Capítulo 5

La instrucción de los soldados de las Fuerzas Especiales dura dos semanas. Gabriel Brahe comenzó el entrenamiento del escuadrón de Jared (formalmente el Octavo Escuadrón de Instrucción), haciendo a sus miembros una pregunta.

:::¿Qué os hace diferentes de otros seres humanos? —planteó—. Levantad la mano cuando tengáis la respuesta.

El escuadrón, desplegado en semicírculo delante de Brahe, guardó silencio. Finalmente, Jared levantó la mano.

:::Somos más listos, más fuertes y más rápidos que los otros humanos —dijo, recordando las palabras de Judy Curie.

:::Buena deducción —contestó Brahe—. Pero equivocada. Estamos diseñados para ser más fuertes, más rápidos y más listos que los otros humanos. Pero eso es consecuencia de lo que nos hace diferentes. Lo que nos hace diferentes es que, entre los humanos, sólo nosotros nacemos con un propósito. Y ese propósito es sencillo: mantener a los humanos con vida en este universo.

Los miembros del escuadrón se miraron entre sí. Sarah Pauling levantó la mano.

:::Otra gente ayuda a los humanos a seguir con vida. Los vimos en la Estación Fénix, cuando veníamos de camino.

:::Pero ellos no nacieron para eso —dijo Brahe—. Esa gente que viste, los realnacidos, nacen sin un plan. Nacen porque la biología les dice a los humanos que creen más humanos; pero no considera qué hacer después con ellos. Los realnacidos pasan años sin tener ni la menor idea de lo que van a hacer consigo mismos. Por lo que tengo entendido, algunos de ellos nunca llegan a descubrirlo. Van por la vida aturdidos y se desploman en sus tumbas al final. Tristes. E ineficaces. Podéis hacer muchas cosas en vuestra vida, pero ir por ahí aturdidos no será una de ellas —continuó Brahe—. Habéis nacido para proteger a la humanidad. Y estáis diseñados para ello. Todo en vosotros, hasta vuestros genes, refleja ese propósito. Por eso sois más fuertes, y más rápidos, y más listos que los otros humanos.

Brahe hizo un gesto hacia Jared.

:::Y por eso nacéis como adultos, dispuestos para combatir de manera rápida, efectiva y eficiente. Las Fuerzas de Defensa Coloniales tardan tres meses en entrenar a los soldados realnacidos. Nosotros hacemos el mismo entrenamiento, y más, en dos semanas.

Steve Seaborg levantó la mano.

:::¿Por qué tardan tanto tiempo en entrenar a los realnacidos? —preguntó.

:::Dejadme que os lo demuestre —dijo Brahe—. Hoy es el primer día de entrenamiento. ¿Sabéis cómo hay que estar firmes, o las otras maniobras básicas de instrucción?

Los miembros del escuadrón miraron a Brahe sin decir nada.

:::Bien. Ahí van vuestras instrucciones —dijo Brahe.

Jared sintió que su cerebro se inundaba de nueva información. La percepción de este conocimiento se asentó pesadamente en su conciencia, desorganizada; Jared sintió que su CerebroAmigo canalizaba la información hacia los lugares adecuados, y que el proceso de despliegue, ahora familiar, abría caminos de información que conectaban con cosas que Jared, que ahora tenía un día de edad, ya sabía.

Así Jared conoció los protocolos militares para desfilar. Pero aparte de eso llegó una emoción inesperada que se alzó de manera natural en su propio cerebro, y fue ampliada y aumentada por los pensamientos integrados de su escuadrón: su despliegue informal delante de Brahe, con algunos de pie, otros sentados y otros apoyados en los escalones de su barracón, parecía equivocado. Irrespetuoso. Vergonzante. Treinta segundos más tarde todos formaron cuatro filas de a cuatro, firmes.

Brahe sonrió.

:::Lo habéis pillado a la primera —dijo—. En su lugar, descanso.

El escuadrón adoptó la posición de descanso, los pies separados, las manos a la espalda.

:::Excelente —dijo Brahe—. Descanso.

El escuadrón se relajó visiblemente.

:::Si os dijera cuánto tarda un realnacido en hacer eso tan bien como vosotros acabáis de hacer, no me creeríais —dijo Brahe—. Los realnacidos necesitan ejercitar, repetir, practicar una y otra vez para hacer las cosas bien, para aprender a hacer las cosas que vosotros aprenderéis y absorberéis en una o dos sesiones.

:::¿Por qué no se entrenan los realnacidos de esta forma? —preguntó Alan Millikan.

:::No pueden —respondió Brahe—. Tienen mentes viejas, fijas en sus costumbres. Ya les cuesta bastante trabajo aprender a usar un CerebroAmigo. Si yo intentara enviarles protocolos de entrenamiento como acabo de enviaros a vosotros, sus cerebros no podrían manejarlos. Y no se pueden integrar: no pueden compartir automáticamente información entre ellos como hacéis vosotros, y como hacen todas las Fuerzas Especiales. No están diseñados para eso. No han nacido para eso.

:::Nosotros somos superiores, pero hay soldados realnacidos —dijo Steven Seaborg.

:::Sí. Las Fuerzas Especiales son menos del uno por ciento de toda la fuerza de combate de las FDC.

:::Si somos tan buenos, ¿por qué somos tan pocos? —preguntó Seaborg.

:::Porque los realnacidos nos tienen miedo —dijo Brahe.

:::¿Qué?

:::Dudan de nosotros. Nos han creado para defender a la humanidad, pero no están seguros de que seamos lo suficientemente humanos. Nos han diseñado para que seamos soldados superiores, pero les preocupa que nuestro diseño sea defectuoso. Así que nos ven como menos que humanos y nos asignan las tareas que temen que podrían convertirlos a ellos en menos que humanos. Crean los suficientes de nosotros para esos trabajos, pero ni uno más. No se fían de nosotros porque no se fían de sí mismos.

:::Eso es estúpido —dijo Seaborg.

:::Es irónico —dijo Sarah Pauling.

:::Es ambas cosas —respondió Brahe—. La racionalidad no es uno de los puntos fuertes de la humanidad.

:::Es difícil comprender por qué piensan de esa forma —dijo Jared.

:::Tienes razón —dijo Brahe, mirando a Jared—. Y has dado por casualidad con el defecto racial de las Fuerzas Especiales. A los realnacidos les cuesta trabajo confiar en las Fuerzas Especiales…, pero a las Fuerzas Especiales les cuesta trabajo comprender a los realnacidos. Y no desaparece. Yo tengo once años.

Un agudo respingo de sorpresa corrió de un miembro del escuadrón a otro; ninguno de ellos podía concebir ser tan viejo.

