Milderhurst Castle, 29 de octubre de 1941
La tormenta que había llegado desde el mar del Norte aquella tarde del 29 de octubre de 1941 avanzó, impetuosa y rugiente, hasta posarse sobre la torre de Milderhurst Castle. Las nubes soltaron las primeras gotas al atardecer. Muchas más cayeron hasta que oscureció. Era una tormenta traicionera, de esas que prefieren la constancia al estrépito. Hora tras hora, las enormes gotas formaron charcos, se deslizaron por los tejados y se escurrieron por los canalones. El arroyo Roving empezó a crecer, el oscuro estanque del bosque Cardarker se volvió más oscuro, y el terreno que rodeaba el castillo, un poco más bajo, quedó inundado. En la oscuridad, el agua acumulada traía reminiscencias del antiguo foso. No obstante, las gemelas, a resguardo entre sus muros, ignoraban todo aquello. Solo sabían que, al cabo de horas de angustiosa espera, por fin se oía un golpe en la puerta.
* * *
Saffy llegó primero. Apoyó una mano en la jamba y llevó la llave a la cerradura. Como de costumbre, no se abrió con facilidad y, mientras luchaba por lograrlo, se dio cuenta de que sus manos temblaban, que el esmalte de sus uñas se había descascarillado, que su piel parecía ajada. Luego el mecanismo cedió, la puerta se abrió y esas ideas se esfumaron en la oscuridad de la noche, porque allí estaba Juniper.
—¡Gracias a Dios, mi querida niña! —exclamó Saffy, al borde de las lágrimas al ver que su hermana pequeña había llegado sana y salva—. ¡Cuánto te hemos echado de menos!
—Lo siento, perdí la llave.
Pese al impermeable y el corte de pelo que el sombrero dejaba a la vista, Juniper parecía una niña. Saffy aferró la cara de Juniper entre sus manos y le dio un beso en la frente, como hacía cuando era pequeña.
—No tiene importancia —dijo mirando a Percy, que había olvidado su malhumor—. Estamos felices de que hayas llegado sin contratiempos. Déjame mirarte. —Saffy se alejó; su pecho se llenó de alegría y alivio, imposibles de expresar con palabras. Prefirió abrazar a Juniper—. Tu retraso empezaba a preocuparnos.
—El autobús se detuvo, ha habido un… accidente.
—¿Un accidente? —preguntó Saffy, dando un paso atrás.
—Un camino bloqueado, no lo sé con certeza —explicó Juniper sonriendo, y se encogió de hombros. Las últimas palabras se fueron apagando, pero en su rostro apareció un atisbo de perplejidad. Fue un gesto pasajero, aunque suficiente. Las palabras no dichas resonaban en el salón con tanta claridad como si las hubiera pronunciado. «No puedo recordarlo». Tres palabras inocentes en boca de cualquier persona que no fuera Juniper. El desasosiego oprimió el pecho de Saffy. Miró a Percy y descubrió en ella la misma ansiedad.
—Entremos —propuso Percy, recuperando su sonrisa—. No tiene sentido estar aquí con esta lluvia.
—Sí, querida, no queremos que pilles un resfriado —añadió Saffy, imitando la alegría de su hermana—. Percy, por favor, ve a la cocina y tráeme una botella de agua caliente.
Mientras Percy desaparecía por el vestíbulo en penumbra, Juniper aferró la muñeca de Saffy.
—¿Tom ha llegado?
—Todavía no.
—Pero es tarde, yo ya he llegado con retraso —dijo con el rostro desencajado.
—Lo sé, querida.
—¿Por qué se ha retrasado?
—La guerra, querida, es el motivo. Vamos a sentarnos junto al fuego. Te prepararé una copa, él llegará enseguida, ya verás.
Al llegar al salón principal, Saffy se detuvo un instante para contemplar la bella escena antes de conducir a Juniper hacia la chimenea y avivó el fuego. Entretanto, su hermana sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos.
El crepitar del fuego hizo que Saffy se estremeciera. Se enderezó, colocó el atizador en su sitio y se refregó las manos, aunque estaban limpias. Juniper encendió una cerilla y dio una calada a su cigarrillo.
—Tu pelo —observó Saffy.
—Me lo he cortado —respondió Juniper. Cualquier otra persona se habría llevado la mano a la nuca. Ella no lo hizo.
—Me gusta.
Ambas sonrieron. Juniper con cierta desazón. Al menos eso le pareció a Saffy, aunque era una tontería, su hermana no estaba nerviosa. Fingió no prestarle atención mientras ella, con el brazo apoyado en el vientre, fumaba su cigarrillo.
