18
Los vencedores

Fue como si una parálisis vocal se hubiese apoderado de todos ellos. Incluso Rik, con la incredulidad en los ojos, se limitaba a mirar sin expresión, primero a Valona, después a Terens.

Y de repente el silencio quedó roto por la estentórea risa de Steen.

—¡Lo creo! ¡De veras! —exclamó—. Lo he dicho siempre. Dije que el indígena estaba a sueldo de Fife. Eso demuestra la clase de hombre que es Fife. ¡Le paga a un indígena para…!

—¡Eso es una mentira infernal!

No era Fife quien había hablado, sino el Edil. Estaba de pie, sus ojos brillaban con intenso fuego.

Abel, que de todos ellos parecía el menos agitado, preguntó:

—¿Qué es eso?

Terens se quedó mirándole un momento, sin comprender después dijo, riendo:

—Lo que ha dicho el señor. No estoy a sueldo de ningún sarkita.

—¿Y lo que ha dicho la muchacha? ¿Es mentira también?

—No —dijo Terens, después de haber mojado sus secos labios con la punta de la lengua—. Esto es verdad. Yo soy el autor de la psicoprueba. No me mires así, Lona… —añadió apresuradamente—. No quería hacerle daño. No quería nada de todo lo que ha ocurrido.

Y volvió a sentarse.

—Todo esto parece una estratagema —dijo Fife—. No sé qué están ustedes planeando exactamente, Abel, pero, ante todo lo que ocurre, parece imposible que este criminal pueda haber incluido este crimen en su repertorio. Es definitivo que sólo un Gran Señor puede haber tenido los conocimientos y facilidades necesarias. ¿O es que quieren sacar a este Steen del gancho preparando una falsa confesión?

Terens, con las manos juntas y apretadas, se inclinó hacia delante.

—No recibo dinero de Trantor tampoco —dijo.

Fife no le hizo caso. Junz fue el último en volver en sí. Durante algunos minutos le fue imposible admitir el hecho de que el Edil no estaba en realidad en la misma habitación que él, que estaba en algún otro lugar de la embajada de Trantor, que sólo podía verlo en imagen y forma, no más que Fife, que estaba a veinte millas de allí. Quería acercarse al Edil, agarrarle por el hombro, hablarle a solas, pero no podía.

—Me parece inútil discutir antes de oír lo que dice —dijo—. Vamos a ver los detalles. Si es realmente el psicoprobador, necesitamos detalles. Si no lo es, los detalles que tratará de darnos lo demostrarán.

—Si quieren saber lo ocurrido —dijo Terens—, se lo diré. Callarlo por más tiempo no puede serme ya de ninguna utilidad. Se trata de Sark y Trantor, al fin y al cabo, y del Espacio con ellos. Esto me dará por lo menos la oportunidad de exponer algunas cosas a la luz.

Señaló a Fife con profundo desprecio.

—Aquí tienen al Gran Señor. Sólo un Gran Señor, dice este Gran Señor, puede tener los conocimientos y facilidades necesarios para efectuar una psicoprueba como ésta. Y lo cree, además. Pero ¿qué sabe? ¿Qué sabe ninguno de los sarkitas?

»¡No son dueños del gobierno! ¡Son los florinianos! ¡El Servicio Civil floriniano! Tienen los papeles, archivan los papeles. Y son los papeles los que gobiernan Sark. Desde luego, la mayoría de nosotros estamos demasiado maltratados para rebelarnos, pero ¿saben ustedes lo que somos capaces de hacer si queremos, incluso ante las narices de esos malditos Señores? Bien, pues verán lo que he hecho yo.

»Hace un año era director de tránsito en el espacio-puerto. Formaba parte de mi instrucción. Figura en los registros. Tendrán ustedes que profundizar un poco para encontrarlo porque el director titular de tránsito es un sarkita. Él tiene el título pero yo hacía el trabajo. Mi nombre pueden encontrarlo en la sección especial titulada Personal Indígena. Ningún sarkita hubiera querido ensuciarse los ojos leyéndola.

»Cuando el CAEI mandó el mensaje del analista del espacio al puerto con la indicación de que fuese a recibir la nave con una ambulancia, yo lo recibí. Transmití lo que era seguro. Lo de la destrucción de Florina no lo transmití.

