! ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande!» A continuación le preguntó: «¡Hijo mío! ¿Oíste lo que hablé con tu madre referente a la reina Chawhara? ¿Oíste la descripción de sus cualidades?» Badr Basim contestó: «Sí, tío. Escuché vuestras palabras y me he enamorado de oídas. Mi corazón ha quedado prendado, y no tengo paciencia para estar lejos de ella». «¡Rey! Permite que vuelva junto a tu madre y la informe del asunto. Le pediré permiso para llevarte conmigo y para pedir la mano de la reina Chawhara en tu nombre. Después nos despediremos, y yo y tú regresaremos junto a tu madre. Temo que ésta se enfade conmigo si te llevo sin su permiso; tendría razón de enfadarse, pues yo sería la causa de vuestra separación, del mismo modo que fui la causa de que ella se marchase de nuestro lado. Además, la ciudad quedaría sin rey, y tus súbditos no tendrían quien los gobernara y se preocupara de sus asuntos. Los asuntos del Estado redundarían en tu perjuicio, y el reino se escaparía de tu mano.» Badr Basim, oídas las palabras de su tío Salih, objetó: «Sábese tío, que si vuelvo al lado de mi madre para pedirle consejo, no me permitirá marcharme. Ni volveré a su lado ni le pediré jamás consejo». Rompió a llorar ante él y siguió: «Me iré contigo sin que ella lo sepa. Después volveré». Al oír las palabras de su sobrino, quedó perplejo y respondió: «¡Pido auxilio a Dios, (¡ensalzado sea!) en cualquier circunstancia!» Salih al verlo en esta situación, al darse cuenta de que no quería regresar junto a su madre y que, en cambio, quería marcharse con él, sacó de su dedo un anillo que tenía grabados algunos nombres de Dios, (¡ensalzado sea!), y se lo entregó al rey Badr Basim. Le dijo: «Póntelo en el dedo: nunca te ahogarás, y estarás a cubierto de los daños que pudieran causarte los animales y peces marinos». El rey Badr Basim cogió el anillo que le daba su tío Salih y lo colocó en su dedo. A continuación, ambos se sumergieron en el mar.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y seis, refirió:
—Me he enterado ¡oh rey feliz!, de que marcharon sin descanso hasta llegar al alcázar de Salih. La abuela, la madre de su madre, estaba sentada y rodeada por sus allegados. Vio al rey. Éste y Salih entraron y le besaron las manos. La abuela se puso de pie, lo abrazó y lo besó entre los ojos. Dijo: «¡Que tu venida sea bendita, hijo mío! ¿Cómo has dejado a tu madre Chulnar?» «Está perfectamente bien y en buena salud. Te saluda a ti y a sus primas.» A continuación, Salih explicó a su madre lo que le había sucedido con su hermana, Chulnar, y que el rey Badr Basim se había enamorado de la reina Chawhara, hija del rey Samandal, de oídas; le explicó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: «Él ha venido para pedirla a su padre por esposa». La abuela del rey Badr Basim se enfadó mucho con Salih al oír sus palabras; se turbó, se apesadumbró y dijo: «¡Hijo mío! Has cometido una falta al citar a la reina Chawhara, hija del rey Samandal, ante el hijo de tu hermana. Sabes que el rey Samandal es un estúpido que carece de entendimiento, violento y que no está dispuesto a ceder a su hija Chawhara en matrimonio. Todos los reyes del mar la han pedido por esposa y él no ha aceptado, no ha complacido a ninguno de ellos; al contrario, los ha rechazado, diciéndoles: “¿Quiénes sois vosotros comparados con su belleza, hermosura y otras cosas?” Tememos pedirla por esposa a su padre, pues nos la negaría como se la ha negado a otros. Nosotros somos personas de honor y volveríamos humillados». Salih replicó a las palabras de su madre: «¡Madre mía! ¿Qué hay que hacer? El rey Badr Basim se ha enamorado de esa muchacha al oír que yo se la describía a mi hermana Chulnar. Es necesario que se la pidamos por esposa a su padre, aunque yo tenga que dilapidar todo mi reino. El muchacho dice que si no se casa morirá de amor por ella». Añadió: «Sabe que mi sobrino es tan hermoso y tan guapo como ella. Su padre era rey de todos los persas, y ahora lo es él. Es el único hombre que conviene a Chawhara. Estoy resuelto a coger joyas, jacintos y prendas y llevárselas a Samandal como regalo de él. Le pediré su hija en matrimonio. Si se negase alegando que él es un rey, le contestaría que el muchacho también es un rey, hijo de rey; si alegase que la muchacha es hermosa, le respondería que Badr Basim es más hermoso que ella; si alegara la extensión de su reino, le replicaría que el reino de mi sobrino es mayor que el suyo o el de su padre, que tiene más soldados y servidores y, en verdad, su reino es mayor que el del padre de la princesa. He de darme prisa en llevar a término el deseo de mi sobrino pues de lo contrario perdería el descanso, ya que yo soy el culpable de todo esto, y ya que yo lo he arrojado al mar en busca de esa muchacha, me apresuraré a casarlo con ella. Dios (¡ensalzado sea!) me auxiliará en esto». Su madre le dijo: «Haz lo que quieras, pero guárdate de excitarlo al hablar con él, pues ya conoces su estupidez y violencia. Temo que te maltrate, puesto que no reconoce el poder de nadie». «Oír es obedecer», concluyó Salih. Se incorporó, cogió dos sacos repletos de aljófares, jacintos, varitas de esmeraldas, metales preciosos y toda clase de gemas. Las hizo cargar a hombros de sus pajes y se marchó con éstos y su sobrino al alcázar del rey Samandal. Le pidió audiencia y se la concedió. Una vez ante él, besó el suelo y lo saludó con buenas palabras. El rey Samandal, al verlo, salió a su encuentro, lo trató con los máximos honores y le mandó que se sentase. Una vez hubo ocupado su sitio, le dijo: «¡Bendita sea tu llegada! ¡Te has hecho esperar, Salih! Dinos cuál es tu deseo para que lo satisfagamos». Salih se puso de pie, besó el suelo otra vez y le dijo: «¡Rey del tiempo! Mi deseo sólo pueden satisfacerlo Dios y el rey valeroso, el león valiente por cuyo magnífico nombre viajan los caminantes; su generosidad, su magnanimidad, gracia, perdón y dones, se han divulgado por todas las regiones y países». Abrió los dos sacos, extrajo los aljófares y todo lo que contenían y lo extendió ante Samandal. Le dijo: «¡Rey del tiempo! ¡Acepta mi regalo, concédeme tu favor! Al recibirlo dejarás obligado a mi corazón».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y siete refirió:
