11
El capitán

Era la primera vez, verdaderamente, que el capitán Racety se había visto incapaz de imponer su voluntad sobre un pasajero. De haber sido el pasajero uno de los Grandes Nobles, hubiese incluso podido contar con una colaboración. Un Gran Señor podía ser todopoderoso en su continente, pero en una nave hubiera tenido que reconocer que sólo podía haber un dueño, el capitán.

Una mujer era diferente. Cualquier mujer, y una mujer que era hija de un Gran Señor era completamente imposible.

—Milady —dijo—, ¿cómo puedo permitirle entrevistarlos en privado?

Samia de Fife, echando chispas por los ojos, respondió secamente:

—¿Por que no? ¿Van armados, capitán?

—No, desde luego. No es éste el caso.

—Cualquiera puede ver que no son más que dos desgraciados seres asustados. Tienen un miedo cerval.

—La gente asustada puede ser peligrosa, milady. No se puede contar con que obren razonablemente.

—Entonces, ¿por qué deja que sigan asustados? —Tenía un ligero balbuceo cuando estaba irritada—. Tiene usted tres tremendos marineros armados vigilándoles, pobre gente. Capitán, no olvidaré esto.

No, no lo olvidaría, pensó el capitán. Se daba cuenta de que empezaba a ceder.

—Si milady quisiese decirme exactamente qué es lo que desea.

—Es muy sencillo. Ya se lo he dicho. Quiero hablar con ellos. Si son florinianos, como me ha dicho usted, puedo conseguir de ellos información de gran valor para mi libro. Pero eso es imposible, desde luego, si tienen miedo de hablar. Si pudiese estar a solas con ellos sería magnífico. ¡Sola, capitán! ¿No puede usted entender esta palabra? ¡Sola!

—¿Y qué diría su padre, milady, si se enterara de que la he dejado sola y sin protección con dos desesperados criminales?

—¡Desesperados criminales! ¡Oh, Señor del Espacio! ¡Dos pobres infelices que tratan de huir de su planeta y no se les ocurre más que meterse en una nave destinada a Sark! Por otra parte, ¿por qué tiene que saberlo mi padre?

—Si le hacen daño, lo sabrá.

—¿Y por qué tienen que hacerme daño? —Su diminuto puño se cerraba agitándose amenazador mientras ponía toda la fuerza de que era capaz en su voz—. ¡Se lo exijo, capitán!

—¿Qué le parece este término medio, milady? —dijo el capitán Racety—. Estaré presente. No seré como tres marineros armados. Seré sólo un hombre sin armas a la vista. De lo contrario… —y a su vez puso toda su resolución en la voz—, tengo que negarme.

—Muy bien, entonces —dijo ella sin voz—. Muy bien. Pero si no consigo hacerles hablar por causa de su presencia, me ocuparé personalmente de que no mande usted más naves.

Valona puso rápidamente su mano delante de los ojos de Rik en el momento en que Samia entraba.

—¿Qué le pasa, muchacha? —dijo Samia secamente antes de recordar que tenía que hablarles suavemente.

Valona hablaba con dificultad.

—No está muy bien, lady —dijo—. Podía no saber que era usted una lady. Hubiera podido mirarla. Sin ánimo de hacerle daño, quiero decir, lady.

—¡Oh, Dios mío! ¡Déjele que me mire! —dijo Samia—. ¿Tenemos que quedarnos aquí, capitán?

—¿Preferiría usted un camarote de lujo, milady?

—Seguramente podría procurarnos algo menos sórdido que esto…

—Es sórdido para usted, milady. Para ellos estoy seguro de que es lujo. Tienen agua corriente. Pregúnteles si la tenían en su choza de Florina.

—Bien, diga a estos hombres que se marchen.

El capitán les hizo un gesto. Dieron media vuelta y salieron del recinto. El capitán instaló la silla ligera de aluminio plegable que había traído. Samia la cogió.

