EL PÁJARO Y EL ÁGUILA

El cuervo explicó: «He oído decir que un pájaro, mientras estaba volando por encima de un rebaño, vio que un águila se precipitaba sobre un carnero, lo cogía con sus garras y remontaba el vuelo. Al ver esto, el gorrión desplegó sus alas y se dijo que iba a hacer lo mismo; se había crecido, y quería asemejarse a los que eran mayores que él. Remontó el vuelo y se dejó caer encima de un gran carnero, de lana tan enmarañada y tan pegajosa como la saliva, ya que el animal había dormido sobre sus deyecciones. El gorrión aleteó, mientras sus patas se enredaban en la lana. Intentó escapar, pero no pudo remontar el vuelo El pastor, que vio lo ocurrido, se acercó, cogió al gorrión, le cortó las alas, le ató un hilo a las patas y se lo entregó a sus hijos. Uno de los pequeños le preguntó por qué hacía aquello, y él le contestó: “Éste ha querido imitar al que le es superior, y se ha perdido”. A ti te ocurre lo mismo, zorra. Por tanto, te aconsejo que no intentes compararte con quien es más fuerte que tú, pues te arruinarías. No tengo nada más que decir. ¡Vete en paz!»

La zorra, al ver que no podía conseguir la amistad del cuervo, se marchó llena de tristeza y rechinando los dientes de arrepentimiento. Al verla tan afligida y triste, el cuervo le preguntó: «¡Zorra! ¿Qué te ocurre para que rechinen tus dientes?» «Rechinan de rabia al ver que eres más astuto que yo.» Y se echó a correr hacia su madriguera.

—Ésta es la historia de ambos, ¡oh rey!

El soberano dijo:

—¡Qué bellos son estos cuentos, Sahrazad! ¿Sabes algún otro parecido?

EL PUERCO ESPÍN Y LAS PALOMAS SALVAJES

—Se refiere que un puerco espín había instalado su morada al pie de una palmera, en cuya copa vivía tranquilamente una pareja de palomos salvajes, que se alimentaban de los frutos de la palmera. El puerco espín se dijo: «Los palomos comen los frutos de la palmera, y yo he de encontrar un procedimiento para conseguirlos. He de emplear alguna treta». Cavó un agujero en la base de la palmera, y se estableció en él con su esposa. En un rincón dispuso una especie de mezquita y aparentó consagrarse al ascetismo, a la devoción y a la vida contemplativa. Este continuo ascetismo y rezo le atrajo la simpatía del palomo, el cual le preguntó: «¿Cuántos años hace que vives así?» «Treinta.» «¿Qué comes?» «Lo que cae de la palmera.» «¿Qué vistes?» «Espinas, cuya incomodidad me edifica.» «¿Y por qué has elegido precisamente este lugar?» «Porque está lejos del camino, y así puedo guiar al perdido y enseñar al ignorante.» «Te tenía en otro concepto, pero ahora deseo hacer lo mismo que tú.»

El puerco espín lo amonestó: «Temo que tus palabras sean contrarias a tus hechos y hagas como aquel campesino que, llegado el tiempo de la siembra, arrojó al surco pocas semillas, temiendo que ya hubiese pasado el tiempo oportuno y diciéndose que sería dinero perdido el poner más. Llegada la cosecha, al ver que las gentes obtenían mucho más beneficio que él, se arrepintió de lo poco que había sembrado, de no haber hecho lo mismo que los demás, y murió de tristeza y de pena». El palomo preguntó: «¿Qué es lo que debo hacer para librarme de los lazos del mundo y consagrarme a la adoración de mi Señor?» «Prepararte para la vida futura y contentarte con el mejor viático.» «¿Y cómo he de hacerlo, si soy un ave y no puedo abandonar la palmera que me da alimento? Y aunque pudiera, no sabría encontrar un lugar en el que instalarme.»

El puerco espín observó: «Puedes transportar los frutos de la palmera en cantidad tal que basten para el sustento tuyo y el de tu mujer durante un año, y puedes instalar tu morada al pie de la palmera para conseguir el perfeccionamiento de tu conducta; luego coges todas las provisiones que hayas reunido y las guardas como alimento para los pobres. Cuando hayas terminado con los dátiles, y después de largo tiempo, iniciarás la vida mejor». El palomo admitió: «¡Dios te recompense por haberme exhortado a conseguir la vida eterna y haberme conducido por el buen camino!» Seguidamente, el palomo y su esposa empezaron a bajar los frutos de la palmera, labor en la que se fatigaron bastante. El puerco espín tenía ya de qué comer, y se alegró: llenó su guarida de dátiles y almacenó alimento en cantidad suficiente. Se dijo: «Cuando el palomo y su esposa tengan necesidad de comer, habrán de pedírmelo, tendrán que alimentarse de lo que yo guardo e irán tomando confianza al verme asceta y pío; se acercarán a mí y podré comérmelos; gracias a ello me quedaré solo en este lugar y tendré alimento con los dátiles que vayan cayendo de la palmera».

