Era incomprensible. Aquella guerra que parecía no acabar nunca había terminado por fin. Estaba sentada en la cama de Hans leyendo el periódico mientras trataba de obligar al cerebro a comprender el alcance de la palabra impresa en negro: «¡PAZ!».
Elsy sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y tuvo que sonarse en el delantal, que aún llevaba puesto después de ayudar a su madre en la cocina.
–No puedo creerlo, Hans –dijo Elsy y sintió que la abrazaba más fuerte. También él estaba mirando el periódico y parecía incapaz de entender lo que estaban leyendo. Elsy miró un instante hacia la puerta, inquieta ante la posibilidad de que alguien los descubriese ahora que habían abandonado las precauciones y se veían a solas también durante el día. Pero Hilma había ido a casa de los vecinos, y no creía que ninguna otra persona viniese a molestarlos a aquella hora. Además, pronto tendría que contar lo suyo con Hans. Las faldas cada vez le quedaban más estrechas de cintura y aquella mañana le costó un mundo abrocharse el primer botón. Pero todo iría bien. Hans había reaccionado tal y como ella pensaba cuando, unas semanas atrás, le contó lo que le ocurría. Se le iluminaron los ojos, la besó y le puso la mano en el vientre. Luego, le aseguró que ya saldrían adelante. Él tenía trabajo y se ganaba la vida, y su madre lo apreciaba y, sí, claro, ella era muy joven, pero solicitarían la dispensa real para casarse. Ya lo arreglarían de algún modo.
Cada una de las palabras que Hans le decía aliviaba parte de la desazón que ella sentía en el alma a pesar de que lo quería y lo conocía bien y de que confiaba en él. Además, se mostraba tan tranquilo… Y le aseguró que su hijo sería el niño más querido del mundo y que ya se las ingeniarían con todos los aspectos prácticos. Quizá al principio se desencadenase una tormenta, pero si ellos dos se mantenían firmes, terminaría por amainar y al final tendrían la bendición de Dios y la de su familia.
Elsy apoyó la cabeza en su hombro. En aquel instante merecía la pena vivir la vida. La noticia del fin de la guerra y de la llegada de la paz se le extendió por el pecho caldeando el hielo que se le había formado por dentro con la muerte de su padre. Habría deseado que su padre hubiese podido vivir aquel momento. Si él y su barco hubiesen durado unos meses más… Ahuyentó tan lúgubres pensamientos. Dios, no el hombre, es quien dispone, y en algún lugar existía un plan que preveía todo aquello, así tenía que ser, por horrendo que se les antojase todo. Elsy confiaba en Dios, y confiaba en Hans, y esa confianza era un don que le permitía ver el futuro con esperanza.
No ocurría lo mismo con su madre. En los últimos meses, la preocupación de Elsy había ido en aumento. Hilma había encogido sin Elof. Se había reducido, y no le quedaba ya un ápice de alegría en los ojos. Cuando recibieron la noticia de la llegada de la paz, Elsy vio un atisbo de sonrisa en sus labios por primera vez desde que murió su padre. Quizá el hijo que ella esperaba le restituyera parte de la alegría de vivir, una vez superada la conmoción inicial. Claro que Elsy temía que su madre se avergonzara de ella, pero había acordado con Hans que se lo revelarían lo antes posible, de modo que pudiesen organizarlo todo debidamente antes de que naciese el bebé.
Elsy cerró los ojos y sonrió, sentada como estaba, con la cabeza apoyada en el hombro de Hans, inhalando su aroma, que tan bien conocía.
–Quisiera ir a mi país a ver a los míos, ahora que ha terminado la guerra –comentó Hans acariciándole el pelo–. Pero sólo estaré fuera unos días, así que no tienes de qué preocuparte. No pienso huir de ti –bromeó besándole la cabeza.
–Más te vale –lo previno Elsy con una amplia sonrisa–. Porque te perseguiría hasta los confines de la tierra si lo hicieras.
–Te creo –aseguró él riendo. Luego, adoptó una expresión grave–. Sólo son un par de cosas las que tengo que arreglar ahora que puedo volver a Noruega.
–Parece algo serio –observó Elsy incorporándose para mirarlo a la cara–. ¿Temes que le haya ocurrido algo a tu familia?
Hans guardó silencio un instante, antes de responder.
–Eso es lo que no sé. Hace tanto tiempo que no sé nada de ellos… Pero no me iré enseguida, sino dentro de una semana o así, y, cuando quieras darte cuenta, ya estaré de vuelta.
–Me parece bien –convino Elsy volviendo a apoyar la cabeza en su hombro–. Porque no quiero estar lejos de ti.
–No será necesario –le aseguró Hans besándole de nuevo el cabello–. No será necesario nunca.
Hans cerró los ojos y la abrazó más fuerte aún. Entre ambos estaba el periódico. En la primera página una sola palabra: «PAZ».