»Me las arreglé para recibir al analista en un pequeño aeropuerto suburbano y pude hacerlo fácilmente. Todos los hilos y resortes que controla Sark pasaban por mis dedos. Yo estaba en el Servicio Civil, recuérdenlo. Un Gran Señor que hubiese querido hacer lo que hice yo no hubiera podido, a menos que ordenase a algún floriniano que lo hiciese en su lugar. Yo podía hacerlo sin la ayuda de nadie. Tenía los conocimientos y los resortes.

»Recogí al analista del espacio y lo oculté de Sark y del CAEI. Saqué de él todas las informaciones que pude y me dispuse a utilizarlas en favor de Florina y contra Sark.

—¿Mandó usted aquellas primeras cartas? —salió como a la fuerza de los labios de Fife.

—Mandé aquellas primeras cartas, Gran Señor —dijo Terens con calma—. Creí poder obtener el control de una cantidad suficiente de kyrt y tierras de cultivo para poder tratar con Trantor en mis condiciones y echarles a ustedes del planeta.

—Estaba usted loco.

—Quizá. En todo caso, no salió bien. Yo le había dicho al analista del espacio que era el Señor de Fife. Tenía que hacerlo, porque sabía que Fife era el hombre más importante del planeta y mientras creyese que yo era Fife estaba dispuesto a hablar claramente. Me reía pensando que imaginaba; que Fife estaba deseoso de hacer cuanto fuese conveniente para Florina.

»Desgraciadamente, era más impaciente que yo. Insistía en que cada día que pasaba era una calamidad, mientras yo sabía que mis proyectos acerca de Sark necesitaban tiempo por encima de todo. Llegó un momento en que me fue imposible detenerlo por más tiempo y tuve que acudir a la prueba psíquica. Podía procurarme el instrumento. La había visto practicar en los hospitales. Sabía algo acerca de ello. Desgraciadamente, no lo bastante.

»Dispuse la prueba para borrar la ansiedad de las capas superficiales de su cerebro. Es una operación sencilla. Sigo ignorando qué ocurrió. Creo que la angustia se profundizaba más y más, y la prueba automáticamente la siguió, penetrando en lo más consciente de su cerebro con ella. Me encontré con un ser desprovisto totalmente de cerebro en mis manos… Lo siento, Rik.

Rik había estado escuchando intensamente, y con voz triste dijo:

—No hubiera usted debido interferir en mí, Edil, pero comprendo cuáles debieron ser sus sentimientos…

—Sí —dijo Terens—; ha vívido usted en el planeta. Conoce a los patrulleros y a los Nobles, y sabe la diferencia que hay entre Ciudad Alta y Ciudad Baja.

De nuevo reanudó el relato de lo ocurrido.

—Así, pues, me encontraba con un analista del espacio absolutamente indefenso en mis manos. No podía abandonarlo para que cualquiera lo encontrase y descubriese su identidad. No podía matarle. Estaba seguro de que su memoria volvería y yo necesitaba su ayuda, sin contar con que matarlo hubiera sido traicionar la buena voluntad de Trantor y del CAEI, que eventualmente podía serme necesaria. Además, en aquellos tiempos era incapaz de matar.

»Me las arreglé para hacerme nombrar Edil en Florina y me llevé al analista del espacio con papeles falsos. Hice que lo encontrasen y busqué a Valona para que se hiciera cargo de él. Posteriormente, ya no hubo más peligro que aquella vez por el médico. Entonces, tenía que entrar en las centrales de energía de Ciudad Alta, lo cual no era imposible. Los ingenieros eran sarkitas, pero los mecánicos eran florinianos. En Sark había aprendido lo suficiente sobre mecánica para saber disminuir la intensidad de la energía. Necesité tres días para encontrar el tiempo necesario. Después de eso, podía matar con facilidad. Jamás supe, no obstante, que el doctor conservaba un duplicado de sus ficheros en sus dos dispensarios. Ojalá lo hubiese sabido.

Desde donde estaba sentado, Terens podía ver el cronometro de Fife.

—Entonces, hace cien horas…

—Me parece que hace cien años… —Rik empezó a recordar de nuevo.

—Y ya saben ustedes toda la historia —culminó Terens.