:::Y os juro que sigo sin comprender a los realnacidos la mayor parte de las veces. Su sentido del humor, que tú y yo hemos discutido, Dirac, es sólo el ejemplo más obvio de esto. Por eso, además de acondicionamiento mental y físico, la instrucción de las Fuerzas Especiales incluye también entrenamiento especializado en la historia y la cultura de los soldados realnacidos que conoceréis, para así poder comprenderlos, y saber cómo ellos nos ven a nosotros.

:::Parece una pérdida de tiempo —dijo Seaborg—. Si los realnacidos no se fían de nosotros, ¿por qué debemos protegerlos?

:::Es para lo que hemos nacido —respondió Brahe.

:::Yo no pedí nacer.

:::Estás pensando como un realnacido —dijo Brahe—. Nosotros también somos humanos. Cuando luchamos por los humanos, luchamos por nosotros mismos. Nadie pide nacer, pero nacemos, y somos humanos. Luchamos por nosotros mismos, igual que por cualquier otro humano. Si no defendemos a la humanidad, estaremos igual de muertos que el resto de ellos. Este universo es implacable.

Seaborg guardó silencio, pero su irritación se transmitió sola.

:::¿Es eso todo lo que hacemos? —preguntó Jared.

:::¿Qué quieres decir? —preguntó Brahe.

:::Nacemos para ese propósito. ¿Pero podemos hacer también algo más?

:::¿Qué sugieres?

:::No lo sé —dijo Jared—. Pero sólo tengo un día de edad. No sé mucho.

Esto provocó risas de diversión, y una sonrisa por parte de Brahe.

:::Nacemos para hacer esto, pero no somos esclavos —dijo Brahe—. Cumplimos un término de servicio. Diez años. Después de eso, podemos elegir retirarnos. Hacer como los realnacidos y colonizar. Hay incluso una colonia reservada para nosotros. Algunos vamos allí; otros elegimos mezclarnos con los realnacidos en las otras colonias. Pero la mayoría se queda en las Fuerzas Especiales. Yo lo hice.

:::¿Por qué? —preguntó Jared.

:::Es para lo que nací —repitió Brahe—. Y soy bueno en ello. Todos vosotros sois buenos. O lo seréis muy pronto. Empecemos.

* * *

:::Hacemos un montón de cosas más rápido que los realnacidos —dijo Sarah Pauling, mientras tomaba su sopa—. Pero supongo que comer no es una de ellas. Si comes demasiado rápido, te ahogas. Eso sería gracioso, pero también malo.

Jared estaba sentado frente a ella en una de las mesas asignadas al Octavo Escuadrón de Instrucción. Alan Millikan había sentido curiosidad por la diferencia entre la formación de los realnacidos y las Fuerzas Especiales, y había descubierto que los realnacidos se entrenaban en pelotones, no en escuadrones, y que los pelotones de instrucción de las Fuerzas Especiales no tenían el mismo tamaño que los pelotones de las FDC. Todo lo que Millikan había aprendido sobre el tema fue enviado a los otros miembros del Octavo Escuadrón y añadido a su almacén de información. Así, se puso de manifiesto otro beneficio de la integración: bastaba con que un solo miembro del Octavo aprendiera algo para que todos los demás miembros lo hicieran también.

Jared sorbió su propia sopa.

:::Creo que comemos más rápido que los realnacidos —dijo.

:::¿Por qué? —preguntó Pauling.

Jared tomó una gran cucharada de sopa.

:::Porque si ellos hablan y toman sopa al mismo tiempo, pasa esto —dijo, haciendo que la sopa le resbalara por la boca mientras hablaba.

Pauling se llevó una mano a la boca para sofocar la risa.

:::Oh, oh —dijo, después de un segundo.

:::¿Qué? —preguntó Jared.

Pauling miró a la izquierda, luego a la derecha. Jared miró alrededor, y vio que todo el comedor lo estaba mirando. Jared advirtió demasiado tarde que todo el mundo podía oírlo hablar cuando usaba la boca. Nadie más en el comedor había hablado con la boca durante toda la comida. Jared de pronto se dio cuenta de que la última vez que había oído hablar a alguien fue cuando el teniente Cloud se despidió de él. Hablar en voz alta era extraño.

:::Lo siento —dijo, en la frecuencia general. Todos regresaron a su comida.

:::Te estás poniendo en ridículo —le dijo Steven Seaborg, sentado al fondo de la mesa.

:::Era sólo una broma —respondió Jared.

:::Era sólo una broma —dijo Seaborg, burlón—. Idiota.

:::No eres muy amable —dijo Jared.

:::No eres muy amable —repitió Seaborg.

:::Puede que Jared sea un idiota, pero al menos puede pensar sus propias palabras —dijo Pauling.

:::Eh, cierra el pico, Pauling —dijo Seaborg—. Nadie te ha pedido que te entrometas.

Jared empezó a responder cuando una imagen apareció en su campo visual. Humanos pequeños y deformes discutían sobre algo con vocecillas agudas. Uno de ellos empezó a burlarse de otro repitiendo sus palabras, como acababa de hacer Seaborg con Jared.

:::¿Quién es esa gente? —preguntó Seaborg. También Pauling parecía anonadada.

La voz de Gabriel Brahe resonó en sus cabezas.

:::Son niños —dijo—. Humanos inmaduros. Y están discutiendo. Advertid que discuten igual que lo estabais haciendo vosotros.

:::Empezó él —dijo Seaborg, buscando a Brahe en el comedor. Estaba en la mesa del fondo, comiendo con otros oficiales. No se volvió a mirar al trío.

:::Uno de los motivos por los que los realnacidos no se fían de nosotros es porque están convencidos de que somos niños —dijo Brahe—. Niños emocionalmente atrapados en cuerpos de tamaño adulto. Y la cosa es que tienen razón. Tenemos que aprender a controlarnos como adultos, igual que hacen todos los humanos. Y tenemos mucho menos tiempo para aprender a hacerlo.

:::Pero… —empezó a decir Seaborg.

:::Silencio —ordenó Brahe—. Seaborg, después de tu sesión de entrenamiento de esta tarde tienes una misión. Desde tu CerebroAmigo puedes acceder a la red de datos de Fénix. Tienes que investigar sobre etiqueta y resolución de conflictos personales. Averigua tanto como puedas, y compártelo con el resto del Octavo al final de la tarde. ¿Me comprendes?

:::Sí —respondió Seaborg. Miró acusador a Jared y luego se dedicó en silencio a su comida.

:::Dirac, tú también tienes un misión. Lee Frankenstein. A ver dónde te lleva.

:::Sí, señor.

:::Y no babees más sopa —dijo Brahe—. Pareces gilipollas.

Brahe cortó su conexión. Jared miró a Pauling.

:::¿Cómo es que tú no te has metido en líos? —preguntó.

Pauling introdujo su cuchara en la sopa.

:::Mi comida está donde se supone que tiene que estar —respondió ella, y engulló—. Y no actúo como un niño.

Y entonces le sacó la lengua.

