El coronel James Robbins contemplaba Fénix flotando sobre él en el cielo. «Aquí estoy otra vez», pensó.
El general Szilard advirtió la incomodidad de Robbins.
—No le gusta mucho el comedor de generales, ¿verdad, coronel? —preguntó, y se metió más filete en la boca.
—Lo odio —dijo Robbins, antes de darse cuenta de lo que decía—. Señor —añadió rápidamente.
—No puedo decir que se lo reproche —dijo Szilard, mientras masticaba el filete—. Todo este asunto de impedir que los que no son generales coman aquí es una auténtica estupidez. ¿Cómo está su agua, por cierto?
Robbins miró el vaso que tenía delante.
—Deliciosamente refrescante, señor.
Szilard hizo un gesto con el tenedor para abarcar todo el comedor de generales.
—Es culpa nuestra, ¿sabe? De las Fuerzas Especiales, quiero decir.
—¿Y eso? —preguntó Robbins.
—Los generales de las Fuerzas Especiales solían traer aquí a cualquiera de su estructura de mando…, no sólo a los oficiales, sino a los soldados también. Porque fuera de las situaciones de combate, a nadie en las Fuerzas Especiales les importa una mierda el rango. Así que aquí estaban todos esos soldados de las Fuerzas Especiales, comiendo esos buenos filetes y contemplando Fénix en lo alto. Eso puso nerviosos a los otros generales…, no que aquí hubiera soldados, sino que fueran soldados de las «Brigadas Fantasma». Eso fue en los primeros días, cuando la idea de que existieran soldados de menos de un año de edad provocaba escalofríos a los realnacidos.
—Todavía lo hace —dijo Robbins—. A veces.
—Sí, lo sé —dijo Szilard—. Pero ahora ustedes lo ocultan mejor. De cualquier manera, con el paso del tiempo los generales realnacidos hicieron saber que éste era su coto privado. Y ahora todos los que entran aquí lo único que reciben son esos vasos de agua deliciosamente refrescantes que tiene usted delante, coronel. Así que de parte de las Fuerzas Especiales, le pido disculpas por la molestia.
—Gracias, general —dijo Robbins—. No tengo hambre de todas formas.
—Me alegro por usted —dijo Szilard, y siguió comiendo su filete.
El coronel Robbins miró la comida del general. En realidad, sí que tenía hambre, pero no habría sido educado manifestarlo. Robbins tomó nota mentalmente para la próxima vez que lo convocaran allí: comer algo primero.
Szilard engulló su filete y devolvió su atención a Robbins.
—Coronel, ¿ha oído hablar del sistema Esto? No lo busque, sólo dígame si lo conoce.
—No lo conozco —dijo Robbins.
—¿Y Krana? ¿Mauna Kea? ¿Sheffield?
—Conozco la Mauna Kea de la Tierra. Pero supongo que no es ésa de la que está hablando.
—No lo es —Szilard indicó de nuevo con su tenedor, agitándolo para abarcar un punto más allá del extremo oriental de Fénix—. El sistema Mauna Kea está por ahí, cerca del horizonte de impulso de salto de Fénix. Hay una nueva colonia allí.
—¿Hawaianos? —preguntó Robbins.
—Por supuesto que no —dijo Szilard—. Según mis datos, son casi todos tamiles. No le pusieron nombre al sistema, tan sólo viven allí.
—¿Qué tiene tan interesante ese sistema?
—El hecho de que hace menos de tres días un crucero de las Fuerzas Especiales desapareció en él —dijo Szilard.
—¿Fue atacado? ¿Destruido?
—No. Desapareció. No llegó contacto alguno una vez entró en el sistema.
—¿Saltó a la colonia? —preguntó Robbins.
—No habría hecho eso —contestó Szilard, en un tono frío que le sugirió a Robbins que no debería preguntar más detalles.
No lo hizo.
—Tal vez le sucedió algo a la nave cuando reentró en espacio real —dijo, en cambio.
—Lanzamos un sensor. No había nave. Ni caja negra. Ni restos a lo largo del rumbo de vuelo proyectado. Nada. Desapareció.
—Qué extraño —dijo Robbins.
—No. Lo que es extraño es que era la cuarta nave de las Fuerzas Especiales a la que le sucede lo mismo este mes.
Robbins se quedó mirando a Szilard, aturdido.
—¿Han perdido cuatro cruceros? ¿Cómo?
—Bueno, si supiéramos eso, coronel, estaríamos pisándole ya el cuello a alguien —respondió Szilard—. El hecho de que en vez de eso esté comiéndome un filete delante de usted debería indicarle que estamos tan a oscuras como cualquiera.
—Pero piensan que hay alguien detrás de esto —dijo Robbins—. Y no es sólo cosa de las naves ni de sus impulsores de salto.
—Pues claro que lo pensamos. Que una nave desaparezca es un incidente al azar. Que desaparezcan cuatro en un mes es una jodida tendencia. No se trata de un problema de las naves ni de los impulsores.
—¿Quién creen que está detrás?
Szilard soltó sus utensilios, irritado.
—Cristo, Robbins —dijo—. ¿Cree que estoy charlando con usted porque no tengo amigos?
Robbins sonrió amargamente, a su pesar.
—Los obin, entonces —dijo.
—Los obin. Sí. Los que tienen a Charles Boutin escondido en alguna parte. Todos los sistemas donde desaparecieron nuestras naves están cerca del espacio obin o son planetas por los que los obin pelearon en un momento u otro. Es sólo un hilo muy fino, pero es todo lo que tenemos por ahora. Lo que no tenemos es el cómo ni el por qué, y ahí es donde esperaba que usted me arrojara algo de luz.
—Quiere saber dónde estamos con el soldado Dirac —dijo Robbins.
