Fjällbacka, 1945

Los meses que sucedieron a la muerte de su padre fueron desconcertantes y dolorosos. Su madre continuó haciendo las tareas cotidianas y cuanto se le exigía que hiciera. Pero algo faltaba. Elof se había llevado consigo una parte de Hilma, y Elsy ya no la reconocía. En cierto modo, no sólo había perdido a su padre, sino también a su madre. El único mundo seguro que le quedaba eran las noches que compartía con Hans. Todas las noches, una vez que su madre se había dormido, bajaba silenciosa y se acurrucaba a su lado. Sabía que aquello no estaba bien. Sabía que podía tener consecuencias cuyo alcance se le escapaba. Pero no podía hacer otra cosa. Los ratos en que yacía a su lado bajo el edredón, entre sus brazos, y sentía cómo le acariciaba el pelo, eran los momentos en que el mundo volvía a estar de una pieza. Cuando se besaban, y un ardor a aquellas alturas familiar, pero siempre sorprendente, lo inundaba todo, no comprendía por qué aquello estaba mal. Cómo podía estar mal el amor en un mundo susceptible de quedar hecho añicos por la explosión de una mina.

Hans fue una bendición también en los aspectos prácticos. La economía representaba un gran problema desde que murió su padre, y sólo se las arreglaban porque Hans había cogido un turno extraordinario en el barco y les entregaba hasta la última corona que ganaba. A veces Elsy se preguntaba si su madre no sabría que ella bajaba a su cama por las noches, pero hacía la vista gorda porque no podía permitirse hacer otra cosa.

Elsy se pasó la mano por el vientre mientras, tumbada junto a Hans, lo oía respirar pausadamente. Hacía más de una semana que sabía que se hallaba en ese estado. Claro que era inevitable, pero ella había cerrado los ojos a tal riesgo. Y, pese a las circunstancias, sentía una tranquilidad inmensa. Y es que aquel hijo era de Hans. Eso cambiaba cuanto ella sabía de la vergüenza y de sus consecuencias. No había nadie en el mundo en quien ella confiase más. Aún no le había dicho nada, pero sabía que no existía el menor peligro. Que él se alegraría. Que se ayudarían y que, de algún modo, llevarían la nave a tierra.

Cerró los ojos y dejó la mano en el vientre. En algún lugar, allí dentro, había algo muy pequeño, engendrado en el amor. El suyo y el de Hans. ¿Cómo iba a estar mal eso? ¿Cómo iba a estar mal un hijo suyo y de Hans?

Elsy se durmió con la mano en el vientre y una plácida sonrisa en los labios.