Percy atravesó el pasillo a toda prisa. No toleraba haberse comportado de un modo tan estúpido. Tenía previsto quemar la carta de Emily inmediatamente, y en cambio había permitido que el encuentro con Lucy la desconcertara tanto como para dejarla en el bolsillo. Peor aún, se la había entregado directamente a Saffy, la persona a quien quería ocultársela. Bajó la escalera rápidamente y llegó a la cocina cargada de vapor. Había recordado esa carta cuando Saffy aludió a Matthew, el marido de Emily. ¿Era prematuro lamentar el olvido, preguntarse qué pacto demoniaco debería hacer para recuperarla?
Se detuvo delante de la mesa. El pantalón ya no estaba donde lo había dejado. El corazón comenzó a golpear como un martillo en su pecho. Se esforzó por contenerlo, el pánico no la ayudaría. Además, nada terrible había sucedido. Era evidente que Saffy aún no había leído la carta; de lo contrario su conducta en el salón no habría sido tan serena y mesurada. Si supiera que ella seguía en contacto con su prima, no sería capaz de disimular su furia. No todo estaba perdido. Debía encontrar ese pantalón, destruir la evidencia, y las cosas volverían a su antiguo orden.
Recordó haber visto también un vestido sobre la mesa. En algún lugar habría una pila de ropa para lavar. Seguramente no sería difícil encontrarla. Excepto porque, desgraciadamente, Percy nunca había prestado atención a la rutina de lavado de Saffy, un descuido que prometió remediar tan pronto como recuperara esa carta. Comenzó a hurgar en las cestas del estante bajo la mesa, a revolver servilletas, cacerolas y rodillos de amasar con el oído alerta ante la posibilidad de que Saffy se acercara. Aunque era poco probable, Juniper llegaría de un momento a otro y preferiría no alejarse de la puerta. Ella misma quería regresar cuanto antes. Tenía previsto preguntarle de inmediato, sin rodeos, sobre el rumor de la señora Potts.
Había simulado compartir con Saffy la certeza de que Juniper les habría informado de su compromiso, en caso de que fuera cierto, pero en realidad lo dudaba. Era la clase de cosas que se suelen contar, pero Juniper —tan adorable como extravagante— no actuaba como la mayoría de las personas. Y no solo por los episodios y las amnesias. Desde niña le agradaba frotar sus globos oculares con piedras de textura lisa, el extremo del rodillo de amasar de la cocinera o la pluma preferida de su padre. Varias niñeras habían renunciado debido a su obstinación incurable y a la negativa a reconocer que sus ilusiones no eran más que eso, el producto de su imaginación. Una sola vez lograron convencerla para que se calzara, y había insistido en llevar los zapatos al revés.
La extravagancia no era motivo de preocupación para Percy. Al fin y al cabo, en la familia todas las personas valiosas tenían una pizca de excentricidad. Su padre había tenido sus fantasmas, Saffy tenía sus pánicos, ni siquiera ella misma podía presumir de ser absolutamente normal. No, la extravagancia no era un problema, no le había impedido cumplir con su obligación: proteger a Juniper de sí misma. Su padre le había encomendado esa tarea. Había dicho que Juniper era especial, todos tenían el deber de velar por ella. Así lo habían hecho, hasta ese momento. Se habían especializado en reconocer las ocasiones en que las mismas características que alimentaban su talento parecían a punto de convertirse en una furia aterradora. Raymond le había permitido descargar esa furia sin restricciones: «Es pasión, desenfrenada y sincera pasión», solía decir, con admiración en la voz. Sin embargo, había tomado la precaución de hablar con sus abogados. Percy se sorprendió al descubrir el arreglo, se sintió horriblemente traicionada, repitió una y otra vez «¡No es justo!», pero pronto lo aceptó. Su padre tenía razón, era lo mejor para todos. Y ella adoraba a Juniper, tanto como los demás. Por su hermana pequeña estaba dispuesta a todo.
Percy oyó un ruido en el piso de arriba. Permaneció inmóvil, contemplando el techo. En el castillo abundaban los ruidos, bastaba con repasar la lista de los más frecuentes. Pero este era demasiado enérgico, no parecía proceder de los caseros. Allí estaba otra vez. Supuso que eran pasos. ¿Saffy se acercaba? Contuvo el aliento hasta que los pasos se alejaron.
Entonces se incorporó cautelosamente y revisó la cocina con mayor desesperación. No había ni rastro de la maldita ropa. Encontró unas escobas y una fregona en un rincón, botas de lluvia junto a la puerta trasera, unos cuencos en el fregadero, y sobre el horno, una cacerola y una marmita.
