12
El detective

Los cuatro Grandes Nobles miraron al Señor de Fife cada cual a su manera. Bort estaba enfadado, Rune se divertía, Balle estaba contrariado y Steen, asustado.

—¿Alta traición? —dijo Rune siendo el primero en hablar—. ¿Trata quizá de asustarnos con una frase? ¿Qué significa esto? ¿Traición contra quién? ¿Contra usted? ¿Contra Bort? ¿Y quién es el traidor? Y por la salvación de Sark, Fife, estas conferencias cambian mis horas de sueño.

—El resultado puede cambiar las horas de sueño de mucha gente, Rune —dijo Fife—. No me refiero a traición contra ninguno de nosotros, sino traición contra Sark.

—¿Sark? —preguntó Bort—. ¿Y qué es Sark, sino todos nosotros?

—Llamémoslo un mito. Llamémoslo algo en lo cual los sarkitas ordinarios creen.

—No lo entiendo —dijo Steen—. Parece que tengan ustedes interés en derrotarse unos a otros. Realmente, desearía que hubiesen terminado con todo esto.

—Estoy de acuerdo con Steen —dijo Balle.

—Estoy perfectamente dispuesto a explicarme inmediatamente —dijo Fife—. Habrán oído hablar, supongo, de los recientes disturbios de Florina…

—Los despachos del Depsec hablan de varios patrulleros muertos. ¿Es a eso a lo que se refiere?

—¡Pardiez, si tenemos que celebrar una conferencia, vamos a hablar de esto! —saltó Bort con cólera—. ¡Patrulleros muertos! ¡Pues bien se lo merecen ¿Pretende decirnos que un indígena puede acercarse lo suficiente a un patrullero para acabar con él sencillamente? ¿Cómo va a dejar un patrullero que un indígena se le acerque lo suficiente para matarlo? ¿Cómo no ha sido abrasado el indígena a los veinte pasos?

»También me gustaría ver todo el cuerpo de patrulleros desde el capitán al último recluta reducidos a papilla. Todo el cuerpo no es más que un cúmulo de idiotas. Tienen una vida demasiado fácil allí. Yo digo que cada cinco años deberíamos proclamar la ley marcial en Florina y limpiarla de perturbadores. Esto mantendría a los indígenas tranquilos y a nuestros hombres en guardia.

—¿Ha terminado? —preguntó Fife.

—Por ahora, sí. Pero volveré a empezar. Es mi misión aquí, además, ya la sabe. Puede no ser importante como la Suya, Fife, pero es lo suficiente como para preocuparme.

Fife se encogió de hombros y se volvió hacia Steen súbitamente.

—¿Y usted, ha oído hablar de disturbios?

—¿Eh…? Sí. Bueno, quiero decir que le he oído a usted decir…

—¿No ha leído usted los comunicados del Depsec?

—¡Hombre, pues…! —Steen parecía intensamente interesado por sus afiladas uñas con su capa cobriza exquisitamente aplicada—. No siempre tengo tiempo de leer todos los comunicados. No me creía obligado a ello. En realidad… —agarró coraje con las dos manos y miró fijamente a Fife—. No sabía que me estuviese usted dictando reglas, Fife.

—No las dicto. De todos modos, en vista de que en todo caso no conoce usted ninguno de los detalles, permítame que le haga un sumario. Los demás pueden encontrarlo interesante también.

Fue sorprendente en cuán pocas palabras podían condensarse todos los acontecimientos de cuarenta y ocho horas, y cuán insignificantes parecían. Primero hubo una inesperada referencia a las pruebas espacio-analíticas. Después el golpe en la cabeza al patrullero con una fractura de cráneo. Después la persecución que terminó en la inviolabilidad del antro de un agente de Trantor. Después, otro patrullero muerto al alba por el asesino disfrazado con el uniforme del patrullero y el agente de Trantor muerto a su vez pocas horas más tarde.

—Y si quiere el último ejemplar de noticias, puede añadir ésta a esas aparentes trivialidades —terminó Fife—. Hace unas horas un cuerpo, mejor dicho, los huesos que quedaban de un cuerpo, fueron encontrados en City Park, Florina.

—¿El cuerpo de quién? —preguntó Rune.

—Un momento, por favor. A su lado se encontró un montón de cenizas que parecían ser los restos carbonizados de telas. Todo lo que fuese metal había sido cuidadosamente retirado de allí, pero el análisis de las cenizas probó que era el resto de un uniforme de patrullero carbonizado.

