:::Treinta kilómetros —dijo Jane Sagan—. Todo el mundo fuera del autobús.
Los soldados del Segundo Pelotón saltaron del transporte de tropas y cayeron desde el cielo nocturno sobre Dirluew, la capital de la nación eneshana. Bajo ellos, las explosiones moteaban el cielo, pero no se trataba de las violentas erupciones de defensas antiaéreas capaces de destruir los transportes, sino de los bonitos destellos multicolores de los fuegos artificiales. Era la última noche del Chafalan, la celebración eneshana del renacimiento y la renovación. Los eneshanos de todo el mundo estaban en las calles, festejando y comportándose tal como exigía el momento del día en que estaban, es decir, con el equivalente eneshano de estar levemente borracho y excitado.
Dirluew era especialmente escandalosa ese Chafalan. Además de las festividades de costumbre, la celebración de ese año incluía también la Consagración de la Heredera, donde Fhileb Ser, la jerarca eneshiana, nombraba oficialmente a su hija Vyut Ser como futura gobernante de Enesha. Para conmemorar la celebración, Fhileb Ser había proporcionado una muestra de la jalea real con la que alimentaba a Vyut Ser y había permitido que se produjera en masa una versión sintética, en forma diluida, que se ofrecía en envases diminutos como regalo a los ciudadanos de Dirluew en esa última noche del Chafalan.
En su forma natural, y suministrada a un eneshano premetamórfico, la jalea real producía profundos cambios en el desarrollo que se traducían en claras ventajas físicas y mentales cuando el eneshano alcanzaba la forma adulta. En su versión diluida y sintetizada, la jalea real provocaba en los eneshanos adultos un auténtico y excelente cuelgue alucinógeno. La mayoría de los ciudadanos de Dirluew habían consumido su jalea antes de la exhibición de luces y fuegos artificiales de la ciudad, y ahora estaban sentados en sus jardines privados y parques públicos, haciendo chasquear sus mandíbulas en el equivalente eneshano a los ooooh y aaaaah mientras la naturaleza brillante y explosiva de los fuegos artificiales se extendía como un sedante por todo el espectro sensorial eneshano.
Treinta kilómetros más arriba (y descendiendo rápidamente), Jared no podía ver ni oír a los deslumbrados eneshanos, y los fuegos artificiales de abajo eran brillantes pero lejanos; el sonido de sus explosiones se perdía en la distancia y la fina estratosfera eneshana. La percepción de Jared estaba ocupada en otras cosas: la localización de sus compañeros de escuadrón, el ritmo de su descenso y las maniobras necesarias para asegurarse de que estaría donde fuese necesario al aterrizar, y a la vez lo bastante lejos del sitio donde iban a tener lugar ciertos acontecimientos en un futuro no demasiado lejano.
Localizar a sus compañeros de escuadrón era la tarea más fácil. Todos los miembros del Segundo Pelotón eran anulados visualmente, a través de la mayor parte del espectro electromagnético por la cobertura de su equipo y los unicapotes nanobióticos, a excepción de un transmisor/receptor por tensorrayo que llevaba cada miembro del pelotón. Éstos controlaban la posición de los otros miembros del pelotón antes del salto y continuaban haciéndolo a intervalos de microsegundo a partir de ese momento. Jared sabía que Sarah Pauling estaba cuarenta metros por delante y a estribor, Daniel Harvey sesenta metros más abajo, y Jane Sagan doscientos metros más arriba, pues era la última de su transporte. La primera vez que Jared participó en un salto nocturno, no mucho después de Gettysburg, perdió la señal del tensorrayo y aterrizó a varios kilómetros de su escuadrón, desorientado y solo. Nadie se burló de él por ello.
El destino final de Jared se encontraba ahora a menos de veinticinco kilómetros bajo él, resaltado por su CerebroAmigo, que también ofrecía un camino de descenso calculado para llevarlo hasta allí. El camino era actualizado durante el vuelo, ya que el CerebroAmigo tenía en consideración las corrientes de viento y otros fenómenos atmosféricos; también seguía cuidadosamente tres columnas virtuales agrupadas y superpuestas a la visión de Jared. Estas columnas se extendían desde el cielo para terminar en tres áreas de un edificio: el palacio de la jerarca, que servía a la vez como residencia de Fhileb Ser y su corte, así como de sede oficial del gobierno.
Lo que representaban esas tres columnas quedó claro cuando Jared y el Segundo Pelotón descendieron a menos de cuatro kilómetros y tres rayos de partículas aparecieron en el cielo, lanzados desde los satélites que las Fuerzas Especiales habían colocado en órbita baja sobre Enesha. Un rayo era tenue, el otro era furiosamente brillante y el tercero era el más tenue de los tres y tenía un curioso fluctuar. Los ciudadanos de Dirluew se asombraron al verlos y ante los resonantes truenos que acompañaron su aparición. En su estado de conciencia, simultáneamente ampliado y disminuido, pensaron que los rayos eran parte del espectáculo de luces de la ciudad. Sólo los invasores y los coordinadores del espectáculo de Dirluew supieron desde el principio que se trataba de algo distinto.
Los satélites que producen rayos de partículas no son cosas que pasen inadvertidas a la red de defensa planetaria de Enesha: las redes de defensa planetaria están para detectar las armas enemigas. Sin embargo, en ese caso concreto, los satélites estaban bien disfrazados como un trío de naves remolcadoras de reparaciones. Habían sido colocadas unos meses antes (no mucho después del incidente en Gettysburg), como parte de la flota de servicios de los atracaderos diplomáticos de la Unión Colonial en una de las tres principales estaciones espaciales de Enesha. De hecho, funcionaron perfectamente como remolcadores. Sus motores modificados no fueron descubiertos por las comprobaciones externas ni internas debido a las astutas modificaciones de software que ocultaban las capacidades de los mismos ante cualquier investigador.