* * *

La instrucción de la tarde presentó al Octavo su arma, el rifle de asalto MP-35A. El rifle estaba unido a su propietario por medio de la autentificación del CerebroAmigo; a partir de ese momento, sólo su dueño u otro humano con un CerebroAmigo podía disparar el rifle. Esto reducía las posibilidades de que usaran su propia arma contra un soldado de las FDC. El MP-35A estaba modificado adicionalmente para que los soldados de las Fuerzas Especiales aprovecharan sus habilidades de integración: entre otras cosas, el MP-35A podía disparar por control remoto. Las Fuerzas Especiales habían usado esta habilidad para sorprender de manera fatal a bastantes alienígenas curiosos a lo largo de los años.

El MP-35A era más que un simple rifle. Podía, a discreción del soldado que lo utilizara, disparar balas de rifle, granadas o pequeños misiles teledirigidos. También disponía de lanzallamas y rayos de partículas. Toda esta amplia gama de munición se construía sobre la marcha por medio de un pesado bloque metálico de nanobots. Jared se preguntó cómo conseguía el rifle hacer el truco; su CerebroAmigo le desplegó solícitamente la explicación física del funcionamiento del arma, lo que llevó a un enorme y terriblemente inconveniente despliegue de principios de física general mientras el Octavo hacía prácticas de tiro. Naturalmente, todo este despliegue de información fue enviado al resto del escuadrón, y todos miraron a Jared con diversos grados de irritación.

:::Lo siento —dijo Jared.

Al final de la larga tarde, Jared dominaba el MP-35A y sus múltiples opciones. Junto con otro recluta llamado Joshua Lederman se había concentrado en las opciones que el MP permitía para sus balas, experimentando con diversos diseños de balas y calibrando las ventajas y desventajas de cada uno, y enviando cada valoración a los otros miembros del escuadrón.

Cuando estuvieron preparados para pasar a las otras opciones de munición disponibles, Jared y Lederman aprovecharon ampliamente la información sobre el resto de municiones suministrada por los otros miembros del Octavo para dominar también esas opciones. Jared tuvo que admitir que, fueran cuales fuesen los problemas personales que tenía con Steven Seaborg, si alguna vez necesitaba que alguien empuñara por él un lanzallamas, Seaborg sería el más indicado. Jared se lo dijo mientras regresaban a los barracones; Seaborg lo ignoró y comenzó una conversación privada con Andrea Gell-Mann.

Después de cenar, Jared se sentó en los escalones del barracón. Después de una breve introducción de su CerebroAmigo (y de cuidar de almacenar sus exploraciones para no repetir su embarazoso vertido de datos de antes), conectó con la red de datos públicos de Fénix y consiguió un ejemplar de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Wollstonecraft Shelley, tercera edición revisada, 1831.

Ocho minutos más tarde lo había acabado y se encontró sumido en algo parecido al estado de shock, pues intuía (correctamente) por qué Brahe le había hecho leerlo: él y todos los miembros del Octavo (todos los soldados de las Fuerzas Especiales) eran descendientes espirituales de la patética criatura que Víctor Frankenstein había formado a partir de los cuerpos de los muertos para luego darle vida. Jared vio cómo Frankenstein se enorgullecía al crear vida, pero cómo temía y rechazaba a la criatura tras haberlo hecho; cómo la criatura se rebelaba, matando a la familia y los amigos del doctor, y cómo creador y criatura finalmente eran consumidos en una pira, sus destinos entrelazados. Las analogías entre el monstruo y las Fuerzas Especiales eran demasiado obvias.

Y, sin embargo, mientras Jared consideraba si el destino de las Fuerzas Especiales era ser incomprendidas y denostadas por los realnacidos igual que lo era el monstruo por su creador, pensó en su breve encuentro con el teniente Cloud. Desde luego, Cloud no parecía aterrorizado ni asqueado por Jared; le había tendido la mano, un gesto que Víctor Frankenstein negó decididamente al monstruo que había creado. Jared también consideró el hecho de que aunque Víctor Frankenstein era el creador del monstruo, su propia creadora (Mary Shelley) implícitamente sentía compasión y empatía hacia al monstruo. El humano verdadero en esta historia era una persona bastante más compleja que la ficticia, y más inclinada hacia la criatura que su creador en la ficción.

Pensó en eso durante un minuto completo.

Ansiosamente, Jared buscó enlaces con el texto. Rápidamente encontró la famosa versión cinematográfica de 1931 de la historia y la devoró a diez veces su velocidad, sólo para acabar sintiéndose profundamente decepcionado: el elocuente monstruo de Shelley era sustituido por un monstruo triste y tambaleante. Jared probó otras versiones filmadas pero se sintió continuamente decepcionado. El monstruo con el que se identificaba casi no aparecía en ninguna de ellas, ni siquiera en las versiones que pretendían ser fieles al texto original. El monstruo de Frankenstein era un chiste; Jared renunció a las versiones filmadas antes de llegar a fines del siglo XXI.

Probó otra táctica y buscó historias de otros seres creados, y pronto conoció a R. Daneel Olivaw, Data, HAL, Der Machinen-Mensch, Astro Boy, los diversos Terminators, Channa Fortuna, Joe el Robot Bastardo y todo tipo de droides, robots, ordenadores, replicantes, clones y seres fabricados genéticamente que eran tan descendientes espirituales del monstruo de Frankenstein como él. Por curiosidad, Jared retrocedió en el tiempo y, antes de Shelley, encontró a Pigmalión, golems, homúnculos y autómatas mecánicos.

Leyó y vio la tristeza y, a menudo, la carencia de humor de muchas de estas criaturas, y cómo eran convertidas en objetos de compasión y alivio cómico. Ahora comprendió por qué a Brahe le incomodaba el tema del sentido del humor. Implícita en aquella incomodidad estaba la idea de que los realnacidos no comprendían a las Fuerzas Especiales, o eso pensó Jared hasta que se puso a buscar en la literatura o los espectáculos grabados donde los personajes principales pertenecían a las Fuerzas Especiales.

No había nada. La era Colonial rebosaba de ocio sobre las Fuerzas de Defensa Coloniales y sus batallas y hechos militares (la batalla de Armstrong parecía un tema particularmente repetido), pero en ninguna de ellas se insinuaba siquiera la existencia de las Fuerzas Especiales; lo que más se acercaba era una serie de noveluchas publicadas en la colonia de Rama dedicadas a las aventuras de una fuerza secreta de eróticos supersoldados humanos, quienes vencían casi siempre a especies alienígenas ficticias, teniendo sexo enérgico con ellas hasta que se rendían. Jared, que a esas alturas entendía el sexo en un sentido reproductor, se preguntó por qué nadie pensaba que esa era una forma viable de conquistar a los enemigos. Decidió que probablemente se estaba perdiendo algo importante sobre eso del sexo, y lo apartó para poder preguntarle a Brahe más tarde.

Mientras tanto, se encontró con el misterio de por qué, desde el punto de vista de la ficción de las colonias, las Fuerzas Especiales no existían.