—Me he enterado ¡oh rey feliz!, de que Samandal preguntó: «¿Por qué me haces este don? Cuéntame tu historia y dime qué necesitas. Si puedo solucionar tu asunto, lo solucionaré ahora mismo y no tendrás que esforzarte en tu necesidad; pero si así no fuese, recuerda que Dios sólo impone al alma lo que puede soportar». Salih se incorporó, besó el suelo tres veces y dijo: «¡Rey del tiempo! Tú tienes poder para solucionar mi necesidad: está en tu mano y tú eres su señor. No puedo imponer al rey una fatiga innecesaria ni estoy loco para pedirle algo que no esté en su mano. Un sabio ha dicho: “Si quieres ser obedecido, pide lo que se pueda hacer”. El rey —al que Dios guarde— puede resolver el asunto que me ha traído aquí». «¡Pide tu deseo, explícame tu asunto y solicita lo que quieres!» «¡Rey del tiempo! Sabe que he venido a ti para implorar, para pedir a la perla única, a la joya virgen, a la reina Chawhara, hija de nuestro señor. ¡No defraudes al que ha venido hasta ti!» El rey, al oír estas palabras, rompió a reír hasta caerse de espaldas, y se burló diciendo: «¡Salih! ¡Creía que eras un hombre inteligente, un buen muchacho que sólo procuraba conseguir lo que es justo y que sólo hablaba con rectitud! ¿Qué te ha pasado por la cabeza para pedir algo así y tener una idea tan loca como la de pedirme en matrimonio a la hija de los reyes que tienen países y regiones? ¿Es que tú puedes llegar a rango tan alto? ¿Es que tu entendimiento ha disminuido hasta el punto de dirigirme estas palabras?» Salih replicó: «¡Que Dios conceda salud al rey! Yo no la pido para mí, aunque podría hacerlo porque soy su igual y aún más que tú, ya que, como sabes, mi padre era un rey de los reyes del mar, aunque tú lo seas hoy. Pero yo sólo la pido en matrimonio para el rey Badr Basim, señor de las regiones persas. Su padre era el rey Sahramán, y sabes que era de carácter violento. Si crees que eres un gran rey, piensa que Badr Basim lo es más que tú; si tu hija es bella, Badr Basim es más hermoso, más bien formado, de mejor posición y más pura estirpe que ella; él es el caballero de nuestro tiempo. Si accedes a lo que te pido —¡oh rey del tiempo!—, las cosas quedarán en su sitio, pero si te creces ante nosotros, no nos tratarás con justicia ni seguirás el camino recto. Has de saber que la reina Chawhara, hija de nuestro señor el rey, ha de casarse, puesto que el sabio dice: “A la mujer sólo le quedan el matrimonio o la tumba”. Si te decides a casarla, el hijo de mi hermana es preferible a todas las demás gentes». El rey se puso furioso al oír las palabras de Salih, y poco le faltó para perder la razón y para que el alma abandonase su cuerpo. Le replicó: «¡Perro de los hombres! ¿Seres como tú se atreven a dirigirme tales palabras, a citar a mi hija en la audiencia, a asegurar que el hijo de tu hermana Chulnar tiene el mismo rango que mi hija? ¿Quién eres tú? ¿Quién es tu hermana? ¿Quién es su hijo? ¿Quién es su padre? ¿Cómo puedes dirigirme tales palabras y pronunciar semejante discurso? Vosotros sois perros comparados con ella». A continuación, llamó a sus pajes y les dijo: «¡Muchachos! ¡Coged la cabeza de esta carne de horca!» Desenvainaron las espadas, y Salih empuñó la suya. Lo acometieron, y Salih huyó hacia la puerta del alcázar. Cuando llegó a ésta, vio a sus primos, parientes, familiares y pajes, que constituían un grupo de más de mil caballeros acorazados de hierro, de cotas de malla. Empuñaban la lanza y las blancas espadas. Al ver que salía en aquel estado, le preguntaron: «¿Qué ocurre?» Les refirió lo sucedido. Su madre los había enviado para que le prestasen auxilio. Al oír las explicaciones, comprendieron que el rey era un estúpido, un tirano. Saltaron del lomo de sus caballos, desenvainaron las espadas y entraron en el alcázar en busca del rey Samandal. Lo encontraron sentado en el trono de su reino, sin preocuparse por ellos y furioso contra Salih. Vieron a sus criados, pajes y auxiliares que no estaban preparados para la lucha. Samandal, al verlos con las espadas desenvainadas, gritó a sus hombres: «¡Ay, de vosotros! ¡Coged la cabeza de esos perros!» En pocos momentos, la gente del rey Samandal quedó vencida y emprendió la fuga. Salih y sus hombres cogieron a Samandal y lo ataron.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y ocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Chawhara, al despertarse, se enteró de que su padre había sido hecho prisionero y de que sus servidores habían muerto. Salió del alcázar y huyó a una isla, donde se subió a un árbol alto y se ocultó en la copa.
En el momento del choque entre los dos bandos, algunos soldados del rey Samandal habían huido. Badr Basim los había visto y les había preguntado por lo sucedido. Le refirieron lo acaecido. Al oír que el rey Samandal había caído prisionero, Badr Basim huyó, pues se dijo: «Esta guerra ha empezado por mi causa. Es a mí a quien buscan». Emprendió la fuga en busca de la salvación sin saber adónde se dirigía. Los eternos hados lo llevaron a la isla en que se encontraba Chawhara, la hija del rey Samandal. Llegó junto al mismo árbol y se tumbó para descansar, ¡pero no sabía que aquel a quien se busca no tiene reposo y que nadie conoce lo que los hados le ocultan! Mientras estaba tumbado levantó la mirada hacia la copa del árbol y descubrió a Chawhara. Vio que era como la luna cuando surge por el horizonte. Exclamó: «¡Gloria al Grande de este ser portentoso! ¡Él es el Creador de todas las cosas y es todopoderoso! ¡Gloria a Dios, el Altísimo, el Creador de las formas! ¡Por Dios! Si es cierto lo que creo, ésta es Chawhara, la hija del rey Samandal. Es de suponer que cuando se ha enterado de la guerra, ha huido y llegado hasta esta isla, ocultándose en la copa de este árbol. Si no es la reina Chawhara, se trata de una mujer más hermosa que ella». Se quedó pensando en esto, y se dijo: «Me acercaré a ella y le preguntaré por su situación. Si es Chawhara, yo mismo le pediré que se case conmigo. Éste es mi deseo». Se puso de pie y dijo a Chawhara: «¡Oh, máximo deseo! ¿Quién eres? ¿Quién te ha traído a este lugar?» Chawhara contempló a Badr Basim y vio que se parecía a la luna cuando se muestra entre un claro de negras nubes, se dio cuenta de que era esbelto y tenía una hermosa sonrisa. Contestó: «¡Persona de buenos modos! Yo soy la reina Chawhara, hija del rey Samandal. He venido a este lugar porque Salih y su ejército han combatido contra mi padre, han matado a sus soldados y han hecho prisionero a él y a algunos de sus hombres. He huido por temor de que me sucediera algo». Y añadió: «He huido por temor a que me matasen, y no sé lo que le habrá ocurrido a mi padre». El rey Badr Basim se admiró mucho al oír sus palabras, por esta prodigiosa coincidencia. Dijo: «No hay duda de que he conseguido mi deseo al quedar prisionero su padre». La miró y le dijo: «Baja, señora mía, pues yo soy víctima de tu amor: tus ojos me han hecho prisionero. Esta guerra y estas batallas se han desencadenado a causa de nosotros dos. Sabe que yo soy el rey Badr Basim, hijo del rey de los persas. Salih es mi tío materno, y ha acudido a visitar a tu padre para pedirte en matrimonio para mí. Yo he abandonado mi reino por tu causa. El que ahora nos hayamos encontrado constituye una extraordinaria casualidad. Ven, baja a mi lado e iremos los dos al alcance de tu padre. Yo pediré a mi tío Salih que lo ponga en libertad, y me casaré contigo de acuerdo con la Ley». Al oír las palabras de Badr Basim, Chawhara se dijo: «Por culpa de esta maldita carne de horca ha ocurrido esto: mi padre se encuentra prisionero, sus chambelanes y su séquito han muerto, y yo he tenido que escapar de mi palacio y venir, a la fuerza, a esta isla. Si no empleo con él una astucia con la que pueda reducirlo, él se apoderará de mí y conseguirá su deseo, ya que está enamorado, y no se reprende jamás al enamorado, cualquiera que sea la cosa que haga». Ella lo engañó con buenas palabras y suaves discursos, de tal modo que él no sospechó el engaño que había preparado en secreto. Le dijo: «¡Señor mío! ¡Luz de mis ojos! ¿Tú eres el rey Badr Basim, hijo de la reina Chulnar?» «Sí señora mía.»