—Si no le importa —contestó Szilard, y volvió a coger sus utensilios.
—La cosa va lenta —admitió Robbins—. Creemos que el incidente se produjo a causa de la tensión y los impulsos sensoriales. No podemos crearle la misma tensión que hizo el combate, pero le hemos estado presentando partes de la vida de Boutin poco a poco.
—¿Sus archivos? —preguntó Szilard.
—No. Al menos no los archivos e informes sobre Boutin que fueron escritos o registrados por otras personas. Ésos no son del propio Boutin, y no queremos introducir un punto de vista ajeno. Cainen y el teniente Wilson están trabajando con fuentes primarias, las notas y grabaciones de Boutin, y con sus cosas.
—¿Quiere decir cosas que fueron de Boutin?
—Cosas que fueron suyas, cosas que le gustaban (recuerde las gominolas) o cosas de gente que conoció. También hemos llevado a Dirac a sitios donde Boutin vivió y creció. Era originario de Fénix, ya sabe. El viaje en lanzadera es corto.
—Está bien que lo lleven de excursión —dijo Szilard, dándole poca importancia—. Pero ha dicho que el progreso era lento.
—Boutin empieza a asomar —dijo Robbins—. Pero parece hacerlo en su personalidad. He leído el perfil psicológico del soldado Dirac; hasta ahora ha sido un personaje pasivo. Le pasaban cosas en vez de hacer él que las cosas pasaran. Y durante la primera semana más o menos se ha comportado con nosotros de esa forma. Pero en las tres últimas semanas se ha vuelto más enérgico y más centrado. Y eso está más en consonancia con quién era Boutin, psicológicamente hablando.
—Se está volviendo más como Boutin. Bien —dijo Szilard—. ¿Pero recuerda algo?
—Bueno, ése es el tema. Tiene muy pocos recuerdos. Lo que vuelve son sobre todo cosas de su vida familiar, no de su trabajo. Le pasamos grabaciones de Boutin, expresando sus proyectos, y él las escucha sin pestañear. Le mostramos una foto de la hija de Boutin, y se inquieta un instante, pero luego te pregunta qué era esa foto. Es frustrante.
Szilard masticó durante un momento, pensando. Robbins aprovechó la pausa para disfrutar de su agua. No era tan refrescante como había comentado.
—¿Los recuerdos de esa niña pequeña no provocan que aparezcan otros recuerdos tangenciales? —preguntó Szilard.
—A veces —dijo Robbins—. Una foto de Boutin y su hija en alguna base de investigación donde estuvo destinado le hicieron recordar algo del trabajo que realizó allí. Una investigación primaria sobre almacenamiento de conciencia, antes de regresar a la Estación Fénix y empezar a trabajar en ella usando la tecnología que obtuvimos de los consu. Pero no recordó nada útil, en términos de por qué Boutin decidió convertirse en traidor.
—Muéstrele otra foto de la hija de Boutin.
—Le mostramos todas las que pudimos encontrar —dijo Robbins—. No hay muchas. Y tampoco quedan muchas cosas físicas suyas: ni juguetes, ni dibujos, ni nada por el estilo.
—¿Por qué no? —preguntó Szilard.
Robbins se encogió de hombros.
—Ella murió antes de que Boutin regresara a la Estación Fénix. Supongo que no quiso traer sus cosas consigo.
—Eso sí que es interesante —dijo Szilard. Pareció como si sus ojos se concentraran en algo lejano, un signo de que estaba leyendo algo en su CerebroAmigo.
—¿Qué? —preguntó Robbins.
—He recuperado el archivo de Boutin mientras usted hablaba —dijo Szilard—. Boutin es un colonial, pero su trabajo para la Unión requirió que estuviera destinado en varias instalaciones de Investigación Militar. El último lugar donde trabajó antes de venir aquí fue en la Estación de Investigación Covell. ¿Ha oído hablar de ella?
—Me resulta familiar, pero no logro situarla.
—Dice que es una instalación investigadora capaz de cero-g. Hicieron trabajo biológico, y por eso Boutin estuvo allí, pero sobre todo investigaron armas y sistemas de navegación. Esto es interesante: la estación estaba situada directamente sobre un sistema planetario de anillo. A un kilómetro sobre el plano de los anillos. Usaba los restos de anillos para probar sus sistemas de navegación cercanos.
Ahora Robbins lo entendió. Los planetas rocosos con sistemas de anillo eran raros, y los que tenían colonias humanas más raros todavía. A la mayoría de los colonos no les hacía gracia la idea de vivir en un lugar donde trozos de roca del tamaño de un estadio podían abrirse paso a través de la atmósfera cada dos por tres en vez de una vez cada milenio. Uno que tuviera una estación de Investigación Militar orbitando encima…, eso sí que era muy singular.
—Omagh —dijo Robbins.
—Omagh —reconoció Szilard—. Que ya no es nuestro. Nunca pudimos demostrar que los obin atacaran la colonia ni la estación. Es posible que fueran los raey cuando quedaron debilitados tras luchar contra nosotros y antes de poder reforzarse. Uno de los motivos por los que nunca fuimos a la guerra contra ellos. Pero sabemos que decidieron reclamar el sistema para sí muy rápidamente, antes de que pudiéramos prepararnos para recuperarlo.
—Y la hija de Boutin estaba en la colonia —dijo Robbins.
—Estaba en la estación, por lo que dice la lista de bajas —respondió Szilard, enviando la lista a Robbins para que la viera—. Era una estación grande. Albergaba a muchas familias.
—Jesús —dijo Robbins.
—¿Sabe? —dijo Szilard de manera casual, pinchando con el tenedor el último pedazo de filete y metiéndoselo en la boca—, cuando la Estación Covell fue atacada, no resultó destruida del todo. De hecho, tenemos datos fiables que sugieren que la estación está casi intacta.
