Capítulo 6

—Hablaremos en voz alta, si no le importa —le dijo el general Szilard a Sagan—. Los camareros se ponen nerviosos al ver a dos personas mirarse intensamente sin hacer ningún sonido. Si no ven que estamos hablando, vienen cada dos minutos para ver si necesitamos algo. Es una lata.

—Como usted quiera —dijo Sagan.

Los dos se encontraban en el comedor de generales, con Fénix girando sobre ellos. Sagan contempló el planeta. Szilard siguió su mirada.

—Es sorprendente, ¿verdad?

—Sí que lo es —contestó Sagan.

—Se puede ver el planeta desde cualquier portilla de la estación, al menos parte del tiempo. Nadie mira nunca —dijo Szilard—. Y luego viene uno aquí y no puede dejar de mirarlo. Yo no puedo, al menos —señaló la cúpula de cristal que los cubría—. Esta cúpula fue un regalo, ¿lo sabía?

Sagan negó con la cabeza.

—Los ala nos la dieron cuando construíamos esta estación. Todo esto es de diamante. Dijeron que era un diamante natural que habían tallado de un cristal aún más grande que extrajeron del núcleo de uno de los gigantes gaseosos de su sistema. He leído que los ala eran unos ingenieros sorprendentes. Puede que la historia incluso sea cierta.

—No estoy familiarizada con los ala.

—Se extinguieron —dijo Szilard—. Hace ciento cincuenta años entraron en guerra con los obin por la disputa de una colonia. Tenían un ejército de clones y los medios para crear esos clones rápidamente, y durante algún tiempo pareció que iban a derrotar a los obin. Entonces los obin crearon un virus sintonizado con la genética de los clones. Inicialmente era inofensivo y se transmitía por el aire, como la gripe. Nuestros científicos calcularon que se extendió por todo el ejército alaíta en cosa de un mes, y que un mes más tarde el virus maduró y empezó a atacar el ciclo de reproducción celular de todos los clones militares ala. Las víctimas se disolvieron literalmente.

—¿Todos a la vez? —preguntó Sagan.

—Tardaron aproximadamente un mes —contestó Szilard—. Por eso nuestros científicos calcularon que tardaron ese tiempo en infectar al ejército entero en primer lugar. Con el ejército alaíta eliminado, los obin aniquilaron a toda la población civil poco después. Fue un genocidio rápido y brutal. Los obin no son una especie compasiva. Ahora todos los planetas alaítas pertenecen a los obin, y la Unión Colonial aprendió dos cosas. La primera, que los ejércitos de clones son muy mala idea. La segunda, que hay que apartarse del camino de los obin. Cosa que hemos hecho, hasta ahora.

Sagan asintió. El crucero de batalla Milana de las Fuerzas Especiales y su tripulación acababa de iniciar una serie de incursiones de reconocimiento secretas en territorio obin, para calibrar la fuerza y la capacidad de respuesta de los obin. Era un trabajo peligroso, ya que los obin y la Unión Colonial no habían desarrollado hostilidades hasta el momento. El conocimiento de la alianza obin-raey-eneshana era un secreto bien guardado; la mayor parte de la Unión Colonial y las FDC no conocía la alianza ni la amenaza que representaba para los humanos. Los eneshanos incluso mantenían presencia diplomática en Fénix, en la capital colonial de Fénix City. Estrictamente hablando, eran aliados.

—¿Quiere hablar de las incursiones obin? —dijo Sagan. Además de ser líder de escuadrón en la Milana, era la oficial de inteligencia de la nave, encargada de la evaluación de fuerzas. La mayoría de los oficiales de las Fuerzas Especiales tenían más de un puesto y también dirigían escuadrones de combate; eso reducía las tripulaciones, y hacía que los oficiales en puestos de combate apelaran al sentido de misión de las Fuerzas Especiales. Cuando naces para proteger a la humanidad, nadie se libra de combatir.

—Ahora no —dijo Szilard—. Éste no es el lugar adecuado. Quería hablar con usted sobre uno de sus nuevos soldados. La Milana tiene tres nuevos reclutas, y dos de ellos estarán a sus órdenes.

Sagan se envaró.

—Eso harán, y ahí está el problema. Sólo tenía un hueco en mi escuadrón, pero tengo dos reemplazos. Se lleva usted a uno de mis veteranos para hacerles sitio.

Sagan recordó la expresión de asombro de Will Lister cuando llegó la orden de su traslado al Halcón Peregrino.

—El Halcón Peregrino es una nave nueva y necesita gente experimentada —contestó Szilard—. Le aseguro que hay otros líderes de escuadrón de otras naves tan irritados como usted. La Milana tenía que renunciar a uno de sus veteranos, y da la casualidad de que había un recluta que quería poner bajo sus órdenes. Así que hice que la Peregrino se llevara a uno de los suyos.

Sagan abrió la boca para volver a quejarse, pero lo pensó mejor y se calló, malhumorada. Szilard contempló el juego de emociones en su rostro. La mayoría de los soldados de las Fuerzas Especiales habrían dicho lo primero que se les pasara por la cabeza, una secuela de no haber aprendido las sutilezas sociales a lo largo de la infancia y la adolescencia. El autocontrol de Sagan era uno de los motivos por los que había llamado la atención de Szilard: ése y otros factores.

—¿De qué recluta estamos hablando? —dijo por fin Sagan.

—De Jared Dirac.

—¿Qué tiene de especial?

—Tiene el cerebro de Charles Boutin —dijo Szilard, y de nuevo vio cómo Sagan combatía una respuesta visceral inmediata.

—Y piensa que eso es una buena idea —fue lo que al final acabó por salir por su boca.

—La cosa mejora todavía —dijo Szilard, y envió todo el archivo clasificado de Dirac, junto con material técnico. Sagan permaneció sentada en silencio, digiriendo el material. Szilard contempló a la oficial. Después de un minuto uno de los camareros se acercó a la mesa y preguntó si necesitaban algo. Szilard ordenó té. Sagan ignoró al camarero.

—Muy bien, picaré —dijo Sagan tras concluir su examen—. ¿Por qué me carga con un traidor?

—El traidor es Boutin —dijo Szilard—. Dirac tan sólo tiene su cerebro.

—Un cerebro que han intentado imprimir con la conciencia de un traidor.

—Sí.

—Le refiero la pregunta una vez más —dijo Sagan.

—Porque tiene usted experiencia con este tipo de cosas.

—¿Con traidores? —preguntó Sagan, sorprendida.

—Con miembros no convencionales de las Fuerzas Especiales —respondió Szilard—. Una vez tuvo bajo su mando a un miembro realnacido de la FDC. John Perry.

Sagan se envaró ligeramente al oír el nombre. Szilard lo advirtió pero prefirió no hacer ningún comentario.