Dirigiéndose a Rik y Valona, el capitán les dijo:

—¡Levántense!

—¡No! —interrumpió Samia en el acto—. Que sigan sentados. No intervenga, capitán. ¿Conque es usted una muchacha de Florina? —preguntó dirigiéndose a Valona.

—Somos de Wotex —dijo la muchacha moviendo la cabeza.

—No tiene usted nada que temer. Nadie les hará daño. No tiene importancia que sean de Florina.

—Somos de Wotex.

—Pero ¿no comprendes que prácticamente has reconocido que sois de Florina? ¿Por qué has tapado los ojos de este muchacho?

—No tiene derecho a mirar a una dama.

—¿Incluso los de Wotex?

Valona permaneció silenciosa. Samia le dejó que pensase. Trató de sonreírle amistosamente. Después dijo:

—Sólo los florinianos no tienen derecho a mirar a las damas. Ya ves que has reconocido que sois de Florina.

—¡Él, no! —saltó Valona.

—¿Y tú?

—Yo, sí. Pero él no. No le hagan nada. No es floriniano, de verdad. Sólo le encontraron allí un día. No sé de dónde viene, pero no es floriniano.

Hablaba casi con animación. Samia la miró con cierta sorpresa.

—Bien, hablaré con él. ¿Cómo te llamas, muchacho?

Rik la estaba mirando. ¿Era aquél el aspecto de las mujeres Nobles? Tan pequeña, y de aspecto amistoso, y olía tan bien… Se alegraba mucho de que le hubiese permitido mirarla.

—¿Cómo te llamas? —repitió Samia.

Rik volvió a la realidad, pero le fue imposible articular una sílaba.

—Rik —dijo finalmente. Después pensó: «No, éste no es mi nombre». Pero dijo—: Me parece que es Rik.

—¿No lo sabes?

Valona, ya desaparecido su temor, trató de hablar, pero Samia interpuso una mano conteniéndola.

—No lo sé —dijo Rik moviendo la cabeza.

—¿Eres de Florina?

—No, estaba en una nave —dijo Rik, esta vez categórico—. Vine aquí desde algún otro sitio. —No podía apartar la vista de Samia, pero parecía darse cuenta de que coexistía en la nave con ella. Una nave muy agradable y hospitalaria, además…—. Llegué a Florina en una nave, pero antes vivía en un planeta.

—¿Qué planeta?

Era como si la idea se abriese paso a la fuerza y dolorosamente por unos canales del cerebro demasiado angostos. Entonces Rik recordó, y quedó deleitado con el sonido de su voz, tan largo tiempo olvidada.

—¡Tierra! ¡Vine de Tierra!

—¿Tierra?

Rik asintió y Samia se volvió hacia el capitán.

—¿Dónde está ese planeta Tierra?

—No había oído hablar nunca de él —dijo el capitán con una leve sonrisa—. No se tome a este hombre demasiado en serio, milady. Un indígena miente como respira. Es natural en él. Dice lo primero que le pasa por la cabeza.

—No habla como un indígena. ¿Dónde está Tierra, Rik? —dijo volviéndose hacia él.

—Es… —Se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la frente. Después dijo—: En el sector de Sirio… —El tono de la afirmación era casi una pregunta. Samia se volvió hacia el capitán:

—Existe un Sector de Sirio, ¿verdad?

—Sí, existe. Pero me asombra que en eso tenga razón. De todos modos, no hace más real la existencia de Tierra.

—Pero existe. Se lo digo, lo recuerdo —dijo Rik con vehemencia—. Hace tanto tiempo que lo he recordado… no puedo equivocarme ahora. No puedo… —Se volvió, cogió a Valona por los codos, tirando de sus mangas—. ¡Valona, diles que vengo de Tierra! ¡Sí, sí!