Cuando el palomo y su mujer hubieron terminado de recoger todos los dátiles que tenía la palmera, bajaron a su pie; entretanto, el puerco espín había guardado todos los frutos en su guarida. El palomo le dijo: «¡Puerco espín, buen consejero! No vemos ni rastro de los dátiles, y no tenemos ningún otro alimento». El puerco espín contestó: «Tal vez se los haya llevado el viento; la verdadera felicidad consiste en desligarse de los bienes terrenales y en confiarse a Aquel que provee, ya que Aquel que ha creado las bocas no las deja sin alimento».

Continuó exhortándolo, fingiéndose piadoso y devoto a fuerza de palabras. Así se ganó sus simpatías, se acercaron a él y entraron en su guarida, creyéndose a salvo de cualquier peligro. Pero entonces el puerco espín se colocó en la puerta y enseñó sus dientes. El palomo, al darse cuenta de que lo había engañado, le dijo: «¿Qué significa este cambio, de la noche a la mañana? ¿No sabes que los oprimidos reciben ayuda? ¡Guárdate de ser pérfido y engañador, para que no te ocurra lo que les sucedió a aquellos que timaron al comerciante!» «¿Qué les ocurrió?», preguntó el puerto espín.

EL COMERCIANTE Y LOS ESTAFADORES

El palomo refirió: «Me he enterado de que en una ciudad había un comerciante muy rico llamado Sinda. Preparó los camellos y las correspondientes mercancías, y se dirigió a otra ciudad para vender. Dos hombres malvados, que disponían de algún dinero y unas cuantas mercancías, lo siguieron y se presentaron a él como si también fuesen mercaderes. Viajaron a su lado hasta que, al llegar al término de la primera etapa, se pusieron de acuerdo para enredarlo y apoderarse de lo que llevaba con él.

»Al mismo tiempo, cada uno de ellos pensaba en su interior engañar a su compañero y se decía: “Cuando hayamos estafado al comerciante, me apoderaré de los bienes de mi amigo y seré el único dueño de todo”.

»Cada uno de ellos celó las intenciones del otro, pero ambos a la vez envenenaron parte de la comida y se la ofrecieron, con lo que murieron los dos después de haber estado sentados hablando con el comerciante. Al ver éste que tardaban en volver, fue a buscarlos y los encontró muertos. Entonces comprendió que ambos eran estafadores, los cuales, al intentar engañarlo, habían perecido víctimas de sus propias insidias. Gracias a esto, el comerciante se salvó y, además, se apoderó de sus bienes».

El rey dijo:

—¡Sahrazad! Me has hecho recordar algo que había olvidado. Cuéntame más cosas de este tipo.

EL LADRÓN Y EL MONO

Ella refirió:

—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, que un hombre tenía un mono. Este hombre era un ladrón, incapaz de entrar en ningún mercado de su ciudad sin salir de él con un gran botín. Y ocurrió que un hombre fue a vender al mercado una serie de vestidos viejos y empezó a pregonarlos sin que nadie le hiciese caso; todos cuantos los examinaban, se negaban a adquirirlos. El ladrón vio que la persona que tenía en venta los harapos los había envuelto y se había sentado a descansar de la fatiga. Entonces empezó a hacer bailar el mono delante de él, hasta que lo distrajo y le robó el envoltorio; hecho esto, cogió al mono y se marchó con él a un lugar solitario, en donde abrió el paquete.

Al ver que era un hato de harapos, hizo de ellos un paquete muy lujoso y se marchó a otro mercado, en el que lo puso en venta con la única condición de que no se tenía que abrir, dado lo poco que por él pedía. Un hombre lo vio, le gustó lo bien presentado que estaba, lo adquirió con la condición dicha y se lo llevó a su mujer. Ella, al verlo, preguntó: «¿Qué es esto?» «Algo precioso que he comprado a un precio de ganga, para venderlo de nuevo y ganar en la operación.» «¡Tonto! ¿Crees que cosas parecidas a ésta se pueden vender a bajo precio, de no ser robadas? ¿Es que no sabes que quien compra algo sin verlo, comete un error semejante al del tejedor?» «¿Qué tejedor?»

