SE cuenta también que en lo más antiguo del tiempo y en las épocas y siglos pasados vivía un rey muy importante, poderoso y fuerte. Tenía un visir llamado Ibrahim. La hija de éste era de una prodigiosa hermosura, de una belleza despampanante y perfecta; tenía una amplia comprensión y una educación exquisita; gustaba de las tertulias, el vino, los rostros hermosos, los buenos versos, las historias más atractivas. Sus cualidades hacían que de ella se prendasen todos los entendimientos tal y como dijo uno de sus descriptores:
Me he enamorado de la que es la seducción de turcos y árabes. Discute conmigo de derecho, de gramática y de literatura.
Dice: «Yo estoy en acusativo, pero tú me pones en genitivo; ¿por qué a ése que es el agente no le pones en acusativo?»
Le respondo: «¡Que mi cuerpo y mi alma constituyan tu rescate! ¿Es que no sabes que el tiempo cambia?
Si un día niegas los cambios del tiempo fíjate el nudo de la cabeza con la cola»[130].
Se llamaba Ward Fi-l-Akmam. Le habían dado este nombre por la gran delicadeza de sus líneas y por la perfección de su hermosura. El rey se complacía en invitarla, dada su exquisita educación. El soberano tenía por costumbre reunir durante el año a los grandes del reino para jugar a pelota. Cuando llegó el día señalado para dicho juego, la hija del ministro se sentó junto a una ventana para contemplarlo. Mientras jugaban distinguió entre los soldados a un muchacho de magnífico aspecto, de rostro radiante, boca sonriente, alto y de anchas espaldas. Le contempló con insistencia, pues la vista no se cansaba de mirarlo. Dijo a su nodriza: «¿Cómo se llama ese joven tan hermoso que está entre los soldados?» Le contestó: «¡Hija mía! ¡Todos son bellos! ¿Cuál es?» «Espera y te lo enseñaré.» La joven cogió una manzana y se la tiró. Él levantó la cabeza y vio a la hija del visir asomada a la ventana como si fuese la luna llena en medio de la esfera celeste. Antes de poder separar la vista de ella ya estaba locamente enamorado y recitaba los versos del poeta:
¿Me has lanzado una flecha del arco o son tus ojos los que han herido al corazón enamorado al verte?
La flecha tallada que me llega repentinamente ¿viene de una ventana o de un ejército?
Cuando hubieron terminado de jugar preguntó a la nodriza: «¿Cómo se llama el joven que te he mostrado?» «Uns al-Uchud.» La joven sacudió su cabeza y se tendió en el lecho con el pensamiento agitado; exhaló suspiros y recitó estos versos:
No se equivocó quien te puso por nombre Uns al-Uchud[131], ya que eres afable y generoso.
¡Oh, rostro de luna llena cuya faz ilumina al universo y se extiende sobre todos los seres!
Tú eres único entre todo el género humano; los testigos le dicen: «Tú eres bello».
Tus cejas son el Nun escrito; tus pupilas son el Sad que se contempla con amor[132].
Tu talle es la tierna rama la cual, cuando se la solicita, da con largueza.
Tú superas en fuerza a todos los caballeros del mundo y siempre sobresales por tu extrema belleza.
Al terminar de recitar estos versos los escribió en una hoja de papel, los envolvió en un pedazo de seda bordada en oro y los colocó debajo de la almohada. Una doncella la estaba contemplando: se acercó y charló con ella hasta que se durmió. Le robó la hoja que tenía debajo del cojín, la leyó y se dio cuenta de que se había enamorado de Uns al-Uchud. Una vez leída la hoja volvió a colocarla en su sitio. Al despertarse dijo a la señora Ward Fi-l-Akmam: «¡Señora! Puedo darte consejos y te tengo afecto. Sabe que la pasión es algo poderoso y que el guardarla oculta funde el hierro y causa enfermedades y malestares, mientras que quien revela su pasión no merece censura». Ward Fi-l-Akmam preguntó: «¡Dueña mía! ¿Cuál es el remedio de la pasión?» «¡La unión!» «¿Y cómo se consigue la unión?» «¡Señora mía! Se consigue con la correspondencia, con las palabras dulces y multiplicando los saludos. Esto hace que los amantes se reúnan y soluciona los casos más difíciles. Si tú, señora mía, sufres algo de esto yo soy la persona más adecuada para celar tu secreto, para llevar a buen término tu deseo y trasladar tu correspondencia.» Ward Fi-l-Akmam perdió la cabeza de alegría al oír estas palabras pero se contuvo hasta ver en qué iba a parar el asunto. Se dijo: «Nadie sabe lo que me sucede. No se lo confesaré a esta muchacha hasta haberla puesto a prueba». La dueña siguió: «¡Señora mía! Me ha parecido ver en sueños a un hombre que se me acercaba y decía: “Tu señora y Uns al-Uchud se aman: auxíliales, llévales las cartas, haz lo que desean y guárdales el secreto. Así obtendrás un gran bien”. Te acabo de referir lo que he soñado y a ti te toca decidir». Ward Fi-l-Akmam contestó a su doncella, después de haber oído el relato del sueño…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y dos, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [la princesa preguntó:] «¿Sabes guardar los secretos, muchacha?» «¿Cómo no he de guardar los secretos si soy de sangre noble?» La joven le entregó la hoja en que había escrito los versos y le dijo: «¡Lleva esta carta a Uns al-Uchud y tráeme su respuesta!» La joven la tomó y se la llevó a éste. Al llegar ante él le besó las manos, le saludó con mil zalemas y le entregó el papel. Él lo leyó, comprendió lo que quería decir y a continuación escribió en el dorso estos versos:
Intento separar y ocultar la pasión de mi corazón, pero mi estado refleja mi amor.
Si mis lágrimas desbordan digo: «Tengo una herida en la pupila», para que el censor no se dé cuenta de mi situación y comprenda.
Era libre y no sabía lo que era el amor. Ahora estoy enamorado, con el corazón apasionado.
Os expongo mi historia quejándome en ella, de mi pena y de mi amor para conmoveros e inspiraros compasión;
la he punteado con lágrimas de mis ojos para que os deis cuenta de lo que me ha sucedido por vuestra causa.
¡Que Dios proteja un rostro cuya belleza hace de velo, del cual la luna es esclava y al que sirven los astros!
¡Por la hermosura de aquella cuya pareja jamás he visto! Las ramas aprenden a cimbrearse en la elegancia de su talle.
Os pido, sin intentar con ello fastidiaros, que nos visitemos: la unión es el objetivo.
Os entrego mi persona, tal vez la aceptéis. Para mí la unión constituye el Paraíso y la separación, el Infierno.
Dobló el pliego, lo besó, se lo entregó y le dijo: «¡Doncella! ¡Habla bien de mí a tu señora!» «Oír es obedecer», le replicó. Cogió la carta, regresó al lado de la joven y le entregó el papel. Ésta lo besó y lo colocó encima de su cabeza. Después lo abrió, lo leyó, comprendió su significado y escribió al pie estos versos:
¡Oh, tú, cuyo corazón ha sido presa de nuestra belleza! Ten paciencia, pues tal vez obtengas la satisfacción de tu amor.
Estamos convencidos de que tu amor es verdadero y de que te ha alcanzado, en el corazón, lo mismo que ha herido al nuestro.
Responderíamos a tus deseos de unión con la unión, pero los censores nos impiden realizaría.
El exceso de pasión, cuando llega la noche, alumbra fuegos en nuestras entrañas.