—Lo encontramos un día, lady, y había perdido la cabeza —dijo Valona con los ojos abiertos por la inquietud—. No podía vestirse, ni hablar ni andar. No era nadie. Desde entonces va recordando poco a poco. Hasta ahora todo lo que ha ido recordando ha sido así. —Dirigió una rápida mirada al rostro contrariado del capitán—. Puede muy bien haber venido de Tierra, señor. No quiero contradecirle.

La última frase era de un convencionalismo largo tiempo establecido y seguía a cualquier afirmación que pudiese parecer en contradicción con una opinión manifestada por un superior.

—Por las pruebas que tenemos lo mismo puede venir del centro de Sark —gruñó el capitán.

—Sin duda, pero en todo esto hay algo extraño —respondió Samia situándose, como buena mujer, del lado del romanticismo—. Estoy segura… ¿y cómo estaba tan desesperado cuando lo encontraste, muchacha? ¿Estaba herido?

Valona no contestó de momento. Su mirada se posaba incierta en un lado a otro. Primero miró a Rik, que se agarraba el cabello con los dedos, después al capitán, que esbozaba una sonrisa forzada; finalmente a Samia, que estaba esperando.

—Contéstame, muchacha —dijo Samia.

Para Valona representaba una dura decisión, pero en aquellas circunstancias no creía concebible inventar una mentira que pudiese sustituir a la verdad.

—Un doctor lo visitó una vez… Dijo que le habían…, eh…, psicoprobado.

—¡Psicoprobado! —exclamó Samia con una oleada de repulsión que recorrió todo su cuerpo. Alejó su silla, que produjo un chirrido contra el suelo de metal—. ¿Quieres decir que era psicótico?

—No sé qué quiere decir, lady —dijo humildemente Valona.

—No en el sentido que está usted pensando, milady —dijo el capitán casi simultáneamente—. Los indígenas no son psicóticos. Sus necesidades y deseos son demasiado simples. No he oído hablar jamás de un indígena psicótico.

—Pero, entonces…

—Es muy sencillo, milady. Si aceptamos la fantástica teoría que la muchacha nos cuenta, sólo podemos llegar a la conclusión de que este muchacho había sido un criminal, lo cual es una forma de ser psicótico. Si es así, debieron tratarle uno de esos chiflados que practican entre los indígenas, casi lo mataron, y le largaron a una sección desierta para evitar ser descubiertos y perseguidos.

—Pero tenía que haber alguien capaz de hacer la psicoprueba —protestó Samia—. No esperará usted que los indígenas sean capaces de hacerlo…

—Quizá no. Pero en este caso tampoco podemos suponer que un médico autorizado lo hiciese de forma tan inexperta. El hecho de que lleguemos a una contradicción demuestra que la historia es falsa del principio al final. Si quiere usted seguir mi consejo, milady, dejará usted a estos dos seres en nuestras manos. Ya ve usted que es inútil esperar nada de ellos.

—Quizá tenga usted razón —dijo Samia después de vacilar un momento.

Se levantó y miró a Rik con perplejidad. El capitán se puso detrás de ella, levantó la silla portátil y la dobló de un golpe.

—¡Esperen! —dijo Rik levantándose de un salto.

—Por favor, milady —dijo el capitán abriendo la puerta para dar paso a Samia—. Mis hombres lo calmarán.

—¿No le harán daño? —preguntó ella, deteniéndose en el umbral.

—Dudo que nos obligue a recurrir a extremos. Será fácil de manejar.

—¡Lady! ¡Lady! —gritó Rik—. ¡Puedo probar que soy de Tierra!

Samia permaneció indecisa por algunos instantes.

—Veamos lo que tiene que decir.

—Como quiera, milady —dijo el capitán fríamente.

Samia volvió atrás, pero se mantuvo a un paso de la puerta. Rik estaba congestionado. Con el esfuerzo de pensar sus labios esbozaron la caricatura de una sonrisa.

