Fueron las gominolas negras las que lo provocaron.
Jared las vio mientras curioseaba en la tienda de caramelos de la Estación Fénix, y pasó de largo, más interesado en las chocolatinas. Pero su mirada volvía una y otra vez a ellas, al pequeño contenedor que las separaba del resto de las gominolas, que se ofrecían surtidas.
—¿Por qué las pone aparte? —le preguntó Jared a la vendedora, después de que sus ojos regresaran a las gominolas negras por quinta vez—. ¿Qué hace tan especiales las gominolas negras?
—La gente las adora o las aborrece —respondió la vendedora—. A los que las aborrecen, que son la mayoría, no les gusta tener que ir apartándolas del resto de las gominolas. Los que las adoran quieren tener la bolsa llena de ellas. Así que tengo unas cuantas a mano, pero en su propio espacio.
—¿Y usted de qué tipo es? —preguntó Jared.
—No las soporto —dijo la vendedora—. Pero mi marido nunca tiene suficientes. Y me echa el aliento encima cuando las está comiendo, sólo para molestarme. Una vez lo eché a patadas de la cama por hacerlo. ¿Nunca ha probado una gominola negra?
—No —dijo Jared. La boca se le hizo agua ligeramente—. Pero creo que voy a probar unas cuantas.
—Un tipo valiente —dijo la vendedora, y llenó una bolsita de plástico transparente de caramelos y se la entregó. Jared la cogió y pescó dos gominolas mientras la vendedora anotaba el pedido; como pertenecía a las FDC, Jared no pagó las gominolas (como todo lo demás, eran gratis y formaban parte de lo que los soldados llamaban cariñosamente «el viaje por el infierno con todos los gastos pagados»), pero los vendedores anotaban todo lo que servían a los soldados y enviaban las facturas a las FDC. El capitalismo había llegado al espacio y le iba razonablemente bien.
Jared tomó el par de gominolas y se las metió en la boca, las aplastó con los molares y las retuvo allí, mientras su saliva recubría el sabor a regaliz sobre la lengua y los vapores de su olor llegaban más allá de su paladar y se expandían por su cavidad nasal. Cerró los ojos, y advirtió que sabían tal como recordaba. Cogió un puñado y se lo metió en la boca.
—¿Cómo están? —preguntó la vendedora, observando el entusiástico consumo.
—Están buenas —respondió Jared, con la boca llena de gominolas—. Buenas de verdad.
—Le diré a mi marido que hay otro en su equipo.
Jared asintió.
—Dos —dijo—. A mi hija le encantan también.
—Todavía mejor —dijo la vendedora, pero Jared ya se había marchado, perdido en sus pensamientos, de regreso a su oficina. Dio diez pasos, tragó por completo la masa de gominolas que tenía en la boca, se dispuso a coger más y entonces se detuvo.
«Mi hija», pensó, y un grueso nudo de pena y recuerdo lo golpeó con tanta fuerza que lo hizo convulsionarse, atragantarse y vomitar las gominolas en la acera. Mientras escupía los últimos fragmentos de caramelos que tenía en la garganta, un nombre se formó en su cabeza.
«Zoë —pensó Jared—. Mi hija. Mi hija que está muerta».
Una mano le tocó en el hombro. Jared retrocedió, casi resbaló en el vómito al volverse, y la bolsa de gominolas escapó volando de su mano. Miró a la mujer que le había tocado, una especie de soldado de las FDC. Ella lo miró con extrañeza y luego hubo un breve y brusco zumbido en su cabeza, como una voz humana pero acelerada diez veces. Sucedió de nuevo y una vez más, como dos bofetadas en el interior de su cabeza.
—¿Qué? —le gritó Jared a la mujer.
—Dirac —dijo ella—. Cálmate. Dime qué te ocurre.
Jared se sintió asustado y desorientado y se apartó rápidamente de la soldado, chocando contra otros peatones mientras se retiraba.
Jane Sagan vio a Dirac marcharse dando tumbos y luego miró el oscuro charco de vómito y el puñado de gominolas en la acera. Se volvió hacia la tienda de caramelos y se dirigió hacia allí.
—Usted —dijo, señalando a la vendedora—. Dígame qué ha pasado.
—Ese tipo vino y compró gominolas negras —dijo la mujer—. Dijo que le encantaban y se metió un puñado en la boca. Luego va, da un par de pasos y vomita.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo. Charlé con él y le dije que a mi marido le encantan las gominolas negras, y él dijo que a su hija le gustan también, compró las gominolas y se marchó.