HISTORIA DEL TEJEDOR

Su mujer refirió: «Se cuenta que en un pueblecito había un tejedor que trabajaba mucho, pero apenas alcanzaba a ganar para sustentarse. Cerca de él vivía un hombre rico, que quiso celebrar un banquete e invitó a mucha gente, entre la cual se hallaba el tejedor, el cual advirtió que aquellos que llevaban los mejores vestidos recibían los guisos más exquisitos, y el dueño de la casa los trataba con mayor o menor deferencia, según su aspecto. Se dijo: “Si cambiase mi oficio por otro menos fatigoso y más retribuido, acumularía grandes riquezas, me compraría vestidos hermosos, y la gente me consideraría más”. Luego vio que uno de los saltimbanquis presentes en el banquete se subía a un muro muy alto, se arrojaba al suelo y se levantaba inmediatamente. El tejedor se dijo: “Debo hacer lo mismo que éste ha hecho”. Se subió a la pared y se tiró al suelo; al caer se rompió el cuello y murió.

»Te he referido esto para que no te dejes arrastrar por la avaricia y quieras hacer aquellas cosas que tú no entiendes». El hombre replicó: «No todos los sabios se salvan con su ciencia, ni todos los ignorantes mueren a consecuencia de su ignorancia. He visto cómo un experto encantador de serpientes moría de una picadura, mientras que, en cambio, las dominaba quien no tenía tales conocimientos y desconocía su naturaleza». El hombre no hizo caso de su mujer, y empezó a comprar habitualmente objetos a bajo precio, sin preocuparse de si procedían de los ladrones, hasta que un día fue acusado y condenado.

EL PAVO Y EL GORRIÓN

En la época del citado tejedor vivía un gorrión que solía visitar diariamente a un rey de los pájaros, y era el primero en llegar y el último en marcharse. La comunidad de los pájaros acordó reunirse en la cima de un monte altísimo. Los unos se dijeron a los otros: «Hemos aumentado mucho en número, y lo mismo ha ocurrido con nuestras diferencias. Es necesario tener un rey que cuide de nuestros asuntos, que acabe con nuestras discusiones y evite nuestras discrepancias». Entonces pasó por allí el gorrión, quien aconsejó que se le concediese la realeza al pavo, que era el rey al cual visitaba con frecuencia. Los pájaros eligieron al pavo y lo nombraron su rey. Éste hizo mercedes a todos, y nombró al gorrión su secretario y ministro.

Cierta vez, el gorrión descuidó su cargo y estuvo ausente durante un día. El pavo se intranquilizó mucho. Por fin lo vio llegar y le preguntó: «¿Qué ha hecho retrasarse tanto a un pájaro como tú, que eres uno de mis íntimos?» «He visto algo que me ha desconcertado y me ha asustado.» «¿Qué es lo que has visto?» «He visto a un hombre que llevaba una red. La ha extendido cerca de mi nido, la ha fijado con cuatro estacas y ha colocado en su centro algunos granos; después se ha sentado algo lejos. Yo, a mi vez, me dispuse a observar lo que iba a ocurrir. En éstas he visto una pareja de grullas, impulsadas por el destino y conducidas por el hado, que fueron a caer en medio de la red. Han empezado a gritar y el hombre se ha acercado y las ha cogido. Esto me ha aterrorizado, y ha sido la causa de mi retraso, rey del tiempo. No volveré a vivir en ese nido, por el miedo que me infunde la red.»

El pavo le replicó: «No abandones tu puesto, pues de nada sirven las precauciones ante el destino». El gorrión aceptó su orden y contestó: «Tendré paciencia y no me apartaré de la obediencia del rey». El gorrión fue prudente consigo mismo, dio de comer al pavo hasta que se hartó, y después le sirvió de beber. Terminado su trabajo, se marchó.

Cierto día, mientras el gorrión estaba descansando vio dos gorriones que se peleaban en el suelo. Se dijo: «Como soy el visir del rey, no puedo tolerar que dos aves se peleen en mi presencia. ¡Por Dios! ¡Voy a reconciliarlos!» Bajó a poner paz, y el cazador echó la red por encima de los tres, y el último quedó preso en las mallas. El cazador se acercó, lo cogió y se lo entregó a su amigo, diciéndole: «Guárdalo con cuidado, pues está gordo. Jamás he visto otro más hermoso». El gorrión se dijo: «He caído en aquello que temía. El único que está a seguro es el pavo, y de nada me ha servido permanecer alerta frente al destino: no hay escapatoria ni prudencia que libren a uno de lo que está escrito. ¡Qué bellas son las palabras del poeta!:

Lo que no ha de ser, nunca será, hágase lo que se haga; lo que ha de ser, será.

A su tiempo ocurrirá lo que haya de ocurrir; el ignorante vive siempre engañado».

El rey dijo:

—¡Sahrazad! ¡Cuéntame más historias de éstas!

—La próxima noche, si el rey (¡Dios lo ennoblezca!) me conserva la vida.