¡Por supuesto! Saffy había mencionado alguna vez la marmita y la ropa para lavar, antes de pasar al tema de esas manchas imposibles de quitar y de reprenderla por su negligencia. Percy se dirigió apresuradamente al horno, echó un vistazo dentro de la marmita y, ¡bingo!, allí estaba su pantalón.
Aliviada y sonriente, giró hacia un lado y otro la prenda empapada en busca de los bolsillos, metió la mano y empalideció: estaban vacíos.
Desde arriba llegó otro ruido. De nuevo eran pasos, los de Saffy. Percy maldijo en voz baja, se recriminó su estupidez y calló para seguir los movimientos de su hermana.
Los pasos se acercaban. Se oyó un ruido enérgico. Los pasos cambiaron de dirección. Percy aguzó el oído. ¿Habría alguien en la puerta?
Silencio. Ningún grito urgente de Saffy. Entonces, nadie había llamado a la puerta, su ausencia habría sido inadmisible si los visitantes hubieran llegado.
Quizás era otra vez el postigo; lo había ajustado con la llave inglesa más pequeña —sin caja de herramientas a mano, no pudo hacerlo mejor—, y fuera todavía soplaba un vendaval. Tendría que añadirlo a la lista de reparaciones pendientes.
Percy inspiró profundamente y dejó escapar un suspiro abatido. El pantalón se hundió de nuevo en la marmita. Habían pasado unos minutos de las ocho, Juniper llegaba con retraso, y la carta podía encontrarse en cualquier lugar. Tal vez Saffy la había tirado a la basura. Esa posibilidad le dio ánimo. Al fin y al cabo, no eran más que trozos de papel. A esas alturas, probablemente ya se habían convertido en ceniza.
No disponía de tiempo para rastrear la casa tratando de encontrarla. Tampoco podía preguntar a Saffy sobre el tema, se estremeció solo de pensarlo. Lo mejor sería regresar al salón y esperar a Juniper.
Entonces resonó un trueno, tan potente que incluso Percy, en las entrañas del castillo, se estremeció. A continuación, se oyó otro ruido, más suave, más cercano. Parecía llegar desde el exterior; le dio la impresión de que alguien arañaba los muros y los golpeaba a intervalos regulares en busca de la puerta de atrás.
El invitado de Juniper llegaría en cualquier momento.
Tal vez una persona ajena al castillo, durante el apagón, en medio de la oscuridad y la tormenta, trataba de encontrar una entrada. A pesar de que era improbable, Percy se sintió obligada a comprobarlo. No podía permitir que deambulara bajo la lluvia.
Con los labios apretados echó un último vistazo a la cocina: distinguió alimentos imperecederos alineados en un estante, un paño arrugado, la tapa de una cacerola, nada remotamente parecido a un montón de papeles rotos. Entonces buscó la linterna en el botiquín de primeros auxilios, se echó un impermeable sobre el vestido y abrió la puerta de atrás.
* * *
Juniper tenía que haber llegado hacía dos horas. Saffy estaba verdaderamente preocupada. Un retraso del servicio de ferrocarril, el cambio de un neumático del autobús, un control policial en el camino, cualquier eventualidad de ese tipo era previsible. Y con toda seguridad, en una noche de tormenta los aviones enemigos no causarían problemas. Pese a todo, las reflexiones sensatas no podían imponerse a la angustia de una hermana mayor. Hasta que Juniper no atravesara la puerta sana y salva, buena parte de los pensamientos de Saffy seguirían espoleados por el miedo.
Mordisqueando su labio inferior, se preguntó qué novedades traería su hermana cuando por fin atravesara el umbral. Había sido honesta al decir que Juniper no estaba comprometida, pero desde que Percy la dejara a solas en el salón principal comenzó a reflexionar sobre esa posibilidad. La broma sobre la escena inverosímil de Juniper vestida de blanco había despertado sus dudas. Incluso mientras Percy asentía enérgicamente, la imagen del traje de novia comenzó a transformarse —como un reflejo ondulante en el agua— en otra, mucho menos improbable. La que Saffy había vislumbrado al ponerse manos a la obra con aquel vestido.
A partir de entonces, las piezas encajaron rápidamente en su sitio. Juniper le había pedido que arreglara el vestido. ¿Para una ocasión tan trivial como una cena? No, para una boda. La suya, con ese tal Thomas Cavill al que conocerían esa misma noche. Un hombre de quien hasta el momento nada sabían, salvo que su hermana lo había invitado a cenar. Se habían conocido durante un ataque aéreo, gracias a un amigo común; era maestro y escritor. Saffy se esforzó por recordar el resto de la carta, las palabras exactas que había utilizado Juniper, el giro de la frase que insinuaba que el caballero en cuestión en cierto modo le había salvado la vida. ¿Era producto de su imaginación? ¿Tal vez una de las licencias poéticas de Juniper, una floritura dirigida a obtener el favor de sus hermanas?