—Habló de su hija —dijo Sagan.
—Sí. Dijo que tenía una niña pequeña.
Sagan contempló la acera. No había ni rastro de Dirac. Empezó a correr en la dirección donde lo había visto por última vez y trató de abrir un canal con el general Szilard.
* * *
Jared llegó a uno de los ascensores de la estación cuando otra gente salía de él. Pulsó el botón para que lo llevara al nivel de su laboratorio y de repente se dio cuenta de que su brazo era verde. Lo retiró con tanta violencia que chocó contra la pared del ascensor, lo que le hizo advertir de manera brusca y dolorosa que era, de hecho, su brazo, y que no iba a poder librarse de él. Las otras personas del ascensor lo miraron extrañadas, y en un caso con verdadera inquina: casi había golpeado a una mujer al retirar el brazo.
—Lo siento —dijo. La mujer hizo una mueca y miró al techo, el gesto típico de los ascensores. Jared hizo lo mismo y vio un reflejo borroso de su yo verde en las bruñidas paredes metálicas del ascensor. La ansiedad y la confusión de Jared se fueron convirtiendo en terror, pero Jared no quería dejarse llevar por el pánico en un ascensor lleno de desconocidos. El condicionamiento social era, por el momento, más fuerte que el pánico que le causaba la confusión sobre su identidad.
Si Jared hubiera podido dedicar un momento a cuestionarse quién era, allí de pie en silencio en el ascensor mientras esperaba llegar a su nivel, habría llegado a la sorprendente conclusión de que no estaba muy seguro. Pero no lo hizo: la gente no suele cuestionarse su identidad en el día a día. Jared sabía que ser verde no era apropiado, que su laboratorio estaba tres niveles más abajo de donde se encontraba, y que su hija Zoë estaba muerta.
El ascensor llegó al nivel deseado, y Jared salió al ancho pasillo. Ese nivel de la Estación Fénix no tenía tiendas de caramelos ni de otros productos: era uno de esos niveles de la estación dedicados principalmente a la investigación militar. Había soldados de las FDC cada treinta metros, vigilando los pasillos que conducían a las profundidades del nivel. Cada pasillo estaba equipado con escáneres biométricos y CerebroAmigos prostéticos que analizaban a todos los individuos que se acercaban. Si a una persona no se le permitía acceder al pasillo, un guardia de las FDC la interceptaba antes de que consiguiera llegar.
Jared sabía que se suponía que tenía acceso a la mayoría de esos pasillos, pero dudaba que ese extraño cuerpo tuviera permiso. Empezó a caminar como si tuviera un propósito, dirigiéndose al pasillo donde sabía que se encontraban su laboratorio y su despacho. Tal vez cuando llegara allí dedujera qué hacer a continuación. Casi había llegado cuando vio que todos los guardias de las FDC que tenía delante se volvían a mirarlo.
«Mierda», pensó Jared. Su pasillo estaba a menos de cincuenta metros de distancia. Por impulso, echó a correr hacia allí y se sorprendió de lo rápido que llegó su cuerpo al objetivo. Lo mismo le pasó al soldado que lo protegía: alzó su MP, pero para cuando se lo llevó a la cara, Jared lo había alcanzado. Jared empujó al soldado con fuerza. Éste chocó contra la pared y cayó. Jared pasó de largo sin interrumpir el ritmo y corrió hacia la puerta de su laboratorio, a sesenta metros pasillo abajo. Mientras corría, las sirenas tronaron y las puertas de emergencia se cerraron. Jared apenas había atravesado el umbral de la que le habría separado de su objetivo cuando el pasillo se cerró, aislando la sección en menos de medio segundo.
Jared llegó a la puerta de su laboratorio y la abrió de golpe. Dentro había un técnico de Investigación Militar de las FDC y un raey. Jared se quedó inmóvil ante la disonancia cognitiva de ver a un raey en su laboratorio, y a través de la confusión llegó una aguda puñalada de temor, no hacia el raey, sino por haber sido pillado haciendo algo peligroso y terrible y punible. El cerebro de Jared trató de buscar un recuerdo o una explicación para adjuntarla a aquel miedo, pero no llegó a nada.
El raey sacudió la cabeza y rodeó la mesa donde se hallaba, para avanzar hacia Jared.
—Eres él, ¿verdad? —dijo el raey, en un inglés de pronunciación extraña, pero comprensible.
—¿Quién? —preguntó Jared.