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cuarenta y nueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Chawhara exclamó:] «¡Que Dios haga pedazos a mi padre, haga desaparecer su reino y no le conceda consuelo ni lo libre del exilio! ¡Por Dios! Es un hombre corto de entendimiento y de escasa previsión si espera encontrar a un muchacho más hermoso que tú, de mejor contextura. ¡Rey del tiempo! No me reprendas por lo que él ha hecho. Si tú me quieres, yo te quiero mucho más, pues he caído en la red de tu amor y soy una de tus víctimas, ya que el amor que tú sientes ha pasado a mí, y en ti sólo ha quedado la décima parte del que yo siento». La joven descendió de la copa del árbol, se acercó a él, se aproximó, lo abrazó, lo estrechó contra su pecho y lo besó. El rey Badr Basim, al ver lo que hacía con él, notó que su amor por ella aumentaba, que su pasión crecía y creyó que lo amaba de verdad. Empezó a abrazarla y a besarla y a continuación dijo: «¡Reina! ¡Por Dios! Mi tío Salih sólo me ha descrito la cuadragésima parte de tus encantos y ni un solo cuarto de carate de los veinticuatro carates». Chawhara lo estrechó contra su pecho y pronunció unas palabras que él no entendió; luego le escupió en la cara y le dijo: «¡Abandona tu figura humana! ¡Transfórmate en un pájaro, en el más hermoso de los pájaros, con plumas blancas, pico y patas rojas!» Apenas había terminado de decirlo cuando el rey Badr Basim se convirtió en un pájaro más hermoso que los demás. Se sacudió, se quedó a sus pies y miró a Chawhara. Al lado de ésta había una sirvienta que se llamaba Marsina. La miró y le dijo: «¡Por Dios! ¡Si no temiera por mi padre, que está prisionero de su tío, lo mataría! ¡Que Dios no le conceda ningún bien! ¡Qué desgraciada ha sido para nosotros su llegada! Es el culpable de toda esta guerra. ¡Muchacha! Cógelo, llévalo a la Isla de la Sed y déjalo en ella para que muera de sed». La joven lo cogió y se lo llevó a la isla. Cuando se disponía a abandonarlo, se dijo: «¡Por Dios! El dueño de esta belleza y hermosura no merece morir de sed». Lo sacó de la Isla de la Sed y lo llevó a una isla que tenía muchos árboles, frutos y ríos. Lo dejó en ella, regresó junto a su señora y le dijo: «Lo he dejado en la Isla de la Sed». Esto es lo que se refiere a Badr Basim.
He aquí ahora lo que hace referencia a Salih, tío del rey Badr Basim. Cuando se hubo apoderado del rey Samandal y dado muerte a sus soldados y criados y hecho prisionero al soberano, fue en busca de Chawhara, pero no la encontró. Entonces regresó junto a su madre y le preguntó: «¡Madre mía! ¿Dónde está el hijo de mi hermana, Badr Basim?» «¡Por Dios, hijo mío! Lo ignoro; no sé adónde ha ido. Cuando se enteró de que estabas combatiendo contra el rey Samandal y que entre ambos se había iniciado la guerra, se asustó y huyó.» Salih sintió pena por su sobrino al oír las palabras de su madre. Dijo: «¡Madre mía! ¡Por Dios! Nos hemos portado mal con el rey Badr Basim. Temo que perezca o que caiga en poder de alguno de los soldados del rey Samandal, o bien que tropiece con él la hija del rey, Chawhara. Esto nos llenaría de vergüenza ante su madre, de la cual no recibiríamos ningún bien, ya que yo me lo llevé sin su permiso». Despachó en pos del rey a sus servidores y espías, que se distribuyeron por todas las regiones del mar. No encontraron ninguna noticia, por lo que regresaron a informar a Salih. La preocupación y la pena de éste fueron en aumento, y su pecho se acongojó por la desaparición del rey Badr Basim. Esto es lo que hace referencia al asunto del rey Badr Basim y de su tío Salih.
He aquí lo que se refiere a su madre, Chulnar la Marina: después de haber bajado al mar Badr Basim con su tío Salih, esperó el regreso del primero. Como tardase en tener noticias suyas, esperó muchos días, al cabo de los cuales se sumergió en el mar y fue a ver a su madre. Ésta, al verla, salió a recibirla, la besó, la abrazó y lo mismo hicieron sus primas. A continuación preguntó a su madre por el rey Badr Basim. Aquélla le contestó: «¡Hija mía! Llegó aquí con su tío. Éste cogió jacintos y aljófares y se marchó con el joven a visitar al rey Samandal para pedirle su hija en matrimonio. Éste no consintió y se excedió en palabras con tu hermano. Yo envié en auxilio de éste cerca de mil caballeros, y se inició la guerra entre éstos y los hombres del rey Samandal. Dios concedió la victoria a tu hermano, quien mató a soldados y cortesanos e hizo prisionero al rey Samandal. La noticia llegó hasta tu hijo, y éste, temiendo por él, huyó de nuestro lado sin que nosotros pudiéramos impedirlo. Desde entonces no ha vuelto ni sabemos nada de él». Chulnar preguntó por su hermano Salih, y la madre le dijo: «Está sentado en el trono del reino, en el sitio del rey Samandal. Ha averiguado en todas las regiones para saber algo de tu hijo o de la reina Chawhara». Chulnar, al oír las palabras de su madre, se entristeció mucho por la desaparición de su hijo y se enfadó con su hermano Salih, quien lo había llevado consigo y se había sumergido en el mar sin su permiso. Dijo: «Madre mía, temo que ocurra algo en nuestro reino, pues he venido a veros sin informar a ninguno de sus habitantes. Temo que si retraso mucho mi regreso, se altere el orden, y el poder se escape de nuestras manos. La mejor idea consiste en que yo regrese y despache sus asuntos hasta que Dios solucione el caso de mi hijo. Pero no os olvidéis de mi hijo, no os despreocupéis de él, pues si le ocurriese alguna desgracia, yo moriría sin remedio, ya que para mí sólo él existe en el mundo, y sólo disfruto porque él vive». «¡Hija mía! ¡De mil amores! No me preguntes si nos ha dolido su ausencia y su alejamiento.» La madre de Chulnar mandó personas a que lo buscasen, y la madre del muchacho regresó a su reino con el corazón triste, llorando y llena de angustia.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que esto es lo que a ella se refiere.