Los tres remolques habían sido asignados para seguir a la Milana después de que la nave apareciera en el espacio eneshano y pidiera permiso para reparar los daños que habían sufrido su casco y sus sistemas en una batalla reciente con un crucero raey. La Milana había vencido en la refriega, pero tuvo que retirarse antes de que sus daños pudieran ser reparados totalmente (la Milana se había enfrentado a una de las colonias raey defendidas más moderadamente, con la suficiente fuerza militar para repeler a una única nave de las Fuerzas Especiales pero no para borrarla del cielo por completo). El comandante ofreció una visita rutinaria de cortesía por la Milana a los militares eneshanos, que ya habían confirmado la historia de la Milana a través de sus canales informales de inteligencia con los raey. La Milana también había solicitado que los miembros de su tripulación pudieran salir de permiso en Tresh, un lugar de recreo reservado para los diplomáticos de la Unión Colonial y el personal destacado en Enesha. Tresh se encontraba al sureste de Dirluew, que se hallaba al norte del rumbo de vuelo del transporte de tropas que llevaba de «vacaciones» a dos escuadrones de soldados del Segundo Pelotón.
Cuando el transporte de tropas pasó cerca de Dirluew, informó de perturbaciones atmosféricas y cambió de rumbo hacia el norte para evitar las turbulencias, rozando brevemente la zona de vuelo prohibido sobre el espacio aéreo de Dirluew. El mando de transporte eneshano aceptó la corrección, pero exigió al transporte que regresara a su previo plan de vuelo en cuanto dejara atrás las turbulencias. El transporte así lo hizo, unos minutos más tarde, dos escuadrones más liviano.
Era interesante lo que podía hacerse cuando un enemigo era oficialmente tu aliado. Y no sabía que tú sabías que era tu enemigo.
Los rayos de partículas brotaron de los remolcadores asignados a la Milana y alcanzaron el palacio de la jerarca. El primero, el más fuerte por un margen insignificante, se abrió paso a través de seis niveles del palacio, hasta llegar a sus entrañas y vaporizar el generador de emergencia y, veinte metros más abajo, la principal línea de energía. Cortar ésta hizo que los sistemas eléctricos del palacio recurrieran a los de emergencia, que habían sido destruidos milisegundos antes. En ausencia de un poder de emergencia centralizado, varios sistemas locales cobraron vida y cerraron el palacio por medio de un sistema de puertas de seguridad. Los diseñadores de los sistemas eléctricos y de seguridad del palacio habían deducido que si caían a la vez el sistema normal y el de emergencia, todo el palacio estaría siendo atacado. Hasta ahí, su razonamiento era correcto; lo que los diseñadores no esperaban ni pretendían era que el sistema descentralizado de emergencias locales formara parte integral de los planes de los atacantes.
Este rayo causó relativamente pocos daños secundarios; sus energías estaban concentradas específicamente para contenerse dentro de su circunferencia y hundirse en el suelo eneshano. El agujero resultante alcanzó más de ochenta metros de profundidad antes de que los escombros causados por obra del rayo (y los de seis niveles de palacio), llenaran el fondo del agujero hasta una profundidad de varios metros.
El segundo rayo perforó el ala administrativa del palacio. Al contrario que el primer rayo, éste era amplio y estaba diseñado para desprender una enorme cantidad de calor residual. El ala administrativa del palacio se tambaleó y rezumó donde la alcanzó el rayo. El aire supercalentado se abrió paso por las oficinas, destrozando puertas y ventanas, y prendiendo todo lo que había dentro o tuviera un punto de combustión inferior a los 932 grados centígrados. Más de tres docenas de trabajadores del turno de noche, guardias militares y conserjes, fueron inmolados y ardieron al instante dentro de sus caparazones. El despacho privado de la jerarca y todo lo que había en su interior, directamente enfocado en el centro del rayo, se convirtió en cenizas sólo fracciones de segundo antes de que la tormenta de fuego que creó la energía y el calor del rayo lanzara esas cenizas a todos los rincones del ala en rápida deconstrucción.
El segundo rayo era con diferencia el más destructor pero también el menos crítico de todos. Las Fuerzas Especiales no pretendían ni esperaban asesinar a la jerarca en su despacho privado: raramente estaba allí por la noche y desde luego no iba a estarlo aquélla, cuando cumplía sus funciones públicas como parte de las celebraciones del Chafalan. Estaba en otra parte de Dirluew. Habría sido un atentado torpe en el mejor de los casos. Pero las Fuerzas Especiales querían que pareciera un atentado torpe a la vida de la jerarca, de modo que ésta (y su inmensa y formidable guardia personal de seguridad) estuvieran muy lejos del palacio mientras el Segundo Pelotón cumplía su objetivo.
El tercer rayo era el menos poderoso de los tres y fluctuó cuando destruyó con precisión quirúrgica el tejado del palacio, como un cirujano que cauteriza y retira una capa de piel tras otra. El objetivo de este rayo no era aterrorizar ni destruir, sino abrir un camino directo a la cámara del palacio, donde se hallaba el objetivo del Segundo Pelotón, y la palanca que, esperaban, serviría para que los eneshanos abandonasen su plan tripartito para atacar a la humanidad.
* * *
:::¿Y ahora vamos a secuestrar qué? —preguntó Daniel Harvey.
:::Vamos a secuestrar a Vyut Ser —dijo Jane Sagan—. La heredera del trono eneshano.
Daniel Harvey le dirigió una mirada de pura incredulidad, y Jared recordó por qué los soldados de las Fuerzas Especiales, a pesar de su integración, se molestaban en reunirse físicamente para recibir las órdenes: en el fondo, nada podía superar el lenguaje corporal.
Sagan envió el informe de inteligencia de la misión y los detalles, pero Harvey volvió a saltar antes de que la información pudiera desplegarse por completo.
:::¿Desde cuándo nos dedicamos a secuestrar a nadie? —preguntó Harvey—. Eso es nuevo.
:::Hemos hecho abducciones antes —dijo Sagan—. Esto no es nada nuevo.
:::Hemos abducido a adultos —repuso Harvey—. Y en general eran gente que pretendía hacernos daño. Estamos hablando de secuestrar a una niña.
:::Más bien a una larva —dijo Alex Roentgen, quien ya había desplegado el informe de la misión y había empezado a repasarlo.
:::Lo que sea —dijo Harvey—. Larva, niña, infante. El tema es que vamos a usar a una joven inocente como moneda de cambio. ¿Me equivoco? Y es la primera vez que lo hacemos. Es repugnante.
:::Y eso lo dice el tipo a quien normalmente hay que decirle que no levante mierda —dijo Roentgen.
Harvey lo miró.
:::Así es. Soy el tipo al que normalmente hay que decirle que no levante mierda. Y os digo que esta misión apesta. ¿Qué carajo os pasa a todos?
