Todas las tropas chillaban y lloraban y corrieron alrededor de Daw al-Makán durante un rato, hasta que éste volvió en sí. Miró de nuevo a Sarkán y lloró mucho. Lo mismo hicieron el visir, Rustem y Bahram; por su parte, el chambelán chillaba y sollozaba, y en seguida pensó en huir dado el gran terror que experimentaba. El rey preguntó: «¿No sabéis quién ha obrado así con mi hermano? ¿Qué ocurre que no veo aquí al asceta que vive retirado de los goces de este mundo?» El visir contestó: «¿Y quién ha podido causar tales males si no es ese demonio de asceta? ¡Por Dios! Mi corazón siempre ha sentido repugnancia de él, antes y ahora, puesto que sé que todos aquellos que hacen gala de la religión son perversos y malintencionados». Todos los presentes continuaron llorando y sollozando, al tiempo que imploraban del Remunerador que hiciese caer en sus manos a aquel asceta que negaba los prodigios de Dios. Amortajaron a Sarkán y lo enterraron en la montaña citada (sic) lamentándose por la virtud extinguida.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que la maldita, cuando hubo concluido con su treta y hubo manifestado la maldad de su alma, cogió papel y tinta y escribió: «De la calamitosa Dat al-Dawahi a los musulmanes: Enteraos de que he entrado en vuestro país, que he engañado con mis insidias a vuestros mejores hombres, que hace algún tiempo di muerte a vuestro rey, Umar al-Numán, en su mismo palacio, y que he dado muerte en la batalla del valle y de la cueva a gran número de los vuestros. Los últimos a los que he matado con mis tretas, astucias y engaños han sido Sarkán y sus criados. Si el Destino me hubiese auxiliado y Satanás me hubiese asistido, también habría dado muerte al sultán y a su visir Dandán. Yo soy ese que se os ha presentado disfrazado de asceta y del cual habéis tenido que soportar enredos y trampas. Si después de todo ello aún queréis salvaros, marchaos; si buscáis vuestra destrucción, quedaos, pues aunque permanezcáis aquí muchos años no conseguiréis nada».
Después de haber escrito esto guardó luto durante tres días por el rey Afridún y al cuarto llamó a un patricio y le ordenó que cogiese la misiva, la colocase en una flecha y la enviase a los musulmanes. Hecho esto se metió en una iglesia para lamentarse y llorar la muerte del rey Afridún y dijo al sucesor de éste que había de matar a Daw al-Makán y a todos los príncipes del Islam. Esto es lo que a ella se refiere.
He aquí lo que hace referencia a los musulmanes: pasaron tres días en el luto y el dolor; al cuarto volvieron a observar las murallas en el preciso momento en que un patricio se disponía a lanzar una flecha que llevaba atado a su extremidad un mensaje. Estuvieron a la expectativa hasta que la disparó. El sultán mandó al visir Dandán que la leyese. Al leerla, oírla y darse cuenta de lo que quería decir, sus ojos se bañaron de lágrimas y se avergonzó de haber caído en la trampa de la vieja. El visir exclamó: «Yo sentía repugnancia de ella». El sultán replicó: «¿Cómo ha podido engañamos esta desvergonzada por dos veces? ¡Juro por Dios que no me iré de aquí hasta que le haya llenado la vagina de polvo de plomo y la haya encerrado en una jaula al igual que los pájaros, después de lo cual he de colgarla por los cabellos en la puerta de Constantinopla!» Al acordarse de nuevo de su hermano, reanudó el llanto.
Los incrédulos, cuando tuvieron a su lado a Dat al-Dawahi y ésta les refirió lo ocurrido se alegraron mucho por la muerte de Sarkán y de que Dat al-Dawahi estuviera a salvo. Los musulmanes regresaron al pie de las murallas y el sultán les prometió que si conquistaba la ciudad repartiría el botín entre ellos a partes iguales. Todo esto ocurría sin que sus lágrimas se secasen, de tanta aflicción como le causaba la muerte de su hermano; su cuerpo adelgazó hasta quedar como un palo. El visir Dandán fue a verlo para decirle: «Tranquilízate y deja de llorar. Tu hermano ha muerto porque le había llegado su hora y no ganas nada con esta tristeza. Bien lo dice el poeta:
Lo que no ha de suceder, nunca sucederá por más argucias que se empleen. Lo que ha de suceder, sucederá.
Lo que ha de suceder ocurre en el momento señalado, mientras que el que esto ignora vive engañado.
»Déjate de lloros y sollozos; date ánimos para empuñar las armas». Respondió: «¡Visir! Mi corazón está afligido por la muerte de mi padre y de mi hermano, y además porque estamos lejos de nuestro país y me preocupo también por mis súbditos».
El visir y todos los presentes se pusieron a llorar, pero continuaron con el asedio de Constantinopla durante cierto tiempo. Mientras se encontraban en esta situación, recibieron noticias de Bagdad, de las que era portador uno de sus emires. Decían que la mujer del rey Daw al-Makán había dado a luz un niño, al que la hermana del rey, Nuzhat al-Zamán, había impuesto el nombre de Kan Ma Kan. Este joven iba a tener un destino prodigioso a juzgar por las maravillas y prodigios que se habían visto. Nuzhat al-Zamán había mandado a los ulemas y predicadores que rezasen por los expedicionarios desde los pulpitos después de cada plegaria ritual. Todos estaban bien, las lluvias eran abundantes y el amigo del rey, el fogonero, vivía en la más absoluta abundancia, rodeado de criados y pajes, a pesar de que ignoraba lo que había ocurrido a su protegido. Daw al-Makán se alegró mucho de ver que era padre de un muchacho llamado Kan Ma Kan.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento seis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que después dijo al visir Dandán: «Quiero dejar este duelo. Mandaré que se celebren los funerales de mi hermano y haré obras pías». «Estoy conforme con lo que quieres.» Mandó que se levantasen las tiendas junto a la tumba de su hermano, se reunieron los soldados que sabían recitar el Corán y unos leyeron mientras otros recitaron las letanías de Dios hasta la llegada de la aurora. Después el sultán se acercó a la tumba de Sarkán, lloró mucho y recitó estos versos:
Salieron con el entierro y cada uno de los que lloraban lanzaba en su interior los mismos gritos de espanto que Moisés en el día del temporal del Sinaí.
Así llegaron a un sepulcro cuya tumba parecía que se había abierto en el corazón de todos los verdaderos creyentes.
Jamás, antes de tu entierro, hubiese creído llegar a ver el monte de Radwa[66] llevado en brazos por los hombres.
Antes de haberte visto sepultado hubiera asegurado que los astros no pueden descender debajo de la tierra.
¡Oh tú que has encontrado morada en la ultratumba y estás preso en su seno, iluminado y resplandeciente por su luz!
La fama ha garantizado su resurrección; permanece encerrado en sus mazmorras y da la sensación de que ya hubiese resucitado.
Cuando Daw al-Makán hubo terminado sur versos, reanudó el llanto, en el que le acompañaron todos los que estaban a su alrededor. Después, el visir Dandán se acercó a la tumba, se echó encima y recitó estas palabras del poeta:
Has abandonado lo caduco para irte a reunir con lo eterno; igual hicieron todos los hombres que te precedieron.
Te has apartado de este mundo cambiante sabiendo que lo que vas a encontrar te recompensará ampliamente.
Supiste resguardarte de los lances del enemigo en el momento en que las incidencias de la guerra tentaban el lance.
Me doy cuenta de que este mundo es sólo miseria y vanidad y de que el mayor deseo de las criaturas estriba en buscar y encontrar a Dios.
El Señor del trono celeste te había prometido el paraíso y te había instalado aquí de modo temporal.
Por tu causa me he quedado en plena angustia y veo que oriente y occidente se entristecen por tu pérdida.
Cuando el visir Dandán hubo concluido su treno lloró copiosamente y sus ojos destilaron perlas de lágrimas, una en pos de otra. Después se adelantó un amigo íntimo de Sarkán, lloró de manera tan abundante que sus lágrimas parecían ríos, y después de haber hecho el elogio de Sarkán, recitó los versos siguientes:
¿Dónde está el generoso si la mano de tu munificencia está bajo el polvo? Después de tu muerte mi cuerpo ha adelgazado de dolor.
¡Oh, tú que eres el último de los difuntos! ¿No ves cómo las lágrimas abren surco en mis mejillas?
¿Te das cuenta? ¿Te da alegría el verlas? ¡Por Dios!, Jamás, en mis pensamientos más íntimos, he malpensado de ti.
Jamás ha pasado por mi mente el recuerdo de tu poderío sin que las lágrimas del llanto llenasen mis ojos.
Y cuando he intentado mirar a otra parte, la pasión me ha hecho verte en sueños.
Cuando este hombre hubo terminado de recitar su poesía, Daw al-Makán, el visir Dandán y todos los soldados rompieron a llorar. Después regresaron al campamento. El sultán se acercó al visir Dandán rogándole que le diese consejos para la guerra, y así transcurrieron algunos días con sus noches. Daw al-Makán estaba siempre triste y preocupado. Entonces dijo: «Me gustaría oír noticias de las gentes, historias de los reyes y relatos de enamorados. Tal vez Dios aligerase mi corazón de la gran pena que siente y dejase de llorar y de sufrir». El visir respondió: «Si te ha de consolar el oír contar las historias y las anécdotas de los reyes, los relatos de los antiguos enamorados y muchas cosas más, eso tiene fácil solución, puesto que yo, mientras vivía tu difunto padre, sólo me preocupaba de leer crónicas y versos. Esta noche te contaré la historia de Asiq y Masuq, para que tu corazón se distraiga».
Cuando Daw al-Makán hubo oído las palabras del visir Dandán se puso impaciente por oír aquello que le había prometido y estuvo intranquilo en espera de la llegada de la noche, puesto que a esa hora el visir iba a contar antiguas historias de reyes y de enamorados. A la caída del crepúsculo mandó que se encendiesen velas y candiles, que se preparase cuanta comida y bebida se necesitaba y que estuviesen dispuestos los pebeteros. Cuando todo esto estuvo preparado, mandó llamar al visir Dandán e hizo invitar a Bahram, Rustem, Tarkas y al gran chambelán. Acudieron todos a la cita, y una vez los tuvo ante sí se dirigió al visir Dandán y le dijo: «Visir: la noche ha llegado y ha descorrido su velo; sus tinieblas están encima de nuestras cabezas. Quiero que nos cuentes la historia que nos tienes prometida». «De buen grado», contestó el visir.
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento siete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir comenzó:] «Sabe, oh rey feliz, que la historia que voy a referirte del amante (Asiq) y del amado (Masuq), así como las excursus que ella encierra y las cosas maravillosas y portentosas que a ambos les sucedieron, bastan para borrar todas las preocupaciones del corazón y consuelan penas mayores que las de Job.
»Cuenta la historia que, en lo más antiguo del tiempo, había una ciudad, situada detrás de los montes de Ispahán, llamada Ciudad Verde. Vivía en ella el rey Sulaymán; era generoso, benefactor, justo, protector, virtuoso y razonable. Acudían a verlo caballeros procedentes de todos los lugares, y su fama había llegado a todas las regiones y países. Vivió en sus Estados durante largo tiempo en el bienestar y en la seguridad. Pero era soltero, y no tenía hijos ni mujeres. Su visir, en el que resplandecían sus mismas cualidades, era generoso y desprendido. Cierto día por la mañana, el rey lo mandó llamar. Cuando lo tuvo delante, le dijo:
»“¡Visir! Estoy acongojado, me falta la paciencia, y mi descontento es grande, pues no tengo esposa ni hijos. No es así como debe vivir un rey que gobierna a príncipes y plebeyos: todos estos disfrutan con sus hijos, y gracias a ellos aumentan en número y calidad. El Profeta (¡Dios lo bendiga y lo salve!) ha dicho: ‘¡Casaos y reproducíos! Así yo me enorgulleceré de vosotros frente a los demás pueblos en el día de la resurrección’. ¿Qué opinas, visir? Dame el consejo que mejor te parezca.” El visir le dijo, con las lágrimas en los ojos: “¡No me toca a mí, rey del tiempo, hablar de cosas que son de la exclusiva incumbencia del Clemente! ¿Quieres que vaya al infierno, perseguido por la cólera del Todopoderoso?” “Sabe, ¡oh visir!, que cuando el rey compra una esclava no conoce sus cualidades ni sabe tan siquiera si es de origen plebeyo para apartarse de ella; desconoce asimismo si es de buena familia para poder tratarla con benevolencia. Por consiguiente, si tiene relaciones, puede dejarla encinta y traer al mundo un hijo hipócrita, injusto, sanguinario; puede ocurrir con ella lo que sucede cuando se siembra en tierra salada: la semilla sólo produce malas hierbas. Ese hijo podría atraerse las iras de su señor al no seguir sus prescripciones y al no evitar aquello que ha prohibido. Yo no causaré todas esas desgracias por la compra de una esclava. Mi deseo consiste en que pidas para mí la hija de un rey cuya genealogía sea bien conocida y cuya belleza la haya hecho famosa; si me señalas una mujer noble y pía que sea hija de padres musulmanes, pediré su mano y me casaré con ella delante de los testigos de ritual, con el fin de ganar la recompensa del Señor de las criaturas.”
»El visir respondió: “¡Dios ha escuchado tu deseo y te concede lo que ambicionas!” “¿Cómo?” “Sabe, ¡oh rey!, que me he enterado de que el rey Zahr Sah, señor de la tierra blanca, tiene una hija de belleza tan portentosa que es imposible describirla. Hasta hoy no se ha encontrado a nadie que pueda compararse con ella, ya que alcanza el colmo de la perfección: bien formada, ojos como la noche, cabellos largos, talle esbelto y grandes caderas: si se acerca, enloquece a quienes la contemplan; si se aleja, los mata; aprisiona el corazón y la vista, tal como dijo el poeta:
Es tan esbelta, que sonroja a las ramas del sauce; ni el sol ni la luna pueden competir con su rostro.
Su saliva parece que se haya mezclado con el vino, y sus dientes son como perlas.
Tiene el cuerpo delgado de las huríes del paraíso; su cara es preciosa, y tiene los ojos rasgados.
¡Cuántos han muerto de tristeza por ella! El camino que conduce a su amor está lleno de pavor y peligro.
Si vivo, ella constituye mi muerte mientras la recuerdo; pero si muero sin ella, no recuperaré la vida.”
»Cuando el visir hubo concluido de describir a aquella joven, añadió: “Me limito, ¡oh rey!, a aconsejarte que envíes a su padre un mensajero perspicaz, que tenga experiencia y haya sido puesto a prueba por las vicisitudes de la fortuna, para que sepa hacer con delicadeza la petición de mano a su padre, ya que ella no tiene igual ni cerca ni lejos, en toda la extensión de la tierra. Su hermoso rostro te distraerá, y el Excelso Señor estará satisfecho de ti. Se atribuye al Profeta (¡Dios lo bendiga y lo salve!) el haber dicho: ‘En el Islam no hay celibato eclesiástico’ ”.
»Al oír esto, el soberano recuperó toda su alegría, su pecho se tranquilizó, y desaparecieron la pena y la preocupación. Se acercó al visir y le dijo: “Sabe, ¡oh visir!, que sólo tú eres capaz de llevar a buen fin este asunto, ya que eres inteligente e instruido. Márchate a tu casa, despacha tus asuntos y haz tus preparativos para partir mañana. Irás a pedir la mano de esa muchacha que preocupa mi entendimiento, y sólo regresarás trayéndola contigo”. “¡De buen grado!” El visir se marchó a su casa y mandó que le llevasen los regalos que deben ofrecerse a los que reinan: piedras preciosas, objetos valiosos y todas aquellas cosas que tienen poco peso y mucho valor; tomó, además, caballos árabes, corazas davídicas y cofres de riquezas cuyo contenido es imposible describir. Lo cargaron todo en mulas y camellos, y el visir, acompañado por cien mamelucos y cien esclavas, emprendió el camino llevando las banderas y estandartes a su frente. El rey le había recomendado que regresara lo antes posible. Desde el momento en que Sulaymán Sah perdió de vista a su visir, se sintió obsesionado, noche y día, por el amor que sentía hacia aquella joven.
»El visir anduvo noche y día cruzando llanuras y desiertos, hasta que sólo lo separó la distancia de una jornada de la ciudad a la que se dirigía. Entonces acampó a la orilla de un río y mandó llamar a uno de sus íntimos. Le ordenó que partiese con la mayor premura a ver al rey Zahr Sah para anunciarle su llegada. El enviado se dirigió a la ciudad a toda marcha.
»Dio la casualidad de que cuando llegó a ella, el rey estaba sentado en uno de los paseos de extramuros de la ciudad. Viendo éste que iba a entrar y dándose cuenta de que era un forastero, mandó que lo condujesen a su presencia. Cuando estuvo delante del soberano, el enviado le explicó que era inminente la llegada del visir del gran rey Sulaymán Sah, señor de la tierra verde y de las montañas de Ispahán. El rey Zahr Sah se alegró mucho, dio la bienvenida al mensajero y le mandó que lo acompañase hasta su alcázar. Le preguntó: “¿Dónde dejaste al visir?” “En la orilla de tal río, a primera hora de la mañana. Se presentará ante ti mañana. ¡Concédate Dios beneficios constantes, y tenga misericordia de tus antepasados!”
»El rey Zahr Sah mandó a uno de sus ministros que tomase consigo la mayor parte de sus cortesanos, chambelanes, funcionarios y magnates del reino, y que saliese al frente de todos para dar la bienvenida al visir como muestra de respeto hacia el rey Sulaymán Sah, ya que su buen gobierno era notorio en toda la tierra. Esto es lo que hace referencia al rey Zahr Sah.
»He aquí lo que hace referencia al visir. Éste permaneció en aquel lugar hasta mediada la noche, hora a la cual se puso en marcha en dirección a la ciudad. Cuando apareció la aurora y el sol se levantó por Oriente, por encima de collados y llanuras, vio aparecer de pronto al visir del rey Zahr Sah, a sus chambelanes, a los magnates de sus Estados y a los cortesanos de su reino. Avanzaron hasta reunirse con él en un lugar que distaba pocas parasangas de la capital. El visir dio por seguro que llevaría a buen término su embajada, y saludó a quienes habían salido a recibirlo; éstos lo precedieron, y todos juntos fueron avanzando hasta llegar al palacio real. Cruzaron la puerta del palacio y siguieron adelante hasta el séptimo patio, en el cual no se podía entrar a caballo, ya que daba a las habitaciones reales.
»El visir echó pie a tierra y avanzó hasta un salón de techo muy elevado, en cuya testera había un trono de mármol incrustado de perlas y pedrería; sus cuatro pies eran de colmillos de elefante. Sobre el trono había un cojín de raso verde, recamado en oro rojo, y encima, un baldaquino incrustado de perlas y pedrería. El rey Zahr Sah estaba sentado en el trono, y los grandes del reino permanecían de pie prestos a servirle. Una vez en su presencia, el visir tranquilizó su corazón, dio suelta a la lengua y habló con la elocuencia propia del que es visir, pronunciando una oración llena de sentido…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento ocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán prosiguió: «El visir] hizo una reverencia y recitó estos versos:
Llegó y avanzó, pavoneándose, con un vestido de seda, y es liberal con quien implora, al que acoge en su gracia.
Es un hechizo ante cuyos ojos no valen ni amuletos, ni sortilegios, ni magia.
Di a quienes te riñen: “¡No me injuriéis! Yo no me cansaré nunca de amarlo, por largo que sea el tiempo.
Por más que mi corazón me ha traicionado para marcharse a su lado, y el mismo sueño se mantiene alejado de mí.
¡Corazón! No te has ido sólo por piedad: sigue a su lado, aunque con ello me hagas sufrir.
Nada hay que alegre tanto a mi oído como oír cantar el panegírico de Zahr Sah.
Es un rey tal, que aunque derrochases toda tu vida para conseguir una sola mirada suya, tú serías el que sacaría el provecho mayor.
Si pronuncias una oración por él, sólo encuentras personas prontas a unírsete, a pesar de su fe irreprensible”.
¡Súbditos de este rey! Quien lo abandone, poniendo en otro sus esperanzas, no es un verdadero creyente.
»Cuando el visir hubo concluido de recitar esta poesía, el rey Zahr Sah lo acercó hacia sí, lo honró en sumo grado y lo hizo sentarse a su lado. Continuaron así hasta la mañana, hora a la cual sirvieron las mesas en aquel salón y comieron juntos hasta quedar hartos. Después quitaron las mesas y se marcharon todos los que habían asistido al festín, quedándose únicamente los más allegados. El visir, al ver que el salón había quedado desierto, se puso en pie, se inclinó delante del rey y besó el suelo. Luego dijo:
»“¡Gran rey! ¡Poderoso señor! Me he apresurado a presentarme ante ti, a correr a tu encuentro para proponerte un asunto que sólo te ha de reportar éxitos, bienes y triunfos. Vengo con el encargo de pedir la mano de tu amada y noble hija, a la cual solicita para sí el rey Sulaymán Sah, monarca justo, pacífico, virtuoso y benefactor, señor de la tierra verde y de los montes de Ispahán. Me ha enviado con numerosos regalos, con presentes de gran valor, pues espera llegar a ser tu hijo político. ¿Lo deseas tú también?” Dicho esto, quedóse en espera de la contestación. El rey Zahr Sah se puso de pie y besó el suelo en signo de respeto. Todos los que estaban presentes quedaron admirados de que el rey se humillase así delante de un simple mensajero, y no alcanzaron a comprender por qué lo hacía.
»Después, el rey alabó al Excelso y al Generoso, y, continuando de pie, respondió: “¡Gran visir! ¡Generoso señor! Escucha lo que voy a decir. Todos nosotros somos súbditos del rey Sulaymán Sah; nos sentimos orgullosos de ser sus parientes, y apetecemos llegar a serlo. Mi hija no es sino una de sus esclavas, y esto constituye mi mayor deseo, para que así él sea mi sostén”. A continuación mandó llamar a los cadíes y a los testigos, y dieron fe de que el rey Sulaymán Sah estaba representado por su visir en el acto del matrimonio, y de que el rey Zahr Sah le concedía de buen grado a su hija en matrimonio. Luego los cadíes registraron el contrato nupcial y desearon toda clase de prosperidades y éxitos a los contrayentes. En este momento, el visir se puso de pie y ofreció al rey Zahr Sah todos los regalos, tesoros, presentes y dones que había llevado. Por su parte, el rey se preocupó de preparar a su hija, trató con honor al visir y dio grandes banquetes a ricos y pobres.
»Estos regocijos duraron dos meses, durante los cuales no se descuidó nada que fuese capaz de alegrar los corazones y la vista. Cuando estuvo dispuesto todo lo necesario para la novia, el rey mandó que se sacasen las tiendas y se levantasen en las afueras de la ciudad; metieron las ropas en cajas, se prepararon las esclavas griegas y turcas y se despachó a la novia con grandes tesoros y pedrerías de gran valor. Después se construyó una litera de oro rojo con incrustaciones de perlas y pedrería, para cuyo transporte se destinaron diez mulos. La litera parecía el palco real, y su dueña podía confundirse con una de las más bellas huríes, una de esas que ocupan un alcázar en el paraíso. Recogieron todos los tesoros y las riquezas, los cargaron en los mulos y en los camellos, y el rey Zahr Sah acompañó a la caravana durante tres parasangas. Después se despidió de su hija, del visir y de todos sus acompañantes y regresó a su ciudad lleno de alegría y de satisfacción.
»El visir y la hija del rey recorrieron las etapas, cruzaron desiertos…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento nueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán continuó diciendo:] «… y anduvieron noche y día hasta que sólo quedó entre ellos y su ciudad una distancia de tres jornadas. En este momento el visir despachó al rey Sulaymán Sah un propio para que lo informase de la llegada de la novia. El rey se alegró y regaló al mensajero un vestido de honor; a continuación mandó al ejército que desfilase en honor de la novia y de los que con ella llegaban, y que marchase alegre dejando flotar, encima de las cabezas, las banderas para recibir a la novia. El pregonero comunicó que ninguna mujer de las que llevan velo, que ninguna esposa honesta y que ninguna vieja achacosa debía dejar de salir a recibir a la novia.
»Salieron todas en bloque a su encuentro; las mujeres principales se pusieron a su servicio y acordaron acompañarla por la noche al alcázar del rey. Los grandes del reino adornaron el camino que debía seguir la novia, y se alinearon a lo largo del mismo. La novia iba precedida por los criados; las damas de compañía la rodeaban; vestía un traje que le había regalado su padre. Cuando llegó, el ejército se colocó a su derecha y a su izquierda. La litera no se detuvo hasta llegar a las inmediaciones del palacio; ninguna persona dejó de salir a contemplarla. Los tambores batían, las lanzas jugueteaban, las trompetas dejaban oír su voz, los perfumes eran derramados por doquier, mientras las banderas tremolaban y los caballos avanzaban, acercándose a la puerta del alcázar.