—No —dijo Junz—, no la sabemos. ¿Cuáles son los detalles de la historia del analista del espacio sobre la destrucción planetaria?

—¿Cree usted que entendí los detalles de lo que tenía que decir? Era una especie de…, perdóneme, locura de Rik.

—¡No lo era! —saltó Rik—. ¡No podía serlo!

—El analista del espacio tenía una nave… ¿Dónde está?

—En los depósitos de desguace desde hace tiempo —dijo Terens—. Se dictó una disposición para desmontarla. Mi superior la firmó. Un sarkita no lee nunca lo que firma, desde luego. Fue desguazada sin discusión.

—¿Y los papeles de Rik? Ha dicho antes que le enseñó sus papeles.

—Entréguenos a este hombre —dijo Fife súbitamente y averiguaremos lo que sabe.

—No —dijo Junz—. Su primer crimen fue contra el CAEI. Raptó y enajenó la mente de un analista del espacio. Nos pertenece.

—Junz tiene razón —dijo Abel.

—Ahora, escuchen —dijo Terens—. No diré una palabra sin garantías. Sé dónde están los papeles de Rik. Están donde ni un sarkita ni un trantoriano podrán encontrarlos jamás. Si los quieren ustedes, tendrán que reconocerme como refugiado político. Todo lo que he hecho ha sido por mero patriotismo, por servir las necesidades de mi planeta. Un sarkita o un trantoriano puede reclamar que se le reconozca su patriotismo, ¿por qué no un floriniano?

—El embajador —dijo Junz— ha dicho que sería usted entregado al CAEI. Puedo asegurarle que no se le pondrá a disposición de Sark. Será usted procesado por el tratamiento a que sometió al analista. No puedo garantizar el resultado, pero si está usted dispuesto a cooperar ahora con nosotros, eso contará en su favor.

Terens miró interrogativamente a Junz. Después dijo:

—Correré ese riesgo con usted, doctor… Según el analista del espacio, el sol de Florina está en fase prenova,

—¡Cómo! —La exclamación o su equivalente salió de todos los labios menos de los de Valona.

—Está a punto de estallar y hacer «bum» —añadió Terens sarcásticamente—. Y el día que esto ocurra todo Florina hará «bum» también y se disolverá como una bocanada de humo.

—No soy analista del espacio —dijo Abel—, pero he oído decir que no hay manera de predecir cuándo una estrella hará explosión.

—Es verdad. Sólo hasta ahora, sin embargo. ¿Le ha explicado Rik qué le hace pensarlo? —preguntó Junz.

—Supongo que sus papeles lo demostrarán. Lo único que puedo recordar es algo acerca de una corriente de carbono.

—¿Cómo?

—Iba diciendo: «La corriente de carbono del espacio. La corriente de carbono del espacio…». Esto y las palabras «efecto catalítico».

Steen se echó a reír. Fife frunció el ceño. Junz miraba fijamente.

—Perdonen —dijo este último—. Vuelvo enseguida.

Salió de los límites del tubo receptor y se desvaneció. A los quince minutos estaba de vuelta y dirigió una mirada circular de estupefacción. Sólo Abel y Fife estaban presentes.

—¿Dónde…? —pregunto.

—Le hemos estado esperando, doctor Junz —dijo Abel al instante—. El analista del espacio y la muchacha están camino de la Embajada. La conferencia ha terminado.

—¡Terminado! ¡Por la Gran Galaxia, si no ha hecho más que empezar! Tengo que explicarles las posibilidades de novaformación.

—No es necesario, doctor —dijo Abel agitándose nervioso en su silla.

—Es muy necesario. Es esencial. Deme cinco minutos.

—Déjenme hablar —dijo Abel sonriendo.