—Recuerdo Tierra. Era radiactiva. Recuerdo las áreas prohibidas y el horizonte azul de la noche. El suelo relucía y no crecía nada en él. Sólo había algunos puntos donde los hombres podían vivir. Por eso era yo analista del espacio. Por eso no quise quedarme en el espacio. Mi mundo era un mundo muerto.

—Vámonos, capitán —dijo Samia encogiéndose de hombros—. Está divagando.

Pero esta vez fue el capitán Racety quien se detuvo, con la boca abierta.

—¿Un mundo radiactivo? —murmuró.

—¿Existe eso? —preguntó ella.

—Sí —dijo, volviéndose perplejo hacia ella—. Pero… ¿dónde puede haberlo imaginado?

—¿Cómo puede un mundo ser radiactivo y habitado?

—Pues hay uno, y está en el sector de Sirio. No recuerdo su nombre. Podría incluso ser Tierra.

—Es Tierra —dijo orgulloso y confiado Rik—. Es el planeta más antiguo de la Galaxia. Es el planeta donde tuvo sus orígenes la raza humana.

—¡Es verdad! —dijo el capitán suavemente.

—¿Quiere decir que la raza humana tuvo sus orígenes en Tierra? —preguntó Samia, dándole vueltas la cabeza.

—¡No, no! —dijo el capitán de una manera abstracta—. Eso es una superstición. Sólo que es así como oí hablar del planeta radiactivo. Pretende ser el planeta original del Hombre.

—No sabía que tuviésemos un planeta original.

—Supongo que en alguna parte empezaríamos, milady, pero dudo que nadie pueda saber en qué planeta fue. ¿Qué más recuerdas? —añadió, dirigiéndose con súbita decisión a Rik, a punto casi de llamarle «muchacho» pero absteniéndose.

—La nave, principalmente. Y el análisis del espacio.

Samia se unió al capitán. Permanecían de pie, frente a Rik, y Samia sentía la excitación apoderarse de ella.

—¿Entonces todo esto es verdad? Pero, entonces, ¿cómo fue sometido a la psicoprueba?

—¡Psicoprueba…! —dijo el capitán Racety pensativo—. Preguntémosle a él. A ver, indígena, o ser de otro mundo, o lo que seas. ¿Cómo te sometieron a la psicoprueba?

—Eso lo habéis dicho vosotros —dijo Rik perplejo—. Incluso Lona. Pero yo no sé qué quiere decir.

—¿Cuándo dejaste de recordar entonces?

—No estoy seguro. —De nuevo empezó, desesperado—. Fue en una nave.

—Ya lo sabemos. Sigue.

—No hay necesidad de gritar, capitán —dijo Samia—. Le va usted a quitar el poco juicio que tiene.

Rik estaba totalmente absorbido en la lucha contra la penumbra de su mente. El esfuerzo no dejaba lugar para ninguna emoción. Con gran sorpresa, incluso para él, dijo:

—No le tengo miedo, lady. Estoy tratando de recordar. Había peligro. De eso estoy seguro. Un gran peligro para Florina, pero no puedo recordar los detalles.

—¿Peligro para todo el planeta? —preguntó Samia, dirigiendo una rápida mirada al capitán.

—Sí. Era por las corrientes.

—¿Qué corrientes? —preguntó el capitán.

—Las corrientes del espacio.

—¡Esto es una locura! —exclamó el capitán levantando las manos y volviéndolas a dejar caer.

—¡No, no! ¡Déjele seguir! —El flujo de la credulidad había invadido nuevamente a Samia. Tenía los labios abiertos, sus ojos relucían y unos pequeños lunares entre las mejillas y la barbilla le daban una expresión sonriente—. ¿Qué son las corrientes del espacio?

—Los diferentes elementos —dijo Rik vagamente. Lo había explicado ya. No quería tener que volver a explicarlo.

Siguió hablando rápidamente, casi de una manera incoherente, a medida que las ideas acudían a él, casi arrastrado por ellas.