—El soldado que crearon para atrapar al traidor —dijo el raey—. Pero no pudieron conseguirlo.
—No te entiendo. Éste es mi laboratorio. ¿Quién eres?
El raey volvió a sacudir la cabeza.
—O tal vez lo consiguieron, después de todo —dijo el raey. Se señaló a sí mismo—. Cainen. Científico y prisionero. Ahora sabes quién soy. ¿Sabes quién eres tú?
Jared abrió la boca para responder y advirtió que no sabía quién era. Se quedó allí, aturdido, con la boca abierta, hasta que las puertas de emergencia se abrieron unos segundos más tarde. La soldado con la que había hablado antes entró, alzó una pistola, y le disparó en la cabeza.
* * *
:::Primera pregunta —dijo el general Szilard. Jared estaba tendido en la enfermería de la Estación Fénix, recuperándose del disparo aturdidor, con dos guardias de las FDC al pie de la cama y Jared junto a la pared—. ¿Quién eres?
:::Soy el soldado Jared Dirac —respondió él. No preguntó quién era Szilard; su CerebroAmigo lo había identificado cuando entró en la habitación. El propio CerebroAmigo de Szilard podría haber identificado fácilmente a Jared, así que la cuestión no era asunto de mera identificación—. Estoy destinado en la Milana. Mi comandante es la teniente Sagan, que se encuentra ahí.
:::Segunda pregunta —dijo el general Szilard—. ¿Sabes quién es Charles Boutin?
:::No, señor. ¿Debería?
:::Posiblemente —dijo Szilard—. Te encontramos delante de su laboratorio. Era su laboratorio y le dijiste a ese raey que era tuyo. Lo cual sugiere que pensaste que eras Charles Boutin, al menos durante un momento. Y la teniente Sagan me dice que no quisiste responder por tu nombre cuando trató de hablar contigo.
:::Recuerdo no saber que era yo —dijo Jared—. Pero no recuerdo haber pensado que era otra persona.
:::Pero llegaste al laboratorio de Boutin sin haber estado allí antes. Y sabemos que no accediste a tu CerebroAmigo para que te proporcionara un mapa de la estación y poder llegar allí.
:::No puedo explicarlo —dijo Jared—. El recuerdo estaba en mi cabeza.
Jared vio que Szilard miraba a Sagan tras aquellas palabras.
La puerta se abrió y entraron dos hombres. Uno de ellos se acercó a Jared antes de que su CerebroAmigo pudiera identificarlo.
—¿Sabes quién soy? —preguntó.
El puñetazo de Jared envió al hombre al suelo. Los guardias alzaron sus MR Jared, que ya se recuperaba de su repentino subidón de ira y adrenalina, levantó inmediatamente los brazos.
El hombre se incorporó mientras el CerebroAmigo de Jared finalmente lo identificaba como el general Greg Mattson, jefe de Investigación Militar.
—Eso lo responde —dijo Mattson, llevándose la mano al ojo derecho. Se dirigió al lavabo de la habitación, para comprobar el daño.
—No estés tan seguro —le dijo Szilard. Se volvió hacia Jared—. Soldado, ¿conocías al hombre al que acabas de golpear?
—Ahora sé que es el general Mattson —respondió Jared—. Pero no lo sabía cuando lo golpeé.
—¿Por qué lo golpeaste?
—No lo sé, señor. Es que… —se detuvo.
—Responde a la pregunta, soldado —dijo Szilard.
—Me pareció que era lo adecuado en ese momento —contestó Jared—. No puedo explicar por qué.
—Decididamente, está recordando algunas cosas —dijo Szilard, volviéndose hacia Mattson—. Pero no lo recuerda todo. Y no recuerda quién era.
—Chorradas —dijo Mattson, desde el lavabo—. Recordó lo suficiente para darme un puñetazo. Ese hijo de puta lleva años esperando para hacerlo.
—Puede que lo recuerde todo y que esté intentando convencerlo de que no, general —le dijo el otro hombre a Szilard. El CerebroAmigo de Jared lo identificó como el coronel James Robbins.
—Es posible —respondió Szilard—. Pero hasta ahora sus acciones no parecen sugerirlo. Si realmente fuera Boutin, no le interesaría hacernos saber que recuerda algo. Golpear al general no habría sido muy inteligente.
—De inteligente nada —dijo Mattson, mientras salía del lavabo—. Sólo catártico.
Se volvió hacia Jared y se señaló el ojo, rodeado de gris donde la SangreSabia había rebosado las venas, causando una magulladura.