Pero eso debería dejarlo para otra noche, tal vez. Jared estaba ansioso por compartir sus exploraciones con sus compañeros de escuadrón. Abrió sus hallazgos y los envió a los demás. Al hacerlo, fue consciente de que no era el único que compartía descubrimientos; Brahe había asignado tareas a la mayor parte del Octavo, y estas exploraciones vinieron a inundar su percepción. Entre ellas, la etiqueta y la psicología de la resolución de conflictos por parte de Seaborg (a quien Jared pudo sentir poniendo los ojos en blanco ante casi todo el material que él enviaba); las batallas principales de las Fuerzas de Defensa Coloniales por parte de Brian Michaelson; dibujos animados de un recluta llamado Jerry Yukawa; psicología humana de Sarah Pauling. Jared tomó nota para burlarse de ella por haberse metido antes con él por su propio encargo. Su CerebroAmigo empezó alegremente a desplegar todo lo que habían aprendido sus compañeros. Jared se apoyó en los escalones y contempló la puesta de sol mientras la información se esparcía y expandía.

El sol de Fénix ya se había puesto del todo cuando Jared terminó de desplegar todo su nuevo aprendizaje; se quedó sentado dentro del pequeño charco de luz que iluminaba los barracones y contempló a unos bichos, que equivalían a los insectos de Fénix, zumbar alrededor de la luz. Una de las criaturas más ambiciosas se posó en el brazo de Jared y le clavó en la carne una proboscis parecida a una aguja para sorber sus fluidos. Unos cuantos segundos más tarde estaba muerta. Los nanobots de la SangreSabia de Jared, alterados por el CerebroAmigo de la situación, se autoinmolaron dentro del diminuto animal, usando el oxígeno que llevaban como agente combustible. La pobre criatura se asó desde dentro; minúsculas y casi invisibles columnas de humo salieron de sus espículas. Jared se preguntó quién había programado ese tipo de respuesta defensiva en su CerebroAmigo y SangreSabia; parecía odiar la vida.

«Tal vez los realnacidos tienen razón al temernos», pensó.

Dentro de los barracones, Jared podía percibir a sus compañeros de escuadrón discutiendo sobre lo que habían aprendido esa noche; Seaborg acababa de declarar que el monstruo de Frankenstein era un aburrimiento. Jared se lanzó al interior para defender el honor del monstruo.

* * *

Durante las mañanas y las tardes de la primera semana, el Octavo aprendió a luchar, defender y matar. Por las noches aprendían todo lo demás, incluidas algunas cosas que Jared sospechaba eran de valor cuestionable.

A primeras horas de la noche del segundo día, Andrea Gell-Mann presentó al Octavo el concepto de obscenidad, que había aprendido en el almuerzo y compartió justo antes de cenar. Durante la cena los miembros del Octavo se dijeron entusiásticamente que pasaran la jodida sal, puñetero montón de mierda, hasta que Brahe les dijo que dejaran esa puta gilipollez, mamones, porque cansaba hasta los cojones la mar de pronto, joder. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que Brahe tenía razón, hasta que Gell-Man enseñó al escuadrón a maldecir en árabe.

Al tercer día, los miembros del Octavo pidieron, y recibieron, permiso para entrar en las cocinas y usar los hornos y ciertos ingredientes. A la mañana siguiente regalaron a los otros escuadrones de instrucción del Campamento Carson suficientes galletas dulces para cada recluta (y sus oficiales superiores).

Al cuarto día los miembros del Octavo intentaron contarse los chistes que habían encontrado en la red de datos de Fénix, y casi todos fracasaron: para cuando sus CerebroAmigos desplegaban el contexto del chiste, éste ya no tenía gracia. Sólo Sarah Pauling parecía reírse casi todo el tiempo, y al final acabaron por concluir que se reía porque consideraba gracioso que ninguno de los demás supiera contar un chiste. Nadie más pensó que eso fuera gracioso, por lo que Pauling se rió con tantas ganas que se cayó del jergón.

Todos estuvieron de acuerdo en que eso fue gracioso.

Además, las puyas estuvieron bien.

Durante el quinto día, pasaron la tarde en una sesión informal sobre la disposición de las colonias humanas y su relación con otras especies inteligentes (siempre mala), y el Octavo evaluó críticamente la ficción especulativa y el entretenimiento de la era precolonial sobre las guerras interestelares contra alienígenas. Los veredictos fueron razonablemente consistentes. La guerra de los mundos fue aprobada hasta el final, que al Octavo le pareció un truco barato. Tropas del espacio tenía algunas buenas escenas de acción pero requería desplegar demasiadas ideas filosóficas; les gustó más la novela, aunque reconocieron que era más tonta. La guerra interminable hizo que el Octavo se sintiera inexplicablemente triste; la idea de que una guerra pudiera durar tanto era casi imposible de entender para un grupo de personas que tenían una semana de edad. Después de ver La guerra de las galaxias todos quisieron un sable de luz y les irritó que la tecnología para fabricarlos no existiera realmente. Todos estuvieron también de acuerdo en que los ewoks se merecían la muerte.

Dos clásicos les llamaron la atención. El juego de Ender les encantó a todos; aquí había soldados igual que ellos, aunque más pequeños. El personaje principal incluso había sido creado para combatir especies alienígenas, también como ellos. Al día siguiente los miembros del Octavo se saludaron unos a otros diciendo «Ho, Ender», hasta que Brahe les dijo que se dejaran de chorradas y prestaran atención.

El otro era La vuelta a casa de Charlie, uno de los últimos libros antes de que empezara la era Colonial, y, por tanto, uno de los últimos libros, capaces de imaginar un universo distinto al que era: un universo donde las especies alienígenas que la humanidad encontraba les daban la bienvenida con una sonrisa en vez de con un arma. El libro acabó siendo convertido en película; a estas alturas ya estaba claro que no era ciencia ficción, sino fantasía, y bastante amarga. Fue un fracaso. Los miembros del Octavo se quedaron entusiasmados, tanto con el libro como con la película, cautivados por un universo que nunca podrían tener, y que nunca los habría tenido a ellos, porque no serían necesarios.

Al sexto día, Jared y el resto del Octavo descubrieron de qué iba todo aquello del sexo.

Al séptimo día, y como consecuencia directa del sexto día, descansaron.

:::No tienen ningún valor cuestionable —le dijo Pauling a Jared, hablando de las cosas que habían aprendido, mientras yacían juntos en la cama de ella el séptimo día, bien tarde, íntimos pero no sexuales—. Tal vez todas estas cosas no son útiles en sí mismas, pero nos unen a todos.

:::Ya estamos bastante unidos —reconoció Jared.

:::No así —Pauling se apretujó brevemente contra Jared, y luego se soltó—. Más unidos como personas. Como grupo. Todas esas cosas que mencionaste son tontas. Pero nos están entrenando para ser humanos.