—Mandé un mensaje al centro oficial de Sark. Lo recuerdo muy claramente. Tenía que andar con cuidado. Había un peligro que iba más allá de Florina. Sí, más allá de Florina. Era ancho como la Vía Láctea. Había que tratarlo con cuidado.

Parecía haber perdido todo contacto con los que le estaban escuchando, vivir en un mundo del pasado delante, del que iba desapareciendo lentamente una cortina hecha jirones. Samia puso una mano sobre su hombro tratando de calmarlo, pero no obtuvo reacción alguna a ello tampoco.

—No sé cómo —prosiguió—, mi mensaje fue interceptado por alguien de Sark. Fue un error. No sé cómo pudo ocurrir —frunció el ceño—. Estoy seguro de haberlo mandado al Centro Oficial con nuestra longitud de onda. ¿Cree que el subéter pudo ser captado?

No se extrañó siquiera de que la palabra «subéter» acudiese tan fácilmente a sus labios. Quizás estaba esperando una respuesta, pero sus ojos seguían sin ver.

—En todo caso, cuando aterricé en Sark me estaban esperando.

De nuevo una pausa, esta vez larga y meditativa. El capitán no hizo nada por romperla; parecía estar meditando también.

—¿Quién le estaba esperando? ¿Quién? —interrumpió Samia.

—No… no lo sé —dijo Rik—. No puedo recordarlo. No era en la oficina. Era alguien de Sark. Recuerdo que hablé con él. Yo conocía el peligro y le hablé de él. Estoy seguro de haber hablado. Estábamos sentados delante de una mesa, juntos. Recuerdo la mesa. Estaba frente a mí. Es tan claro como el espacio. Hablamos un rato. Me parece que no deseaba dar detalles. De esto estoy seguro. Tenía que hablar con la oficina primero y entonces él…

—¿Sí? —instó Samia.

—Hizo algo… No, no recordaré nada más. ¡No recordaré nada más!

Dijo estas palabras gritando y de nuevo reinó el silencio, un silencio que fue extemporáneamente roto por el prosaico zumbido del aparato de comunicación de pulsera del capitán.

—¿Qué hay? —pregunto.

La voz que respondió fue precisa y respetuosa.

—Un mensaje de Sark para el capitán. Se ruega lo reciba personalmente.

—Muy bien, voy a los subéteres inmediatamente. —Se volvió hacia Samia—. ¿Puedo recordarle, milady, que es la hora de la cena? —Vio que la muchacha iba a alegar su falta de apetito y a rogarle que la dejase allí y no se preocupase por ella. Más diplomáticamente, prosiguió—: Es también hora de dar de comer a esta pareja. Deben estar probablemente cansados y hambrientos.

Samia no pudo objetar nada contra eso.

—Tengo que volverlos a ver, capitán…

El capitán se inclinó silenciosamente. Pudo ser aquiescencia, pudo no serlo.

Samia de Fife estaba emocionada. Sus estudios sobre Florina colmaban una cierta aspiración intelectual que llevaba en ella, pero el Misterioso Caso del Terrestre Psicoprobado (pensaba en este caso en letras mayúsculas) despertaba en su mente algo mucho más primitivo y más exigente. Toda su curiosidad animal estaba alerta.

¡Era un misterio! Había tres puntos que la fascinaban. Entre ellos no figuraba la quizá razonable cuestión (dadas las circunstancias) de si toda la historia de aquel hombre no era una mentira deliberada e incluso una ilusión, más que la verdad. Creer que fuese otra cosa distinta de la verdad sería desvanecer el misterio y Samia no podía permitírselo.

Los tres puntos eran, por consiguiente, éstos:

1º ¿Cuál era el peligro que amenazaba Florina o, mejor dicho, toda la Galaxia?

2º ¿Quién era la persona que había sometido a Rik a la psicoprueba?

