HISTORIA DE IBRAHIM AL-MAHDI Y AL-MAMÚN

ENTRE las historias más hermosas figura la de Ibrahim b. al-Mahdi, hermano de Harún al-Rasid. Cuando al-Mamún, su sobrino, se hizo cargo del Califato, él no lo reconoció. Al contrario: se fue a Rayy y reivindicó este título. Así transcurrió un año, once meses y doce días. Al-Mamún, su sobrino, esperaba que volviese a su obediencia, a seguir el camino de la comunidad. Pero al fin, desesperando de conseguirlo, montó a caballo y, con sus jinetes e infantes, se dirigió hacia Rayy. Ibrahim, al enterarse de la noticia, no pudo hacer más que correr a Bagdad y esconderse temiendo perder la vida. Al-Mamún prometió entregar cien mil dinares a quien le diese una pista. Ibrahim refiere: «Cuando me enteré de esta oferta, temí por mi vida».

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche doscientas setenta y tres, refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Ibrahim prosiguió]: «… y me quedé sin saber qué hacer; salí de mi casa al mediodía sin saber adónde dirigirme. Entré en una calle sin salida y vi al principio de la misma a un barbero que estaba de pie en la puerta de su casa. Me acerqué a él y le dije: “¿Tienes algún sitio en el que pueda ocultarme un poco?” “Sí.” Abrió la puerta y me metió en una casa limpia. Luego me encerró y se fue. Creyéndolo enterado de la recompensa, me dije: “Habrá salido a denunciarme”. Me quedé echando chispas, como si fuera un caldero sobre ascuas, meditando en mi situación. En esto regresó el barbero, acompañado por un faquín, que traía todo lo necesario. Me habló así: “Daré mi vida por ti. Yo soy uno de los que aplican ventosas, y sé que te repugno por mi oficio: aquí tienes estas ropas, que no han tocado mis manos”». Ibrahim prosigue:

«Yo necesitaba comer, y me hice un caldero como jamás he comido otro igual. Cuando hube terminado, me dijo: “Yo no puedo dirigirte la palabra, pero si tú quieres honrar a tu esclavo, tienes mejor opinión”. Yo le dije, creyendo que no me había reconocido: “¿De dónde sacas que yo soy un buen contertulio?” “¡Gloria a Dios! Nuestro señor es bien conocido. Tú eres Ibrahim b. al-Mahdi, aquel por el cual al-Mamún ha ofrecido cien mil dinares a quien lo denuncie.” Estas palabras lo hicieron crecerse ante mis ojos, puesto que me mostraba su valor. Quise complacerlo en su deseo, y acordándome de mis hijos y de mi familia, empecé a recitar:

Es posible que Aquel que condujo a José junto a su familia, que lo ennobleció en la cárcel mientras era un preso,

escuche nuestra súplica y nos reúna con los seres amados. Dios, el señor de los mundos, es todopoderoso.

»Al oír esto exclamó él: “¡Señor mío! ¿Me permites que recite lo que te pasa por la mente?” “¡Hazlo!” Recitó estos versos:

Nos quejamos a nuestros amigos de lo largo de la noche. Nos dijeron: “¡Cuán breve es para nosotros!”

Esto es porque el sueño cierra rápidamente nuestros ojos, mas no penetra en el fondo del corazón.

La caída de la noche molesta al enamorado; en cambio, ellos se alegran cuando se acerca.

Si ellos hubiesen sufrido lo mismo que nosotros, también permanecerían tendidos en el lecho insomnes.

»Yo le dije: “Me has mostrado una gran bondad, y has apartado de mí la pena y la aflicción. Recita algo agradable”. Recitó estos versos:

Nos reprocha lo escaso de nuestro número, pero le digo: “¡Pocos son los generosos!”

¿Qué de malo tiene el que seamos pocos si nuestro protegido es noble? Los protegidos de casi toda la gente son viles.

Somos una gente que no considera deshonra el ser asesinada, aunque piensen lo mismo los amir y los salul.[91]

El amor a la muerte nos aproxima al fin; quienes le tienen repugnancia, viven muchos años.

Si queremos, reprobamos las palabras de la gente, pero nadie niega nuestras palabras cuando hablamos.

»Al oír estos versos me admiré mucho y quedé satisfecho en extremo. Llevaba conmigo una bolsa llena de dinares, y se la entregué diciendo: “Te recomiendo a Dios y me marcho. Gasta de esta bolsa para atender a tus necesidades. Te daré una recompensa mayor cuando esté libre del miedo”. Él me devolvió la bolsa: “¡Señor mío! Los pobres como yo no son apreciados por la gente de vuestro rango; pero considerando mi valor, ¿cómo he de aceptar un pago por el hecho de que el destino te haya traído y te haya hospedado en mi casa? ¡Por Dios! ¡Si repites estas palabras y me arrojas otra vez la bolsa, me mataré!”»