—¿Nuestro amigo el impostor? —preguntó Balle.

—No es probable —dijo—. ¿Quién lo hubiera matado en secreto?

—Suicidio —dijo Bort con maldad—. ¿Hasta cuándo espera el maldito bastardo este escapar a nuestras manos? Imagino que tuvo mejor muerte así. Personalmente, averiguaré quién es el responsable de haberle dejado llegar al suicidio poniendo una carga explosiva en sus manos.

—No es probable —dijo Fife nuevamente—. Si el hombre se suicidó, se mató primero, se quitó el uniforme, lo redujo a cenizas, quitó botones y hebillas y se liberó de ellas. O bien, primero se quitó el uniforme, lo quemó, quitó botones y hebillas, salió de la cueva desnudo, o quizás en ropa interior, regresó y se suicidó.

—¿El cuerpo estaba en una cueva? —preguntó Bort.

—En una de las cuevas ornamentales del parque, sí.

—En ese caso tuvo mucho tiempo y mucho secreto —dijo Bort en tono beligerante, porque odiaba abandonar una teoría—. Pudo quitar botones y hebillas primero, y después…

—¿Ha tratado alguna vez de quitar los galones a un uniforme que no ha sido reducido a cenizas primero? —preguntó Fife sarcásticamente—. ¿Y puede usted insinuar un motivo, si el cuerpo era el de un impostor después del suicidio? Además, tengo la memoria de los analistas médicos que estudiaron la estructura ósea. El esqueleto no es ni de un patrullero ni de un floriniano. Es de un sarkita.

—¿De veras? —exclamó Steen.

Balle abrió sus ojos fatigados; los dientes de metal de Rune, que captaban un rayo de luz aquí y allá y añadían un poco de vida al cubo de oscuridad en que estaba sentado, se desvanecieron con los brillos al cerrar Rune la boca. Incluso Bort estaba turbado.

—¿Me siguen? —preguntó Fife—. Ahora comprenden ustedes por qué el metal fue retirado del uniforme. El que mató al sarkita quería que la ceniza pareciera la de las ropas del sarkita; se quitó el uniforme y lo quemó antes de cometer la muerte, a fin de que se pudiese pensar en un suicidio o en el resultado de algún rencor privado completamente ajeno a nuestro amigo el patrullero-impostor. Lo que no sabía era que el análisis de la ceniza podía distinguir el kyrt de las ropas sarkitas de la celulita de los uniformes de los patrulleros, incluso cuando los botones y galones se han quitado. Ahora bien, dada la ceniza de un uniforme patrullero y el cuerpo de un sarkita muerto, sólo podemos suponer que en alguna parte de Ciudad Alta vive un Edil con ropas sarkitas. Nuestro floriniano, después de haberse hecho pasar por patrullero un tiempo suficiente, y considerando el peligro demasiado grande y creciendo por momentos, decidió convertirse en Noble. Y lo hizo como pudo.

—¿Lo han encontrado? —preguntó Bort rápidamente.

—No.

—¿Por qué no? ¡Por Sark! ¿Por qué no?

—Lo encontrarán —dijo Fife indiferente—. De momento tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos. La última atrocidad es una bagatela en comparación.

—¡Vamos al grano! —insistió Rune.

—¡Paciencia! Primero déjenme que les pregunte si recuerdan ustedes al analista desaparecido el año pasado.

Steen se echó a reír.

—¿Otra vez eso? —preguntó Bort con profundo desprecio.

—La explosión de ayer y anteayer —prosiguió Fife imperturbable— empezó con la demanda de referencias de ciertos libros sobre el análisis del espacio en la Biblioteca de Florina. Para mí es una relación que me basta. Vamos a ver si consigo que vean ustedes también la relación. Empezaré por describir a las tres personas relacionadas con el incidente de la biblioteca y les ruego que por algún tiempo no me interrumpan.

»Ante todo, tenemos un Edil. Es el más peligroso de los tres. En Sark tenía una excelente ficha como hombre inteligente y digno de confianza. Desgraciadamente ahora ha empleado sus facultades contra nosotros. Es indudablemente el responsable de las cuatro muertes. Es un buen promedio para un hombre solo. Considerando que las cuatro muertes incluyen dos patrulleros y un sarkita, es increíble por parte de un indígena, y sigue en libertad.

