Aquella noche, en un pueblo cercano, una mujer tenía en brazos a su bebé recién nacido, pasaba el pulgar por su mejilla suave como piel de melocotón. Aún faltaban muchas horas para que el marido volviera a casa, agotado después de sus guardias nocturnas. Todavía conmocionada por el imprevisto y traumático nacimiento, la mujer le contaría los detalles bebiendo una taza de té: le hablaría de las contracciones que habían empezado en el autobús, del dolor súbito y profundo, de la sangre, del cruel temor inspirado por la posibilidad de que su bebé muriera o de que ella misma pudiera morir sin haber tenido en brazos a su hijo. Y entonces esbozaría una sonrisa exhausta, devota, haría una pausa para secar las lágrimas que se deslizarían por su rostro, y le hablaría sobre el ángel que había aparecido a la vera del camino, que se había arrodillado junto a ella para salvar la vida del bebé.
Aquella historia se convertiría en una anécdota familiar, se contaría una y otra vez, se transmitiría y resucitaría durante las noches lluviosas junto al fuego; sería invocada para apaciguar los ánimos, sería recordada en las fechas importantes. Meses, años, décadas pasarían veloces hasta que un buen día ese bebé cumpliría cincuenta años. Y entonces, su madre viuda lo observaría desde su sillón mullido, en el extremo opuesto de la mesa del restaurante donde sus hijos propondrían un brindis y recitarían la historia familiar del ángel que había salvado la vida de su padre, sin el cual ninguno de ellos habría existido.
* * *
Thomas Cavill no formó parte del regimiento que marchó a la masacre en África. Para entonces ya estaba muerto y enterrado en el suelo de Milderhurst Castle. Había muerto porque la noche era lluviosa. Porque un postigo estaba suelto, porque quería causar una buena impresión. Murió porque muchos años antes un marido celoso había descubierto a su esposa con otro hombre.
Durante mucho tiempo nadie lo supo. La tormenta pasó, el arroyo volvió a su cauce y el bosque Cardarker extendió sus alas protectoras en torno a Milderhurst Castle. El mundo olvidó a Thomas Cavill, los interrogantes acerca de su muerte se perdieron bajo los escombros de la guerra.
Percy envió la carta, la definitiva, corrupta mentira que la acosaría toda su vida. Saffy escribió también, para rechazar su puesto de institutriz: Juniper la necesitaba, ¿qué otra cosa habría podido hacer? Los aviones se perdieron en el horizonte, la guerra terminó, el cielo alumbró un año tras otro. Las hermanas Blythe envejecieron, se convirtieron en curiosas criaturas, un mito en el pueblo. Hasta que un buen día una joven fue a visitarlas. Esta tenía relación con otra persona que había llegado antes: las piedras del castillo la reconocieron y comenzaron a susurrar. Percy Blythe supo que la hora había llegado. Después de soportar su carga durante cincuenta años, podía librarse de ella y restituir a Thomas Cavill la fecha de su muerte. La historia tendría su punto final.
Decidió que esa joven fuera la encargada de hacer lo que correspondía.
Solo quedaba una tarea pendiente.
Reunió a sus amadas hermanas y se aseguró de que rápidamente conciliaran el sueño. Entonces, en la misma biblioteca donde todo había comenzado, encendió la cerilla.