«Has vivido en Londres, cuéntame cómo es, pinta paisajes con tus palabras para que pueda ver y conocer los lugares por donde has pasado. ¿Fuiste a bailar? ¿Te sentaste junto al Serpentine? ¿Te enamoraste?», todo esto deseaba decir Saffy. Las preguntas se arremolinaban una tras otra, deseando ser formuladas, y, sin embargo, no pudo hablar. Permaneció en silencio, como una tonta, mientras el fuego calentaba su rostro y los minutos pasaban. Sabía que era ridículo. Percy regresaría en cualquier momento y habría perdido la oportunidad de hablar con Juniper. Tenía que atreverse, exigir, sin rodeos: «Háblame de él, querida, de Tom y tus planes». Al fin y al cabo, se trataba de Juniper, su querida hermanita. No había tema del que no pudieran hablar. Y aun así, al recordar aquella página de su diario, Saffy sintió que sus mejillas ardían.
—Vaya, qué descortés he sido, me llevaré tu impermeable —dijo de pronto. De pie detrás de su hermana, como si fuera su doncella, la ayudó a quitarse una manga; luego, la otra. Aferró la prenda por los hombros y la llevó al sillón que se encontraba debajo del cuadro de Constable. Aunque dejar que chorreara en el suelo no era lo ideal, no tenía tiempo para hacer otra cosa. Lo colocó, miró la costura del dobladillo, se preguntó el motivo de su propia reticencia. Se reprendió por permitir que las preguntas habituales entre hermanas se le atascaran en la lengua, como si la joven sentada junto al fuego fuera una extraña. Era Juniper, al fin en casa, y muy probablemente ocultara un secreto importante. De pronto, mientras alisaba el cuello del impermeable preguntándose vagamente dónde lo habría comprado su hermana, se animó:
—Tu carta, la última que enviaste…
—¿Sí…?
Juniper se había acurrucado delante del fuego, como solía hacer cuando era niña, y ni siquiera volvió la cabeza. Saffy comprendió de inmediato que su hermana no iba a facilitarle las cosas. Vaciló, se armó de valor, y el ruido de una puerta lejana le recordó que el tiempo era escaso.
—Por favor, Juniper —dijo acercándose con presteza—, háblame de Tom. Cuéntamelo todo, querida.
—¿Sobre Tom?
—Es que… no puedo evitarlo, tengo la impresión de que os une algo más serio que lo que tu carta sugiere.
Durante el silencio que siguió a su frase incluso las paredes parecieron ansiosas por escuchar la respuesta.
Juniper soltó un ligero suspiro.
—Quería esperar. Decidimos esperar hasta estar juntos.
—¿Esperar? —El corazón de Saffy aleteó como un pájaro atrapado—. ¿A qué te refieres, querida?
—A nosotros —respondió su hermana, dando una profunda calada a su cigarrillo. Luego apoyó la mejilla en la mano—. Tom y yo vamos a casarnos. Él me lo propuso y dije que sí. Oh, Saffy —por primera vez, Juniper miró a su hermana—, le amo, no puedo vivir sin él.
A pesar de que la noticia era precisamente la que había sospechado, Saffy se sintió golpeada por la intensidad de aquella confesión, por la velocidad con que había sido comunicada, por su potencia, por sus repercusiones.
—¡Vaya! —exclamó dirigiéndose al mueble bar, sin olvidar que debía sonreír—, es una maravillosa noticia. Eso significa que esta noche lo celebraremos.
—No se lo digas a Percy hasta que…
—No, por supuesto —aseguró Saffy, quitando el tapón de la botella de whisky.
—No sé cómo reaccionará. ¿Me ayudarás a hacer que lo comprenda?
—Sabes que lo haré —dijo Saffy, concentrada en las bebidas que servía. Era verdad. Haría lo que estuviera a su alcance, era capaz de cualquier cosa por Juniper. De todos modos, Percy nunca lo entendería. El testamento de su padre era claro: si Juniper se casaba, perderían el castillo, el gran amor de Percy, la razón de su vida.
—¿Crees que cambiará de opinión?
—Sí —mintió Saffy. Vació su vaso y volvió a llenarlo.
—Sé lo que implica, lo sé y lo lamento. Desearía que papá nunca hubiera tomado esa decisión, nunca quise nada de esto —explicó Juniper, señalando los muros de piedra—. Pero se trata de mi corazón.
—Ten, querida —dijo Saffy, ofreciéndole el vaso de whisky. De improviso, cuando su hermana se puso de pie y dio media vuelta para alcanzarlo, se llevó la otra mano a la boca.