—Tomémoslo desde el principio —dijo Junz—. Según los más primitivos anales científicos de la civilización galáctica, ya se sabía que las estrellas recogen su energía de las transformaciones nucleares de su interior. Era también sabido que, dado lo que sabemos de las condiciones del interior de las estrellas, dos tipos, y sólo dos tipos de transformaciones nucleares pueden suministrar la energía necesaria. Ambas comportan la conversión de hidrógeno en helio. La primera transformación es directa; dos átomos de hidrógeno y dos neutrones se combinan para formar un núcleo de helio. La segunda es indirecta, con distintas fases. Termina con el hidrógeno convirtiéndose en helio, pero en las fases intermedias intervienen los núcleos de carbono. Estos núcleos de carbono no se consumen, se forman de nuevo a medida que se producen las transformaciones, de manera que una cantidad insignificante de carbono puede utilizarse una y otra vez, sirviendo para convertir una gran cantidad de hidrógeno en helio. En otras palabras, el carbono actúa como catalizador. Todo eso se sabía desde los tiempos de la prehistoria, desde los tiempos en que la raza humana estaba limitada a un solo planeta…, si es que ese tiempo ha existido jamás.

—Sí, todos lo sabemos —dijo Fife—. Me parece que lo que hace usted únicamente es hacernos perder el tiempo.

—Pero eso es lo único que sabemos. Utilicen las estrellas una u otra de las transformaciones, o ambas, los procesos nucleares no han quedado determinados nunca. Siempre han existido escuelas de pensamiento mantenedoras de una de las dos alternativas. Generalmente la opinión se ha inclinado por la conversión directa del hidrógeno en helio, por ser la más sencilla de las dos.

»Ahora bien, la teoría de Rik puede ser ésta. La conversión directa hidrógeno-helio es la fuente normal de la energía estelar, pero en determinadas condiciones se añade la catálisis del carbono, acelerando el proceso, dándole velocidad, calentando la estrella.

»Hay corrientes en el espacio. Esto lo saben ustedes muy bien. Algunas de ellas son corrientes de carbono. Las estrellas que atraviesan estas corrientes absorben un sinnúmero de átomos. La masa total de átomos absorbidos es sin embargo increíblemente microscópica comparada con el peso de la estrella y no la afecta en modo alguno. ¡A excepción del carbono! Una estrella que pasa a través de una corriente que contenga una concentración anormal de carbono se vuelve inestable. No sé cuántos años o centenares, o millares de años se necesitan para que los átomos del carbono se difundan en el interior de la estrella, pero probablemente se necesita mucho tiempo. Esto quiere decir que la corriente de carbono tiene que ser ancha y una estrella tiene que cortarla en un ángulo muy pequeño. En todo caso, una vez la cantidad de carbono filtrada en el interior de la estrella sobrepasa una determinada magnitud crítica, la radiación de la estrella queda tremendamente afectada. Las capas externas ceden ante una inimaginable presión y se produce una “nova”. ¿Comprenden?

Junz esperó.

—¿Ha explicado usted todo esto en dos minutos como resultado de alguna vaga frase que el Edil recordaba por habérsela oído decir al analista del espacio hace un año? —preguntó Fife.

—Sí. No hay nada sorprendente en ello. El análisis del espació da claramente esta teoría. Si Rik no hubiese venido a comunicárnosla, en breve hubiera venido alguien más. En realidad, se han expuesto ya teorías similares otras veces, pero nunca se consideraron serias. Se expusieron antes de que la técnica del análisis del espacio se hubiese desarrollado y nadie era capaz de explicar la súbita adquisición de un exceso de carbono por la estrella en cuestión.

»Pero ahora sabemos que existen corrientes de carbono. Podemos seguir sus recorridos, descubrir qué estrellas han efectuado una intersección en estos recorridos durante los diez mil últimos años, confrontar todo esto con nuestros archivos de formaciones de “nova” y variaciones de radiación. Esto es lo que Rik debe haber hecho. Éstos debieron ser los cálculos y observaciones que trató de mostrar al Edil. Pero todo esto es ajeno a la cuestión esencial.

»Lo que hay que disponer desde este momento es la inmediata evacuación de Florina.

—Ya sabía yo que acabaríamos en esto —dijo Fife.

—Lo siento, Junz —dijo Abel—, pero eso es totalmente imposible.

—¿Por qué es imposible?

—¿Cuándo tiene que estallar el sol de Florina?

—No lo sé. A juzgar por la ansiedad demostrada por Rik hace un año, diría que tenemos muy poco tiempo.

—Pero ¿no puede usted adelantar una fecha?

—Desde luego que no.

—¿Cuándo cree usted poder avanzarla?

