ERA la época de la peregrinación y la gente daba vueltas en torno de la Kaaba. Mientras todo el lugar estaba lleno de gente, un hombre se colgó de los velos de la Kaaba diciendo de todo corazón: «Te ruego, ¡oh Dios!, que ella se enfade con el marido para que yo la posea». Un grupo de peregrinos le oyó, le detuvo y le llevó delante del jefe de la peregrinación después de haberle pegado mucho. Dijeron: «¡Emir! Hemos encontrado a este hombre en los lugares santos diciendo esto y esto». El Emir de la peregrinación mandó ahorcarlo pero el reo protestó: «¡Emir! ¡Por amor al Enviado de Dios (¡Él le bendiga y le salve!) escucha mi historia, mi relato y después haz conmigo lo que quieras!» «¡Cuéntalo!»
Refirió:
«Sabe, ¡oh Emir!, que soy un destripador que trabajo en la limpieza de las reses y llevo la sangre impura[97] y las entrañas al estercolero. Cierto día en que iba con mi asno cargado tropecé con las gentes que huían. Uno de ellos me dijo: “¡Métete en esta calleja, si no quieres que te maten!” Pregunté: ¿Por qué huyen?” Me contestó otro: “Los criados de Fulana, esposa de un personaje principal, despejan el camino para que pueda pasar sin que nadie la vea; apalean a todos los que encuentran”. Me metí con el asno en un recoveco…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche doscientas ochenta y tres, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el destripador prosiguió]: «… para esperar a que se disolviese la aglomeración; vi a los criados con los bastones en la mano que daban escolta a unas treinta mujeres entre las cuales iba una que parecía una rama de sauce; era muy hermosa, perfecta, graciosa, fascinante. Todas las demás eran sus criadas. Cuando esta mujer llegó a la entrada del recoveco en que yo me había metido, miró a derecha e izquierda y llamó a un eunuco. Éste corrió hacia ella; la mujer le dijo algo al oído; el eunuco se acercó a mí y me agarró —mientras todos los que estaban a mi lado huían—; otro eunuco cogió mi asno y se lo llevó. El que me había detenido me ató con una cuerda y me llevó consigo. Yo no entendía lo que pasaba; la gente, detrás de nosotros, gritaba: “¡Dios no permita tales cosas! ¡Pero si es un pobre destripador! ¿Por qué le habéis atado con cuerdas?” Los eunucos respondían: “¡Tenedle compasión y Dios (¡ensalzado sea!) la tendrá con vosotros! ¡Dejadle andar!” Yo me decía: “Estos eunucos me han detenido porque su señora ha notado el olor de las entrañas y se ha molestado. Tal vez esté encinta o se encuentre mal. ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande!” Marché detrás de ellos hasta que llegaron a la puerta de una gran casa. Entraron; yo les seguí. Me hicieron pasar hasta llegar a una gran sala. No sé cómo describir sus bellezas: estaba recubierta por grandes tapices. Después entraron en ella algunas mujeres. Yo seguía atado y tenía al lado al eunuco. Pensaba: “En esta casa van a atormentarme hasta que muera; nadie va a enterarse de mi muerte”. Me metieron en un hermoso baño que estaba al lado. Entraron tres esclavas que se sentaron a mi alrededor y me dijeron: “¡Quítate esos harapos!” Me desnudé y una de ellas empezó a frotarme los pies, otra a lavarme la cabeza y la tercera me hizo masaje. Cuando hubieron terminado me envolvieron en paños y me dijeron: “¡Vístete!” Repliqué: “¡Juro por Dios que no sé vestirme!” Se acercaron y me vistieron mientras se burlaban de mí. Después tomaron botellas llenas de agua de rosas y me perfumaron. En su compañía me dirigí a otra sala y —¡por Dios!— no sé cómo describir su belleza; ¡tal era el número de sus pinturas y tapices! Encontré en ella una mujer que estaba sentada en un diván de mimbre…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche doscientas ochenta y cuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el destripador prosiguió]: «… con patas de marfil. En espera de sus órdenes había un grupo de muchachas.