El viento del sur abrasa nuestros lechos y tal vez las cargas del amor atormentan nuestros cuerpos.
En el amor es ley esconder la pasión; no levantéis las cortinas descorridas.
Mis entrañas han quedado prendidas por el amor de una gacelita. ¡Ojalá nunca se marchase de nuestra patria!
Al terminar la poesía dobló el papel y lo entregó a la dueña, quien lo tomó y salió de la habitación de Ward Fi-l-Akmam, hija del visir. Pero aquélla tropezó con el chambelán, quien le preguntó: «¿Adónde vas?» «Al baño», le contestó. Pero se turbó y la hoja se le cayó al cruzar la puerta. Esto es lo que se refiere a la hija del visir.
He aquí lo que hace referencia a la hoja: Un criado la vio abandonada en el suelo y la recogió. El visir, al salir del harén, se había sentado en un estrado. El criado le llevó la hoja que había recogido y, mientras aquél seguía sentado en el mismo sitio, se le acercó y, llevando el papel en la mano, le dijo: «¡Señor mío! He encontrado esta carta abandonada en nuestra casa». El visir se la arrebató de la mano. Como estaba plegada la abrió y leyó los versos escritos en ella ya citados; los leyó y entendió su sentido. Se fijó en la letra y se dio cuenta de que era la de su hija. Corrió a ver a la madre llorando a lágrima viva hasta dejar calada su barba. Su esposa le preguntó: «¡Señor mío! ¿Qué te hace llorar?» «Coge esta hoja y mira lo que contiene», le contestó. Cogió la hoja, la leyó y vio que encerraba la correspondencia entre su hija, Ward Fi-l-Akmam, con Uns al-Uchud. La madre también rompió a llorar, pero conteniendo las lágrimas dijo al visir: «¡Señor mío! El llorar carece de utilidad. Lo mejor que se puede hacer es pensar bien en él asunto para proteger tu honor y guardar oculto lo que le pasa a tu hija». La esposa empezó a distraerle y a hacerle soportables las penas. Él le replicó: «Temo que mi hija se haya enamorado. ¿Es que no sabes que el sultán ama a Uns al-Uchud apasionadamente? Me preocupan dos cosas en este caso: la primera me afecta a mí, puesto que se trata de mi hija, y la segunda al sultán, dado que Uns al-Uchud goza de estima junto a él. Tal vez esto termine en un grave conflicto. ¿Tú qué opinas?»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para él cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y tres, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que su esposa le contestó: «Espera hasta que haya rezado la plegaria de la recta dirección». Rezó las dos arracas canónicas y cuando hubo terminado dijo a su esposo: «En medio del Mar de los Tesoros hay un monte llamado al-Takla —el hecho de que se llame así se explicará más adelante—. Nadie puede llegar hasta él si no es a costa de fatigas. Construye allí una casa para nuestra hija». El visir se puso de acuerdo con su esposa para construir un fuerte castillo, para instalar en él a su hija e irle suministrando víveres año tras año, abandonándola en compañía de sus damas y de sus servidores. Reunió carpinteros, albañiles y arquitectos y los envió a dicho monte en el que construyeron un fuerte castillo como no se había visto igual. Prepararon los víveres y las cabalgaduras y el visir fue a ver a su hija en medio de la noche ordenándole que se dispusiese para la marcha. El corazón de ésta presintió que iba a separarse del amado. Al ver los preparativos para el viaje rompió a llorar copiosamente y escribió sobre la puerta, para que Uns al-Uchud se enterase, el gran dolor que se había apoderado de día que llegaba a poner carne de gallina, a fundir las rocas y hacer correr las lágrimas. Escribió estos versos:
¡Por Dios, oh casa! Si mi amigo pasa por la mañana saludando con el ademán,
salúdale de nuestra parte del modo más puro y fragante, puesto que él no sabe dónde pasamos la noche.
Ignoro adonde nos conducen ni por qué se me llevan tan rápida y velozmente,
en medio de las tinieblas de la noche, mientras los pájaros del bosque, apoyados en las ramas, lloran y sollozan por nosotros.
Por su boca dice una lengua invisible: «¡Qué dolor causa la separación a los amantes!»
Cuando he visto repleta la copa de la separación y que el destino escanciaba de ella sin cesar,
lo he mezclado con la hermosa paciencia en busca de una excusa, pero ahora, la paciencia, no me sirve de consuelo.
Al concluir estos versos montó y emprendió el viaje cruzando campiñas y desiertos, llanuras y pedregales hasta llegar al Mar de los Tesoros. Levantaron las tiendas en la orilla del mar, prepararon una gran nave y la hicieron embarcar en ésta junto con su séquito. El visir les había mandado que llegados al monte, cuando la hubiesen dejado en el castillo con su séquito, regresasen con la nave y una vez desembarcados destruyesen ésta. Marcharon mar adentro, hicieron todo lo que les habían mandado y regresaron llorando por lo que había sucedido. Esto es lo que hace referencia a su asunto.
He aquí lo que hace referencia a Uns al-Uchud: Al despertar de su sueño rezó la oración de la mañana, montó a caballo y fue a ponerse a disposición del sultán. Según su costumbre, pasó por delante de la puerta del visir para ver si encontraba a alguien del séquito de éste; que veía con cierta frecuencia. Se fijó en la puerta y vio los versos ya citados.
Perdió el conocimiento, el fuego prendió en sus entrañas y tuvo que regresar a su domicilio sin conseguir estarse quieto en ningún sitio. Siguió inquieto y atormentado hasta la caída de la noche. Entonces se disfrazó y salió alocado en medio de las tinieblas, sin saber hacia dónde se dirigía, sin conocer el camino que iba a seguir. Marchó sin parar durante toda la noche y parte del día siguiente: el sol empezó a abrasar, los montes a quemar y la sed le atormentó. Vio un árbol cerca del cual corría un torrente; se dirigió hacia él, se sentó a su sombra, junto a la orilla del agua y quiso beber, pero su boca no encontró gusto. Su color cambió, el rostro le palideció; sus pies estaban hinchados de tanto andar. Lloró abundantemente, derramó lágrimas y recitó estos versos:
El enamorado se emborracha con el amor de su amado: siempre van en aumento la pasión y su llama.
Vaga, alocado por el amor: carece de refugio y ningún alimento le sienta bien.
¿Cómo puede ser agradable la vida a un amante que está separado de su amado? ¡Sería algo prodigioso!
Me derrito mientras aumenta mi pasión por él; mis lágrimas corren a raudales por la mejilla.
¿Volveré a verla? ¿Contemplaré alguna de sus moradas y con ello se curará mi corazón afligido?
Al terminar de recitar estos versos lloró hasta dejar empapado el suelo. Después se levantó y se marchó de aquel lugar. Mientras recorría las campiñas y desiertos le salió al encuentro un león cuyo cuello quedaba envuelto por los pelos de la cabeza, que era grande como una cúpula; su boca era más amplia que una puerta y sus colmillos, semejantes a los de un elefante. Uns al-Uchud, al verlo, se convenció de que iba a morir, se volvió en dirección de la alquibla, pronunció la profesión de fe y se preparó para el tránsito. Había leído en los libros que quien adula al león, le seduce, ya que le gustan las buenas palabras y le complacen las loas. Empezó a decirle: «¡León del bosque, Dueño de la llanura, Rey de la selva, Padre de los héroes, Sultán de los animales! Soy un enamorado que arde de pasión; cuando me separé del amado perdí la razón: atiende a mis palabras, ten compasión de mi desvarío y de mi pasión». El león, al oír sus palabras, retrocedió, se sentó encima de la cola y levantando la cabeza hacia el joven empezó a jugar con las manos y el rabo. Uns al-Uchud al ver estas maniobras recitó:
¡León del desierto! ¿Es que vas a darme muerte antes de que encuentre a quien me ha esclavizado?