»Los criados que transportaban la litera avanzaron hacia la puerta secreta. Aquel lugar resplandeció con su belleza; las joyas de su hermosura iluminaron todos los rincones. Llegada la noche, los criados abrieron las puertas del palanquín y se pusieron alrededor de la puerta. La novia, que se acercó rodeada de sirvientas, parecía la luna en medio de las estrellas o el solitario del collar. Entró en la cámara nupcial, en la cual habían dispuesto un lecho de mármol incrustado de perlas y pedrería. Se sentó en él. Después entró el rey y Dios hizo que su corazón quedase prendado de amor. Le arrebató la virginidad, y en el acto desaparecieron su intranquilidad y su insomnio. Permaneció a su lado cerca de un mes, y ella quedó embarazada ya la primera noche.
»Al cabo del mes, el rey salió, se dirigió al salón del trono y administró justicia entre sus súbditos. El tiempo transcurrió hasta que, habiendo llegado la última noche del noveno mes, los dolores del alumbramiento sorprendieron a su esposa de madrugada. Se sentó en la silla de las parturientas, y Dios le facilitó el parto, del que nació un hijo varón sobre el cual se veían los símbolos de la felicidad. Cuando el rey se enteró del nacimiento, se alegró mucho, dio un premio al que le había llevado la noticia y se dirigió a ver al recién nacido, al que besó entre los ojos. Quedó admirado de su resplandeciente belleza, ya que en él se cumplían las palabras del poeta:
Haga Dios de él un león en el bosque de la virtud; un astro en los horizontes del poder.
Lanzas, tronos, consejos, ejércitos y gacelas se han alegrado de su aparición.
No lo coloquéis en los pechos de las nodrizas, pues él prefiere cabalgar en el dorso del corcel.
Destetadlo, pues la sangre de los enemigos le parece más dulce que la leche.
»Las nodrizas cogieron al recién nacido, cortaron el cordón umbilical y pusieron colirio en sus ojos. Lo llamaron Tach al-Muluk Jarán. Fue amamantado entre caricias, y criado en el seno del bienestar. Transcurrieron los días, pasaron los años, y el niño cumplió los siete años. Entonces el rey Sulaymán Sah mandó llamar a los sabios y a los doctos y les ordenó que enseñasen a escribir a su hijo y que lo educasen e instruyesen. En este cometido transcurrieron varios años, hasta que supo todo lo necesario. Cuando hubo aprendido todo lo que exigía su padre, éste lo mandó llamar delante de los faquíes y de los doctores, y le presentó un maestro, que debía enseñarlo a montar a caballo. Las clases duraron hasta que cumplió los catorce años. Cada vez que salía por cualquier causa, todos los que lo veían quedaban embelesados…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento diez, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir Dandán prosiguió en su relato:] «… hasta el punto de que se compusieron poesías en su honor y de que las personas más puras perdían el pudor ante su resplandeciente belleza. Tal como dijo el poeta:
Lo abracé y quedé embriagado de su aroma, ¡cuán hermosa es esa rama alimentada por el céfiro!
Estoy borracho sin haber probado el vino, y sigo embriagado por el licor de su saliva.
Toda la belleza es su prisionera; por eso dispone de los corazones a su antojo.
¡Por Dios! Me será imposible olvidarlo mientras conserve la vida, pero tampoco podré olvidarlo después.
Si vivo, viviré amándolo; si muero por su amor, por su pasión, ¡qué felicidad!
»Cumplió los dieciocho años y empezó a salirle el bozo en las sonrosadas mejillas, al mismo tiempo que en una de ellas brotaba un lunar que parecía una gota de ámbar, de tal modo que encadenaba las inteligencias y las miradas, tal como dice el poeta:
Ha nacido quien ha de suceder a José en belleza: todos los amantes temen cuando él sale.
Párate conmigo y míralo: verás en su mejilla el estandarte negro de los califas.
O como dijo otro:
Tus ojos no han visto jamás, entre todo aquello que cae bajo el alcance de la mirada, nada que sea más bello:
Un lunar verde oscuro encima de una mejilla rosada, y debajo de la negra pupila.
U otro:
Admiro ese lunar que adora siempre el fuego de tu mejilla, y que nunca se quema a pesar de ser incrédulo[67].
Más extraño aún: tu mirada es un profeta cuyos milagros se creen, a pesar de que sólo se trata de un brujo.
En aquellas mejillas, lo que se ve no es la vegetación; se debe a las muchas vesículas de la hiel que se han roto por su causa.
Otro ha dicho:
Me extraña que las gentes pregunten por la tierra en que brota el agua de la vida,
cuando yo la veo en la boca de un bello jovencito, con dulces labios rojos, encima de los cuales despunta el negro bozo.
Lo raro es que Moisés lo haya encontrado ahí como “un interrogador impaciente”[68].
»Cuando llegó a la edad de la razón, aumentó aún más su belleza. Tach al-Muluk Jarán fue teniendo muchos amigos y compañeros. Todos ellos esperaban ser emires el día en que fuese sultán, después de la muerte de su padre. Más tarde se aficionó a la caza, a la que consagró todas sus horas, a pesar de que el rey Sulaymán Sah, su padre, le ponía cortapisas por temor a que le ocurriese alguna desgracia en la campiña o con las fieras. Pero él no le hacía caso. Cierta vez el joven ordenó a los criados que tomasen provisiones para diez días. Hicieron lo que les había mandado. Salió con su séquito de caza, cruzó la campiña y no se detuvieron durante cuatro días, hasta llegar a una tierra poblada de vegetación; en ella vieron multitud de fieras que estaban comiendo, árboles con frutos y fuentes corrientes.
»Tach al-Muluk exclamó: “¡Alto! ¡Colocad aquí las redes! ¡Disponedlas en círculo! Nos reuniremos a la entrada del rodeo, en tal lugar”. Cumplieron sus órdenes, dispusieron las redes en un amplio círculo y acorralaron a las fieras y a las gacelas hasta que los animales, inquietos, huyeron delante de los caballos. Se dio suelta, en su persecución, a los perros y a los halcones. Luego lanzaron flechas e hicieron una verdadera carnicería; cuando llegaron al fondo del anillo habían cobrado la mayor parte de las piezas, mientras que el resto había conseguido huir. Después de todo esto, Tach al-Muluk acampó junto al agua, mandó que le llevasen lo cazado y lo repartió; seleccionó las principales piezas y se las remitió a su padre, Sulaymán Sah, con un mensajero. El resto lo dividió entre los magnates del reino. Pasó la noche en aquel lugar.
»Al día siguiente llegó allí una gran caravana compuesta de esclavos griegos y comerciantes. Acampó al lado del agua y de los pastos. Tach al-Muluk, al verla, dijo a uno de sus compañeros: “Ve y tráeme noticia de quiénes son; pregúntales por qué han acampado en este lugar”. Cuando el mensajero llegó adonde estaban, les preguntó: “Decidme quiénes sois. Contestadme en seguida”. Respondieron: “Somos comerciantes, y hemos acampado aquí para descansar, pues el parador está muy lejos. Hemos escogido este lugar porque tenemos confianza en el rey Sulaymán Sah y en su hijo, pues sabemos que todos los que acampan en su Estado están seguros y tranquilos. Traemos telas de gran valor para su hijo, Tach al-Muluk”.
»El mensajero regresó al lado del hijo del rey, le refirió lo que sucedía y lo informó de lo que había oído decir a los comerciantes. El hijo del rey dijo: “Si me traen ropas, no he de entrar en la ciudad ni moverme de este sitio hasta que me las hayan mostrado”. Montó en su corcel, y, seguido por sus mamelucos, avanzó hasta llegar junto a la caravana. Los comerciantes se pusieron de pie y le desearon toda suerte de triunfos, prosperidades, largo poder y toda clase de favores. Le levantaron una tienda de raso rojo, que tenía incrustadas perlas y pedrería; pusieron un asiento encima de la alfombra de seda, en la testera que estaba incrustada de esmeraldas. Tach al-Muluk se sentó, los mamelucos se pusieron a sus órdenes, y él mandó que fueran a buscar a los comerciantes, a los que dijo que entrasen a saludarlo con todo lo que tuviesen. Los comerciantes se le acercaron con sus mercancías, se las mostraron, y el príncipe tomó lo que le gustó y pagó su importe. Después montó a caballo, y al marcharse dirigió una mirada a la caravana. Descubrió a un joven muy hermoso, con vestidos limpios, de aspecto gentil, frente radiante y un rostro como la luna llena, aunque su belleza parecía marchitarse, pues la separación de los seres amados lo hacía palidecer».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento once, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el visir Dandán continuó diciendo:] «Sollozaba incansablemente, y las lágrimas resbalaban de sus ojos. Recitaba estos versos:
La separación es larga, y la pena y el sufrimiento son constantes. Las lágrimas, ¡oh amado!, llenan mis pupilas.
Me despedí del corazón el día de la partida; me he quedado solo: sin corazón y sin esperanza.
¡Amigo mío! Quédate a mi lado para que yo me despida de aquel cuya palabra cura las enfermedades.
»Cuando el joven hubo terminado de recitar estos versos, se puso a llorar hasta caer desvanecido. Tach al-Muluk no lo perdía de vista, maravillado de lo que ocurría.
»El joven, al volver en sí, lanzó una mirada asesina y recitó:
Evita su mirada, pues embruja: quien ha sido herida por ella no escapa.
Los ojos negros, lánguidos, hienden a las mismas espadas, que ya de por sí son cortantes.
No te dejes convencer por la dulzura de su lenguaje: es igual que los vapores del vino, que se suben a la cabeza.
Sus miembros son tan delicados que la misma seda, si rozase su cuerpo, los haría sangrar delante de tus ojos.
Es una persona alta y esbelta: ¿qué mejor perfume hay que el que de ella emana?
»Después volvió a llorar y se desvaneció de nuevo. Al ver Tach al-Muluk el estado en que se encontraba, se dirigió hacia él. Al volver en sí y ver que el hijo del rey estaba a su cabecera, se puso de pie y besó el suelo. Tach al-Muluk le preguntó: “¿Por qué no nos has mostrado tus mercancías?” “¡Señor mío! Mi mercancía no es propia de ti.” “Te mando que me muestres lo que tienes y que me informes de cuál es tu condición: te he visto llorando, y tu corazón está triste. Si has sido vejado, haremos que cese la injusticia; si debes dinero, pagaremos tus deudas. Mi corazón arde por ti desde que te he visto.”
»Tach al-Muluk mandó que colocasen el trono. Le pusieron un asiento de marfil y ébano con incrustaciones de oro y de sedas; extendieron una alfombra de brocado, y Tach al-Muluk se sentó en el trono y dijo al joven que se acomodase en la alfombra. “Muéstrame tus mercancías.” “¡Señor mío! ¡No me las recuerdes! No te convienen.” “No te queda más remedio que obedecer.” Mandó a uno de sus criados que se las presentase. Las llevaron, a pesar del terror que sentía el muchacho. Éste, al verlas, volvió a dejar correr las lágrimas y lloró; gimió y dejó escapar suspiros. Recitó estos versos:
¡Por la coquetería y la negrura de tus ojos! ¡Por tu cintura frágil y flexible!
¡Por el vino y la miel que contiene tu boca! ¡Por la delicadeza y la esbeltez de tu talle!
Una visita tuya en sueños, ¡oh esperanza mía!, representa para mí más que la seguridad para el miedoso.
»Luego el joven abrió sus fardos y los mostró a Tach al-Muluk pieza tras pieza, retal tras retal; de entre ellos sacó un pedazo de raso, tejido en oro, que bien valdría mil dinares. Al abrirlo cayó un trapo; el joven se apresuró a recogerlo y a esconderlo, debajo del muslo; en seguida, fuera de sí, empezó a recitar:
¿Cuándo quedará curado de tu amor mi corazón atormentado? Las Pléyades están más cerca de ti que yo.
Lontananza y abandono, ansia y pasión, espera y aplazamiento: así transcurre mi vida.
El estar junto a ti no me devuelve la vida; ni el estar lejos amenaza con quitármela; este alejamiento no me permite acercarme a ti; ni tú vienes a mí.
Ni me haces justicia ni me tienes misericordia; no recibo de ti ningún auxilio, pero no hay modo de escapar de ti.
Tu amor me cierra todos los caminos, y no sé hacia dónde dirigirme.
»Tach al-Muluk se maravilló de estos versos, cuyo motivo no alcanzaba a comprender. Le preguntó: “¿Qué es ese trapo?” “Señor mío, nada que tú puedas necesitar.” El hijo del rey insistió: “Deja que lo vea.” “Señor mío: no quería mostrarte mis mercancías por esa única razón. No puedo mostrártelo”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento doce, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán prosiguió:] «Tach al-Muluk insistió: “Es absolutamente necesario que lo vea”.
»Tanto insistió y se enfadó, que hubo de sacarlo de debajo del muslo. Recitó:
No hay por qué censurar al amigo: la censura sólo lo excita. Has dicho una cosa justa, pero él no la escucha.
A Dios recomiendo la protección, en el valle, de una luna que me pertenece y que escapa de las esferas.
Me he despedido de ella, pero hubiera preferido que todas las alegrías de la vida se hubiesen despedido de mí, a tener que apartarme de su lado.
Sólo ha intercedido por mí una mañana, en el día de la separación, cuando nuestras lágrimas corrían a mares.
Digo la verdad cuando afirmo que el vestido de la disculpa se ha roto al separarme de ella, por más que yo procuro remendarlo.
Mi cuerpo no consigue el descanso ni tan siquiera en la cama. Lo mismo le pasa a ella después de mi marcha.
»Cuando el joven hubo terminado los versos, Tach al-Muluk le dijo: “Veo que tus cosas no marchan bien. Cuéntame por qué lloras cuando contemplas ese trapo”. Al oír esto y recordar de nuevo el pañuelo, el muchacho suspiró y dijo: “Señor mío, lo que a mí me ha ocurrido es maravilloso; mi historia es extraordinaria en lo que se refiere al pañuelo y a su dueña, la autora de este retrato”. Al decir esto desplegó el pañuelo, del cual sacó el retrato de una gacela, recamada en seda y bordada en oro rojo; enfrente había otra gacela recamada en plata, con un collar de oro rojo, del que colgaban tres topacios. Al ver Tach al-Muluk lo hermoso y lo bien hecho que estaba, exclamó: “¡Loado sea Dios, que ha enseñado al hombre lo que no sabía!” El corazón de Tach al-Muluk quedó pendiente del relato del joven. Le dijo: “¡Cuéntame lo que te ha sucedido con la autora de estas gacelas!”
»El joven refirió: “Sabe, ¡oh señor mío!, que mi padre fue un gran comerciante, del que yo era hijo único. Yo tenía una prima que se educaba conmigo en casa de mi padre, pues el suyo había muerto, y antes de morir había acordado con mi padre que yo me casaría con ella. Cuando llegué a la pubertad y ella fue ya una mujer, ni a mí me impidieron verla, ni a ella le impidieron verme a mí. Algún tiempo después, mi padre habló con mi madre y le dijo: ‘Este año casaremos a Aziz con Aziza’. Mi padre empezó a preparar el banquete nupcial, y todo ello mientras mi prima y yo dormíamos en un mismo lecho inocentes por completo, por más que ella era más inteligente, hábil y perspicaz que yo.
»”Mi padre terminó de preparar los festejos, y ya sólo faltaba escribir el contrato y consumar el matrimonio. Dispuso que la firma se verificase un viernes después de la oración. Decidido esto, fue a informar a sus amigos, a los comerciantes y a otras personas, mientras mi madre invitaba a las mujeres que eran amigas suyas y a los parientes. Llegado el viernes, limpiaron la habitación destinada para la fiesta, lavaron los mármoles, cubrieron toda nuestra casa de tapices y pusieron allí todo lo necesario, después de haber recubierto las paredes de brocado. Los invitados se pusieron de acuerdo para acudir a nuestra casa después de la oración pública del viernes. Mi padre se marchó para preparar los dulces y las bandejas de azúcar, y, por fin, sólo faltó redactar el contrato.
»”Mi madre me dijo que fuera al baño y me mandó a él un vestido nuevo. Al salir del baño, me vestí con aquel traje, que estaba muy perfumado. En cuanto lo tuve puesto, empezó a exhalar un olor agradable, que iba dejando en el camino. Estaba a punto de dirigirme a la mezquita cuando me acordé de un amigo y volví atrás para ir a recogerlo y llevármelo a la firma del contrato matrimonial, diciéndome que tendría tiempo de preocuparme de este detalle mientras llegaba la hora de la oración. Entré en una calleja por la que nunca había pasado hasta entonces; iba acalorado por el baño y por el traje nuevo, por lo que empecé a sudar y a exhalar perfume a un tiempo. Me senté en un banco, a la entrada del callejón, para descansar, y puse debajo un pañuelo bordado. Pero el calor era mucho, mi frente transpiraba, y el sudor corría por mi cara; no podía secarme el sudor con el pañuelo, ya que lo había puesto encima del banco.
»”Iba a coger el faldón de mi traje para secarme la frente cuando, sin saber cómo, me cayó encima un pañuelo blanco, más fino que el céfiro, y cuyo aspecto era más agradable que el de un enfermo convaleciente. Lo cogí, levanté la cabeza para ver de dónde había caído, y mi vista tropezó con los ojos de la dueña de esta gacela”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento trece, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el relato continuó así:] «“Se asomaba por una ventana con verja de latón. Jamás había visto mujer tan bella, y la lengua es incapaz de describir su hermosura. Cuando vio que yo la miraba, puso uno de sus dedos encima de la boca. En seguida cruzó el corazón con el índice y puso la mano encima del pecho, entre los dos senos, tras lo cual se retiró y cerró la verja. Se marchó, dejando encendido en mí un fuego que iba haciéndose cada vez más ardiente; su mirada me causó mil pesares. Estaba perplejo, pues no había entendido sus signos. Volví a mirar a la ventana, pero seguía cerrada; esperé hasta la puesta del sol, pero no oí ningún ruido ni vi a persona alguna.
»”Desesperando de volver a verla, me levanté, cogí el pañuelo, lo abrí, y éste dejó escapar un olor de almizcle. El aroma me turbó de mala manera, hasta el punto de hacerme creer que me encontraba en el paraíso; lo apreté entre mis manos y cayó de él una hoja muy fina. La abrí: estaba impregnada de perfumes y llevaba escritos estos versos:
Para quejarme del sufrimiento de la pasión, le he enviado una carta con letra muy fina, pues la letra puede ser de muchos tipos.
Mi amigo ha preguntado: ‘¿Por qué tu escritura es así, tan fina y menuda que apenas se distingue?’
He contestado: ‘Ya que yo soy delgado y fino, tal debe ser la letra de los enamorados’.
»”Una vez leídos los versos, contemplé de nuevo la belleza del pañuelo, y mis ojos tropezaron con estos dos versos, que estaban escritos en el borde:
El bozo ha escrito —¡excelentes escritos!— dos líneas de arrayán en sus mejillas.
El sol y la luna quedan perplejos cuando aparece; cuando se curva, ¡qué vergüenza para las ramas!
»”En el otro borde estaban escritos estos otros dos:
El bozo ha escrito —ámbar sobre perlas— dos líneas de azabache encima de una manzana.
La muerte reside en sus ojos lánguidos cuando miran, y la embriaguez nace de sus mejillas sin necesidad de vino.
»”Al leerlos, mi corazón fue presa de la llama del fuego, y la pasión y las cavilaciones fueron en aumento. Cogí pañuelo y papel y me dirigí a casa, sin saber qué haría para conseguir la unión y sin poder —debido a la pasión— analizar el asunto. Llegué a mi domicilio cuando ya había transcurrido parte de la noche, y encontré a mi prima sentada y llorando. Al verme, secó sus lágrimas, se me acercó, me quitó el vestido y me preguntó por la causa de mi ausencia. Me refirió que toda la gente, príncipes, magnates, comerciantes y demás, se habían reunido en nuestra casa; que el cadí y los testigos habían comparecido y comido; que habían estado sentados esperándome para poder extender el acta de matrimonio, y que cuando habían desesperado de que yo regresase, se separaron y se fueron a sus quehaceres. Y añadió: ‘Tu padre se ha enfadado mucho por esto y ha jurado que no contraeremos matrimonio hasta el próximo año, ya que en esta fiesta ha gastado mucho dinero’.
»”Luego me preguntó: ‘¿Qué te ha ocurrido hoy para retrasarte tanto y para ser causa de que pase esto?’ Le referí todo lo que me había sucedido, le conté lo del pañuelo y le expliqué toda la historia desde el principio hasta el fin. Cogió la hoja de papel y el pañuelo y leyó lo que en ambos había escrito.
»”Las lágrimas corrieron por sus mejillas, y recitó estos versos:
Di a aquel que dice que el amor empieza por un acto de libre albedrío: ‘¡Mientes! Está predestinado’.
Se inicia involuntariamente, y por ello no puede ser reprobado. Así lo demuestran múltiples historias.
No adulterar constituye un camino recto pero si lo prefieres, di que es un tormento penoso.
O dos golpes en las entrañas, o un golpe, o una gracia, o una desgracia, o una necesidad
que tranquiliza, o que mata el alma, vaya bien o vaya mal.
Mas, a pesar de todo, sus días son hermosos, y su boca siempre está sonriente;
las bocanadas de su perfume son agradables, pone fin a todo lo que deshonra y no entra jamás en el corazón del malvado y vil.
»”Aziza me preguntó: ‘¿Qué te ha dicho? ¿Qué signos te ha hecho?’ ‘No ha dicho nada. Ha puesto uno de sus dedos en la boca, después lo ha doblado encima del corazón, ha colocado ambos dedos encima del pecho y ha señalado hacia el suelo; luego ha cerrado la ventana y no la he vuelto a ver más. Se ha llevado mi corazón, y he permanecido sentado hasta la puesta del sol esperando que volviera a asomarse por la ventana; pero no lo ha hecho, y, desesperando de contemplarla de nuevo, me he marchado del lugar. Éste es mi relato. Espero que me ayudes en el apuro en que me encuentro.’ Dirigió la vista hacia mí, y me dijo: ‘¡Primo! Si me pidieras los ojos, me los arrancaría para entregártelos. Te ayudaré en lo que deseas y te auxiliaré en tu dificultad. Ella está tan apasionada por ti como tú lo estás por ella’. ‘¿Cómo se explican los signos que ha hecho?’ ‘El poner el dedo en la boca significa que tú eres el alma que anima su cuerpo, y que desea unirse a ti con todas sus fuerzas. El pañuelo constituye el saludo del amante al amado, y la hoja de papel es signo de que su alma está pendiente de ti. El que haya colocado dos dedos encima del pecho, entre los senos, quiere decir: ‘Ven aquí dentro de dos días para que, al verte, pueda poner fin a mi pena’. Sabes, pues, primo, que ella está enamorada de ti, que tiene confianza en ti. Eso es lo que creo que significan los signos. Si pudiese entrar y salir cuando quisiera, os reuniría lo antes posible y os ocultaría con mi propia persona.’ ”
»El muchacho continuó: ”Le di las gracias por las palabras que acababa de oír y me dije que debía tener paciencia durante dos días. Permanecí en casa sin entrar ni salir durante este lapso de tiempo, y no comía ni bebía. Coloqué mi cabeza en el seno de mi prima, que me consolaba y me recomendaba que tuviese ánimo y resolución, y tranquilizaba mi corazón y mi pensamiento”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento catorce, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el muchacho continuó:] «“A los dos días, mi prima me dijo: ‘Tranquilízate, descongestiona tus ojos, ponte tu traje y vete a su encuentro a la hora de la cita’. Me puso los vestidos y me perfumó. Me ciñó el cinturón y me animó. Salí, me dirigí al callejón y me senté en el banco un rato. La ventana se abrió, dirigí la mirada hacia arriba, y al verla caí desmayado. Al volver en mí, cobré ánimos, dirigí la mirada allí por segunda vez y perdí de nuevo el conocimiento. Al reponerme vi que la joven tenía un espejo y un pañuelo rojo. Al ver que la miraba, se arremangó, separó los cinco dedos de la mano y se golpeó con ellos el pecho, con la palma de la mano y los cinco dedos; después levantó sus manos, sacó el espejo fuera de la ventana, cogió el pañuelo rojo, se metió dentro con él, lo sacó por tres veces consecutivas en dirección a la embocadura de la calleja, lo arrugó y lo plegó en la mano; luego bajó la cabeza, y en seguida se retiró de la ventana y la cerró. Se marchó sin decirme ni una sola palabra, dejándome perplejo, sin que yo entendiese lo que me había querido decir. Me quedé sentado hasta el atardecer, y regresé a mi casa cuando faltaba poco para la medianoche. Mi prima tenía apoyada la mejilla sobre la mano, sus párpados dejaban correr lágrimas, y recitaba estos versos:
¿Qué me ocurre a mí con el censor para que me trate duramente? ¿Cómo consolarse si tú eres una rama esbelta?