—Bien —dijo Robbins.
—Incluyendo las viviendas familiares.
—Oh, vaya —dijo Robbins, comprendiendo—. Creo que ya sé adonde va a ir a parar esto.
—Ha dicho usted que la memoria de Dirac responde con más fuerza a la tensión y los impulsos sensoriales —dijo Szilard—. Llevarle al lugar donde murió su hija, y donde es probable que estén todas sus cosas físicas, entraría en la categoría de impulso sensorial significativo.
—Existe el pequeño problema de que ahora el sistema pertenece y está patrullado por los obin.
Szilard se encogió de hombros.
—Ahí tenemos la tensión —dijo. Colocó los utensilios en posición «terminado» en el plato y lo retiró.
—El motivo por el que el general Mattson se quedó con el soldado Dirac es porque no quería que muriera en combate —repuso Robbins—. Dejarlo caer en el espacio de Omagh parece ir en contra de ese deseo, general.
—Sí, bueno, el deseo del general de impedir que Dirac sufra daños tiene que equilibrarse con el hecho de que hace cuatro días cuatro de mis naves y más de mil de mis soldados desaparecieron, como si nunca hubieran existido —dijo Szilard—. Y en el fondo Dirac sigue perteneciendo a las Fuerzas Especiales. Podría forzar el tema.
—A Mattson no le gustaría.
—Ni a mí tampoco. Tengo una buena relación con el general, a pesar de su actitud condescendiente hacia las Fuerzas Especiales y hacia mí.
—No es sólo con usted. Es condescendiente con todo el mundo.
—Sí, es un gilipollas que cree en la igualdad de oportunidades —dijo Szilard—. Y es consciente de ellos, lo que significa que cree que está bien. Sea como sea, aunque no quiero tenerlo en contra, lo haré si es necesario. Pero no creo que sea necesario.
Un camarero llegó para retirar el plato de Szilard. El general ordenó el postre. Robbins esperó a que el camarero se marchara.
—¿Por qué cree que no será necesario?
—¿Qué diría usted si le contara que ya tenemos Fuerzas Especiales en Omagh, haciendo preparativos para recuperar el sistema? —preguntó Szilard.
—Me mostraría escéptico. Ese tipo de actividad se advertiría tarde o temprano, y los obin son implacables. No tolerarían su presencia si lo descubrieran.
—En eso tiene razón —dijo Szilard—. Pero hace mal al mostrarse escéptico. Las Fuerzas Especiales llevan en Omagh más de un año ya. Incluso han estado dentro de la Estación Covell. Creo que puedo meter y sacar al soldado Dirac sin llamar demasiado la atención.
—¿Cómo?
—Con mucho cuidado. Y usando unos cuantos juguetitos nuevos.
El camarero regresó con el postre del general: dos grandes galletas Toll House. Robbins miró el plato. Le encantaban esas galletas.
—¿Se da usted cuenta de que, si se equivoca y no puede colar a Dirac, los obin lo matarán, su proyecto secreto para recuperar Omagh quedará al descubierto y toda la información que Dirac tiene sobre Boutin morirá con él? —dijo Robbins.
Szilard cogió una galleta.
—El riesgo siempre está presente en la ecuación. Si hacemos esto y la cagamos, entonces estaremos bien jodidos. Pero si no lo hacemos, nos arriesgamos a que Dirac no recupere nunca los recuerdos de Boutin, y entonces seremos vulnerables a lo que los obin hayan planeado a continuación. Y entonces también estaremos bien jodidos. Si nos van a joder, coronel, prefiero que me jodan de pie en vez de que me jodan de rodillas.
—Tiene usted un don con las imágenes mentales, general —dijo Robbins.
—Gracias, coronel —respondió Szilard—. Lo intento.
Extendió la mano, cogió la segunda galleta y se la ofreció a Robbins.
—Tome —dijo—. He visto cómo la desea.
Robbins miró la galleta, y luego en derredor.
—No puedo aceptarla.
—Claro que puede.
—Se supone que no puedo comer aquí.
—¿Y qué? —dijo Szilard—. Que les den. Es una tradición ridícula y usted lo sabe. Así que rómpala. Tome la galleta.
Robbins cogió la galleta y la miró sombrío.
—Oh, santo Dios —dijo Szilard—. ¿Tendré que ordenarle que se coma la maldita galleta?
—Podría ayudar.
—Bien —dijo Szilard—. Coronel, le doy una orden directa. Cómase la puñetera galleta.
Robbins se la comió. El camarero se escandalizó.
* * *
—Contempla tu carruaje —le dijo Harry Wilson a Jared mientras entraban en la bodega de carga de la Shikra.
El «carruaje» en cuestión era un asiento de fibra de carbono construido sobre dos motores de iones extremadamente pequeños de potencia y maniobrabilidad limitada, uno a cada lado del asiento, y un objeto del tamaño de un frigorífico colocado directamente detrás del asiento.
—Vaya carruaje más feo —dijo Jared.
Wilson se echó a reír. El sentido del humor de Jared había mejorado en las últimas semanas, o al menos se había vuelto más del agrado de Wilson: le recordaba al sarcástico Charles Boutin que había conocido. Wilson sentía a la vez placer y precaución ante esto: placer porque su trabajo y el de Cainen estaba creando una diferencia; precaución porque Boutin era, después de todo, un traidor a la humanidad. Jared le caía a Wilson lo bastante bien para no desearle ese destino.
—Es feo, pero de alta tecnología —dijo. Se acercó y dio una palmada al objeto que parecía un frigorífico—. Es el impulsor de salto más pequeño jamás creado —dijo—. Recién salido de la cadena de montaje. Y no sólo es pequeño, sino que además es una muestra del primer avance real que tenemos en la tecnología de impulso de salto desde hace décadas.