—En la Tierra, me lo habrías dejado en mis manos un par de semanas. Debería hacerlo fusilar sólo por principios.
—General… —empezó a decir Szilard.
—Relájate, Szi —dijo Mattson—. Acepto tu teoría. Boutin no sería tan estúpido como para golpearme, así que éste no es Boutin. Pero partes de él están saliendo a la luz, y quiero ver cuánto podemos conseguir.
—La guerra que Boutin trató de iniciar ha terminado, general —dijo Jane Sagan—. Los eneshanos van a volverse contra los raey.
—Bueno, eso es maravilloso, teniente —dijo Mattson—. Pero en este caso dos de tres no nos sirve. Los obin pueden estar planeando todavía algo, y como parece que Boutin está con ellos, tal vez no deberíamos declarar la victoria y cancelar la búsqueda aún. Seguimos necesitando saber qué es lo que sabe Boutin, y ahora que este soldado tiene a dos personas sacudiéndose dentro de su cráneo, tal vez podamos hacer un poco más para animar a la otra a salir a jugar.
Se volvió hacia Jared.
—¿Qué dices, soldado? Os llaman las Brigadas Fantasma, pero tú eres el único con un auténtico fantasma dentro de la cabeza. ¿Quieres que salga?
—Con el debido respeto, señor, no tengo ni idea de lo que está hablando —dijo Jared.
—Pues claro que no —respondió Mattson—. Al parecer, aunque sabes dónde está su laboratorio, no tienes ni zorra idea de quién es Charles Boutin.
—Sé una cosa más —dijo Jared—. Sé que tenía una hija.
El general Mattson se tocó el ojo morado.
—Sí que la tenía, soldado —Mattson bajó la mano y se volvió hacia Szilard—. Quiero que me lo devuelvas, Szi —dijo, y entonces vio que la teniente Sagan le dirigía a Szilard una mirada; sin duda le estaba enviando uno de esos mensajes mentales ra-ta-tat que los de las Fuerzas Especiales solían emplear en vez del habla—. Sólo es temporal, teniente. Y le prometo que no lo romperé. Pero no vamos a sacar nada útil de él si lo matan en una misión.
—No tuvo ningún problema con que lo mataran en una misión antes —dijo Sagan—. Señor.
—Ah, la famosa actitud irritante de las Fuerzas Especiales —dijo Mattson—. Me estaba preguntando cuándo quedaría claro que tiene usted seis años.
—Tengo nueve —dijo Sagan.
—Y yo tengo más de ciento treinta, así que escuche a su tatarabuelo —dijo Mattson—. No me importaba si moría antes porque no creía que pudiera ser útil. Si resulta que no lo es, podrá recuperarlo y morirse de nuevo, por lo que a mí respecta. De todas formas, usted no puede decidir. Así que cállese, teniente, y deje hablar a los adultos.
Sagan rebulló por dentro, pero permaneció callada.
—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Szilard.
—Voy a ponerlo bajo el microscopio, por supuesto —dijo Mattson—. Averiguaré por qué está filtrando recuerdos ahora y veré qué hace falta para que filtre algunos más —indicó a Robbins con un pulgar—. Oficialmente, será asignado a Robbins como ayudante. Extraoficialmente, espero que se pase un montón de tiempo en el laboratorio. Ese científico raey que os quitamos de encima está resultando útil. Veremos qué puede hacer con él.
—¿Crees que puedes fiarte de un raey? —preguntó Szilard.
—Mierda, Szi. No le dejamos cagar sin ponerle una cámara en el culo. Y se morirá de un día para otro si no recibe su medicina. Es el único científico que tengo en el que sé que puedo confiar absolutamente.
—Muy bien —dijo Szilard—. Me lo entregaste una vez cuando te lo pedí. Puedes quedártelo ahora. Pero recuerda que es uno de los nuestros, general. Y sabes cómo soy con los míos.
—Muy bien —dijo Mattson.
—La orden de transferencia está en tu lista. En cuanto la apruebes, estará hecho.
Szilard saludó con un gesto a Robbins y Sagan, miró a Jared, y se marchó.
Mattson se volvió hacia Sagan.
—Si tiene que despedirse de él, ahora es el momento.
—Gracias, general —respondió Sagan.
:::Qué gilipollas —le dijo a Jared.
:::Sigo sin saber qué está pasando y quién es Charles Boutin —dijo Jared—. He intentado acceder a información sobre él, pero todo está clasificado.