Ni soy una presa ni poseo grasa; la pérdida del que amo me ha enflaquecido.
La separación del amado ha consumido mi vida y mi aspecto es el de un muerto en su sudario.
¡Rey del desierto! ¡Héroe del combate! ¡Haz que el censor no se alegre de mi pena!
Soy un amante que se ahoga en sus lágrimas; la separación del amado me intranquiliza.
Mis preocupaciones, por él, en medio de las tinieblas de la noche, me han sacado, por amor, fuera de mí.
Cuando terminó de recitar estos versos el león se puso en pie y se le acercó.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y cuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el león se le acercó] gallardamente, con los ojos llenos de lágrimas. Al llegar a su lado le lamió con la lengua y empezó a andar ante él haciéndole señas para que le siguiese. Marchó en pos suyo y el león anduvo algún tiempo delante del muchacho hasta que subió a la cima de un monte y bajó de él. En el polvo descubrió las huellas de una caravana y reconoció que se trataba de la de Ward Fi-l-Akmam. Siguió sus pasos y el león, al ver que reanudaba el camino, comprendió que iba a seguir las huellas de su amada, y se marchó a sus quehaceres. Uns al-Uchud no cesó de andar, día y noche, siguiendo las huellas que le condujeron hasta el mar embravecido cuyas olas entrechocan. Al llegar a la orilla del océano, desaparecían. Se dio cuenta de que allí se habían embarcado y se habían adentrado en el mar. Perdió la esperanza de darle alcance, derramó lágrimas y recitó estos versos:
La meta está lejos y mi paciencia es escasa, pues estoy separado del amado. ¿Cómo he de llegar hasta ésta sobre las olas del mar?
¿Cómo he de tener paciencia cuando mis entrañas mueren de amor y el sueño ha sido substituido por la vela?
Desde el día en que ella dejó su morada y partió, mi corazón me abrasa y arde.
El Oxus y el Yaxartes de mis lágrimas corren como el Éufrates; su corriente lleva más agua que el diluvio.
Los párpados se han ulcerado por el flujo de las lágrimas; el corazón se ha quemado por el fuego y las chispas.
El ejército del dolor y de la pasión se ha apoderado de mí, mientras que el de mi paciencia emprendía la huida derrotado.
Hubiese arriesgado mi vida por su amor, pues esto me era más fácil de arriesgar.
¡Que Dios no reprenda el ojo que, en el campamento de la tribu, ha contemplado su belleza, superior a la de la luna llena!
He sido herido por unos grandes ojos negros cuyas flechas, disparadas por un arco sin cuerda, han asaeteado mi corazón.
Me ha sacudido con su cuerpo, flexible como la rama de sauce entre los árboles.
Ansío reunirme con ella para curar la pasión, la melancolía y la tristeza.
Por ella vivo afligido desde la mañana hasta la noche y todo esto ha ocurrido por la seducción de una mirada. Recitados estos versos lloró hasta caer desvanecido. Permaneció sin sentido mucho tiempo. Al volver en sí se volvió a derecha e izquierda y no distinguió a nadie en la campiña. Temió que las fieras le atacasen y se subió a la cima de un monte elevado. Mientras estaba en ella oyó una voz humana que hablaba en el interior de una gruta. Prestó atención y se dio cuenta de que se trataba de un asceta qué había abandonado el mundo y que se ocupaba en las prácticas de devoción. Llamó por tres veces en la cueva sin que le contestase ni saliese a abrir. Exhaló entonces profundos suspiros y recitó estos versos:
¿Cuál es el camino que conduce a la meta abandonando preocupaciones, amarguras, fatigas
y todos los terrores que me hacen encanecer la cabeza y el corazón en plena adolescencia?
No encuentro a nadie que me socorra en mi pasión ni un amigo que me haga soportables el tormento y la pena.
¡Cuántos tormentos he tenido que aguantar en él amor! Parece como si mi destino, ahora, se hubiese vuelto contra mí.
¡Qué lamentable! Un amante ardiente y desconsolado que ha tenido que apurar el cáliz del desvío y de la separación.
Tiene fuego en el corazón; las entrañas se remueven y la mente, por los aguijonazos de la separación, se confunde.
¡Qué día terrible aquel en que fuiste a su casa y viste sobre la puerta lo que estaba escrito!
¡Lloraste hasta empapar la tierra de lágrimas, pero te escondiste de vecinos y extraños!
¡Oh, asceta, que vives encerrado en la gruta! Parece como si hubieras probado el amor, pero te hubieses retirado.
Después de todo esto —si esto es todo—, si alcanzo mi deseo ya no volveré a tener ni fatigas ni preocupaciones.
Apenas había terminado sus versos cuando la puerta se abrió y oyó a alguien que decía: «¡Qué pena!» Entró, saludó al asceta y éste le devolvió el saludo. Le preguntó; «¿Cómo te llamas?» «Uns al-Uchud.» «¿Por qué has venido a este lugar?» Le contó toda su historia desde el principio hasta el fin y le explicó lo que le había ocurrido. El asceta rompió a llorar y le dijo: «¡Uns al-Uchud! Desde hace veinte años permanezco en este lugar y no he visto nunca a nadie hasta ayer. Oyendo llantos y sollozos miré en la dirección de donde venían y vi gran número de gentes y tiendas levantadas junto a la orilla del mar. Había allí una nave en la que embarcaron algunos de ellos y se internaron en el océano. Algunos regresaron con la nave y la barrenaron, marchándose hacia el interior. Opino que aquellos que se internaron en el mar y no volvieron, son los que tú buscas, Uns al-Uchud. Sufres una gran pena, pero tienes disculpa ya que no se ha visto jamás un enamorado sin suspiros». El asceta recitó estos versos:
¡Uns al-Uchud! Tú crees que no he sufrido el amor, pero la pasión también me agobia.
Desde mi niñez, desde que mamé la leche, supe lo que era el amor y la pasión.
Lo experimenté durante algún tiempo hasta que lo conocí. Si le preguntas por mí, te dirá que me recuerda.
He apurado la copa de la pasión con sus penas e inquietudes; por ello me encuentro reducido al grueso de mi piel.
Antes era fuerte, pero mi vigor ha desaparecido; el ejército de mi resistencia fue vencido por la espada de las miradas.
No esperes alcanzar, en el amor, la unión, sin sufrir crueldades: en los tiempos las cosas más contrapuestas van enlazadas.
El amor ha decretado para todos los amantes que no tengan consuelo, pues sería una innovación nefasta.
Al terminar el asceta de recitar estos versos se dirigió hacia Uns al-Uchud y le abrazó…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [él asceta le abrazó] acompañándole con su llanto mientras los montes devolvían el eco. Lloraron hasta caer desmayados. Al volver en sí, se juraron por Dios (¡ensalzado sea!) que serían amigos. El asceta dijo a Uns al-Uchud: «Esta noche rezaré e interrogaré a Dios, por ti, sobre lo que debes hacer». Le replicó: «¡De buen grado!» Esto es lo que se refiere a Uns al-Uchud.
