Fjällbacka, 1943

–¿Erik? ¿Hans? –Britta y Elsy cruzaron el umbral despacio. Habían llamado, pero nadie respondió. Miraron inquietas a su alrededor. Al doctor y a la señora doctora no les agradaría que dos muchachas fuesen a visitar a su hijo cuando ellos no estaban en casa. Por ese motivo solían verse siempre en Fjällbacka, pero en un arrebato de osadía, Erik les propuso que fuesen a su casa, puesto que sus padres pasarían el día fuera.

–¿Erik? –Elsy gritó un poco más alto y se sobresaltó al oír un «chisssst» procedente de la habitación que había justo enfrente del vestíbulo. Erik asomó la cabeza por la rendija de la puerta y les indicó que entrasen.

–Axel está arriba durmiendo. Volvió esta mañana.

–¡Oh! Qué valiente es… –dijo Britta con un suspiro, pero se le iluminó la cara al ver a Frans.

–¡Hola!

–Hola –saludó Frans, aunque mirando a Elsy–. Hola, Elsy.

–Hola, Frans –respondió Elsy, que se dirigió enseguida a la librería.

–¡Anda, cuántos libros tenéis en casa! –exclamó pasando los dedos por los lomos de los volúmenes.

–Puedes llevarte alguno prestado si quieres –ofreció Erik generoso, pero añadió–: Pero sólo si lo cuidas bien. Mi padre es muy cuidadoso con los libros.

–Pues claro que sí –respondió Elsy encantada, devorando con los ojos las hileras de libros. Le encantaba leer. Frans la seguía con la mirada.

–Pues para mí los libros son una pérdida de tiempo –intervino Britta–. Es mucho mejor vivir experiencias uno mismo que leer las ajenas. ¿No estás de acuerdo, Frans? –Britta se sentó en el sillón, al lado de Frans, y ladeó la cabeza.

–Lo uno no excluye lo otro –respondió Frans con severidad, pero sin mirarla, aún con la vista clavada en Elsy. Unos frunces de extrañeza cobraron forma entre las cejas de Britta, que se levantó de un salto.

–¿Pensáis ir al baile el sábado? –preguntó dando unos pasos de baile por la habitación.

–Yo no creo que mis padres me dejen –contestó Elsy en voz baja, sin apartar la vista de los libros.

–No, claro, pero ¿tú crees que a mí sí? –repuso Britta dando otro par de vueltas e intentando sacar a bailar a Frans, que se resistió y logró quedarse en el sillón.

–Deja de hacer el tonto. –Se lo dijo en tono cortante, pero no pudo evitar soltar una carcajada–. Britta, estás loca, ¿lo sabías?

–¿Y no te gustan las jóvenes alocadas? En ese caso, también puedo ponerme seria –declaró adoptando una expresión grave–. O alegre… –Britta rompió a reír tan alto que su carcajada retumbó entre las paredes de la habitación.

–¡Calla! –la conminó Erik mirando al techo.

–O también puedo ser muy silenciosa… –aseguró Britta en un histriónico susurro. Frans rio de nuevo y se la sentó en las rodillas.

–Loca me basta.

Una voz los interrumpió desde la puerta.

–¡Cuánto jaleo armáis! –Axel estaba apoyado en el quicio de la puerta y les sonreía cansado.

–Perdón, no queríamos despertarte. –La voz de Erik destilaba la adoración que sentía por su hermano, aunque la acompañó de una expresión de preocupación.

–Bah, no pasa nada, Erik. Puedo dormir un rato más luego. –Se cruzó de brazos–. Ajá, de modo que aprovechas que papá y mamá están en casa de los Axelsson para traer aquí a estas damas.

–Bueeeno, damas… no sé yo –murmuró Erik desconcertado.

Frans rompió a reír, aún con Britta en las rodillas.

–¿Dónde ves tú a las damas? Aquí no veo yo damas en todo lo que alcanza la vista. Dos mocosas, eso es todo.

–¡Eh, cállate la boca! –protestó Britta dándole a Frans una palmada en el pecho. No parecía haberle gustado la broma.

–Y Elsy está tan absorta en los libros que ni siquiera saluda.

Elsy se volvió avergonzada.

–Perdón, es que… Buenos días, Axel.

–Anda, estaba bromeando, mujer. Tú sigue con los libros. Erik ya te habrá dicho que puedes llevarte alguno prestado si quieres, ¿no?

–Sí, sí, eso me ha dicho.

Elsy se sonrojó más aún y se apresuró a centrar de nuevo su atención en los libros.

–¿Qué tal fue la cosa ayer? –Erik miraba a su hermano como hambriento de sus palabras.

El rostro alegre y franco de Axel se tornó grave.

–Bien –dijo con parquedad–. Fue bien. –Luego se volvió bruscamente–. Voy a echarme un rato. Intentad mantener el volumen a un nivel aceptable, por favor.

Erik siguió a su hermano con la mirada. Además de adoración y orgullo, irradiaba cierto sentimiento de envidia.

La mirada de Frans revelaba admiración.

–¡Qué valiente es tu hermano! A mí también me gustaría ayudar. Si fuera unos años mayor…

–Ya, ¿qué harías tú? –intervino Britta, aún enfadada porque Frans se hubiese burlado de ella delante de Axel–. Jamás te atreverías. ¿Y qué iba a decir tu padre? Por lo que he oído, él preferiría más bien echarle una mano a los alemanes.

–Bah, anda ya –repuso Frans irritado, apartando a Britta de sus rodillas–. La gente habla sin ton ni son. Yo creía que tú hacías oídos sordos a las habladurías.

Como de costumbre, fue Erik quien medió para restablecer la paz. Se levantó de pronto y propuso:

–Si queréis podemos escuchar un rato el gramófono de mi padre. Tiene a Count Basie.

El muchacho se dirigió raudo al aparato dispuesto a poner música. Le disgustaba que la gente se enfadase. En verdad que le disgustaba muchísimo.