—¿Qué sucede? —preguntó Juniper.
Saffy no podía hablar.
—¿Saffy?
—Tu blusa, está…
—Es nueva.
Saffy asintió. Seguramente era un efecto de la luz. Cogió a su hermana de la mano y la llevó hacia la lámpara.
Entonces se horrorizó.
Era inconfundible: sangre. Saffy se obligó a no ceder al pánico. Se dijo que no había motivo para temer nada, todavía no, que debía conservar la calma. Buscó las palabras adecuadas, pero antes de que pudiera encontrarlas, Juniper advirtió su mirada.
Aferró la tela de su falda, frunció el ceño y gritó. Pasó frenéticamente las manos por su blusa. Retrocedió, tratando de escapar de aquel horror.
—Shhh —la tranquilizó Saffy, palmeando su mano—, no te asustes, querida. Déjame echar un vistazo —pidió, presa del mismo espanto que su hermana.
Juniper permaneció inmóvil. Saffy desabrochó la blusa con dedos temblorosos. Pasó sus manos por la suave piel de su hermana, recordando los cuidados que le dispensaba en la infancia, recorrió el pecho, los costados, el vientre, en busca de heridas. Respiró aliviada al no encontrarlas.
—No tienes nada.
—Pero ¿de quién es? ¿De dónde ha salido? —exclamó Juniper temblando.
—¿No lo recuerdas? —preguntó Saffy.
Su hermana negó con la cabeza.
—¿No recuerdas absolutamente nada?
Con los dientes castañeteando, Juniper sacudió la cabeza otra vez.
Saffy le habló con ternura y suavidad, como si fuera una niña:
—Querida, ¿crees que has sufrido algún episodio?
El miedo encendió la mirada de Juniper.
—¿Te duele la cabeza, sientes un hormigueo en los dedos?
Juniper asintió.
—Bien —dijo Saffy, esforzándose por sonreír. Luego ayudó a su hermana a quitarse la blusa y rodeó sus hombros. Estuvo a punto de sollozar de miedo, de amor, de angustia al sentir sus frágiles huesos bajo el brazo. Habrían debido ir a Londres, Percy tendría que haberla traído de vuelta—. No te preocupes, ahora estás en casa, todo irá bien.
Con el rostro petrificado, Juniper callaba.
Saffy echó un vistazo a la puerta. Percy sabría qué hacer, siempre lo sabía.
—Shhh —dijo casi para sí misma. Juniper ya no la oía.
Esperaron sentadas en el extremo del diván. El fuego echaba chispas hacia la pantalla de la chimenea, el viento se deslizaba entre las piedras y la lluvia azotaba las ventanas. Al cabo de un rato que pareció un siglo, Percy apareció en la puerta. Había llegado corriendo, con la botella de agua caliente en la mano.
—Me ha parecido oír un grito —dijo, pero interrumpió la frase al ver que su hermana estaba semidesnuda—. ¿Qué ha ocurrido?
Saffy señaló la blusa manchada de sangre y, con una siniestra sonrisa, le pidió:
—Ven, Perce, ayúdame. Juniper ha viajado todo el día, creo que debería darse un baño caliente.
Percy asintió con gesto sombrío. Entre ambas llevaron a su hermana hacia la puerta.
El salón quedó a solas. Las piedras comenzaron a susurrar.
El postigo desvencijado se soltó del gozne, pero nadie lo vio.
* * *
—¿Está dormida?
—Sí.
Percy suspiró con alivio y entró en el ático para observar a su hermana. Se detuvo junto a la silla de Saffy.
—¿Te ha contado algo?
—No mucho. Ella recuerda que viajó en tren y luego en autobús, que se detuvo y que se agachó en el camino. Y lo siguiente que sabe es que subía el sendero, ya casi llegando a la puerta, tenía las piernas adormecidas. Ya sabes, como le sucede… después.
Percy lo sabía. Se acercó a Juniper para acariciar su mejilla con el dorso de los dedos.
Su hermana parecía muy pequeña, indefensa, inofensiva cuando dormía.
—No la despiertes.
—No creo que sea posible —opinó Percy, señalando el frasco de píldoras de su padre, que se encontraba junto a la cama.
—Te has cambiado de ropa —dijo Saffy, rozando el pantalón de Percy.
—Sí.
—¿Vas a salir?
Percy asintió. Si Juniper había seguido el camino correcto después de bajar del autobús, suponía que el motivo de su amnesia, aquello que había manchado su ropa, había sucedido cerca de casa. Debía cerciorarse de inmediato. Linterna en mano, bajaría por el sendero tratando de descubrirlo. No quería especular, tenía la obligación de aclararlo. En realidad, agradecía esa tarea. Un objetivo claro la ayudaría a dominar el miedo, evitaría que su imaginación se descontrolara. La situación, por sí misma, ya era complicada. Contempló la cabeza de Saffy, sus hermosos rizos, y frunció el ceño.