Ahora fue Jared quien se apretujó contra Pauling, arrebujándose contra su pecho.

:::Me gusta ser humano —dijo.

:::A mí también me gusta que seas humano —dijo Pauling, y luego se rió con ganas.

:::Joder con vosotros dos, coño —dijo Seaborg—. Estoy intentando dormir.

:::Capullo —replicó Pauling. Miró a Jared para ver si iba a añadir algo, pero él se había quedado dormido. Lo besó suavemente en la coronilla y se durmió también.

* * *

:::En vuestra primera semana, os entrenáis físicamente para hacer todas las cosas que pueden hacer los soldados realnacidos —dijo Brahe—. Ahora es el momento de entrenaros para que hagáis las cosas que sólo vosotros podéis hacer.

El Octavo se encontraba al principio de una larga pista de obstáculos.

:::Ya hemos corrido por esta pista —dijo Luke Gullstrand.

:::Me alegro de que te des cuenta, Gullstrand —respondió Brahe—. Por tu capacidad de observación, serás el primero en recorrerla hoy. Quédate aquí. Los demás desplegaos por toda la pista, por favor, de la manera más regular posible.

Al momento los miembros del Octavo se repartieron por toda la pista. Brahe se volvió hacia Gullstrand.

:::¿Ves la pista? —preguntó.

:::Sí —respondió Gullstrand.

:::¿Crees que podrías correr por ella con los ojos cerrados?

:::No —contestó Gullstrand—. No recuerdo dónde está todo. Tropezaré con algo y me mataré.

:::¿Estáis todos de acuerdo? —Preguntó Brahe. Hubo toques afirmativos—. Y sin embargo, todos vosotros correréis por esta pista con los ojos cerrados antes de que nos marchemos de aquí hoy. Porque tenéis una habilidad que os permitirá hacerlo: vuestra integración con los miembros del escuadrón.

De todo el escuadrón llegaron diversas muestras de escepticismo.

:::Usamos nuestra integración para hablar y compartir datos —dijo Brian Michaelson—. Esto es algo completamente diferente.

:::No. En absoluto —respondió Brahe—. Las tareas nocturnas de la semana pasada no fueron sólo castigos y frivolidad. Ya sabíais lo suficiente por vuestros CerebroAmigos y vuestro acondicionamiento prenatal para poder aprender rápidamente vosotros solos. En la última semana, sin daros cuenta, habéis aprendido a compartir y absorber inmensas cantidades de información entre vosotros. No hay ninguna diferencia entre esa información y esto. Prestad atención.

Jared jadeó audiblemente, igual que los otros miembros del Octavo. Su cabeza contenía no sólo la presencia de Gabriel Brahe, sino una sensación íntima de su presencia física y su situación personal, superpuesta a la propia conciencia de Jared.

:::Mirad a través de mis ojos —dijo Brahe. Jared se concentró en la orden y luego experimentó una mareante sensación de vértigo cuando su perspectiva cambió desde su propio punto de observación al de Brahe. Brahe movió la cabeza de izquierda a derecha y Jared se vio a sí mismo, mirando a Brahe. Brahe desapareció de la vista.

:::Se vuelve más fácil cuanto más se practica —dijo Brahe—. Y a partir de ahora, lo haréis en todas las prácticas de combate. Vuestra integración os proporciona una conciencia situacional única en este universo. Todas las especies inteligentes comparten información en combate de la manera que pueden. Incluso los soldados realnacidos mantienen abierto durante la batalla un canal de comunicaciones a través de sus CerebroAmigos. Pero sólo las Fuerzas Especiales pueden compartir a este nivel, sólo ellas tienen este nivel de conciencia táctica. Es el meollo de cómo funcionamos y cómo combatimos.

»:::Como decía, la semana pasada cubristeis lo básico del combate, igual que realnacidos…, aprendisteis a entrar en combate como individuos. Ahora ha llegado el momento de aprender a combatir como Fuerzas Especiales, de integrar vuestras habilidades de combate con vuestro escuadrón. Aprenderéis a compartir y aprenderéis a confiar en lo que se comparte con vosotros. Eso salvará vuestra vida y salvará la vida de vuestros compañeros de escuadrón. Ésta será la parte más difícil y más importante de lo que aprendáis. Así que prestad atención.

Brahe se volvió de nuevo hacia Gullstrand.

:::Ahora, cierra los ojos.

Gullstrand vaciló.

:::No sé si puedo mantener los ojos cerrados —dijo.

:::Vas a tener que confiar en tu escuadrón —contestó Brahe.

:::Confío en el escuadrón —dijo Gullstrand—. En quien no confío es en mí mismo.

Esto recibió una comprensiva salva de toques.

:::Eso es también parte del ejercicio —dijo Brahe—. Adelante.

Gullstrand cerró los ojos y dio un paso. Desde su punto de observación a mitad de la pista, Jared podía ver a Jerry Yukawa, en la primera posición, inclinarse hacia delante ligeramente, como si intentara cubrir físicamente la distancia entre su mente y la de Gullstrand. El paso de Gullstrand por la pista de obstáculos era lento, pero se fue haciendo progresivamente más firme; justo antes de alcanzar a Jared, y justo después de equilibrarse en un tronco de madera suspendido sobre el barro, Gullstrand empezó a sonreír. Se había convertido en creyente.

Jared sintió a Gullstrand buscar su punto de vista, así que le dio pleno acceso a sus sentidos y le transmitió una sensación de ánimo y seguridad. Sintió que Gullstrand la recibía y transmitía brevemente su agradecimiento; entonces Gullstrand se concentró en escalar la pared junto a la que se hallaba Jared. Una vez en lo alto, sintió a Gullstrand pasar al siguiente miembro del escuadrón, completamente confiado. Al final de la pista, Gullstrand se movía casi a toda velocidad.

:::Excelente —dijo Brahe—. Gullstrand, ocupa la última posición. Todos los demás, moveos un puesto. Yukawa, te toca a ti.

Dos carreras más tarde, los miembros del escuadrón no sólo compartían su perspectiva con el compañero que hacía el recorrido, sino que el compañero en la pista compartía con ellos su perspectiva compartida, proporcionando a todos los que no habían corrido aún un adelanto de lo que iban a encontrarse. En la siguiente carrera, los miembros del escuadrón que se encontraban junto a la pista compartieron sus puestos de observación con la persona que estaba situada por delante de ellos, para poder ayudar mejor al que corría cuando cambiaran de posición. Para cuando le tocó a Jared entrar en la pista, todo el escuadrón había integrado plenamente sus perspectivas y le había pillado el truco a sondear con rapidez otra perspectiva y capturar la información relevante sin tener que apartarse de su propio punto de vista. Era como estar en dos lugares a la vez.

