HISTORIA QUE CHAMIL B. MAAMAR CUENTA AL EMIR DE LOS CREYENTES, HARÚN AL-RASID

CUÉNTASE que el siervo Masrur refirió lo siguiente:

«El Emir de los creyentes, Harún al-Rasid, padecía cierta noche un insomnio invencible. Me preguntó: “Masrur, ¿qué poeta hay en la antecámara?” Yo salí al pasillo, y al ver a Chamil b. Maamar al-Udrí, le dije: “Acude a la llamada del Emir de los creyentes”. “Oír es obedecer”, contestó. Entré, y él conmigo; se halló ante Harún al-Rasid, a quien saludó como debe saludarse a los califas. Harún, después de devolverle el saludo y haberle mandado que se sentara, le dijo: “Chamil, ¿conoces alguna historia maravillosa?” “Sí, Emir de los creyentes. ¿Cuál prefieres? ¿Aquella de la que he sido testigo y yo mismo he presenciado, o la que he oído y de la cual me acuerdo?” “Cuéntame aquella de la que fuiste testigo y presenciaste.” “Muy bien, Emir de los creyentes. Escúchame bien y préstame oídos.”

»Al-Rasid cogió la almohada de seda roja bordada de oro y llena de plumas de avestruz, la colocó bajo sus piernas, apoyó sus codos en ella y dijo: “Adelante, cuenta tu historia, Chamil”.

»Y Chamil empezó: “Sabe, Emir de los creyentes, que yo sentía afecto por una joven, a la que amaba y frecuentaba…

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche seiscientas ochenta y nueve refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Chamil prosiguió: »”yo frecuentaba a la joven] ya que era el objeto de mis deseos y de mis anhelos. Su familia hubo de partir debido a la escasez de pastos, y durante algún tiempo no vi a la joven; pero el ardiente deseo de verla me turbó y me atrajo hacia ella, por lo cual se me ocurrió partir para dirigirme a donde ella estaba. Una noche, este deseo mío me incitó a dirigirme donde ella. Ensillé mi camella, me puse el turbante y mis vestidos viejos, ceñí la espada, enarbolé la lanza y tras montar en mi montura salí en busca de mi amada apresurando la marcha, en una noche oscura y de densa tiniebla. Afronté la dificultad de bajar valles y subir montañas, oyendo por doquier los rugidos de los leones y el aullido de los lobos: estaba asustado, con el corazón alborotado, y mi lengua no cesaba de mencionar a Dios (¡ensalzado sea!). Mientras marchaba en tal estado, me entró sueño, y la camella me llevó por camino distinto del que yo debía seguir. El sueño me venció, y pronto noté que algo tropezaba con mi cabeza. Desperté, asustado y horrorizado, y me hallé ante árboles y arroyos: los pájaros, posados en las ramas, murmuraban sus versos y sus motivos, y los árboles de aquel prado estaban densamente entrelazados. Me apeé de la camella, cogí sus riendas, traté suavemente de librarme de los árboles y así logré salir con el animal de entre aquellos árboles a una tierra desierta. Arreglé la silla de la camella y me acomodé sobre ella, sin saber dónde ir ni conocer a qué lugar habría de llevarme el destino. Agucé la mirada en aquella zona desierta, y en el centro de ella distinguí un fuego. Espoleé la camella y marché hacia él. Al llegar, me acerqué y observé mejor: vi levantada una tienda de piel de camello, con una lanza hincada en el suelo, una montura en pie, algunos caballos parados, y unos camellos pastando. Pensé: ‘Esta tienda debe pertenecer a persona muy importante, pues no veo ninguna otra en esta comarca’ Me adelanté hacia la tienda y dije: ‘La paz sea sobre vosotros, gentes de la tienda, y la misericordia y las bendiciones divinas’. Un joven de diecinueve años, parecido a la luna cuando surge, con el valor retratado en la mirada, salió de la tienda hacia mí y contestó: ‘Y también sobre ti, hermano árabe, sean la paz, la misericordia y las bendiciones divinas. Creo que has extraviado el camino’. ‘Así es, en efecto —le contesté—. Indícame el camino bueno, y Dios se apiade de ti.’ ‘Hermano árabe —dijo—, este país nuestro está lleno de fieras, y la noche es oscura, lúgubre, muy tenebrosa y fría. Yo no te garantizo que las fieras no te desgarren. Quédate aquí conmigo y tendrás todo bienestar y comodidad, y cuando llegue mañana, yo te indicaré el camino bueno.’ Bajé de mi camella y la até a su propia tienda. Me quité los vestidos que llevaba, me aligeré y me dispuse a sentarme durante algún tiempo. Entretanto, el joven cogió un cordero, lo degolló, encendió y alimentó el fuego, entró en la tienda, y después de haber sacado aromas en polvo y sal buena, empezó a cortar pedazos de aquella carne y, a medida que los iba asando al fuego, me los iba ofreciendo, ya suspirando, ya llorando. En cierto momento se puso a sollozar con fuerza y a llorar a lágrima viva, y recitó los siguientes versos:

Sólo ha quedado un respiro fugaz, y un ojo de pupila atónita. En sus miembros no ha quedado ninguna articulación que no esté herida de perdurable enfermedad.