—Prométeme que mientras esté fuera harás algo más que pasar el tiempo ahí sentada, llena de preocupación.
—Pero…
—Lo digo en serio, Saffy. Ella dormirá varias horas. Baja, escribe, trata de mantener tu mente ocupada. El pánico no ayudará.
Saffy entrelazó sus dedos con los de Percy.
—Y tú trata de que el señor Potts no te descubra. No levantes mucho la linterna, ya sabes con cuánto celo hace que se cumpla el apagón.
—Lo haré.
—Y también ten cuidado con los alemanes.
Percy liberó sus dedos. Para disimular la brusquedad del gesto se llevó las dos manos a los bolsillos y replicó con ironía:
—Si tuvieran algo de inteligencia, en una noche como esta deberían quedarse abrigados en la cama.
Saffy intentó sonreír, pero solo lo consiguió a medias. Nadie podía culparla. En la habitación acechaban viejos fantasmas. Percy reprimió un temblor y se dirigió a la puerta.
—¿Recuerdas cuando dormíamos aquí, Perce?
Ella se detuvo, buscó el cigarrillo que había liado antes.
—Vagamente.
—Era bueno estar aquí juntas.
—Recuerdo que tenías mucha prisa por estar en el piso de abajo.
Saffy sonrió, pero su rostro estaba lleno de tristeza. Evitó la mirada de su hermana, fijó sus ojos en Juniper.
—Tenía prisa por crecer, por salir de aquí.
Percy sintió un dolor en el pecho. Luchó por controlar sus sentimientos. No quería recordar a la niña que su hermana gemela había sido antes de que su padre la destruyera, cuando tenía talento, sueños y todas las posibilidades de cumplirlos. En aquel momento no. Nunca, si podía evitarlo. Era demasiado doloroso.
En el bolsillo del pantalón llevaba los trozos de papel que había encontrado por pura casualidad cuando preparaba la botella de agua caliente. Buscando cerillas, había levantado la tapa de una sartén y allí estaban. La carta de Emily hecha pedazos. Gracias a Dios, la había encontrado. Lo último que necesitaban era que Saffy se entregara a su antiguo dolor. Bajaría la escalera y los quemaría en algún punto de su recorrido.
—Volveré dentro de un rato, Saffy…
—Creo que Juniper nos abandonará.
—¿De qué hablas?
—Planea marcharse.
¿Por qué motivo su hermana decía algo semejante? ¿Y por qué en aquel momento?
—Le preguntaste sobre él —dijo Percy, con el corazón acelerado.
Saffy se quedó pensativa lo suficiente para que su gemela confirmara sus sospechas.
—¿Tiene planeado casarse?
—Dice que está enamorada —dijo Saffy, suspirando.
—No lo está.
—Ella cree que sí.
—Te equivocas, no se casará —aseguró Percy con altivez—. Sabe lo que hizo papá, sabe lo que eso significaría.
Saffy sonrió con tristeza.
—El amor hace que las personas cometan actos de crueldad.
La caja de cerillas cayó de la mano de Percy. Ella se agachó para recogerla del suelo. Cuando se irguió, Saffy la observaba con una extraña expresión, como si tratara de explicar una idea compleja o encontrar la solución de un gran enigma.
—Percy, ¿crees que vendrá?
—¿Cómo puedo saberlo? —respondió su hermana, después de encender el cigarrillo. A continuación, se dirigió hacia la escalera.
* * *
La posibilidad había asomado poco a poco. El malhumor de su hermana durante la tarde había sido lamentable, aunque no excepcional. Por ese motivo no le había dado demasiada importancia, solo le había preocupado que arruinara la cena que con tanta dedicación había organizado. Pero luego se había marchado a la cocina, con la excusa de buscar una aspirina, y cuando volvió con el vestido manchado al cabo de un rato dijo que había salido porque había oído ruidos fuera. Y cuando Saffy le preguntó si había encontrado la aspirina, la miró desconcertada, como si hubiera olvidado por completo que la necesitaba. Ahora, la obstinada firmeza con que insistía en que Juniper no se casaría…
No.
Basta.
Percy podía ser dura, e incluso grosera, pero no era capaz de algo semejante. Saffy no podía creerlo. Su hermana gemela adoraba el castillo, pero nunca a expensas de su propia humanidad. Era valiente, honesta y honorable. Se arriesgaba a entrar en los cráteres que abrían las bombas para salvar vidas. Por otra parte, no era Percy la que había aparecido manchada con la sangre de otra persona.