:::Nuestros enemigos no tienen los mismos altos baremos que tú, Harvey —dijo Julie Einstein, y envió una imagen del montón de cadáveres de niños de Gettysburg. Jared volvió a estremecerse.
:::¿Significa eso que tenemos que tener los mismos bajos baremos que ellos?
:::Mira —dijo Sagan—. No es un asunto que haya que votar. Nuestros expertos en inteligencia me dicen que los raey, los eneshanos y los obin están preparando un gran golpe en nuestro espacio. Hemos estado expulsando a los raey y los obin a los confines, pero no hemos podido actuar contra los eneshanos porque seguimos actuando bajo la amable ficción de que son nuestros aliados. Eso les ha dado tiempo para prepararse y, a pesar de toda la desinformación que les hemos estado suministrando, siguen sabiendo demasiado respecto a cuáles son nuestros puntos débiles. Tenemos información sólida que nos dice que los eneshanos están en la cabeza de los planes de ataque. Si actuamos contra los eneshanos abiertamente, los tres se nos lanzarán al cuello, y no tenemos los recursos para combatir contra todos. Harvey tiene razón: esta misión nos lleva a un territorio nuevo. Pero ninguno de nuestros planes alternativos tiene el mismo impacto que éste. No podemos hundir militarmente a los eneshanos. Pero sí podemos hundirlos psicológicamente.
A esas alturas Jared ya había absorbido el informe completo.
:::No vamos a detenernos en el secuestro —le dijo a Sagan.
:::No —respondió ella—. El secuestro solo no será suficiente para que la jerarca acepte nuestras condiciones.
:::Cristo —dijo Harvey. Finalmente había absorbido todo el informe—. Esta mierda apesta.
:::Es mejor que la alternativa —dijo Sagan—. A menos que de verdad pienses que la Unión Colonial puede enfrentarse a tres enemigos a la vez.
:::¿Puedo hacer una pregunta? —dijo Harvey—. ¿Por qué nos tenemos que encargar nosotros de esta mierda?
:::Somos las Fuerzas Especiales. Son las cosas que hacemos.
:::Chorradas —dijo Harvey—. Usted misma lo ha dicho. Nosotros no hacemos esto. Nadie hace esto. Nos obligan a hacerlo porque nadie más quiere.
Harvey miró en derredor y prosiguió:
:::Vamos, podemos admitirlo, entre nosotros al menos. Algún gilipollas realnacido de Inteligencia Militar elaboró este plan, luego un puñado de generales realnacidos lo aprobaron, y luego los comandantes realnacidos de las Fuerzas de Defensa Coloniales no quisieron tener nada que ver. Así que nos cae a nosotros, y todo el mundo piensa que no nos importará porque somos un puñado de asesinos amorales de dos años de edad. Bueno, yo tengo moral, y sé que todos los que estáis en esta sala también. No me retiraré de una pelea directa. Todos lo sabéis. Pero esto no es una pelea directa. Esto es una mierda. Una mierda de primera clase.
:::De acuerdo, es una mierda —dijo Sagan—. Pero también es nuestra misión.
:::No me pidáis que sea yo quien agarre esa cosa —dijo Harvey—. Cubriré a quien lo haga, pero paso de ese cáliz.
:::No te lo pediré —dijo Sagan—. Buscaré a otro que lo haga.
:::¿A quién va a encargárselo? —preguntó Alex Roentgen.
:::Lo haré yo misma —respondió Sagan—. Quiero dos voluntarios que me acompañen.
:::Ya he dicho que la cubriré —dijo Harvey.
:::Necesito a alguien que se encargue de terminar la misión si me meten una bala en la cabeza, Harvey.
:::Yo lo haré —se ofreció Sarah Pauling—. Pero Harvey tiene razón: esto apesta.
:::Gracias, Pauling —dijo Harvey.
:::No hay de qué —respondió Pauling—. Que no se te suban los humos.
:::Ya hay uno —dijo Sagan—. ¿Alguien más?
Todos en la sala de reunión se volvieron a mirar a Jared.
:::¿Qué? —dijo Jared, súbitamente a la defensiva.
:::Nada —respondió Julie Einstein—. Sólo que Pauling y tú normalmente vais en pareja.
:::Eso no es cierto —dijo Jared—. Llevamos siete meses en el pelotón y os he cubierto las espaldas a todos en algún momento.
:::No te sulfures —dijo Einstein—. No he dicho que estuvierais casados. Y nos has cubierto las espaldas a todos nosotros. Pero todo el mundo tiende a emparejarse para las misiones con alguna persona más que con las demás. Yo lo hago con Roentgen. Sagan acaba con Harvey porque nadie más quiere estar con él. Tú te emparejas con Pauling. Eso es todo.
:::Deja de burlarte de Jared —dijo Pauling, sonriendo—. Es un buen tipo, no como vosotros, degenerados.
:::Nosotros somos degenerados agradables —dijo Roentgen.
:::O agradablemente degenerados, al menos —dijo Einstein.
:::Si hemos acabado con las bromas —intervino Sagan—. Sigo necesitando otro voluntario.
:::Dirac —señaló Harvey.
:::Ya basta —dijo Sagan.
:::No —contestó Jared—. Yo lo haré.
Sagan pareció a punto de poner pegas, pero se detuvo.
:::Bien —dijo, y luego continuó con la reunión informativa.
:::Ha vuelto a hacerlo —le envió Jared a Pauling por canal privado, mientras la reunión continuaba—. Lo has visto, ¿no? Cómo ha estado a punto de decir «no».
:::Lo he visto. Pero no lo ha hecho. Y cuando debe tomar una decisión, siempre te trata igual que a todos los demás.
:::Lo sé. Pero ojalá supiera por qué parece que no le caigo bien.
:::En realidad parece que no le caemos bien ninguno —dijo Pauling—. Déjate de paranoias. Además, a mí me caes bien. Excepto cuando te vuelves paranoico.
:::Trabajaré en eso.
:::Hazlo —dijo Pauling—. Y gracias por ofrecerte voluntario.
:::Bueno, ya sabes. Hay que darle a la multitud lo que pide.
Pauling se rió de manera audible. Sagan la fulminó con la mirada.
:::Lo siento —dijo Pauling, por el canal común.
Tras unos cuantos minutos, Jared arrastró a Pauling a un canal privado.
:::¿De verdad te parece que esta misión es mala?
:::Apesta a perros muertos —dijo Pauling.
