SE cuenta que un peregrino tuvo un sueño muy pesado. Al despertarse no encontró ni rastro de la caravana. Se puso en marcha, pero perdió el camino por lo que siguió avanzando hasta llegar a una tienda. En la puerta de ésta halló a una vieja a cuyo lado dormitaba un perro. Se acercó, saludó a la anciana y le pidió que le diese algo de comer. Ella le contestó: «Vete a aquel valle, da caza a las serpientes que necesites, yo te las asaré y tú te las comerás». «¡Yo no podría jamás cazar y comer serpientes!» «Yo te acompañaré y las cazaré; no temas.» Le acompañó, seguida del perro, cazó todas las serpientes que necesitaba y empezó a asarlas. El peregrino, que temía quedarse hambriento y débil, no tuvo más remedio que comerlas. Le entró sed y pidió a la vieja que le diese algo de beber. Le replicó: «¡Ahí tienes la fuente! ¡Bebe en ella!» Era un agua amarga, nunca había bebido otra con tan mal gusto cuando estaba sediento. Bebió y luego volvió al lado de la vieja y le dijo: «¡Tú y el sitio en que te encuentras y habitas constituye un prodigio!…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche cuatrocientas treinta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el peregrino prosiguió:] «… ¿Cómo puedes alimentarte con esta comida? ¿Cómo puedes beber tal agua?» La vieja preguntó: «¿Cómo es vuestro país?» Le contestó: «En nuestro país las casas son amplias y espaciosas, los frutos maduros y dulces, las aguas abundantes y potables, la comida exquisita, las carnes grasas y el ganado abunda. Todo es bueno y magnífico: hay bienes tan abundantes como sólo se encuentran en el paraíso que Dios (¡ensalzado sea!) ha prometido a las criaturas que sean fieles». La vieja replicó: «He oído todo esto, pero dime: ¿tenéis un sultán que gobierna injustamente?, ¿vosotros estáis en su poder?, ¿si alguien comete una falta se incauta de bienes y le da muerte?, ¿si quiere os expulsa de vuestra casa y extirpa hasta vuestras raíces?» «Todo eso es posible.» La vieja siguió: «¡Por Dios! Si esta comida, si esta vida muelle y tan dulces bienes van ligados a la tiranía y a la opresión, constituyen un veneno mortal mientras que nuestro sustento, tomado en la seguridad, constituye una excelente medicina. ¿Es que no has oído que la causa de todo bienestar, según el Islam, es la seguridad? Estos bienes proceden de la justicia del sultán, él califa de Dios en la tierra, de su buena administración. Los antiguos sultanes preferían tener menos aparato intimidatorio pues bastaba que los súbditos le viesen para que le temieran, pero los sultanes de nuestra época prefieren más la intimidación y las medidas coercitivas ya que las gentes, ahora, no son como las antiguas. Nuestra época constituye la era de los hombres malvados y de malas razones ya que son estúpidos, crueles, envidiosos e inicuos. Por consiguiente, si el sultán (¡que Dios le guarde!) que vive entre ellos fuese indulgente, débil y sin energía no cabe duda de que ello constituiría la causa de la ruina del país. Ya lo dice el refrán: “Cien años de tiranía del sultán antes que uno solo de tiranía de un súbdito contra otro”. Cuando el pueblo se muestra indócil Dios le da por sultán a un tirano o a un rey prepotente. Así se nos cuenta en la historia el caso de al-Machchach b. Yusuf. Cierto día se le envió un billete en que estaba escrito: “¡Teme a Dios y no maltrates a sus criaturas con tantos medios!” Al-Machchach leyó el billete desde el púlpito y como era elocuente dijo: “¡Gentes! Dios (¡ensalzado sea!) me ha dado el poder que tengo sobre vosotros…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche cuatrocientas treinta y seis, refirió:
—Me he enterado ¡oh rey feliz!, de que [al-Machchach prosiguió: «“Dios me ha dado el poder que tengo sobre vosotros] como castigo de vuestras malas acciones. Si yo muero, no os libraréis de la tiranía mientras continuéis haciendo mal, ya que Dios (¡ensalzado sea!) ha creado muchos seres parecidos a mí y si yo no estuviese aquí, tendríais a otro peor, más duro, más inicuo que yo, tal y como dice el poeta:
No hay poder alguno que esté por encima del de Dios y no hay opresor que a su vez no caiga bajo otro opresor.
»”La tiranía se hace temer pero la justicia es lo mejor. ¡Roguemos a Dios que mejore nuestro estado!”»