Ibrahim refiere: «Me metí la bolsa en la manga, por más que me pesase el llevármela…»

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche doscientas setenta y cuatro, refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Ibrahim prosiguió] «… y me marché. Al llegar a la puerta de la casa me dijo: “¡Señor! Aquí estarás mejor escondido que en ninguna otra parte. A mí no me pesa el mantenerte. Quédate en mi casa hasta que Dios te libere”. Le repliqué: “A condición de que tú gastes de esta bolsa”. Él me hizo creer entonces que aceptaba. Permanecí con él unos días, y comprobé que no utilizó ni un céntimo de la bolsa. Después me disfracé de mujer, con babuchas y velo, y salí de su casa. Ya en el camino fui presa de un gran miedo y me dirigí hacia el puente para atravesarlo. Al cruzar por un lugar mojado, me descubrió un soldado que había estado a mi servicio; al reconocerme, gritó: “¡Éste es el que busca al-Mamún!”, y se colgó de mí. De un empujón lo rechacé, y él y el caballo fueron a parar al barro, haciendo en ellos un escarmiento para quien medita. Las gentes corrieron hacia él, mientras yo apretaba el paso: crucé el puente, me metí en una calle y vi la puerta de una casa y una mujer de pie en su vestíbulo. Dije: “¡Señora mía! ¡Sálvame la vida! Soy un hombre atemorizado”. Me contestó: “No te ocurrirá ningún daño”. Me llevó a una buhardilla, me extendió un colchón, me dio de comer y me dijo: “Tranquilízate”. Mientras ocurría esto llamaron fuertemente a la puerta. Ella fue a abrir, y apareció el soldado que yo había tirado en el puente. Venía descalabrado, sin caballo, y la sangre le corría por los vestidos. La mujer le preguntó: “¿Qué te ha pasado?” “Conseguí apoderarme del perseguido, pero se me ha escapado.” Y ella sacó una venda quemada, le vendó la cabeza, le preparó la cama y el herido se quedó dormido. Luego la mujer subió a mi lado y me dijo: “Creo que tú eres el hombre que buscan”. “Sí.” “No te ocurrirá nada malo.” Renovó su generosidad para conmigo, y permanecí en su casa tres días. Después me dijo: “Quizá te ocurra lo que temes si ese hombre te descubre. ¡Sálvate!”

»Le pedí que tuviese paciencia hasta la caída de la tarde, y aceptó. Llegada la noche, me vestí de mujer, salí de su casa y me dirigí a la de una cliente. Al verme ésta, lloró, se lamentó y loó a Dios (¡ensalzado sea!) porque me había salvado. Salió como si fuese al mercado a comprar las cosas necesarias para hacerme los honores, pero un momento después apareció Ibrahim al-Mawsulí, que venía acompañado por sus pajes y sus soldados. Una mujer los precedía. Me fijé en ella y reconocí a mi cliente, la dueña de la casa en la que me encontraba. Me entregó a ellos, y fui llevado, disfrazado como estaba, a la presencia de al-Mamún. Éste reunió una asamblea general y me hizo comparecer ante él. Al entrar le dije: “La paz sea sobre ti, Califa”. “¡Que Dios no te dé reposo y te quite la vida!” “Como tú quieras, Emir de los creyentes. Tú eres quien dispone las cosas: puedes escoger entre el castigo y el perdón; pero el perdón está más cerca de la piedad. Dios ha puesto tu perdón por encima de todo perdón, al igual que ha puesto mi culpa por encima de toda culpa. ¡Emir de los creyentes! Si castigas, ejercitas tu derecho; si perdonas, practicas la virtud.” Luego recité estos versos:

He cometido una gran falta contra ti; pero tú eres más grande aún.

Primero ejercita tu derecho; después, bórralo con tu clemencia.

Sé tú generoso, ya que yo no he sabido serlo con mis actos.»

Refiere Ibrahim: «Al-Mamún levantó hacia mí la cabeza, y yo me apresuré a recitar estos versos:

Cometí una falta grave, pero tú puedes perdonarla.

Si perdonas, ejercitas la gracia; si castigas, haces justicia.

»Al-Mamún bajó la cabeza y recitó estos versos:

Cuando un amigo me enfada y me atosiga haciéndome tragar saliva,

le perdono sus faltas y le dispenso por temor de pasar toda la vida sin un amigo.

»Al oír estas palabras respiré el perfume de la gracia. Volviéndose a su primo, a su hermano Abu Ishaq y a todos los cortesanos presentes, les preguntó: “¿Qué pensáis de su asunto?” Todos le aconsejaron que me matase, aunque discrepaban en la forma en que debía hacerse. Al-Mamún preguntó a Ahmad b. Jalid: “¿Qué dices, Ahmad?” “¡Emir de los creyentes! Si lo matas, nos encontraremos con que alguna persona de tu rango habrá matado a otra de su misma estirpe; si lo perdonas, no encontraremos a ninguna persona de tu rango que haya hecho gracia a un pariente.”»

Dunyazad le dijo a su hermana Sahrazad:

—¡Qué hermosa, qué bella, dulce y agradable es esta historia!

—Pues esto no es nada —contestó— en comparación con lo que os contaré la próxima noche, si vivo y si el rey me permite quedarme.