:::Vas a averiguarlo muy pronto —dijo Sagan—. Descubras lo que descubras, quiero que recuerdes una cosa. Por encima de todo, eres Jared Dirac. Nadie más. No importa cómo te crearan ni por qué ni lo que suceda. A veces lo olvido, y lo lamento. Pero quiero que lo recuerdes.
:::Lo recordaré.
:::Bien —dijo Sagan—. Cuando veas a ese raey del que estaban hablando, dile que la teniente Sagan le pidió que te cuidara. Se llama Cainen. Dile que lo consideraría un favor.
:::Lo he visto. Se lo diré.
:::Y lamento haberte disparado en la cabeza con el rayo aturdidor. Ya sabes cómo es.
:::Lo sé —dijo Jared—. Gracias. Adiós, teniente.
Sagan se marchó.
Mattson señaló a los guardias.
—Pueden marcharse.
Los guardias se fueron.
—Ahora —dijo Mattson, volviéndose hacia Jared—. Voy a trabajar confiando en que tu pequeño ataque de antes no vaya a ser algo que suceda con frecuencia, soldado. De todas formas, a partir de ahora tu CerebroAmigo está en modo de grabar y localizar, así no tendremos ninguna sorpresa por tu parte y siempre sabremos dónde encontrarte. Cambia los parámetros una sola vez, y todos los soldados de las FDC de la Estación Fénix recibirán la orden de dispararte a matar. Hasta que sepamos exactamente quién y qué hay en tu cabeza, no tendrás ningún pensamiento privado. ¿Me comprendes?
—Le comprendo.
—Excelente. Entonces, bienvenido a Investigación Militar, hijo.
—Gracias, señor —dijo Jared—. Y ahora, ¿quiere alguien decirme por favor qué demonios está pasando?
Mattson sonrió y se volvió hacia Robbins.
—Dígaselo usted —ordenó Mattson, y se marchó.
Jared volvió la mirada hacia Robbins.
—Uh —dijo Robbins—. Hola.
* * *
—Tienes un moratón interesante —dijo Cainen, señalando la sien de Jared. Hablaba su propio idioma, y el CerebroAmigo de Jared proporcionaba la traducción.
—Gracias —dijo Jared—. Me dispararon.
Jared también hablaba su propio idioma; después de varios meses, el nivel de inglés de Cainen era bastante bueno y ya podía entenderlo.
—Lo recuerdo —dijo Cainen—. Yo estuve allí. Da la casualidad de que la teniente Sagan también me disparó a mí una vez. Tú y yo deberíamos fundar un club.
Cainen se volvió hacia Harry Wilson, que andaba por allí cerca.
—Tú también puedes unirte, Wilson.
—Paso —dijo Wilson—. Recuerdo a un sabio que una vez dijo que nunca querría pertenecer a un club que lo tuviera a él como socio. Además, prefiero que no me disparen.
—Cobarde —dijo Cainen.
Wilson inclinó la cabeza.
—A tu servicio.
—Y ahora —dijo Cainen, devolviendo su atención a Jared—. Confío en que tengas alguna idea de por qué estás aquí.
Jared recordó la embarazosa y no demasiado aclaratoria conversación con el coronel Robbins el día anterior.
—El coronel Robbins me contó que yo nací para que la conciencia de ese Charles Boutin fuera transferida a mi cerebro, pero que no prendió. Me dijo que Boutin era un científico que había aquí pero que se volvió un traidor. Y me dijo que estos nuevos recuerdos que estoy experimentando son en realidad los viejos recuerdos de Boutin, y que nadie sabe por qué surgen ahora y no antes.
—¿Cuántos detalles te dio de la vida o la investigación de Boutin? —preguntó Wilson.
—Ninguno, en realidad. Dijo que si aprendía demasiado de lo que él me contara o de sus archivos, podría interferir en que mi memoria regrese de modo natural. ¿Lo hará?
Wilson se encogió de hombros.
—Como eres el primer humano a quien le ha pasado esto —dijo Cainen—, no hay ninguna pista sobre lo que deberíamos hacer a continuación. Lo más cercano a esto son ciertos tipos de amnesia. Ayer pudiste encontrar este laboratorio y recordar el nombre de la hija de Boutin, pero no sabes cómo lo supiste. Eso es similar a la amnesia de fuente. Lo que lo hace completamente diferente es que el problema no es tu propia memoria, sino la de otra persona.
—Así que tampoco sabéis qué hacer para sacarme más recuerdos —dijo Jared.