He aquí ahora lo que hace referencia al rey Badr Basim: la reina Chawhara lo había metamorfoseado en pájaro y ordenado a una criada que lo llevase a la Isla de la Sed, diciéndole: «Déjalo en ella para que muera de sed». Pero la criada lo había dejado en una isla verde, con frutos, árboles y ríos. Empezó a comer los frutos y a beber de los ríos, y así siguió durante días y noches, conservando siempre su figura de pájaro, sin saber adónde dirigirse, pues no sabía volar. Cierto día, llegó un cazador dispuesto a cazar algo con que alimentarse. Vio al rey Badr Basim, que tenía el aspecto de un pájaro de plumas blancas con el pico y las patas rojos; cautivaba el corazón de quien lo veía, y dejaba encandilado el entendimiento. El cazador lo miró y quedó boquiabierto. Se dijo: «Éste es un pájaro estupendo. Jamás he visto otro tan bello como él y con esa forma». Tiró la red, lo cazó, entró con él en la ciudad y se dijo: «Lo venderé y cobraré buen precio». Un habitante de la ciudad salió a su encuentro y le preguntó: «¡Cazador! ¿Cuánto cuesta este pájaro?» «Si lo compras, ¿qué harás de él?» «Lo degollaré y me lo comeré.» «Mi corazón no quiere que sea degollado ni comido este pájaro. Quiero regalarlo al rey, el cual me dará más dinero del que tú me darías y no sólo no lo degollará, sino que lo contemplará, pues se extasiará en su hermosura y belleza. Yo, que soy cazador, no he visto en toda mi vida, ni en el mar ni en la tierra, un pájaro como éste. Si tú lo quisieras, me darías como máximo un dírham, y yo, ¡por Dios, el Altísimo!, no lo venderé.» A continuación, el cazador se dirigió a la casa del rey. Éste, al ver la belleza y la hermosura del animal y el color rojo del pico y de las patas, mandó a un criado que lo comprase. Éste se acercó al cazador y le preguntó: «¿Vendes este pájaro?» «No, es un regalo que ofrezco al rey.» El criado lo cogió, lo llevó ante el rey y repitió a éste lo que le había dicho el cazador. El rey lo cogió y entregó diez dinares al cazador. Éste los aceptó, besó el suelo y se marchó. El criado llevó el pájaro al alcázar del rey, lo metió en una buena jaula, la colgó y le puso comida y bebida. El rey, al bajar, preguntó al criado: «¿Dónde está el pájaro? Tráelo para que lo vea, pues ¡por Dios que es magnífico!» El criado lo colocó ante el rey, y éste comprobó que no comía nada. Exclamó: «¡Por Dios! No sé por qué no come para alimentarse». Después mandó que le sirviesen de comer. Acercaron las mesas, y el rey se puso a comer. El pájaro, al ver la carne, la comida, los dulces y la fruta comió de todo lo que había en el mantel que estaba ante el rey. Éste quedó perplejo y admirado de que comiera de aquello, y lo mismo ocurrió a todos los que estaban presentes. El rey dijo a los criados y a los mamelucos que estaban a su alrededor: «¡En mi vida he visto un pájaro que comiera como éste!» Mandó que fuesen a buscar a su esposa para que lo viera. El criado fue a sus habitaciones, y cuando estuvo ante ella, le dijo: «¡Señora mía! El rey te manda a buscar para que veas el pájaro que ha comprado. Cuando hemos servido la comida, ha saltado de su jaula, ha caído en la mesa y está comiendo de todo lo que hay en ella. Ven, señora mía, y lo verás. Es de buen ver, y constituye uno de los prodigios del tiempo». Al oír las palabras del criado, la reina fue apresuradamente a verlo. Observó al pájaro, se tapó la cara y se marchó. El rey corrió tras ella y le preguntó: «¿Por qué te has tapado la cara si sólo estaban las criadas y los criados que tienes a tu servicio, y tu esposo?» «¡Rey! Ese pájaro no es un pájaro: es un hombre como tú.» Al oír las palabras de su esposa, le dijo: «¡Mientes! ¡Estás gastándome una broma! ¿Cómo puede no ser un pájaro?» «¡Por Dios! No te gasto ninguna broma; te digo toda la verdad. Ese pájaro es el rey Badr Basim, hijo del rey Sahramán, señor del país de los persas; su madre es Chulnar la Marina.»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y una, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el rey preguntó: «¿Y cómo ha llegado a esta forma?» «La reina Chawhara, hija del rey Samandal, lo ha metamorfoseado.» Seguidamente le contó todo lo que le había ocurrido, desde el principio hasta el fin: que había pedido a su padre, en matrimonio, a Chawhara; que aquél no había aceptado, que su tío Salih había combatido al rey Samandal, le había vencido y hecho prisionero. El rey quedó muy admirado al oír las palabras de su esposa. Esta reina, su mujer, era la bruja más experta de su tiempo. El rey le dijo: «¡Te conjuro, por mi vida, a que lo libres de su encantamiento y no lo dejes sufrir! ¡Que Dios (¡ensalzado sea!), corte la mano de Chawhara! ¡Qué mala, qué descreída es! ¡Cuán experta es en engaños y añagazas!» Su esposa dijo: «¡Badr Basim! ¡Entra en ese armario!» El rey le mandó que entrase, y Badr Basim, al oír las palabras del soberano, entró. La esposa del rey se tapó la cara, cogió una taza con agua y entró detrás de él. Pronunció unas palabras ininteligibles sobre el agua, y dijo: «¡Por el poder de estos nombres magníficos! ¡Por las aleyas solemnes! ¡Por Dios! (¡ensalzado sea!), ¡creador de los cielos y la tierra, que resucita a los muertos, distribuye el sustento y marca el fin de la vida! ¡Abandona la figura que tienes y recupera la figura con la que Dios te creó!» Apenas terminó de pronunciar estas palabras cuando el pájaro sufrió una conmoción y recuperó su primitiva forma. El rey comprobó que se trataba de un muchacho muy hermoso: en toda la tierra no había otro más bello. El rey Badr Basim, al verse en aquel estado, exclamó: «¡No hay más dios que Dios! Mahoma es el mensajero de Dios. ¡Gloria al Creador de las criaturas, al que concede el sustento y marca el fin de la vida!» Luego besó la mano del rey e hizo votos por una larga vida. El rey besó a Badr Basim en la cabeza y le dijo: «¡Badr Basim! ¡Cuéntame tu historia, desde el principio hasta el fin!» Le refirió todo lo que le había sucedido, sin ocultarle nada. Después, el rey dijo: «¡Badr Basim! Dios te ha librado de la brujería. ¿Qué es lo que piensas hacer? ¿Qué vas a emprender?» «¡Rey del tiempo! Pido de tu generosidad que hagas preparar una embarcación, un grupo de tus criados y todo lo que pueda necesitar: hace mucho tiempo que estoy ausente, y temo que el reino se me escape. No creo que mi madre siga con vida, dado que yo estoy separado de ella. Lo más probable es que haya muerto de tristeza, ya que no sabe lo que me ha ocurrido e ignora si estoy vivo o muerto. Te pido, ¡oh, rey!, que completes tus favores para conmigo concediéndome lo que te he pedido.» El rey accedió al contemplar su belleza, hermosura y elocuencia. Dijo: «¡Oír es obedecer!» Mandó aparejar una nave y embarcó en ella todo lo que podía serle necesario, y un grupo de sus criados se fue con él. Después de despedirse del rey, Badr Basim embarcó y zarparon. Recorrieron el mar con la ayuda del viento y navegaron ininterrumpidamente durante diez días. Al undécimo día se levantó un viento huracanado, y la nave empezó a subir y a bajar. Los marinos no