¡Oh, rostro, que has robado mi corazón y te has replegado! El amor udrí no puede apartarse de ti.
Su mirada turca hace en las entrañas lo que no puede hacer el sable tajante.
Me ha colocado encima la carga de la pasión cuando apenas puedo llevar la camisa. ¡Tan débil estoy!
Lloro sangre por lo que dicen los censores: ‘Los ojos de quien amas te amenazan como espada afilada’.
¡Ojalá mi corazón fuese como el tuyo, y mi cuerpo se pareciese a ti en esbeltez!
Tú, mi hermoso príncipe, tienes un vigilante severo y un chambelán muy injusto: me impiden llegar hasta ti.
Mintió aquel que dijo que toda la belleza se encontraba en José: ¡cuántos Josés hay en tu belleza!
Procuro apartarme de ti, pues temo la mirada de los espías. ¡Cuánto me cuesta el apartarme!
»”Al oír estos versos aumentaron mis preocupaciones, se multiplicaron mis penas y caí en uno de los ángulos de la habitación. Ella se acercó a mí, me cogió, me quitó los vestidos y secó mi cara con su manga. Luego me preguntó por lo que había sucedido, y yo le expliqué todo lo que ella había hecho. Me dijo: ‘¡Primo! Los signos hechos con la palma de la mano y los cinco dedos quieren decir: ‘Ven dentro de cinco días’. Las señales hechas con el espejo y el sacar la cabeza por la ventana quieren decir: ‘Quédate en la tienda del tintorero hasta que llegue mi mensajero’.
»”Al oír sus palabras sentí renacer el fuego en mi corazón, y exclamé: ‘¡Por Dios, prima! Dices la verdad: en el callejón hay un tintorero judío’, y me puse a llorar. Mi prima me dijo: ‘Ten valor y tranquiliza tu corazón. Otros han estado enamorados durante años, y han soportado el ardor de la pasión. Tú, sólo hace una semana. ¿De dónde te viene tanta impaciencia?’ Me consoló con sus palabras y me dio de comer. Cogí un bocado y quise engullirlo, pero no pude; me fue imposible comer o beber; perdí la dulzura del sueño, de mi rostro se fue el color, y mi belleza se alteró, ya que nunca había estado enamorado hasta entonces ni había probado el ardor de la pasión. Adelgacé yo, y, por mi causa, también mi prima, quien, para consolarme, me recitaba todas las noches historias de amor y de amantes, hasta que me quedaba dormido. Cuando me despertaba, la encontraba velándome, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
»”Continuamos en esta situación hasta que hubieron transcurrido los cinco días. Entonces, mi prima calentó agua, me bañó, me vistió y me dijo: Vete a verla, y ¡ojalá Dios te conceda lo que apeteces y te haga conseguir lo que deseas de tu amada!’
»”Me marché y anduve sin parar hasta la embocadura del callejón. Era sábado, y la tienda del tintorero estaba cerrada. Me senté. El almuédano anunció la oración del crepúsculo; el sol palideció, y fue anunciada la oración de las tinieblas. Se hizo noche cerrada, y yo no veía rastro, ni oía ruido, ni entendía nada. Temiendo que me ocurriese algo —seguía sentado y solo—, me puse en pie y me marché, como si estuviese borracho, a mi casa. Entré en mi habitación y vi a mi prima Aziza que con una mano estrujaba un pañuelo sujeto a una alcayata clavada a la pared; la otra la apoyaba en el pecho; suspiraba y recitaba estos versos:
Una árabe del desierto, separada de su familia, suspira por el sauce y el laurel del Hichaz.
Cuando aparece una caravana, la provee de lo que apetece con el fuego de su nostalgia, y sus lágrimas facilitan el agua.
No he encontrado pasión mayor que la de mi amor, pero ahora veo que he cometido un error al amarlo.
»”Al terminar sus versos se volvió hacia mí y se dio cuenta de que yo lloraba. Secó mis lágrimas y las suyas, me sonrió y dijo: ‘¡Primo! ¡Dios te haga feliz con lo que te ha dado! ¿Por qué no has pasado la noche entera con tu amada y no has satisfecho en ella tu deseo?’ Al oír sus palabras le di una patada en el pecho; cayó al suelo y fue a dar con la frente en un saliente en el que había un clavo; al contemplarla vi que la sangre fluía por la herida, y que las lágrimas…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento quince, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el muchacho prosiguió su relato: «”…y las lágrimas] brotaban de sus ojos. Se calló y no dijo ni una sola palabra. Se puso de pie en seguida, preparó una compresa, se la colocó en la herida, la vendó y limpió la sangre que había caído al suelo, dejándolo como si nada hubiese pasado. Luego se acercó a mí, sonrió y dijo: ‘¡Por Dios, primo mío! No he dicho esas palabras para burlarme de ti o de ella; hablaba porque tenía mucho dolor de cabeza; ahora que tengo la cabeza más fresca y la frente más despejada, cuéntame qué te ha sucedido hoy’. Le referí todo lo que me había pasado, y cuando acabé me puse a llorar. Me dijo: ‘¡Primo! Puedes estar contento, pues has conseguido tu deseo y has alcanzado lo que te proponías. Esto es indicio de que te acepta; se ha mantenido apartada de ti para probarte y saber si eres constante o no, si tu amor es verdadero o no. Mañana regresa al lugar de costumbre y fíjate en los signos que te haga. Se acerca el momento en que serás feliz y en que cesarán tus penas’.
»”Siguió consolándome, a pesar de que yo estaba más y más afligido y apenado. Después me acercó la mesa, pero la rechacé de una patada; cayeron todas las mantequeras en un rincón y dije: ‘Los enamorados siempre están locos: no prueban bocado ni pegan el ojo’. Aziza me replicó: ‘¡Primo! ¡Ésos son los síntomas del amor!’ Las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras recogía todo, limpiaba las manchas de la comida y se sentaba para consolarme. Yo sólo rogaba a Dios que amaneciese cuanto antes. En cuanto fue de día, en cuanto se extendió la luz y se hizo claro, marché a verla; me metí por el callejón a todo correr y me senté en el banco. La ventana se abrió, sacó la cabeza y se puso a reír. Entró dentro y regresó con un espejo, una bolsa y una maceta llena de plantas verdes. Llevaba en la mano un candil. Lo primero que hizo fue coger el espejo con la mano y meterlo en el saco. Luego lo ató y lo echó dentro de la habitación; se puso los cabellos por la cara y colocó el candil encima de las plantas. Luego lo recogió todo, se lo llevó y cerró la ventana.
»”Con todas estas cosas yo había perdido por completo el corazón, pues siempre me hacía señales dudosas y gestos ininteligibles, sin dirigirme jamás la palabra. Mi pasión, mi amor y mi extravío iban en aumento. Volví sobre mis pasos con el corazón apenado y los ojos llenos de lágrimas. Entré en mi habitación y encontré a mi prima sentada, con la cara vuelta hacia la pared; su corazón ardía de pena, de pesar y de celos, pero su cariño por mí le impedía explicarme la pasión que la abrasaba al ver la pena, la pasión y el extravío que me abrumaban. Al fijarme en ella vi que llevaba dos vendas en la cabeza: una, encima de la frente, tapaba la herida que se había hecho al caer; la otra protegía sus ojos, que habían enfermado de tanto llorar. Se encontraba muy mal; lloraba y recitaba:
Ojalá estés seguro doquiera que te encuentres, ¡oh tú, que has emprendido el viaje quedándote en mi corazón!
¡Protéjate Dios doquiera que te instales! ¡Sálvete de las vicisitudes del destino y de las desdichas!
Te marchaste, y al alejarte, mis ojos han quedado desconsolados; mis lágrimas fluyen a borbotones.
¡Ojalá supiera en qué tierra, en qué morada te has instalado, junto a qué cosa y a qué familia!
Si tú bebes agua pura y límpida, yo abrevo en las lágrimas de mis ojos.
Todo me es soportable, salvo estar separado de ti, que es como el desacuerdo que existe entre el sueño y mi costado.
»”Luego dirigió su mirada hacia mí; al verme, secó sus lágrimas, se acercó hacia mí, pero no pudo dirigirme la palabra, ¡tan grande era su congoja! Estuvo callada algún tiempo, después del cual dijo: ‘¡Primo! Cuéntame lo que te ha ocurrido con ella esta vez’. Le referí todo lo sucedido. Me dijo: ‘Ten paciencia, pues ha llegado el momento de tu unión con ella y has triunfado al conseguir la realización de tu empeño. Te ha querido decir, al mover el espejo y meterlo en la bolsa, que debes tener paciencia hasta que se ponga el sol; al cubrirse el rostro con el cabello te ha dicho: cuando llegue la noche y las negras tinieblas oculten la luz del día, ven; al sacar la maceta con las plantas, te ha dicho: cuando llegues, entra en el jardín que está detrás del callejón; al levantar el candil te ha dicho: cuando estés dentro del jardín, pasea por él hasta alcanzar un lugar en el que haya un candil encendido; dirígete hacia él, siéntate debajo y espérame, pues tu amor me mata’.
»”Al oír las palabras de mi prima, la fuerza de la pasión me hizo dar un grito, y dije: ‘¡Cuántas promesas me has hecho! Pero al ir a buscarla no he conseguido mi deseo ni he visto que tus explicaciones correspondan a la realidad’. Mi prima se echó a reír y me contestó: ‘Basta con que tengas paciencia hasta el fin del día de hoy, hasta que caiga la tarde y llegue la noche con sus tinieblas: conseguirás unirte a ella y colmarás tus ansias. Estas palabras son la pura verdad, sin nada de falso’. Luego recitó estos versos:
Las horas del día van pasando: no entres en la casa de las penas.
¡Cuántas cosas difíciles de obtener se consiguen en la hora de la liberación!
»”Se me acercó y me consoló con palabras cariñosas, pero no se atrevió a darme de comer, temiendo que me enfadase con ella, ya que esperaba atraerme sin segunda intención; se me acercó, me desnudó y me dijo: ‘¡Primo! Siéntate a mi lado; te contaré cosas que te consuelen hasta el fin del día. Si Dios (¡ensalzado sea!) quiere, no llegará la noche sin que te hayas reunido con tu amada’. No le hice caso y esperé, rogando a Dios que oscureciese cuanto antes. Cuando llegaron las tinieblas, mi prima se puso a llorar a lágrima viva. Me dio un grano de puro almizcle y me dijo: ‘¡Primo! Ponte este grano en la boca. Una vez reunido con tu amada, una vez hayas expuesto tu deseo y ella haya consentido en lo que pretendes, recita este verso:
¡Oh, enamorados! ¡Por Dios, decidme! ¿Qué debe hacer un joven cuando el amor lo abrasa?’
»”Luego me besó y me conjuró a que no recitase el verso hasta después de salir de casa. Le prometí que así lo haría, y me marché cuando caía la tarde. No paré de andar hasta que llegué al jardín: la puerta estaba abierta. Entré y vi una luz a lo lejos. Me dirigí hacia ella, y al llegar vi un gran estrado, encima del cual había una cúpula de marfil y ébano. La antorcha estaba colgada en el centro de aquella cúpula, y el estrado se hallaba cubierto por un tapiz de seda bordado en oro y plata. Había también una gran vela encendida, colocada en un candelabro de oro dispuesto debajo de la antorcha. En el centro del estrado había una pila adornada con varias figuras, y junto a la misma, una mesa cuyo mantel era de seda; al lado de ella, una jarra de porcelana repleta de vino, copas de cristal con incrustaciones de oro y una gran bandeja de plata, tapada. La destapé y vi que había frutos de todas clases: higos, granadas, uvas, naranjas, toronjas y limones; había también perfumes de rosa, jazmín, mirto, rosa moscada, narciso y otras muchas clases. Aquel lugar me gustó muchísimo, y olvidé mis preocupaciones aunque no encontré allí a ninguna de las criaturas de Dios (¡ensalzado sea!)…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento dieciséis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el muchacho continuó diciendo:] «“…ningún esclavo o esclava que se preocupase de servirme. Me senté esperando la llegada de aquella a la que amaba mi corazón, y así transcurrió la primera, luego la segunda y más tarde la tercera hora de la noche, sin que viniese. Yo estaba hambriento, pues hacía mucho que no comía, dado lo fuerte de mi pasión; sin embargo, el encontrarme en aquel lugar, el ver que mi prima me había dicho la verdad al interpretar los gestos de mi amada, me había tranquilizado y había recuperado el apetito, aumentado aún más por el buen olor que se desprendía de aquella mesa; al encontrarme en aquel sitio, confiado en reunirme con mi amada, tenía un hambre atroz.
»”Me acerqué a la mesa, quité el lienzo que la cubría y encontré en el centro una fuente de porcelana, con cuatro gallinas asadas y aderezadas con especias. Alrededor de la fuente había cuatro soperas: una, con dulces; otra, con granos de granada; la tercera, con almendrados, y la cuarta, con pasteles de miel. En aquellas soperas había cosas para todos los gustos. Comí los pasteles de miel, un poco de carne y algunos almendrados hasta quedar satisfecho. Me acerqué después a los dulces y comí una, dos, tres, cuatro cucharadas, y cogí unos bocados de pollo. Cuando tuve el vientre lleno, mis miembros se distendieron, y el sopor se apoderó de mí. Lavé mis manos, apoyé mi cabeza en un cojín y me quedé dormido.
»”No sé lo que ocurriría después, ya que no me desperté hasta que el calor del sol empezó a molestarme, pues hacía muchos días que no había dormido. Al despertar encontré encima de mi vientre sal y carbón. Me puse en pie de un salto, limpié mis trajes, me volví a derecha y a izquierda, pero no encontré a nadie. Me di cuenta de que había dormido encima del mármol, sin colchón. Quedé perplejo, me entristecí muchísimo, y las lágrimas resbalaron por mis mejillas. Apenado, me dirigí hacia mi casa. Al llegar vi que mi prima se golpeaba el pecho con la mano y lloraba cual si fuera una nube que se deshiciese en lágrimas. Recitaba estos versos:
Se ha levantado un viento cálido, que atiza la pasión con su soplo.
¡Oh, céfiro! ¡Acércate a nosotros! Todo el que ama, tiene su suerte y su parte.
Si pudiéramos, te abrazaríamos como el amante estrecha el pecho de su amada.
Dios me ha privado, al arrebatarme la faz de mi primo, de la vida y del bienestar.
¡Ojalá supiera si su corazón es igual al mío, que se licúa con la llama y el calor de la pasión!
»”Al verme, corrió a mi encuentro secándose las lágrimas y me dijo con voz dulce: ‘Tú, en tu amor, has sido bien tratado, pues amas a quien te ama. En cambio, yo estoy deshecha en lágrimas, triste por tu ausencia, y no encuentro quien me consuele. ¡Que Dios no te guarde rencor por mi causa!’ Sonrió amargamente, me trató con cariño, me desnudó, desplegó los vestidos, los olió y dijo: ‘¡Por Dios! Este olor no es propio de quien ha gozado con su amada. ¡Primo! Cuéntame lo que te ha ocurrido’. Le referí todo lo que me había pasado y volvió a sonreírme amargamente.
»”Me dijo: ‘Mi corazón está lleno de dolor. ¡Ojalá no viviese esa mujer que lacera tu corazón! Se hace demasiado la interesante contigo, primo. Temo que te gaste cualquier mala pasada. He aquí lo que quiere decir la sal. Tú estabas durmiendo, harto de comer, hasta el punto de causar repulsión a las personas, y por eso se ha hecho necesario salarte, para que no se corrompa tu naturaleza, ya que postulas que estás loco de amor cuando el sueño está prohibido para los amantes, y, por consiguiente, es falsa tu pretensión de estar enamorado. Pero también ella miente, pues su amor por ti es fingido, ya que al encontrarte dormido no te ha despertado. Si su amor fuera verdadero, te habría desvelado. El carbón significa: ‘Dios te ennegrezca la cara, ya que tu amor no era verdadero, pues siendo tan joven lo único que te preocupa es comer, beber y dormir’. Ésta es la explicación de estos símbolos. ¡Dios (¡ensalzado sea!) te libre de sus manos!’
»”Cuando oí estas palabras me di una palmada en el pecho y exclamé: ‘¡Ésa es la pura verdad, pues me quedé dormido, cuando los amantes jamás concilian el sueño! Yo mismo he sido el causante de mi desgracia, ya que la desgracia ha sido el haber comido y dormido. ¿Qué haré?’ Lloré a lágrima viva, y dije a mi prima: ‘¡Indícame qué es lo que debo hacer, ten piedad de mí y Dios la tendrá de ti! de lo contrario, me muero’. Mi prima me quería locamente…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento diecisiete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el muchacho continuó diciendo:] «“…y me contestó: ‘¡De buena gana! Te he dicho muchas veces que si pudiese entrar y salir cuando quisiera, en muy poco tiempo os habría reunido a los dos y os habría cobijado bajo mi manto protector. Pero lo haré por complacerte, y si Dios (¡ensalzado sea!) lo quiere, gastaré todas mis fuerzas con tal de reuniros. Ahora, escucha lo que voy a decirte y sigue mi consejo. Vuelve a aquel lugar, quédate allí, y cuando llegue el crepúsculo, siéntate en el mismo sitio en que estuviste, pero guárdate de comer, pues la comida te haría entrar sueño; no duermas, ya que ella no saldrá a tu encuentro hasta que haya transcurrido la cuarta parte de la noche. ¡Dios te proteja de sus maldades!’ Al oír estas palabras me alegré y empecé a rogar a Dios que se hiciese de noche cuanto antes.
»”Ya estaba a punto de marcharme, cuando me dijo mi prima: ‘Antes de marcharte de su lado, recítale el verso que te he enseñado’. ‘Con mucho gusto.’ Salí, llegué al jardín y lo encontré todo dispuesto como la vez anterior. No faltaba nada de lo que pudiera necesitar: había alimentos, bebidas, frutas secas, perfumes y muchas cosas más. Me coloqué en la silla y aspiré el aroma de la comida; me entró gana de comer, pero me abstuve varias veces, hasta que, no pudiendo contenerme, me acerqué a la mesa y quité el lienzo que la cubría: encontré una fuente con pollos, y a su alrededor cuatro mantequeras con cuatro guisos distintos. Comí unos bocados de cada uno de ellos; seguí con dulces hasta hartarme, comí un pedazo de carne y bebí. El jarabe me gustó, y seguí tomándolo con la cuchara hasta saciarme por completo.
»”Los párpados se me entornaban, por lo cual tomé un cojín, apoyé en él la cabeza y me dije que al reclinarme no me quedaría dormido; pero los párpados se me cerraron y me dormí. No me desperté hasta que el sol estuvo bien alto. Tenía encima del vientre una taba, una ficha de tab[69], un hueso de dátil y semilla de algarroba. En el sitio en que me encontraba no había ni tapices ni nada de lo que había habido la víspera. Me incorporé, me quité lo que tenía encima y salí enfurecido. Llegué a mi casa y encontré a mi prima exhalando profundos suspiros. Recitaba estos versos:
Nuestro cuerpo está extenuado, nuestro corazón está herido, mientras las lágrimas corren por las mejillas.
Es un amante difícil, pero todo lo que hace una belleza, bien hecho está.
¡Primo! Has llenado mi corazón de pasión, y mis ojos rebosan de lágrimas.
»”Reprendí a mi prima y la injurié. Lloró a lágrima viva, pero en seguida se secó las lágrimas, se acercó a mí, me besó y me estrechó contra su pecho. Me aparté de ella y me reprendí a mí mismo. Me dijo: ‘¡Primo! Me parece que esta noche te has vuelto a dormir’. ‘Efectivamente; y al despertar he encontrado encima del vientre una taba, una ficha de tab, un hueso de dátil y semilla de algarroba. No sé por qué lo habrá hecho.’ Me puse a llorar y me acerqué a ella. Le dije: ‘¡Explícame qué quieren decir estas cosas! Dime qué es lo que debo hacer, y ayúdame a salir de la situación en que me encuentro’. ‘De buena gana. Con la ficha de tab quiere decir que tú has ido a su casa dejando el corazón en otra parte. Es lo mismo que si ella te dijera que eso no es amor y que no debes contarte entre los enamorados. Con el hueso de dátil ha querido decirte que si realmente fueras un enamorado, tu corazón estaría ardiendo de pasión y no podrías gozar de las dulzuras del sueño, puesto que la dulzura del amor es como el dátil, que guarda su ardor en lo más profundo del corazón. La semilla de algarroba significa que el corazón del amante ha sufrido un desvío o, en otras palabras, que debes esperarla con tanta paciencia como Job.’
»”Al oír estas palabras sentí que se avivaba el fuego de mi corazón, y que aumentaba mi tristeza. ‘¡Dios ha dispuesto que me durmiera, dada la poca suerte que tengo! ¡Prima, te conjuro, por lo que mi vida significa para ti, a que idees una treta que me permita unirme con ella!’ Se puso a llorar y me contestó: ‘¡Aziz, primo! Mi cerebro está lleno de ideas, pero no puedo hablar. Vuelve esta noche otra vez al lugar, y guárdate de dormir. Así conseguirás lo que deseas. Ésta es mi opinión’. ‘Si Dios quiere no me dormiré, y haré lo que tú me mandes que haga.’ Me acercó la comida y me dijo: ‘Come hasta hartarte, y así no volverás a pensar más en ello’. Comí hasta quedar satisfecho, y cuando llegó la noche me trajo un magnífico vestido, me lo puso y me conjuró a que me acordase del verso ya citado y a que no me durmiese. Me dirigí al jardín y me instalé en el estrado; contemplé los arriates, mantuve los párpados abiertos con los dedos, y de cuando en cuando sacudí la cabeza. Cuando ya había cerrado la noche, empecé a tener hambre de tanto velar”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento dieciocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el muchacho prosiguió:] «“Percibía un delicioso aroma de comida que me abría aún más el apetito. Me acerqué a la mesa, quité el lienzo que la cubría y comí un poco de cada uno de los guisos, y algo de carne. Acerqué la jarra de vino diciéndome que podía beber una copa. Bebí la primera, luego la segunda, después la tercera y así hasta llegar a diez. Me mareé y caí al suelo como si estuviese muerto. En este estado permanecí hasta que llegó el día y me desperté. Me encontraba fuera del jardín; encima del vientre tenía un cuchillo afiladísimo y un disco de hierro. Quedé sobrecogido y me los llevé a casa.
»”Encontré a mi prima, que decía: ‘¡Qué desgraciada y pobre soy en esta casa! ¡No tengo más consuelo que el llanto!’ Al entrar, solté el cuchillo y el disco y caí desmayado cuan largo era. Cuando volví en mí le expliqué todo lo ocurrido y le dije: ‘No he conseguido mi propósito’. Se puso aún más triste por mí, al ver mis lágrimas y mi pena. ‘No puedo hacer más. Ya te advertí que no tenías que dormirte. No has hecho caso de mi consejo; mis palabras no te sirven de nada’. ‘Te ruego, por Dios, que me aclares qué es lo que significan el cuchillo y el disco de hierro.’ ‘Con el disco de hierro ha querido indicar su ojo derecho, y ha dicho: ‘Juro por el Señor de los Mundos y por mi ojo derecho, que si vuelves otra vez y te duermes, te he de degollar con este cuchillo’. Temo por ti, primo, las tretas de esa mujer. Mi corazón está muy afligido por ti y no puedo hablar. Si estás seguro de que puedes volver allí sin quedarte dormido, vuelve, mantente despierto y conseguirás tu deseo; pero si crees que al estar allí has de quedarte dormido como es tu costumbre, sabe que si ella llega y te encuentra dormido, te degollará.’ ‘¿Qué debo hacer, prima? Te ruego, por Dios, que me ayudes en esta aflicción.’ ‘Lo haré de buen grado, pero has de escuchar mis palabras y obedecer mis órdenes para que me avenga a tu deseo.’ ‘Escucharé tus palabras y obedeceré tus órdenes.’ ‘Hablaré cuando llegue la noche.’
»”Me estrechó contra su pecho, me condujo a la cama y me vigiló hasta que quedé dormido. Entonces cogió un abanico, se sentó a mi cabecera y me abanicó el rostro hasta que empezó a anochecer. Me despertó, y cuando estuve desvelado me di cuenta de que estaba junto a mí abanicándome y llorando de tal modo, que las lágrimas habían empapado sus vestidos. Al verme despierto, se secó las lágrimas y me acercó la comida. Me abstuve de probar bocado, pero ella me hizo observar: ‘¿No te he dicho que has de hacerme caso?’ Comí sin contradecirla: ella me ponía el alimento en la boca, y yo masticaba. Así quedé harto. Después me dio de beber zumo de uva azucarado, me lavó las manos, me las secó con una toalla y las perfumó con agua de rosas. Cuando me senté a su lado me encontraba magníficamente.