—Tenemos teorías —respondió Wilson.
—Teorías —dijo Jared.
—Hipótesis, más exactamente —dijo Cainen—. Hace muchos meses le dije a la teniente Sagan que pensaba que la memoria de Boutin no prendió en ti porque la suya era una conciencia madura, y cuando se puso en un cerebro inmaduro que no tenía suficientes experiencias no encontró dónde agarrarse. Pero ahora tienes esas experiencias, ¿no? Siete meses de guerra acondicionan cualquier mente. Y quizás algo que experimentaste actuó como puente hacia los recuerdos de Boutin.
Jared se puso a pensar.
—Mi última misión —dijo—. Alguien muy importante para mí murió. Y la hija de Boutin está también muerta.
Jared no le mencionó a Cainen el asesinato de Vyut Ser, ni cómo se desmoronó al empuñar el cuchillo que habría de matarla, pero eso también estaba en su mente.
Cainen asintió, demostrando que su comprensión del lenguaje humano incluía los signos no verbales.
—En efecto, ése podría haber sido el momento.
—¿Pero por qué no regresaron los recuerdos entonces? —preguntó Jared—. Sucedió cuando volví a la Estación Fénix y comí las gominolas negras.
—Recordando tiempos pasados —dijo Wilson.
Jared lo miró.
—¿Qué?
—En realidad, En busca del tiempo perdido es una traducción mejor del título original —dijo Wilson—. Es una novela de Marcel Proust. El libro empieza cuando el personaje principal experimenta un tropel de recuerdos de la infancia, provocados por haber comido una magdalena que mojaba en el té. Los recuerdos y los sentidos están muy unidos en los humanos. Comer esas gominolas pudo haber disparado esos recuerdos, sobre todo si las gominolas fueron significativas en algún sentido.
—Recuerdo haber dicho que eran las favoritas de Zoë —dijo Jared—. La hija de Boutin. Se llamaba Zoë.
—Puede que eso fuera suficiente —dijo Cainen.
—Tal vez deberías comer más gominolas —bromeó Wilson.
—Lo hice —respondió Jared, con seriedad. Le había pedido al coronel Robbins que le trajera una bolsa nueva; se sentía demasiado avergonzado por su vómito anterior para ir a comprarlas él mismo. Jared se sentó en su nueva vivienda, con la bolsa en la mano, y estuvo comiendo gominolas lentamente durante una hora.
—¿Y? —preguntó Wilson.
Jared tan sólo negó con la cabeza.
—Déjame que te enseñe algo, soldado —dijo Cainen, y pulsó un botón en su teclado. En la zona de exposición de su mesa, aparecieron tres pequeñas gráficas de luces. Cainen señaló una—. Esto es una representación de la conciencia de Charles Boutin, una copia de la cual, gracias a esta tecnología industrial, tenemos archivada. Esta otra es una representación de tu propia conciencia, tomada durante tu período de instrucción.
Jared pareció sorprendido.
—Sí, soldado, te han estado siguiendo la pista. Has sido su experimento científico desde que naciste. Pero esto es sólo una representación. Contrariamente a la conciencia de Boutin, no tienen la tuya archivada. La tercera imagen es tu conciencia ahora mismo. No tienes formación para leer estas representaciones, pero incluso para un ojo no informado es claramente distinta a las otras dos representaciones. Pensamos que es el primer incidente de tu cerebro intentando unir lo que recibió de la conciencia de Boutin con la tuya. El incidente de ayer te cambió, probablemente de manera permanente. ¿Puedes sentirlo?
Jared reflexionó al respecto.
—No me siento distinto —dijo, por fin—. Tengo nuevos recuerdos, pero no creo estar actuando de forma distinta a como suelo hacerlo.
—Excepto que vas por ahí golpeando a generales —recalcó Wilson.
—Fue un accidente —dijo Jared.
—No, no lo fue —respondió Cainen, súbitamente animado—. Ése es mi argumento, soldado. Naciste para ser una persona. Te convertiste en otra. Y ahora te estás convirtiendo en una tercera…, una combinación de las otras dos. Si continuamos, si tenemos éxito, más cosas de Boutin saldrán a flote. Cambiarás. Tu personalidad podría cambiar, quizá dramáticamente. Te convertirás en alguien distinto de quien eres ahora. Quiero asegurarme de que lo comprendes, porque quiero que seas tú quien decida si quieres que suceda.
—¿Que lo decida? —preguntó Jared.
