HISTORIA DE ABU ISHAQ CON EL JOVEN

CUENTA Ibrahim Abu Ishaq: «Yo era adicto a los Barmakíes. Cierto día, en que estaba en mi casa, llamaron a la puerta, y mi paje salió y regresó a poco, diciéndome: “En la puerta hay un joven hermoso que pide permiso para ser introducido”. Le concedí permiso y entró un joven que presentaba huellas de enfermedad. “Hace ya tiempo —declaró— que trato de hallarte. Te necesito.” “¿Qué quieres?”, le pregunté. Él sacó trescientos dinares, los colocó ante mí y contestó: “Te pido que los aceptes de mi parte y que halles un motivo para dos versos que he escrito”. Le pedí que los recitara, y él se puso a recitar y a decir:

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche seiscientas noventa y siete refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven recitó:]

»Por Dios, mirada mía culpable contra mi corazón, ¡apaga con mis lágrimas la picazón de la tristeza!

El tiempo está entre quienes, en mi habitación, me reprochan; mas yo no lo vería, aunque estuviese envuelto en mi mortaja.

»Yo le compuse un motivo que imitaba el lamento y se lo canté. El joven se desmayó, y yo creí que estaba muerto. Cuando volvió en sí, me pidió que lo repitiera; pero yo le rogué, en nombre de Dios, que me dispensara de ello, observando: “Temo que te mueras”. “¡Ojalá quisiera el cielo que así fuese!” Y siguió humillándose y suplicando, hasta que sentí compasión de él y repetí el motivo. Entonces lanzó un gemido mayor aún que el primero, por lo cual ya no me cupo la menor duda de que había muerto; pero no cesé de rociarle con agua de rosas hasta que volvió en sí, y se sentó. Alabé a Dios por su salvación, y al mismo tiempo que ponía ante él sus dinares, le dije: “Toma tu dinero y vete”. “No los necesito —contestó el joven—, y tendrás otros tantos si repites el motivo.” Al oír mencionar el dinero me alegré, pero observé: “Lo repetiré, con tres condiciones: primera, que tú te quedes conmigo y comas de mi comida para reforzarte; segunda, que bebas lo necesario para que toque tu corazón; y tercera, que me cuentes tu historia”. Y él empezó su relato: “Soy vecino de Medina. Cierta vez salí a pasear, y, con mis hermanos, tomé el camino del Aqiq cuando vi, junto con varias jóvenes que parecían una rama totalmente cubierta por el rocío, una mujer cuyas miradas seguramente no se apartarían sino después de haber arrebatado el alma de aquel a quien miraba. Las mujeres permanecieron a la sombra hasta que cayó el día, y entonces se marcharon. Noté entonces que mi corazón tenía heridas, que sólo lentamente podrían cicatrizar. Volví más tarde a inquirir noticias de ella, pero no vi a nadie, y entonces me dediqué a seguir la pista por los mercados, mas sin poder averiguar noticias. Enfermé del disgusto y conté mi historia a un pariente, que me dijo: ‘No desesperes: Estos días de primavera aún no han acabado, y el cielo hará caer lluvia, y entonces ella saldrá, y también lo haremos nosotros para que consigas tu propósito’. Yo me tranquilicé con tales palabras. Al fin, el camino de Aqiq se llenó a causa de la lluvia, la gente salió de sus casas, y yo, mis amigos y mis parientes, salimos también y nos sentamos en el mismo lugar que otrora. Pasó poco tiempo, y las mujeres se acercaron, hermosas como caballos de carrera. Entonces le susurré a una joven, pariente mía: ‘Di a esa mujer: ‘Ese hombre te comunica que bien dijo quien compuso este verso:

Ella me lanzó una flecha que dio, como en el blanco, en el corazón; luego volvió la espalda, pero tornó a abrir una herida y cicatrices’.’

»”La joven se dirigió a ella y se lo dijo. Y la mujer contestó:

»”‘Dile: Bien dijo quien respondió con este otro verso:

Hay en nosotros un sentimiento igual al de que te quejas. Ten paciencia. Quizás en breve tendremos una alegría que curará los corazones.’

»”Me abstuve de decir nada más, por miedo al escándalo, y me levanté para marcharme. También ella se levantó. La seguí, ella me vio, y así supe dónde estaba su casa. Ella venía a mí y yo iba a ella, hasta que nos unimos, pero nos vimos tantas veces, que la cosa se divulgó y fue pública, y su padre se enteró. Seguí haciendo todo lo posible por encontrarla, le conté todo a mi padre, y éste, después de reunir a toda nuestra familia, fue a ver al padre de ella con la intención de pedirla por esposa. ‘Si me hubiese dicho esto antes de que él la deshonrase, habría accedido —dijo el padre—; pero la cosa es ya del dominio público y yo no quiero confirmar las palabras de la gente’.” Entonces —siguió contando Ibrahim— yo le repetí el motivo, y él, después de indicarme dónde vivía, se marchó. Y así surgió la amistad entre nosotros.

»Más adelante. Chafar b. Yahya tuvo una tertulia, y yo, según mi costumbre, asistí y canté la poesía del joven. Él se conmovió, bebió varios vasos y me dijo: “¡Ay de ti! ¿De quién es este motivo?” Le conté la historia del joven, y él me mandó montar a caballo para que fuera a tranquilizarlo pues lograría su propósito. Fui a buscar al joven y se lo llevé. Chafar le mandó repetir la historia, y él la contó. “Quedas bajo mi protección —declaró Chafar— hasta que te cases con ella.” El joven se tranquilizó y se quedó con nosotros. Por la mañana, Chafar montó a caballo y fue a ver a al-Rasid, a quien refirió el asunto. Al Califa le gustó el relato y mandó que todos acudiéramos a su presencia, pidió que se repitiera el motivo, y luego bebió. Entonces mandó escribir una carta al gobernador del Hichaz ordenándole que hiciera acudir a su presencia, tratándolos con honor, al padre de la mujer y a la familia de ella, y que hiciera grandes gastos por ellos. Pasó poco tiempo, y todos acudieron: al-Rasid hizo señal de que trajeran al hombre, y éste vino y le mandó que casara a su hija con el joven, le dio cien mil dinares y éste regresó a su familia. El joven siguió formando parte del grupo de Chafar hasta que ocurrió lo que ocurrió, y entonces regresó con su gente a Medina. ¡Dios tenga misericordia de las almas de todos ellos!»