podían gobernarla y siguieron en esta situación. Las olas jugaban con ellos y los arrastraban hacia los arrecifes, contra los cuales acabó por estrellarse la nave. Se ahogaron todos menos el rey Badr Basim, quien logró asir un madero cuando ya estaba a punto de perecer. El mar arrastró el madero sin que el rey supiese adónde iba ni encontrase medio alguno de dominarlo. El agua y los vientos siguieron arrastrando el madero durante tres días; al cuarto fue a parar a la costa. En ella encontró una ciudad blanca como una paloma. Estaba edificada en una isla, junto a la orilla del mar; tenía altos contrafuertes, hermosos edificios, elevadas paredes, y el mar se estrellaba contra sus murallas. El rey Badr Basim, al ver la isla y comprobar que había en ella una ciudad, se alegró muchísimo, pues estaba a punto de morir de hambre y de sed. Llegó a tierra y se dispuso a subir a la ciudad. Una serie de mulos, asnos y caballos, tan numerosos como los granos de arena, se acercaron a él, lo empujaron y le impidieron que se apartase del mar y subiese a la ciudad. Entonces, a nado, fue hacia la parte posterior de la ciudad y puso pie en tierra: no encontró a nadie. Se dijo: «¡Ojalá supiera a quién pertenece esta ciudad, ya que no tiene rey, ni nadie la habita! ¿De dónde procederán aquellos mulos, asnos y caballos que me han impedido entrar?» Mientras pensaba esto, andaba sin saber adónde iba. Más tarde vio a un viejo. El rey Badr Basim, al acercarse, lo saludó. El viejo le devolvió el saludo y lo miró. Lo encontró hermoso y le dijo: «¡Muchacho! ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha traído a esta ciudad?» Él contó toda su historia, desde el principio hasta el fin, y el viejo le preguntó: «¡Hijo mío! ¿No has encontrado a nadie en tu camino?» «No, padre. Pero me admira el que esta ciudad carezca de habitantes.» El jeque le dijo: «¡Hijo mío! Sube a la tienda para evitar tu muerte». Badr Basim subió y se sentó en la tienda. El jeque le dio algo de comer y le dijo: «¡Hijo mío! ¡Pasa al interior de la tienda! ¡Gloria a Quien te ha salvado del demonio de vieja!» El rey Badr Basim se asustó mucho. Comió lo que le ofrecía el jeque, hasta quedar harto, se lavó las manos y, mirando a su huésped, preguntó: «¡Señor mío! ¿Cuál es la causa de tus palabras? Me haces sentir miedo de la ciudad y de sus habitantes». El jeque le contestó: «Sabe, hijo mío, que ésta es una ciudad encantada, cuya dueña es una reina bruja que parece un demonio; es sacerdotisa, bruja, traidora y enredadora. Los caballos, mulos y asnos que has visto eran seres como tú y como yo, hijos de Adán, pero forasteros. Todo aquel que llega hasta aquí y es joven como tú, es prendido por esa bruja descreída. Vive con él durante cuarenta días, al cabo de los cuales lo encanta transformándole en un mulo, o en un caballo, o en un asno, o en uno de esos animales que has visto a orillas del mar.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y dos, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el viejo prosiguió:] »Ha embrujado a todos los habitantes de la ciudad. Cuando tú intentaste poner pie en tierra, temieron que te embrujara como a ellos y te dijeron por señas, pues tuvieron compasión de ti: “No subas para que no te vea la bruja. Tal vez haga contigo lo mismo que hizo con nosotros”. La bruja se ha apoderado de esta ciudad con su magia. Se llama la reina Lab, lo cual, en árabe, quiere decir “Ecuación del Sol”.» El rey Badr Basim, al oír estas palabras, se asustó muchísimo y empezó a temblar como si fuese una caña azotada por el viento. Exclamó: «¡Ya me creía salvado de la aflicción en que me encontraba por causa de la magia, cuando he aquí que los hados me arrojan a un lugar aún peor!» Se quedó meditando en lo que le sucedía. El jeque lo observó y vio que estaba lleno de miedo. Le dijo: «¡Hijo mío! ¡Ven, siéntate en la entrada de la tienda y observa a las criaturas! Fíjate en sus vestidos, en sus colores, y cómo están embrujadas. No temas, pues la reina y toda la ciudad me aprecian y me tratan bien: ni me atemorizan el corazón ni preocupan el pensamiento». El rey Badr Basim, al oír aquellas palabras, salió y se sentó en el umbral de la puerta a observar. La gente cruzaba por delante; vio que estaba constituida por un número incalculable. Al ver al muchacho, se aproximaron al viejo y le preguntaron: «¡Jeque! ¿Éste es el que has cazado o has hecho prisionero hoy?» «Es el hijo de mi hermano. Habiéndome enterado de que su padre había muerto, lo mandé a buscar y lo traje aquí para apagar el fuego de la pasión que me inspira.» «Este muchacho tiene una hermosa juventud, y tememos que la reina Lab, jugándote una mala pasada, te lo arrebate, ya que ama a los jóvenes hermosos.» «La reina no desobedecerá mis órdenes, pues ella me trata con miramientos y me ama. Cuando sepa que es mi sobrino, no se atreverá a tocarlo, ni le hará el menor daño, ni me causará preocupaciones con él.» El rey Badr Basim permaneció muchos meses con el jeque. Comió y bebió, y el viejo le tomó gran afecto.
Cierto día, según su costumbre, Badr Basim estaba sentado en la tienda del viejo. De pronto aparecieron mil criados con espadas desenvainadas y distintas clases de vestidos, ceñidos con cinturones incrustados de aljófares. Montaban caballos de raza árabe y ceñían espadas indias. Al llegar ante la tienda del viejo, lo saludaron y siguieron adelante. Tras ellos aparecieron mil criadas, que parecían otras tantas lunas. Llevaban vestidos de raso y seda, bordados en oro y repujados con aljófares de todas las clases. Todas empuñaban lanzas. En el centro iba una muchacha, a lomos de una yegua árabe, que llevaba una silla de oro incrustada con toda clase de aljófares y jacintos. Avanzaron sin interrupción hasta llegar a la tienda del viejo. Lo saludaron y siguieron adelante. Luego apareció la reina Lab, acompañada por un gran cortejo. Avanzó hasta llegar a la tienda del jeque. Distinguió al rey Badr Basim, que estaba sentado en ella: parecía la luna en el día del plenilunio. La reina Lab, al verlo, se quedó asombrada de su belleza y hermosura, boquiabierta, y se enamoró de él. Se acercó a la tienda, se apeó y se sentó junto al rey Badr Basim. Preguntó al jeque: «¿De dónde has sacado esta belleza?» «Es mi sobrino. Hace poco que ha venido.» «¡Déjale que pase una noche conmigo para que pueda hablar con él!» «¿Pero sin embrujarlo?» «¡Sí!» «¡Júramelo!» La reina le juró que no le causaría daño alguno ni lo embrujaría. A continuación ordenó que le llevasen una hermosa yegua ensillada y embridada con riendas de oro. Todo lo que llevaba la montura era oro incrustado de aljófares. Regaló mil dinares al jeque y le dijo: «¡Que te sirvan de ayuda!» La reina Lab se llevó consigo al rey Badr Basim. Éste parecía la luna en la noche decimocuarta. Acompañó a la reina. Todos los espectadores contemplaban su hermosura y se lamentaban diciendo: «¡Por Dios! ¡Este muchacho no merece que lo embruje esta maldita!» El rey Badr Basim oía las palabras de la gente y callaba, pues se había confiado a Dios (¡ensalzado sea!).