—Déjame adivinar —dijo Jared—. Está basado en esa tecnología consu que robamos a los raey.
—Haces que parezca malo.
—Bueno, ya sabes —dijo Jared, dándose un golpecito en la cabeza—. Me encuentro en esta situación por culpa de la tecnología consu. Digamos que no soy neutral respecto a sus usos.
—Tu argumento es excelente. Pero esto es una maravilla. Un amigo mío trabajó en el diseño y me ha contado algunas cosas. La mayoría de los impulsores de salto requieren que salgas al espacio-tiempo plano antes de poderlos utilizar. Hay que alejarse mucho de un planeta. Este es menos quisquilloso: puede usar un punto de Lagrange. Mientras tengas un planeta con una luna razonablemente grande, tienes cinco puntos cercanos en el espacio donde éste es lo suficientemente plano a nivel gravitacional como para poder poner en marcha este aparato. Si logran solucionar las pegas, podría revolucionar el viaje espacial.
—¿Solucionar las pegas? —dijo Jared—. Estoy a punto de utilizar este cacharro. Las pegas son malas.
—La pega es que el impulsor es sensible a la masa del objeto al que va unido —dijo Wilson—. Una masa excesiva crea demasiada distorsión local del espacio-tiempo, y entonces el impulsor de salto hace cosas extrañas.
—¿Como qué?
—Como explotar.
—Eso no me da muchos ánimos.
—Bueno, explotar no es la palabra adecuada —dijo Wilson—. La física de lo que realmente hace es mucho más extraña, te lo aseguro.
—Déjalo ya.
—Pero tú no tienes que preocuparte —continuó Wilson—. Hacen falta unas cinco toneladas de masa para que el impulsor empiece a temblequear. Por eso este aparato parece un trineo. Está por debajo del umbral de masa, incluso contigo dentro. Deberías estar bien.
—Debería.
—Oh, deja de comportarte como un bebé.
—Ni siquiera tengo un año de edad —dijo Jared—. Puedo comportarme como un bebé si me apetece. Ayúdame a subir a esta cosa, ¿quieres?
Jared consiguió sentarse en el sillón; Wilson lo amarró, y colocó su MP dentro de una caja, a un lado.
—Haz una comprobación de sistemas —dijo Wilson. Jared activó su CerebroAmigo y conectó con el trineo, comprobando la integridad del impulsor de salto y los motores de iones: todo era nominal. El trineo no tenía controles físicos; Jared lo controlaría con su CerebroAmigo.
—El trineo va bien —dijo.
—¿Cómo está el unicapote?
—Está bien.
El trineo tenía una cabina al descubierto; el unicapote de Jared estaba formateado para el vacío, incluida una caperuza que se cerraría por completo sobre su cara, sellándolo dentro. El tejido nanobiótico del unicapote era fotosensible y pasaba información visual y electromagnética directamente al CerebroAmigo de Jared. Como resultado, Jared podría «ver» mejor con los ojos cubiertos por la caperuza que si los estuviera utilizando. Alrededor de su cintura había un sistema de re-respirado que podría, si era necesario, proporcionarle aire para una semana.
—Entonces allá vamos —dijo Wilson—. Tus coordenadas están programadas para este lado, y debes tenerlas también para volver desde el otro lado. Introdúcelas, acomódate y deja que el trineo haga el resto. Szilard dijo que el equipo de recuperación de las Fuerzas Especiales estaría preparado al otro lado. Tienes que buscar al capitán Martin. Tiene una clave de confirmación para que verifiques su identidad. Szilard dice que sigas sus órdenes al pie de la letra. ¿Entendido?
—Entendido.
—Muy bien. Me marcho. Vamos a empezar a extraer el aire. Cierra el traje. En cuanto las puertas de la bodega se abran, activa el programa de navegación y él se encargará de todo a partir de ahí.
—Entendido —repitió Jared.
—Buena suerte, Jared —dijo Wilson—. Espero que puedas encontrar algo útil.
Salió de la bodega con el sonido del sistema de mantenimiento vital de la Shikra extrayendo el aire. Jared activó su caperuza: hubo una negrura momentánea, seguida de una impresionante ampliación de la conciencia periférica de Jared cuando la señal visual del unicapote entró en funcionamiento.
El sonido del aire al ser vaciado se redujo a la nada; Jared estaba sentado en el vacío. A través del metal de la nave y las fibras de carbono del trineo, pudo sentir que las puertas de la bodega se abrían. Jared activó el programa de navegación. El trineo se alzó y salió suavemente por la puerta. La visión de Jared incluía el seguimiento visual de su plan de vuelo, y su destino a más de mil kilómetros de distancia: la posición L4 entre Fénix y su luna Benu, actualmente vacía de cualquier otro objeto. Los motores de iones se pusieron en marcha; Jared sintió su peso bajo la aceleración de los motores.
El impulsor de salto se activó cuando el trineo intersectó la posición L4. Jared advirtió la súbita y desconcertante aparición de un amplio sistema de anillos a menos de un kilómetro sobre su punto de vista, rodeando el extremo de un planeta azul parecido a la Tierra a su izquierda. El trineo, que antes había estado avanzando a una velocidad impresionante, se quedó inmóvil. Los motores de iones habían dejado de funcionar justo antes del paso al salto y la energía inercial del trineo no lo afectaba. Jared se alegró. Dudaba de que los diminutos motores de iones hubieran podido detener al trineo antes de que se internara en el sistema de anillos y entonces se habría aplastado contra una roca en movimiento.
:::Soldado Dirac —oyó Jared, mientras una clave de verificación sonaba en su CerebroAmigo.
:::Sí —dijo.
:::Soy el capitán Martin. Bienvenido a Omagh. Por favor, sea paciente; vamos a recogerlo.