He aquí lo que se refiere a Ward Fi-l-Akmam: Al llegar al monte, una vez la hubieron dejado en el castillo, examinó éste y al ver su disposición lloró y dijo: «¡Por Dios! Eres un lugar magnífico: sólo falta que esté aquí el amado Uns al-Uchud». Vio que en la isla había pájaros y mandó a uno de su séquito que tendiesen trampas para cazarles y que pusiesen en jaulas, en el interior del palacio, a todos los que capturasen. El servidor hizo lo que le habían mandado. Después se sentó junto a una de las ventanas del castillo y recordando lo que le había pasado sintió aumentar al punto la pasión, el afecto y el desvarío. Rompió a llorar y recitó estos versos:
¿A quién me quejaré de la pasión que siento, de mi pena, del dolor por la separación del amado?
Es una llama oculta entre las costillas que no dejo trasparentar por temor del espía.
Me he transformado en una especie de astilla por causa de la separación, del ardor y del sollozo.
¿Dónde está el ojo del amado para que pueda ver cómo me he transformado en un árbol esquilmado?
Me han vejado al ocultarme en un lugar al cual no puede llegar mi amado.
Pido al sol que lleve mil saludos desde el momento de la aurora hasta el crepúsculo.
A un amante que con su belleza afrenta a la misma luna cuando surge por encima de una caña.
Si la rosa imita su mejilla yo le digo: «¡No te le pareces, pues también me perteneces!»
Su boca contiene una dulce saliva que refresca el ardor de la llama.
¿Cómo he de consolarme de su pérdida si es mi corazón y mi vida; quien me hace enfermar y desfallecer; mi amigo y mi médico?
Al caer las tinieblas aumentó su pena, se acordó del tiempo pasado y recitó estos versos:
Las tinieblas aumentan, la pasión excita mi mal, el deseo intensifica mi dolor.
El aguijón de la separación sigue clavado en mis entrañas; el pensamiento me deja inerme.
La pasión me inquieta; el deseo, me abrasa; las lágrimas revelan un secreto de qué modo escondido.
No hay ningún síntoma de amor que yo no conozca: estoy delgado cual astilla, exhausto, dolorido.
El infierno de mi corazón arde en llamas y las entrañas se abrasan en su calor.
No pude contenerme al despedirme de ellos en el día de la separación, ¡qué angustia!, ¡qué arrepentimiento!
¿Quién le informará de lo que me ha sucedido? Basta con que soporte con paciencia lo que ha escrito la pluma.
¡Por Dios! Jamás he olvidado su amor. Juro de verdad según las leyes del amor.
¡Oh noche! Saluda al amado, haz de mensajero, y atestigua, según lo que sabes, que no pego el ojo en todo tu transcurso.
Esto es lo que se refiere a Ward Fi-l-Akmam.
He aquí lo que hace referencia a Uns al-Uchud: El asceta le dijo: «Baja al valle y tráeme fibra de palma». Descendió y se la llevó. El asceta la cogió, la trenzó e hizo una especie de cesta como las que se hacen de paja. Le dijo: «Uns al-Uchud: en el fondo del valle hay una planta que germina y se seca sobre sus raíces. Baja y llena todo este capazo. Átala, arrójala al mar y embárcate. Navega hacia el interior del mar y tal vez consigas tu deseo, pues quien no se arriesga no consigue su objetivo». «¡Oír es obedecer!», le replicó. El joven se despidió del asceta y se marchó a ejecutar lo que le había indicado después de que éste hubo rezado por él. Uns al-Uchud bajó al fondo del valle e hizo lo que le había dicho el asceta. Al estar con su capazo en alta mar empezó a soplar un viento que le arrastró haciéndole perder de vista la costa. Navegó ininterrumpidamente; una ola le levantaba y otra le bajaba, mientras él contemplaba los prodigios y amenazas que el océano encerraba. Los hados le arrojaron, al cabo de tres días, sobre el monte Takla y desembarcó en él hambriento y sediento como si fuese un polluelo recién salido del cascarón. En aquel lugar encontró ríos de agua corriente, pájaros que cantaban sobre las ramas, árboles cargados de frutos, bien formando bosquetes, bien aislados. Comió los frutos, bebió el agua de los ríos y empezó a andar. Descubrió a lo lejos un punto blanco y hacia él se dirigió avanzando hasta llegar: se trataba de un fuerte y magnífico castillo. Se acercó a la puerta y vio que estaba cerrada. Se quedó sentado en ella durante tres días. Mientras permanecía allí se abrió y salió un criado. Vio que Uns al-Uchud estaba sentado y le preguntó: «¿De dónde vienes? ¿Quién te ha traído hasta aquí?» «Vengo de Ispahán y he viajado por el mar con mis mercaderías. Pero la nave que me transportaba ha naufragado y las olas me han arrojado a la superficie de esta isla.» El criado rompió a llorar y le abrazó. Le dijo: «¡Que Dios te guarde, cara de amigo! Yo soy de Ispahán y allí vive una prima a la que amaba cuando era pequeño, pues estaba enamorado de ella. Gentes más fuertes que nosotros tomaron nuestra ciudad y yo pasé a formar parte del botín cuando aún era pequeño, cortaron mi miembro y me vendieron como esclavo. Ésta es mi condición».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y seis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que una vez le hubo saludado y dado la bienvenida le introdujo en el patio del alcázar. Uns al-Uchud, al entrar, distinguió un gran estanque rodeado por árboles y arbustos de cuyas ramas pendían jaulas de plata con puerta de oro. En su interior los pájaros cantaban y alababan al Rey de las Recompensas. Al llegar ante la primera la contempló y vio que guardaba una tórtola. El pájaro, al verle, levantó la voz y exclamó: «¡Oh, Generoso!», y Uns al-Uchud cayó desmayado. Al volver en sí empezó a suspirar y recitó estos versos:
¡Oh, tórtola! ¿Estás enamorada como yo? Pues ruega al Señor y canta: «¡Oh, Generoso!»
¡Quién supiera si tu gorjeo es de alegría o de una pena de amor que tienes en el corazón!
¿Son sollozos de pasión por los amigos que se fueron o quedaste rezagada lánguida y enferma?
¿O has perdido tu amor, como yo, y el alejamiento de éste hace reaparecer la vieja pasión?
¡Que Dios proteja a un amante leal de cuya pérdida no me consolaré aunque mis huesos se carcoman!
Al terminar de recitar estos versos lloró hasta caer desmayado. Al volver en sí echó a andar hasta llegar a la segunda jaula en la que encontró un palomo. Éste, al verle, cantó y dijo: «¡Oh, Eterno! ¡Te doy las gracias!» Nuevos suspiros se apoderaron de Uns al-Uchud y recitó estos versos:
El palomo ha prolongado su zureo diciendo: «¡Oh, Eterno! ¡Te doy las gracias por todas mis necesidades!»
Es posible que Dios, con su favor, me reúna, en el transcurso de este viaje, con el amado.
Tal vez me visite con sus labios de miel añadiendo más amor a mi pasión.
Dije (mientras el fuego se alumbraba en el corazón hasta abrasar mi sangre
y las lágrimas caían como gotas de sangre e inundaban en su correr mis mejillas):
«Jamás ha habido una criatura sin sufrir penas, pero yo sabré soportar mi aflicción.
¡Por el poder de Dios! Cuando Éste me reúna en un momento tranquilo con mi dueño
daré a los enamorados mis bienes ya que son seres que viven según mi ley.
Libertaré a los pájaros de su prisión y sustituiré la tristeza por la alegría.»
Al terminar estos versos se dirigió a la tercera jaula y encontró en ella a un ruiseñor que al verle empezó a cantar. Al oírlo recitó estos versos:
El ruiseñor tiene una voz delicada que me admira: parece ser la voz del enamorado que canta el ardor de la pasión.