»”Al hacerse de noche me puso un vestido y me dijo: ‘¡Primo! Quédate en vela toda la noche y no te duermas, pues hoy no se acercará a ti hasta que falte poco para la llegada del día. Si Dios lo quiere, te unirás a ella esta misma noche. ¡No olvides mi consejo!’ Se puso a llorar y me entristecí al verla así. Le pregunté: ‘¿Qué consejo es ese que me has dado?’ ‘Que cuando te separes de ella le recites el verso que te enseñé.’ Salí lleno de alegría y me fui al jardín; me dirigí al estrado completamente harto, me senté; pasé en vela la cuarta parte de la noche, y ésta fue transcurriendo hasta parecerme un año. Pero seguí desvelado hasta que hubieron transcurrido sus tres cuartas partes y los gallos empezaron a cantar.
»”El insomnio me hacía tener hambre, por lo que me acerqué a la mesa y comí hasta hartarme. Estaba ya casi dormido cuando oí ruido a lo lejos. Me puse de pie, me lavé las manos y la boca y me despabilé. Apenas habían transcurrido unos momentos cuando llegó la joven rodeada por diez servidoras. Ella avanzaba en el centro, como si fuese la luna rodeada por las estrellas. Llevaba puesto un vestido de raso verde bordado con oro rojo. Era tal como dijo el poeta:
Orgullosa con el amante, viste un traje verde desabrochado; viene con los cabellos sueltos.
Le pregunto: ‘¿Cuál es tu nombre?’, y me contesta: ‘Soy aquella que ha cauterizado con brasas el corazón de los amantes’.
Me quejo a ella de la pasión que me atormenta, y me contesta: ‘Te quejas a una roca, pero no lo sabes’.
Le digo: ‘Si tu corazón es una roca, sabe que Dios ha hecho brotar agua purísima de un peñasco’
»”Al verme, se echó a reír, y me preguntó: ¿Cómo has conseguido mantenerte despierto sin que el sueño te haya vencido? Al ver que has sido capaz de velar toda la noche, me he dado cuenta de que en realidad eres un amante, ya que es cualidad innata en los amantes el pasar en vela la noche soportando las penas de la pasión. Las esclavas se me acercaron, pero ella les hizo una seña y se marcharon. Se acercó a mí, me estrechó contra su pecho, me besó y la besé; me chupó el labio inferior, y yo le chupé el superior. Puse mi mano en su vientre y lo acaricié; juntos, rodamos por el suelo, y ella se desató las enaguas, que cayeron a sus pies; empezamos a acariciarnos, abrazarnos, a retozar y a decirnos palabras dulces, a mordernos, a mover las piernas y a dar vueltas en torno de la casa y de sus rincones, hasta que sus miembros se relajaron, perdió el conocimiento y quedó sumida en la inconsciencia. Aquella noche fue de alegría para mi corazón y de consuelo para los ojos, conforme dice el poeta:
La más bella noche que he vivido ha sido aquella en que no di reposo a la copa.
En ella separé el sueño de mis párpados, y uní el brazalete con la ajorca.
»”Cuando fue de día quise marcharme, pero ella me retuvo y me dijo: ‘Quédate, pues he de contarte algo…’ ”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento diecinueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [ella siguió diciéndole:] «“‘…y he de darte un consejo’. Me detuve, y ella abrió un paquete y sacó este pedazo de tela. Encontré la figura de una gacela como ésta. Me quedé estupefacto, la cogí y le prometí que la visitaría todas las noches en aquel jardín. Me marché lleno de alegría, y por eso me descuidé de recitar el verso que me había encargado mi prima. En el momento de darme el pedazo de paño en el cual estaba bordaba la gacela, me dijo: ‘Esto lo ha hecho mi hermana’. Pregunté: ‘¿Cómo se llama?’ ‘Nur al-Huda. ¡Guarda el pañuelo!’ Me despedí de ella lleno de alegría, y me dirigí a mi casa. Entré a saludar a mi prima y la encontré amodorrada. Al verme se puso de pie; las lágrimas fluían de sus mejillas. Se acercó hacia mí y besó mi pecho. ‘¿Has recitado el verso, conforme te había recomendado?’ ‘Esta gacela bordada me lo ha hecho olvidar.’ Le entregué el trapo, y ella se turbó y no supo qué hacer. Las lágrimas se desbordaban de sus ojos. Recitó estos versos:
¡Oh, tú, que buscas la separación! ¡Poco a poco! No te dejes engañar por los abrazos.
Poco a poco, porque el tiempo es, por naturaleza, traidor, y toda amistad acaba con la separación.
»”Cuando hubo terminado de recitar estos versos, me dijo: ‘Primo, regálame este pañuelo’. Se lo entregué, lo cogió, lo desplegó y miró lo que contenía. Al llegar la hora en que yo debía salir, mi prima me dijo: ‘¡Ojalá tengas un buen camino! Pero cuando te despidas de ella, recítale el verso que te enseñé. No te olvides.’ ‘Vuelve a repetírmelo.’ Me lo recitó otra vez, y luego me marché al jardín. Entré en el lugar de costumbre y vi que la joven me estaba esperando. Al verme salió a mi encuentro, me besó e hizo que me sentase en sus piernas. Comimos, bebimos y satisficimos nuestro ardor del mismo modo como hemos dicho más arriba, por lo que no hay necesidad de repetir. Cuando llegó la aurora, le recité el verso:
¡Oh, enamorados! ¡Decidme! ¿Qué debe hacer un joven cuando el amor lo abrasa?
»”Al oírlo, sus ojos se llenaron de lágrimas y recitó:
Guarda su amor, conserva su secreto, tiene paciencia y humildad.
»”Aprendí este verso de memoria y quedé muy contento de haber cumplido el encargo de mi prima. Salí y me fui a ver a ésta. La encontré amodorrada; mi madre estaba junto a ella, llorando por el estado en que se encontraba. Al entrar me dijo: ‘¡Qué mal primo eres! ¿Cómo abandonas a tu prima en este estado, sin preguntar tan siquiera lo que tiene?’ Mi prima, al verme, levantó la cabeza, se sentó y me preguntó: ‘¡Aziz! ¿Le has recitado el verso que te enseñé?’ ‘¡Sí! Y al oírlo se puso a llorar y me recitó otro verso, que he aprendido de memoria.’ ‘¡Recítamelo!’ Después de oírlo, se puso a llorar y dijo:
Ha intentado ser paciente, pero sólo ha encontrado un corazón abandonado a la pasión.
»”Mi prima añadió: ‘Cuando vayas a verla, como tienes por costumbre, recítale el verso que acabas de oír’ ‘Así lo haré.’ Por la noche me fui al jardín como las otras veces. La lengua es incapaz de describir lo que ocurrió entre nosotros, pero cuando estuve a punto de retirarme, le recité el verso ‘Ha intentado…’ hasta el fin. Al oírlo, se le escaparon las lágrimas de los ojos y recitó:
Si no tiene la paciencia necesaria para guardar su secreto, me parece que lo que más le conviene es la muerte.
»”Lo aprendí de memoria y me marché a casa. Encontré a mi prima tendida y sin conocimiento. Mi madre estaba sentada a su cabecera. Al oír mi voz, abrió los ojos y me preguntó: ‘¡Aziz! ¿Has recitado el verso?’ ‘¡Sí! Al oírlo se ha puesto a llorar y me ha recitado este otro: ‘Si no tiene la paciencia…’, hasta el fin.’ Mi prima perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, recitó:
Hemos oído y hemos obedecido: morimos. Llevad mis saludos a aquel que ha impedido mi unión.
»”Al llegar la noche me dirigí al jardín, según era mi costumbre. La joven estaba esperándome. Nos sentamos, comimos, bebimos, gozamos y dormimos hasta la mañana. Cuando iba a irme, le recité lo que mi prima había dicho. Ella dio un alarido y exclamó: ‘¡Quien ha recitado este verso, debe de haber muerto!’ Lloró a lágrima viva y exclamó: ‘¡Ay de ti! ¿No te has acercado a quien ha recitado ese verso?’ ‘Es mi prima.’ ‘¡Por Dios, que mientes! Si hubiese sido tu prima, la hubieses querido de la misma forma que ella a ti. ¡Tú la has matado! ¡Que Dios te mate del mismo modo! Si me hubieses dicho que era tu prima, jamás me hubiese acercado a ti.’ ‘Mi prima me ha explicado los gestos que me dirigías, y ella es la que me ha enseñado cómo debía portarme contigo. Sin sus instrucciones, jamás hubiera podido llegar hasta ti.’ ‘¿Conocía ella nuestras relaciones?’ ‘Sí.’ ‘Dios te aflija en la juventud, de la misma manera que tú la has apenado en la suya. ¡Vete a verla!’
»”Me marché muy turbado, y no paré de andar hasta llegar a mi calle. Oí a las plañideras y pregunté la causa. Se me dijo: ‘Hemos encontrado a Aziza muerta detrás de la puerta’. Entré, y mi madre, al verme, exclamó: ‘¡Tú tienes la culpa de su muerte! ¡No te perdone Dios su sangre!…’”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veinte, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [la madre del muchacho continuó:] «“‘¡Qué mal primo has sido!’ Mi padre se acercó, arreglamos a la difunta, dispusimos el entierro, la sepultamos y permanecimos al lado del sepulcro tres días leyendo el Corán. Después regresamos a casa; yo estaba muy triste por haberla perdido. Mi madre se acercó a mí y me dijo: ‘Quiero saber qué es lo que has hecho con ella para conseguir que le estallase la vejiga de la hiel. Hijo mío, yo le he preguntado muchas veces por la causa de su enfermedad, pero no la ha querido decir ni me ha dado explicaciones. Te conjuro, por Dios: ¿qué es lo que has hecho con ella para matarla?’ Respondí: ‘Nada’. ‘¡Dios tome en ti venganza! Ella no me ha revelado nada, ha guardado el secreto hasta la muerte; estaba tranquila, y poco antes de morir ha abierto los ojos y me ha dicho: ‘¡Tía! ¡Que Dios no considere a tu hijo responsable de mi muerte! ¡Que no le reprenda por lo que me ha hecho! Dios me arranca del mundo perecedero y me lleva a la morada eterna’. ‘Hija mía, te curarás y recuperarás tu juventud’, le dije.
»”Le pregunté por la causa de su enfermedad, pero no respondió. Sonriendo, me dijo: ‘¡Tía! Cuando tu hijo se disponga a ir al lugar que tiene por costumbre, dile: ‘Cuando vayas a salir de él, pronuncia estas dos palabras: ¡Cuán bella es la fidelidad, y cuán mala es la traición!’ Ésta es mi última recomendación; así le habré sido útil en la vida, y lo continuaré siendo después de mi muerte’. Después me dio un objeto para ti, pero me hizo prometer que no te lo entregaría hasta que te viera llorar y sollozar por su muerte. El objeto lo tengo guardado, y te lo entregaré cuando te haya visto postrado por el dolor’. ‘¡Muéstramelo!’ Ella no quiso hacerlo. Yo me entregué a mis placeres y no me acordé de la muerte de mi prima porque era ligero y sólo quería pasar el día y la noche con mi amada.
»”Apenas vi llegar el crepúsculo, corrí al jardín y encontré a la joven sentada, impaciente de tanto esperar. Al darse cuenta de que me acercaba, corrió a mi encuentro, se colgó de mi cuello y me preguntó por mi prima. Le contesté que había muerto, que habíamos rezado y recitado el Corán por ella y que así habían transcurrido cuatro noches desde su muerte; que aquélla era la quinta. Ella dio un alarido y se puso a llorar. ‘Ya te dije que tú la matabas; si me hubieses hablado de ella antes de su muerte, la habría recompensado por el favor que me había hecho, pues ella me ha servido bien al hacer que te reunieses conmigo; de no ser por ella, jamás nos hubiésemos unido. Temo que ahora te suceda cualquier desgracia, como castigo por el daño que le has hecho.’ ‘Ella me ha declarado inocente de su muerte.’
»”Le referí todo lo que me había explicado mi madre, y me replicó: ‘¡Te ruego, por Dios, que cuando veas a tu madre te enteres de qué es lo que guarda!’ ‘Mi madre me ha explicado: ‘Tu prima me ha dicho antes de morir: ‘Cuando tu hijo se disponga a ir al lugar de costumbre, dile: ‘Cuando vayas a salir de él, pronuncia estas dos palabras: ‘¡Cuán bella es la fidelidad, y cuán mala es la traición!’ La joven exclamó: ‘¡Dios se apiade de ella! Te has librado de mis manos, pues yo ya tenía tramada tu pérdida. Pero ahora no lo haré ni te causaré molestias’.
»”Me quedé pasmado, y le pregunté: ‘¿Qué pensabas hacerme antes de todo esto, si existen entre ambos lazos de amor?’ ‘Tú estás enamorado de mí, pero todavía eres un niño; tu corazón está aún libre de engaño. Tú desconoces por completo nuestras tretas y nuestras añagazas. Si tu prima estuviese viva, te habría ayudado, ya que a ella le debes tu salvación, el haber escapado a la muerte. Ahora sólo te recomiendo que no hables con ninguna mujer, que no dirijas la palabra a ninguna de mis semejantes, sea joven o vieja. ¡Guárdate, guárdate de hacerlo, pues desconoces las tretas y los engaños de las mujeres! La que te explicó los gestos ya ha muerto, y temo que caigas en cualquier desgracia y no encuentres, muerta ya tu prima, quien te libre de tu perdición.’ ”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintiuna, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [la joven prosiguió:] «“‘¡Qué apenada estoy por la pérdida de tu prima! Si hubiera conocido su existencia antes de su muerte, la habría recompensado por el bien que me ha hecho. ¡Dios (ensalzado sea) se apiade de ella por haber sabido callar y guardar su secreto! De no ser por ella, jamás hubieses llegado hasta mí. Tengo algo que pedirte’. ‘¿De qué se trata?’ ‘Debes conducirme hasta su tumba para que pueda visitarla y escribir encima unos versos.’ ‘Mañana, si Dios (¡ensalzado sea!) quiere, te acompañaré.’
»”Dormí con ella aquella noche. Ella no hacía más que decirme: ‘¡Ojalá me hubieses hablado de tu prima antes de su muerte!’ Yo le pregunté: ‘¿Qué significan sus palabras: ¡Cuán bella es la fidelidad, y cuán mala es la traición!?’, pero no obtuve respuesta. Al llegar la mañana, se levantó, cogió una bolsa llena de dinares y me dijo: ‘¡Acompáñame y muéstrame su tumba para que pueda visitarla, escribir encima unos versos, mandar construir un panteón, hacer limosnas en memoria de su muerte y gastar todos estos dinares en sufragio de su alma!’ Le dije que lo haría de buena gana, y me eché a andar. Ella me seguía unos pasos más atrás, e iba dando limosnas por el camino. Cada vez que daba algo, decía: ‘Esta limosna es por el alma de Aziza, que supo guardar su secreto hasta el punto de apurar, antes que revelar su pasión, el vaso de la muerte’.
»”No paró de dar limosnas y decir: ‘Por el alma de Aziza’, y así anduvimos hasta la tumba, de tal modo que al llegar junto a ésta había dado todo lo que contenía la bolsa. Al ver el sepulcro, se arrojó encima y lloró amargamente. Después sacó un cincel de acero y un gracioso martillo, y se puso a esculpir en la cabecera de la tumba unas líneas airosas, que trazaron los siguientes versos:
He pasado junto a una tumba vieja, situada en el centro del jardín; encima de ella florecían siete anémonas.
Pregunté: ‘¿De quién es esta Sepultura?’; y el polvo me contestó: ‘Anda con cuidado, pues aquí yace un amante enamorado’.
Entonces exclamé: ‘¡Dios te proteja, víctima del amor, y te haga alcanzar en el Paraíso un alto estrado!’
La morada de los amantes, entre los humanos, incluso sus tumbas, están cubiertas por el polvo del envilecimiento.
Si pudiese sembrar, plantaría un jardín, que regaría con mis muchas lágrimas.
»”Lloró muchísimo, y después se dirigió al jardín. Yo la seguí. Me dijo: ‘Te conjuro, por Dios, a que no me abandones jamás’. Respondí que le haría caso y continué visitándola. Cada vez que pasaba la noche con ella me trataba con favor, me honraba y me preguntaba por las palabras que mi prima Aziza había dicho a mi madre, y yo se las repetía. Así fui comiendo, bebiendo, amando, abrazando y cambiando unos vestidos por otros más finos, al mismo tiempo que iba engordando y aumentando de peso. Nada había que me preocupara o me entristeciese, y llegué a olvidar a mi prima, sumergido en aquella vida tan muelle. Así transcurrió un año.
»”Al principio del siguiente entré en el baño, me adecenté y me puse un vestido precioso. Al salir me bebí un vaso de jarabe y aspiré el aroma que exhalaban mis ropas, que habían sido impregnadas de toda clase de perfumes. Yo estaba a cubierto de los engaños del tiempo y de las calamidades que afligen a los jóvenes. A la hora del ocaso me apeteció ir a ver a mi amante, pero estaba borracho y no sabía hacia dónde me encaminaba. Me puse en marcha, pero el vino me desvió hacia el callejón que se llama El Naqib. Mientras iba por la callejuela vi a una vieja que llevaba en una mano una vela encendida, y en la otra una carta doblada”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintidós, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven continuó su relato:] «“Me acerqué a ella, pues estaba llorando y recitaba estos versos:
¡Dios proteja a quien me ha anunciado vuestra llegada! ¡Me ha traído la mejor noticia que yo pudiera oír!
Aunque él se contente con un objeto usado, le he de entregar un corazón que se laceró el día de la despedida.
»”Al verme, me preguntó: ‘Hijo mío, ¿sabes leer?’ ‘Sí, vieja tía.’ ‘Coge esta carta y léemela.’ Me entregó el papel, lo cogí, lo abrí y leí el contenido. Era la carta de una persona que estaba lejos y mandaba saludos a los seres queridos. Al oírlo se alegró, acogió animada las buenas noticias y me deseó toda suerte de bienes, diciendo: ‘¡Que Dios disipe todas tus preocupaciones, del mismo modo que ha borrado las mías!’ Recogió la carta y avanzó un par de pasos. Me entraron ganas de orinar, y me puse allí mismo a evacuar el agua. Me levanté, me puse como debía, arreglé mis vestidos y me dispuse a marcharme. La vieja volvió a acercarse a mí, me besó la mano y me dijo: ‘¡Señor mío! Dios (¡ensalzado sea!) te permita gozar de tu juventud sin disgustos. ¿Te placería acompañarme unos pasos hasta aquella puerta? Yo les he referido todo lo que me has dicho al leer la carta, pero no me han creído. Ven conmigo y léeles la carta desde detrás de la puerta, y acepta mis buenos deseos hacia ti’.
»”Le pregunté: ‘¿Qué significa esta carta?’ ‘Esta carta procede de un hijo mío que está ausente desde hace diez años, pues salió a un viaje de negocios. Tiene una hermana que lo llora, día y noche, desde que se marchó. Le he dicho que se encuentra bien, con salud, pero no me ha dado crédito y me ha dicho: ‘Has de traerme a alguien que me lea esta carta y me informe, para que yo pueda tranquilizar mi corazón’. Tú, hijo mío, ya sabes que los que aman tienen tendencia a pensar mal. Hazme, pues, el favor de leer esta carta a su hermana desde la puerta, para que ella pueda oírla desde detrás de la cortina. Así recibirás de Dios la recompensa que corresponde al que hace un favor a un musulmán, y alejará de ti una preocupación. El Enviado de Dios (¡Dios lo bendiga y lo salve!) ha dicho: ‘Aquel que aleja, de quien está afligido, una de las penas de este mundo, Dios le perdonará setenta y dos penas el día del juicio’. Yo me he dirigido a ti, y tú no debes defraudarme.’
Acepté complacerla, le dije que fuese delante y ella lo hizo así. La seguí hasta llegar a la puerta de una gran casa, que estaba chapeada de cobre rojo. Me quedé detrás de la puerta. La vieja dijo algo en una lengua extraña, y antes de que me diese cuenta, se presentó, esbelta y ligera, una adolescente. Llevaba los vestidos arremangados hasta la rodilla, por lo cual vi que tenía dos piernas capaces de hacer perder la cabeza a quien las contemplara, tal como dijo el poeta al describirlas:
¡Oh, tú, que te arremangas los vestidos por encima de la pantorrilla para enseñarlas a los amantes y para que éstos puedan adivinar el resto!
Vas presentando la copa al amante: nada hay que seduzca más a los hombres que la copa y la pierna.
»”Aquellas piernas eran como columnas de mármol y estaban adornadas con ajorcas de oro incrustadas de piedras preciosas. El escote del vestido dejaba ver los hombros, y llevaba las mangas arremangadas; en los brazos tenía pulseras; los pendientes eran perlas; el collar, de valiosísimas gemas, y tocaba su cabeza con un chal con engarces. El faldón de su camisa estaba vuelto y sujeto con el cinturón del vestido, como si hubiese estado ocupada en algún quehacer. Al verme, dijo con un acento puro y dulce, como jamás lo había oído: ‘¡Madre! ¿Es éste quien nos va a leer la carta?’ ‘Sí.’ Extendió su mano y me alargó el escrito. Como ellas estaban a una media caña de la puerta, yo extendí también mi mano para alcanzarlo y metí mi cabeza y mis hombros a través de la puerta para acercarme. Sin saber cómo, la vieja me dio un cabezazo en la espalda y me empujó hacia dentro, a pesar de que yo me cogí con la mano en la puerta. Al volverme me di cuenta de que estaba en el interior de la casa, en el centro del vestíbulo. La vieja entró más rápida que un relámpago y se apresuró a cerrar la puerta”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintitrés, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven siguió diciendo:] «“Cuando la joven me vio en el interior, se acercó a mí, me estrechó contra su pecho, me tiró al suelo, se sentó en mi tórax y me apretó el vientre con las manos hasta que perdí el conocimiento; me cogió y, sin que pudiera escapar de sus manos —tal era la fuerza con que me sujetaba—, me condujo hacia el interior precedida por la vieja, que llevaba la vela encendida. Después de atravesar siete corredores, entramos en una gran sala con cuatro estrados; me dejó sentado y mi pidió que abriera los ojos. Los abrí, medio aturdido aún por la manera con que ella me había tirado al suelo y oprimido el vientre. Vi que la sala era de mármol magnífico, y que los tapices, al igual que los cojines y divanes, eran de seda pura. Había además dos bancos de cobre amarillo y un lecho de oro rojo incrustado de perlas y piedras preciosas, como sólo es propio de un rey.
»”Me dijo: ‘¡Aziz! ¿Qué prefieres? ¿Vivir o morir?’ ‘¡Vivir!’ ‘Si prefieres vivir, cásate conmigo.’ ‘Me repugna casarme con una mujer como tú.’ ‘Si te casas conmigo, te librarás de la hija de Dalila la Taimada.’ ‘¿Quién es esa Dalila la Taimada?’ Se echó a reír y exclamó: ‘¡Cómo! ¿No la conoces y llevas viviendo con ella un año y cuatro meses? ¡Dios (¡ensalzado sea!) la haga morir! No hay mujer más taimada que ella. ¡A cuántas personas ha matado antes de conocerte! ¡Cuántas malas acciones ha hecho! ¿Cómo has conseguido escapar de sus manos sin que te haya dado muerte, o haya atentado contra ti, a pesar del mucho tiempo que llevas en su compañía?’
»”Quedé asombrado al oír estas palabras y le dije: ‘¡Señora mía! ¿Quién te ha explicado todo eso?’ ‘La conozco tan bien como el tiempo conoce sus calamidades. Pero ahora sólo deseo que me expliques todo lo que te ha sucedido con ella, para saber cómo has podido escapar.’ Le conté todo lo que me había ocurrido con ella y con mi prima Aziza. Al oír que ésta había muerto, la joven se apiadó, lloró por ella y dio unas palmadas. Me dijo: ‘Dios te ha recompensado con bien por su pérdida, Aziz. Ella ha sido la causa por la que has escapado de las insidias de Dalila la Taimada. De no ser por ella, habrías muerto. Temía que su perfidia y maldad te causasen una desgracia, pero no podía hablar’. ‘¡Por Dios! Todo eso es lo sucedido.’ Movió la cabeza y exclamó: ‘¡Hoy no existen ya mujeres como Aziza!’ ‘Antes de morir me recomendó que dijese estas palabras: ‘¡Cuán bella es la fidelidad, y cuán mala es la traición!’ ‘¡Aziz! Esas palabras son las que te han librado de sus garras; gracias a ellas, no has perecido; tu prima —viva o muerta— te ha salvado. ¡Por Dios! Yo deseaba unirme contigo aunque fuera una sola vez, pero no he podido lograrlo hasta ahora en que te he preparado esta encerrona, que ha salido bien. Tú eres muy joven y no conoces las tretas de las mujeres ni las calamidades de las viejas.’ ‘¡No, por Dios!’ ‘Tranquilízate y serénate. El muerto descansa, y el vivo es bien querido. Tú eres un joven hermoso, y yo sólo te pretendo de acuerdo con lo que dispone la ley de Dios y de su Enviado (¡Dios lo bendiga y lo salve!). Te daré inmediatamente todas las riquezas y los trajes que te plazcan; no te contradeciré en nada; tengo siempre pan en la despensa y agua en el cántaro. Lo único que te pido es que hagas conmigo lo mismo que hace el gallo.’ ‘¿Y qué es lo que hace el gallo?’