Sus lágrimas corren, y sus vísceras están en llamas; mas él está silencioso.

Incluso sus enemigos, movidos a compasión, lloran por él. ¡Ay, de quien inspira piedad incluso a los escarnecedores!”

»Añadió Chamil: “Y entonces, Emir de los creyentes, comprendí que el joven estaba enamorado y triste: ¡Nadie conoce mejor el amor que quien ha experimentado su gusto! Me dije: ‘¿Le pido explicaciones?’ Pero renuncié. ‘¿Cómo voy a atreverme a preguntarle —me dije— estando en su morada?’ Por ello, aparté mi primer impulso y comí de aquella carne a medida de mi necesidad. Al acabar de comer, el joven se levantó, entró en la tienda y sacó una jofaina limpia y un hermoso aguamanil, así como un mandil de seda, cuyos extremos estaban bordados de oro rojo, y trajo también un recipiente lleno de agua de rosas, mezclada con almizcle. Quedé asombrado ante su amabilidad y cortesía, y me dije: ‘¡Jamás vi tanta amabilidad en el desierto!’ Nos lavamos las manos y charlamos un rato juntos. Luego mi anfitrión se levantó, entró en la tienda y corrió una cortina de seda roja. ‘Entra, ¡oh, jefe árabe! —me dijo—, y ocupa tu lecho, puesto que esta noche te habrás cansado y te habrás fatigado mucho por tu viaje.’ Entré y me hallé ante un lecho de brocado verde. Me quité los vestidos que traía y pasé una noche como jamás la había pasado en mi vida…

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche seiscientas noventa refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Chamil prosiguió:] »”Estuve pensando en el caso del joven hasta que la noche cayó por completo, los ojos se cerraron, y yo solamente oía una voz, suave como jamás había oído otra ni más dulce ni más agradable. Levanté la cortina que había echado entre nosotros y vi junto al joven a una muchacha. ¡Nunca he visto rostro más bello! Los dos lloraban y se quejaban de los males de amor, del ardiente afecto, de la pasión y del gran deseo que sentían de unirse. Pensé: ‘Por Dios que es extraño. ¿Quién será esta segunda persona? Cuando entré en esta tienda sólo vi a ese joven; no había nadie con él. No cabe duda —seguí diciéndome—, ésta es una hija de los genios, que ama a este joven, y él se ha apartado con ella a este lugar, y lo mismo ha hecho ella’. La observé con más atención y vi que era una mujer árabe, que si se hubiese descubierto el rostro, habría confundido de vergüenza al luminoso Sol. La tienda se había iluminado con la luz de su rostro. Cuando me di cuenta de que era su amada, me acordé de los celos del amante, y, después de dejar caer la cortina, me cubrí el rostro y me dormí. Por la mañana me puse mis vestidos, hice las abluciones para la oración, realicé ésta según la obligación religiosa, y luego le dije a mi anfitrión: ‘Hermano árabe, ¿quieres indicarme el camino bueno, y así me harás un favor?’ Él me miró y me contestó: ‘Despacio, jefe árabe. La hospitalidad dura tres días, y no seré yo quien te deje marchar antes que se cumplan los tres días’.

»”Así —prosiguió Chamil—, permanecí con él tres días. Al cuarto nos pusimos a hablar, y yo le pregunté cuál era su nombre y su ascendencia. ‘En cuanto a mi ascendencia, pertenezco a los Banu Udra, y mi nombre es Fulano, hijo de Mengano, y mi tío es Zutano.’ Pues bien, Emir de los creyentes —explicó Chamil—, ¡era mi primo y pertenecía a una de las más nobles familias de los Banu Udra! ‘Primo —me atreví a decir—, ¿cuál es la causa de que te hayas aislado, según veo, en este desierto, y por qué has abandonado tu bienestar y las comodidades de tus padres, tus esclavos y tus doncellas?’ Cuando él, ¡oh Emir de los creyentes!, oyó mis palabras, los ojos se le llenaron de lágrimas y lloró mucho. ‘Hermano —explicó—, yo amaba a mi prima, me había prendado de ella, estaba muy enamorado y loco de amor hasta el extremo de no poderme separar de ella. Mi afecto por esa mujer llegó a ser tan grande, que la pedí por esposa a mi tío, pero él se negó y la casó con un individuo de los Banu Udra, el cual, una vez consumado el matrimonio, se la llevó a la localidad en la que vivía desde un año atrás. Cuando ella se hubo alejado de mí y, por tanto, no pude ya verla, los sufrimientos del amor, mi violenta pasión y mi afecto me indujeron a dejar a mi familia, y abandonar mi tribu, mis amigos y todos mis bienes. Y así me he aislado en esta tienda en este desierto, y me he familiarizado con esta mi soledad.’ ‘¿Dónde están sus moradas?’, pregunté. ‘Están aquí cerca —contestó—, en lo alto de esa montaña. Cada noche, cuando todos duermen, y la noche es tranquila, ella, con paso quedo, se escapa de la tribu, procurando que nadie la vea. Yo consigo mi propósito hablando con ella, y lo mismo le ocurre a la mujer. Heme aquí ahora en esta situación, consolándome con ella durante un rato en la noche para que Dios pueda realizar lo predestinado: o, a pesar de los envidiosos, el asunto se resuelve en favor mío, o Dios, que es el mejor juez, sentenciará contra mí.’