¡Qué piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches han pasado, intranquilos, por él amor, el deseo y la prueba!
Parece como si ellos, por su gran pasión hubiesen sido creados, para su tormento, sin mañana y sin sueño.
Cuando enloquecí por aquel al que amo, la pasión me aherrojó y me encadenó a su manera de ser.
Las lágrimas caían de mis ojos y yo le dije: «La cadena de las lágrimas se ha estirado y me ha sujetado».
El deseo creció, la distancia aumentó y quedaron perdidos los tesoros de mi paciencia; el exceso de la pasión me venció.
Si el destino fuese ecuánime y me reuniese con aquel a quien amo; si la protección de Dios me recubriese,
me quitaría los vestidos delante de mi amado para que viese cómo se ha consumido mi cuerpo por la separación, el alejamiento y el desvío.
Al terminar de recitar estos versos se dirigió hacia la cuarta jaula y vio en ella un ruiseñor que empezó a gorjear y a cantar en cuanto vio a Uns al-Uchud. Éste, al oír sus trinos, derramó lágrimas y recitó estos versos:
El ruiseñor, durante la aurora, tiene una voz que embelesa al amante de la música.
Uns al-Uchud se queja de una pasión y ha borrado todas sus huellas.
¡Cuántas veces hemos oído una voz cuya ternura ha impresionado al duro hierro y a la piedra!
El céfiro de la mañana nos ha hablado del jardín al que perfuman las flores.
Hemos gozado, por la mañana, de música, de los olores del céfiro y de los pájaros;
hemos pensado en el amante ausente, mientras las lágrimas corrían a torrentes, copiosas como la lluvia.
La llama de fuego que hay en nuestras entrañas se avivaba igual como las chispas que desprenden las brasas.
¡Conceda Dios a un amante enamorado reunirse con su amada, verla!
Los enamorados tienen una disculpa patente pero sólo la conocen los expertos.
Una vez hubo terminado de recitar estos versos dio unos pasos y vio la jaula más hermosa de todas las que allí había. Al acercarse se dio cuenta de que encerraba a la paloma silvestre, la del bosque, que es tan famosa. Zureaba de amor y tenía un collar de gemas perfectamente alineadas en el cuello. La contempló con atención y vio que estaba abatida y callada en la jaula. El joven al comprender su situación, derramó lágrimas y recitó estos versos:
¡Palomo silvestre! ¡Te saludo, hermano de los enamorados, pues formas parte del grupo de los amantes!
Amo a una esbelta gacela cuya mirada corta más que el filo de la espada.
El amor abrasa mi corazón y mis entrañas; mi cuerpo está delgado y enfermo.
Me está prohibida la dulzura de los alimentos e idénticamente se me han negado las delicias del sueño.
La paciencia y la tranquilidad me han abandonado mientras el amor y la pasión se han instalado en mí.
¿Cómo me ha de ser grata la vida después de su partida si es mi alma, mi deseo, mi objetivo?
Una vez hubo terminado Uns al-Uchud sus versos…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y siete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el palomo silvestre se admiró de su melancolía pues había escuchado sus versos. Zureó, moduló y cantó de un modo perfecto, que casi parecía que hablaba, y así, la voz de lo invisible recitó estos versos:
¡Oh, tú, amante! Me haces recordar el tiempo de mi juventud ya marchita.
Era un amante cuya forma me sedujo, cuya reluciente belleza me enamoró.
Su voz, que provenía desde el boscaje de las dunas, me entusiasmó y me gustó más que la de la chirimía.
Un cazador tendió sus redes y lo cogió cuando decía: «¡Si me abandonase en el aire!»
Había esperado que aquel cazador tuviese piedad o al verme enamorado se compadeciese de mí.
¡Que Dios le castigue pues me ha separado, por la fuerza, de mi amado!
Mi pasión por él va en aumento y el fuego de la lontananza me consume.
¡Que Dios proteja a un amante apasionado que ha experimentado el amor y ha sufrido mis penas
y que al verme prisionero en la jaula tenga piedad de mi amigo y me liberte!
Uns al-Uchud se volvió hacia su amigo de Ispahán y le preguntó: «¿Qué significa este alcázar? ¿Quién lo ha construido?» «Lo ha construido el visir de tal rey para su hija, temeroso de que a ésta le ocurran las vicisitudes de la suerte y las travesuras del destino. La ha instalado aquí, junto con su séquito. El castillo sólo se abre una vez al año, que es cuando traen las provisiones.» El joven se dijo: «He conseguido mi propósito pero la espera será larga». Esto es lo que se refiere a Uns al-Uchud.
He aquí lo que se refiere a Ward Fi-l-Akmam: A ésta no le apetecía ni comer, ni beber ni estar sentada ni dormir. Su pasión, su dolor y su desvarío iban en aumento; recorría los rincones del castillo sin encontrar una salida y derramando torrentes de lágrimas recitaba:
Me han encarcelado, a viva fuerza, lejos de mi amor y en mi prisión me han apenado.
Han abrasado mi corazón con el fuego de la pasión, al separar de mi vista al amado.
Me han aprisionado en un alcázar que ha sido edificado en un monte que a su vez fue creado en medio de las olas.
Si querían que le olvidase sólo han conseguido que aumente mi amor.
¿Cómo he de consolarme cuando todo lo que me pasa tiene su raíz en una mirada al rostro del amado?
Paso todo el día entristecida y toda la noche pienso en él.
Durante mi soledad me acompaña su recuerdo mientras, al mismo tiempo, me entristezco por no encontrarle de veras.
¡Quién supiera si después de todo esto el destino permitirá que le vuelva a ver!
Una vez recitados estos versos subió a la azotea del palacio y haciendo de sus vestidos de Baalbek una cuerda se ató a ellos y se descolgó hasta llegar al suelo. Llevaba puestos sus mejores trajes y ceñía su cuello un collar de gemas. Recorrió aquellas campiñas y llanuras hasta llegar a la orilla del mar. En el interior de éste divisó un pescador con su lancha, en pleno trabajo, y al que los vientos habían llevado hasta la isla. Al volverse vio a Ward Fi-l-Akmam, se asustó y quiso huir. Ella le llamó, le hizo muchas señas y recitó estos versos:
¡Oh, pescador! ¡No tienes de qué asustarte! Soy una mujer del género humano.
Deseo que contestes a mi súplica y que oigas mis palabras que son de buena fuente.
Ten piedad (¡Dios te proteja!) de mi ardor juvenil: ¿es que tus ojos han visto a un amado que huya?
Amo a un muchacho hermoso cuyo rostro supera a la faz del sol y a la luz de la luna.
La gacela, cuando ve sus miradas, dice: «Soy su esclava», y después se excusa.
La belleza ha inscrito en sus mejillas una línea admirable llena de significados, a pesar de su brevedad.
Quien ve la luz de la pasión avanza por el camino recto, mientras que quien le abandona es un descreído y un incrédulo.
Si quieres presentármelo, ¡qué alegría! Te ofrecería, por verle, todos los tesoros:
Jacintos y cosas parecidas; clarísimas perlas y toda clase de gemas.
Es posible que mi amado satisfaga un día mi deseo pero por ahora mi corazón se funde y se despedaza de pasión.