* * *
Los rayos cesaron, y Jared y el resto del Segundo abrieron sus cometas parafoil. Nanobots cargados se extendieron en tentáculos desde las mochilas y formaron planeadores individuales. Tras la caída libre, Jared se dirigió hacia el palacio y el agujero humeante dejado por el tercer rayo: un agujero que conducía a las habitaciones de la heredera.
Más o menos del tamaño de la Basílica de San Pedro, el palacio de la jerarca no era un edificio pequeño y, salvo en el salón principal donde la jerarca reunía a su corte formalmente y en el ala administrativa, ahora destrozada, no se permitía la entrada a ningún no eneshano. No había planos del palacio en los archivos públicos, y el palacio mismo, construido siguiendo el fluido y caótico estilo arquitectónico natural eneshano, que no parecía más que un montón de montículos de termitas, no se prestaba a revelar fácilmente áreas o habitaciones significativas. Antes de poner en acción el plan de secuestro, había que descubrir dónde se encontraba la cámara privada de la heredera. Investigación Militar consideraba que era un bonito rompecabezas, pero no había mucho tiempo para resolverlo.
Su solución fue no pensar a lo grande, sino en pequeñito. De hecho, fue pensar en C. xavierii, un organismo procariótico eneshano de evolución paralela a la bacteria. Igual que las cepas de bacterias viven en feliz relación simbiótica con los humanos, C. xavierii lo hace con los eneshanos, principalmente de manera interna pero también externa. Como muchos humanos, no todos los eneshanos eran fastidiosos respecto a sus costumbres en el cuarto de baño.
Investigación Militar de la Unión Colonial desentrañó C. xavierii y lo resecuenció para crear la subespecie C. xavierii movere, que construía radiotransmisores y receptores del tamaño de una mitocondria. Estas diminutas máquinas orgánicas grababan los movimientos de sus anfitriones anotando sus posiciones relativas a C. xavierii movere alojados por otros eneshanos dentro de su alcance de transmisión. La capacidad grabadora de estos aparatos microscópicos era pequeña (podían almacenar menos de una hora de movimiento), pero cada división celular creaba una nueva máquina grabadora, que rastreaba de nuevo los movimientos.
Investigación Militar introdujo el bicho modificado genéticamente en el palacio de la jerarca por medio de una loción de manos, proporcionada a una diplomática de la Unión Colonial que nada sospechaba y tenía contacto físico regular con sus equivalentes eneshanos. Estos eneshanos transmitieron luego el germen a otros miembros del personal de palacio simplemente por el contacto cotidiano. Las prótesis cerebrales personales de la diplomática (y las de todo su personal) fueron también modificadas subrepticiamente para grabar las diminutas transmisiones que pronto emanaron del personal de palacio y sus habitantes, incluidas la jerarca y su heredera. En menos de un mes, Investigación Militar tuvo un mapa completo de la estructura interna del palacio de la jerarca, basándose en los movimientos de su personal.
Investigación Militar nunca informó al personal diplomático de la Unión Militar de su inintencionado espionaje. No sólo era más seguro para los diplomáticos: también se habrían escandalizado por la manera en que habían sido utilizados.
Jared estudió el tejado del palacio y disolvió su planeador, aterrizando lejos del agujero por si se desplomaba. Otros miembros del Segundo aterrizaban o lo habían hecho ya y se preparaban para descender por medio de cables. Jared divisó a Sarah Pauling, que se había acercado al agujero y se asomaba ahora a través del humo y la nube de escombros.
:::No mires hacia abajo —le dijo Jared.
:::Demasiado tarde para eso —respondió ella, y le envió una vertiginosa imagen de su punto de vista. A través de su integración, Jared podía sentir su ansiedad y expectación; él también sentía lo mismo.
Los cables de descenso estaban ya asegurados.
:::Pauling, Dirac —dijo Jane Sagan—. Hora de actuar.
Habían pasado menos de cinco minutos desde que los rayos cayeron del cielo, y cada segundo adicional aumentaba las posibilidades de que su presa se hubiera movido de sitio. También trabajaban en contra de la posible llegada de tropas y personal de emergencias. Volar el ala ejecutiva los distraería y retrasaría la atención hacia el Segundo Pelotón, pero no durante demasiado tiempo.
Los tres se engancharon al cable y descendieron cuatro niveles, hasta los apartamentos residenciales de la jerarca. La habitación infantil estaba directamente un poco más allá; habían decidido no enviar el rayo directamente sobre la habitación para evitar un desplome accidental. Mientras bajaba, Jared comprendió la sabiduría de semejante decisión; «quirúrgico» o no, el rayo había destrozado tres plantas sobre los apartamentos de la jerarca, y gran parte de los escombros había caído directamente hacia abajo.
:::Activad los infrarrojos —dijo Sagan, mientras bajaban—. Las luces están fundidas y hay un montón de polvo ahí abajo.
Jared y Pauling obedecieron. Un resplandor sofocaba el aire, calentado por los efectos del rayo y las ascuas de abajo.
Los guardias asignados a los apartamentos de la jerarca llegaron corriendo a la cámara mientras los tres descendían, dispuestos a detener a los invasores. Jared, Sagan y Pauling se soltaron del cable y cayeron pesadamente en el montón de escombros, ayudados por la gravedad superior de Enesha. Jared pudo sentir que los escombros trataban de empalarlo cuando los alcanzó; su unicapote se endureció para evitarlo. Los tres escrutaron la habitación visualmente y con el infrarrojo para localizar a los guardias, y enviaron la información arriba. Unos pocos segundos más tarde oyeron varios estampidos desde el tejado. Los guardias de la residencia cayeron.
:::Despejado —dijo Alex Roentgen—. El ala está sellada y no vemos a más guardias. Vienen más de los nuestros.
Mientras lo decía, Julie Einstein y dos miembros más del Segundo empezaron a descender por los cables.
La habitación infantil estaba junto a la cámara privada de la jerarca, y por motivos de seguridad las habitaciones eran una sola unidad sellable, impenetrable a la mayoría de los intentos violentos por entrar (excepto los rayos de partículas enormemente poderosos disparados desde el espacio). Como se asumía que las dos habitaciones estaban a salvo, la seguridad interna entre las habitaciones era liviana. Una puerta hermosamente tallada pero con un solo cerrojo era la única medida de seguridad que separaba la habitación infantil de la cámara de la jerarca. Jared le disparó al cerrojo y entró mientras Pauling y Sagan lo cubrían.