—Lo hizo bastante bien —dijo.

Esta última sentencia era algo irónica: durante la batalla de Coral, Perry llevó el cuerpo herido e inconsciente de Sagan durante varios metros por todo el campo de batalla para que recibiera atención médica, y luego localizó una pieza clave de tecnología enemiga mientras el edificio donde estaba se desplomaba a su alrededor.

—El mérito es de Perry, no mío —respondió Sagan. Szilard percibió cómo Sagan sentía otra oleada de emoción al mencionar el nombre de Perry, pero de nuevo se contuvo.

—Es usted demasiado modesta —comentó, e hizo una pausa mientras el camarero servía el té—. Mi argumento es que Dirac es algo parecido a un híbrido —continuó—. Pertenece a las Fuerzas Especiales, pero puede que tal vez sea también algo más. Quiero a alguien que tenga experiencia con algo más.

—«Algo más» —repitió Sagan—. General, ¿estoy oyendo que cree usted que la conciencia de Boutin está en alguna parte dentro de Dirac?

—No he dicho eso —contestó Szilard, en un tono que sugería que tal vez lo hubiera hecho.

Sagan reflexionó y se dirigió a lo implícito en vez de a lo expresado.

—Es usted consciente, por supuesto, de que la nueva serie de misiones de la Milana nos llevará a enfrentarnos tanto con los raey como con los eneshanos —dijo—. Las misiones eneshanas en concreto requieren gran delicadeza.

«Y son las misiones en las que necesitaba a Will Lister», pensó Sagan, pero no lo dijo.

—Claro que soy consciente —reconoció Szilard, y extendió la mano hacia su taza de té.

—¿Y no cree que tener a alguien con una posible personalidad traidora emergente podría ser un riesgo? —dijo Sagan—. Un riesgo no sólo para esta misión, sino también para los demás soldados que sirven con él.

—Obviamente, es un riesgo, y por eso confío en su experiencia. Pero puede que también resulte una fuente de información clave. Que también habrá que tratar. Además de sus otros cargos, es usted una oficial de inteligencia. Es la oficial ideal para este soldado.

—¿Qué ha dicho Crick al respecto? —dijo Sagan, refiriéndose al mayor Crick, el comandante en jefe de la Milana.

—No ha dicho nada al respecto porque no se lo he contado —contestó Szilard—. Estamos ante un material confidencial, y he decidido que él no necesita saberlo. En lo que a él respecta, sólo sabe que tiene tres nuevos soldados.

—Esto no me gusta —dijo Sagan—. No me gusta en absoluto.

—No le he pedido que le guste. Le estoy diciendo que tiene que encargarse de ello —Szilard sorbió su té.

—No me gusta que tenga que desempeñar un papel clave en ninguna de las misiones relacionadas con los raey o los eneshanos.

—No lo tratará usted de manera distinta a ningún otro soldado a sus órdenes —dijo Szilard.

—Entonces podrían matarlo como a cualquier otro soldado.

—Entonces, por su bien, esperemos que no sea por fuego amigo —dijo Szilard, y soltó su taza.

Sagan volvió a guardar silencio. El camarero se acercó; Szilard, impaciente, le indicó que se retirara.

—Quiero mostrarle este archivo a alguien —dijo Sagan, señalándose la cabeza.

—Está clasificado, por motivos obvios. Todo el que debe conocerlo ya lo conoce, y no queremos que se extienda a nadie más. Ni siquiera Dirac conoce su propia historia. Queremos que continúe así.

—Me está pidiendo que me encargue de un soldado que constituye un inmenso riesgo para la seguridad —dijo Sagan—. Lo menos que puede hacer es permitir que me prepare. Conozco a un especialista en función cerebral humana e integración con CerebroAmigo. Creo que sus reflexiones podrían ser útiles.

Szilard se lo pensó.

—Es alguien en quien confía —dijo.

—Puedo confiarle esto —dijo Sagan.

—¿Conoce su nivel de acceso a seguridad?

—Lo conozco.

—¿Es lo bastante alto para algo así?

—Bueno —dijo Sagan—. Ahí es donde las cosas se ponen interesantes.

* * *

—Hola, teniente Sagan —dijo el administrador Cainen, en inglés. La pronunciación era mala, pero eso difícilmente era culpa de Cainen: su boca no estaba formada para la mayoría de los idiomas humanos.

—Hola, administrador —respondió Sagan—. Está aprendiendo nuestro idioma.

—Sí. Tengo tiempo para aprender, y poco que hacer.

Cainen señaló un libro, escrito en ckann, el idioma raey predominante, junto a una PDA.

—Ahí sólo hay dos libros en ckann. Un libro de lengua y un libro de religión. Elegí el de lengua. La religión humana es… —Cainen rebuscó en su pequeño conjunto de palabras inglesas—… más difícil.

Sagan indicó la PDA.

—Ahora que tiene un ordenador, debería tener más opciones de lectura.

—Sí. Gracias por conseguírmelo. Me hace feliz.

—No hay de qué —dijo Sagan—. Pero el ordenador tiene un precio.

—Lo sé. He leído los archivos que me pidió.

—¿Y? —dijo Sagan.

—Debo cambiar a ckann —dijo Cainen—. Mi inglés no tiene muchas palabras.

—De acuerdo.

—He examinado en profundidad los archivos referidos al soldado Dirac —dijo Cainen, usando las duras pero rápidas consonantes del idioma ckann—. Charles Boutin fue un genio al hallar un modo de conservar las ondas de conciencia fuera del cerebro. Y ustedes son idiotas por haber intentado volver a meter esa conciencia.

—Idiotas —dijo Sagan, y mostró una levísima sonrisa; la traducción de la palabra en ckann procedía de un pequeño altavoz situado en un cordón que colgaba alrededor de su cuello—. ¿Es una valoración profesional o sólo un comentario personal?

—Ambas cosas —dijo Cainen.

—Explíqueme por qué.

Cainen se dispuso a enviarle los archivos de su PDA, pero Sagan levantó una mano.

—No necesito los detalles técnicos. Sólo quiero saber si ese Dirac va a suponer un peligro para mis soldados y mi misión.

—Muy bien —dijo Cainen, e hizo una pausa—. El cerebro, incluso el humano, es como un ordenador. No es una analogía perfecta, pero funciona para lo que voy a decirle. Los ordenadores tienen tres componentes para su funcionamiento: el hardware, el software y los archivos de datos. El software ejecuta el hardware, y los archivos ejecutan el software. El hardware no puede abrir el archivo sin el software. Si coloca un archivo en un ordenador que carece del software necesario, lo único que hace es quedarse allí. ¿Me entiende?

—Hasta ahora, sí.

—Bien —dijo Cainen. Extendió la mano y le dio un golpecito a Sagan en la cabeza; ella sofocó el impulso de romperle el dedo—. Sígame: el cerebro es el hardware. La conciencia es el archivo. Pero con su amigo Dirac, les falta el software.