El pescador lloró, sollozó y gimió al oír sus palabras y se acordó de su juventud, cuando le dominaba la pasión, le señoreaba el amor, se enamoraba, enloquecía y los fuegos de la mocedad le abrasaban. Recitó estos versos:
¡Qué excusa más clara tiene mi amor! Miembros enfermos y lágrimas a borbotones;
ojos en vela durante la tiniebla y un corazón ardiendo como ascuas.
Hemos sufrido el amor desde la juventud y sabemos distinguir lo mucho de lo poco.
Después, por amor, vendimos nuestra persona, para conseguir la unión con un amante alejado.
Arriesgamos la vida pues era posible que la venta nos diese beneficio.
Es ley de los amantes que el que compra la unión con el amado consigue el mayor provecho.
Cuando hubo terminado los versos, el pescador aproximó la lancha a la costa y le dijo: «Embarca y te llevaré al lugar que quieras». Subió ella, zarparon y apenas se habían separado de la costa cuando se levantó un viento de popa que la empujó haciéndoles perder, rápidamente, la tierra de vista. El pescador no sabía hacia dónde iban y la violencia del viento duró tres días, al cabo de los cuales, con el permiso de Dios (¡ensalzado sea!), se calmó. La barca continuó navegando hasta llegar a una ciudad situada junto a la orilla del mar.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y ocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el pescador ancló en ella. Pertenecía a un rey poderoso, llamado Dirbas que, en aquel momento, estaba sentado con su hijo en el alcázar real, al lado de una ventana que daba al océano. Al volverse ambos hacia el mar divisaron y contemplaron aquella barca: transportaba a una adolescente que parecía ser la luna llena sobre el horizonte; en sus orejas llevaba unos pendientes de piedras carísimas y un collar de gemas preciosas. El rey se dio cuenta de que era hija de grandes o de reyes. Bajó del alcázar y saliendo por la puerta del mar vio cómo la embarcación anclaba junto a la orilla: la muchacha dormía mientras el pescador se ocupaba de atracar la nave. El rey la despertó de su sueño y al desvelarse rompió a llorar.
El soberano le preguntó: «¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Cuál es la causa que te ha traído aquí?» Ward Fi-l-Akmam contestó: «Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Samij. La causa de mi venida constituye un asunto portentoso, una cosa extraordinaria». Le refirió toda su historia desde el principio hasta el fin sin ocultarle nada. Los suspiros le salieron del pecho y recitó estos versos:
Las lágrimas han lacerado mis párpados y corren y se sueltan maravillosamente, por mi angustia
a causa de un amigo que siempre habita en mi corazón pero con el cual nunca consigo la unión
Tiene un rostro magnífico, relumbrante, fresco cuya belleza supera la de turcos y árabes.
El sol y la luna se inclinan cuando aparece y se ponen, por amor, a su disposición.
Su negra mirada encierra la magia pues te muestra un arco presto a disparar las flechas.
¡Oh, tú, a quien he expuesto mi situación para que me disculpes! Ten piedad de un amante con el que juega la pasión.
El amor me ha traído al centro de vuestra playa; mi resolución es débil; de vos espero el respeto.
Cuando alguien llega, en busca de protección, a la tierra del generoso y éste le auxilia, aumenta su valor.
¡Esperanza mía! Cubre con un velo las vicisitudes de los enamorados y sé, señor, causa de su reunión.
Al terminar estos versos contó al rey su historia desde el principio hasta el fin, lloró de nuevo y recitó estos otros:
Vivimos y hemos visto la maravilla del amor. ¡Que todos los meses sean para ti como Rachab[133]!
¿No es maravilloso que el día de la partida, con mis lágrimas encendiese una llama en las vísceras?
¿Que los párpados de mis ojos llovieran sangre y que sobre el blanco de mi mejilla despuntase el oro?
En ella, por su color de azafrán, parece que esté el vestido de José cubierto de la sangre falsa[134].
Al oír estas palabras el rey se dio cuenta de su pasión y de su pena y le dijo: «¡No temas ni te preocupes! Has conseguido tu deseo pues he de hacerte alcanzar lo que ambicionas y he de unirte al que buscas. Escucha estas palabras mías», y empezó a recitar:
¡Hija de nobles! Has alcanzado tu propósito y tu meta. Tendrás buenas noticias. No te preocupes por nada.
Hoy reuniré riquezas y se las mandaré a Samij escoltadas por caballeros y camellos de raza.
Le mandaré sacos de almizcle y brocados; blanquísima plata y oro.
Sí: le daré noticia de mí por escrito diciéndole que quiero ser su pariente y suegro.
Hoy pasaré el día esforzándome en ayudarte para conseguir que se acerque el que quieres.
He gustado el plato de la pasión largo tiempo y hoy reconozco y disculpo a quien apura el cáliz del amor.
Al terminar de recitar estos versos se dirigió a sus tropas, llamó al visir, le hizo cargar riquezas sin cuento y le mandó que las llevase al rey Samij diciendo: «Es necesario que me traigas una persona llamada Uns al-Uchud que reside en su corte. Dile: “Mi rey desea ser tu pariente gracias al matrimonio de su hija con Uns al-Uchud. Es necesario que le mandes conmigo para que establezcamos el contrato de bodas en el reino de su padre”». El rey Dirbas escribió además una carta de este tenor al rey Samij y se la entregó al ministro exhortándole a que le llevase Uns al-Uchud. Le dijo: «Si no me lo traes te quitaré tus rentas». «¡Oír es obedecer!», contestó el visir. Se marchó con los presentes y cuando llegó ante el rey Samij le saludó de parte del rey Dirbas y le entregó la carta y los presentes que llevaba. El rey Samij al leer la epístola y descubrir en ella el nombre de Uns al-Uchud se puso a llorar a lágrima viva. Dijo al visir que le había sido enviado: «¿Dónde está Uns al-Uchud? Se marchó y no sabemos adónde. Tráemelo y te daré el doble de todas las riquezas que me has traído». Volvió a llorar, derramó abundantes lágrimas, y recitó estos versos:
Devuélveme a mi amado; no necesito riquezas; no quiero regalos de joyas y perlas.
Tenía una luna llena que subía desde el horizonte de la belleza.
Superaba a todos en hermosura e inteligencia y no podía parangonarse ni con una gacela.
Era una rama de sauce que daba como fruto la seducción.
Pero la rama no es de naturaleza capaz de aprisionar el entendimiento de los hombres.
Le he criado cuando era un niño en una cuna de ternura
y ahora por su causa estoy triste y preocupado.
Volviéndose al visir que le había entregado los regalos y la carta le dijo: «Vuelve junto a tu señor e infórmale de que Uns al-Uchud hace un año que está ausente, que su dueño ignora dónde ha ido y que carece de noticias suyas». El visir replicó: «Señor mío: mi dueño me ha dicho: “Si no regresas con él, te destituiré del visirato y no entrarás en mi ciudad”. ¿Cómo, pues, he de regresar sin él?» El rey Samij dijo al visir Ibrahim: «Acompáñale con los hombres necesarios e id en busca de Uns al-Uchud por todos los lugares». «¡Oír es obedecer!» Reunió cierto número de sus cortesanos y acompaño al visir del rey Dirbas, emprendiendo ambos la búsqueda de Uns al-Uchud.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas setenta y nueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que cada vez que pasaban junto a un grupo de beduinos o de gente preguntaban por Uns al-Uchud diciendo: «¿Ha pasado cerca de vosotros una persona llamada así y cuya descripción es tal y tal?» Les contestaban: «No le conocemos». Recorrieron sin descanso ciudades y alquerías, buscaron por planicies y montañas, por campiñas y desiertos hasta que llegaron a la orilla del mar, embarcaron en una nave y lo recorrieron hasta llegar al monte Takla. El visir del rey Dirbas preguntó al del rey Samij: «¿Por qué se llama este monte así?» Le contestó: «Porque en tiempos antiguos se instaló en él un genio femenino perteneciente a la raza de genios de la China. Amaba a un hombre y éste la amaba. Aquélla temía la venganza de sus familiares. Cuando la pasión se le hizo insoportable buscó un lugar de la tierra en el que pudiera pasar inadvertida para sus congéneres. Halló este monte que estaba alejado de hombres y genios, cuyo camino no podrían encontrar ni éstos ni aquéllos. Entonces raptó al muchacho, le colocó en él y regresó al lado de su familia, visitando a hurtadillas al amado. Así vivió un largo período de tiempo y dio a luz, en el monte, a numerosos hijos. Todos los comerciantes y viajeros que cruzaban el mar cerca de este monte oían el llanto de las criaturas que se asemejaba al de una mujer que hubiese perdido sus hijos. Entonces preguntaban: “¿Vive aquí alguna madre que haya perdido sus hijos?”»