»La segunda persona afectada es una mujer indígena. Carece de educación y de importancia. Sin embargo, durante los dos últimos días se ha procedido a una minuciosa búsqueda en todas las facetas de este caso y conocemos su historia. Sus padres eran miembros del «Alma de Kyrt», si es que alguno de ustedes recuerda aquella ridícula conspiración campesina que fue barrida sin complicaciones hará unos veinte años.

»Esto nos lleva a la tercera persona, la más extraordinaria de las tres. Esta tercera persona era un vulgar obrero del molino y un idiota.

Dos ruidosas expulsiones de respiración se oyeron en boca de Bort y Steen. Los ojos de Balle seguían cerrados y Rune permanecía inmóvil en la oscuridad.

—La palabra idiota —prosiguió Fife no se emplea aquí simbólicamente. El Depsec se ha lanzado implacablemente tras él, pero su historia sólo puede rastrearse de unos diez meses a esta parte. Se le encontró en un pueblecito cercano a la metrópoli principal de Florina en estado de completa inconsciencia. No podía hablar ni andar. No sabía siquiera comer solo.

»Ahora, anoten bien esto, su primera aparición tiene lugar pocas semanas después de la desaparición del analista del espacio. Observen, además, que, al cabo de unos meses, aprendió a caminar e incluso a desempeñar un cargo en la fábrica de kyrt. ¿Qué idiota sería capaz de aprender tan deprisa?

—Realmente —interrumpió Steen con afán—, si fue sometido en serio a la prueba psíquica, podía dejarlo en aquel estado… —Su voz fue desvaneciéndose.

—No conozco mayor autoridad en la materia —dijo Fife irónicamente—. Incluso sin la autorizada opinión de Steen, sin embargo, se me había ocurrido ya esa idea. Era la única explicación posible.

»Ahora bien, la prueba psíquica sólo pudo tener lugar en Sark o en la Ciudad Alta de Florina. Por una simple razón de meticulosidad se visitaron todos los consultorios de los médicos de Ciudad Alta. No se encontró rastro del menor aparato de psicoprueba no autorizado. Entonces uno de nuestros agentes tuvo la idea de revisar las notas de todos los médicos que habían muerto desde la primera aparición del idiota… Me ocuparé de que sea ascendido por haber tenido esta idea.

»Encontraron el rastro de nuestro idiota en uno de los registros de estos dispensarios. Lo había llevado para un control psíquico hace unos seis meses esa campesina que es el segundo personaje de nuestro trío. Aparentemente se hizo en secreto, ya que ella estaba ausente de su trabajo aquel día con un pretexto completamente distinto. El doctor examinó al paciente y anotó la prueba definitiva de que le habían psicoprobado.

»Ahora viene el punto interesante. El doctor era uno de estos que tienen un dispensario en Ciudad Alta y otro en Ciudad Baja. Era uno de esos idealistas que creen que los indígenas merecen cuidados médicos de primera clase. Era un hombre metódico que conservaba anotaciones duplicadas en ambos dispensarios a fin de evitarse el doble recorrido en ascensor. Complacía también su idealismo, imagino, no diferenciar en sus ficheros entre los sarkitas y los florinianos. Pero la ficha del idiota en cuestión no estaba duplicada, y era la única ficha no duplicada.

»¿Por qué tenía que ser así? Si, por alguna razón, había decidido no hacer el duplicado de esa visita, ¿por qué tenía que aparecer solamente en los ficheros de Ciudad Alta que es donde apareció? ¿Por qué no en Ciudad Baja, que es donde no aparecía? Después de todo, ese hombre era floriniano. Le había llevado una floriniana. Había sido examinado en Ciudad Baja. Todo eso estaba claramente consignado en la ficha que encontramos.

»No hay más que una respuesta para este intrigante punto. La anotación fue debidamente consignada en ambas fichas, pero fue destruida en la Ciudad Baja por alguien que ignoraba que quedaría la anotación en el fichero de Ciudad Alta. Pero sigamos.

»Añadida a la anotación de reconocimiento del idiota estaba la anotación definitiva que incluía el diagnóstico de este caso en la memoria reglamentaria del doctor para el Depsec. Esto era completamente correcto. Todo caso de psicoprueba puede incluir un criminal o incluso un subversivo. Pero esa anotación no se hizo nunca. El doctor murió en el plazo de una semana de un accidente de tránsito.

»Las coincidencias sobrepasan la verosimilitud, ¿no?

Balle abrió los ojos y dijo:

—Nos está usted contando una novela policíaca.