»”Palmoteó y se puso a reír tan fuertemente que cayó de espaldas; después se sentó y me dijo: ‘¿No conoces el oficio del gallo?’ ‘¡Por Dios! Ignoro en qué consiste ese oficio.’ ‘El gallo come, bebe y cohabita.’ Me quedé avergonzado al oír estas palabras y pregunté: ‘¿Ése es el oficio del gallo?’ ‘Sí; sólo te pido que te aprietes el cinturón, cojas fuerzas y actúes.’ Dio unas palmadas y llamó: ‘¡Madre! ¡Ven con quienes están contigo! La vieja llegó con los cuatro testigos legales y encendió cuatro velas. Al entrar, los testigos me saludaron y se sentaron. La joven se levantó, cubrió su rostro con el velo y encargó a uno de los testigos que la representase en la boda. Escribieron el contrato, y ella declaró por sí misma que había recibido la totalidad de la dote, tanto la parte que debía recibir por adelantado como la que le correspondía recibir en un segundo plazo, y que me debía diez mil dirhemes”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veinticuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven siguió diciendo:] «“Después pagó a los testigos y éstos se marcharon por donde habían venido. Entonces se puso de pie, se quitó los vestidos y se me acercó; llevaba únicamente una delgadísima camisa bordada en oro; una vez se hubo quitado los vestidos, me cogió por la mano, me condujo al lecho y me dijo: ‘En lo que es lícito, nada hay de reprochable’. Se tumbó boca arriba en el lecho y me atrajo hacia su vientre. Exhaló un gemido de placer, seguido de otro de satisfacción, y se levantó el camisón por encima de los senos. Al verla así ya no pude contenerme y se lo introduje después de haberle sorbido los labios; gemía, estaba tierna y conmovida, lloraba, dejaba escapar lágrimas, y en este estado me hacía recordar las palabras de quien dijo:
Cuando quitó el vestido que cubría sus partes, encontré un desfiladero que era tan angosto como mi carácter y mis recursos.
Metí la mitad, y ella suspiró. Le pregunté: ‘¿Por qué suspiras?’ Respondió: ‘Por lo que falta’.
»”Me dijo: ‘Haz lo que te plazca, pues soy tu esclava; cógelo y dámelo entero. ¡Por mi vida que es tuya! ¡Dámelo para que lo meta con mi propia mano, y me consuele con ello el corazón!’ Continuó gimiendo y suspirando, cada vez en voz más alta, en medio de besos y abrazos, hasta que nuestros gritos llegaron a la calle, y gozamos de una gran felicidad. Después nos dormimos hasta la mañana. Entonces quise marcharme, pero ella se acercó a mí, riendo, y me dijo: ‘¿Crees que es lo mismo entrar en el baño que salir? Me parece que me consideras igual que a Dalila la Taimada. ¡Guárdate de creerlo! Tú eres mi esposo según el Corán y la tradición. Si estás borracho, recobra el conocimiento, pues la casa en que te encuentras sólo se abre una vez al año. Ve a mirar la puerta grande’.
»”Fui a la puerta principal y vi que estaba cerrada y calafateada. Volví a su lado y le dije que estaba cerrada y calafateada. Me dijo: ‘Aziz: tenemos harina, granos, frutas, granadas, azúcar, carne, corderos, gallinas y otras muchas cosas, en tal cantidad que nos basta para varios años. La puerta no volverá a abrirse hasta dentro de un año’. Exclamé: ‘¡No hay fuerza ni poder sino en Dios!’ Me preguntó: ‘¿Qué es lo que te preocupa, si conoces el oficio del gallo que te pedía?’ Se echó a reír y yo la acompañé, siguiéndole la corriente. Permanecí a su lado hacienda de gallo, esto es, comiendo, bebiendo y cohabitando hasta que hubo transcurrido un año de doce meses.
»”Al cumplirse el año había quedado embarazada y dio a luz un niño.
»”Al principiar el año siguiente oí que la puerta se abría y que entraban hombres con pasteles, harina y azúcar. Quise salir, pero me dijo: ‘Espera a que oscurezca. Así saldrás a la misma hora a la que entraste’. Esperé hasta que hubo oscurecido, y estaba a punto de salir, temeroso, nervioso, cuando ella me dijo: ‘¡Por Dios! No te dejaré salir hasta que me hayas jurado que regresarás esta misma noche, antes de que se cierre la puerta’. Prometí y juré del modo más solemne, por la espada, por el Corán y por el repudio, que volvería a su lado; entonces salí de su casa y me encaminé al jardín. Estaba abierto, como de costumbre, por lo cual me indigné y me dije: ‘He faltado a esta cita un año entero, y ahora llego de improviso y encuentro la puerta abierta. ¡Quién pudiera saber si la joven ha sido fiel todo este tiempo! Entraré y lo comprobaré antes de ir a ver a mi madre, ya que está anocheciendo’. Entré en el jardín…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veinticinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [prosiguió el joven su relato:] «“…y lo crucé hasta llegar al estrado. Encontré a la hija de Dalila la Taimada, sentada, con la cabeza reclinada en la rodilla y apoyando la mejilla en la mano. Su color había cambiado, y los ojos estaban mustios. Al verme exclamó: ‘¡Loado sea Dios, pues te encuentras bien!’ Intentó ponerse de pie, mas no pudo; ¡tan grande era su alegría! Quedé avergonzado, bajé la cabeza, me acerqué a ella, la besé y le pregunté: ‘¿Cómo sabías que iba a venir hoy?’ ‘No lo sabía, por Dios. Hace un año que no consigo conciliar el sueño, y paso todas las noches en vela esperándote. Tengo esto por costumbre desde el día en que te regalé el traje nuevo y saliste de mi casa, después de haberte hecho prometer que regresarías. Te esperé, pero no viniste ni la primera, ni la segunda, ni la tercera noche; he estado esperando constantemente tu llegada, pues así debe hacerlo el amante. Quiero que me expliques cuál ha sido la causa de tu ausencia durante este año.’
»”Se lo conté, y cuando supo que me había casado, palideció. Añadí: ‘He venido aquí sólo por esta noche, pues he de regresar antes de que amanezca’. Me replicó: ‘¿Es que no le basta con haberse casado contigo mediante un subterfugio y haberte retenido un año completo, sino que aún ha de hacerte jurar, por el repudio, que has de volver a su lado antes de que amanezca, sin permitirte visitar ni a tu madre ni a mí, sin consentir que pases una sola noche con una de nosotras dos? ¿En qué estado se ha de encontrar aquella a la que has faltado durante un año entero? Te conocí antes que ella. ¡Dios se haya apiadado de Aziza! A ésta le ocurrió lo que a nadie había sucedido; soportó lo que nadie habría soportado, y murió atemorizada por tus malos tratos. Ella te protegió ante mí, y si te dejé salir, a pesar de que te podía haber retenido o asesinado, fue porque creía que ibas a volver’. Lloró más, fue excitándose y me miró con malos ojos.
»”Al verla en este estado me temblaron los miembros, temí cualquier desgracia y estuve sobre ascuas. ‘Después de haberte casado y de tener un hijo no me sirves de nada; no puedes frecuentar mi intimidad, ya que sólo me gustan los solteros; los hombres casados no me placen. Me has vendido a aquella desvergonzada, y ¡por Dios!, que he de hacerle llorar tu pérdida, pues no me has de servir ni a mí ni a ella.’ Dio un grito, y, sin saber cómo, aparecieron diez esclavas, que me echaron al suelo. Al caer bajo sus manos, la joven se puso de pie, cogió un cuchillo y dijo: ‘Te voy a degollar como se hace con los machos cabríos. Éste es el castigo menor que puedo darte por el daño que hiciste a tu prima’. Al verme en el suelo, debajo de sus esclavas y con las mejillas en el polvo; al contemplar el cuchillo que tenía en la mano, me convencí de que la muerte…”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintiséis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven siguió diciendo:] «“…iba a cogerme. Procuré enternecerla, pero no hice más que aumentar su dureza. Mandó a las esclavas que me atasen las manos. Me las ataron, me tumbaron de espaldas, se sentaron encima de mí y, sujetándome la cabeza, dos de ellas me cogieron por los dedos del pie, y otras dos se sentaron encima de mis tobillos. Mandó a dos que me pegasen y así lo hicieron, hasta que perdí el mundo de vista y mi voz se apagó. Cuando volví en mí, me dije: ‘Es mejor morir degollado que sufrir esta paliza’. Volví a pensar en las palabras de mi prima, cuando me puso en guardia contra la perfidia de las mujeres. Gemí y lloré hasta perder el aliento, mientras ella afilaba el cuchillo y mandaba a las esclavas que me soltasen. Entonces Dios me inspiró el que pronunciase las palabras que me había recomendado mi prima: ‘¡Cuán bella es la fidelidad, y cuán mala es la traición!’ Al oírlas, dio un grito y exclamó: ‘¡Dios se apiade de ti, Aziza, y conserve tu belleza! ¡Has salvado a tu primo cuando vivías, y ahora, muerta, lo redimes!’ Me dijo: ‘¡Has escapado a mi mano gracias a esas palabras! Pero sigue siendo necesario que te haga algo para vengar en ti el que aquella desvergonzada te haya separado de mí’.
»”Dio un grito a las esclavas y les dijo: ‘¡Colocaos encima de él!’ Les dijo que me atasen los pies con cuerdas, y así lo hicieron. Después se alejó, colocó una sartén de bronce encima del fuego, vertió en ella aceite de sésamo y puso a freír queso, mientras yo estaba desmayado. Se acercó a mí, desató mis vestidos, me ató los genitales con una cuerda y la entregó a dos esclavas, diciéndoles: ‘¡Tirad con fuerza!’ Tiraron de la cuerda, y el dolor me hizo perder el conocimiento. Ella levantó la mano y me castró con el cuchillo, dejándome como si fuese una mujer. Luego cauterizó la herida y la cubrió con un polvillo, mientras yo seguía desmayado. Cuando volví en mí, la sangre había dejado de fluir. Me dio de beber una copa de jarabe y me dijo: ‘Ahora puedes ir al lado de aquella con quien te casaste, y que ha sido avara hasta el punto de concederme una sola noche. ¡Dios se apiade de tu prima! Ésta ha sido quien te ha salvado. Si no hubiese oído tus palabras, en verdad que te habría degollado. ¡Vete ahora mismo junto a quien amas! Sólo me importaba de ti lo que te he cortado, y ya no queda en ti nada que me apetezca; no me inspiras ningún deseo. ¡Levántate, pásate la mano por la cabeza y vete dando gracias a tu prima!’ Me echó de un puntapié. Yo apenas podía andar, y me marché poco a poco hasta llegar a la puerta. La encontré abierta y entré. No sabía lo que me hacía. Mi mujer salió a recibirme, me condujo y me metió en la alcoba, en donde se dio cuenta que había quedado como una mujer. Dormí profundamente, y al despertarme me encontré abandonado en la puerta del jardín”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintisiete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el joven continuó su relato:] «“Me puse de pie, lleno de angustia, y anduve hasta llegar a mi casa. Encontré allí a mi madre, que lloraba y decía: ‘¡Quién supiera, hijo mío, en qué lugar te encuentras!’ Me acerqué y me arrojé en sus brazos. Ella, al mirar y verme, se dio cuenta de que estaba descompuesto, pálido, lívido. Me acordé en aquel momento de mi prima y el mucho bien que me había hecho, y de que ella me había amado. Lloré por ella, y mi madre me acompañó en el llanto. Después me dijo: ‘¡Hijo mío! Tu padre ha muerto’. Esto aumentó mi dolor, y lloré hasta caer desmayado. Cuando volví en mí miré el lugar en que acostumbraba sentarse mi prima, y de nuevo me eché a llorar a lágrima viva hasta caer desmayado otra vez.
»”No dejé de llorar y sollozar hasta llegada la medianoche. Mi madre me dijo: ‘Tu padre murió hace diez días’. ‘Sólo pienso en mi prima, ya que merezco lo que me ha ocurrido porque la desprecié mientras ella me amaba.’ Me preguntó: ‘¿Y qué te ha sucedido?’ Le referí todo lo que me había ocurrido y se puso a llorar. Después se levantó y me acercó algo de comer. Comí un poco, bebí y le volví a referir mi historia y todo lo que me había sucedido. Exclamó: ‘¡Loado sea Dios, que ha permitido que te ocurra esto y ha evitado que te degollara!’ Se dedicó a curarme y a cuidarme hasta que me curé por completo y recobré la salud. Entonces me dijo: ‘¡Hijo mío! Voy a darte ahora el depósito que me dejó tu prima, ya que te pertenece, puesto que ella me hizo jurar que no te lo daría hasta que te viese pensar en ella, llorar su muerte y romper las relaciones con otras mujeres. Ahora se han cumplido estas condiciones’. Se levantó, abrió un cofre y sacó de él este retal, en el que está bordada la gacela, que es la misma que yo le había regalado con anterioridad. La cogí y vi que estaban escritos estos versos:
Excitasteis en mi corazón la pasión, pero os mantuvisteis frío. Desvelasteis mis ojos con las lágrimas y os dormisteis.
Habéis ocupado un puesto entre el corazón y la mente. El corazón no puede olvidaros, aunque debiera fundirse por vos.
Me prometisteis que mantendríais oculto el amor, pero el calumniador ha intervenido y ha hablado, y vos también.
¡Por Dios, amigos! Cuando muera, escribid sobre la losa de mi tumba: ‘Éste es un enamorado’.
»”Al leer estos versos lloré a lágrima viva y me abofeteé. Desplegué el retal y cayó de él otra hoja. La abrí. En ella estaba escrito: ‘¡Primo! Sabe que te considero inocente de mi muerte, y ruego a Dios que te auxilie en tus relaciones con aquella a la que amas. Si te sucede alguna desgracia con Dalila la Taimada, no vuelvas a verla a ella ni a quienes son como ella. Después de lo que te suceda, ten paciencia en la desgracia, pues de no ser porque tu hora está predestinada, ya hubieses muerto hace mucho tiempo. ¡Loado sea Dios, que me ha hecho morir antes que tú! Te saludo. Guarda el retal en que está dibujada la gacela y no lo pierdas. Su dibujo me distraía cuando estabas ausente’ ”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintiocho, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el escrito seguía de esta forma:] «“‘Te conjuro, en nombre de Dios, a que te mantengas alejado de quien ha dibujado esta figura, a no consentir que se te acerque ni a casarte con ella. Si no puedes evitarlo, no te acerques nunca más a otra mujer. Sabe que quien ha trazado la figura dibuja una igual cada año y la envía a cualquier país remoto para que se difunda su fama y la perfección de su trabajo, que nadie puede imitar. Dalila la Taimada, cuando recibió este pañuelo que tiene la figura de la gacela, empezó a mostrarla a todas las gentes y a decirles: ‘Tengo una hermana que hace esto’. Pero ella miente en su afirmación. ¡Dios la castigue! Te hago estas recomendaciones porque después de mi muerte te esperan adversidades en este mundo, y es posible que a causa de ellas te marches a países extraños, oigas hablar de la autora de estas figuras y sientas la tentación de conocerla. Sabe que la joven, la autora de estos bordados, es la hija del rey de las Islas del Alcanfor’. Después de leer aquello y meditar su contenido, lloré de nuevo, y mi madre me acompañó en las lágrimas. Seguí llorando y contemplando el escrito hasta la llegada de la noche.
»”Permanecí en este estado durante un año. Al año siguiente, algunos comerciantes de mi ciudad —éstos que vienen conmigo en la caravana— prepararon un viaje. Mi madre me aconsejó que los acompañase. ‘Es posible que el viaje borre las penas que te afligen. Auséntate por uno, dos o tres años, hasta que regrese la caravana. Quizá desaparezca tu angustia.’ Me estuvo animando con sus palabras hasta que hube preparado las mercancías y partido de viaje con ellos. Pero mis lágrimas han seguido manando durante todo el camino, y en todos los altos he extendido este pañuelo delante de mí para contemplar esta figura, pensar en mi prima y llorar por ella, como tú has podido comprobar. Ella me quería con locura, y murió de los disgustos que le di, de mis malos tratos, cuando ella sólo me había hecho bien. Cuando estos comerciantes regresen de su viaje, volveré con ellos.
»”He estado ausente un año, pero yo seguiré más triste, apenado y acongojado, puesto que he atravesado las Islas del Alcanfor y la Fortaleza de Cristal. Se trata de siete islas, gobernadas por un rey que se llama Sahramán y que tiene una hija llamada Dunya. Se me ha dicho que ésta es la que borda las gacelas, y esa figura que tienes ahí delante es una de ellas. Al enterarme de esto han aumentado mis pesares y he quedado sumergido en un mar de dudas y de fuego, llorando por mí mismo, ya que soy como una mujer, carezco del instrumento propio de los hombres y no puedo remediarlo. Desde el día en que abandonamos las Islas del Alcanfor, mis ojos lloran, mi corazón está afligido. Éste es mi estado desde hace tiempo, y no sé si alcanzaré a llegar a mi país para morir al lado de mi madre, puesto que estoy harto del mundo.” Se puso a llorar, sollozó y contempló la gacela, mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla. Recitó estos versos:
A aquel que me ha dicho que el consuelo no puede faltar, le respondo enfadado: “¡Cuánto se hace esperar!”
Me dice: “Llegará pronto”. Respondo: “¡Oh, maravilla! ¿Quién me garantiza que viva aún, oh tú, que eres corto de entendederas?”
»“Ésta es mi historia, rey.”
»Cuando Tach al-Muluk hubo oído la historia del joven, se maravilló hasta el límite extremo, y su corazón se inflamó al tener noticias de la belleza de la señora Dunya».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento veintinueve, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Tach al-Muluk] «dijo al joven: “¡Por Dios! Te ha ocurrido algo que no sucede a cualquiera. ¡Estaba dispuesto así por tu Señor! Quiero preguntarte algo”. “¿De qué se trata?” “Has de explicarme cómo has visto a la joven que ha bordado esta gacela.” “¡Señor mío! Alcancé a verla gracias a un subterfugio. Cuando llegué a su país con la caravana, me dediqué a pasear y a vagar por jardines que tenían muchos árboles. Su guardián es un anciano muy viejo. Le pregunté: ‘¿A quién pertenece este jardín?’ ‘A la hija del rey, la señora Dunya. Estamos debajo de su alcázar. Si quieres visitarlo, abre la puerta secreta, pasea por el jardín y aspira el aroma de sus flores.’ Le contesté: ‘Me place; mas permíteme que me quede hasta que ella pase: tal vez me conceda el don de una mirada’. ‘No hay ningún inconveniente.’
»”Al oír esto le di unos dirhemes y, alegre, me abrió la puerta y me hizo entrar. Anduvimos hasta llegar a un lugar hermoso, en el que me ofreció fruta. Me dijo: ‘Siéntate aquí. Me voy y vuelvo en seguida’. Me dejó solo, se fue y volvió al cabo de un rato trayendo consigo un cordero asado. Comimos hasta hartarnos, pero mi corazón estaba impaciente por ver a la joven. Mientras estábamos sentados se abrió la puerta. Me dijo: ‘¡Levántate! ¡Escóndete!’ Hice lo que me había dicho y vi a un eunuco negro que sacaba la cabeza por la puerta, y preguntaba: ‘¡Jeque! ¿Hay alguien contigo?’ ‘No.’ ‘Cierra la puerta.’
»”El anciano cerró la puerta del jardín, y la señora Dunya apareció por la del alcázar. Al verla creí que era la luna que había bajado a la tierra; mi entendimiento quedó deslumbrado, y me prendé de ella de igual modo que el sediento apetece el agua. Al cabo de un rato cerró la puerta y se fue. Entonces salí del jardín y me dirigí a mi habitación, pues me di cuenta de que nunca podría llegar hasta ella, porque no pertenecía a su séquito y porque yo era igual que una mujer. Me dije: ‘Ésta es hija de un rey, y yo soy un simple comerciante. ¿Cómo he de poder llegar hasta ella?’ Cuando mis compañeros se prepararon para reemprender el viaje, yo me dispuse también y me vine con ellos hacia esta ciudad. Al llegar a este camino te hemos encontrado. Tal es mi historia y lo que me ha ocurrido. Y la paz.”
»Tach al-Muluk sintió que su corazón se le inflamaba de amor por la señora Dunya. Montó en su corcel, llevándose consigo a Aziz, y se dirigió a la ciudad de su padre. Dio a Aziz habitaciones propias, le entregó todo lo que podía necesitar y lo abandonó, marchándose a su palacio. Las lágrimas corrían por sus mejillas, porque el oír una descripción hace el mismo efecto que el ver lo que se describe y estar junto a ello. Tach al-Muluk seguía en este estado cuando entró su padre a verlo. Se dio cuenta de que estaba apenado, preocupado: “¡Hijo mío! Dime qué te ocurre para que hayas cambiado el color de este modo”. Le dijo que Dunya lo había impresionado, que se había enamorado de ella por lo que había oído, sin necesidad de verla. “¡Hijo mío! Su padre es un rey, pero su país, ¡está tan lejos de nosotros! ¡Olvida esto y vete al palacio de tu madre!”»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el padre de Tach al-Muluk continuó diciéndole:] «“En él encontrarás quinientas jóvenes como lunas. Coge la que más te guste. Si ninguna de ellas te place, cásate con una hija de reyes que sea más hermosa aún que la señora Dunya”. Él replicó: “¡Padre! No quiero a ninguna otra, puesto que ella es quien ha bordado la gacela que yo he visto. He de conseguirla, pues de lo contrario iré a perderme en el desierto y me daré muerte por su causa”. “¡Hijo! Espera a que envíe una embajada a su padre pidiéndole su mano. Así satisfaré tu deseo, de la misma manera como yo satisfice el mío con tu madre. Si no acepta, revolveré su reino y enviaré contra él un ejército cuya retaguardia aún estará aquí cuando la vanguardia haya llegado a sus Estados.”
»Mandó llamar al joven Aziz y le preguntó: “Hijo mío, ¿sabes el camino?” “Sí.” “Me gustaría que acompañaras a mi visir.” “Iré con gusto”, respondió Aziz. Entonces el rey mandó llamar a su visir y le dijo: “Has de arreglar este asunto. Ve a las Islas del Alcanfor y pide la mano de la hija del rey para mi hijo”. El visir prometió cumplir la orden, y Tach al-Muluk regresó a sus habitaciones presa del sufrimiento y de la pena. Al llegar la noche recitó estos versos:
Las tinieblas han extendido su manto, y mis lágrimas son más copiosas mientras la pena del amor arde en el corazón.
Preguntad por mí a las noches y os dirán que la angustia sofoca mi corazón enamorado.
Paso las noches en vela contemplando las estrellas, mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas como granos de granizo.
Estoy solo, sin nadie que me acompañe, como un amante desesperado sin mujer ni hijos.
»Luego cayó desmayado y no volvió en si hasta la mañana. Su padre fue a visitarlo, y al verlo más desmejorado y pálido, lo tranquilizó con la promesa de que lo reuniría con su amada. Completó los preparativos de Aziz y del ministro y les hizo entrega de los regalos del protocolo.
»Viajaron unos cuantos días con sus noches hasta llegar a las Islas del Alcanfor. Hicieron alto en la orilla de un río, y el visir despachó un mensajero al rey para informarle de su llegada. Medio día después de la marcha del mensajero llegaron los chambelanes y los emires del rey, que se acercaban a recibirlos a la distancia de una parasanga. Les salieron al encuentro, se pusieron a su servicio y los acompañaron hasta la presencia del rey.