El visir del rey Dirbas quedó boquiabierto de estas palabras. Siguieron viaje hasta llegar al alcázar: llamaron a la puerta y ésta se abrió saliendo a recibirles un criado que reconoció en Ibrahim al visir del rey Samij y le besó la mano. Entraron y en el patio, entre los criados, descubrieron un hombre depauperado que era Uns al-Uchud. El visir les preguntó: «¿De dónde ha salido éste?» Le contestaron: «Es un comerciante que ha perdido en un naufragio todos sus bienes. Sólo se ha salvado él y vive arrobado». El visir le dejó, se marchó al interior del castillo, pero no encontró ni rastro de su hija. Preguntó a los criados que estaban allí y le explicaron: «No sabemos cómo ha podido marcharse. Con nosotros ha permanecido muy poco tiempo». El visir lloró abundantemente y recitó estos versos:
¡Oh, casa, en la que los pájaros gorjeaban y cuyos umbrales estaban floridos!
Después llegó el amante, llorando por su pasión, y vio que las puertas estaban abiertas.
Ojalá supiera dónde se ha perdido mi vida, cerca de una casa cuyos dueños han partido;
en ella todo era espléndido, sus chambelanes eran soberbios y altivos.
Estaba cubierta por telas de brocado, ¡quién supiera adonde han ido a parar sus dueños!
Al terminar de recitar estos versos lloró y se levantó, exclamando: «¡No hay modo de huir del decreto de Dios ni hay escapatoria ante lo que dispone y ordena!» Subió a la azotea del palacio y encontró el vestido de Baalbek atado a las almenas del castillo y que colgaba hasta el suelo; se dio cuenta de que su hija había escapado por aquel lugar para vagar en su melancolía. Descubrió dos pájaros: un cuervo y un búho, sacó de ello un mal augurio, exhaló profundos suspiros y recitó estos versos:
He venido a la casa del amigo con la esperanza de encontrar huellas que apagasen mi pasión y mi dolor,
pero no he encontrado en ella al amado ni más habitantes que un cuervo y un búho de mal agüero.
Una voz misteriosa ha dicho: «Fuiste injusto al separar a dos amantes:
ahora prueba el dolor que les causaste y vive apenado entre lágrimas y comezones».
Bajó de lo alto del palacio llorando y mandó a los criados que saliesen a recorrer el monte en busca de su señora. Lo hicieron pero no la encontraron. Esto es lo que a ella se refiere.
He aquí lo que hace referencia a Uns al-Uchud: Cuando se cercioró de que Ward Fi-l-Akmam había partido dio un alarido terrible y cayó desmayado. Permaneció así mucho rato y creyeron que el Misericordioso le había causado un éxtasis y que estaba absorto en su contemplación; desesperaron de que Uns al-Uchud volviese en sí. El corazón del visir Ibrahim estaba apenado por la pérdida de su hija Ward Fi-l-Akmam y el visir del rey Dirbas quería regresar a su país, a pesar de no haber conseguido el objetivo de su viaje. Se despidió del visir Ibrahim, padre de Ward Fi-l-Akmam, y le dijo: «Desearía llevar conmigo a este pobre; es posible que Dios (¡ensalzado sea!) haga que gracias a su baraka el corazón de mi soberano se apiade de mí ya que él sufre arrobamientos. Después lo enviaré a Ispahán, su patria, que está cerca de nuestro país». Ibrahim le contestó: «¡Haz lo que quieras!» Cada uno de ellos se marchó a su patria y el visir del rey Dirbas se llevó consigo a Uns al-Uchud…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas ochenta, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dirbas se llevó a Uns al-Uchud] que seguía sin conocimiento. Durante tres días viajaron sin que volviese en sí: iba tendido en el lomo de un mulo sin saber si le transportaban o no. Al recuperar el conocimiento preguntó: «¿En qué lugar estoy?» «Estás en el séquito del visir del rey Dirbas», le contestaron. Inmediatamente corrieron a informar a éste de que había vuelto en sí. Le envió agua de rosas y azúcar. Le dieron de beber, le reanimaron y siguieron el viaje hasta llegar a las inmediaciones de la ciudad del rey Dirbas. Éste mandó decir a su visir: «Si no traes contigo a Uns al-Uchud más vale que no te acerques jamás». El visir, al leer el mensaje, se acongojó, ya que él no sabía que Ward Fi-l-Akmam se encontraba junto a su rey, ignoraba la causa por la que éste le había enviado a buscar a Uns al-Uchud y desconocía que el rey quisiese emparentarse con él. Por su parte el joven no sabía adónde iban ni tenía noticia de que el visir había sido enviado en su busca, mientras que éste ignoraba que él era Uns al-Uchud. El visir al ver que el joven había vuelto en sí le dijo: «El rey me ha despachado con una misión que no he cumplido. Al enterarse de mi regreso me ha enviado una carta diciéndome: “Si no has cumplido la misión no entres en mi ciudad”». El muchacho le preguntó: «¿Y cuál era el encargo?» El visir le refirió toda la historia. Uns al-Uchud le dijo: «No temas y preséntate al rey. Llévame contigo, pues yo te garantizo que Uns al-Uchud comparecerá». El visir se alegró mucho y preguntó: «¿Es verdad lo que dices?» «¡Sí!» Montó a caballo, llevó al joven consigo y se presentó con él ante el rey. Éste, cuando tuvo a los dos delante, preguntó: «¿Dónde está Uns al-Uchud?» Éste replicó: «¡Rey! Yo sé el lugar en que está Uns al-Uchud». «¿Dónde se encuentra?» «En un sitio muy cerca. Pero antes cuéntame qué es lo que deseas de él y yo te lo presentaré.» «¡De buen grado! Pero éste es un asunto del que hay que hablar en privado.» Mandó a la gente que se marchase, se quedó a solas con él y le refirió toda la historia desde el principio hasta el fin. Uns al-Uchud le dijo: «Dame un traje precioso, haz que me lo pongan y yo te traeré, en seguida, a Uns al-Uchud». Le dieron un traje de corte, se lo puso y dijo: «Yo soy Uns al-Uchud, por más que pese a los envidiosos». Sus miradas desgarraron todos los corazones y recitó estos versos:
En la soledad me acompaña el recuerdo del amado, alejando de mí la tristeza.
Sólo dispongo de las lágrimas de mis ojos, las cuales, cuando desbordan, aligeran mis suspiros.