—Es imposible decirlo. Aunque dispusiese de los cálculos de Rik, sería necesario comprobarlo todo de nuevo.

—¿Podría usted garantizar que la teoría del analista del espacio resultaría exacta?

—Personalmente, estoy convencido de ello —dijo Junz frunciendo el ceño—, pero no hay ningún científico que pueda garantizar una teoría por adelantado.

—Entonces, ¿resulta que quiere evacuar Florina por una simple especulación?

—Creo que el riesgo de ver toda la población de un planeta aniquilada no es de los que se pueden correr.

—Si Florina fuese un planeta ordinario, estaría de acuerdo con usted. Pero Florina contiene todo el suministro de kyrt de la Galaxia. Es imposible hacerlo.

—¿Es éste el acuerdo a que llegó usted con Fife mientras estuve ausente? —dijo Junz con cólera.

—Déjeme que se lo explique, doctor Junz —intervino Fife—. El gobierno de Sark no consentirá nunca evacuar Florina aunque el CAEI proclame tener pruebas de esa teoría «nova» suya. Trantor no puede obligarnos, porque así como la Galaxia puede apoyar una guerra contra Sark con el propósito de mantener el comercio de kyrt, jamás la apoyará con el propósito de acabar con él.

—Exacto —dijo Abel—. Temo que ni nuestro mismo pueblo nos apoyaría en una guerra de esta especie.

Junz sentía que la repulsión iba creciendo en él. ¡Un planeta lleno de hombres no significaba nada ante los dictados de una necesidad económica!

—Escúchenme —dijo—. Aquí no se trata de un planeta, sino de toda la Galaxia. Cada año se originan veinte «novas» en el seno de la Galaxia. Además, unas dos mil estrellas entre los cien billones de la Galaxia cambian sus características de radiación lo suficiente para hacer inhabitables todos los planetas de su sistema. Los seres humanos ocupan un millón de sistemas estelares de la Galaxia. Esto quiere decir que, por término medio, cada cincuenta años alguno de los planetas habitados de la Galaxia aumenta de temperatura hasta el punto en que la vida se hace imposible en él. Estos casos son sólo datos históricos. Cada cinco mil años, un planeta habitado tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de convertirse en gas por una «nova».

»Si Trantor no hace nada por Florina, si permite que se evaporice con todos sus habitantes, servirá de aviso a toda la Galaxia de que cuando les llegue su turno no pueden esperar ayuda, si esta ayuda se cruza en el camino de la conveniencia económica de algunos hombres poderosos. ¿Quiere usted correr este riesgo, Abel?

»Por otra parte, ayude usted a Florina y habrá demostrado que Trantor antepone su responsabilidad ante el pueblo de la Galaxia al mantenimiento de unos meros derechos de propiedad. Trantor ganará con ello una buena voluntad que no conseguirá nunca por la fuerza.

Abel bajó la cabeza. Después la movió desalentado.

—No, Junz. Lo que dice usted me afecta, pero no es práctico. No puedo contar con emociones para contrarrestar el efecto político de toda tentativa de acabar con el comercio de kyrt. Sólo la idea de que pudiese ser verdad haría demasiado daño.

—Pero…, ¿y si es verdad?

—Tenemos que partir de la suposición de que no lo es. Supongo que cuando se ha ausentado usted unos minutos ha sido para ponerse en contacto con el CAEI.

—Sí.

—No importa. Espero que Trantor tenga suficiente influencia para poner fin a sus investigaciones.

—Me parece que no. No a estas investigaciones. Señores, pronto tendremos el secreto del kyrt barato. Dentro de un año no habrá monopolio del kyrt, se produzca o no una «nova».

—¿Qué quiere usted decir?

—La conferencia alcanza ahora su punto esencial, Fife. De todos los planetas habitados, sólo Florina produce kyrt. Sus semillas producen celulosa ordinaria en los demás. Florina es probablemente el único planeta habitado, por una simple cuestión de azar, que es corrientemente prenova y ha sido probablemente prenova desde que por primera vez entró en una corriente de carbono, quizá hace miles de años, si el ángulo de intersección era pequeño. Parece probable, por lo tanto, que el kyrt y la fase prenova vayan juntos.

—Absurdo… —dijo Fife.