»Al verme se puso de pie y me llamó. Me acerqué a ella y me mandó que me sentase. Tomé sitio a su lado y ordenó a las esclavas que nos sirviesen de comer. Nos dieron una magnífica comida, con guisos de toda suerte y cuyos nombres desconozco. Jamás en la vida he sabido en qué consistían. Comí hasta hartarme. Se llevaron los platos y me lavé las manos. Mandó que nos trajesen los frutos y nos los sirvieron en el acto. Me invitó a comer y así lo hice. Cuando terminamos de comer mandó a una de las muchachas que nos sirviese de beber. Nos trajeron vinos de todas las clases; al tiempo que quemaban en los pebeteros aromas variados. Una de las jóvenes, parecida a la luna, nos escanciaba en medio de las tonadas que tocaban los instrumentos de cuerda. La señora que estaba sentada a mi lado y yo nos embriagamos. Yo creía que todo era un sueño. Después dijo por señas a una criada que nos preparase el lecho en aquel mismo lugar. Así lo hizo. Se puso de pie, me llevó de la mano hasta él y dormimos juntos hasta la llegada de la aurora. Cada vez que la estrechaba contra mí exhalaba un aroma de almizcle y de perfumes. Yo creía que me encontraba en el paraíso o que estaba soñando. Al amanecer me preguntó dónde vivía. Respondí: “En tal sitio”. Me mandó que me marchase y me dio su pañuelo bordado en oro y en plata, atado, que contenía algo. Me dijo: “Esto es para que vayas al baño”[98]. Me alegré y me dije: “Si contiene cinco céntimos tendré para mi comida de hoy”. Salí de su casa como si saliese del paraíso y me marché al almacén en que vivía. Abrí el pañuelo y me encontré cincuenta mizcales de oro. Los enterré y me senté en la puerta después de haber comprado dos céntimos de pan y condimentos. Almorcé y me puse a pensar en lo que me había sucedido. Al atardecer, mientras seguía en la misma situación, se me acercó una joven y me dijo: “Mi señora te llama”. Fui en su compañía hasta la puerta de la casa; pedí permiso, entré, besé el suelo ante ella y mandó, como de costumbre, que nos sirviesen de comer y de beber. Después dormí con ella como la noche anterior. Al amanecer me entregó un segundo pañuelo con cincuenta mizcales de oro. Lo cogí, salí, me marché al almacén y lo enterré.
»Llevé este tipo de vida durante ocho días: iba a visitarla al atardecer y salía al alborear la mañana. Durante la noche del octavo día, mientras estaba durmiendo con ella, entró corriendo una esclava que me dijo: “¡Levántate y métete en ese cuarto!” Me metí en él y vi que daba a la calle. Mientras permanecía allí se armó un gran alboroto y los cascos de los caballos repiquetearon en la calle. La habitación tenía una ventana que daba sobre la puerta. Miré por ella y vi un joven montado a caballo que parecía la luna llena en el momento de aparecer por el horizonte: venía precedido por los mamelucos y los soldados que estaban a su servicio. Se acercó a la puerta, se apeó, entró en la habitación y encontró a aquella mujer sentada en el lecho. Besó el suelo ante ella y después se le aproximó, y le besó la mano. Ella no le dirigió la palabra pero él la trató con humildad hasta que la persuadió a hacer las paces y pasó la noche con ella.»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche doscientas ochenta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el destripador prosiguió]: «Al llegar la mañana los soldados acudieron a buscarle; montó a caballo y salió por la puerta. La mujer vino a buscarme y me dijo: “¿Has visto a ése?” “Sí.” “Es mi esposo. Voy a contarte lo que me ha ocurrido con él. Un día estábamos los dos sentados en el jardín del interior de la casa. Él se marchó, de repente, de mi lado y estuvo ausente durante mucho rato. Notando que tardaba me dije: ‘Tal vez haya ido al retrete’. Me dirigí a éste y no le encontré. Pasé por la cocina, vi una criada y le pregunté por él. Me indicó donde estaba: ¡durmiendo con una criada! Entonces juré del modo más solemne que había de cometer adulterio con el hombre más sucio y más inmundo. El día que te cogieron los eunucos llevaba ya cuatro días dando vueltas por la ciudad en busca de alguien que reuniese estas características: tú eres la persona más sucia y más inmunda que encontré: te mandé detener y ocurrió lo que Dios tenía dispuesto que ocurriese. Ahora ya he cumplido el juramento que había hecho”. Añadió: “Cuando mi esposo vuelva a tener relaciones con alguna esclava, a dormir con ella, te prometo que te mandaré llamar y volveremos a las andadas”. Mientras yo escuchaba estas palabras ella me asaeteaba el corazón con las flechas de su mirada y yo lloraba hasta causarme llagas en los párpados. Recité estas palabras del poeta:
Permíteme que bese diez veces tu mano izquierda, pues es más noble que tu derecha:
Es la que hace menos tiempo que te ha sido útil al limpiarte tus partes.
»La joven mandó que me marchase y me entregó cuatrocientos mizcales de oro. Yo me fui y he venido hasta aquí para pedir a Dios (¡gloriado y ensalzado sea!) que su marido vuelva a dedicarse a la criada para que yo pueda volver a su lado.»
El Emir de la peregrinación al oír este relato soltó a aquel hombre y dijo a los presentes: «¡Dios os bendiga! Rezad por él, pues tiene disculpa».