SE cuenta que una noche, Chafar, el barmekí, estaba en un banquete con al-Rasid, el cual le dijo: «Chafar, me he enterado de que has comprado a tal esclava. Hace mucho tiempo que la busco yo, pues es muy hermosa, y mi corazón arde de amor por ella. ¡Véndemela!» «No la venderé, Emir de los creyentes.» «¡Regálamela!» «No la regalaré.» Harún al-Rasid exclamó entonces: «¡Me separaré de Zubayda por triple repudio si no me la vendes o me la regalas!» Chafar replicó: «¡Me separaré de mi mujer por triple repudio si te la vendo o te la regalo!» Más tarde, pasada ya la embriaguez, comprendieron que se hallaban en un aprieto y no sabían con qué subterfugio iban a salir de él. Harún al-Rasid exclamó: «Éste es un caso que sólo puede resolver Abu Yusuf». Fueron a buscarlo a medianoche. Cuando llegó el mensajero, Abu Yusuf se levantó asustado y se dijo: «No se me llamaría a esta hora si no se tratare de algo grave para el Islam». Salió corriendo, montó en su mula y dijo al criado: «Lleva contigo el saco de la mula; es posible que el animal no haya terminado aún de comerse el pienso. Cuando entremos en el palacio del Califa, pónselo para que se acabe de comer lo que le falta antes de que yo salga». El muchacho contestó: «Oír es obedecer».
Al comparecer Abu Yusuf, Harún al-Rasid se puso de pie y lo hizo sentar en su estrado, a su lado, sitio en el cual sólo se sentaba él. Le dijo: «Te hemos mandado a buscar a esta hora para un asunto muy importante. Se trata de esto y esto, y no encontramos el medio de resolverlo». «Emir de los creyentes. ¡Ésta es la cosa más fácil que pueda existir! Chafar: vende al Emir de los creyentes la mitad de tu esclava y regálale la otra mitad. Ambos quedáis libres de vuestro juramento.» El Emir de los creyentes se alegró mucho, y ambos hicieron lo que les había ordenado. Harún al-Rasid dijo: «¡Traedme la esclava ahora mismo!»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche doscientas noventa y siete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el Califa la quería mucho. Se la llevaron, y dijo al cadí Abu Yusuf: «Quiero poseerla ahora mismo, pues no puedo esperar hasta que haya pasado el tiempo legal de mora[101]. ¿Qué solución me das?» «¡Emir de los creyentes! Tráeme a uno de tus esclavos que no esté emancipado.» Fueron por el esclavo, y Abu Yusuf explicó: «Permíteme que lo case con ella. Después, antes de consumar el matrimonio, la repudiará, y tú podrás poseerla inmediatamente, sin tener que esperar el fin del plazo legal». Harún al-Rasid quedó más admirado aún que antes. Cuando el esclavo compareció, el Califa dijo al cadí: «Te permito que lo cases».
El cadí propuso el matrimonio al mameluco, y éste aceptó. Una vez celebrado, le dijo el cadí: «Repudia a tu mujer y recibirás cien dinares». «No lo haré.» El cadí siguió pujando y el esclavo negándose, hasta que llegó a ofrecerle mil dinares. Al fin preguntó el esclavo: «¿Quién es el que hace el repudio? ¿Yo o el Emir de los creyentes?» «Tú, naturalmente.» «¡Pues no la repudiaré jamás!» El Emir de los creyentes, hecho una furia, exclamó: «¡Buena escapatoria has encontrado, Abu Yusuf!» «¡Emir de los creyentes! ¡No te preocupes! El caso es sencillo: haz que la muchacha sea dueña del esclavo.» «¡Se lo regalo!» El cadí, dirigiéndose a ella, dijo: «Di “Lo acepto”». La muchacha dijo: «Lo acepto». El cadí concluyó: «Pronuncio el divorcio entre los dos, pues al pasar el marido a ser propiedad de la mujer, el vínculo queda invalidado». El Emir de los creyentes se puso en pie de un salto, diciendo: «¡Sólo un hombre como tú podía ser cadí en mi tiempo!»
Ordenó que le llevasen bandejas llenas de oro, y las vertió delante de él. Luego le preguntó: «¿Tienes algún sitio en que colocarlo?»
El juez se acordó del saco de la mula, mandó a buscarlo y lo llenó de oro; lo cogió, y se marchó a su casa. Al día siguiente decía a sus amigos: «El camino más sencillo y más fácil para obtener los bienes de este mundo y los del otro es el de la ciencia. Yo he obtenido estas grandes riquezas solucionando dos o tres problemas».
Tú que estás instruyéndote fíjate en la agudeza de este caso, ya que encierra preciosos detalles, tales como la familiaridad con que el visir trataba a Harún al-Rasid, la ciencia del Califa y la ciencia aún mayor del cadí. ¡Apiádese Dios (¡ensalzado sea!) de todos ellos!