Cuando Jared se encontró en la pista, se regodeó en la extraña inteligencia de todo aquello, al menos hasta que llegó a los troncos sobre el barro, cuando su punto de vista prestado se apartó de donde estaban sus pies. Jared perdió pie y cayó de cara al barro.

:::Lo siento —dijo Steven Seaborg unos segundos más tarde, mientras Jared se incorporaba con los ojos abiertos—. Me ha picado algo y me distraje.

:::Mentira podrida —le envió Alan Millikan a Jared, en privado—. Yo estaba un puesto más abajo y lo miraba directamente. No le ha picado nada.

:::Seaborg —intervino Brahe—. Cuando estés en combate, dejar que un miembro del escuadrón muera porque te pica un bicho es lo que acaba por ponerte en el lado incómodo de la compuerta. Recuérdalo. Dirac, continúa.

Jared cerró los ojos y puso un pie delante del otro.

* * *

:::¿Pero qué tiene Seaborg en mi contra? —le preguntó Jared a Pauling. Los dos practicaban lucha con sus cuchillos de combate. Los miembros del escuadrón practicaban durante cinco minutos con cada uno de los otros miembros, el sentido de integración a tope. Luchar contra alguien que era íntimamente consciente de tu estado mental interno lo convertía en un desafío con un interés añadido.

:::¿De verdad no lo sabes? —dijo Pauling, trazando círculos con el cuchillo que empuñaba de manera casual con la mano izquierda—. Son dos cosas. Una, no es más que un capullo. Dos, le gusto.

Jared se detuvo.

:::¿Qué? —dijo, y Pauling lo atacó con saña, haciendo una finta a la derecha y luego descargando un golpe hacia arriba, hacia el cuello de Jared, con la mano izquierda. Jared retrocedió justo a tiempo para evitar la cuchillada; Pauling se cambió el arma de mano y el golpe cambió de dirección, fallando la pierna de Jared por aproximadamente un centímetro. Jared se enderezó y adoptó una posición defensiva.

:::Me has distraído —dijo, y empezó de nuevo a moverse en círculos.

:::Te has distraído tú solo. Yo simplemente me he aprovechado.

:::No serás feliz hasta que me cortes una arteria —dijo Jared.

:::No seré feliz hasta que cierres el pico y te concentres en matarme con ese cuchillo —dijo Pauling.

:::Eso quisieras tú —empezó a decir Jared, y de repente se echó hacia atrás; había sentido la intención de Pauling de acuchillarlo una fracción de segundo antes de que ella hiciera el amago. Antes de que pudiera retirarse, Jared avanzó dentro del alcance de su brazo extendido, y alzó la hoja que tenía en la mano derecha para tocarla suavemente en la caja torácica. Antes de que llegara allí, Pauling alzó la cabeza y golpeó con fuerza la parte inferior de la mandíbula de Jared. Se oyó un sonoro clack cuando los dientes de Jared entrechocaron; el campo de visión de Jared se nubló. Pauling aprovechó la aturdida pausa de Jared para dar un paso atrás y ponerle una zancadilla que lo tumbó de espaldas. Cuando Jared recuperó el sentido, Pauling le había sujetado los brazos con las piernas y sostenía su cuchillo directamente sobre su arteria carótida.

:::Eso quisieras tú —dijo Pauling, burlándose de las últimas palabras de Jared—. Si esto fuera un combate de verdad ya te habría cortado cuatro arterias y habría pasado al siguiente.

Pauling envainó su cuchillo, y retiró las rodillas de sus brazos.

:::Menos mal que no es un combate de verdad —dijo Jared, y se levantó—. Respecto a Seaborg…

Pauling le dio un puñetazo de pleno en la nariz, haciendo que la cabeza se le disparara hacia atrás. El cuchillo volvió a su garganta, y sus piernas sujetaron sus brazos, una fracción de segundo después.

:::¿Qué demonios…? —dijo Jared.

:::Nuestros cinco minutos no han terminado aún —replicó Pauling—. Se supone que todavía debemos seguir luchando.

:::Pero tú… —empezó a decir Jared. Pauling lo hirió en el cuello y derramó SangreSabia. Jared gritó en voz alta.

:::Nada de «pero tú» —dijo Pauling—. Jared, te aprecio, pero he advertido que no te concentras. Somos amigos, y sé que crees que eso significa que podemos tener una buena conversación mientras hacemos esto. Pero te juro que la próxima vez que me ofrezcas una apertura como acabas de hacer, voy a cortarte la garganta. Tu SangreSabia probablemente te salvará de la muerte. Y te impedirá seguir pensando que sólo porque somos amigos no te lastimaré seriamente. Te aprecio demasiado. Y no quiero que mueras en un combate real porque estés pensando en otra cosa. Los tipos a los que combatiremos de verdad no van a detenerse a conversar.

:::¿Me cuidarías en combate? —dijo Jared.

:::Sabes que lo haría. Pero esto de la integración sólo llega hasta ahí, Jared. Tienes que cuidarte tú solo.

Brahe les dijo que sus cinco minutos habían terminado. Pauling dejó que Jared se levantara.

:::Hablo en serio, Jared —dijo Pauling, después de ayudarlo a levantarse—. Presta atención la próxima vez, o te cortaré de verdad.

:::Lo sé —dijo Jared, y se tocó la nariz—. O me darás un puñetazo.

:::Cierto —dijo Pauling, y sonrió—. No soy quisquillosa.

:::Entonces, todo eso de que le gustas a Seaborg lo has dicho sólo para distraerme.

:::Oh, no. Es completamente cierto.

:::Oh —dijo Jared.

Pauling soltó una carcajada.

:::¿Lo ves? Ya has vuelto a distraerte —dijo.

* * *

Sarah Pauling fue una de las primeras en ser abatidas; Andrea Gell-Mann y ella cayeron en una emboscada cuando exploraban un pequeño valle. Pauling cayó de inmediato, alcanzada en la cabeza y el cuello; Gell-Mann consiguió identificar el emplazamiento de los tiradores antes de que la alcanzaran tres disparos en el pecho y el abdomen. En ambos casos su integración con el resto del escuadrón se cortó: fue como si las hubieran arrancado de la conciencia común del escuadrón. Otros cayeron poco después, masacrando al escuadrón y haciendo que el resto de sus miembros se descoordinara.

Fue un mal juego de guerra para el Octavo.

Jerry Yukawa aumentó el problema al ser alcanzado en la pierna. El traje de entrenamiento que llevaba puesto registró el «impacto» y congeló la movilidad del miembro; Yukawa cayó a medio paso y apenas consiguió arrastrarse tras el peñasco donde se había refugiado Katherine Berkeley unos cuantos segundos antes.

:::Se suponía que tenías que disparar para cubrirme —dijo Yukawa, acusador.

:::Lo hice —respondió Berkeley—. Lo estoy haciendo. Pero sólo soy una y ellos son cinco. Hazlo tú mejor.