—¡Sí! —exclamó Fife con satisfacción—. Una novela policíaca. Y de momento yo soy el detective.

—¿Y quién es el acusado? —preguntó Balle con voz cansada.

—Todavía no. Déjeme hacer de detective un poco más.

En un momento crítico que Fife consideraba el más peligroso que había atravesado Sark, descubría que se estaba divirtiendo inmensamente.

—Examinemos la historia por el otro extremo —prosiguió—. Olvidemos de momento al idiota y volvamos al analista del espacio. Lo primero que he oído de él es la notificación de la Oficina de Transportes de que su nave aterrizará en breve. Un mensaje suyo recibido anteriormente acompaña esta notificación.

»El analista del espacio no llega nunca. No se le localiza en ningún punto del espacio. Más aún, el mensaje expedido por el analista, que fue retransmitido a BuTrans, desaparece. El CAEI pretende que ocultábamos deliberadamente el mensaje. El Depsec creía que estaban inventando un mensaje ficticio con fines propagandísticos. Ahora se me ocurre pensar que ambos estábamos equivocados. El mensaje había sido entregado pero no lo había ocultado el gobierno de Sark.

»Inventemos ahora un desconocido y de momento llamémoslo X, que tiene acceso a los archivos del BuTrans. Se entera del asunto del analista del espacio y su mensaje, y tiene cerebro y posibilidad de obrar rápidamente. Se las arregla para mandar un subeterograma secreto a la nave del analista, dando instrucciones de que aterrice en algún pequeño campo privado. El analista del espacio lo hace así y lo encuentra allí.

»X lleva el mensaje fatal del analista. Para ello puede haber dos razones. Primero, creará la confusión en los posibles intentos de investigación eliminando una prueba importante. Segundo, servirá quizá para ganar la confianza del analista del espacio. Si el analista del espacio considera que sólo puede hablar con los superiores de su ramo, X puede persuadirle de que se confíe a él probándole que está ya en posesión de lo más esencial de la historia.

»Indudablemente el analista habló. Por muy incoherente, loco, y en general incomprensible que lo que dijo pudiese ser, X reconoció en ello un excelente medio de propaganda. Entonces mandó su carta de chantaje a los Nobles, a nosotros. Su procedimiento, tal como él lo planteó, fue, es muy probable, precisamente el que yo atribuí a Trantor en aquel tiempo. Si no aceptábamos sus condiciones, pensaba destruir la producción floriniana propagando rumores de destrucción hasta forzar a la rendición.

»Pero entonces se produjo el primer error de cálculo. Más tarde estudiaremos exactamente en qué consistió. En todo caso, comprendió que tenía que esperar antes de seguir adelante. Esperar, sin embargo, suponía una complicación. X no daba crédito a la historia del analista del espacio, pero no cabe la menor duda de que el analista era totalmente sincero. X tendría que arreglar las cosas de forma que el analista estuviese de acuerdo en dejar a un lado su “maldición”.

»El analista del espacio no podía hacer tal cosa a menos que su ya embrollada mente quedase fuera de servicio. X hubiera podido matarlo, pero soy de la opinión de que el analista le era necesario como fuente de futuras informaciones (después de todo, no sabía personalmente una palabra de análisis del espacio y no podía llevar a buen fin un chantaje fructífero cuando no era más que un “bluff”) y, quizá, como rehén en caso de un fracaso definitivo. Después del tratamiento, no tenía ya en sus manos un analista del espacio, sino un completo idiota que no podía causarle ninguna complicación por algún tiempo. Y al cabo de algún tiempo recobraría sus sentidos.

»¿El próximo paso? Tenía que cerciorarse de que durante el año de espera el analista del espacio no sería localizado, que nadie de importancia lo vería, ni aun en su papel de idiota, y procedió con una magistral simplicidad. Se llevó a su hombre a Florina y durante un año el analista del espacio no fue más que un indígena medio idiota que trabajaba en los molinos de kyrt.

»Imagino que durante aquel año, él, o algún subordinado de confianza, debió visitar la población donde habían “probado” al pobre hombre, para ver si estaba seguro y en relativa buena salud. Durante una de estas visitas se enteró, de alguna manera, de que habían llevado al pobre hombre a un médico que sabía distinguir un paciente sometido a una psicoprueba cuando lo tenía delante. El médico murió y su fichero desapareció, por lo menos del dispensario de Ciudad Baja. Éste fue el primer error de cálculo de X. Jamás se le ocurrió pensar que en el dispensario de Ciudad Alta pudiese haber un duplicado.