:::Si me envían sus coordenadas, podría ir hacia ustedes —dijo Jared.
:::Preferimos que no lo haga —dijo Martin—. Los obin han estado recorriendo la zona más de lo acostumbrado últimamente. Es mejor que no vean nada. Quédese a la espera.
Un minuto más tarde, Jared advirtió que tres de las rocas del anillo se movían lentamente en su dirección.
:::Parece que unos residuos se dirigen hacia mí —le envió a Martin—. Voy a tener que maniobrar para apartarme.
:::No lo haga —dijo Martin.
:::¿Por qué no?
:::Porque no nos gusta tener que correr tras la mierda —dijo Martin.
Jared dirigió su unicapote para que se concentrara en las rocas que se acercaban y las ampliara. Advirtió que las rocas tenían miembros, y que una de ellas arrastraba lo que parecía ser un cable remolcador. Jared vio cómo se aproximaban y finalmente llegaban junto al trineo. Una de ellas maniobró para situarse delante mientras las otras dos colocaban los dos cables. La roca era de tamaño humano e irregularmente semiesférica; de cerca parecía un caparazón de tortuga con una abertura por cabeza. Cuatro miembros de igual longitud sobresalían en simetría cuadrilateral. Cada uno de ellos estaba a su vez compuesto por otros dos miembros con articulaciones y terminaban en manos desplegadas con pulgares oponibles en cada lado de la palma. La parte inferior de la roca era plana y moteada, con una línea que corría por el centro, sugiriendo que el interior podía abrirse. En la parte superior de la roca había parches planos y brillantes que Jared sospechó eran fotosensibles.
:::¿No es lo que esperaba, soldado? —dijo la roca, usando la voz de Martin.
:::No, señor —respondió Jared. Accedió a su base interna de datos sobre las pocas especies que eran amistosas con los humanos (o al menos no abiertamente antagónicas), pero no encontró nada que se pareciera remotamente a esa criatura—. Esperaba a alguien humano.
Jared sintió un agudo pinchazo de diversión.
:::Nosotros somos humanos, soldado —dijo Martin—. Tanto como usted.
:::No parecen humanos —respondió Jared, y lo lamentó de inmediato.
:::Por supuesto que no. Pero tampoco vivimos en entornos humanos típicos. Hemos sido adaptados para el medio en que vivimos.
:::¿Dónde viven? —preguntó Jared.
Uno de los miembros de Martin se movió a su alrededor.
:::Aquí —dijo—. Estamos adaptados para la vida en el espacio. Cuerpos a prueba de vacío. Franjas fotosintéticas para conseguir energía —Martin se tocó la parte inferior—. Y aquí dentro, un órgano que alberga algas modificadas para proporcionamos oxígeno y los componentes orgánicos que necesitamos. Podemos vivir aquí durante semanas seguidas, espiando y saboteando a los obin, sin que ni siquiera sospechen que estamos aquí. Siguen buscando naves de las FDC. Hemos logrado confundirlos.
:::Apuesto a que sí —dijo Jared.
:::Muy bien, Stross me dice que podemos irnos. Estamos preparados para remolcarle. Agárrese.
Jared sintió un tirón y luego una pequeña vibración mientras el cable se enrollaba, arrastrando el trineo hacia el anillo. La roca mantuvo el ritmo, manipulando pequeños impulsores con sus miembros traseros.
:::¿Nacieron ustedes así? —preguntó Jared.
:::Yo no —respondió Martin—. Crearon este tipo de cuerpo hace tres años. Todo nuevo. Necesitaban voluntarios para probarlos. Era demasiado arriesgada meter una conciencia sin probarlo antes. Necesitábamos saber si las personas podían adaptarse sin volverse locas. Este cuerpo es un sistema cerrado casi por completo. Obtengo oxígeno, nutrientes y humedad de mi órgano alga, y mis residuos vuelven a dentro para alimentar a las algas. No comemos ni bebemos como lo hace la gente. No meamos normalmente. Y no hacer cosas que uno siempre ha hecho puede volverte loco. Uno no piensa que no mear vaya a afectarle la cabeza. Pero, créame, lo hace. Fue una de las cosas que tuvieron que resolver antes de pasar a la producción en masa.
Martin señaló hacia las otras dos rocas.
:::Stross y Pohl, por cierto, sí que nacieron en esos cuerpos. Y se sienten perfectamente cómodos en ellos. Les hablo de comer una hamburguesa o poner un mojón, y me miran como si estuviera loco. Y tratar de describirles el sexo normal es una completa pérdida de tiempo.
:::¿Practican el sexo? —preguntó Jared, sorprendido.
:::No es bueno joder el impulso sexual, soldado —dijo Martin—. Es malo para la especie. Sí, practicamos el sexo todo el tiempo —Indicó su parte inferior—. Nos abrimos por aquí. Los bordes de nuestros caparazones pueden sellarse con los de otro. El número de posiciones que podemos ejecutar es un poco más limitado que el vuestro. Vuestro cuerpo es más flexible que el nuestro. Por otro lado, podemos follar en el vacío. Cosa que está muy bien.
:::No lo dudo —comentó Jared. Sentía que el capitán se internaba en el territorio del «exceso de información».
:::Pero somos una raza diferente, no cabe duda —continuó Martin—. Incluso seguimos un plan de nombres distinto que el resto de las Fuerzas Especiales. A nosotros nos ponen nombres de antiguos escritores de ciencia ficción, en vez de nombres de científicos. Yo incluso adopté un nombre nuevo, después de cambiar.
:::¿Va a cambiar de nuevo? —preguntó Jared—. ¿A un cuerpo normal?