—¿Qué es el software? —preguntó Sagan.

—La memoria. La experiencia. La actividad sensorial. Cuando pusieron en su cerebro la conciencia de Boutin, ese cerebro carecía de la experiencia para sacarle ningún sentido. Si esa conciencia sigue todavía en el cerebro de Dirac, está aislada y no hay modo de acceder a ella.

—Los soldados de las Fuerzas Especiales son conscientes desde el momento en que se les despierta —dijo Sagan—. Pero también carecemos de experiencia y memoria.

—Lo que experimentan no es conciencia —dijo Cainen, y Sagan notó el disgusto en su voz—. Su maldito CerebroAmigo abre a la fuerza canales sensoriales de manera artificial y ofrece la ilusión de conciencia, y su cerebro lo sabe —Cainen volvió a señalar su PDA—. Su gente me ha permitido acceder a una amplia gama de investigaciones sobre el cerebro y el CerebroAmigo. ¿Lo sabía usted?

—Sí. Les pedí que le dejaran ver todos los archivos que necesitara para ayudarme.

—Porque sabía que sería prisionero durante el resto de mi vida, y que aunque pudiera escapar pronto estaría muerto por la enfermedad que me han inoculado. Así que no haría ningún daño permitirme el acceso.

Sagan se encogió de hombros.

—Mmm —dijo Cainen, y continuó—. ¿Sabe que no hay ninguna explicación razonable a por qué el cerebro de un soldado de las Fuerzas Especiales absorbe información mucho más rápidamente que un soldado regular de la FDC? Ambos son cerebros humanos no alterados; ambos tienen el mismo ordenador CerebroAmigo. Los cerebros de las Fuerzas Especiales están preacondicionados de modo distinto a los de los soldados corrientes, pero no de un modo que acelere de manera notable el ritmo al que el cerebro procesa la información. Y sin embargo el cerebro de las Fuerzas Especiales absorbe información y la procesa a un ritmo increíble. ¿Sabe por qué? Se está defendiendo, teniente. Su soldado medio de la FDC ya tiene una conciencia, y la experiencia para usarla. Su soldado de las Fuerzas Especiales no tiene nada. Su cerebro siente la conciencia artificial de su CerebroAmigo, presionando, y se apresura a construir la suya propia lo más rápido posible, antes de que esa conciencia artificial la deforme de modo permanente. O la mate.

—Ningún soldado de las Fuerzas Especiales ha muerto a causa de su CerebroAmigo —dijo Jane.

—Oh, no, ahora no —respondió Cainen—. Pero me preguntó qué encontraríamos si nos remontáramos atrás lo suficiente.

—¿Qué sabe usted? —preguntó Sagan.

—No sé nada —dijo Cainen, mansamente—. Es simple especulación. Pero el argumento es que no se puede comparar el despertar de las Fuerzas Especiales con «conciencia», con lo que están intentando hacer ustedes con el soldado Dirac. No es lo mismo. Ni siquiera se acerca.

Sagan cambió de tema.

—Ha dicho usted que es posible que la conciencia de Boutin tal vez ni siquiera esté ya dentro del cerebro de Dirac.

—Es posible —dijo Cainen—. La conciencia necesita impulsos: sin ellos, se disipa. Por ese motivo es casi imposible mantener una pauta de conciencia coherente fuera del cerebro, y por eso Boutin fue un genio al conseguirlo. Mi sospecha es que si la conciencia de Boutin estuviera allí dentro, ya se habrá estropeado, y sólo tienen ustedes un soldado más entre manos. Pero no hay forma de decir si está ahí o no. Su pauta sería subsumida por la conciencia del soldado Dirac.

—Si está ahí, ¿qué la despertaría?

—¿Me está pidiendo que especule? —preguntó Cainen. Sagan asintió—. El motivo por el que no se puede acceder en primer lugar a la conciencia de Boutin es porque el cerebro no tenía memoria ni experiencia. Tal vez a medida que su soldado Dirac vaya acumulando experiencias, una se acercará lo suficiente en su sustancia para abrir parte de esa conciencia.

—Y entonces se convertiría en Charles Boutin —dijo Sagan.

—Puede que sí. O puede que no. El soldado Dirac tiene ahora su propia conciencia. Su propio sentido del yo. Si la conciencia de Boutin despertara, no sería la única existente ahí dentro. Es cosa suya decidir si eso es bueno o malo, teniente Sagan. Yo no puedo decírselo, ni qué sucedería realmente si Boutin llegara a despertarse.

—Hay cosas que necesito que me diga usted.

Cainen emitió el equivalente raey a una risa.

—Consígame un laboratorio —dijo—. Entonces tal vez pueda proporcionarle algunas respuestas.

—Creí que había dicho que no nos ayudaría nunca.

Cainen volvió a usar el inglés.

—Mucho tiempo para pensar —dijo—. Demasiado tiempo. Las lecciones de lengua no son suficientes.

Luego, volvió a emplear el ckann.

—Y esto no les ayuda contra mi pueblo. Pero le ayuda a usted.

—¿A mí? —dijo Sagan—. Sé por qué me ha ayudado esta vez: le he sobornado con el acceso al ordenador. ¿Por qué iba ayudarme en alguna otra cosa? Le hice prisionero.

—Y me inoculó una enfermedad que me matará si no recibo una dosis diaria del antídoto por parte de mis enemigos —dijo Cainen. Extendió la mano hacia la mesita que sobresalía en la pared de la celda y sacó un pequeño inoculador—. Mi medicina —dijo—. Me permiten que me la administre yo mismo. Una vez decidí no inyectarme, para ver si me dejaban morir. Sigo aquí, de modo que ésa es la respuesta. Pero antes me dejaron retorcerme por el suelo durante horas. Igual que hizo usted, ahora que lo pienso.

—Nada de esto explica por qué querría ayudarme.

—Porque usted se acordó de mí —dijo Cainen—. Para todos los demás, sólo soy uno de sus muchos enemigos, a quien apenas merece la pena darle un libro para que no se vuelva loco de aburrimiento. Un día podrían simplemente olvidarse de mi antídoto y dejarme morir, y les daría igual. Usted al menos ve mi valor. En este pequeñísimo universo donde vivo ahora, eso la convierte en mi mejor y única amiga, aunque sea mi enemiga.

Sagan se quedó mirando a Cainen, recordando su arrogancia la primera vez que lo vio. Ahora su aspecto era penoso y sumiso, y por un momento a Sagan le pareció que era la cosa más triste que había visto jamás.

—Lo siento —dijo, y le sorprendió que las palabras surgieran de su boca.

Otra risa raey por parte de Cainen.

