ANÉCDOTAS DE ABU NUWÁS CON AL-RASID

SE cuenta que cierta noche, el Califa, Emir de los creyentes, Harún al-Rasid, estaba muy intranquilo y preocupado. Empezó a pasear por los alrededores del palacio hasta llegar a un quiosco tapado por un velo. Lo levantó y vio en su testera un palanquín encima del cual había un objeto negro que parecía ser un hombre dormido; a su derecha y a su izquierda había sendas candelas. Mientras lo examinaba y contemplaba descubrió una botella llena de vino tinto, añejo, y un vaso. El Emir de los creyentes, al verlo, se quedó perplejo y exclamó: «¿Tal compañía ha de tener este negro?» Se acercó al palanquín y vio que encima había una adolescente dormida cuyo rostro estaba cubierto por los cabellos. Le destapó la cara y le pareció la luna en el día de su plenitud. El Califa llenó el vaso de vino y lo bebió encima de la rosa de su mejilla; se inclinó hacia ella y la besó en un lunar. La muchacha se despertó diciendo:

«¡Oh, Fiel a Dios! ¿Qué ocurre?»

El Califa le contestó con este verso:

Es un huésped que llama a vuestro barrio para que le deis alojamiento hasta la llegada de la aurora.

Ella respondió:

«Honro al huésped con la vista y el oído.»

Le acercó el vaso y bebieron los dos. Ella cogió el laúd, templó sus cuerdas y le tocó preludios en veintiún tonos. Después volvió a la melodía inicial y cantó estos versos:

La lengua de la pasión te habla desde mi corazón; te informa de que te amo.

Tengo un testigo que hace manifiesta lo grave de mi enfermedad: es el corazón herido que late separado de ti.

No oculto el amor que siento: mi pasión va en aumento, mis lágrimas fluyen a raudales.

Antes de amarte no sabía lo que era el amor pero el decreto de Dios, sobre las criaturas, es un hecho cumplido.

Al terminar de recitar estos versos dijo: «¡Emir de los creyentes! Soy una persona tratada injustamente».

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche trescientas treinta y nueve, refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Harún al-Rasid preguntó]: «¿Quién te ha maltratado?» «Hace algún tiempo tu hijo me compró por diez mil dirhemes, pues quería ofrecerme a ti como regalo. Pero tu prima[122] le mandó dicha suma y le ordenó que me ocultase a tus ojos, por lo que me encerró en este palacete.» «¡Pídeme lo que desees!» «¡Que pases la próxima noche conmigo!» «Si Dios (¡ensalzado sea!) lo quiere», concluyó el Califa. La dejó sola y se marchó. Al llegar la mañana se dirigió a la audiencia y maridó a buscar a Abu Nuwás, pero no le encontraron. Despachó a un chambelán para que preguntase por él y le descubrió de rehén en una taberna a causa de una deuda de mil dirhemes que había consumido en compañía de un imberbe. El chambelán le preguntó por lo que le ocurría y Abu Nuwás le refirió lo que le había acaecido con un guapo muchacho, en cuya compañía había hecho un gasto de mil dirhemes. Le exigió: «¡Enséñame quién es! Si se merece tal suma tú tienes disculpa». «Espera y le verás ahora mismo.» Mientras los dos estaban hablando, el jovenzuelo llegó y entró. Llevaba un vestido blanco debajo del cual se veía otro rojo y debajo de éste un tercero negro. Abu Nuwás al verle exhaló unos suspiros y recitó estos versos:

Apareció con una camisa blanca, con pupilas y párpados lánguidos.

Le dije: «¿Pasas sin decirme nada? Yo me contentaría con tu solo saludo.

¡Bendito sea Quien ha vestido de rosas tus mejillas y crea, sin dificultad, lo que quiere!»

Contestó: «Déjate de ergotismos, pues mi Señor hace obras maravillosas, indestructibles.

Mi vestido es como mi casa y como mi suerte: blanco sobre blanco y sobre blanco».

El joven, al oír estos versos, se quitó el vestido blanco que le tapaba el rojo. La admiración de Abu Nuwás fue en aumento y recitó estos versos:

Se mostró en una camisa de anémonas aquel enemigo mío que se llamaba amado.

Lleno de admiración le dije: «Tú eres la luna y te presentas bajo un aspecto prodigioso.

¿Han sido tus mejillas las que han teñido de rojo este vestido o bien tú lo has teñido con la sangre de los corazones?»

Contestó: «El sol me ha regalado una camisa que fue teñida poco antes del crepúsculo.