»Entregaron a éste los regalos y fueron sus huéspedes durante cuatro días. Al quinto, el visir se presentó ante el soberano, le dirigió la palabra y le explicó la causa de su viaje. El rey quedó perplejo, sin saber qué contestarle, ya que su hija sentía repugnancia por el matrimonio. Se quedó cabizbajo un momento, y después, levantando la cabeza, dijo a uno de sus criados: “Marcha a ver a tu señora Dunya e infórmala de lo que has oído y del motivo por el que ha venido este visir”. El criado se marchó y estuvo ausente un rato, después del cual se presentó ante el rey y dijo: “¡Oh, rey del tiempo! Me he presentado a la señora Dunya y le he explicado lo que he oído. Se ha enfadado mucho y ha intentado romperme la cabeza con un bastón. Me ha dicho: ‘Si mi padre me contraría en cuestión de matrimonio, mataré a aquel con quien me case’ ”. Su padre dijo al visir y a Aziz: “Saludad de mi parte al rey y decidle que mi hija no quiere casarse”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y una, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el relato de Dandán continuó así:] «El visir regresó con su séquito sin haber conseguido lo que se proponía. No pararon de viajar hasta que se presentaron ante el rey y lo informaron. Entonces éste mandó a los jefes del ejército que diesen orden a sus tropas de disponerse para partir a la guerra. El visir le dijo: “No hagas eso. El rey no tiene ninguna culpa. La negativa procede de su propia hija. Ésta, al enterarse de lo que sucedía, ha mandado decir: ‘Si mi padre me contraría en mi matrimonio, mataré a aquel con quien me case, y después me mataré yo’ ”.
»El rey, al oír las palabras de su visir, temió por la vida de su hijo Tach al-Muluk: “Si hago la guerra al padre y me apodero de su hija, ésta se suicidará”.
»Informó de ello a su hijo, Tach al-Muluk, y éste, al darse cuenta de la situación, dijo a su padre: “¡Padre! No puedo prescindir de ella. Iré a su lado y buscaré el medio de conseguirla, aunque me cueste la vida. Esto es lo que voy a hacer”. Su padre le preguntó: “¿Cómo irás?” “Disfrazado de comerciante.” “Si te empeñas en ello, lleva contigo al visir y a Aziz.” El rey sacó parte del tesoro, preparó mercancías por importe de cien mil dinares y se puso de acuerdo con su hijo acerca de lo que haría. Al caer el día, Tach al-Muluk y Aziz se dirigieron al domicilio del visir y en él pasaron la noche. Tach al-Muluk tenía el corazón oprimido, y le era imposible comer o dormir; las ideas más opuestas se le presentaban, y se ahogaba en ellas como en un mar. El amor lo impulsaba hacia su amada, y las lágrimas se desbordaban de sus ojos. Recitó estos versos:
¡Quién supiera si después de nuestra separación va a llegar la unión! Me quejaría ante vosotros de mis penas de amor.
Os recuerdo mientras la noche transcurre, y me hacéis velar mientras las gentes duermen.
»Después lloró amargamente; Aziz lo acompañó, pues se acordaba de su prima, y no pararon de llorar hasta el fin de la noche. Tach al-Muluk, después de haberse vestido para el viaje, fue a ver a su madre. Ésta le preguntó cómo se encontraba, y él le contó todo lo ocurrido. Le dio cincuenta mil dinares, se despidió de él y le deseó que se reuniese con los seres amados. Entró después a saludar a su padre y le pidió permiso para emprender el viaje. Se lo concedió, y le entregó cincuenta mil dinares más y ordenó que le levantasen una gran tienda en las afueras de la ciudad. Permanecieron en ella dos días, y luego emprendieron la marcha. Tach al-Muluk se deleitaba con la compañía de Aziz. Le dijo: “¡Hermano mío! Soy incapaz de separarme de ti”. “A mí me ocurre otro tanto, y deseo morir a tus pies. Pero, hermano, mi corazón está preocupado por mi madre.”
»Tach al-Muluk le dijo: “Cuando hayamos conseguido nuestro propósito, todo será mejor”. El visir había aconsejado a Tach al-Muluk que tuviera paciencia, y, por su parte, Aziz le recitaba versos y le contaba historias y anécdotas. Anduvieron noche y día durante dos meses. El camino se le hacía largo al príncipe, y la pasión iba en aumento, mientras crecían la pena y el desvarío. Tach al-Muluk se alegró mucho cuando llegaron a las inmediaciones de la ciudad, y olvidó sus penas y sus preocupaciones. Entraron en ella y se dirigieron a un lugar que se llamaba La casa de los mercaderes y que era una gran fonda. Tach al-Muluk preguntó a Aziz si era aquél el albergue de los comerciantes. Aziz contestó: “Sí; pero no es el mismo en que me hospedé la vez anterior, al venir con la caravana. Es mejor”.
»Hicieron arrodillar los camellos, descargaron los fardos, almacenaron las telas y dedicaron cuatro días al descanso. Al cabo de éstos, el visir propuso que alquilasen una casa. Aceptaron el proyecto y tomaron un gran local, que de ordinario se dedicaba a sala de fiestas, y en él se instalaron. El visir y Aziz se consagraron al estudio de lo que debía hacer Tach al-Muluk, mientras que éste, medio aturdido, no sabía cómo comportarse, y sólo se le ocurría abrir una tienda de comercio en el mercado de las telas. El visir, acercándose a Tach al-Muluk y Aziz, les dijo: “Si continuamos así no conseguiremos nuestro objetivo ni alcanzaremos lo que nos proponemos. He pensado algo que puede salir bien, si Dios quiere”.
»Tach al-Muluk y Aziz admitieron: “Haz lo que te ha pasado por la mente, pues los ancianos son buenos consejeros; tú, especialmente, eres muy práctico. Di qué es lo que has pensado”. El visir dijo entonces a Tach al-Muluk: “Mi idea consiste en alquilarte una tienda en el mercado de las telas, en la cual te instalarás y te dedicarás al comercio; todo el mundo necesita comprar telas, por lo que, una vez hayas empezado tu negocio, se arreglarán tus cosas si Dios quiere, ya que eres simpático. Aziz será tu hombre de confianza, y estará en la trastienda dando las telas”. Al oír Tach al-Muluk estas palabras, exclamó: “¡Es una buena idea!” Sacó un vestido de comerciante, se lo puso y salió seguido de sus servidores, a uno de los cuales entregó mil dinares para que pudiese pagar el alquiler del local. No se detuvieron hasta llegar al zoco de las telas.
»Los comerciantes, al ver a Tach al-Muluk, dieron testimonio de su belleza y de su hermosura; su entendimiento quedó absorto y dijeron: “¿Habrá abierto Ridwán la puerta del paraíso, y habrá escapado de él este joven de hermosura tan singular?” Otros decían: “Éste debe de ser un ángel”. Entraron en una tienda y preguntaron dónde se encontraba el almacén del jefe del mercado. Se lo indicaron y se dirigieron hacia él. Al llegar a sus inmediaciones, éste salió a recibirlos acompañado de los comerciantes que estaban con él, y los trataron con cortesía, muy en especial al visir, en el que vieron un hombre entrado en años, respetable. Llegaba acompañado de Tach al-Muluk y de Aziz. Los comerciantes se dijeron: “No cabe duda: este anciano es el padre de estos dos muchachos”. El visir preguntó: “¿Quién es vuestro síndico?” “Éste”, le respondieron. El visir lo contempló: era un hombre entrado en años, respetable, dueño de criados y esclavos.
»El síndico del mercado los saludó amigablemente, los acogió con el mayor respeto y los hizo sentar a su lado. Les preguntó: “¿Deseáis algo en que pueda seros útil?” “Sí —respondió el visir—, soy un hombre de avanzada edad, y tengo conmigo estos dos jóvenes. He viajado con ellos por todas las regiones del mundo, y en todas las ciudades en que he entrado he permanecido un año entero para que ambos las visitaran y conocieran a sus habitantes. Ahora hemos llegado a ésta, vuestra ciudad, y he decidido quedarme en ella. Desearía una tienda situada en el mejor lugar para que ambos la ocupen y negocien, y además para que conozcan la ciudad, aprendan las costumbres de sus habitantes y se acostumbren a comprar y vender, al toma y daca.”
»El síndico del mercado no puso ningún inconveniente; miró a los dos muchachos, se alegró al verlos y se enamoró de mala manera de ellos. El síndico del mercado se pirraba por los jóvenes de mirada inteligente, y prefería más a los muchachos que a las muchachas, pues tenía tendencia por su mismo sexo. Se dijo: “¡Loado sea Dios! Los ha creado y los ha formado de agua impura”[70]. Se levantó y se puso a su servicio como si fuera un paje. Luego se apresuró a prepararles una tienda que estaba en el centro del mercado: no había ninguna que fuese más amplia que aquélla; era grande, lujosa, con estantes de marfil y de ébano. Entregó las llaves al visir, que iba disfrazado de comerciante, y le dijo: “¡Dios las bendiga en manos de tus hijos!”
»Una vez tuvo el visir las llaves de la tienda, se dirigió hacia ella con los criados y colocaron allí las mercancías, pues había mandado a éstos que trasladasen al almacén todos los fardos y telas que tenían».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y dos, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán continuó diciendo:] «Constituían un verdadero tesoro. Lo trasladaron todo a la tienda y se marcharon a dormir. Al día siguiente, el visir se llevó consigo a los jóvenes al baño, en donde se lavaron y adquirieron un aspecto magnífico. Ambos jóvenes tenían una hermosura radiante, y en el baño les ocurrió lo que dice el poeta:
Bien venido sea el bañador. Cuando su mano toca un cuerpo, éste renace entre el agua y la luz.
No descansa en su grato trabajo hasta que quita el almizcle de una estatua de alcanfor.
»Salieron del baño. El síndico del mercado, que había oído que estaban en él, los esperaba. Los dos jóvenes avanzaron como si fuesen gacelas, con las mejillas encendidas; sus ojos parecían aún más negros, y la piel, tersa, los asemejaba a dos ramas cargadas de frutos o a dos lunas resplandecientes. Les dijo: “¡Hijos míos! ¡Que siempre os siente bien el baño!” Tach al-Muluk le contestó con dulces palabras: “¡Ojalá hubieras estado con nosotros!” Los dos le besaron la mano y marcharon delante de él como muestra de respeto, hasta llegar a la tienda, pues era el síndico y los había tratado muy bien al concederles aquel almacén. Al ver cómo se movían sus nalgas al andar, la pasión que experimentaba fue en aumento, suspiró, resolló, y, perdiendo la paciencia, clavó los ojos en ambos y recitó estos versos:
El corazón lee el capítulo de la dedicación exclusiva, y no lee ningún fragmento que haga referencia al politeísmo.
No hay que maravillarse si por su propia naturaleza tiembla. ¡Cuántos movimientos tiene esa esfera!
»Al oír estos versos le rogaron que entrase con ellos en el baño, pues habían dejado al visir en su interior. Entraron de nuevo con el síndico. Cuando el visir oyó llegar a éste, salió de su compartimiento para ir a recibirlo en la sala del baño. Lo invitó, pero el síndico no aceptó. Tach al-Muluk lo cogió por una mano, y Aziz por la otra, y le metieron en un compartimiento distinto. El viejo pervertido los dejó hacer. Tach al-Muluk juró que sería él mismo quien le diera el masaje, y Aziz perjuró que sólo él le echaría el agua. El visir le dijo: “Ambos son tus hijos”. El jeque del mercado contestó: “¡Dios te los conserve! Al venir con los que te acompañan has traído la bendición y la felicidad a nuestra ciudad”. Después recitó estos dos versos:
Has llegado y has reverdecido las colinas, que se han cubierto de flores en honor del visitante.
La tierra y quienes la pueblan han gritado: “¡Bien venido!”
»Le dieron las gracias por este cumplido. Tach al-Muluk lo friccionaba. Aziz le vertía agua y él creía que se encontraba en el paraíso. Cuando hubieron terminado de servirlo, les dio las gracias y se sentó al lado del visir, haciendo ver que conversaba con él, pero sin apartar la vista de Tach al-Muluk y de Aziz. Los criados acercaron las toallas, se secaron, se vistieron y salieron del baño. El visir se acercó al jeque del zoco y le dijo: “Señor mío, el baño es la delicia de la vida”. El síndico respondió: “¡Dios te conserve la salud, a ti y a tus hijos, y libre a éstos del mal de ojo! ¿Sabéis de memoria algún fragmento literario que haga referencia al baño?” Tach al-Muluk contestó: “Te voy a recitar dos versos:
La vida del baño es la más bella, a pesar de que se permanece en él poco tiempo.
Es un paraíso en que no se quiere estar mucho tiempo; un infierno en el que se quiere entrar”.
»Entonces dijo Aziz: “Sé algunos versos que se refieren al baño”. “Recítamelos”, dijo el jeque del mercado. Recitó estos dos versos:
Es una casa cuyas flores son de dura piedra, que se hace agradable cuando alrededor se enciende el fuego.
Te parece que es el infierno cuando en realidad es el paraíso; en ella abundan los soles y las lunas,
»Al jeque le gustaron mucho aquellos versos y quedó maravillado de la elocuencia con que los habían recitado. Les dijo: “Sois graciosos y elocuentes. Ahora oíd lo que voy a recitar”. Moduló la voz y recitó estos versos:
¡Qué fuego más hermoso! ¡Su tormento constituye una delicia, con él resucitan los cuerpos y las almas!
¡Qué maravillosa es la casa cuyo placer está constituido por un leño seco debajo del cual arde el fuego!
La vida de quien en ella se hospeda es maravillosa; en ella han derramado sus lágrimas los estanques.
»El sindico pasó la vista por el jardín de su hermosura y recitó estos otros dos versos:
He ido a su domicilio y no ha habido chambelán que no me haya acogido con sonrisas.
He entrado en su paraíso y he visitado su infierno. He dado las gracias a Ridwán y a Malik[71].
»Al oír estos versos, quedaron admirados. El jeque los invitó, pero ellos no aceptaron, y se fueron a su casa para descansar del cansancio del baño. Después comieron, bebieron y pasaron la noche en su domicilio con la mayor tranquilidad y bienestar. Al día siguiente se despertaron, hicieron las abluciones y la plegaria, y se desayunaron. Al hacerse claro, al abrirse las tiendas y mercados, salieron de su domicilio, se dirigieron al zoco y abrieron su almacén. Los criados lo habían arreglado: habían extendido ricos tapices de seda y habían puesto en él dos estrados, cada uno de los cuales costaba cien dinares. Encima de cada estrado habían colocado un regio cojín de piel, cuya circunferencia estaba bordada en oro. Tach al-Muluk se sentó en un estrado, y Aziz en otro. El visir se sentó en el centro de la tienda, y los criados se colocaron delante de ellos. La noticia de su llegada se extendió a todas las gentes, que se apresuraron a ir a conocerlos. Vendieron parte de sus telas y la fama de Tach al-Muluk se extendió por la ciudad, en la que sólo se hablaba de su hermosura y de su belleza.
»En esta situación pasaron varios días, durante los cuales la gente acudió sin cesar. El visir se acercó a Tach al-Muluk y le recomendó que callase sus propósitos, y lo mismo dijo a Aziz. Después se marchó a su domicilio para meditar un plan que les fuera provechoso; Tach al-Muluk y Aziz hablaban entre sí. Tach al-Muluk decía: “Es posible que venga alguien de parte de la señora Dunya”. Tach al-Muluk esperaba esto día y noche, y apenas dormía, ya que la pasión se había apoderado de él. Cada día estaba más delgado y más débil, hasta el punto de que no podía gustar la dulzura del sueño y rechazaba la comida y la bebida. Parecía la luna cuando ha alcanzado su plenitud. Cierto día en que Tach al-Muluk estaba sentado se le acercó una vieja…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y tres, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el relato del visir Dandán proseguía:] «… que llegaba seguida por sus esclavas. Se fijó en el talle de Tach al-Muluk, en sus proporciones, en su belleza y hermosura, y se quedó pasmada de tanta beldad, hasta tal punto que se orinó en los calzones. Después exclamó: “¡Loado sea quien te ha creado de agua impura, quien te ha hecho capaz de poner a prueba al mundo entero!” No se cansaba de contemplarlo y de decir: “¡Éste no es un ser humano, sino un ángel generoso!” Lo saludó; él le devolvió el saludo, se puso de pie y le sonrió; hacía todo esto porque Aziz le había hecho un gesto. La-invitó a sentarse a su lado y la abanicó hasta que hubo descansado.
»La vieja dijo a Tach al-Muluk: “…¡Hijo mío! ¡Oh, tú, que reúnes todas las perfecciones! ¿Eres de este país?” Tach al-Muluk contestó elocuente, dulce, suavemente: “¡Señora mía! Ésta es la primera vez que estoy en esta ciudad. Mi estancia aquí tiene por objeto conocerla”. “Espero que te sea agradable la estancia. ¿Qué telas has traído? Enséñame las más hermosas. Las cosas hermosas las llevan las personas bonitas.” El corazón de Tach al-Muluk empezó a palpitar alborotadamente al oír estas palabras, cuyo significado no alcanzaba a comprender. Aziz le hizo unos guiños, y Tach al-Muluk habló así: “Tengo todo lo que puedes apetecer: aquí hay objetos que sólo son propios de los reyes y de sus hijas. ¿Para quién lo quieres? Así te enseñaré lo más conveniente para su futuro dueño”.
»Con estas palabras trataba de inquirir el significado de sus palabras anteriores. Contestó ella: “Quiero tejidos que vayan bien a la señora Dunya, hija del rey Sahramán”. Al oír Tach al-Muluk el nombre de su amada, se alegró enormemente y dijo a Aziz: “¡Trae los más preciosos objetos que tengas!” Aziz le llevó un fardo de telas, y lo abrió delante de él. Tach al-Muluk dijo a la anciana: “Escoge la que le vaya mejor. Esta clase de ropas no se encuentra en ninguna otra tienda”. La vieja escogió por valor de mil dinares, preguntó el precio y empezó a rascarse entre las piernas con el dorso de la mano. Él le dijo: “¿He de decir a una persona como tú el precio de esta miseria? ¡Loado sea Dios, que me ha hecho conocerte!”
»La vieja exclamó: “¡El Señor de la aurora conserve tu hermoso rostro! ¡Tu faz es bella, y tu modo de obrar, correcto! ¡Feliz aquella que duerma en tu regazo, te estreche entre sus brazos y goce de tu rostro radiante! Sobre todo, si es tan bella como tú”. Tach al-Muluk se puso a reír a carcajada limpia y exclamó: “¡Cuántos pleitos se resuelven entre las manos de las viejas alcahuetas!” “¡Hijo mío! ¿Cómo te llamas?” “Tach al-Muluk.” “Ese nombre es propio de un rey, y tú estás vestido de comerciante.” Aziz intervino: “Él es muy querido por sus familiares, y por el cariño que le tienen lo llamaron así”. La vieja admitió: “Dices lo justo. ¡Dios os guarde del daño de los envidiosos, a pesar de que con vuestra belleza rompéis los corazones!”
»Cogió las telas, y se fue admirada de la belleza, de la hermosura, del talle y de las proporciones de Tach al-Muluk. No se detuvo hasta llegar al lado de Dunya. Le dijo: “Señora, te traigo hermosas telas”. “Muéstramelas.” “Helas aquí.” Las sacó y se las enseñó. Dunya, al verlas, exclamó: “¡Nodriza! Esta tela es magnífica, y jamás he visto una parecida en nuestra ciudad”. “Señora, quien la vende es más hermoso aún. Ridwán ha abierto por descuido la puerta del paraíso, y de él ha escapado el comerciante que vende estos tejidos. ¡Cuánto me gustaría que esta noche estuviese a tu lado y durmiese entre tus senos! Seduce a todos cuantos lo ven. Ha venido con sus mercancías a nuestra ciudad para conocerla.”
»Dunya se echó a reír al oír las palabras de la vieja, y contestó: “¡Dios te castigue, vieja de mal agüero! ¡Desvarías y has perdido el seso! ¡Acércame las telas para que las vea bien!” Se las entregó, las miró de nuevo y vio que eran de poco tamaño y de mucho precio. Quedó estupefacta de la hermosura de aquellos tejidos, ya que nunca en su vida había visto nada semejante. La vieja insistió: “¡Señora! Si vieses a su dueño te darías cuenta de que es el ser más hermoso que hay sobre la faz de la tierra”. Dunya le preguntó: “¿Le has dicho que si necesita algo que nos lo diga y lo satisfaremos?” La vieja movió la cabeza y contestó: “¡Dios conserve tu perspicacia! Algún deseo ha de tener, ¡por Dios! ¿Hay alguien que no tenga un deseo?” Dunya le dijo: “Ve a él, salúdalo y dile: ‘Has honrado nuestra ciudad con tu venida. Cualquier deseo que tengas, lo satisfaremos de buena gana”.
»La vieja corrió al lado de Tach al-Muluk. Éste, al verla, perdió el corazón de alegría y se precipitó a su encuentro, se plantó delante de ella y, cogiéndola por la mano, la hizo sentarse a su lado. Una vez hubo tomado asiento y reposado, la vieja le refirió lo que había dicho la señora Dunya. Al oírlo se alegró mucho y respiró libremente. Se dijo: “He conseguido lo que me proponía”. Dirigiéndose a la vieja añadió: “Tal vez tú quieras entregarle un billete mío y traerme la contestación”. “De buen grado.” Entonces dijo a Aziz: “¡Tráeme tinta, papel y pluma de cobre!” Tach al-Muluk escribió los siguientes versos:
Te escribo, ¡oh mi deseo!, explicándote los dolores que me causa la separación.
El primero que anoto es el fuego de mi corazón; El segundo, mi pasión y mi deseo.
El tercero, el transcurso de mi vida y mi paciencia, y el cuarto, toda la pasión que resta.
El quinto: “¿Cuándo te verán mis ojos?” Y el sexto: “¿Cuál será el día de nuestro encuentro?”
»Escribió como firma: “Esta carta procede del cautivo de la pasión, del que está abandonado en la cárcel del deseo, de la que sólo podrá liberarse con la unión, aunque sólo pueda verificarse en sueños, puesto que sufre el doloroso tormento de la separación del amado”. Lloró copiosamente y escribió estos dos versos:
Te escribo mientras las lágrimas corren: el llanto no tiene fin.
No desespero del favor divino: tal vez algún día me reúna contigo.
»Dobló la carta, la selló, se la entregó a la vieja y le dijo: “Hazla llegar a la señora Dunya”. “De buen grado.” Le entregó mil dinares, diciéndole que los aceptase como regalo. Ella los cogió, y se marchó dándole las gracias. No se detuvo hasta encontrarse delante de Dunya. Ésta le preguntó: “Nodriza, ¿qué cosa ha pedido que podamos concederle?” “Señora, me ha entregado una carta, e ignoro qué es lo que contiene.” Le entregó el escrito, lo cogió, lo leyó, se dio cuenta de lo que quería decir y exclamó: “¿De dónde saca este comerciante que pueda escribirme y yo corresponderle? —Se abofeteó y añadió—: Si no temiera a Dios (¡ensalzado sea!), lo crucificaría en su misma tienda”.
»La vieja le preguntó: “¿Qué es lo que contiene esa carta para inquietarte así? ¿Es una reclamación injusta, o la factura de la ropa?” “¡Ay de ti! ¡Nada de eso! Únicamente hay palabras de amor y de cariño. La culpa de todo esto es tuya, pues de otro modo, ¿cómo habría podido enviarme tales palabras ese demonio?” “¡Señora! Tú vives en tu elevado alcázar, y nadie puede llegar hasta ti, ni tan siquiera el pájaro que vuela. Estás a salvo de reproches y castigos, y no puede molestarte el ladrido de los perros. No me reproches por haberte traído esta carta, cuyo contenido ignoraba. Lo mejor que puedes hacer es enviarle una respuesta amenazándolo con la muerte e invitándolo a desistir de este desvarío. Lo dejará y no volverá a molestarte.” Dunya arguyó: “Temo que si le escribo ambicione más”. La vieja insistió: “Cuando se vea amenazado y disuadido, desistirá”. “Tráeme tintero, papel y pluma de cobre.” Entonces escribió:
¡Oh, tú, que te pretendes presa del amor, de la aflicción y del insomnio; de los dolores que te causan la pasión y la imaginación!
¡Deslumbrado! ¿Buscas la unión con la luna? ¿Ha obtenido alguien de la luna lo que deseaba?
Te aconsejo que desistas de lo que pretendes, pues es algo peligroso.
Si repites tales palabras, te llegará de mi parte un tormento muy doloroso.
Juro por Quien ha creado al hombre de un coágulo, por Quien ha dado la luz al Sol y a la Luna,
que si vuelves a repetir lo que has dicho, te crucificaré en el tronco de un árbol.
»Dobló la carta y se la entregó a la vieja, diciéndole: “Dile que corrija este lenguaje”. Prometió que así lo haría, cogió el escrito y se fue a su casa para pasar la noche. Al día siguiente, en cuanto fue claro, se dirigió a la tienda de Tach al-Muluk, que ya la estaba esperando. Al verla casi voló de alegría, se puso de pie y la invitó a sentarse a su lado. Ella sacó la hoja y se la entregó, diciéndole que leyese el contenido. Añadió: “La señora Dunya se ha enojado al leer tu escrito, pero la he calmado y tranquilizado hasta hacerla reír, tanto, que se ha apiadado de ti y te contesta”. Tach al-Muluk le dio las gracias por todo, y mandó a Aziz que le entregase mil dinares.