Los cinco miembros del Décimo Tercer Escuadrón de Instrucción que habían atrapado a Yukawa y Berkeley tras el peñasco enviaron otra andanada en su dirección. Los miembros del Décimo Tercero sintieron el simulado retroceso mecánico de sus rifles de entrenamiento mientras sus CerebroAmigos simulaban visual y auralmente las balas que barrían el pequeño valle sin salida; los CerebroAmigos de Yukawa y Berkeley simularon a su vez algunas de las balas que golpeaban el peñasco y las que silbaban al pasar. Las balas no eran de verdad, pero eran tan reales como puede ser algo falso.

:::Nos vendría bien un poco de ayuda aquí —le dijo Yukawa a Steven Seaborg, que era el comandante del ejercicio.

:::Os oímos —dijo Seaborg, y entonces se volvió a mirar a Jared, su único soldado superviviente, quien lo miraba sin decir nada. Cuatro miembros del Octavo seguían en pie (sólo de manera figurada en el caso de Yukawa), mientras que aún quedaban siete hombres del Décimo Tercero en el bosque. Las probabilidades no eran buenas.

:::Deja de mirarme así —dijo Seaborg—. Esto no es culpa mía.

:::No he dicho nada.

:::Estabas pensándolo.

:::Tampoco lo estaba pensando —dijo Jared—. Estaba repasando datos.

:::¿De qué? —preguntó Seaborg.

:::De cómo se mueve y piensa el Décimo Tercero —dijo Jared—. De los otros miembros del Octavo antes de que murieran. Estoy intentando ver si hay algo que podamos utilizar.

:::¿Puedes hacerlo un poco más rápido? —dijo Yukawa—. Las cosas están muy chungas por este lado.

Jared miró a Seaborg, que suspiró.

:::Bien —dijo—. Estoy abierto a sugerencias. ¿Qué has encontrado?

:::Vas a pensar que estoy loco —dijo Jared—. Pero me he fijado en una cosa. Hasta ahora, ni nosotros ni ellos hemos levantado mucho la cabeza.

Seaborg contempló el dosel del bosque, y vio cómo la luz del sol se filtraba a través de los árboles terrestres nativos y sus equivalentes de Fénix, gruesos troncos como bambúes que extendían unas ramas impresionantes. Los dos tipos de flora no competían genéticamente (eran de naturaleza incompatible porque se desarrollaban en mundos distintos), pero sí competían por la luz solar, extendiéndose hacia el cielo lo máximo posible y desplegando gruesas ramas para ofrecer asidero a las hojas y los equivalentes a las hojas para que hicieran su trabajo de fotosíntesis.

:::No levantamos la cabeza porque no hay nada más que árboles —dijo Seaborg.

Jared empezó a contar los segundos mentalmente. Llegó hasta siete antes de que Seaborg dijera:

:::Oh.

:::Oh —coincidió Jared. Recuperó un mapa—. Nosotros estamos aquí. Yukawa y Berkeley están aquí. Todo es bosque entre este sitio y este otro.

:::¿Y crees que podemos llegar de aquí a allí por los árboles? —dijo Seaborg.

:::Ésa no es la cuestión —dijo Jared—. La cuestión es si podemos hacerlo lo bastante rápido para mantener a Yukawa y Berkeley con vida, y lo bastante en silencio para que no nos maten a nosotros.

* * *

Jared descubrió rápidamente que caminar a través de los árboles era una idea mejor en la teoría que en la práctica. Seaborg y él casi se cayeron dos veces en los primeros dos minutos; moverse de rama en rama requería bastante más coordinación de lo que esperaban. Las ramas de los árboles de Fénix no soportaban tanta carga como suponían y los árboles terrestres tenían un número sorprendente de hojas muertas. Su avance fue más lento y más sonoro de lo que les habría gustado.

Un sonido llegó desde el este; en dos árboles distintos, Jared y Seaborg se abrazaron a los troncos y se detuvieron. Dos miembros del Décimo Tercero salieron de los matorrales a treinta metros de distancia y seis metros por debajo de la posición de Jared. Los dos estaban en alerta, atentos a su presa. No levantaron la cabeza.

Por el rabillo del ojo, Jared vio que Seaborg dirigía lentamente la mano hacia su MP.

:::Espera —dijo Jared—. Todavía estamos en su visión periférica. Espera a que estemos tras ellos.

Los dos soldados avanzaron, dejando atrás a Jared y Seaborg, quien asintió con la cabeza a Jared. En silencio, agarraron sus MR se equilibraron lo mejor que pudieron, y apuntaron a las espaldas de los dos soldados. Seaborg dio la orden: las balas volaron en una breve andanada. Los soldados se envararon y cayeron.

:::Los otros tienen retenidos a Yukawa y Berkeley —dijo Seaborg—. ¡Vamos a por ellos!

Se puso en marcha. A Jared le hizo gracia cómo el espíritu de liderazgo de Seaborg, tan venido a menos recientemente, había regresado de pronto.

Diez minutos más tarde, Yukawa y Berkeley se habían quedado sin munición, y Jared y Seaborg avistaron a los restantes miembros del Décimo Tercero. A la izquierda, ocho metros por debajo, había dos soldados acampados tras un gran árbol caído: a la derecha, y unos treinta metros más adelante, había otro par tras un puñado de peñascos. Estos soldados mantenían entretenidos a Yukawa y Berkeley mientras el quinto soldado flanqueaba en silencio su posición. Todos estaban de espaldas a Jared y Seaborg.

:::Yo me encargo de los que están junto al tronco; encárgate tú de los de los peñascos —dijo Seaborg—. Le diré a Berkeley lo del tipo del flanco, pero que no lo abata hasta que nosotros nos carguemos a los nuestros. No tiene sentido descubrirnos.

Jared asintió. Ahora que Seaborg se sentía confiado, su planificación mejoraba. Jared archivó los datos para considerarlos más tarde, y se reafirmó en su árbol, apoyando la espalda contra el tronco y enganchando el pie izquierdo bajo una rama inferior para sostenerse mejor.

Seaborg se dirigió a una rama inferior del árbol para rodear otra que molestaba su línea de tiro. La rama que pisó, muerta, crujió con fuerza bajo su peso, se desplomó, y cayó del árbol haciendo lo que parecía ser el máximo ruido posible. Seaborg perdió pie, se agarró salvajemente a la rama que tenía debajo y soltó su MP. Cuatro soldados se volvieron en el suelo, levantaron la cabeza y lo vieron allí colgando, indefenso. Alzaron sus armas.

:::Mierda —dijo Seaborg, y miró a Jared.