—Estábamos planeando destruir a su pueblo, teniente —dijo—. Y puede que estemos haciéndolo todavía. No hace falta pedir disculpas.

Sagan no tenía nada que decir a eso. Envió una señal al oficial del penal para indicarle que estaba lista para marcharse; un guardia se acercó y esperó con su MP mientras se abría la puerta de la celda.

Mientras la puerta se deslizaba para cerrarse tras ella, Sagan se volvió hacia Cainen.

—Gracias por su ayuda. Le pediré un laboratorio.

—Gracias —dijo Cainen—. No me haré demasiadas ilusiones.

—Probablemente sea buena idea.

—Teniente —dijo Cainen—. Una sugerencia. ¿Su soldado Dirac participará en sus acciones militares?

—Sí.

—Vigílelo. Tanto en los humanos como en los raey, la tensión de la batalla deja marcas permanentes en el cerebro. Es una experiencia primaria. Si Boutin sigue allí dentro, puede ser la guerra lo que lo haga salir. Bien por sí misma o a través de una combinación de experiencias.

—¿Cómo sugiere que lo vigile en batalla? —preguntó Sagan.

—Ése es su terreno —dijo Cainen—. Excepto cuando me capturaron ustedes, nunca he estado en la guerra. No podría decírselo. Pero si le preocupa Dirac, es lo que yo haría si fuera usted. Los humanos tienen una expresión: «Mantén cerca a tus amigos y a tus enemigos todavía más cerca». Parece que su soldado Dirac podría ser ambas cosas. Yo lo mantendría muy cerca.

* * *

La Milana pilló dormido al crucero raey.

El impulso de salto era una tecnología peliaguda. Permitía hacer viajes interestelares, pero no propulsando las naves más rápido que la velocidad de la luz, cosa que era imposible, sino abriendo agujeros a través del espacio-tiempo y colocando las naves espaciales (o cualquier cosa equipada con un impulsor de salto) en el lugar que se le antojara dentro de ese universo a quien estuviera usando el impulso de salto.

(En realidad, esto no era exactamente cierto; a escala logarítmica, el viaje con impulsores de salto era menos fiable cuanto más espacio había entre el punto de inicio y el punto de destino. La causa de lo que se llamaba el «problema del horizonte del impulso de salto» no era comprendida del todo, pero sus efectos eran naves y tripulaciones perdidas.

Esto mantenía a los humanos y las otras razas que usaban el impulso de salto en el mismo «barrio» interestelar que sus planetas de origen: si una raza quería conservar el control de sus colonias, como querían casi todas, su expansión colonial se ceñía a la esfera definida por el horizonte del impulso de salto. En cierto sentido eso era una chorrada: gracias a la intensa competencia en busca de territorio en la zona donde vivían los humanos, ninguna raza inteligente, excepto una, tenía un alcance que se acercara a su propio horizonte de impulso de salto. La excepción eran los consu, cuya tecnología era tan avanzada respecto a la de las otras razas del espacio local que seguía debatiéndose si usaban la tecnología del impulso o no).

Entre los muchos inconvenientes del impulso de salto que había que tolerar, si querías utilizarlo, estaban las condiciones que exigía para partir y llegar. Al partir, el impulso de salto necesitaba un espacio-tiempo relativamente «plano», lo cual significaba que la impulsión sólo podía activarse cuando la nave se hallaba fuera del pozo de gravedad de los planetas cercanos; esto requería viajar en el espacio usando motores. Pero una nave que usara el impulso de salto podía acercarse a un planeta tanto como quisiera…, incluso podía, teóricamente, llegar a la superficie de un planeta, si se disponía de un navegante lo suficientemente seguro de sus habilidades para lograrlo. Aunque aterrizar una nave en un planeta a través de la navegación con impulso de salto era algo que la Unión Colonial desaconsejaba oficialmente, las Fuerzas de Defensa Coloniales reconocían el valor estratégico de las llegadas repentinas e inesperadas.

Cuando la Milana llegó al planeta que sus colonos humanos llamaban Gettysburg, cobró existencia a un cuarto de segundo-luz del crucero raey, y con sus cañones duales de riel calientes y preparados para disparar. Los preparados artilleros de la Milana tardaron menos de un minuto en orientar y localizar al indefenso crucero, que sólo pudo intentar responder al final, y los proyectiles magnetizados necesitaron menos de dos minutos y un tercio para cubrir la distancia entre la Milano, y su presa. La sola velocidad de los proyectiles de riel fue más que suficiente para penetrar la piel de la nave raey y abrirse paso por su interior como una bala a través de mantequilla, pero los diseñadores de los proyectiles no se habían contentado con eso: los proyectiles mismos estaban diseñados para expandirse de manera explosiva al menor contacto con la materia.

Una infinitésima fracción de segundo después de que los proyectiles penetraran la nave raey, se fragmentaron, y sus añicos se desperdigaron locamente respecto a su trayectoria inicial, convirtiendo el proyectil en la recortada más rápida del universo. El gasto de energía necesario para cambiar estas trayectorias era por supuesto inmenso y refrenaba los añicos de manera considerable. Sin embargo, los añicos tenían energía de sobra, y cada uno de ellos tuvo aún bastante tiempo para dañar la nave raey antes de salir del crucero herido e iniciar un largo viaje sin fricción a través del espacio.

Debido a las posiciones relativas de la Milano, y el crucero raey, el primer proyectil golpeó el crucero a proa y estribor; los fragmentos de este proyectil se extendieron en diagonal y hacia arriba, perforando de manera no muy limpia varios niveles de la nave y convirtiendo a varios miembros de la tripulación raey en bruma ensangrentada. El orificio de entrada de este proyectil fue un claro círculo de diecisiete centímetros de ancho; el orificio de salida fue un agujero irregular de diez metros de ancho que arrastró un puñado de metal, sangre y atmósfera al vacío.

El segundo proyectil entró un poco por detrás del primero, siguiendo una trayectoria paralela, pero no llegó a fragmentarse; su orificio de salida fue sólo sensiblemente más grande que el de entrada. Compensó su fracaso destruyendo uno de los motores de la nave raey. Los controles de daños automáticos del crucero echaron las mamparas, aislando el motor dañado, y desconectaron los otros dos motores para evitar un fallo en cascada. La nave raey pasó a utilizar la energía de emergencia, que ofrecía sólo un mínimo de opciones ofensivas y defensivas, ninguna de las cuales sería efectiva contra la Milana.

La Milana, con su propia energía parcialmente agotada (pero recargándose) por el uso de los cañones de riel, selló la acción lanzando cinco misiles nucleares tácticos convencionales contra el crucero raey. Tardaron más de un minuto en alcanzarlo, pero la Milana ahora podía permitirse el lujo de tomarse su tiempo. El crucero era la única nave raey en la zona. Un pequeño estallido surgió de la nave raey: el crucero condenado lanzaba una sonda de impulso, diseñada para llegar rápidamente a distancia de salto y comunicar al resto del ejército raey lo que le había sucedido. La Milana lanzó un sexto y último misil contra la sonda, para alcanzarla y destruirla a menos de diez mil kilómetros del punto de salto. Para cuando los raey se enteraran del destino de su crucero, la Milana estaría a años luz de distancia.