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y tres, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que cabalgaron hasta llegar a la puerta del alcázar, seguidos por su séquito. Al llegar ante ésta echaron pie a tierra los criados, los emires y los grandes del reino. La reina ordenó a los chambelanes que diesen orden de marcharse a los grandes del reino. Éstos besaron el suelo y se fueron. La reina, los criados y las jóvenes entraron en el alcázar. El rey Badr Basim observó y vio un palacio como nunca había visto otro igual: sus paredes estaban construidas con oro, y en el centro del mismo, en un jardín, había una gran alberca con mucha agua. Clavó la vista en el jardín y vio que estaba repleto de pájaros que cantaban con trinos y gorjeos, alegres y tristes; dichos pájaros tenían toda clase de formas y colores. El rey Badr Basim comprendió que se trataba de un gran reino. Exclamó: «¡Gloria a Dios, que con su generosidad y magnanimidad concede el alimento incluso a quien no lo adora!» La reina se sentó junto a una ventana para contemplar el jardín. Estaba en un estrado de marfil, sobre el cual había un elevado colchón. El rey Badr Basim se sentó a su lado. Ella le besó y le estrechó contra su pecho. Después mandó a los criados que acercasen la mesa. Pusieron una mesa de oro rojo, incrustada de perlas y aljófares, sobre la cual había guisos de todas clases. Ambos comieron hasta quedar hartos; después se lavaron las manos. Las esclavas les llevaron vasos de oro, plata y cristal, flores de todas clases y bandejas de fruta seca. La reina mandó llamar a las cantoras. Acudieron diez esclavas que parecían lunas. Llevaban toda clase de instrumentos musicales. La reina llenó una copa y la bebió; luego llenó otra y se la entregó al rey Badr Basim. Éste la cogió y la bebió. Así siguieron bebiendo hasta quedar hartos. La reina mandó a las jóvenes que cantaran toda clase de melodías, y el rey Badr Basim creyó que hasta el alcázar bailaba de alegría: se sintió transportado, feliz, y olvidó que se encontraba en tierra extraña. Se dijo: «Esta reina es una hermosa muchacha. Jamás me marcharé de su lado, ya que su reino es mayor que el mío, y ella es más guapa que la reina Chawhara». Siguió bebiendo en su compañía hasta la caída de la tarde. Entonces encendieron los candiles y las velas, se quemaron perfumes en los pebeteros, y ambos siguieron bebiendo hasta embriagarse. Las cantoras seguían cantando. Cuando la reina Lab estuvo borracha, se levantó de su sitio, se tendió en el lecho y mandó a las esclavas que se marchasen. A continuación mandó al rey Badr Basim que durmiese a su lado. Éste pasó la noche con ella dándose la mejor vida.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y cuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que la reina, al despertarse, entró en el baño que había en el alcázar. El rey Badr Basim la acompañó. Ambos se lavaron. Al salir del baño, la reina le regaló preciosos vestidos y mandó que les llevasen la vajilla de beber. Las esclavas la acercaron. Bebieron. La reina se puso de pie, cogió de la mano al rey Badr Basim y los dos se sentaron en el trono. Ordenó que sirviesen la comida y comieron. Se lavaron las manos. Las criadas les acercaron vasos para beber, frutas, flores y frutas secas. Comieron y bebieron, y las esclavas cantaron toda suerte de melodías hasta la caída de la tarde. Siguieron comiendo, bebiendo y divirtiéndose durante cuarenta días. Entonces, la reina preguntó: «¡Badr Basim! ¿Qué es mejor, este lugar o la tienda de tu tío el verdulero?» «¡Por Dios, reina! Esto es mucho mejor. Mi tío es un asceta que vende verduras.» La reina se echó a reír al oír sus palabras. Durmieron del mejor modo hasta la llegada de la mañana. Al despertarse, el rey Badr Basim no encontró a su lado a la reina Lab. Exclamó: «¡Ojalá supiera adonde ha ido!» Empezó a inquietarse por su ausencia y quedó perplejo. Ella estuvo ausente largo tiempo. El rey se preguntó: «¿Adonde habrá ido?» Se vistió y empezó a buscarla, pero no la encontró. Se dijo: «Tal vez haya ido al jardín». Fue al jardín y vio un riachuelo de agua corriente, a cuyo lado había un pájaro blanco. Junto a su orilla había un árbol, cuya copa estaba repleta de pájaros de distintos colores. Observó a los pájaros sin que éstos lo vieran. De pronto, un pájaro negro que estaba en la copa se abatió sobre el pájaro blanco y empezó a besarlo como hacen los palomos. A continuación, poseyó por tres veces al pájaro blanco. Al cabo de un rato, este último se metamorfoseó y tomó figura humana. Entonces comprobó que era la reina Lab, y que el pájaro negro era un hombre embrujado al que ella amaba, razón por la cual ella se convertía en pájaro para poder copular con él. El rey sintió celos y se enfadó con la reina Lab a causa de ello. Volvió a su habitación y se tendió a dormir en la cama. Al cabo de un rato apareció la reina Lab, la cual le besó y le gastó algunas bromas, mientras él seguía ardiendo de cólera; no le dijo ni una sola palabra. La reina se dio cuenta de lo que le ocurría y comprendió que la había visto mientras, transformada en pájaro, copulaba con el macho. Pero no dejó transparentar nada y calló lo que pensaba. El joven, una vez que hubo satisfecho su deseo le dijo: «¡Reina! Deseo que me concedas permiso para ir a la tienda de mi tío; yo lo quiero mucho, y ya hace cuarenta días que no lo he visto». «Ve y no tardes en regresar, pues yo no puedo separarme de ti ni vivir sin ti ni un momento.» «¡Oír es obedecer!»
Badr Basim montó y se fue a la tienda del jeque verdulero. Éste salió a recibirlo, le dio la bienvenida, lo abrazó y le preguntó: «¿Cómo te va con esa descreída?» «Me encontraba bien, feliz y con buena salud pero esta noche, mientras dormía a mi lado se ha desvelado. Al no verla, me he puesto los vestidos y he empezado a buscarla. Así, he llegado al jardín». Le refirió todo lo que había visto: el río y los pájaros que estaban en la copa del árbol. El jeque, al oír sus palabras, le dijo: «¡Mantente en guardia! Sabe que todos los pájaros que estaban en el árbol son jóvenes forasteros de los que ella se ha enamorado, y a los que ha transformado en pájaros. El pájaro negro que viste era uno de sus mamelucos, al que ella amaba mucho. Pero el hombre se enamoró de una esclava, y entonces la reina lo transformó en un pájaro negro.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el verdulero prosiguió:] »Cada vez que siente deseo de él, se transforma a sí misma en pájaro para poder copular ya que le ama muchísimo. Si se entera de que tú sabes lo que sucede, procurará causarte daño; pero no te intranquilices, pues nada ha de sucederte mientras yo te proteja: no temas. Soy musulmán y me llamo Abd Allah. En mi época no hay mago más experto que yo, aunque sólo empleo la magia en caso de absoluta necesidad, y muchas veces neutralizo el influjo de esa maldita y salvo de ella a la gente. No me preocupo de ella, ya que nada puede hacer contra mí; al contrario: ella me teme muchísimo a mí y del mismo modo me temen todos los magos que, como ella, se encuentran en la ciudad. Su religión los hace adorar el fuego y prescindir del Rey todopoderoso. Vuelve mañana a verme. Me explicarás qué es lo que ha hecho contigo, pues esta noche se esforzará en causar tu ruina. Pero yo te diré cómo te has de portar con ella para escapar a sus tretas». El rey Badr Basim se despidió del jeque y regresó junto a la reina. La encontró sentada, esperándolo. Al verlo, salió a recibirlo, lo hizo sentar, le dio la bienvenida y mandó que sirviesen de comer y beber. Comieron hasta quedar hartos. Luego se lavaron las manos. A continuación, la reina mandó servir las bebidas. Bebieron juntos hasta mediada la noche. Ella se inclinaba hacia él sirviéndole las copas. Lo embriagó, y perdió el sentido y la razón. Al verle así, se puso de pie y dijo: «¡Te conjuro, por Dios, por Aquel al que adoras! Si te pregunto algo, ¿me dirás la verdad, contestarás a lo que te pregunte?» El joven, que estaba borracho, replicó: «Sí, señora mía.» «¡Señor mío! ¡Luz de mis ojos! Cuando te despertaste, y no me hallaste a tu lado ¿me buscaste? ¿fuiste al jardín y viste un pájaro negro que saltaba encima mío? Pues ahora voy a contarte la verdad: Ese pájaro era uno de mis mamelucos, al que yo quería muchísimo. Pero cierto día se enamoró de una de mis esclavas. Yo me llené de celos y lo metamorfoseé en un pájaro; luego maté a la esclava. Aún hoy en día no puedo aguardar un momento cuando le deseo. Entonces me transformo en un pájaro hembra, voy a su lado y él salta encima de mí y me posee conforme has visto. ¿Es por esto por lo que estás enfadado? ¡Juro por el fuego y por la luz, por la sombra y el calor, que ha aumentado el amor que por ti siento, y que tú constituyes mi parte de los bienes de este mundo!» Badr Basim, que estaba ebrio, le contestó: «Has comprendido perfectamente la causa de mi enfado; no hay ninguna más». La reina le abrazó, le besó y fingió tenerle un gran amor. Durmieron el uno al lado del otro. Mediada la noche, la reina se levantó. Badr Basim estaba despierto, pero fingió dormir. Miraba disimuladamente y veía cuanto iba haciendo. Vio que sacaba algo rojo de una bolsa del mismo color; lo sembró en el centro del alcázar y se transformó en un río fluyente como el mar; cogió un puñado de cebada, lo extendió por el suelo y lo regó con aquel agua: inmediatamente crecieron las espigas. Las segó, las molió y sacó una harina fina; la colocó en un sitio y volvió al lado de Badr Basim para dormir hasta la mañana. El rey Badr Basim se levantó, se lavó la cara y pidió permiso a la reina para ir a ver el jeque. Se lo concedió. Corrió junto al jeque y lo informó de lo que había visto. El jeque se echó a reír al oír sus palabras y exclamó: «¡Por Dios! Esta bruja descreída se ha propuesto engañarte. No te preocupes de ella». Sacó un ratl de sawiq y le dijo: «Coge esto, y cuando ella lo vea y te pregunte: “¿Qué es esto? ¿Qué hemos de hacer con ello?”, la contestas: “Cuanto mayores bienes, mejor”. Luego comes de esto. Ella te ofrecerá su sawiq y te dirá: “Come este sawiq”. Finge que lo comes, pero come sólo del que yo te he dado, y guárdate de comer ni un solo grano del suyo, pues si lo comieses, aunque sólo fuera un grano, ella te embrujará, te tendría en su poder y te metamorfosearía, diciendo: “¡Abandona tu figura humana!” Tú dejarías tu forma y te transformarías en lo que ella quisiese. Si no comes del suyo, su brujería será vana y no te causará ningún daño. Lab se avergonzará muchísimo de su fracaso y te dirá: “Te he gastado una broma”. Se aproximará a ti y te mostrará su amor y cariño. Pero todo será hipocresía y astucia. Por tu parte, muéstrale afecto y dila: “¡Señora mía! ¡Luz de mis ojos! Come sawiq de éste y fíjate en lo dulce que es”. Una vez lo haya probado, aunque tan sólo sea un grano, toma un poco de agua con tu mano, arrójasela a la cara y dile: “Abandona tu figura humana y transfórmate en…”, y entonces la conviertes en lo que quieras. Abandónala, ven a verme y ya idearé alguna cosa». Badr Basim se despidió del jeque, se marchó, subió al alcázar y se presentó ante Lab. Ésta le dijo: «¡Sé bienvenido!» Salió a su encuentro, lo besó y le dijo: «¡Señor mío! Has tardado en venir a mi lado». «He estado con mi tío.» Vio que la reina tenía sawiq. Le dijo: «Mi tío me ha dado a comer este sawiq». «¡Pero si aquí tenemos otro mejor!» La reina colocó su sawiq en un plato, y el del joven, en otro. Le dijo: «¡Come de éste! ¡Es mejor que el tuyo!» El joven fingió comerlo. Cuando la mujer vio que comía, cogió con la mano un poco de agua, lo roció con ella y le dijo: «¡Abandona tu figura, carne de horca, y transfórmate en un mulo tuerto y de mal aspecto!» Pero él no se metamorfoseó. La reina, al ver que seguía igual, se acercó a él, lo besó entre los ojos y le dijo: «¡Amado mío! ¡Estaba bromeando contigo! No cambies tus sentimientos para conmigo a causa de esto». «¡Señora mía! Nunca he cambiado respecto a ti. Estoy convencido de que me amas. Por tanto, come de mi sawiq.» La bruja cogió un puñado. En cuanto le llegó al estómago, sufrió una conmoción. El rey Badr Basim cogió un poco de agua en la mano, la roció y la dijo: «¡Abandona tu figura humana y transfórmate en una mula gris!» En un instante quedó metamorfoseada. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, y empezó a frotarle los pies con su rostro. Badr Basim quiso embridarla, pero ella no admitió las riendas. El joven la dejó allí, fue a ver al jeque y le explicó lo que había ocurrido. El anciano le dio unas riendas y le dijo: «Coge éstas y pónselas». El joven las cogió y se marchó con ellas. La mula, al verlo, se le acercó. Badr Basim le puso las riendas, montó en ella, salió del alcázar y se dirigió en busca del jeque Abd Allah. Éste, al verla, le dijo: «¡Dios (¡ensalzado sea!) te ha humillado, maldita!» El jeque siguió: «¡Hijo mío! Tú ya no tienes que permanecer en este país: monta en ella y ve donde quieras. Guárdate de entregar las riendas a nadie» El rey Badr Basim le dio las gracias, se despidió de él y se puso en camino. Anduvo durante tres días al cabo de los cuales divisó una ciudad. Un viejo de hermosas canas salió a su encuentro y le preguntó: «¡Hijo mío! ¿De dónde vienes?» «De la ciudad de esta bruja.» «Esta noche eres mi huésped.» El joven aceptó. Ambos hicieron el camino juntos. Una mujer vieja, al ver la mula, rompió a llorar y dijo: «¡No hay más dios sino el Dios! Esta mula se parece a la de mi hijo, la cual murió. Mi corazón está afligido. Te conjuro por Dios, señor mío, a que me la vendas». «¡Madre mía, por Dios! ¡No puedo venderla!» «¡Te conjuro, por Dios, a que no rechaces mi petición! Mi hijo morirá sin remedio si no le compro esta mula.» Siguió insistiendo en la petición. Badr Basim dijo: «¡Sólo la venderé por mil dinares!» El joven se decía: «¿De dónde va a sacar esta vieja los mil dinares?» Pero ella sacó de su cinturón los mil dinares. El rey Badr Basim, al verlos, dijo: «¡Madre mía! Te he gastado una broma, pues no puedo venderla». El viejo lo miró y le dijo: «¡Hijo mío! En nuestro país, nadie miente. Todo aquel que miente, es castigado con la muerte». Badr Basim bajó de la mula…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche setecientas cincuenta y seis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Badr Basim bajó de la mula] y la entregó a la mujer vieja. Ésta le quitó las bridas de la boca, cogió un poco de agua con la mano, la roció y dijo: «¡Hija mía! ¡Abandona esta forma y recupera la que tenías!» Al momento recuperó su prístina figura; ambas mujeres se abrazaron. El rey Badr Basim comprendió que aquella vieja era su madre, la cual lo había engañado. Intentó huir, pero la vieja silbó con fuerza y se presentó ante ella un efrit que parecía un monte enorme. El rey Badr Basim se asustó y se quedó quieto. La vieja montó en el dorso del efrit, su hija se colocó detrás de ella y colocó al rey delante. El efrit levantó el vuelo, y al cabo de un rato llegaron al alcázar de la reina Lab. Ésta se sentó en el trono de su reino y, volviéndose hacia el rey Badr Basim, lo increpó: «¡Carne de horca! Has llegado a este lugar y has obtenido lo que deseabas, pero ahora te mostraré lo que voy a hacer contigo y con ese jeque verdulero. Cuanto mejor lo trato, peor me replica. Tú sólo conseguiste tu propósito gracias a su ayuda». Cogió agua, lo roció y le dijo: «¡Sal de la figura que tienes y toma la de un pájaro de mal ver, el más repugnante de todos!» Inmediatamente se transformó en un ave de mal aspecto. Lab lo metió en una jaula y lo dejó privado de comida y bebida. Una esclava lo vio, se apiadó de él y le dio de comer y beber sin que lo supiese la reina.