El rey se dijo: «¡Por Dios! ¡No la mataré hasta haber oído el resto de su historia!»

Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.

Cuando llegó la noche doscientas setenta y cinco, refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Ibrahim prosigue: «Al oír decir a Ahmad b. Jalid estas palabras el Emir de los creyentes inclinó entonces la cabeza y recitó:

Mi clan ha sido el que ha matado a mi contríbulo Umaim. Si hubiese tirado mis flechas, también me acusarían a mí.

»Recitó también estas palabras del poeta:

Sé indulgente con tu hermano si mezcla los aciertos con las faltas.

Favorécelo, tanto si agradece los beneficios como si no los reconoce.

Abstente de censurarlo si un día se desvía o se porta mal.

¿No ves que aquel a quien amas y al que odias se presentan a la vez?

¿No sabes que las dulzuras de una larga vida disminuyen por el dolor de las canas?

¿Que la rosa aparece en medio de las ramas, junto a los frutos que hay que recoger?

¿Quién es el que nunca ha obrado mal? ¿Quién es el que es todo virtud?

Si observas a los hijos del siglo, verás que en su mayoría son pecadores.

»Al oír estas palabras me quité el velo que me cubría la cabeza y exclamé: “¡Dios es el más grande! ¡Dios te perdone, Emir de los creyentes!” “¡Tío! No te ha de ocurrir ningún daño.” “Emir de los creyentes: mi falta es grave para que yo intente disculparme; tu perdón es tan grande que no puedo agradecerlo con palabras.” Con su misma melodía, recité estos versos:

Aquel que creó las buenas acciones, las escondió entre los costados de Adán para que las heredase el séptimo imam.[92]

Has llenado de respeto el corazón de la gente, y todos te custodian con el corazón humilde.

No me he rebelado contra ti trastornado por el desvarío; la causa ha sido la ambición.

Me has perdonado cuando hasta hoy ninguno de los de mi rango había encontrado perdón, y lo has hecho sin que nadie intercediera por mí.

Te has apiadado de mis hijos, que son como polluelos de qata[93], y has tenido compasión de una madre de corazón tierno.

»Al-Mamún dijo: “Te digo, imitando a José, nuestro señor (¡Dios bendiga y salve a nuestro Profeta y a él!): ‘¡No se os hace hoy ningún reproche! Dios os perdonará, pues Él es el más misericordioso de los misericordiosos’.[94] Te devuelvo tus riquezas y tus fincas, tío. Nada malo ha de ocurrirte”. Yo dirigí a Dios por él mis mejores preces, y recité estos versos:

Me has devuelto mis bienes, no me has privado de ellos. Pero antes de hacerlo, has evitado el derramar mi sangre.

Si diese toda mi sangre, todas mis riquezas y me quitase las sandalias de mis pies para obtener tu satisfacción,

no haría sino devolverte un objeto prestado, un objeto que, aunque no lo hubieses prestado, no serías culpable.

Si yo desconociese los beneficios que me has hecho, sería más merecedor del vituperio que tú del elogio.

»Al-Mamún me honró, me hizo favores y me dijo: “¡Tío! Abu Ishaq y al-Abbas me habían aconsejado que te matase”. Le repliqué: “Abu Ishaq y al-Abbas te dieron un buen consejo, Emir de los creyentes. Pero tú has obrado de un modo que te es familiar: has rechazado lo que yo temía, y has hecho lo que yo esperaba”. “He apagado mi enfado al darte la vida, y ya estás perdonado sin que tengas que agradecer la mediación de intercesores.” Luego al-Mamún se prosternó largo rato y estuvo rezando. Después levantó la cabeza y me dijo: “¡Tío! ¿Sabes por qué me he prosternado?” “Tal vez para agradecer a Dios la victoria que te ha concedido sobre tu enemigo.” “Nada de eso. Para dar gracias a Dios por haber hecho que te perdonara.”»

Ibrahim prosigue:

«Yo le expliqué cómo habían sucedido las cosas y lo que me había pasado con el barbero, el soldado y su esposa y con mi cliente, aquella que me había denunciado. Al-Mamún mandó comparecer a la cliente, que estaba en su casa en espera de que le enviasen el premio. Cuando estuvo ante el Califa, éste le preguntó: “¿Qué te ha inducido a hacer lo que has hecho con tu señor?” “La ambición del dinero.” “¿Tienes hijos o marido?” “No.” El soberano ordenó que le diesen cien latigazos y la condenó a cadena perpetua. Después mandó comparecer al soldado, a la mujer de éste y al barbero. Preguntó al soldado por qué había hecho aquello, y él contestó: “La ambición del dinero”. Al-Mamún le dijo: “Es necesario que te hagas barbero”, y mandó que lo metiesen en la tienda de un barbero para que aprendiese el oficio. Honró a la mujer del soldado y la introdujo en palacio, diciendo: “Es una mujer inteligente, apropiada para tratar asuntos de importancia”. Finalmente, dijo al barbero: “Tu valor se ha hecho tan patente, que voy a honrarte como a nadie”. Mandó que le entregasen la casa del soldado, y además le entregó quince mil dinares.»