Poco después el crucero raey fue un campo de escombros en expansión, y la teniente Sagan y su Segundo Pelotón recibieron permiso para iniciar su parte de la misión.

* * *

Jared trataba de calmar los nervios de la primera misión y el leve temor causado por las sacudidas del transporte de tropas al descender a la atmósfera de Gettysburg, intentando no distraerse y concentrar sus energías. Daniel Harvey, sentado junto a él, se lo ponía difícil.

:::Malditos colonos montunos —dijo Harvey, mientras el transporte de tropas surcaba la atmósfera—. Van por ahí fundando colonias ilegales y luego nos vienen llorando cuando otra puñetera especie se les sube a las barbas.

:::Relájate, Harvey —dijo Alex Roentgen—. Vas a acabar con jaqueca.

:::Lo que quiero saber es cómo estos cabrones consiguen llegar a estos sitios —dijo Harvey—. La Unión Colonial no los trae aquí. Y no se puede ir a ninguna parte sin su aprobación.

:::Pues claro que se puede —repuso Roentgen—. La UC no controla todos los viajes interestelares, sólo los que hacen los humanos.

:::Estos colonos son humanos, Einstein —contestó Harvey.

:::Eh —dijo Julie Einstein—. A mí no me metáis por medio.

:::Es sólo una expresión, Julie —dijo Harvey.

:::Los colonos son humanos, pero la gente que los transporta no, idiota —dijo Roentgen—. Los colonos montunos alquilan el transporte a los alienígenas con los que la UC comercia, y los alienígenas los llevan adonde quieren ir.

:::Qué estupidez —dijo Harvey, y miró al pelotón en busca de apoyo. La mayoría de los miembros del pelotón descansaba con los ojos cerrados o evitaba cuidadosamente la discusión. Harvey tenía fama de ser un peleón testarudo—. La UC podría impedirlo si quisiera. Podría pedir a los alienígenas que dejaran de admitir pasajeros montunos. Eso nos ahorraría tener que arriesgarnos a que nos volaran el culo.

Desde el asiento de delante, Jane Sagan volvió la cabeza hacia Harvey.

:::La UC no quiere detener a los colonos montunos —dijo, con tono aburrido.

:::¿Por qué demonios no? —preguntó Harvey.

:::Crean problemas. El tipo de persona que desafía a la UC e inicia una colonia por su cuenta es el tipo de persona que podría crear problemas en casa si no se le permitiera marcharse. La UC considera que no merece la pena molestarse. Así que los dejan marchar, y miran para otro lado. Luego van por libre.

:::Hasta que se meten en problemas —rezongó Harvey.

:::Normalmente incluso entonces —dijo Sagan—. Los renegados saben dónde se meten.

:::¿Entonces qué hacemos nosotros aquí? —dijo Roentgen—. No es que me ponga de parte de Harvey, pero son colonos montunos.

:::Ordenes —dijo Sagan, y cerró los ojos, poniendo fin a la discusión. Harvey bufó y estaba a punto de replicar cuando las turbulencias se volvieron de pronto especialmente intensas.

:::Parece que los raey del terreno acaban de descubrir que estamos aquí arriba —dijo Chad de Asís desde el asiento del piloto—. Tenemos tres misiles más de camino. Aguantad, voy a intentar quemarlos antes de que se acerquen demasiado.

Varios segundos después llegó un lento y sólido zumbido: el máuser de defensa del transporte disparó para encargarse de los misiles.

:::¿Por qué no nos cargamos a estos tipos desde la órbita? —dijo Harvey—. Hemos hecho eso antes.

:::Hay humanos ahí abajo, ¿no? —dijo Jared, aventurándose a hacer un comentario—. Supongo que queremos evitar usar tácticas que pudieran hacerles daño o matarlos.

Harvey dirigió a Jared una brevísima mirada y luego cambió de tema.

Jared miró a Sarah Pauling, quien se encogió de hombros. En la semana que llevaban destinados en el Segundo Pelotón, la palabra que describía mejor sus relaciones era gélidas. Los otros miembros del pelotón se mostraban amables cuando no tenían más remedio, pero por lo demás los ignoraban a ambos siempre que les era posible. Jane Sagan, la oficial superior del pelotón, les hizo saber brevemente que era el tratamiento típico hacia los nuevos reclutas hasta su primera misión de combate.

:::Soportadlo —dijo, y regresó a su trabajo.

Jared y Pauling se sentían incómodos. Ser ignorados de manera casual era una cosa, pero a los dos se les negaba también la plena integración con el pelotón. Estaban levemente conectados y usaban una banda común para discutir y compartir información referida a la misión, pero no había nada parecido a la íntima complicidad que habían compartido con su escuadrón de instrucción. Jared miró a Harvey, y no por primera vez se preguntó si la integración era simplemente una herramienta de entrenamiento. Si lo era, parecía cruel ofrecérsela a la gente sólo para retirarla más tarde. Pero había visto pruebas de integración que sugerían un diálogo común no hablado y una conciencia sensorial más allá de los propios sentidos. Jared y Pauling la anhelaban, pero también sabían que su carencia era una prueba para ver cómo respondían.

Para combatir la falta de integración con su pelotón, la integración de Jared y Pauling era defensivamente íntima; se pasaban tanto tiempo en la cabeza del otro que al final de la semana, a pesar del afecto que se tenían, estaban casi hartos. Descubrieron que existía algo que podía llamarse demasiada integración. Los dos diluyeron un poco su compartir invitando a Steven Seaborg a integrarse con ellos de manera informal. Seaborg, que recibía el mismo frío tratamiento en el Primer Pelotón pero no tenía compañeros de instrucción que le hicieran compañía, se sintió casi patéticamente agradecido por el ofrecimiento.

Jared miró a Jane Sagan y se preguntó si la líder del pelotón toleraría que él y Sarah no estuvieran integrados durante la misión; parecía peligroso. Para Pauling y él, al menos.

Como en respuesta a sus pensamientos, Sagan lo miró y entonces habló.

:::Misiones —dijo, y envió un mapa de la diminuta colonia de Gettysburg al pelotón, con las misiones superpuestas—. Recordad que vamos a barrer y limpiar. No ha habido ninguna actividad de cápsulas de impulsión, así que o están todos muertos o los han encerrado en algún sitio donde no pueden enviar ningún mensaje. La idea es eliminar a los raey con un mínimo de daños estructurales a la colonia. Eso quiere decir mínimo, Harvey —añadió, mirando significativamente al soldado, quien se agitó incómodo—. No me importa volar las cosas cuando es necesario, pero todo lo que destruyamos será algo menos que tengan esos colonos.