Mi vestido, el vino y el color de mis mejillas son fuego sobre fuego y sobre fuego».

Al terminar Abu Nuwás de recitar estos versos, el muchacho se quitó el vestido rojo y se quedó con el negro. Al verle, Abu Nuwás se volvió hacia él una y otra vez y recitó estos versos:

Se mostró en una camisa negra apareciendo ante los hombres rodeado de tinieblas.

Le dije: «Pasas y no saludas; no das satisfacción a los envidiosos ni a los enemigos.

Tu vestido y tu cabello, son como mi suerte: negro sobre negro y sobre negro».

El chambelán, al ver esto, se dio cuenta de cuál era la situación y el desvarío de Abu Nuwás. Regresó junto al Califa, y le contó lo que ocurría. El soberano le entregó mil dirhemes y ordenó al chambelán que los cogiese, regresase al lado de Abu Nuwás y se los diese para que dejase de servir de rehén. El chambelán volvió al lado del poeta, le libertó y regresó con él junto al Califa. Cuando éste le tuvo delante le dijo: «Recita una poesía que contenga este hemistiquio:

¡Oh, fiel a Dios! ¿Qué ocurre?»

«Oír es obedecer, Emir de los creyentes.»

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche trescientas cuarenta, refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Abu Nuwás] recitó estos versos:

Mi noche fue larga entre pesares e insomnio.

Mi cuerpo ha adelgazado y mis pensamientos se han multiplicado.

Me levanté para recorrer una vez mi morada y otra las habitaciones del harén.

Mis ojos distinguieron una persona negra que era blanca pues se había tapado con los cabellos.

¡Qué mujer como la luna llena cuando resplandece, como la rama de sauce a la que recubre el pudor!

De un trago me bebí la copa; después me volví y la besé en el lunar.

Se despertó temblando como una rama bajo el peso de la lluvia.

Después se levantó y me dijo: «¡Oh Fiel a Dios! ¿Qué ocurre?»

Contesté: «Es un huésped que llama a vuestro barrio, que espera que le deis alojamiento hasta la llegada de la aurora».

Me replicó llena de alegría: «¡Señor mío! Honro al huésped con la vista y el oído».

El Califa exclamó: «¡Que Dios te mate! Parece como si hubieses estado con nosotros». El soberano le cogió de la mano y se dirigió con él a ver a la muchacha. Abu Nuwás observó que llevaba una túnica amarilla y un velo azul. Se quedó maravillado y recitó estos versos:

Di a la hermosa que lleva un velo azul: «Espero que seas amable conmigo».

Cuando la amada tiraniza al amante, éste exhala suspiros llenos de pasión.

¡Por tu belleza adornada de blancura! ¿No tendrás piedad del corazón del amante apasionado?

Apiádate de él, auxíliale en su pasión y no hagas caso de las palabras del tonto.

Cuando Abu Nuwás terminó de recitar estos versos, la joven ofreció de beber al Califa y después cogió el laúd, tocó unas melodías y cantó estos versos:

¿Serás equitativo, en tu amor, con las demás y conmigo injusto? ¿Me alejarás de ti mientras eres liberal con otra?

Si los amantes tuviesen un juez ante el que recurrir me quejaría, ante él, de vos. ¡Tal vez juzgase según la verdad!

Si me prohibís que pase ante vuestra puerta os saludaré igualmente desde lejos.

El Emir de los creyentes le mandó que diese de beber en abundancia a Abu Nuwás para que perdiese la razón. Le ofreció una copa y la agotó de un sorbo, quedándose con ella en la mano. El Califa le ordenó que le quitase la copa y que la escondiese. La muchacha se la arrebató y la ocultó entre los muslos. El Califa desenvainó la espada, se puso al lado de Abu Nuwás y le pinchó hasta despertarle de su modorra. El poeta vio que el Califa tenía en la mano la espada desenvainada ante lo cual la embriaguez se le fue de la cabeza. El soberano le dijo: «Dime, en verso, dónde está tu copa. De lo contrario te corto el cuello». Recitó:

Mi historia es la mayor de las historias: ¡La gacela resulta ser un ladrón!

Ha robado la copa de mi vino del cual había bebido sólo un sorbo.

La ha ocultado en un lugar que me tiene el corazón en vilo.

Por discreción no lo nombraré, ya que el Príncipe es su dueño.

El Emir de los creyentes le dijo: «¡Que Dios te mate! ¿Cómo lo sabes? Bueno; aceptamos lo que has dicho». Después mandó darle un vestido de honor y mil dinares: Abu Nuwás se fue contento.