Cierto día en que la criada vio distraída a su dueña, salió y fue a ver al jeque verdulero. Lo informó de lo sucedido y le dijo: «La reina Lab está resuelta a matar a tu sobrino». El jeque le dio las gracias por la noticia y le dijo: «Es necesario que le quite la ciudad y que te nombre a ti reina en lugar suyo». Silbó de modo estridente, y en seguida apareció ante él un efrit con cuatro alas. Le dijo: «Coge a esta joven y llévala a la ciudad de Chulnar la Marina y de su madre Farasa. Ambas son las brujas más expertas que hay sobre la faz de la tierra». Luego dijo a la joven: «Cuando estés ante ellas, infórmalas de que el rey Badr Basim está prisionero de la reina Lab». El efrit se la cargó encima y remontó el vuelo con ella. Al cabo de una hora descendió en el alcázar de Chulnar la Marina. La esclava se apeó en la azotea del palacio, se presentó ante la reina Chulnar, besó el suelo ante ella y la informó de lo que había ocurrido a su hijo, desde el principio hasta el fin. La reina se acercó a ella, la trató con honor, le dio las gracias y mandó que redoblaran los tambores por la ciudad anunciando a sus habitantes y a los grandes del reino el hallazgo del rey Badr Basim. Chulnar la Marina, su madre Farasa y su hermano Salih convocaron a todas las tribus de genios y a los ejércitos del mar, ya que los reyes de los genios permanecían sumisos después de la captura del rey Samandal. Todos remontaron el vuelo por los aires, descendieron en la ciudad de la bruja, saquearon su alcázar, mataron a todos los que encontraron en él, ocuparon la ciudad y mataron a todos los infieles que estaban en ella, en un abrir y cerrar de ojos. La reina dijo a la joven: «¿Dónde está mi hijo?» La muchacha cogió la jaula y se la llevó. Le indicó que el pájaro era Badr Basim, diciendo: «Éste es tu hijo». La reina Chulnar lo sacó de la jaula, tomó un poco de agua en la mano, lo roció y dijo: «¡Abandona esta figura y toma la que tenías con anterioridad!» Apenas había terminado de pronunciar estas palabras, sufrió una conmoción y se transformó en un ser humano como antes. La madre, al verlo en su figura natural, se acercó a él, lo abrazó y lloró a lágrima viva. Su tío Salih, su abuela Farasa y sus primas le besaron las manos y los pies. La reina Chulnar mandó a buscar al viejo Abd Allah, le dio las gracias por el favor con que había tratado a su hijo y lo casó con la esclava que le había enviado con noticias de su hijo. Consumó el matrimonio. A continuación le entregó el gobierno de aquella ciudad e hizo comparecer a todos los musulmanes que en ella había para que reconocieran al jeque Abd Allah y juraran y prometieran que permanecerían sumisos a su servicio. Dijeron: «¡Oír es obedecer!» A continuación se despidieron del jeque Abd Allah y se marcharon de su ciudad. Cuando hubieron entrado en el alcázar, sus súbditos salieron a su encuentro muy alegres y contentos, y engalanaron la ciudad durante tres días, para festejar el regreso de su rey Badr Basim.
Después, el rey Badr Basim dijo a su madre: «¡Madre! Sólo falta que me case con aquella a la que amo para que estemos todos juntos». «¡Hijo mío! Tu opinión es excelente, pero esperemos hasta saber cuál es la hija de rey que te conviene.» Su abuela Farasa, sus primas y su tío dijeron: «¡Badr Basim! Todos te ayudaremos a alcanzar lo que deseas». A continuación, cada uno se incorporó y se marchó a investigar por los países. Lo mismo hizo Chulnar la Marina: despachó, montadas en el cuello de los genios, a sus criadas, y les dijo: «No dejéis ninguna ciudad ni ningún alcázar real sin haber visto a las muchachas más hermosas». El rey Badr Basim, al ver que se preocupaban tanto por él, dijo: «¡Madre mía! A mí sólo me satisface Chawhara, la hija del rey Samandal, ya que Chawhara es una joya, como indica su nombre». La madre contestó: «Me doy por enterada de tu deseo». Inmediatamente mandó a buscar al rey Samandal. Al instante lo tuvo ante ella. Mandó llamar al rey Badr Basim. Cuando éste hubo acudido, lo informó de la llegada del rey Samandal. El joven entró a ver a éste, el cual, cuando se acercó, se puso de pie, lo saludó y le dio la bienvenida. El rey Badr Basim le pidió su hija Chawhara en matrimonio. Le contestó: «Ella está a tu servicio, es tu esclava, te pertenece». El rey Samandal envió a unos amigos a su país para que se presentasen a su hija Chawhara y la informasen de que su padre se encontraba con el rey Badr Basim, hijo de Chulnar la Marina. Los mensajeros remontaron el vuelo por el aire, estuvieron ausentes un rato y regresaron con la reina Chawhara. La muchacha, al ver a su padre, se acercó a él y lo abrazó. Éste la miró y le dijo: «¡Hija mía! Sabe que te he casado con este rey valiente y león feroz de Badr Basim, hijo de la reina Chulnar. Es el hombre más guapo, perfecto, poderoso y noble de su tiempo: sólo te conviene a ti, y tú eres la única que a él le conviene». Chawhara contestó: «¡Padre mío! Yo no puedo contradecirte. Haré lo que tú quieras: las preocupaciones y las penas han terminado, y yo soy una de sus criadas». Inmediatamente comparecieron los aleadles y los testigos y escribieron el contrato matrimonial de Badr Basim, hijo de la reina Chulnar la Marina, con la reina Chawhara. Sus súbditos engalanaron la ciudad, dieron rienda suelta a la alegría, pusieron en libertad a los presos, y el rey concedió vestidos a las viudas y a los huérfanos, regaló trajes de corte a los magnates del reino, emires y grandes. Se celebraron muchas fiestas y convites, mañana y tarde, durante diez días. Luego presentaron la novia al rey Badr Basim con nueve vestidos. Éste regaló un traje de Corte al rey Samandal y lo mandó a su país, junto a sus súbditos y parientes.
Vivieron la vida más dulce y los días más felices comiendo, bebiendo y disfrutando, hasta que compareció el destructor de las dulzuras, el disgregador de los amigos.
Éste es el fin de su historia. ¡Dios tenga piedad de todos ellos!