:::¿Qué? —dijo Roentgen—. ¿Está sugiriendo en serio que dejaremos a esa gente quedarse aquí si siguen con vida?

:::Son montunos —respondió Sagan—. No podemos obligarlos a actuar de manera inteligente.

:::Bueno, sí que podríamos obligarlos —dijo Harvey.

:::No lo haremos. Tenemos gente nueva que proteger bajo nuestras alas. Roentgen, eres responsable de Pauling. Yo me encargo de Dirac. Los demás, en grupos de a dos. Aterrizaremos aquí.

Una pequeña zona de aterrizaje se iluminó.

:::Y os dejaré usar vuestra propia creatividad para llegar adonde necesitéis. Acordaos de anotar vuestras inmediaciones y la situación del enemigo: estáis explorando por todos nosotros.

:::O al menos de algunos de nosotros —le dijo Pauling en privado a Jared. Entonces los dos sintieron el sensual arrebato de la integración, la hiperconciencia de tener muchos puntos de vista superpuestos sobre el propio. Jared se esforzó por controlar un jadeo.

:::No te vayas a manchar —dijo Harvey, y hubo un toque de risas en el pelotón. Jared lo ignoró y bebió de la gestalt emocional e informativa ofrecida por los compañeros del pelotón: la confianza en sus habilidades para enfrentarse a los raey; un sustrato de planificación previa para los destinos de esa misión; una tensa y sutilmente expectante excitación que parecía tener poco que ver con el combate que se avecinaba; una sensación común compartida de que intentar mantener las estructuras intactas era inútil, ya que sin duda los colonos estarían ya muertos.

* * *

:::Detrás de vosotros —oyó Jared decir a Sarah Pauling, y Jane y él se volvieron y dispararon mientras recibían las imágenes y los datos, desde el lejano punto de vista de Pauling, de tres soldados raey que se movían de manera silenciosa pero visible alrededor de un pequeño edificio para emboscar a la pareja. Los tres recibieron una ráfaga de balas de Jared y Sagan; uno cayó muerto mientras los otros dos se separaban y echaban a correr en direcciones distintas.

Jared y Sagan consultaron rápidamente los puntos de vista de los otros miembros del pelotón para ver quién podría alcanzar a uno o a ambos de los soldados que huían. Todos los demás estaban combatiendo, incluida a Pauling, quien había vuelto a su tarea principal de abatir a un francotirador raey en el extrarradio del asentamiento de Gettysburg. Sagan suspiró de manera audible.

:::Ve a por ése —dijo, corriendo tras el segundo—. Procura que no te maten.

Jared siguió al soldado raey, quien usaba sus potentes piernas como de pájaro para sacarle una ventaja considerable. Mientras Jared corría para alcanzarlo, el raey se giró y le disparó con saña, sujetando su arma con una sola mano; el retroceso le arrebató el arma de la mano. Las balas levantaron tierra directamente delante de Jared, quien buscó cubierto cuando el arma cayó al suelo. El raey corrió sin tratar de recuperarla y desapareció en el aparcamiento general de la colonia.

:::Me vendría bien algo de ayuda —dijo Jared, en la puerta de carga del garaje.

:::Bienvenido al club —respondió Harvey, desde alguna parte—. Estos cabrones nos superan al menos dos a uno.

Jared entró en el garaje. Una rápida mirada le mostró que la otra única salida era una puerta que había en la misma pared y unas ventanas diseñadas para ventilar el garaje. Las ventanas parecían a la vez altas y pequeñas: era improbable que el raey las hubiera atravesado. Todavía estaba en algún lugar del garaje. Jared se colocó a un lado y empezó a estudiar metódicamente el taller.

Un cuchillo salió disparado de debajo de un toldo y rasgó la pantorrilla de Jared. El tejido nanobótico del unicapote militar de Jared se endureció donde la hoja había hecho contacto. Jared no recibió ni un arañazo. Pero su propio movimiento por sorpresa lo hizo resbalar; cayó al suelo, se lastimó el tobillo, y el MP se le escapó de las manos. El raey salió de su escondite antes de que Jared pudiera recuperarlo, pasó por encima de Jared y empujó el MP con la mano que todavía empuñaba el cuchillo. El MP bailó hasta quedar fuera de su alcance, y el raey lanzó una puñalada contra la cara de Jared, cortándole salvajemente la mejilla y haciendo salir SangreSabia. Jared gritó; el raey pasó de largo y se dirigió al MP.

Cuando Jared se dio la vuelta, el raey lo estaba apuntando con el MP, sus largos dedos engarriados torpe pero firmemente en el gatillo. Jared se quedó quieto. El raey croó algo y apretó el gatillo.

Nada. Jared recordó que el MP estaba sintonizado con su CerebroAmigo: un no-humano no podría dispararlo. Sonrió aliviado. El raey volvió a croar y golpeó con fuerza a Jared en la cara con el arma, rasgando la mejilla que ya le había herido. Jared gritó y retrocedió dolorido. El raey arrojó el MP a un lugar alto, fuera del alcance de ambos. Buscó en una mesa para agarrar una barra metálica y avanzó hacia Jared, haciéndola oscilar.

Jared bloqueó el golpe con el brazo; su unicapote se endureció de nuevo pero el golpe le provocó una descarga de dolor en el brazo. Al siguiente golpe trató de agarrar la barra, pero calculó mal la velocidad; la barra golpeó con fuerza sus dedos, rompiendo los huesos del anular y el corazón de la mano derecha y haciéndole bajar el brazo. El raey movió la barra de lado y golpeó a Jared en la cabeza. Jared cayó de rodillas, aturdido, volviéndose a torcer el tobillo sobre el que había caído antes. A duras penas buscó el cuchillo de combate con la mano izquierda; el raey le dio una patada en la mano, con fuerza, haciéndole soltar el cuchillo. Una segunda patada veloz alcanzó a Jared en la barbilla, clavándole los dientes en la lengua y haciendo que la SangreSabia asomara en un borbotón por su boca. El raey lo atrajo, sacó su cuchillo, y se dispuso a cortarle la garganta. La mente de Jared de repente regresó a la sesión de entrenamiento con Sarah Pauling, cuando ella le colocó el cuchillo en la garganta y le dijo que carecía de capacidad de concentrarse.

Se concentró ahora.

Jared sorbió súbitamente y escupió un espumarajo de SangreSabia contra la cara y la banda ocular del raey. La criatura retrocedió, repugnada, dando a Jared el tiempo que necesitaba para ordenar a su CerebroAmigo que hiciera con la SangreSabia que el raey tenía en la cara lo mismo que hizo cuando la ingirió el bicho chupasangres en Fénix: arder.