»Y entonces vino el segundo error de cálculo. El idiota empezó a recobrar la razón demasiado pronto y el Edil de la Ciudad tenía suficiente inteligencia para comprender que en él había algo más que un simple demente. Quizá la muchacha que se ocupaba del idiota le hablase al Edil de la psicoprueba. Es una simple suposición.

»Y ya saben ustedes la historia.

Fife dio una fuerte palmada y esperó la reacción.

Rune fue el primero en hablar. En su oscuro cubículo se había encendido la luz un momento antes y estaba sentado parpadeando y sonriente.

—Y ha sido una historia pasablemente aburrida, Fife. Un momento más y me quedo dormido.

—Por lo que puedo ver —intervino Balle lentamente—, ha edificado usted una estructura tan insustancial como la del año pasado. Hay un noventa por ciento de suposiciones.

—¡Qué tontería! —exclamó Bort.

—¿Y quién es X, entonces? —preguntó Steen—. Si no sabe usted quién es X, todo lo demás no tiene sentido —y bostezó delicadamente, tapándose sus pequeños dientes blancos con el índice doblado.

—Por lo menos uno de ustedes ve el punto esencial del problema —dijo Fife—. La identidad de X, en efecto, es el punto crucial del asunto. Consideren ustedes las características que X tendría que poseer si mi análisis es correcto.

»En primer lugar, X es un hombre que está en contacto con los Servicios Civiles. Es un hombre que puede hacer practicar una psicoprueba. Es un hombre que cree poder montar una campaña fructífera de chantaje. Es un hombre que se puede llevar a un analista del espacio de Sark a Florina sin dificultades. Es un hombre que puede tramar la muerte de un doctor en Florina. No es un don nadie, ciertamente.

»En una palabra, es definitivamente “alguien”. Podría ser un Gran Noble ¿No lo creen ustedes?

Bort se levantó. Su cabeza desapareció y volvió a sentarse. Steen estalló con una risa histérica. Los ojos de Rune, medio ocultos en la pulpa de la grasa que los rodeaba, brillaron febriles. Balle movía lentamente la cabeza.

—Por la salvación del Espacio, ¿a quién está usted acusando, Fife?

—A nadie todavía —respondió sin inmutarse—. A nadie específicamente. Mírenlo ustedes de esta manera. Aquí somos cinco. Ningún otro habitante de Sark pudo hacer lo que hizo X. Sólo nosotros cinco. Esto puede darse por admitido. ¿Cuál de los cinco es? Para empezar, no soy yo.

—Podemos creerle bajo palabra, ¿verdad? —preguntó Rune.

—No tiene usted que creerme bajo palabra —respondió Fife—. Soy el único aquí que no tiene móvil. El móvil de X es conseguir el control de la industria del kyrt. Yo lo tengo. Poseo un tercio de las tierras cultivables de Florina. Mis molinos, talleres mecánicos y flota comercial es lo bastante predominante como para echar a cualquiera de ustedes de esta industria si quisiera. No acudiría a un chantaje complicado.

Sus gritos dominaban las voces de todos los demás.

—¡Escúchenme! Todos los demás tienen motivos. Rune posee el continente más pequeño y el menor número de acciones. Sé que no le gusta. No puede fingir lo contrario. El linaje de Halle es más antiguo. Hubo un tiempo en que su familia gobernaba todo Sark. Probablemente no lo habrá olvidado. Pero le ofende perder siempre en las votaciones del consejo y no puede, por lo tanto, dirigir los negocios en su territorio de la manera absoluta y autoritaria que quisiera. Steen tiene gustos caros y sus finanzas están en mal estado. La necesidad de recuperarse es muy imperativa. Ya lo ven. Todos los motivos Posibles. Envidia. Ansia de poder. Codicia de dinero. Cuestión de prestigio. Ahora, ¿cuál de ustedes es?

En los ojos de Halle relució una centella de malicia.

—¿No lo sabe?

—No tiene importancia. Ahora escuchen esto. He dicho que algo asustó a X (sigamos todavía llamándolo X) después de sus primeras cartas. ¿Saben ustedes lo que fue? Fue nuestra primera conferencia en la que hablé de la necesidad de una acción conjunta. X estaba presente. Era, y es, uno de nosotros. Sabe que la acción conjunta significa el fracaso para él. Había contado con ganarnos porque sabe que nuestro rígido ideal de autonomía continental nos alentará hasta el último momento y más allá aún. Vio que se había equivocado y decidió esperar hasta que la sensación de urgencia hubiese desaparecido y pudiese actuar de nuevo.