Mi amor es enorme; no hay otro que se le pueda comparar. Mi caso, en pasión y desvarío, es prodigioso:
paso las noches con los párpados abiertos, sin dormir. Lleno de deseo fluctúo entre el fuego y el paraíso.
Había tenido la bella paciencia pero la he perdido. El amor sólo me ha sometido a pruebas.
Mi cuerpo ha enflaquecido por el dolor de la separación. Las ansias han cambiado mi forma y mi aspecto:
las lágrimas me han causado llagas en los párpados y ya no puedo dominarlas.
Mis fuerzas han decrecido, he perdido el corazón, ¡cuántos dolores he sufrido, el uno del otro en pos!
Mi corazón y mi cabeza se asemejan por las canas a causa de una mujer hermosa, la más hermosa de las mujeres.
Contra su voluntad nos separaron cuando ella sólo ansiaba encontrarme, reunirse conmigo.
¡Ojalá supiera si después de la separación y del alejamiento el destino me permitirá volver junto a mi amada!
El libro de la separación ¿será cerrado después de haber sido abierto? ¿La alegría de la reunión borrará mis penas?
¿Mi amado vivirá en la casa como mi comensal y mis penas se transformarán en tranquilo goce?
Al terminar de recitar estos versos exclamó el rey: «Sois dos amantes de verdad; sois un par de luceros en el cielo del amor. Lo que os ha ocurrido es maravilloso, lo que os ha pasado portentoso». Le refirió toda la historia de Ward Fi-l-Akmam hasta el fin y el muchacho preguntó: «¡Rey del tiempo! ¿Dónde está ella ahora?» «Está conmigo.» El rey mandó llamar al cadí y a los testigos, estableció el contrato matrimonial y los honró e hizo presentes. Después, el rey Dirbas envió un mensajero al rey Samij para que le informase de todo lo que le había sucedido con Uns al-Uchud y Ward Fi-l-Akmam. El rey Samij se alegró muchísimo y le contestó con una carta en la que decía: «Ya que la celebración del matrimonio ha tenido lugar en tus estados, es necesario que las fiestas y la consumación se celebren en el mío». Preparó camellos, corceles y hombres y los envió por los dos amantes.
Cuando el rey Dirbas recibió la carta abrumó a los dos jóvenes con grandes riquezas y mandó que un grupo de sus tropas los escoltase. Así llegaron a su ciudad. Fue un día solemne como nunca se había visto. El rey Samij reunió a todos los cantores y músicos, dio banquetes y las fiestas duraron siete días. Durante cada uno de éstos el rey daba preciosos trajes de honor y colmaba de regalos a sus invitados. Después Uns al-Uchud pasó a visitar a Ward Fi-l-Akmam, la abrazó y ambos se sentaron a llorar de alegría y satisfacción. Recitó estos versos:
Ha llegado la alegría mientras la pena y la tristeza desaparecían. Nos hemos reunido dando celos a los envidiosos.
Sopla el perfumado céfiro de la unión que vivifica el corazón, las entrañas y el cuerpo.
La felicidad de la avenencia brilla perfumada y la alegre noticia de nuestra unión se difunde.
No creáis que lloramos de pena: nuestros lacrimales rebosan de alegría.
¡Cuántos terrores hemos visto! ¡Pero ya han pasado! Tuvimos paciencia con lo que despertaba nuestra angustia.
En un instante de amor he olvidado terrores tan grandes como para encanecer.
Al terminar de recitar el verso se abrazaron y se mantuvieron así hasta caer desmayados…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas ochenta y una, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [cayeron desmayados] por la satisfacción que sentían de verse reunidos. Al volver en sí, Uns al-Uchud recitó estos versos:
¡Qué dulces son las noches de la realización del deseo, cuando mi amado es equitativo!
¡Cuando la unión no sufre interrupciones y ha terminado la separación en la lejanía!
El destino ha corrido a nuestro encuentro después de habernos rehuido, de haberse alejado.
La buena suerte ha plantado ante nosotros sus estandartes y hemos bebido una copa pura.
Estamos reunidos y mutuamente nos hemos quejado del dolor, de las noches transcurridas en el dolor.
¡Hemos olvidado el pasado, señores! El Misericordioso ha borrado lo sucedido.
¡Qué dulce y suave es la vida! La unión no hace más que aumentar mi pasión.
Al terminar de recitar estos versos se abrazaron y fueron a echarse en la habitación más solitaria. En ella hicieron tertulia, recitaron versos y se explicaron hermosas historias hasta que se hundieron en el mar de la pasión. Así transcurrieron siete días sin que ellos hiciesen distinción entre el día y la noche de tan grande como eran la alegría, las dulzuras, la tranquilidad y la belleza; parecíales que los siete días eran uno solo, sin que éste tuviera mañana. Pero supieron del transcurso de los días de la semana cuando se presentó un grupo de cantores. Entonces Ward Fi-l-Akmam, maravillada, recitó estos versos:
A pesar del enfado de los envidiosos y del espía hemos obtenido del amado lo que deseábamos.
La unión nos ha permitido abrazarnos sobre cojines de brocado y de seda fina.
Sobre edredones de cuero rellenos de plumas de pájaro de las mejores especies.
El vino ha sido sustituido por la saliva del amor que está por encima de todos los demás.
A causa de las dulzuras de la unión no sabemos si ha transcurrido mucho o poco tiempo.
Han pasado siete noches y, ¡cosa extraordinaria!, no nos hemos dado cuenta.
Felicitadme por la semana y decid: «¡Que Dios prolongue tu unión con el amado!»
Al terminar de recitar estos versos Uns al-Uchud la besó un centenar de veces y recitó estos otros:
Ha llegado el día de la alegría y de las felicitaciones, ha venido la amada desde lejos y me ha rescatado.
Me ha agasajado con la dulce unión y me ha hablado con palabras delicadas y agradables.
Me ha escanciado la bebida de la familiaridad hasta que lo que me ha escanciado me ha hecho desprenderme de la realidad.
Hemos disfrutado, gozado y yacido juntos. Después hemos bebido juntos en medio de cantos.
A causa de la mucha alegría no hemos distinguido un día de otro.
¡Que cada amante consiga la bella unión y que le llegue la alegría como a mí me ha llegado!
¡Que no conozca el amargo sabor de la separación y que el Señor le dé tanta alegría como a mí me ha dado!
Al terminar de recitar estos versos salieron de su habitación, dieron regalos, vestidos de honor, dones y presentes a la gente. Después Ward Fi-l-Akmam mandó que les reservasen el baño público y dijo a su marido: «¡Refresco de mis ojos! Querría verte en el baño, solo, sin compañía», y llena de alegría recitó estos versos:
¡Oh, tú, que desde antiguo me posees —el tiempo actual no puede prescindir del pasado—!
¡Oh, tú, de quien no puedo prescindir, no buscando más comensal!
¡Luz de mis ojos! ¡Vamos al baño! Verás el paraíso en medio del infierno.
Lo perfumaremos con madera de Nadd hasta que su aroma se difunda por todo el país.
Perdonaremos al destino todas sus culpas y daremos gracias a la bondad de nuestro Señor, el Misericordioso.
Al verte en el baño diré: «¡Te felicito, amado mío, por todos los bienes!»
Al concluir de recitar estos versos se marcharon al baño, pasaron el rato agradablemente en él y después volvieron a su palacio. Vivieron en la más dulce de las vidas hasta que se les presentó el destructor de las felicidades y el separador de los amigos. ¡Gloria a Aquel que no cambia ni muere! ¡A Él vuelven todas las cosas!