En el diario no se decía mucho sobre él, las referencias eran escasas y en absoluto biográficas. Se describían los sentimientos, los deseos, los anhelos de una mujer adulta. Una mujer que Saffy no reconocía, que la avergonzaba: una mujer mundana. Si a ella le resultaba difícil acomodarse a la transición, sería casi imposible lograr que Percy la aceptara. Para su gemela, Juniper siempre sería la hermanita a la que debía consentir y proteger, a la que podía alegrar o persuadir con una simple bolsa de caramelos.
Saffy esbozó una sonrisa triste y afectuosa al pensar en su obstinada gemela, que seguía dispuesta a luchar con uñas y dientes para que la voluntad de su padre fuera respetada. Pobre, querida Percy, tan inteligente en ciertos aspectos, valiente y generosa, más fuerte que una roca, y aun así incapaz de liberarse de las imposibles expectativas de su progenitor. Ella, en cambio, había dejado de esforzarse por complacerlo hacía mucho tiempo.
Sintió un escalofrío. Se frotó las manos. Entonces se cruzó de brazos, adoptó una actitud decidida. Debía ser fuerte, por el bien de Juniper. A diferencia de Percy, ella conocía la fuerza de la pasión.
La puerta se abrió de pronto y apareció Percy. Una corriente de aire volvió a cerrarla, de golpe, a sus espaldas.
—Llueve a cántaros —comentó, secándose una gota en la punta de la nariz, otra en la barbilla. Se sacudió el pelo empapado y añadió—: Oí ruidos por aquí, hace un rato.
Saffy pestañeó, muy sorprendida. Comenzó a hablar como si recitara:
—Era el postigo. Lo arreglé, aunque no soy muy hábil con las herramientas. Percy, ¿dónde diablos estabas?
Saffy observó atentamente el vestido de su hermana, empapado y cubierto de barro, y su cabello salpicado, aparentemente, de hojas. Se preguntó en qué se habría entretenido.
—¿Ya no te duele la cabeza?
—¿De qué hablas? —preguntó Percy desde el mueble bar.
Percy había recogido los vasos y servía otra ronda de whisky.
—De tu dolor de cabeza. ¿Encontraste la aspirina?
—Sí, gracias.
—Te he esperado durante un buen rato.
Percy le ofreció un vaso a Saffy.
—Me pareció oír algo fuera; pensé que se trataba de Poe, asustado por la tormenta. Al principio supuse que era el amigo de Juniper. ¿Cómo se llama?
—Thomas —respondió Saffy. Bebió un trago—. Thomas Cavill. —Tal vez fuera su imaginación, pero le parecía que su hermana evitaba mirarla a los ojos—. Espero que…
—No te preocupes —interrumpió Percy. Hizo girar el vaso y añadió—: Seré amable con él. Si es que llega.
—No debes prejuzgarlo por llegar tarde.
—¿Por qué no?
—Es culpa de la guerra. Ya nada funciona como es debido. Juniper tampoco ha llegado.
Percy cogió el cigarrillo que había apoyado en el borde del cenicero antes de marcharse.
—No me sorprende en absoluto.
—Llegará de un momento a otro.
—Si existe.
Curioso comentario. Confundida, preocupada, Saffy se acomodó un rizo rebelde detrás de la oreja. Se preguntó si era una de las típicas ironías de Percy, que ella solía interpretar literalmente. Ignoró un incipiente malestar y decidió tomar el comentario como una broma.
—Espero que sí. Si solo fuera fruto de su imaginación, la mesa quedaría horriblemente desequilibrada —replicó. Se sentó en el extremo del diván e intentó relajarse. Pero la inquietud que anteriormente invadía a Percy parecía haberse trasladado a ella.
—Pareces cansada —dijo Percy.
—Lo estoy. Si me pongo en movimiento, tal vez me reanime —sugirió Saffy tratando de adoptar un aire despreocupado—. Iré a la cocina y…
—No.
El vaso de Saffy cayó. El whisky se derramó sobre la alfombra, salpicando de marrón la superficie azul y roja.
Percy recogió el vaso vacío.
—Lo siento. Solo quería…
—Qué tonta soy —dijo Saffy al ver una mancha húmeda en su vestido—. Muy tonta.
Entonces llamaron a la puerta.
Las hermanas se levantaron al unísono.
—Juniper —dijo Percy.
Ante una afirmación tan rotunda, Saffy tragó saliva.
—Tal vez sea Thomas Cavill.
—Tal vez.
—En cualquier caso, deberíamos abrir la puerta.