El raey gritó cuando la SangreSabia empezó a arder en su cara y su banda ocular, soltó el cuchillo y se llevó las manos a la cara. Jared cogió el cuchillo y lo hundió en un lado de la cabeza del raey. La criatura emitió un brusco cloqueo de sorpresa y entonces se quedó flácida y cayó de espaldas al suelo. Jared siguió su ejemplo, se tendió en silencio y no hizo nada más que descansar la mirada, mientras se volvía cada vez más consciente del denso y acre olor que desprendía al raey al arder.

:::Levántate —le dijo alguien un poco más tarde, y le dio un golpecito con una bota. Jared dio un respingo y miró. Era Sagan—. Vamos, Dirac. Los tenemos a todos. Ahora puedes salir.

:::Me duele —dijo Jared.

:::Demonios, Dirac. Duele sólo mirarte —Sagan se dirigió al raey—. La próxima vez, dispárale a la maldita cosa.

:::Lo recordaré.

:::Ya que hablamos de eso, ¿dónde está tu MP?

Jared miró hacia el alto rincón donde lo había arrojado el raey.

:::Creo que necesito una escalera —dijo.

:::Necesitas puntos de sutura —dijo Sagan—. Tu mejilla está a punto de desprenderse.

:::Teniente —dijo Julie Einstein—. Tiene que venir a ver esto. Hemos encontrado a los colonos.

:::¿Alguno con vida?

:::Dios, no —respondió Einstein, y a través de la integración tanto Sagan como Jared la sintieron estremecerse.

:::¿Dónde estás? —preguntó Sagan.

:::Um. Será mejor que venga a ver.

Un minuto más tarde, Sagan y Jared se encontraron en el matadero de la colonia.

:::Malditos raey —dijo Sagan mientras se acercaba. Se volvió hacia Einstein, que la esperaba fuera—. ¿Están ahí dentro?

:::Están ahí —respondió Einstein—. En la cámara frigorífica del fondo.

:::¿Todos ellos?

:::Eso creo. Es difícil de decir. Están hechos trocitos.

La cámara frigorífica estaba repleta de carne.

Los soldados de las Fuerzas Especiales resoplaron al ver los torsos despellejados colgados de ganchos. Los barriles bajo los ganchos estaban llenos de vísceras. Miembros en varios estados de procesado se amontonaban en las mesas. En una mesa aparte había una colección de cabezas, los cráneos abiertos para extraer los sesos. Las cabezas descartadas llenaban otro barril junto a la mesa.

Bajo un toldo había un montoncillo de cuerpos sin procesar. Jared se acercó a destaparlo. Debajo había niños.

:::Cristo —dijo Sagan. Se volvió hacia Einstein—: Envía a alguien a las oficinas de administración de la colonia. Recoged todos los archivos genéticos y médicos que podáis encontrar, y fotos de los colonos. Vamos a necesitarlos para identificar a esta gente. Luego trae a un par de hombres para que rebusquen en la basura.

:::¿Qué estamos buscando? —preguntó Einstein.

:::Restos —dijo Sagan—. De quienes ya hayan sido comidos por los raey.

Jared oyó a Sagan dar las órdenes como si fuera un zumbido en su cabeza. Se agachó y se quedó mirando, transfigurado, el montón de cuerpecitos. En lo alto yacía el cadáver de una niña pequeña, los rasgos élficos silenciosos, relajados y hermosos. Extendió la mano y amablemente acarició la mejilla de la niña. Estaba helada.

Inexplicablemente, Jared sintió una dura puñalada de pesar. Se dio la vuelta, conteniendo los sollozos.

Daniel Harvey, que había descubierto la cámara frigorífica junto con Einstein, se acercó a Jared.

:::¿La primera vez? —dijo.

Jared alzó la cabeza.

:::¿Qué?

Harvey señaló los cadáveres con la cabeza.

:::Es la primera vez que ves niños, ¿cierto?

:::Sí.

:::Es lo que nos pasa —dijo Harvey—. La primera vez que vemos colonos, están muertos. La primera vez que vemos niños, están muertos. La primera vez que vemos una criatura inteligente que no es humana, está muerta o intenta matarnos, así que tenemos que matarla. Entonces está muerta. Pasaron meses antes de que yo viera a un colono vivo. Nunca he visto a un niño vivo.

Jared se volvió hacia el montón.

:::¿Qué edad tiene ésta? —preguntó.

:::Mierda, no lo sé —dijo Harvey, pero miró de todas formas—. Yo diría que tres o cuatro años. Cinco, como mucho. ¿Y sabes qué es curioso? Era mayor que nosotros dos juntos. Era mayor que nosotros dos juntos dos veces. Es un universo puñetero, amigo mío.

Harvey se alejó. Jared se quedó mirando a la niña pequeña durante otro rato, y luego cubrió el montón con el toldo. Fue a buscar a Sagan, y la encontró delante del edificio de administración de la colonia.

:::Dirac —dijo Sagan mientras se acercaba—. ¿Qué te parece tu primera misión?

:::Creo que es bastante horrible.

—Lo es. ¿Sabes por qué estamos aquí? ¿Por qué nos han enviado a un asentamiento montuno? —le preguntó ella.

Jared tardó un segundo en darse cuenta de que Sagan había pronunciado las palabras en voz alta.

—No —respondió del mismo modo.

—Porque el líder de este asentamiento es el hijo de la secretaria de Estado de la Unión Colonial. El capullo hijo de puta quería demostrarle a su madre que las reglas de la Unión Colonial contra los asentamientos montunos eran una afrenta a los derechos civiles.

—¿Lo son? —preguntó Jared.

Sagan se lo quedó mirando.

—¿Por qué lo preguntas?

—Es sólo curiosidad.

—Tal vez lo sean, tal vez no —respondió Sagan—. Pero en cualquier caso, el último lugar para demostrar ese argumento habría sido este planeta. Los raey lo reclaman desde hace años, aunque no tengan ningún asentamiento en él. Supongo que ese gilipollas pensó que como la UC les dio una paliza a los raey en la última guerra, éstos quizá mirarían hacia otro lado en vez de intentar desquitarse. Luego, hace diez días, el satélite espía que pusimos en la órbita del planeta fue eliminado del cielo por ese crucero que nos cargamos. Pero primero tomó una imagen del crucero. Y aquí estamos nosotros.

—Es un caos —dijo Jared.

Sagan se rió sin humor.

—Ahora yo tengo que volver a esa puñetera cámara frigorífica y examinar los cadáveres hasta que encuentre al hijo de la secretaria —dijo—. Y luego tendré el placer de comunicarle que los raey cortaron en trocitos a su hijo y su familia para comérselos.

—¿A su familia? —preguntó Jared.