—¿Sí? Debe haber alguna razón para que el kyrt sea kyrt en Florina y vulgar algodón en los demás planetas. Los científicos han intentado por todos los medios producir kyrt artificialmente, pero lo han intentado a ciegas y por eso han fracasado siempre. Ahora sabrán que se debe a factores relacionados con un sistema estelar prenova.

—Han intentado duplicar la calidad de radiación en el sol de Fife —dijo éste con desprecio.

—Con arcos de luz apropiados, sí, pero duplicaron sólo el espectro visible y ultravioleta. ¿Qué hay de la radiación infrarroja y más allá? ¿Y de los campos magnéticos? ¿Y de la emisión de electrones? ¿Y de los efectos de los rayos cósmicos? No soy un físico bioquímico, de manera que puede haber factores de los que yo no sé nada. Pero los físicos bioquímicos lo tendrán en cuenta ahora; todos los de la Galaxia. Dentro de un año se habrá encontrado la solución.

»La economía se ha puesto ahora del lado de la humanidad. La Galaxia necesita kyrt barato, y si lo consigue, y se supone que lo encontrará en breve, querrán evacuar Florina, no sólo por humanidad, sino también por el deseo de que las cosas se vuelvan finalmente contra los devoradores de kyrt, los sarkitas.

—«Bluff» —gruñó Fife.

—¿Lo cree usted así, Abel? —preguntó Junz—. Si ayuda a los Nobles, se considerará a Trantor no como salvador del comercio del kyrt, sino del monopolio del kyrt. ¿Quiere usted correr ese riesgo?

—¿Puede Trantor correr el de una guerra? —preguntó Fife.

—¿Una guerra? ¡Absurdo! Dentro de un año sus posesiones no tendrán valor alguno, con «nova» o sin ella. ¡Venda! Venda todo Florina. Trantor puede pagarlo.

—¿Comprar un planeta? —preguntó Abel con desmayo.

—¿Por qué no? Trantor tiene fondos suficientes y el beneficio en buena voluntad del pueblo de todo el universo se lo recompensará mil veces. Si decirles que está usted salvando centenares de millones de vidas no es bastante, dígales que les dará kyrt más barato. Esto surtirá efecto.

—Lo pensaré —dijo Abel, mirando a Fife, que cerraba los ojos.

—Lo pensaré —dijo también éste, después de una pausa. Junz se echó a reír con una risa estridente.

—No lo piense demasiado tiempo. La historia del kyrt no tardará en conocerse. Nada puede detenerlo. Después, ni ustedes ni yo tendremos libertad de acción. Pueden ustedes hacer ahora mejor negocio.

El Edil parecía extenuado.

—¿Es realmente verdad? —iba repitiendo—. ¿Realmente verdad? ¿Se acabará Florina?

—Es verdad —dijo Junz.

Terens abrió los brazos y volvió a dejarlos caer a los lados.

—Si quiere los documentos que obtuve de Rik, están archivados entre estadísticas vitales en mi casa. Se remontan a más de cien años atrás. Nadie irá a buscarlos allí.

—Mire —dijo Junz—, estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo con el CAEI. Necesitamos a un hombre en Florina, alguien que conozca al pueblo de Florina, que pueda decirnos cómo explicarles las cosas, cómo organizar mejor la evacuación, cómo alcanzar los planetas más aptos para su refugio. ¿Quiere ayudarnos?

—¿Y quedarme tranquilo de esa manera, quiere decir? ¿Escapar del asunto del asesinato? ¿Por qué no? —súbitamente aparecieron lágrimas en los ojos de Terens—. Pero salgo perdiendo, de todos modos. No tengo mundo, no tengo hogar. Todos perdemos. Los florinianos pierden su mundo, los sarkitas pierden su riqueza, los trantorianos su posibilidad de poseer aquella riqueza. No hay ganancias en ninguna parte.

—Por lo menos —dijo Junz— con suavidad dése cuenta de que en la nueva Galaxia, una Galaxia libre de la amenaza de la inestabilidad estelar, una Galaxia con el kyrt accesible para todos, una Galaxia en la cual la unificación política será mucho más estrecha, habrá ganancias al fin y al cabo. Los pueblos de la Galaxia; ésos serán los que ganen.

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