Algo se abalanzó sobre él mientras comprobaba los rincones; esquivó y rodó, y alzó la cabeza para descubrir a un eneshano que intentaba golpearle la cabeza con una maza improvisada. Jared bloqueó el golpe con el brazo y lanzó una patada hacia arriba, alcanzando al eneshano entre sus miembros inferiores delanteros. El eneshano rugió cuando la patada quebró su caparazón. Con su visión periférica, Jared registró a un segundo eneshano en la habitación, agazapado en el rincón y sosteniendo algo que chillaba.
El primer eneshano volvió a lanzarse contra él, gritando; se detuvo antes de continuar el salto y se desplomó sobre Jared. Con el eneshano encima, Jared advirtió que acababa de oír el estallido de un disparo. Más allá del cuerpo del eneshano vio a Sarah Pauling, intentando agarrar a la criatura por la capa, para quitársela de encima a Jared.
:::Podrías haber intentado matarlo cuando no se lanzaba hacia mí —dijo Jared.
:::Vuelve a quejarte y te dejaré debajo de esta maldita cosa —dijo Pauling—. Además, si no te importa empujar, lo lograremos antes.
Pauling tiró y Jared empujó, y el eneshano rodó a un lado. Jared logró ponerse en pie y le echó un buen vistazo a su atacante.
:::¿Es él? —preguntó Pauling.
:::No lo sé. Todos me parecen iguales.
:::Apártate —dijo Pauling, y se acercó a mirar al eneshano. Accedió a su informe de la misión—. Es él —dijo—. Es el padre. El consorte de la jerarca.
Jared asintió. Jahn Hio, el consorte de la jerarca, elegido por motivos políticos para engendrar a la heredera. Las tradiciones matriarcales de la realeza eneshana dictaban que el padre fuera directamente responsable del cuidado premetamórfico de la heredera. La tradición también dictaba que el padre estuviera despierto al lado de la heredera después de la ceremonia de consagración durante tres días eneshanos, para simbolizar que aceptaba sus deberes paternos. Por ese motivo (entre otros relacionados con la ceremonia de consagración) se había planeado realizar el secuestro en ese momento. El asesinato de Jahn Hio era una parte secundaria, pero crítica, de la misión.
:::Murió por proteger a su hija —dijo Jared.
:::Eso es cómo murió —corrigió Pauling—. No por qué lo hizo.
:::No creo que la distinción le importe mucho.
:::Esta misión apesta —reconoció Pauling.
Un estallido de disparos brotó en un rincón de la habitación. Los gritos que habían sido constantes desde que entraron se interrumpieron brevemente, y empezaron de nuevo aún con más urgencia. Sagan apareció en el rincón, el MP en una mano, una masa blanca y agitada en el hueco del codo del brazo. El segundo eneshano se desplomó en el lugar donde Sagan lo había abatido.
:::La niñera —dijo Sagan—. No quiso entregarme a la heredera.
:::¿Se lo ha pedido? —dijo Pauling.
:::Lo he hecho —respondió Sagan, indicando el pequeño altavoz traductor que se había asegurado en el cinturón. Tendría su utilidad más adelante en la misión—. Lo intenté, al menos.
:::Que matáramos al consorte probablemente no ha ayudado.
La criatura que lloraba en brazos de Sagan se retorció con fuerza y casi se le escapó. Sagan soltó el MP para sujetarla mejor. La criatura lloró aún con más fuerza, mientras se apretujaba entre el brazo y el cuerpo de Sagan. Jared la miró con interés.
:::Así que eso es la heredera —dijo.
:::Esto es —respondió Sagan—. Hembra. Eneshana premetamórfica. Un gran gusano llorón.
:::¿Podemos sedarla? —preguntó Pauling—. Hace mucho ruido.
:::No —dijo Sagan—. Necesitamos que la jerarca vea que todavía está viva.
La heredera volvió a agitarse. Sagan empezó acariciarla con la mano libre en un intento de tranquilizarla.
:::Sujeta mi MP, Dirac —dijo. Jared se agachó para recoger el rifle.
Las luces se encendieron.
:::Oh, mierda —dijo Sagan—. Ha vuelto la energía.
:::Creí que nos habíamos cargado el maldito generador.
:::Lo hicimos. Pero parece que había más de uno. Es hora de largarnos.
Los tres salieron de la habitación infantil, Sagan con la heredera, y Jared con su MP y el de ella preparados.
En el apartamento principal, dos miembros del pelotón subían por los cables. Julie Einstein se había apostado para cubrir las dos puertas del apartamento.
:::Están intentando cubrir los dos niveles superiores —dijo Einstein—. En esos niveles el agujero atraviesa habitaciones donde sólo hay una entrada. Al menos eso es lo que dice el plano de la planta. Sin embargo, el nivel superior está despejado.
:::El transporte viene de camino —informó Alex Roentgen—. Nos han localizado y están empezando a dispararnos.
:::Necesito que nos cubran la subida —dijo Sagan—. Y que acribillen el primer nivel. Está abierto: por ahí es por donde van a entrar.
:::Estamos en ello —dijo Roentgen.
Sagan le tendió la heredera a Pauling, se deshizo de la mochila y sacó una bandolera con una bolsa para acomodar a la criatura. La metió en la bolsa con cierta dificultad, pues no dejaba de llorar, aseguró la bolsa y se pasó la bandolera por el cuerpo, colocándose la correa sobre su hombro derecho.
:::Yo ocuparé el centro —dijo Sagan—. Dirac, tú a la izquierda; Pauling, a la derecha. Einstein nos cubrirá mientras escalamos, y luego vosotros dos la cubriréis a ella y a los otros dos de arriba cuando salgan. ¿Entendido?
:::Entendido —dijeron Jared y Pauling.
:::Vuelve a cargar mi MP y dáselo a Einstein —le dijo Sagan a Jared—. No tendrá tiempo de recargar.
Jared sacó el cargador del MP de Sagan, colocó uno nuevo de su munición, y se lo entregó a Einstein. Ella lo cogió y asintió.
:::Estamos preparados —dijo Roentgen desde arriba—. Será mejor que os deis prisa.