»Chamil añadió: “Cuando, ¡oh Emir de los creyentes!, el joven me hubo informado del asunto, la cosa me disgustó y quedé perplejo, herido de celoso celo por él. ‘Hermano —dije—, ¿quieres que te aconseje un ardid gracias al cual, si Dios quiere, obtendrás éxito y prosperidad y gracias al cual Dios hará cesar tus sinsabores?’ ‘Sí, primo’, contestó. ‘Cuando sea de noche y venga la joven, ponía sobre mi camella, que tiene un andar rápido. Monta tú en tu corcel y yo montaré sobre una de esas camellas y marcharé durante toda la noche con vosotros; así, antes de que sea de día habremos atravesado desiertos y estepas; tú habrás conseguido lo que deseas y te habrás adueñado de la mujer de tu corazón. La tierra de Dios es vastísima. Mientras viva, yo te ayudaré con mi espíritu, mis bienes y mi espada.’

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche seiscientas noventa y una refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Chamil prosiguió:] »”El joven dijo, cuando hubo oído todo esto: ‘Espera que se lo pregunte a ella primo. Ella es inteligente, llena de tacto y clarividente’.”

»Chamil añadió: “Y así, cuando cayó la noche y llegó la hora en que ella solía venir, él la esperó en el momento convenido; mas ella, contra su costumbre, se retrasó. Vi que el joven salía por la puerta de la tienda para aspirar el viento que soplaba procedente del lugar por donde debía venir, para oler su perfume. Y recitó estos versos.

El viento del Este me trae una brisa que sale de un poblado en el que mora la amada.

¡Oh viento!, hay en ti una señal de la amada: ¿sabes, pues, cuándo vendrá?

»”Luego entró en la tienda, se sentó durante una hora y lloró. ‘Primo —observó—, esta noche le ha ocurrido algo a mi prima: o le ha sucedido una desgracia, o algún obstáculo le ha impedido venir a verme. Quédate en tu sitio —añadió— hasta que vuelva a ti con noticias.’ Tomó su espada y su escudo y desapareció un rato en la noche. Luego regresó con algo en la mano. Me llamó, y yo me apresuré a acudir junto a él. ‘Hermano —me preguntó—, ¿sabes qué ha sucedido?’ ‘No, por Dios’, contesté. ‘Esta noche he sido herido con la muerte de mi prima. Ella venía hacia nosotros; pero en el camino un león la desgarró, y sólo ha quedado de ella esto que ves.’ Y echó al suelo lo que llevaba en la mano: eran los cartílagos de la joven y los huesos que habían quedado. Lloró a lágrima viva, arrojó el arco de su mano, tomó un saco y me dijo: ‘No te muevas hasta que vuelva junto a ti, si Dios quiere’. Se echó a andar y desapareció, para regresar al cabo de un tiempo trayendo en la mano una cabeza de león, que arrojó al suelo. Pidió agua y yo se la di. Lavó la boca del león y se puso a besarla y a llorar, entristeciéndose cada vez más. Y recitó estos versos:

León, tú que te lanzabas de cabeza a los peligros, has perecido y me has causado disgusto después de la muerte de la amada.

Me has dejado solo, después de haber sido su compañero, y has convertido las entrañas de la tierra en su tumba fija.

Yo le digo al destino, que me ha causado dolor al separarnos: ‘No quiera Dios que tú me hagas ver a otra compañera semejante a ella’.

»”‘Primo —me dijo—, en nombre de Dios, por el parentesco y el lazo de sangre que hay entre nosotros, te pido que guardes mi última voluntad, porque ahora me vas a ver muerto ante ti. Cuando eso haya ocurrido, lávame, envuélveme en este vestido con cuanto queda de los huesos de mi prima, entiérranos en una sola tumba, y escribe sobre ella estos versos:

Sobre la superficie de la tierra vivimos una vida de bienestar, unidos siempre con casa y morada próximas.

El tiempo y sus vicisitudes separaron nuestra unión, pero el sudario nos reunió en el seno de la tierra.’

»”Y lloró copiosamente. Entró en la tienda, y durante un rato estuvo oculto a mis miradas. Luego salió y empezó a suspirar y a gritar; y después de un estertor, murió. Me entró tanta pena y tan gran disgusto, que de tanto dolor que sentía por él, estuve a punto de reunirme con él en la tumba. Me acerqué e hice lo que me había mandado hacer: los envolví a los dos en el sudario, los enterré en un mismo sepulcro, y estuve tres días junto a la tumba. Luego me puse en camino, y durante dos años fui a visitar su sepulcro. Esto, Emir de los creyentes, es lo que les ocurrió”.

»A al-Rasid le gustó el relato de Chamil. Y por ello le regaló un traje de Corte y le hizo un hermoso regalo.»