»Después leyó la carta, y, comprendiendo lo que significaba, rompió a llorar a lágrima viva. Entonces, el corazón de la vieja, impresionado por su llanto y sus sollozos, se apiadó de él. Le dijo: “Hijo mío, ¿qué es lo que dice la carta para hacerte llorar?” “Me amenaza con matarme y crucificarme, y me prohíbe que le vuelva a escribir, y si no puedo hacerlo, prefiero la muerte a la vida. Toma, pues, la contestación a su carta, y déjala que haga después lo que quiera.” La vieja le replicó: “Por la juventud que disfrutas, voy a exponer mi vida al mismo tiempo que la tuya para hacerte triunfar en tu empeño y lograr que alcances lo que deseas”. Tach al-Muluk le contestó: “Te recompensaré todo lo que hagas por mí y estará en el peso de tus buenas obras, ya que tú eres hábil en la pequeña política, y experta en las cosas más inverosímiles; las cosas más difíciles te son fáciles. ¡Dios es poderoso sobre todas las cosas!” Después cogió papel y escribió estos versos:
Me ha amenazado con la muerte y me entristece. La muerte me serviría de reposo, y el morir es cosa dispuesta.
El amante prefiere la muerte a una larga vida, que lo oprime y lo sujeta.
¡Por Dios! Visitad a un amante que tiene pocos valederos. Soy vuestro esclavo, y el esclavo es un prisionero.
¡Señores míos! Sed clementes con el amor que por vosotros siento, pues todo aquel que ama a gentes libres, es perdonable.
»Suspiró profundamente y lloró; la vieja lo acompañó en sus lágrimas y cogió la carta, diciéndole: “Tranquilízate y sosiégate: te he de hacer alcanzar lo que deseas”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y cuatro, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán continuó diciendo:] «Dejó en brasas a Tach al-Muluk y se dirigió a ver a Dunya. La encontró con el color descompuesto por la rabia que le causaba la carta de Tach al-Muluk. La vieja le entregó la segunda, y su furia aumentó. “¿No te había dicho que al escribirle ambicionaría aún más?” “¿Qué importancia tiene esa carta para que te anhele?” “Vete a su lado y dile que si vuelve a escribirme, lo decapitaré.” “Escribe esas palabras en una hoja, que yo misma le entregaré para que así coja más miedo.” Tomó una hoja y escribió en ella estos versos:
¡Oh, tú, que vives sin preocuparte de los acontecimientos! Estás lejos de conseguir la unión amorosa.
¿Crees —¡oh, extraviado!— que llegarás hasta Suhá cuando no alcanzas a reunirte con la luna resplandeciente?
¿Cómo esperas y confías unirte con nosotros para gozar del abrazo del talle esbelto?
Renuncia a este propósito por temor a mi ira, que en un día sombrío puede encanecer la cabeza.
»Dobló la carta y la entregó a la vieja, quien la cogió y se marchó con ella junto a Tach al-Muluk. Éste, al verla, se puso de pie y exclamó: “¡Ojalá no me prive Dios de la bendición de tus venidas!” La vieja replicó: “¡Coge la contestación de tu carta!” Tomó la hoja, la leyó y se puso a llorar a lágrima viva, diciendo: “¡Cuánto deseo que alguien me mate ahora mismo! La muerte me es más soportable que todo esto”. Cogió tinta y papel y escribió una carta, en la que insertó estos versos:
¡Oh, deseo de mi vida! No continúes con repulsas y malos tratos. Yo soy un amante náufrago del amor.
No creas que permanezco con vida ante tal dureza: mi alma se ha marchado al partirlas personas amadas.
»Dobló la carta, se la entregó a la vieja y le dijo: “Te canso sin beneficio alguno”. Mandó a Aziz que le entregase mil dinares, y añadió: “¡Madre mía! Esta carta ha de tener un resultado definitivo: unión o ruptura”. “¡Hijo mío! Sólo te deseo el bien, y mi propósito consiste en que ella sea tuya: tú eres la luna de luz resplandeciente, y ella, el sol que sube. Si no os reúno a los dos, mi vida no tendrá razón de ser. Me he pasado la vida dedicada a la perfidia y al engaño, y así he llegado a los noventa años. ¿Cómo, pues, no he de reuniros a los dos en el pecado?” Se despidió de él, lo tranquilizó y se fue. Marchó sin detenerse, escondió el mensaje entre sus cabellos y se presentó a Dunya.
»Se sentó a su lado, se rascó la cabeza y dijo: “Mi señora, ¿quieres mirar un poco mis cabellos? Hace mucho tiempo que no me baño”.
»Dunya se remangó hasta el codo y empezó a buscar entre los cabellos de la vieja. El papel se cayó de la cabeza. Dunya lo vio y preguntó: “¿Qué es esa hoja?” “He estado en la tienda del comerciante, y es posible que en ella se me haya enganchado este papel. Dámelo, que iré a devolvérselo.” Dunya lo abrió, lo leyó y comprendió lo que en él se decía. Se indignó terriblemente y exclamó: “¡Esto es una intriga ideada por ti! ¡Si no fuera porque me has criado, te daría un severo castigo! Dios me ha puesto en una dura prueba con este comerciante, y tú eres la responsable de todo lo que me ocurre con él; no sé de dónde viene, pero nadie antes de él se ha atrevido a solicitarme. Temo que todo este asunto se descubra, en especial por tratarse de un hombre que ni es cortesano ni de mi rango”.
»La vieja se le acercó: “Nadie puede hablarte en este lenguaje, pues teme tu ira o respeta a tu padre; por tanto, no hay ningún inconveniente en que le contestes”. “¡Nodriza! Éste es un demonio, pues me ha hablado de esta manera sin temer la ira del sultán. Estoy perpleja, no sé cómo debo comportarme con él. Si mando que le den muerte, cometeré una injusticia; si lo dejo vivir, aún se atreverá a más.” La vieja sugirió: “Escríbele una carta. Tal vez se marche”. La joven mandó que le acercasen papel, tinta y pluma, y escribió estos versos:
A pesar de los continuos reproches, la ignorancia te estimula. ¡He intentado disuadirte con versos de mi puño y letra!
Tu ambición se acrece con mis negativas. No estaré contenta de ti si no escondes el secreto.
Esconde tu amor y no lo manifiestes por nada, pues si hablas de él, no tendré ningún miramiento contigo.
Si vuelves a insistir en lo que has dicho, verás que el cuervo de la separación te anuncia la muerte:
Ésta pronto te alcanzará, y tu morada será la sepultura que está debajo de la tierra.
Dejarás a tus familiares, ¡oh iluso!, en el luto, pues estás lejos de escapar a las espadas del amor.
»Dobló el papel, se lo entregó a la vieja y ésta corrió a entregarlo a Tach al-Muluk. El joven, al leerlo, comprendió que la muchacha era cruel y que no la conseguiría. Por esto se lo contó todo al visir y le pidió su consejo. Él le dijo: “Sabe que lo único que te puede ser útil es una carta en que la reprendas”. Tach al-Muluk llamó a Aziz y le encargó que escribiese la carta en su nombre. Aziz cogió una hoja y escribió estos versos:
¡Dios mío! ¡Por los cinco planetas! ¡Sálvame y haz que sufra mis penas aquella que me ha afligido!
Sabes que estoy sobre brasas por la crueldad de una amada, que no tiene compasión de mí.
Cuanto más me someto a ella en la pasión que experimento, más me oprime y me tiraniza.
Desciendo más y más en los abismos sin fin de la adversidad, y no encuentro, ¡Dios mío!, un alma que me ayude.
¡Cuánto anhelo consolarme en su amor! Pero, ¿cómo he de consolarme si mi paciencia ha desaparecido con la pasión?
¡Oh, tú, que me niegas la unión ambicionada! ¿Estás segura de que no te alcanzarán las desgracias de la suerte o las adversidades?
¿No disfrutas de una vida feliz, mientras que yo, por ti, he abandonado la familia y la patria?
»Aziz dobló la carta y se la entregó a Tach al-Muluk. Éste la leyó, quedó satisfecho, la selló y se la entregó a la vieja, quien se la transmitió a Dunya. Cuando ésta la hubo leído y comprendió el sentido exclamó: “¡Todo esto me ocurre por las ideas de esta vieja de mal agüero!” Llamó a las esclavas y a los criados, y les dijo: “¡Coged a esta pérfida vieja y zurradle con vuestras sandalias!” La cogieron y le pegaron, hasta que cayó desvanecida. Al volver en sí, le dijo: “¡Por Dios, vieja de mal! Si no fuese el temor que Dios (¡ensalzado sea!) me inspira, te mataría”. Dirigiéndose a los criados, añadió: “¡Zurradle de nuevo!” Así lo hicieron, hasta que volvió a desmayarse. Después mandó que la arrastrasen y la abandonasen fuera de la puerta. La arrastraron con el rostro rozando en el suelo y la abandonaron en el portal.
»Al volver en sí se puso de pie y se fue, alternando la marcha con el descanso, hasta llegar a su domicilio, en donde esperó la aurora. Entonces se levantó y fue a buscar a Tach al-Muluk, al que le explicó todo lo que le había ocurrido. Éste sintióse contrariado y dijo: “Me entristece mucho, madre, lo que te ha ocurrido. Pero toda cosa ocurre porque así está dispuesto”. Ella le respondió: “Tranquilízate, pues no pararé en mis artimañas hasta lograr uniros y hacer que consigas a esa desvergonzada que me ha abrasado a golpes”. “Cuéntame por qué odia a los hombres.” “Un sueño que tuvo es la causa de todo.” “¿Qué sueño fue?”
»La vieja refirió: “Cierta noche, estando dormida, vio a un cazador que había extendido las redes por el suelo y esparcido a su alrededor granos de trigo. Después se sentó en sus cercanías. En seguida acudieron a las redes pájaros de todas clases. Entre éstos había dos palomos, macho y hembra. Mientras estaba contemplando aquello vio que la pata del macho se enredaba en la red, y que el animal empezó a agitarse. Se alejaron todos los pájaros, pero su hembra volvió hacia él, y después de haber volado un poco por encima, descendió sobre la red mientras el cazador estaba distraído y empezó a picotear la malla en la que estaba preso el pie del macho y a tirar de ella con su pico, hasta que dejó libre la pata. Todos los pájaros —los palomos incluidos— se alejaron.
»”El cazador, después de esto, se acercó, arregló la red y se puso a esperar en un lugar lejano. Apenas se había marchado cuando los pájaros volvían a descender. La red aprisionó a la hembra, y todos los pájaros la abandonaron, incluso el macho, que no regresó al lado de ella. El cazador se acercó, cogió a la hembra y la degolló. Dunya se despertó sobresaltada por lo que había visto en sueños, y exclamó: ‘¡Todos los varones son como éste! ¡Ningún hombre quiere bien a las mujeres!’ ”
»Cuando la vieja hubo terminado el relato, Tach al-Muluk le dijo: “¡Madre! Desearía verla una sola vez, aunque esto haya de ser causa de mi muerte. Idea un ardid para que pueda contemplarla”. “Sabe que tiene un jardín al pie de su alcázar, y que por él suele pasear. Lo visita una vez al mes, saliendo por una puerta secreta, y permanece en él diez días. En estos días es cuando debe salir a pasear. Cuando esté a punto de hacerlo vendré a informarte para que vayas a su encuentro; procura no salir del jardín, pues tal vez su corazón, al ver tu belleza y hermosura, se sienta inclinado hacia ti, lo cual puede ser una de las mayores ventajas para llegar a la unión.” “Así lo haré”, contestó Tach al-Muluk. Éste y Aziz salieron de la tienda, llevando a su domicilio a la vieja, y se lo enseñaron.
»Después Tach al-Muluk dijo a Aziz: “¡Hermano mío! No necesito ya para nada la tienda, pues he obtenido de ella lo que me proponía. Te la regalo con todo lo que contiene, ya que tú me has acompañado a tierra extraña abandonando tu patria”. Aziz aceptó la donación, y ambos se sentaron a hablar. Tach al-Muluk le preguntaba acerca de las cosas raras que le habían ocurrido y que había vivido. Aziz le contestaba relatándole lo que le había sucedido. Después de esto se acercó el visir, al que informaron de lo que había decidido Tach al-Muluk. Le preguntaron: “¿Qué hay que hacer?” Contestó: “Venid conmigo al jardín”. Todos se pusieron sus mejores vestidos y se dirigieron hacia aquel lugar, seguidos por tres esclavos. Había en él muchos árboles y muchos arroyuelos.
»El jardinero estaba sentado en la puerta. Lo saludaron, y él les devolvió el saludo. El visir le dio cien dinares y le dijo: “Deseo que aceptes este dinero, y que con él nos compres algo de comer. Somos extranjeros, y he traído conmigo a estos muchachos para distraerlos”. El jardinero cogió los dinares y les dijo: “Entrad y pasead. Todo el jardín os pertenece. Permaneced en él hasta que os traiga la comida”. Se marchó al mercado, y el visir, Tach al-Muluk y Aziz entraron. El jardinero volvió al cabo de un rato con un cordero asado, y lo colocó delante de sus huéspedes. Comieron, se lavaron las manos y se sentaron a hablar. El visir dijo: “Cuéntame algo de este jardín. ¿Te pertenece o lo tienes arrendado?” “No me pertenece; es de la hija del rey, la señora Dunya.” “¿Qué salario te paga al mes?” “Un dinar pelado.”
»El visir paseó la mirada por el jardín y vio un gran pabellón en ruinas. Dijo: “Me gustaría hacer algo útil por lo cual pudieras recordarme”. “¿Y qué buena acción quieres hacer?” “¡Coge estos trescientos dinares!” El jardinero, al oír nombrar el oro, exclamó: “¡Señor mío! Puedes hacer lo que quieras”. Cogió el dinero, y el visir concluyó: “Si Dios (¡ensalzado sea!) quiere, haremos algo bueno en este lugar”. Se marcharon a su domicilio y pasaron en él la noche. Al llegar el día siguiente, el visir mandó llamar a un blanqueador, a un pintor y a un buen artífice, y dijo que se les facilitasen todos los instrumentos necesarios. Los condujo al jardín y les mandó blanquear aquel pabellón y adornarlo con toda clase de decorados. Después ordenó llevar pinturas de oro y de lapislázuli, y dijo al pintor: “Pinta en la testera de este pabellón a un cazador extendiendo su red, en la cual ha de haber una paloma cuyo pico se haya enredado en las mallas”. Así lo hizo el pintor, y cuando hubo concluido, añadió el visir: “Pinta en la otra pared lo mismo: una paloma cogida en la red, en el momento en que el cazador la cobra y le pone el cuchillo en el cuello; en la tercera pared dibuja un ave de rapiña que tenga entre sus garras al palomo”.
»El pintor hizo todo lo que le había indicado el visir, y cuando hubo terminado, se despidieron del jardinero y se marcharon a su casa para hablar. Tach al-Muluk dijo a Aziz:
»“¡Hermano! Recita alguna poesía que me distraiga, que aleje de mí los pensamientos que me atormentan y que pueda atenuar la llama que arde en mi pecho”. Aziz moduló la voz y empezó a recitar:
Todas las penas que sufren los amantes las he reunido en mí, hasta el punto de que mi firmeza se ha debilitado.
Si buscas una fuente, mis lágrimas lo son: han creado un mar de llanto para aquellos que la sacan.
Si quieres ver el efecto que la mano de la pasión hace sobre los amantes, contempla mi cuerpo.
»Derramó unas lágrimas y siguió con estos dos versos:
Miente quien dice que conoce los placeres de la vida, si no ha amado cuellos y pupilas.
Ya que el amor tiene un significado que sólo puede comprender, entre los mortales, aquel que ha amado.
¡Jamás prive Dios a mi corazón de la pasión por aquel a quien amo, ni me arrebate el insomnio!
»Moduló otra vez la voz y recitó:
Avicena afirma en su Canon que las medicinas del enamorado son la música,
la unión con personas semejantes a la amada, la fruta seca, la bebida y el jardín.
Una vez busqué otras compañías para curarme; el destino y la ocasión propicia me ayudaron.
Pero aprendí que el amor constituye una enfermedad mortal, y que los remedios de Avicena son vanos.
»Cuando Aziz hubo terminado de recitar sus poesías, Tach al-Muluk quedó complacido de su elocuencia, de su bella manera de recitar, y le dijo: “Has aminorado parte de mi pena. Si recuerdas alguna otra poesía de este género, recítamela”. Aziz moduló la voz y declamó estos versos:
Creía que la unión contigo podía conseguirse con riquezas y bienes.
La ignorancia me hacía creer, mientras almas preciosas se consumían, que conquistar tu amor era fácil. Hasta que te he visto escoger y guardar para tu elegido los dones más finos.
He comprendido que no se te puede alcanzar con astucia, y por eso he metido la cabeza bajo el ala.
Me he resguardado en el nido de la pasión, en el cual paso mañana y tarde.
»Esto es lo que a ellos se refiere.
»Veamos ahora qué fue de la vieja. Ésta permanecía en su casa sin salir de ella. La hija del rey tuvo deseos de pasear por el jardín, pero como estaba acostumbrada a salir con la anciana, mandó a buscarla; se reconcilió con ella, la tranquilizó y le dijo: “Quiero salir al jardín para reposar entre los árboles y los frutos, para descansar con el aroma de sus flores”. La vieja contestó: “De buen grado. Pero antes quiero ir a casa para vestirme, y después me reuniré contigo”. “Ve a tu casa y no tardes.” La vieja se marchó y corrió a reunirse con Tach al-Muluk. Le dijo: “¡Prepárate! Ponte tu mejor traje y vete al jardín. Preséntate al jardinero y salúdalo. Después, escóndete”
»El joven aceptó de buen grado y convino con ella un signo. La vieja corrió al lado de Dunya, y, después de su marcha, el visir y Aziz pusieron a Tach al-Muluk un vestido regio que costaba cinco mil dinares, y le ciñeron al talle un cinturón de oro con incrustaciones de perlas y pedrería. Hecho esto, se marchó al jardín y encontró sentado en la puerta al jardinero. Éste, al verlo, se puso de pie, lo recibió respetuosamente y le abrió la puerta, diciéndole: “¡Entra y pasea!” Ignoraba que la hija del rey había entrado en aquel momento en el jardín por la puerta secreta. Apenas había dado unos pasos Tach al-Muluk, cuando se oyó un ruido, y los criados y las doncellas salieron por la puerta secreta. El jardinero, al verlos, corrió, hacia Tach al-Muluk y lo informó de su llegada: “¡Señor mío! ¿Qué hay que hacer? Ya ha llegado la hija del rey, la señora Dunya”. “No temas, me ocultaré en un lugar cualquiera del jardín.” El jardinero le recomendó que se escondiera bien. Después lo abandonó y se marchó.
»Cuando la hija del rey, las esclavas y la vieja se encontraron entre los arriates, la vieja pensó: “Si las criadas continúan con nosotras, no vamos a conseguir nuestro propósito”. Luego dijo en voz alta, dirigiéndose a la hija del rey: “Te he de decir una cosa que te tranquilizará el corazón”. “¿Qué es ello?” “¡Señora mía! En este momento no necesitas para nada a los criados, y no vas a desahogarte mientras sigan con nosotras. Manda que nos dejen solas.” Dunya exclamó: “¡Dices la verdad!” Ordenó que se marchasen los criados, y poco después empezó a pasear. Tach al-Muluk contemplaba su belleza y hermosura sin que ella lo sospechase; cada mirada que le dirigía, le hacía caer desmayado ante la prodigiosa belleza que contemplaba. La vieja iba distrayéndola con su conversación.
»Así llegaron al pabellón que el ministro había mandado decorar. La joven entró y contempló los dibujos: miró los pájaros, el cazador y los palomos, y exclamó: “¡Gloria a Dios! ¡Éste es el mismo cuadro que vi en sueños!” Examinó bien las figuras de los pájaros y del cazador, así como la red, y quedó maravillada. Dijo a la vieja: “¡Nodriza! Rechazaba y odiaba a los hombres, pero mira aquí cómo el cazador degüella y mata a la hembra, mientras el macho, que se ha salvado y quiere acudir en auxilio de su pareja, cae en poder de un ave de presa, que lo desgarra”. La vieja se hizo la distraída y fingió no hacer caso de lo que le decía, hasta llegar a las inmediaciones del lugar en que se había escondido Tach al-Muluk. La vieja le hizo un gesto indicándole que se pusiese a andar por debajo de las ventanas del palacio. De este modo, al volverse Dunya lo vio, contempló su hermosura, su talle y lo bien proporcionado que era. Dijo: “¡Nodriza! ¿De dónde viene este hermoso muchacho?” “Nada sé de él. Me imagino que debe de ser el hijo de un rey muy poderoso, ya que su hermosura y su belleza alcanzan la suma perfección.”
»Dunya enloqueció por el joven, y todos sus prejuicios desaparecieron. Su razón quedó prendada de su beldad, de su talle, de sus proporciones. Loca de deseo, dijo a la vieja: “¡Nodriza! ¡Qué muchacho tan hermoso!” La vieja apoyó: “Dices la verdad, señora”, e hizo un gesto al hijo del rey para que volviese a su casa. El joven, inflamado por la llama de la pasión, lleno de amor y de deseo, se marchó; despidióse del jardinero y se dirigió a su domicilio, sin contrariar a la vieja. Dijo al visir y a Aziz que la vieja le había indicado por señas que se marchase. Lo tranquilizaron y le dijeron que la vieja sabría que el enviarlo a su casa iba a redundar en su provecho. Esto es lo que ocurrió a Tach al-Muluk, al visir y a Aziz.
He aquí lo referente a la hija del rey, la señora Dunya. La pasión, el amor y el desvarío se habían apoderado de ella. Dijo a la vieja: “Sólo tú puedes unirme con ese muchacho”. “¡Busco refugio en Dios frente a las tentaciones de Satanás (¡lapidado sea!)! Si no te gustan los hombres, ¿cómo has podido enamorarte de éste? Pero, ¡por Dios! Dada tu juventud, sólo éste te conviene.” “¡Nodriza! Ayúdame a unirme con él, y te daré mil dinares y un vestido que valga otros tantos. Si no me ayudas, moriré sin remedio.” “Ve a tu palacio, y yo procuraré reuniros, aunque sea a costa de mi salud.” Dunya se dirigió a su alcázar, y la vieja se marchó a buscar a Tach al-Muluk. Éste, al verla, dio un brinco, corrió a recibirla con todos los honores y la hizo sentar a su lado. La vieja le dijo: “Los tapujos han terminado”, y le contó todo lo que le había ocurrido con la señora Dunya. Él preguntó: “¿Cuándo nos uniremos?” “Mañana.”
»Le dio mil dinares y un traje que valía otros tantos. Ella lo cogió todo y no paró de correr hasta llegar junto a Dunya, quien preguntó: “¡Nodriza! ¿Tienes alguna noticia del amado?” “He descubierto su domicilio, y mañana te lo traeré.” Dunya se alegró mucho de ello y le dio mil dinares y un vestido que valía otro tanto. La vieja lo aceptó y se marchó a su domicilio, en donde permaneció hasta la mañana siguiente. Entonces se dirigió al lado de Tach al-Muluk, al que puso un vestido de mujer, diciéndole: “Sígueme andando cadenciosamente, sin prisa; no te vuelvas hacia quien te pregunte”. Una vez le hubo hecho estas recomendaciones, salió; Tach al-Muluk la siguió disfrazado de mujer, y durante el camino le fue dando instrucciones para que no se confundiese.
»No pararon de andar hasta llegar delante de la puerta del alcázar. La cruzó, seguida por el joven, y pasó por puertas y antesalas hasta llegar a la número siete. Cuando estuvo delante de la séptima puerta, dijo a Tach al-Muluk: “Ten ánimo, y cuando te llame y te diga: ‘¡Pasa, muchacha!’, aprieta el paso sin vacilar. Una vez hayas llegado al corredor, mira a tu izquierda. Verás una antesala con varias puertas. Cuenta cinco y métete en la sexta: Tu deseo está allí”. “¿Y adonde irás tú?” “A ningún sitio. Me retrasaré un poco para hablar con el jefe de los criados”. Echó a andar de nuevo, seguida por él, hasta llegar a la puerta en que estaba el jefe de los criados. Éste vio que la acompañaba Tach al-Muluk disfrazado de muchacha. Le preguntó: “¿Qué quiere esta joven que te acompaña?” “La señora Dunya ha oído hablar de que esta esclava trabaja bien y quiere comprarla.” “No la conozco, y no puede entrar ninguna esclava sin que yo la registre, conforme me ha mandado el rey.”».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y cinco, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán prosiguió su relato:] «La vieja fingió que se enfadaba y le dijo: “Sé que eres juicioso y estás bien educado. Pero si has cambiado, diré a Dunya que has puesto dificultades a la entrada de su esclava”. Volviéndose hacia Tach al-Muluk, le dijo: “¡Pasa, muchacha!” Cruzó la puerta en seguida, se metió en el corredor, conforme le había mandado, y el criado no dijo nada. Tach al-Muluk contó cinco puertas y se metió en la sexta. Encontró a Dunya de pie, aguardándolo. En cuanto ésta lo vio, lo estrechó contra su pecho, y él hizo lo mismo con ella. La vieja entró en seguida y despachó a las criadas con un pretexto. Dunya dijo a la vieja: “Haz de portera”. Dunya y Tach al-Muluk se quedaron solos y no pararon de estrecharse, abrazarse y enlazar las piernas hasta que llegó la aurora. En cuanto amaneció, la vieja cerró la puerta, se dirigió a otra habitación y se sentó como de costumbre. Las esclavas se le acercaron. Dispuso sus quehaceres, habló con ellas y, al cabo de poco, les dijo: “Dejadme sola, pues quiero descansar”. Después de esto llevó algo de comer a los amantes; comieron y retozaron de nuevo hasta la mañana siguiente, en que los volvió a encerrar, igual que el día anterior. Esta situación duró un mes entero.