»Pero sigue equivocándose. Seguiremos empleando la acción conjunta y hay una única forma de hacerlo con seguridad, considerando que X es uno de nosotros. La autonomía continental ha llegado a su fin. Es un lujo que no podemos ya permitirnos, porque los planes de X sólo terminarán con el fracaso económico del resto de nosotros o la intervención de Trantor. Yo, personalmente, soy el único en quien puedo confiar, de manera que a partir de ahora presido un Sark unido. ¿Están ustedes conmigo?

Se levantaron todos de sus asientos, gritando. Bort agitaba su puño. Un poco de espuma se le escapaba por la comisura de los labios.

Físicamente, no podían hacer nada. Fife sonreía. Cada uno de ellos estaba a un continente de distancia. Podía seguir sentado detrás de su mesa y verles echar espuma.

—No tienen ustedes elección —dijo—. En el año transcurrido desde nuestra primera conferencia he hecho también mis preparativos. Mientras asistían ustedes tranquilamente a la conferencia, escuchándome, oficiales leales a mí se han apoderado de la flota.

—¡Traición! —gritaron todos.

—Traición a la autonomía continental —respondió Fife—. Lealtad a Sark.

Los dedos de Steen se entrelazaban nerviosamente y sus cobrizas puntas eran la única mancha de color de su piel.

—¡Pero está X! ¡Incluso si X es uno de nosotros, hay tres inocentes! ¡Yo no soy X! —dijo dirigiendo una mirada circular de cólera a los demás.

—Aquellos de ustedes que son inocentes formarán parte de mi gobierno si quieren. No tienen nada que perder.

—¡Pero no dice usted quién es inocente! —exclamó Bort— Tiene que apartarnos del asunto de… —se detuvo jadeante.

—No lo haré. En el plazo de veinticuatro horas sabré quién es X. No les he dicho una cosa. El analista del espacio de que les he hablado está ahora en mi poder.

Reinó el silencio. Se miraban unos a otros con suspicacia y recelo.

—Se están preguntando cuál de nosotros es X —dijo Fife riéndose—. Uno de los cinco lo sabe, estén seguros de ello. Y dentro de veinticuatro horas lo sabremos todos. Y ahora métanse ustedes bien en la cabeza que no pueden hacer nada. Las naves son mías. ¡Buenos días! —Hizo un gesto de despedida.

Uno tras otro fueron desapareciendo como estrellas en las profundidades del vacío borradas de la pantalla de visión por el paso de una división del espacio.

Steen fue el último en desaparecer.

—Fife… —dijo con voz trémula.

—¿Sí? —dijo Fife levantando la vista—. ¿Quiere confesarse ahora que estamos los dos solos? ¿Es usted X?

El rostro de Steen se contorsionó alarmado.

—¡No, no, de verdad! Quería únicamente preguntarle si hablaba usted en serio…, sobre lo de la economía continental, me refiero. ¿Es de veras?

Fife miró el viejo cronómetro de la pared.

—¡Buenos días!

Steen se estremeció. Tendió la mano hacia el botón contacto y también desapareció.

Fife permanecía sentado, pétreo e inmóvil. Terminada la conferencia y el calor de la crítica situación, la depresión se apoderaba de él. Su boca sin labios formaba como un severo hueco en su ancho rostro.

Todos sus cálculos empezaban con un hecho determinado; de que el analista del espacio estaba loco no cabía duda. Pero todo aquello había ocurrido por culpa de un loco. ¿Se habría pasado Junz, del CAEI, un año buscando a un loco?

¿Habría sido tan obstinado en su caza tras de los fantasmas? Esto no se lo había dicho Fife a nadie. Apenas si se atrevía a compartir ese conocimiento con su propia alma. ¿Y si el analista del espacio no había estado nunca loco? ¿Y si la destrucción se balanceaba sobre el mundo del kyrt?

El secretario floriniano apareció delante del Gran Noble; su voz era seca e incolora.

—¿Qué ocurre?

—La nave de su hija ha aterrizado.

—¿Están sin novedad el analista del espacio y la indígena?

—Sí, señor.

—Que nadie les interrogue en mi ausencia. Que se mantengan incomunicados hasta que yo llegue… ¿Hay noticias de Florina?

—Sí, señor. El Edil está detenido y lo traen a Sark.

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