Saffy se estremeció. Se puso de pie, súbitamente. Percy tenía razón. No debía permanecer en silenciosa vigilia mientras Juniper dormía. Habían sido necesarias tres de las píldoras que tomaba su padre para que se rindiera la pobrecita, y no despertaría antes de que transcurrieran varias horas.
Se resistía a dejarla en ese estado, indefensa y vulnerable, ignorando su instinto maternal. Sin embargo, sabía que permanecer allí significaba alentar el pánico. Su mente ya consideraba espantosas posibilidades: Juniper no tenía amnesia excepto cuando padecía algún trauma, después de ver o hacer algo que excitara sus sentidos, que hiciera latir su corazón más rápido de lo debido. Este razonamiento, sumado a las manchas de sangre en su blusa y el aire afligido con que había llegado…
No.
Basta.
Saffy se apoyó las manos en el pecho. Trató de aliviar el nudo que el miedo había formado allí. No era momento para sucumbir al pánico. Debía permanecer serena. Ignoraba aún muchas cosas, pero sabía con certeza que no podría ayudar a Juniper si no lograba dominar su propio miedo.
Decidió bajar y seguir escribiendo su novela, tal como Percy le había sugerido. Una hora en la encantadora compañía de Adele era lo que necesitaba. Juniper estaba a salvo, Percy descubriría lo que fuera preciso descubrir, y a Saffy no le entraría el pánico.
No debía hacerlo.
Alisó la manta y arropó a Juniper. Su hermana no se movió, dormía muy profundamente, como un niño cansado después de pasar el día bajo el sol, junto al mar.
Había sido una niña muy especial. De pronto recordó una imagen: Juniper, con las piernas delgadas como palillos; el vello rubio brillaba bajo el sol del verano. En cuclillas, con las rodillas arañadas, los pies descalzos y polvorientos sobre la tierra reseca. Encaramada en una vieja cañería de desagüe, garabateaba el suelo con un palo, buscando la piedra perfecta para arrojar a través de la reja.
Una cortina de agua se deslizó por la ventana y la niña, el sol, el olor a tierra seca se volvieron borrosos y desaparecieron. El ático mohoso y en penumbra seguía allí. El lugar donde Percy y Saffy habían compartido la niñez, entre cuyas paredes aquellos bebés llorones se habían transformado en niñas caprichosas. No habían dejado muchas pruebas de su estancia. Solo la cama, la mancha de tinta en el suelo, la repisa junto a la ventana donde ella había…
¡No!
¡Basta!
Saffy apretó los puños. Miró el frasco de píldoras. Reflexionó un instante, luego quitó la tapa y dejó caer una en su mano. La ayudaría a relajarse.
Dejó la puerta entreabierta y bajó con cuidado la estrecha escalera.
Detrás, en el ático, las cortinas ondularon.
Juniper se estremeció.
Un vestido largo brillaba sobre la puerta del armario, como un espectro pálido y olvidado.
* * *
No había luna, llovía y, a pesar de llevar el impermeable y las botas, Percy se había empapado. Para empeorar las cosas, la linterna hacía lo que le daba la gana. Se detuvo en el sendero embarrado y le dio un golpe. La pila hizo un ruido, la luz parpadeó y alentó sus esperanzas. Luego se apagó por completo.
Percy maldijo por lo bajo y con la muñeca apartó el mechón que le caía sobre la frente. No sabía bien qué buscaba, pero quería encontrarlo sin dilación. A medida que se alejaba del castillo era menos probable controlar el asunto. Y debía estar bajo control.
Entrecerró los ojos y trató de distinguir algo a través de la lluvia.
Si el arroyo seguía creciendo, a la mañana siguiente el puente ya no estaría en su sitio. Volvió la cabeza más hacia la izquierda, percibió la severa, maciza presencia del bosque Cardarker. Oyó el viento artero que agitaba las copas de los árboles.
Intentó encender la linterna una vez más. La muy maldita la ignoró. Siguió caminando hacia el camino con cautela, mirando atentamente, en la medida de lo posible.
Un rayo tiñó el cielo de blanco. Los campos inundados se replegaron; los árboles retrocedieron; el castillo, cruzado de brazos, parecía desilusionado. Percy se sintió completamente sola. El frío y la lluvia asolaban por fuera y por dentro.
Lo vio cuando el resplandor se atenuaba. Una silueta en el camino. Muy quieta.
Oh, Dios. El tamaño, la forma de un hombre.