SE cuenta que un rey dijo a las gentes de sus dominios: «He de cortar la mano a aquel de mis súbditos que dé limosna». Todos los habitantes se abstuvieron de dar limosna y ninguno de ellos podía hacer limosna a otro. Cierto día un pobre, muerto de hambre, se acercó a una mujer y le dijo: «¡Dame algo de limosna!»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas cuarenta y ocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [la mujer] le replicó: «¿Cómo he de darte una limosna si el rey corta la mano de todo aquel que la hace?» «¡Te ruego, por Dios (¡ensalzado sea!), que me des algo de limosna!», le insistió. La mujer, al ser rogada en nombre de Dios, se apiadó de él y le dio dos mendrugos. La noticia llegó al rey quien le mandó comparecer y cuando la tuvo delante mandó que le cortaran las dos manos.
Más tarde, el rey dijo a su madre: «Quiero casarme. Cásame con una mujer bonita». Le contestó: «Entre nuestras siervas hay una que no tiene par. Pero tiene un defecto grave». «¿Cuál es?» «Tiene amputadas las dos manos.» «Quiero verla.» Se la llevaron y al contemplarla se enamoró, se casó con ella y consumó el matrimonio. La mujer era la que había dado los dos mendrugos al pedigüeño, por lo cual le habían cortado las dos manos. Una vez casada las concubinas le tuvieron envidia y escribieron al rey diciéndole que ella era una libertina y que ya había dado a luz un muchacho. El rey escribió a su madre una carta mandándole que abandonase a su mujer en el desierto regresando ella después. La madre lo hizo así: la acompañó al desierto y después de abandonarla, regresó. La mujer se puso a llorar y a sollozar amargamente por lo que le ocurría. Mientras caminaba llevando al niño en el cuello pasó junto a un río y se arrodilló para beber, pues estaba sedienta por lo fatigoso de la marcha y por la mucha pena. Al bajar la cabeza cayó el niño en el agua. La madre se sentó a llorar amargamente la pérdida de su hijo. Mientras lloraba pasaron dos hombres que le dijeron: «¿Por qué lloras?» «Llevaba a mi hijo en el cuello —les contestó— y se ha caído al agua.» «¿Desearías que te lo sacásemos?» «¡Sí!» Los dos invocaron a Dios (¡ensalzado sea!) y el muchacho volvió a su lado sin daño alguno. Le preguntaron: «¿Te gustaría que Dios te devolviese las manos?» «Sí.» Ambos invocaron a Dios (¡gloriado y ensalzado sea!) y sus dos manos reaparecieron más hermosas de lo que habían sido. Le dijeron: «¿Sabes quiénes somos?» «¡Dios es el más sabio!» «Nosotros somos los dos mendrugos de pan que diste como limosna al pordiosero. Tu limosna fue la causa de que perdieses las manos. ¡Alaba a Dios (¡ensalzado sea!) que te ha devuelto las manos y tu hijo!» La joven alabó a Dios (¡ensalzado sea!) y le glorificó.
Se cuenta que entre los hijos de Israel había un asceta cuyos familiares hilaban algodón. Cada día vendía lo hilado, compraba algodón y con la ganancia adquiría los alimentos que su familia necesitaba para la jornada. Cierto día salió, vendió lo hilado y tropezó con un hermano que se le quejó de sus necesidades. Le entregó el importe de lo hilado y volvió al lado de su familia sin algodón y sin comida. Le preguntaron: «¿Dónde está el algodón y la comida?» Les contestó: «He encontrado a Fulano, quien se me ha quejado de sus necesidades. Le he dado el importe de lo hilado». «Y ¿qué haremos si no tenemos nada que vender?» Tenían una jofaina rota y una jarra. Las llevó al mercado, pero nadie se las compró. Mientras estaba en el zoco pasó por su lado un hombre que llevaba un pez…
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas cuarenta y nueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [pasó por su lado un hombre que llevaba un pez] hediondo e hinchado que nadie le había querido comprar. El dueño del pez le dijo: «¿Me vendes tu mercancía a cambio de la mía?» «Sí.» Le entregó la jofaina y la jarra, cogió el pez y se marchó con él junto a su familia. Le preguntaron: «¿Qué haremos con este pez?» «Lo asaremos y nos lo iremos comiendo hasta que Dios (¡ensalzado sea!) nos depare otro alimento.» Lo cogieron, le abrieron el vientre y en el interior encontraron una perla. Se lo comunicaron al anciano quien les dijo: «¡Fijaos! Si está agujereada pertenece a alguien; si no lo está constituye un don que Dios os hace». Se fijaron y vieron que estaba agujereada, Al amanecer se la llevó a un amigo que era experto. Éste le preguntó: «¡Fulano! ¿De dónde has sacado esta piedra?» «Dios (¡ensalzado sea!) nos la ha entregado.» «Vale mil dirhemes y yo te doy por ella dicha suma; pero llévala a Fulano, que es más rico y más experto.» Se la llevó y éste le dijo: «No vale más de setenta mil dirhemes». Le entregó los setenta mil dirhemes, el asceta llamó a los faquines y éstos le llevaron el dinero hasta la puerta de su casa. Un pobre se le acercó y le dijo: «¡Dame algo de lo que Dios (¡ensalzado sea!) te ha dado!» El jeque contestó: «Ayer era un igual tuyo. ¡Coge la mitad de la suma!» Dividida la suma en dos partes iguales, cada uno de ellos cogió la que le correspondía. Entonces el pobre le dijo: «¡Coge y guarda todo tu dinero, pues Dios te bendice! Tu Señor me ha enviado» a ti como mensajero para ponerte a prueba». El jeque exclamó: «¡Loado y gloriado sea Dios!» Él y su familia vivieron en la abundancia hasta que les llegó la muerte.