:::No. Cuando cambié, pensé que lo haría. Pero te acostumbras. Éste es mi cuerpo normal ahora. Y esto es el futuro. Las FDC nos crearon para conseguir ventaja en el combate, igual que hicieron con las Fuerzas Especiales originales. Y funciona. Somos materia oscura. Podemos acercarnos a una nave y el enemigo piensa que somos escombros, hasta que la nuclear de bolsillo que le pegamos al rozar su casco estalla. Y luego no piensan nada más.
»Pero somos más que eso —continuó Martin—. Somos las primeras personas adaptadas orgánicamente para vivir en el espacio. Todo el sistema corporal es orgánico, incluso el CerebroAmigo: tenemos los primeros CerebroAmigos totalmente orgánicos. Es una mejora que se aplicará a la población general de las Fuerzas Especiales la próxima vez que hagan una nueva emisión de cuerpos. Todo lo que somos está expresado en nuestro ADN. Si pueden encontrar un modo de que nos reproduzcamos de manera natural, tendremos una nueva especie: el Homo astrum, que podrá vivir entre los planetas. Entonces no tendremos que luchar contra nadie por el territorio. Y eso significa que los humanos vencerán.
:::Siempre que quieran parecer tortugas —dijo Jared.
Martin envió un agudo toque de diversión.
:::Ciertamente. Lo sabemos. Nos llamamos a nosotros mismos «los gameranos».
Jared vaciló un instante hasta que recordó las noches en el Campamento Carson, cuando había estado viendo películas de ciencia ficción a diez veces su velocidad.
:::¿Como el monstruo japonés?
:::Exactamente —dijo Martin.
:::¿También disparan fuego?
:::Pregúntele a los obin —dijo Martin.
El trineo entró en el anillo.
* * *
Jared vio al muerto en cuanto atravesaron el agujero que había en un lateral de la Estación Covell.
Los gameranos habían informado a las Fuerzas Especiales de que la estación estaba casi intacta, pero «casi intacta» significaba claramente algo muy distinto para los soldados que vivían en el vacío. La Estación Covell carecía de aire, de vida y de gravedad, aunque algunos sistemas eléctricos aún tenían energía, gracias a los paneles solares y la ingeniería especializada. Los gameranos conocían bien la estación: habían estado allí antes, recuperando los archivos, documentos y objetos que no habían sido destruidos ni saqueados por los obin. Lo único que no recuperaron fue a los muertos: los obin continuaban yendo a la estación de vez en cuando y podrían darse cuenta si el número de muertos se reducía drásticamente a lo largo del tiempo. Así que los muertos permanecían, flotando helados y disecados por toda la estación.
El muerto estaba apoyado contra el mamparo de un pasillo. Jared sospechó que no estaba allí cuando se hizo el agujero del casco por donde habían entrado: la explosión descompresiva lo habría sacado al espacio. Jared se volvió para confirmarlo con Martin.
:::Es nuevo —dijo Martin—. En esta sección, al menos. Los muertos flotan mucho por aquí, junto con todo lo demás. ¿Es alguien que esté buscando?
Jared se acercó al muerto. Su cuerpo estaba reseco y cuarteado, sin rastro de humedad. Habría sido imposible reconocerlo aunque Boutin lo hubiera intentado. Jared miró la bata de laboratorio que vestía; el nombre lo identificaba como Uptal Chatterjee. Su piel ajada era verde. El nombre estaba bien para un colono, pero había sido claramente ciudadano de una nación occidental en algún momento.
:::No sé quién es —dijo Jared.
:::Vamos, entonces —repuso Martin. Se agarró a la barandilla con sus dos manos izquierdas y se impulsó pasillo abajo. Jared lo siguió, soltándose de la barandilla de vez en cuando para dejar pasar a algún cadáver que daba tumbos por el pasillo. Se preguntó si podría encontrar a Zoë Boutin flotando en los pasillos o en cualquier otra parte de la estación.
«No —pensó—. Nunca encontraron su cuerpo. Apenas encontraron a ningún colono».
:::Alto —le dijo Jared a Martin.
:::¿Qué ocurre?
:::Estoy recordando —dijo Jared, y cerró los ojos, aunque los tenía cubiertos por la caperuza. Cuando los abrió, se sintió más concentrado y consciente. También sabía exactamente adonde quería ir.
:::Sígame —dijo.
Jared y Martin habían entrado en la estación por el ala de armas. Cerca del núcleo se encontraban investigación biomédica y navegación; en el centro había un gran laboratorio en cero-g. Jared dirigió a Martin hacia el núcleo y luego en el sentido de las agujas del reloj por los pasillos, deteniéndose de vez en cuando para dejar que Martin abriera alguna puerta de emergencia desactivada con un pistón parecido a una palanca. Las luces del pasillo, alimentadas por paneles solares, brillaban débilmente pero más que suficiente para la visión ampliada de Jared.
:::Aquí —dijo Jared al cabo de un rato—. Aquí es donde hice mi trabajo. Éste es mi laboratorio.
El laboratorio estaba lleno de detritos y agujeros de bala. Quien hubiera entrado allí no estaba interesado en conservar el trabajo técnico del laboratorio: sólo quería matar a todo el mundo. Podía verse sangre seca y ennegrecida en la superficie de las mesas y en el lado de un escritorio. Allí habían matado al menos a una persona, pero no había ningún cadáver.
«Jerome Kos —pensó Jared—. Ése era el nombre de mi ayudante. Era originario de Guatemala, pero emigró a Estados Unidos cuando era niño. Fue el que resolvió el problema con el depósito…»
:::Mierda —dijo Jared. El recuerdo de Jerry Kos flotó en su cabeza, buscando un contexto. Jared escrutó la sala, buscando ordenadores o aparatos de almacenamiento de memoria: no había nada.
»¿Se han llevado ustedes los ordenadores de aquí? —le preguntó a Martin.