3º ¿Por qué había esta persona utilizado la psicoprueba?

Estaba decidida a profundizar en el asunto hasta quedar satisfecha. No hay nadie suficientemente modesto para no creerse un competente analista aficionado y Samia estaba muy lejos de ser modesta.

En cuanto pudo evadirse decentemente después de la cena, se precipitó hacia el cuchitril.

—Abre la puerta —le dijo al marinero de guardia.

El marinero permaneció perfectamente rígido e inmóvil mirando hacia delante respetuosamente, sin ver.

—Con permiso de Su Excelencia, la puerta no debe abrirse —dijo.

—¿Cómo te atreves a decir eso? —dijo Samia con la boca abierta—. Si no me abres la puerta inmediatamente, informaré al capitán.

Rápidamente subió a las habitaciones del capitán y entró como un ciclón en un cuerpo de mujer.

—¡Capitán!

—Milady…

—¿Ha dado usted orden de que el Terrestre y la mujer me estén vedados?

—Creía, milady, que se había acordado entre nosotros que sólo podría interrogarlos en mi presencia…

—Antes de cenar, sí. Pero ya ha visto usted que son inofensivos.

—He visto que parecen inofensivos.

—En ese caso, le ordeno que venga usted inmediatamente conmigo.

—No puedo, milady. La situación ha cambiado.

—¿En qué sentido?

—Deben ser interrogados por las autoridades de Sark y hasta entonces deben permanecer solos.

La mandíbula inferior de Samia cayó, pero la recuperó en el acto de su poco digna posición.

—No va usted a entregarlos al Centro de Asuntos Florinianos…

—Pues… —transigió el capitán—, ésta era, en efecto, la intención original. Han abandonado su pueblo sin permiso. Han abandonado incluso su planeta sin permiso. Además, han tomado un pasaje secreto en una nave sarkita.

—Eso fue un error.

—¿De veras?

—En todo caso conocía usted todos sus crímenes antes de nuestra última conversación.

—Pero fue sólo durante esta conversación cuando me enteré de todo lo que el llamado Terrestre tenía que decir.

—El «llamado»… Usted mismo dijo que el planeta Tierra existe.

—Dije que podía existir. Pero, milady, ¿puedo tener la osadía de preguntarle qué desearía usted que se hiciese con esa gente?

—Creo que hay que investigar la historia del Terrestre. Habla de un peligro para Florina y de alguien de Sark que ha intentado deliberadamente evitar que las autoridades competentes tuviesen conocimiento de este peligro. Creo que es incluso un caso para mi padre. En realidad, le llevaré a ver a mi padre cuando llegue el momento oportuno.

—¡Qué inteligente es todo esto! —exclamó el capitán.

—¿Se siente usted sarcástico, capitán?

—Perdón, milady —dijo él sonrojándose—. Me refería a nuestros prisioneros. ¿Me permite usted que hable con cierta extensión?

—No sé lo que quiere usted decir por «cierta extensión», pero me parece que puede usted empezar —respondió ella con ira.

—Gracias. En primer lugar, milady, espero que no quitará usted importancia a los disturbios de Florina.

—¿Qué disturbios?

—No puede usted haber olvidado el incidente de la Biblioteca.

—¿Un patrullero muerto? ¡Realmente, capitán…!

—Y un segundo patrullero muerto esta mañana, milady, y un indígena, además. No es cosa corriente que los indígenas maten patrulleros, y aquí hay uno que lo ha hecho dos veces y sigue sin haber sido detenido. ¿Es obra de un solo hombre? ¿Ha sido un accidente? ¿O forma parte de un plan cuidadosamente elaborado?

—Al parecer, cree usted esto último.

—Sí, milady. El asesino indígena tiene dos cómplices. Su descripción concuerda con nuestros dos cautivos.

—¡No lo había dicho usted nunca!