Mientras se dirigían a los cables, oyeron el sonido de pesadas pisadas eneshanas. Einstein empezó a disparar cuando ellos iniciaron la escalada. En cada uno de los dos niveles siguientes, los compañeros de pelotón de Jared esperaban tranquilamente, apuntando a las entradas. La integración de Jared le dijo que estaban asustados y esperando a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Desde arriba empezaron a disparar de nuevo. Los eneshanos habían entrado por el nivel superior.
Sagan se veía lastrada por la heredera, pero no tenía su MP ni su mochila; en conjunto viajaba ligero, y subió su cable volando, por delante de Jared y Pauling. El par de balas que le atravesaron el hombro la alcanzaron cuando ya estaba casi en la cima, agarrando la mano tendida de Julián Lowell para que la aupara. Una tercera bala pasó junto al hombro de Sagan y alcanzó a Lowell directamente sobre el ojo derecho, atravesándole el cerebro antes de rebotar dentro del cráneo y enterrarse en su cuello, cortando la carótida en el proceso. Lowell echó hacia atrás la cabeza y luego hacia delante, y su cuerpo se desplomó y cayó en el agujero. Chocó con Sagan mientras caía, rompiendo la última tira de tejido que mantenía intacta la bandolera que contenía a la heredera. Sagan la sintió rasgarse y cómo la bandolera caía, pero estaba demasiado ocupada intentando no caer ella misma para hacer nada al respecto.
:::Agarradla —dijo, y Alex Roentgen se acercó a ella y la aupó hasta un lugar seguro.
Jared intentó agarrar la bandolera y falló: estaba demasiado lejos. La bolsa pasó ante Pauling, quien la cogió al vuelo mientras describía un arco a su alrededor.
Desde abajo, Jared percibió que Julie Einstein hacía un sorprendido gesto de dolor. Su MP guardó silencio. El sonido que siguió era el sonido de los eneshanos que subían a la cámara de la jerarca.
Pauling miró a Jared.
:::Sube —dijo.
Jared escaló sin mirar atrás. Cuando pasó el nivel superior del palacio pudo ver los cuerpos de una docena de eneshanos muertos, y más eneshanos vivos detrás, disparándole, mientras sus compañeros de pelotón devolvían el fuego con balas y granadas. Entonces los dejó atrás, aupado por un compañero hasta el tejado del palacio. Se volvió a ver a Sarah Pauling en la cuerda, la bolsa de bandolera en una mano, los enenashos apuntándole desde abajo. Mientras sujetara la bandolera, no podía escalar.
Pauling miró a Jared, y sonrió.
:::Querido —dijo, y le lanzó la bolsa cuando la primera de las balas alcanzó su cuerpo. Jared extendió la mano mientras ella bailaba en la cuerda, movida por la fuerza de los proyectiles que superaban las defensas de su unicapote y la alcanzaban en las piernas, el torso, la espalda y el cráneo. Cogió la bolsa mientras ella caía, y la sacó del agujero cuando Pauling llegaba al fondo. Sintió el último segundo de su vida y luego desapareció.
Gritaba cuando lo arrastraron hacia el transporte.
* * *
La cultura eneshana es a la vez matriarcal y tribal, como corresponde a una raza cuyos antepasados lejanos eran criaturas insectoides que vivían en colmenas. La jerarca accede al poder a través del voto de las matriarcas de las principales tribus: esto hace que el proceso parezca más civilizado de lo que es, ya que la captación de votos puede implicar años de guerra civil inenarrablemente violenta, pues las tribus batallan para que su propia matriarca ascienda. Para evitar graves incidentes al final del reinado de cada jerarca, cuando se elige una, el puesto se convierte en hereditario, y de manera bastante agresiva: una jerarca debe producir y consagrar una heredera viable dos años después de asumir el mando, asegurando así un traspaso de poder ordenado en el futuro, o hacer que el gobierno jerárquico de su tribu acabe con su reinado.
Las matriarcas eneshanas, alimentadas con jaleas reales hormonalmente densas que producen cambios significativos en sus cuerpos (otra creación de sus antepasados), son fértiles durante toda la vida. La habilidad para producir una heredera rara vez se cuestionaba. Lo que sí se cuestionaba era en qué tribu elegir al padre. Las matriarcas no se casan por amor (estrictamente hablando, los eneshanos no se casan), así que intervienen consideraciones políticas. Las tribus incapaces de conseguir jerarquía competían (a un nivel mucho más sutil y a menudo menos violento) para producir un consorte. Como recompensa obtenían ventajas sociales para la tribu y la capacidad de influir en la política de la jerarquía como parte de la «dote» proporcionada por la tribu del consorte. Las jerarcas de las tribus recién ascendidas elegían tradicionalmente como consorte a un miembro de aquella tribu que hubiera demostrado ser su mejor aliado, como recompensa por sus servicios, o bien a un miembro de aquella tribu con la que estuvieran más enemistados, si el «voto» jerárquico había sido particularmente confuso y se percibía que toda la nación eneshana necesitaba ser cohesionada de nuevo. Las jerarcas de los linajes establecidos, por otra parte, tenían mucha más mano libre a la hora de elegir a sus consortes.
Fhileb Ser era la sexta jerarca en el linaje Ser actual (la tribu había detentado la jerarquía tres veces antes durante los últimos siglos eneshanos). Tras su ascenso, eligió a su consorte en la tribu de Hio, cuyas ambiciones expansionistas coloniales les llevaron a aliarse en secreto con los raey y los obin para atacar el espacio humano. Por su intervención crucial en la guerra, Enesha conseguiría algunas de las mejores posesiones de la Unión Colonial, incluido el planeta Fénix. Los raey se quedarían con unos cuantos planetas menos pero obtendrían Coral, el planeta donde no hacía mucho habían sido humillados por la Unión Colonial.
Los obin, crípticos hasta el final, ofrecieron contribuir con fuerzas sólo ligeramente menos expansivas que los eneshanos, pero pidieron sólo un planeta: la superpoblada Tierra, carente de recursos, que al parecer se hallaba en tan mal estado que la Unión Colonial la había puesto en cuarentena. Tanto los eneshanos como los raey cedieron felizmente el planeta.
La política de la jerarquía, impulsada por los Hio, inclinó a Enesha a planear una guerra con los humanos. Pero, aunque unidas por el poder jerárquico, cada tribu eneshana conservaba su propio consejo. Al menos una tribu, los Geln, se opusieron con fuerza a atacar a la Unión Colonial, ya que los humanos eran razonablemente fuertes, inquietantemente tenaces y no sentían demasiados escrúpulos cuando se sabían amenazados. Los Geln consideraban que los raey habrían sido un objetivo mucho mejor, dada la larga enemistad de esa raza con los eneshanos y su débil situación militar después de ser aplastados por los humanos en Coral.