:::De esta sala no —respondió Martin—. En algunos de los laboratorios faltaban ya ordenadores y otras piezas de equipo cuando llegamos nosotros. Los obin o quien sea debieron llevárselos.
Jared se impulsó hasta un escritorio que sabía que era de Boutin. Lo que había encima se había marchado flotando hacía mucho. Jared abrió los cajones y encontró suministros de oficinas, colgadores para carpetas y otras cosas no particularmente útiles. Cuando cerraba el cajón, vio unos papeles en uno de los clasificadores. Se detuvo y sacó uno. Era un dibujo, firmado por Zoë Boutin con más entusiasmo que precisión.
«Me hacía un dibujo cada semana, en las clases de arte de los miércoles —recordó Jared—. Yo cogía el nuevo y lo colgaba con una chincheta, y el antiguo lo archivaba. Nunca tiraba ninguno». Jared miró la pizarra de corcho sobre la mesa: había algunas chinchetas, pero ningún dibujo. El último estaría casi con toda certeza flotando por algún lugar de la sala. Jared tuvo que combatir la urgencia de buscarlo hasta dar con él. En cambio, se apartó del escritorio, se volvió hacia la puerta y salió al pasillo antes de que Martin pudiera preguntarle adonde iba. Martin corrió para alcanzarlo.
Los pasillos de trabajo de la Estación Covell eran clínicos y estériles; los dedicados a las viviendas se esforzaban en ser todo lo contrario. El suelo estaba cubierto de alfombras (aunque de tipo industrial). En las clases de arte habían animado a los niños a pintar las paredes de los pasillos, donde había soles y gatos y montañas con flores, en dibujos que no podían ser considerados arte a menos que fueras padre e, incluso así, quizá no te lo parecieran. Los despojos del pasillo y las ocasionales manchas oscuras desmentían la alegría.
Como investigador jefe con una hija, Boutin tenía un habitáculo más grande que la mayoría, lo que seguía significando de todas formas que era casi insoportablemente pequeño: disponer de sitio es un privilegio en las estaciones espaciales. El apartamento de Boutin se hallaba al fondo del pasillo G (G de gato: las paredes estaban pintadas con gatos de todo tipo anatómicamente divergentes), número 10. La puerta estaba cerrada, pero no con llave. Jared la deslizó para abrirla y entró.
Como en todas partes, había objetos flotando silenciosamente en la habitación. Jared reconoció algunas cosas, pero otras no. Un libro que le había regalado un amigo de la facultad. Una foto enmarcada. Un bolígrafo. Una alfombra que Cheryl y él habían comprado en su luna de miel.
Cheryl. Su esposa, muerta en una caída mientras practicaba senderismo. Murió justo antes de que él ocupara aquel puesto en la estación. Su funeral se celebró dos días antes de que fuera allí. Recordó haber sujetado la mano de Zoë en el funeral, y cómo ella le preguntó por qué su madre tenía que marcharse y le pidió que le prometiera que él nunca la dejaría. Él lo prometió, naturalmente.
El dormitorio de Boutin era estrecho; el de Zoë, una habitación más allá, habría sido incómodo para cualquiera que no tuviera cinco años. La diminuta cama infantil ocupaba un rincón, tan seguramente sujeta que no se había marchado flotando: incluso el colchón estaba en su sitio. Libros de dibujos, juguetes y animales de peluche flotaban por el cuarto. Uno llamó la atención de Jared, y lo cogió.
Babar el elefante. Fénix había sido colonizado antes de que la Unión dejara de aceptar colonos de países ricos; había una gran población francesa, de la que descendía Boutin. Babar era un personaje infantil popular en Fénix, junto con Astérix, Tintín y Aquiles, recuerdos de infancias en un planeta tan lejano que nadie pensaba mucho en él. Zoë nunca había visto un elefante en la vida real (muy pocos habían llegado al espacio), pero le encantó Babar cuando Cheryl se lo regaló por su cuarto cumpleaños. Después de que Cheryl muriera Zoë convirtió a Babar en un tótem; se negaba a ir a ninguna parte sin él.
Jared recordó a Zoë llorando por el elefante una vez que la dejó en el apartamento de Helene Greene, cuando él se preparaba para estar fuera unas cuantas semanas, trabajando en sus experimentos en Fénix. Ya llegaba tarde a la lanzadera; no le daba tiempo de ir a recogerlo. Finalmente la contentó prometiéndole que le encontraría una Celeste para su Babar. Más tranquila, ella le dio un beso y entró en la habitación de Kay Greene para jugar con su amiga. Él se olvidó de Babar y de Celeste hasta el día en que tenía que regresar a Omagh y Covell. Estaba pensando en alguna excusa razonable para explicarle por qué volvía con las manos vacías, cuando lo llevaron aparte y le dijeron que Omagh y Covell habían sido atacados, y que todos en la base y la colonia habían muerto, y que su amada hija había muerto sola y asustada, y lejos de todos los que la querían.
Jared sostuvo a Babar mientras la barrera entre su conciencia y los recuerdos de Boutin se desmoronaba, sintiendo la pena y la furia de Boutin como si fueran propias. Eso fue. Aquél fue el hecho que lo puso en el camino de la traición, la muerte de su hija, su Zoë Jolie, su alegría. Jared, incapaz de protegerse contra aquello, sintió lo que sintió Boutin: el horror enfermizo de imaginar sin querer la muerte de su hija, el dolor hueco y horrible que venía a ocupar aquel lugar de su vida donde había estado su hija, y un loco y ácido deseo de hacer algo más que llorar.