—No quería asustar a Su Excelencia. Recordará, sin embargo, que le dije repetidamente que podían ser peligrosos.

—Muy bien. ¿Qué conclusiones saca usted de esto?

—¿Y si los asesinatos de Florina no eran más que detalles accesorios destinados a llamar la atención de los escuadrones de patrulleros mientras estos dos se metían a bordo de esta nave?

—Me parece algo tan tonto…

—¿Sí? ¿Por qué huyen de Florina? No se lo hemos preguntado. Vamos a suponer que huyen de los patrulleros, puesto que ésta es la suposición más razonable. ¿Se les ocurriría elegir Sark entre todos los sitios? ¿Y en una nave que es transporte de Su Excelencia? Y, además, él pretende ser un analista del espacio.

—¿Qué hay con eso? —preguntó Samia frunciendo el ceño.

—Hace un año se comunicó la desaparición de un analista del espacio. Al hecho no se le dio nunca una gran publicidad. Yo lo supe, desde luego, porque mi nave fue una de las que navegaron por el próximo espacio en busca de rastros de la suya. Quienquiera que apoye esos desórdenes de Florina está indudablemente enterado de este hecho y el mero hecho de que la desaparición del analista del espacio les sea conocida demuestra cuán firme y sorprendentemente perfecta organización tienen.

—Podría ser que el analista desaparecido y el Terrestre no tuvieran relación alguna.

—No una relación real, indudablemente, milady. Pero no esperar relación alguna es creer en demasiadas coincidencias. Estamos tratando con un impostor. Por eso pretende haber sido psicoprobado.

—¡Oh…!

—¿Cómo podemos probar que no es el analista del espacio? No conoce ningún detalle del planeta Tierra salvo el hecho de que es radiactivo. No sabe gobernar una nave. No conoce nada del análisis del espacio. Y se cubre insistiendo en que ha sido psicoprobado. ¿No lo ve, milady?

Samia era incapaz de dar una respuesta directa.

—Pero ¿con qué propósito…? —preguntó.

—El de que pudiese usted hacer exactamente lo que tenía intención de hacer, milady.

—¿Averiguar el misterio?

—No, milady. Llevarlo a su padre.

—No veo el objeto.

—Hay varias posibilidades. En el mejor de los casos, podía estar espiando a su padre, y proceder de Florina o posiblemente de Trantor. Imagino que el viejo Abel de Trantor vendría inmediatamente a identificarlo como Terrestre, no por otra razón que la de embarazar a Sark pidiéndole la verdad acerca de esa ficticia psicoprueba. En el peor de los casos, podría ser el asesino de su padre.

—¡Capitán!

—¿Milady…?

—¡Eso es ridículo!

—Quizá, milady. Pero si es así, el Departamento de Seguridad es ridículo también. Recordará usted que poco antes de cenar recibí un mensaje de Sark.

—Sí.

—Aquí lo tiene.

Samia cogió la delgada cinta transparente con sus letras rojas y leyó: «Se comunica que dos florinianos han tomado pasaje clandestino e ilegal en su nave. Hágase cargo de ellos inmediatamente. Uno de ellos puede pretender ser un analista del espacio y no un indígena floriniano. No debe usted tomar decisión alguna en este asunto. Se le considerará a usted responsable de esas personas. Han de estar bajo custodia hasta su entrega al Depsec. Extremo secreto. Extrema urgencia».

Samia estaba como aturdida.

—¿«Depsec»? —dijo—. Departamento de Seguridad…

—Y Extremo Secreto —dijo el capitán—. Cometo una infracción al decirle esto, pero no me ha dejado usted elección, milady.

—¿Qué le van a hacer? —preguntó ella.

—No podría decírselo con seguridad —dijo el capitán—. Por supuesto que un presunto espía y asesino no puede esperar que se le trate muy gentilmente. Es muy probable que su ficción se convierta en realidad y se entere del sabor que tiene una psicoprueba.

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