—Su esposa y una hija. Cuatro años.

Jared se estremeció violentamente, pensando en la niña del montón de cadáveres. Sagan lo observó con atención.

—¿Te encuentras bien?

—Me encuentro bien. Es que parece un despilfarro.

—La esposa y la niña son un despilfarro —dijo Sagan—. El capullo hijo de puta que las trajo aquí obtuvo lo que se merecía.

Jared volvió a estremecerse.

—Si usted lo dice…

—Yo lo digo. Ahora, vamos. Ha llegado el momento de identificar a los colonos o lo que queda de ellos.

* * *

:::Bueno —le dijo a Jared Sarah Pauling cuando salió de la enfermería de la Milana—. Desde luego, no haces las cosas del modo más fácil.

Extendió la mano para tocarle la mejilla, la hinchazón que quedaba todavía a pesar de la nanosutura.

:::Todavía puede verse dónde te cortó.

:::No me duele —dijo Jared—. Que ya es más de lo que puedo decir de mi tobillo y mi mano. El tobillo no se rompió, pero los dedos todavía tardarán un par de días en sanar del todo.

:::Mejor eso que estar muerto —dijo Pauling.

:::Eso es cierto —admitió Jared.

:::Y le has enseñado a todo el mundo un truco nuevo. Algo que nadie sabía que podía hacerse con la SangreSabia. Ahora te llaman Jared Sangre Caliente.

:::Todo el mundo sabe que se puede calentar la SangreSabia —dijo Jared—. He visto a gente usándola para freír bichos en Fénix todo el tiempo.

:::Sí, todo el mundo la usa para quemar bichos pequeños. Pero hace falta tener una mente especial para pensar en usarla para quemar bichos grandes.

:::En realidad no lo pensé. Es que no quería morir.

:::Es curioso cómo eso vuelve creativa a una persona.

:::Es curioso cómo eso te hace concentrarte —dijo Jared—. Recordé que me dijiste que necesitaba trabajar en ello. Es posible que me hayas salvado la vida.

:::Bien. Intenta devolverme el favor alguna vez.

Jared dejó de caminar.

:::¿Qué? —preguntó Pauling.

:::¿Lo sientes?

:::¿Sentir qué?

:::Que me apetece mucho tener sexo ahora mismo —dijo Jared.

:::Bueno, Jared. Normalmente, si te detienes bruscamente en un pasillo no interpreto que es que tengas muchas ganas de sexo.

:::Pauling, Dirac —dijo Alex Roentgen—: Sala de recreo. Ahora. Es el momento de una pequeña celebración tras la batalla.

:::Oooh —dijo Pauling—. Una celebración. Tal vez haya pasteles y helado.

No hubo ni pasteles ni helados. Hubo una orgía. Todos los miembros del Segundo Pelotón estaban allí, excepto uno, en diversos estados de desnudez. Parejas y tríos yacían en sofás y cojines, besándose y apretujándose.

:::¿Esto es una celebración tras la batalla? —preguntó Pauling.

:::La celebración tras la batalla —dijo Alex Roentgen—. Hacemos esto después de cada batalla.

:::¿Por qué? —preguntó Jared.

Alex Roentgen miró a Jared, ligeramente incrédulo.

:::¿De verdad necesitas un motivo para celebrar una orgía?

Jared empezó a responder, pero Roentgen levantó una mano.

:::Uno, porque hemos atravesado el valle de las sombras de la muerte y hemos llegado al otro lado. Y no hay mejor manera de sentirse vivo que ésta. Y después de la mierda que hemos visto hoy, necesitamos desconectar nuestras mentes de inmediato. Dos, porque por cojonudo que sea el sexo, es aún mejor cuando todo el mundo con el que estás integrado lo está haciendo al mismo tiempo.

:::¿Eso significa que no vais a poner el tapón a nuestra integración? —preguntó Pauling. Lo dijo en tono de burla, pero Jared sintió una levísima nota de ansiedad en la pregunta.

:::No —respondió Roentgen, amablemente—. Ahora sois de los nuestros. Y no es sólo por el sexo. Es una expresión más profunda de comunión y confianza. Otro nivel de integración.

:::Eso se parece sospechosamente a una trola —dijo Pauling, sonriendo.

Roentgen envió un toque de diversión.

:::Bueno, no negaré que estamos en ello también por el sexo. Pero ya verás —Le tendió una mano a Pauling—. ¿Vamos?

Pauling miró a Jared, hizo un guiño, y aceptó la mano de Roentgen.

:::Por supuesto —dijo.

Jared los vio marcharse, y luego sintió que le daban un golpecito en el hombro. Se dio la vuelta. Julie Einstein, desnuda y alegre, estaba allí.

:::He venido a comprobar la teoría de que eres de sangre caliente, Jared —dijo.

* * *

Un rato más tarde, Pauling logró acercarse a Jared y se tumbó junto a él.

:::Ha sido una velada interesante —dijo.

:::Es una forma de expresarlo —respondió Jared. El comentario de Roentgen de que el sexo era distinto cuando todos aquellos con quienes estabas integrado están implicados se había quedado muy corto. Todos menos uno, se corrigió Jared—. Me pregunto por qué Sagan no estuvo aquí.

:::Alex dijo que solía participar, pero que ya no lo hace —dijo Pauling—. Dejó de hacerlo después de una batalla en la que estuvo a punto de morir. Eso fue hace un par de años. Alex dijo que participar es estrictamente opcional: nadie le da la lata por ello.

Al oír el nombre de «Alex», Jared sintió un agudo retortijón. Había visto a Roentgen y Pauling juntos antes, mientras Einstein se dedicaba a él.

:::Eso lo explica todo —dijo, torpemente.

Pauling se incorporó, apoyándose en un brazo.

:::¿Te lo has pasado bien? ¿Con esto? —preguntó.

:::Sabes que sí.

:::Lo sé —dijo Pauling—. Pude sentirte en mi cabeza.

:::Sí.

:::Y sin embargo, no pareces completamente feliz.

Jared se encogió de hombros.

:::No podría decirte por qué.

Pauling se acercó y besó a Jared suavemente.

:::Estás guapo cuando te pones celoso —dijo.

:::No pretendo ponerme celoso.

:::Nadie pretende ponerse celoso, creo —dijo Pauling.

:::Lo siento.

:::No lo sientas. Me alegra que nos hayamos integrado. Me siento feliz de ser parte de este pelotón. Y esto es muy divertido. Pero tú eres especial para mí, Jared, y lo has sido siempre. Eres a quien yo más quiero.

:::Y tú a quien yo más quiero —reconoció Jared—. Siempre.

Pauling sonrió de oreja a oreja.

:::Me alegro de haberlo zanjado —dijo, y bajó la mano—. Ahora, vamos a por los beneficios de ser quien más te quiere.