»He aquí ahora la situación del visir y de Aziz: Como Tach al-Muluk se había marchado al alcázar de la hija del rey, y en él estaba desde hacía tiempo, creyeron que jamás saldría de allí, pues su perdición era segura. Aziz dijo: “¡Padre! ¿Qué hemos de hacer?” “Hijo mío, esto es un problema. Si no volvemos al lado de su padre para informarlo, nos lo censurará.” Se prepararon en seguida y partieron hacia la Tierra Verde y de las Dos Columnas, territorio del rey Sulaymán Sah. Cruzaron países de noche y de día, hasta que se presentaron al rey y le informaron de lo que había sucedido a su hijo. El soberano se incorporó encolerizado y ordenó proclamar el estado de guerra en todo su territorio: concentró las tropas en las afueras de la ciudad, levantó las tiendas y se instaló en su pabellón de campaña, mientras iban llegando soldados de todas las regiones, ya qué sus súbditos lo amaban por su justicia y bondad. Después emprendió la marcha con su ejército en busca de su hijo Tach al-Muluk. Esto es lo que a ellos se refiere.
»¿Qué pasaba entretanto con Tach al-Muluk y la señora Dunya? Continuaron su vida durante medio año; cada día se querían más, y Tach al-Muluk, loco de pasión, le reveló su secreto, diciéndole: “¡Amada de mi corazón y de mis entrañas! Cuando más estoy contigo, más aumenta mi pasión por ti, pues no he conseguido alcanzar por completo mis deseos”. “¿Qué más quieres, luz de mis ojos, fruto de mis entrañas? ¿Quieres algo distinto de los abrazos y de los enlaces de piernas? Haz lo que te satisfaga, ya que Dios no ha hecho nada ilícito.” Dijo él: “No es eso. Sólo quiero informarte de mi verdadera identidad: no soy comerciante, sino rey, hijo de un rey. Mi padre es un soberano poderoso llamado Sulaymán Sah, que, como mensajero, envió a tu padre a nuestro visir para pedirte en matrimonio para mí, a lo cual tú te negaste”. Siguió explicando toda su historia, desde el principio hasta el fin, y luego añadió: “Ahora querría marcharme al lado de mi padre, a fin de que éste envíe un embajador a tu padre pidiéndole de nuevo tu mano. Así viviríamos tranquilos”.
»La princesa se alegró mucho al oír estas palabras, porque era de la misma opinión. Pasaron aquella noche con este bien entendido. El destino quiso que el sueño, por excepción, los venciese, y dormían aún en el momento de la salida del sol. En este instante, el rey Sahramán estaba sentado en el trono de su reino, teniendo a su lado a los príncipes de su Imperio. Entró a saludarlo el alarife de los joyeros, que llevaba en la mano un cofrecito. Se aproximó, lo abrió delante del rey y sacó una hermosa caja, cuyo contenido en piedras preciosas, jacintos y esmeraldas, valía cien mil dinares, de modo que ninguno de los reinantes podría pagar su precio.
»El rey, al verla, quedó admirado de su belleza, y, volviéndose hacia el criado principal, le dijo: “Kafur, coge esta caja y llévala a la señora Dunya”.
»El criado lo hizo así y la llevó hasta la habitación reservada a la hija del rey. Encontró la puerta cerrada, y a la vieja durmiendo en el umbral. El criado dijo: “¿Aún están durmiendo a esta hora?” La vieja, al oír estas palabras, se despertó sobresaltada y le dijo: “Espera que te traiga la llave”. Se levantó y huyó a todo correr. Y aquí termina lo que a ella se refiere.
»Sigamos al criado. Éste, habiéndose dado cuenta de que la vieja estaba asustada, forzó la puerta y entró en la habitación. Encontró a la señora Dunya abrazada a Tach al-Muluk. Ambos dormían. Al ver esto quedó perplejo, y estaba a punto de volver al lado del rey cuando Dunya se despertó y lo vio. Quedó sin saber qué hacer, palideció y le dijo: “Kafur, oculta lo que Dios oculta”. “No puedo ocultar nada al rey”, respondió él; les cerró la puerta y volvió al lado del soberano. Éste le preguntó: “¿Has dado la caja a tu señora?” “Coge la caja; aquí está. Nada puedo ocultarte: he visto durmiendo al lado de la señora Dunya, en su misma cama, a un hermoso muchacho. Ambos están abrazados.”
»El rey mandó que los llevasen a su presencia. Cuando los tuvo delante, les dijo: “¿Qué significa esto?” Furioso de rabia, cogió la espada y quiso matar a Tach al-Muluk. Dunya se puso en medio y dijo a su padre: “¡Mátame antes que a él!” El rey la apartó y ordenó que la llevasen a su habitación. Después, volviéndose hacia Tach al-Muluk, le dijo: “¡Ay de ti! ¿De dónde vienes? ¿Quién es tu padre? ¿Cómo te has atrevido a acercarte a mi hija?” “Sabe, ¡oh rey!, que si me matas morirás, y todos los que viven en tu reino se arrepentirán.” “¿Por qué?” “Soy el hijo de Sulaymán Sah, y éste, antes de que puedas darte cuenta, llegará con sus caballeros y sus infantes.”
»El rey Sahramán, al oír estas palabras, aplazó su muerte y dispuso que fuese encerrado en la prisión hasta haber comprobado la veracidad de su aserto. Pero su visir le dijo: “¡Rey del tiempo! Creo que debes matar ahora mismo a este que ha osado abusar de las hijas de los reyes”. Entonces, el rey ordenó al verdugo: “¡Córtale el cuello! ¡Es un traidor!” El verdugo lo cogió, lo ató, levantó la mano y pidió consejo a los emires por primera y segunda vez con objeto de ganar tiempo. Pero el rey se enojó y le dijo: “¿Por qué pides consejo? Si lo pides otra vez, te cortaré el cuello”. El verdugo levantó tanto los brazos que se le vieron los pelos de las axilas, y ya estaba a punto de cortarle el cuello…»
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y seis, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [Dandán continuó diciendo:] «… cuando se oyó un horrible tumulto, mientras las gentes cerraban las tiendas. El rey ordenó al verdugo que esperase, y despachó un propio para que se enterara de lo que ocurría. El mensajero marchó, regresó y dijo:
»“He visto una marea de soldados avanzar como las olas tempestuosas; su caballería adelanta al galope, y la tierra tiembla a su paso. No sé qué es lo que los trae”. El rey quedó estupefacto y temió haber perdido el reino. Se volvió hacia su visir y le preguntó: “¿No ha salido ninguno de nuestros soldados a hacerles frente?” Apenas había terminado de pronunciar estas palabras cuando ya los chambelanes entraban acompañando a los embajadores del rey que se acercaba, entre los cuales iba el visir. Empezaron por saludarlo, y el rey se puso de pie, dijo que se acercasen y les preguntó por la causa de su llegada. El visir se adelantó y dijo: “Sabe que el que ha invadido tu tierra no es un rey como los demás; éste no tiene igual entre los sultanes del pasado”.
»El rey preguntó: “¿Quién es?” “El justo, el equitativo, el poderoso sultán Sulaymán Sah, señor de la Tierra Verde y de las Dos Columnas, y de los montes de Ispahán. Ama la justicia y la equidad, y aborrece la tiranía. Te manda decir que su hijo está contigo, en tu ciudad; éste es el hálito de su vida y el fruto de sus entrañas. Si lo encuentra sano y salvo lo tomará consigo, te dará las gracias y te loará; pero si ha desaparecido en tu país o le ha ocurrido alguna desgracia, te anuncia que destruirá y arruinará tu reino, al que transformará en un desierto en el que sólo graznarán el búho y el cuervo. Te he informado de mi embajada. Salud.” El rey Sahramán Sah sintió que el corazón le temblaba, temió por la suerte de su reino y llamó a sus magnates, visires, chambelanes y funcionarios. Cuando los tuvo delante, les dijo: “¡Ay de vosotros! ¡Corred! ¡Coged a aquel muchacho!”
»Tach al-Muluk estaba en manos del verdugo, descompuesto por el susto pasado. El embajador, al volverse, vio al hijo de su rey en el tapiz de los condenados a muerte. Lo reconoció y corrió en su ayuda seguido por los demás mensajeros. Se adelantaron, lo desataron y le besaron manos y pies. Tach al-Muluk abrió los ojos, y al reconocer al visir de su padre y a su compañero Aziz, cayó desmayado por la alegría. El rey Sahramán estaba perplejo ante lo que podía suceder, puesto que un ejército había invadido sus tierras a causa de aquel muchacho. Se dirigió hacia Tach al-Muluk, le besó la cabeza llorando y le dijo: “¡Hijo mío! No me reprendas ni me castigues por el mal hecho. Ten piedad de mis canas y no destruyas mi reino”. Tach al-Muluk se acercó a él, le besó la mano y le respondió: “No temas, pues para mi eres un padre. Pero guárdate de que ocurra alguna desgracia a la señora Dunya”. “No te preocupes por ella, pues sólo ha de tener alegrías.”
»Se excusó ante él y procuró atraerse al visir del rey Sulaymán Sah, prometiéndole grandes riquezas si callaba, delante de su soberano, lo que había visto. Después de esto mandó a los magnates de su reino que acompañasen a Tach al-Muluk al baño, que le pusieran el más hermoso de los vestidos regios, y que volviesen con él inmediatamente. Hicieron esto; lo llevaron al baño y le pusieron el traje que le había destinado el rey Sahramán. Después le acompañaron al salón. Cuando se presentó ante el rey Sahramán, éste, y los magnates de su reino que estaban con él, se pusieron de pie a su servicio. Tach al-Muluk se sentó para contar al visir de su padre y a Aziz todo lo que le había ocurrido. El visir y Aziz le dijeron: “Entretanto, nosotros regresamos junto a tu padre y lo informamos de que habías entrado en el palacio de la hija del rey, de que no habías salido y de que estábamos preocupados por tu suerte. Al oírlo, movilizó el ejército y vinimos hacia este país, al que nuestra llegada ha traído la alegría y la satisfacción”. Tach al-Muluk exclamó: “¡Nunca deje de llegar a tiempo vuestra intervención!”
»Entretanto, el rey había entrado en la habitación de su hija Dunya y la había encontrado llorando por Tach al-Muluk; había cogido una espada, apoyado la empuñadura en el suelo y puesto la punta encima del corazón, entre los dos senos, y ya iba a dejarse caer, al tiempo que decía: “Me mato. No puedo vivir después de la muerte de mi amado”. Al entrar su padre y verla en esta situación, le gritó: “¡Señora! ¡Hija de reyes! ¡No lo hagas! ¡Ten piedad de tu padre y de los habitantes de tu país!” Acercóse a ella y añadió: “Evita que por tu culpa le pase una desgracia a tu padre”. En seguida le refirió lo sucedido, y que su amado, el hijo del rey Sulaymán Sah, quería tomarla por esposa. Concluyó: “Esponsales y matrimonio dependen de ti”. Ella se sonrió y le dijo: “¿No te había dicho que era hijo de un sultán? Ahora lo dejaré que te crucifique encima de un madero que no cueste ni dos dinares”. “¡Por Dios! ¡Ten misericordia de tu padre!” “Ve por él y tráemelo.” “De buen grado.”
»Salió corriendo y se presentó ante Tach al-Muluk, al cual dio el encargo en privado. Ambos se dirigieron a la habitación de la princesa. Cuando ésta vio a Tach al-Muluk, lo abrazó en presencia de su padre, se colgó de él y le dijo: “¡Qué ganas tenía de verte!” Volviéndose hacia su padre, dijo: “¿Quién podía querer mal a un joven como éste, tan hermoso, que es un rey e hijo de un rey?” El rey Sahramán salió, les cerró la puerta y, dirigiéndose al encuentro del visir, del padre de Tach al-Muluk y de los demás mensajeros, les mandó que corriesen a informar al sultán Sulaymán Sah de que su hijo estaba en perfecta salud y, bienestar, en la más dulce vida. A continuación, el rey Sahramán mandó que se acogiese hospitalariamente a los soldados de Sulaymán Sah, padre de Tach al-Muluk, y que les facilitasen forrajes para sus monturas.
»Cuando hubieron hecho todo lo ordenado, dijo que preparasen cien corceles de raza, cien camellos, cien mamelucos, cien siervas, cien esclavos y cien esclavas, y se lo mandó como regalo. Después, acompañado por sus grandes y cortesanos, salió fuera de la ciudad. Cuando se enteró de esto, el sultán Sulaymán Sah le salió a pie al encuentro, ya que el visir y Aziz lo habían informado de todo; la noticia lo había alegrado, y dio gracias a Dios porque su hijo había alcanzado su deseo. El rey Sulaymán Sah cogió al rey Sahramán por la cintura y lo hizo sentar a su lado, encima del diván, y se pusieron a hablar. Después les acercaron la comida y comieron hasta quedar hartos; más tarde les acercaron los dulces, y poco después llegó Tach al-Muluk, que se presentó con su vestido nuevo y los adornos. Al verlo, su padre se levantó y lo besó. Todos los que estaban presentes se pusieron de pie en el acto; el joven se sentó a hablar con ellos un rato.
»El rey Sulaymán Sah dijo: ‘‘Quiero hacer redactar el contrato matrimonial entre mi hijo y tu hija en presencia de los testimonios legales”. “Con mucho gusto”, contestó Sahramán, quien mandó llamar al cadí y a los testigos. Éstos comparecieron y redactaron el contrato. Los soldados se alegraron, y el rey Sahramán empezó a preparar los esponsales de su hija. Tach al-Muluk dijo a su padre: “Aziz tiene carácter generoso y me ha hecho un gran servicio, que le ha costado trabajo. Me ha acompañado en el viaje, me ha hecho alcanzar mi deseo y ha sido constante hasta que he conseguido mi propósito. Ha permanecido a nuestro lado, lejos de su país, dos años. Desearía facilitarle mercancías par que regrese a su patria, que no está lejos”. Su padre aceptó esta idea, y le prepararon cien cargas de las telas más preciosas. Tach al-Muluk se acercó a él, lo despidió y le dijo: “¡Hermano mío! Acepta esto como regalo”. Lo aceptó y besó el suelo delante de él y de su padre, el rey Sulaymán Sah.
»Tach al-Muluk montó a caballo y acompañó a Aziz por espacio de tres millas, después de lo cual éste lo conjuró a que regresase y le dijo: “Si no fuese por mi madre, no sabría apartarme de ti. ¡Por Dios! ¡No me prives de tus noticias!” Se despidió de él, anduvo hasta su ciudad y vio que su madre, al creerlo muerto, le había construido un mausoleo en el centro de la casa, del que no se separaba. Cuando entró en ella la encontró junto a la tumba, con los cabellos sueltos. Lloraba y recitaba estos dos versos:
¡Por Dios, oh tumba! ¿Ha desaparecido su belleza? ¿Ha cambiado su aspecto reluciente?
¡Oh, tumba! No eres ni el jardín ni el firmamento. Entonces, ¿cómo puedes encerrar a la vez la luna y las flores?
»Exhaló profundos suspiros y recitó estos versos:
¿Qué me ocurre que he pasado a saludar la tumba del amigo y no he obtenido respuesta?
El amigo contesta: “¿Cómo he de contestaros si soy rehén de la piedra y del polvo?
El polvo ha comido mis encantos; os he olvidado y me he escondido a la mirada de mis parientes y amigos”.
»No había terminado aún de recitar estos versos, cuando Aziz entró. Al verlo, se dirigió hacia él, lo abrazó y le preguntó por las causas de su ausencia. Él le contó todo lo que le había ocurrido, y que Tach al-Muluk le había dado cien cargas de telas preciosas y riquezas. Su madre se alegró, pero Aziz continuó a su lado, perplejo de cuanto le había ocurrido desde que Dalila la Taimada lo había castrado. Y aquí termina lo referente a Aziz.
»En cuanto a Tach al-Muluk, éste cohabitó con su amada Dunya y le quitó la virginidad. Después, el rey Sahramán hizo los preparativos del viaje que su hija iba a emprender con su esposo y el padre de éste; preparó las provisiones, los regalos y los presentes, los cargaron en los animales y partieron. El rey Sahramán los acompañó durante tres días a modo de despedida, hasta que el rey Sulaymán Sah le rogó que regresara y así lo hizo. Tach al-Muluk, su padre y su esposa no pararon de andar día y noche hasta que llegaron a su país. La ciudad se había engalanado para recibirlos».
Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche ciento treinta y siete, refirió:
—Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que [el relato de Dandán continuaba:] «El rey Sulaymán Sah se sentó en el trono del reino; tenía a su lado a su hijo Tach al-Muluk. Hizo numerosos dones, puso en libertad a quienes estaban en la cárcel y celebró, por segunda vez, las bodas de su hijo, y durante un mes hubo cantos y festejos. Las peinadoras arreglaron de nuevo a Dunya, y ésta no se cansó de mostrarse ni ellas de admirarla. Después de estar algún tiempo al lado de sus padres, Tach al-Muluk volvió junto a su esposa, y así vivieron en la más dulce vida y felicidad».
Cuando se terminó esta historia, Daw al-Makán dijo al visir Dandán: «Las personas como tú son los comensales de los reyes». Así siguieron en el asedio de Constantinopla hasta que, habiendo transcurrido cuatro años, desearon ardientemente regresar a sus bases; las tropas estaban cansadas del sitio y de la duración de la guerra, de combatir noche y día. El rey Daw al-Makán mandó llamar a Bahram, a Rustem y a Tarkas. Cuando los tuvo delante les dijo: «Hemos permanecido aquí algunos años sin conseguir alcanzar nuestro deseo; al contrario, han aumentado nuestras penas. Vinimos para vengar la muerte del rey Umar al-Numán y ha muerto mi hermano Sarkán, y lo que era una desgracia se ha transformado en dos; lo que era una pena, se ha duplicado. Y todo por culpa de la vieja Dat al-Dawahi, que mató al sultán en su reino, robó a su esposa, la reina Sofía, y no contenta con esto, ideó una treta para degollar a mi hermano. He jurado con los mayores juramentos que tomaré venganza. Comprended bien estas palabras y contestadme».
Los emires bajaron la cabeza y dejaron el asunto en manos del visir Dandán. Éste se adelantó hacia el rey Daw al-Makán y le dijo: «Sabe, oh rey del tiempo, que no sacamos nada de quedarnos. Lo mejor es que nos marchemos a la patria, que permanezcamos en ella algún tiempo y que regresemos después a combatir a los adoradores de ídolos». El rey contestó: «Ésta es una opinión. Las gentes quieren volver a ver a sus familias y a mí también me atormenta el deseo de ver a mi hijo Kan Ma Kan y a la hija de mi hermano, Qúdiya Fa-Kan, que quedó en Damasco y de la que no he sabido nada». Cuando el ejército se enteró de esto, se alegró y aplaudió al visir Dandán. El rey Daw al-Makán mandó al pregonero que anunciase la partida para tres días después. Iniciaron los preparativos y en el cuarto día tocaron los tambores, se desplegaron las banderas y el visir Dandán se puso al frente de las tropas; el rey marchó en el centro, llevando a su lado al gran chambelán.
Los ejércitos avanzaron noche y día hasta que divisaron la ciudad de Bagdad. Las gentes se alegraron de su llegada y cesaron las penas. Después los príncipes se dirigieron a sus domicilios y el rey a su alcázar, y corrió a ver a su hijo Kan Ma Kan, que había cumplido siete años y sabía salir y montar a caballo. El rey descansó del viaje, y después, acompañado por su hijo Kan Ma Kan, se dirigió al baño. Al salir se sentó en el trono del Imperio, y el visir Dandán, los príncipes y los cortesanos se presentaron a ponerse a su servicio. Entonces el rey Daw al-Makán mandó llamar al fogonero que le había tratado tan bien durante el viaje. Compareció, y al verlo el rey le salió al encuentro y le hizo sentar a su lado. Daw al-Makán había explicado al visir los favores que había recibido de su amigo el fogonero, por lo cual éste era tenido en gran consideración por aquél y los príncipes.
El fogonero había engordado de tanto comer y descansar; su cuello parecía el de un elefante, su vientre el de un delfín, y estaba algo atontado por la vida que llevaba, ya que no salía del lugar en que vivía. No reconoció la fisonomía del rey. Éste se le acercó, le sonrió y lo saludó cariñosamente diciéndole: «¡Qué pronto me has olvidado!» Clavó la vista en él, se fijó, lo reconoció y se puso de pie exclamando: «¡Amigo mío! ¿Quién te ha hecho sultán?» El rey se puso a reír, el visir se acercó a hablarle y le explicó lo ocurrido, y añadió: «Era tu hermano y compañero y ahora es el rey de la tierra; te van a alcanzar grandes beneficios, por lo que te recomiendo que cuando te pregunte por lo que quieres, le pidas algo grande, ya que te tiene en alta estima». «Temo pedirle algo que no quiera o no pueda concederme.» El visir le dijo: «Te concederá lo que le pidas». «¡Pues he de pedirle algo que tengo metido en la cabeza y cada día espero que se me conceda!» El visir le dijo: «Tranquiliza tu corazón. Aunque le pidieras el gobierno de Damasco, el puesto de su hermano, te lo concedería».
El fogonero se puso de pie. Daw al-Makán le hizo seña de que se sentase, pero no quiso y exclamó: «¡Busco refugio en Dios! Se han terminado aquellos días en que estaba sentado en tu presencia». El sultán le dijo: «Te equivocas: aún duran, ya que tú fuiste quien me salvó. Te daré lo que pidas. Dime qué es lo que quieres». «Temo pedir algo que no quieras o no puedas concederme.» El sultán se echó a reír y dijo: «Si pidieses la mitad de mi reino, lo compartiría contigo. ¡Pide lo que quieras!» «Temo pedir algo que no me puedas conceder.» El sultán, enfadado, exclamó: «¡Pide lo que quieras!» «Quiero que me concedas un decreto nombrándome síndico de todos los leñadores que se encuentran en la ciudad de Jerusalén.» El sultán y todos los presentes se pusieron a reír. Le dijo: «¡Pide otra cosa!» «¿No te había dicho que temía pedir algo que no quisieses o no pudieses concederme?» El visir le hizo un gesto por segunda y tercera vez rogándole que pidiese, pero él insistía en que quería ser el presidente de los basureros de Jerusalén o Damasco. Los que estaban presentes se cayeron de risa, y el visir le dio unos golpes. El fogonero se volvió hacia aquél y le dijo: «¿Qué ocurre para que tengas que pegarme? No tengo ninguna culpa. Tú eres quien me ha recomendado que pidiese algo gordo. ¡Dejadme volver a mi país!»
El sultán se dio cuenta de que estaba haciendo comedia. Esperó un poco y le dijo: «Hermano mío. Pide algo importante, algo que convenga a mi rango». «Nómbrame sultán de Damasco en lugar de tu hermano.» Escribió el nombramiento y dijo al visir Dandán: «Tú lo acompañarás, y cuando te decidas a volver te traerás a la hija de mi hermano, Qúdiya Fa-Kan». El visir contestó: «Oír es obedecer». Tomó consigo al fogonero y se marchó con él para preparar el viaje. El sultán Daw al-Makán mandó que dispusiesen un trono nuevo y un vestido de rey para el fogonero. Dijo a los príncipes: «Quienes me amen, deben hacerle valiosos regalos». Le concedió el título de Zabalukán, con el apodo de al-Muchahid. Al cabo de un mes estuvieron listos los preparativos y Zabalukán se puso en movimiento llevando a su servicio al visir Dandán. Fue a despedirse de Daw al-Makán. Éste se puso de pie, lo abrazó y le recomendó que fuese justo con sus súbditos. Le mandó que preparase una expedición de guerra para el cabo de dos años, lo despidió y se marchó.