—Sí, soldado, que lo decidas —dijo Cainen—. Cosa que rara vez haces —señaló a Wilson—. El teniente Wilson, aquí presente, eligió esta vida: se enroló por propia voluntad en las Fuerzas de Defensa Coloniales. Tú, y todos los de las Fuerzas Especiales, no tuvisteis esa opción. ¿Te das cuenta, soldado, de que los miembros de las Fuerzas Especiales son esclavos? No tienes nada que decir en el combate. No se os permite negaros. Ni siquiera se os permite saber que negarse es posible.
Jared se sintió incómodo con ese razonamiento.
—Nosotros no lo vemos de esa forma. Nos sentimos orgullosos de servir.
—Por supuesto. Para eso os han acondicionado desde que nacisteis, cuando vuestro cerebro fue conectado y vuestro CerebroAmigo pensó por vosotros y eligió unas ramas particulares del árbol de la decisión en vez de otras. Para cuando vuestro cerebro fue capaz de pensar por su cuenta, los caminos que van en contra de la libre opción ya habían sido trazados.
—Yo tomo decisiones todo el tiempo —replicó Jared.
—No muy importantes —dijo Cainen—. A través del condicionamiento y la vida militar, han tomado las decisiones por ti durante toda tu vida, soldado. Otra persona decidió crearte…, en eso no eres distinto a los demás. Pero luego eligieron imprimir la conciencia de otro en tu cerebro. Decidieron convertirte en guerrero. Decidieron a qué batallas te destinarían. Decidieron entregarte a nosotros cuando les resultó conveniente. Y por ellos decidirían que otra persona te abriera el cerebro como un huevo y dejara correr la conciencia de Charles Boutin sobre la tuya. Pero yo decido que tú decidas.
—¿Por qué? —preguntó Jared.
—Porque puedo. Y porque tú deberías. Y porque al parecer nadie más te lo permitirá. Es tu vida, soldado. Si decides continuar, te diremos cómo creemos que puedes recuperar más recuerdos y la personalidad de Boutin.
—¿Y si no quiero? —dijo Jared—. ¿Qué sucederá entonces?
—Entonces le diremos a Investigación Militar que nos negamos a seguir trabajando contigo.
—Podrían encontrar a otra gente que lo hiciera.
—Casi con toda certeza lo harán —dijo Cainen—. Pero tú habrás tomado tu decisión, y nosotros también habremos tomado la nuestra.
Jared comprendió el razonamiento de Cainen: a lo largo de su vida, todas las decisiones importantes que le habían afectado habían sido tomadas por otros. Su toma de decisiones se limitaba a cosas intrascendentes o a situaciones militares donde no elegir algo habría provocado su muerte. No se consideraba a sí mismo un esclavo, pero se vio forzado a admitir que nunca había pensado no formar parte de las Fuerzas Especiales. Grabiel Brahe le había dicho a su escuadrón de instrucción que después de sus diez años de servicio podrían colonizar, y ninguno cuestionó jamás por qué se les obligaba a servir aquellos diez años. Todo el entrenamiento y el desarrollo de las Fuerzas Especiales sometía la decisión individual a las necesidades del escuadrón o el pelotón; incluso la integración (la gran ventaja militar de las Fuerzas Especiales) difuminaba la sensación del yo fuera de lo individual y la lanzaba hacia el grupo.
(Al pensar en la integración, Jared sintió un intenso retortijón de soledad. Cuando llegaron sus nuevas órdenes, la integración de Jared con el Segundo Pelotón quedó cortada. El constante zumbido de fondo de los pensamientos y las emociones de sus compañeros de pelotón era cavernoso en su ausencia. Si no hubiera podido recurrir a sus primeras experiencias de conciencia aisladas, se habría vuelto un poco loco en el momento en que advirtió que ya no podía sentir a su pelotón. De cualquier manera, Jared se había pasado casi todo el día anterior sumido en una fuerte depresión. Era una amputación, sangrienta y burda, y únicamente saber que tal vez sólo sería provisional la hacía soportable).
Jared advirtió con creciente intranquilidad cuánto de su vida había sido dictado, elegido, ordenado y mandado. Se dio cuenta de lo mal preparado que estaba para tomar la decisión que Cainen le planteaba. Su inclinación inmediata fue decir que sí, que quería continuar: saber más cosas sobre Charles Boutin, el hombre que se suponía que era, y convertirse en él, en cierto modo. Pero no sabía si eso era algo que realmente quisiera, o meramente algo que se esperaba de él. Jared sintió resentimiento, no hacia la Unión Colonial o las Fuerzas Especiales, sino hacia Cainen…, por ponerlo en posición de cuestionarse a sí mismo y sus decisiones, o su falta de decisiones.