La jerarca Fhileb Ser decidió ignorar el consejo de los Geln en este asunto, pero, advirtiendo el aparente aprecio de la tribu por la humanidad, seleccionó a uno de las consejeros tribales Geln, Hu Geln, como embajador de Enesha ante la Unión Colonial. Hu Geln, recientemente convocado a Enesha para ser testigo de la Consagración de la Heredera y celebrar el Chafalan con la jerarca. Hu Geln, que se hallaba con la jerarca cuando atacó el Segundo Pelotón, y que estaba con ella ahora, escondido, mientras era atacada por los humanos que habían asesinado a su consorte y secuestrado a su heredera.
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:::Han dejado de dispararnos —dijo Alex Roentgen—. Parece que han comprendido que tenemos a la heredera.
:::Bien —dijo Sagan. Pauling y Einstein habían muerto, pero tenía a otros soldados atrapados en el palacio y quería sacarlos de allí. Indicó que se dirigieran hacia el transporte. Dio un respingo cuando Daniel Harvey atendió su hombro; su unicapote bloqueó por completo el primer impacto, pero el segundo consiguió atravesarlo y causó serios daños. Por ahora, su brazo derecho estaba completamente inutilizado. Indicó con la mano izquierda la pequeña camilla en mitad del transporte, donde la agitada forma de Vyut Ser, heredera de la jerarca, estaba amarrada. La heredera ya no lloraba sino que gemía, su miedo templado por el cansancio.
:::Alguien tiene que darle la dosis —dijo Sagan.
:::Yo lo haré —se ofreció Jared, antes de que nadie más pudiera hacerlo, y sacó la larga aguja guardada en el botiquín médico que había bajo el asiento de Sagan. Se volvió y se acercó a Vyut Ser, odiándola. Una imagen superpuesta a su visión, a través de su CerebroAmigo, le mostró dónde insertar la aguja y hasta dónde había que introducirla en las tripas de la heredera para descargar lo que había dentro de la jeringuilla.
Jared le clavó salvajemente la aguja a Vyut Ser, quien gritó horriblemente ante la invasión del frío metal. Jared presionó la jeringuilla y vació la mitad de su contenido en uno de las dos inmaduras bolsas reproductoras de la heredera. Extrajo la aguja y la clavó en la segunda bolsa reproductora de Vyut Ser, vaciando la jeringuilla. Dentro de las bolsas los nanobots recubrieron las paredes interiores y luego ardieron, sellando los tejidos y volviendo irreversiblemente estéril a su dueña.
Vyut Ser gimió llena de dolor y confusión.
:::Tengo a la jerarca en línea —dijo Roentgen—. Audio y vídeo.
:::Ponla en el canal general —ordenó Sagan—. Alex, colócate junto a la camilla. Tú serás la cámara.
Roentgen asintió y se colocó delante de la camilla, mirando a Sagan, y permitiendo que la conexión audiovisual de su CerebroAmigo sirviera como micrófono y cámara desde sus ojos y oídos.
:::Conectando —dijo Roentgen.
En el campo de visión de Jared (y en el campo de visión de todos los del transporte) apareció la jerarca de Enesha. Incluso sin conocer el mapa de las expresiones eneshanas, quedó claro que la jerarca ardía de furia.
—Puñetero montón de mierda humana —dijo la jerarca (o eso dijo la traducción, cambiando una traducción literal por algo que expresara la intención detrás de las palabras)—. Tenéis treinta segundos para entregarme a mi hija o declararé la guerra hasta el último de vuestros mundos. Os juro que os reduciré a cenizas.
—Cállate —dijo Sagan; la traducción salía del altavoz de su cinturón.
Desde el otro lado de la línea llegaron múltiples chasquidos, indicando la sorpresa absoluta en la corte de la jerarca. Era simplemente inconcebible que alguien le hablara de esa forma.
—No entiendo —dijo la jerarca al cabo de un momento, aturdida ella misma.
—He dicho «cállate». Si eres lista escucharás lo que tengo que decirte y ahorrarás a nuestros dos pueblos incontables sufrimientos. Jerarca, no declararás la guerra a la Unión Colonial porque ya lo has hecho. Vosotros, los raey y los obin.
—No tengo ni la menor idea… —empezó a decir la jerarca.
—Vuelve a mentirme y le cortaré la cabeza a tu hija.
Más chasquidos. La jerarca se calló.
—Bien —dijo Sagan—. ¿Estáis en guerra con la Unión Colonial?
—Sí —respondió la jerarca, después de un largo instante—. O lo estaremos, dentro de poco.
—Creo que no —dijo Sagan.
—¿Quién eres tú? ¿Dónde está la embajadora Hartling? ¿Por qué estoy negociando con alguien que amenaza con matar a mi hija?
—Imagino que la embajadora Hartling estará ahora mismo en su despacho, tratando de descubrir qué está pasando —dijo Sagan—. Como no sentiste la necesidad de informarla de tus planes militares, tampoco lo hicimos nosotros. Estás negociando con la persona que ha amenazado con matar a tu hija porque tú has amenazado con matar a nuestros hijos, jerarca. Y estás negociando conmigo porque en este momento soy la negociadora que te mereces. Y puedes estar segura de que en este asunto no podrás volver a negociar con la Unión Colonial.
La jerarca volvió a guardar silencio.
—Enséñame a mi hija —dijo, cuando volvió a hablar.
Sagan asintió a Roentgen, quien se volvió y mostró a Vyut Ser, quien una vez más se había vuelto a echar a llorar. Jared vio la reacción de la jerarca, que había pasado de ser la líder de un mundo a verse reducida simplemente a una madre que sentía el dolor y el temor de su propia criatura.
—¿Cuáles son tus exigencias? —dijo simplemente la jerarca.
—Cancela tu guerra.
—Hay otros dos grupos más —dijo la jerarca—. Si nos echamos atrás, querrán saber por qué.
—Entonces continuad preparándoos para la guerra. Y luego atacad a uno de vuestros aliados en cambio. Yo sugeriría los raey. Son débiles, y podríais tomarlos por sorpresa.