Jared disparó en modo estallido automático a los dos soldados de los peñascos. Uno fue alcanzado y cayó; la otra se resguardó tras la roca. Jared se volvió y disparó a los soldados del tronco: no alcanzó a nadie pero los puso lo suficientemente nerviosos para poder cambiar su MP a modo misil teledirigido y disparar al espacio entre los dos soldados. El cohete simulado los roció a ambos de trocitos virtuales de metralla. Cayeron. Jared se volvió justo a tiempo para ver a la soldado que quedaba en el peñasco apuntando. Le lanzó un misil teledirigido mientras ella apretaba el gatillo. Jared sintió que sus costillas se envaraban y le lastimaban al constreñirse su traje de entrenamiento, y sujetó su MP. Le habían alcanzado, pero el hecho de que no se hubiera caído del árbol significaba que todavía seguía con vida.

¡Ejercicios de entrenamiento! Jared estaba tan cargado de adrenalina que pensó que iba a mearse encima.

:::Un poco de ayuda aquí —dijo Seaborg, y extendió la mano izquierda para que Jared tirara de él justo cuando el quinto soldado, que había dado la vuelta, le disparaba en el hombro derecho. Todo el brazo de Seaborg se endureció dentro de su traje; soltó la rama de la que colgaba. Jared lo agarró por la mano izquierda y lo sujetó antes de que su caída ganara impulso. La pierna izquierda de Jared, todavía enganchada bajo la rama por el pie, sintió el dolor del esfuerzo de la carga adicional.

En el suelo, el soldado apuntó. Balas virtuales o no, Jared supo que si le alcanzaba, su traje se endurecería y ello le obligaría a soltar a Seaborg y, probablemente, caer él también. Jared extendió la mano derecha, cogió su cuchillo de combate y lo lanzó con fuerza. El cuchillo se clavó en el muslo izquierdo del soldado, quien se desplomó, gritando y dando manotazos torpes al arma hasta que Berkeley apareció tras él y le disparó para dejarlo inmovilizado.

:::El Octavo gana el juego —oyó Jared decir a Brahe—. Ahora voy a relajar los trajes de entrenamiento para todos los que están aún inmóviles. Los emparejamientos del siguiente juego de guerra, dentro de treinta minutos.

La presión del costado derecho de Jared se relajó de pronto de manera considerable, igual que la tensión del traje de Seaborg. Jared lo aupó y luego los dos descendieron con cuidado hasta el suelo del bosque para recuperar sus armas.

Los miembros no petrificados del Décimo Tercero les estaban esperando. Se separaron de su compañero de escuadrón, que todavía gemía en el suelo.

:::Cabronazo —dijo uno de ellos, plantándose directamente ante la cara de Jared—. Le lanzaste un cuchillo a Charlie. Se supone que no se puede matar a nadie. Por eso se llama juego de guerra.

Seaborg se interpuso entre Jared y el soldado.

:::Dile esto a tu amigo, gilipollas. Si tu camarada nos hubiera disparado, yo me habría caído desde ocho metros de altura sin ningún modo de controlar la caída. No parecía preocuparle especialmente que yo muriera cuando me apuntaba. Al apuñalar a tu amigo, Jared me salvó la vida. Y tu amigo sobrevivirá. Así que se vaya al carajo, y tú con él.

Seaborg y el soldado se midieron mutuamente durante unos cuantos segundos más antes de que el otro soldado volviera la cabeza, escupiera al suelo y regresara junto a su compañero de escuadrón.

:::Gracias —le dijo Jared a Seaborg.

Seaborg miró a Jared, y luego a Yukawa y Berkeley.

:::Salgamos de aquí —dijo—. Tenemos otro juego de guerra.

Se puso en marcha. Los otros tres le siguieron.

Mientras caminaban, Seaborg volvió junto a Jared.

:::Fue buena idea usar los árboles —dijo—. Y me alegro de que me sujetaras antes de que me cayese. Gracias.

:::No hay de qué —respondió Jared.

:::Sigues sin gustarme mucho —dijo Seaborg—. Pero no voy a tener más problemas contigo.

:::Eso espero. Es un comienzo, al menos.

Seaborg asintió y avivó el paso. Guardó silencio el resto del camino.

* * *

—Vaya, mira a quién tenemos aquí —dijo el teniente Cloud cuando Jared entró en la lanzadera con los otros antiguos miembros del Octavo. Regresaban a la Estación Fénix para recibir sus primeros destinos—. Es mi amigo Jared.

—Hola, teniente Cloud. Me alegro de volver a verlo.

—Llámame Dave —dijo Cloud—. Ya veo que has acabado con la instrucción. Maldición, ojalá mi instrucción hubieran sido sólo dos semanas.

—Seguimos abarcando muchas cosas —dijo Jared.

—No lo dudo lo más mínimo. ¿Cuál es tu destino, soldado Dirac? ¿Sabes ya adonde te envían?

—Me han enviado a la Milana —contestó Jared—. A mí y a dos de mis amigos, Sarah Pauling y Steven Seaborg.

Jared señaló a Pauling, que ya se había sentado; Seaborg todavía no había subido a la lanzadera.

—He visto la Milana —dijo Cloud—. Una nave nuevecita. Líneas preciosas. Nunca he estado en ella, claro. Vosotros los de las Fuerzas Especiales os la habéis quedado.

—Es lo que me han dicho —dijo Jared. Andrea Gell-Mann subió a bordo, y chocó levemente con Jared. Le envió un toque de disculpas; Jared la miró y sonrió.

—Parece que el vuelo va a estar completito —dijo Cloud—. Puedes sentarte de nuevo en el asiento de copiloto si quieres.

—Gracias —respondió Jared, y miró a Pauling—. Pero creo que esta vez me sentaré con mis compañeros.

Cloud miró a Pauling.

—Es completamente comprensible —dijo—. Aunque recuerda que me debes algunos chistes nuevos. Espero que en todos esos entrenamientos os dieran algún tiempo para trabajar vuestro sentido del humor.

Jared hizo una pausa, recordando su primera conversación con Gabriel Brahe.

—Teniente Cloud, ¿ha leído alguna vez Frankenstein?

—La verdad es que no. Conozco la historia. Vi la película más reciente no hace mucho. El monstruo hablaba y, según me han dicho, eso se acerca más al libro.

—¿Qué le pareció? —dijo Jared.

—No estaba mal. La actuación un poquito exagerada. Me dio lástima el monstruo. Y el personaje del doctor Frankenstein era un poquito gilipollas. ¿Por qué lo preguntas?

—Por curiosidad —dijo Jared, e indicó el compartimento de pasajeros, que ahora estaba completamente lleno—. Todos lo hemos leído. Nos ha dado mucho que pensar.

—Ah. Ya veo. Jared, permíteme compartir contigo mi filosofía sobre los seres humanos. Puede resumirse en cinco palabras: me gustan las buenas personas. Tú pareces buena persona. No puedo decir que eso sea lo que le importa a todo el mundo, pero es lo que me importa a mí.

—Es bueno saberlo —dijo Jared—. Creo que mi filosofía va por el mismo camino.

—Bien, entonces vamos a llevarnos bien. ¿Tienes algún chiste nuevo?

—Puede que tenga unos cuantos —dijo Jared.