El torrente de recuerdos sacudió a Jared, que jadeaba cada vez que algo nuevo golpeaba su conciencia y se clavaba en ella. Los recuerdos llegaban demasiado rápido para estar completos o para que pudiera comprenderlos del todo, grandes pinceladas que definían la forma del camino de Boutin. Jared no halló ningún recuerdo del primer contacto con los obin; sólo una sensación de liberación, como si tomar la decisión lo librara de una acuciante sensación de dolor y furia. Pero sí se vio a sí mismo haciendo un trato con los obin y obteniendo un refugio seguro, a cambio de sus conocimientos del CerebroAmigo y la investigación sobre la conciencia.
Los detalles del trabajo científico de Boutin se le escapaban; carecía de la formación necesaria para comprender caminos precisos de pensamiento. Lo que sí tenía eran los recuerdos de experiencias sensuales: el placer de simular su muerte y escapar, el dolor de separarse de Zoë, el deseo de abandonar la esfera humana para empezar su trabajo y urdir su venganza.
Aquí y allí, en aquella mezcla de sensaciones y emociones, algunos recuerdos concretos chispeaban como joyas: datos que se repetían a lo largo del campo de la memoria; cosas que eran recordadas por más de un incidente. Incluso entones algunas cosas seguían fluctuando fuera de su alcance: por ejemplo, sabía que Zoë era la clave de la deserción de Boutin pero no sabía exactamente por qué, y la respuesta escapaba de su abrazo cuando intentaba asirla, burlona y tortuosa.
Jared trató de concentrarse en aquellas pepitas de memoria que eran duras, sólidas y fáciles de alcanzar. Su conciencia gravitó en torno a una de ellas, el nombre de un lugar, burdamente traducido de un idioma hablado por criaturas que no se expresaban como los humanos.
Y Jared supo dónde estaba Boutin.
La puerta del apartamento se abrió deslizándose y entró Martin. Localizó a Jared en la habitación de Zoë y se acercó a él.
:::Hora de marcharnos, Dirac —dijo—. Varley me dice que los obin vienen de camino. Deben de haber puesto micrófonos en el lugar. Estúpido de mí.
:::Denme un minuto —dijo Jared.
:::No tenemos un minuto.
:::Muy bien —respondió Jared. Salió de la habitación, llevándose a Babar consigo.
:::No es el mejor momento para souvenirs —dijo Martin.
:::Cállese. Y vámonos.
Salió del apartamento de Boutin sin mirar atrás para ver si Martin lo seguía.
Uptal Chatterjee estaba donde lo habían dejado. La nave de exploración obin que flotaba ante la abertura del casco era nueva.
:::Debe haber otras salidas en este lugar —dijo Jared, mientras sorteaban el cuerpo de Chatterjee. La nave era visible a lo lejos, pero al parecer todavía no los había localizado.
:::Claro que las hay —respondió Martin—. La cuestión es si podríamos llegar hasta ellas antes de que aparezcan más tipos de ésos. Podemos llevarnos a uno por delante si es necesario. Más sería un problema.
:::¿Dónde está su escuadrón? —preguntó Jared.
:::Vienen de camino. Intentamos que nuestros movimientos fuera de los anillos sean mínimos.
:::Una buena idea en cualquier momento menos en éste.
:::No reconozco esa nave —dijo Martin—. Parece un nuevo tipo de exploradora. No sé si tiene armas. Si no las tiene, entre los dos podríamos abatirla con nuestros MP.
Jared reflexionó. Cogió a Chatterjee y lo empujó suavemente en dirección a la brecha del casco. Chatterjee flotó lentamente para cruzarla.
:::Hasta ahora, bien —dijo Martin, cuando el cuerpo de Chatterjee casi había cruzado la brecha.
El cadáver de Chatterjee se estremeció cuando los proyectiles de la nave exploradora alcanzaron su cuerpo congelado. Sus miembros se agitaron violentamente y luego quedaron destrozados cuando otra andanada recorrió la brecha. Jared pudo sentir el impacto de los proyectiles en la pared opuesta del pasillo.
Jared notó una sensación peculiar, como si estuvieran hurgando en su cerebro. La posición de la nave exploradora cambió levemente.
:::Agáchese —trató de decirle a Martin, pero no logró establecer la comunicación. Jared se dio media vuelta, agarró a Martin y tiró de él hacia abajo cuando una nueva andanada atravesaba el pasillo, ampliando la brecha del casco y pasando peligrosamente cerca de ellos.
Un brillo anaranjado restalló en el exterior y desde su posición Jared pudo ver cómo la nave exploradora se ladeaba salvajemente. Por debajo de la nave, un misil se abrió paso e impactó en la zona inferior, rompiendo la nave exploradora en dos. Jared advirtió que los gameranos en efecto disparaban fuego.
:::Sí que ha sido divertido —dijo Martin—. Ahora tendremos que pasarnos una o dos semanas escondidos mientras los obin intentan averiguar quién voló su nave. Ha vuelto usted nuestras vidas muy interesantes, soldado. Ahora tenemos que marcharnos. Los chicos le han lanzado el cable remolcador. Salgamos de aquí antes de que aparezcan más.
Martin se incorporó, se dio la vuelta y se lanzó por la abertura, hacia el cable que flotaba a unos cinco metros más allá. Jared lo siguió y agarró el cable con una mano, mientras sujetaba con fuerza a Babar en la otra.
Pasaron tres días antes de que los obin dejaran de buscarlos.
* * *
—Bienvenido —dijo Wilson mientras se acercaba al trineo, y entonces se detuvo—. ¿Ése es Babar?
—Lo es —respondió Jared, sentado en el trineo con Babar asegurado en su regazo.
—No estoy seguro de querer saber de qué va esto —dio Wilson.
—Sí que quieres. Confía en mí.
—¿Tiene algo que ver con Boutin?
—Lo tiene que ver todo —dijo Jared—. Sé por qué se convirtió en traidor, Harry. Lo sé todo.