—¿Y qué hay de los obin?
—Nosotros nos encargaremos de los obin.
—¿Ah, sí? —dijo la jerarca, escéptica.
—Sí —respondió Sagan.
—¿Estás sugiriendo que ocultemos sin más lo que ha ocurrido aquí esta noche? Los rayos que usasteis para destruir mi palacio pudieron verse en cien kilómetros.
—No lo ocultéis, investigadlo —dijo Sagan—. La Unión Colonial ayudará alegremente a sus amigos eneshanos en su investigación. Y cuando se descubra que los raey están detrás de esto, tendréis vuestra excusa para la guerra.
—Tus otras exigencias —dijo la jerarca.
—Hay un humano, llamado Charles Boutin. Sabemos que os está ayudando. Lo queremos.
—No lo tenemos. Lo tienen los obin. Podéis pedírselo a ellos, por lo que a mí respecta. ¿Qué más queréis?
—Queremos garantías de que cancelaréis vuestra guerra —dijo Sagan.
—¿Queréis un tratado?
—No. Queremos un nuevo consorte. Uno de nuestra elección.
Esto generó los chasquidos más fuertes de toda la corte.
—¿Asesináis a mi consorte y luego exigís escoger al siguiente? —dijo la jerarca.
—Sí.
—¿Con qué fin? —imploró la jerarca—. ¡Mi Vyut ha sido consagrada! Es la heredera legal. Si satisfago tus exigencias y dejas marchar a mi hija, seguirá siendo del clan Hio y, según nuestras tradiciones, seguirán teniendo influencia política. Tendríais que matar a mi hija para quebrar su influencia —la jerarca se detuvo, inquieta, luego continuó—. Y si hacéis eso, ¿por qué iba yo a cumplir ninguna de vuestras demandas?
—Jerarca —dijo Sagan—, tu hija es estéril.
Silencio.
—No habréis… —dijo la jerarca, suplicante.
—Lo hemos hecho.
La jerarca frotó sus piezas bucales, provocando un extraño sonido agudo. Estaba llorando. Se levantó de su asiento, desapareció de la imagen, sollozando, y luego reapareció de repente, demasiado cerca de la cámara.
—¡Sois unos monstruos! —gritó.
Sagan no dijo nada.
La Consagración de la Heredera no podía deshacerse. Una heredera estéril significaba la muerte de un linaje jerárquico. La muerte de un linaje jerárquico significaba años de implacable y sangrienta guerra civil donde las tribus competirían por imponer un linaje nuevo. Si las tribus llegaban a saber que la heredera era estéril, no esperarían el lapso natural de su vida para iniciar su guerra interna. Primero la jerarca reinante sería asesinada, para que la heredera ostentara el poder. Entonces ella se convertiría también en un constante blanco de asesinato. Cuando el poder está al alcance, pocos esperan pacientemente a obtenerlo.
Al volver estéril a Vyut Ser, la Unión Colonial había sentenciado al olvido el linaje jerárquico Ser y a Enesha a la anarquía. A menos que la jerarca cediera a sus exigencias y consintiera algo inaceptable. Y la jerarca lo sabía.
Se negó, de todas formas.
—No consentiré que elijáis a mi consorte.
—Informaremos a las matriarcas de que tu hija es estéril —dijo Sagan.
—Destruiré vuestro transporte donde está, y a mi hija con vosotros —gritó la jerarca.
—Hazlo. Y todas las matriarcas sabrán que tu incompetencia como jerarca nos llevó a atacaros y causó la muerte de tu consorte y de tu heredera. Luego tal vez descubras que, aunque puedas elegir a una tribu que te proporcione un consorte, la tribu no quiera entregarlo. Sin consorte, no hay heredera. Sin heredera, no hay paz. Conocemos la historia eneshana, jerarca. Sabemos que las tribus han retenido consortes por menos, y que las jerarcas boicoteadas no duraron mucho después de eso.
—Eso no sucederá.
Sagan se encogió de hombros.
—Mátanos, entonces —dijo—. O rechaza nuestras condiciones, y te devolveremos a tu hija estéril. O hazlo a nuestro modo y tendrás nuestra cooperación para extender tu linaje jerárquico y salvar a tu nación de la guerra civil. Esas son tus opciones. Y el tiempo se te está acabando.
Jared vio las emociones dibujarse en el rostro y el cuerpo de la jerarca, extrañas por su naturaleza alienígena pero no menos poderosas por ello. Fue una pugna silenciosa y dolorosa. Jared recordó que en la reunión informativa para la misión, Sagan había dicho que los humanos no podían hundir militarmente a los eneshanos, que había que hacerlo psicológicamente. Jared vio cómo la jerarca se doblegaba y se doblegaba y se doblegaba hasta que ceder.
—Dime a quién tengo que elegir —dijo la jerarca.
—A Hu Geln.
La jerarca se volvió a mirar a Hu Geln, que estaba de pie al fondo, silencioso, y emitió el equivalente eneshano a una risa amarga.
—No me sorprende —dijo.
—Es un buen hombre —dijo Sagan—. Y te aconsejará bien.
—Trata de consolarme de nuevo, humana, y nos enviaré a todos a la guerra.
—Mis disculpas, jerarca —dijo Sagan—. ¿Tenemos un acuerdo?
—Sí —respondió la jerarca, y empezó a gemir de nuevo—. Oh, Dios —sollozó—. Oh, Vyut. Oh, Dios.
—Sabes lo que tienes que hacer —dijo Sagan.
—No puedo. No puedo —lloró la jerarca. Al escuchar su llanto, Vyut Ser, que había guardado silencio, se agitó y lloró llamando a su madre. La jerarca rompió a llorar de nuevo.
—Tienes que hacerlo —dijo Sagan.
—Por favor —suplicó la criatura más poderosa del planeta—. No puedo. Por favor. Por favor, humana. Por favor, ayúdame.
:::Dirac —dijo Sagan—. Hazlo.
Jared desenvainó su cuchillo de combate y se acercó a la criatura por la que había muerto Sarah Pauling. Estaba atada a la camilla y se agitaba y lloraba, llamando a su madre, y moriría sola y asustada, lejos de todos los que la habían amado.
Jared rompió a llorar también. No supo por qué.
Jane Sagan se acercó a Jared, le arrebató el cuchillo y lo alzó. Jared se dio la vuelta.
Los llantos cesaron.