—¿Qué harías tú? —le preguntó a Cainen.
—Yo no soy tú —respondió Cainen, y se negó a hablar más sobre el tema. Wilson se mostró igualmente poco colaborador. Ambos se pusieron a trabajar en su laboratorio mientras Jared pensaba, contemplando las tres representaciones de la conciencia que eran él, de un modo u otro.
—He tomado mi decisión —dijo Jared, más de dos horas después—. Quiero continuar.
—¿Puedes decirme por qué? —preguntó Cainen.
—Porque quiero saber más de todo esto —respondió Jared. Señaló la imagen de la tercera conciencia—. Me has dicho que estoy cambiando. Me estoy convirtiendo en otra persona. Lo creo. Pero sigo sintiendo que soy yo. Creo que seguiré siendo yo, no importa lo que pase. Y quiero saberlo.
Jared señaló a Cainen.
—Dices que en las Fuerzas Especiales somos esclavos. Tienes razón. No puedo discutir eso. Pero también nos dijeron que somos los únicos seres humanos que nacimos con un propósito: mantener a salvo a los otros humanos. No me dieron la oportunidad de escoger ese propósito antes, pero lo elijo ahora. Elijo esto.
—Eliges ser esclavo —dijo Cainen.
—No —dijo Jared—. Dejé de ser esclavo cuando tomé esta decisión.
—Pero eliges el camino que te habrían obligado a seguir aquellos que te hicieron esclavo —dijo Cainen.
—Es mi decisión. Si Boutin quiere hacernos daño, quiero detenerlo.
—Eso significa que podrías volverte como él —dijo Wilson.
—Se suponía que iba a ser él —respondió Jared—. Ser como él sigue dejándome espacio para ser yo.
—Así que ésa es tu decisión —dijo Cainen.
—Así es.
—Bien, gracias a Dios —dijo Wilson, claramente aliviado. Cainen también pareció relajarse.
Jared los miró a los dos, extrañado.
—No comprendo —le dijo a Cainen.
—Nos ordenaron que sacáramos de ti cuanto fuera posible de Charles Boutin —dijo Cainen—. Si hubieras dicho que no, y nos hubiéramos negado a seguir nuestras órdenes, probablemente habría significado la pena de muerte para mí. Soy prisionero de guerra, soldado. El único motivo por el que me conceden un poco de libertad es porque me he permitido ser útil. En el momento en que deje de ser útil, las FDC retirarán la medicina que me mantiene con vida. O decidirán matarme de otra manera. El teniente Wilson no es probable que sea fusilado por desobedecer la orden, pero por lo que tengo entendido las prisiones de las FDC no son lugares muy agradables.
—Los insubordinados entran, pero no salen —dijo Wilson.
—¿Por qué no me lo dijeron?
—Porque no habría sido una decisión libre por tu parte —dijo Wilson.
—Acordamos que te ofreceríamos esta opción y aceptaríamos las consecuencias —dijo Cainen—. Cuando tomamos nuestra propia decisión sobre el tema, quisimos asegurarnos de que tú tendrías la misma libertad que nosotros para hacer tu elección.
—Así que gracias por elegir continuar —dijo Wilson—. Casi me cagué encima esperando que te decidieras de una puñetera vez.
—Lo siento.
—No pienses más en ello, porque ahora tienes otra decisión que tomar.
—Hemos elaborado dos opciones que creo que provocarán una cascada de recuerdos mayor de tu conciencia de Boutin —dijo Cainen—. La primera es una variación del protocolo de transferencia de conciencia que usaron para meter a Boutin en tu cerebro. Podemos repetir de nuevo el protocolo e imbuir la conciencia por segunda vez. Ahora que tu cerebro es más maduro, existen excelentes posibilidades de que la conciencia prenda. Pero existe la posibilidad de que eso tenga serias consecuencias.
—¿Como cuáles? —preguntó Jared.
—Como que tu conciencia quede borrada por completo cuando se introduzca la nueva —dijo Wilson.
—Ah.
—Ya ves que es problemático —dijo Cainen.
—Creo que no quiero esa opción.
—Nos lo esperábamos —dijo Cainen—. Por eso, tenemos un plan B mucho menos invasivo.
—¿Cuál es?
—Un viaje por la memoria —dijo Wilson—. Las gominolas fueron sólo el principio.