Capítulo 4

Llegó al mundo como lo hacen la mayoría de los recién nacidos: gritando.

El mundo a su alrededor era un caos informe. Algo estaba cerca de él e hizo ruido cuando el mundo apareció; le asustó. De repente desapareció, emitiendo fuertes sonidos al hacerlo.

Él gritó. Trató de mover el cuerpo pero no pudo. Gritó un poco más.

Otra forma se acercó; basándose en su única experiencia previa, él gritó lleno de miedo y trató de escapar. La forma hizo ruido y movimiento.

Claridad.

Fue como si le hubieran colocado en la conciencia lentes correctoras. El mundo encajó en su sitio. Todo seguía siendo desconocido, pero también parecía tener sentido. Él supo que aunque no podía identificar ni nombrar nada de lo que veía, todo tenía nombres e identidades; una porción de su mente cobró vida, anhelando etiquetarlo todo, pero no pudo.

Tenía el universo entero en la punta de la lengua.

:::¿Puedes percibir esto? —preguntó la forma (la persona) que tenía delante. Y podía. Pudo oír la pregunta, pero sabía que no se había emitido ningún sonido; la cuestión había sido transmitida directamente a su cerebro. No sabía cómo lo había sabido, ni cómo se hacía. Tampoco supo qué responder. Abrió la boca para responder.

:::No —dijo la persona que tenía delante—. Trata de enviarme tu respuesta. Es más rápido que hablar. Es lo que todos nosotros hacemos. Se hace así.

Dentro de su cabeza aparecieron las instrucciones, y más que instrucciones, una conciencia que sugería que cualquier cosa que no comprendiera sería definida, explicada y colocada en su contexto. Mientras pensaba esto sintió que las instrucciones que le habían enviado se expandían, conceptos e ideas individuales se dividían, buscando sus propios significados para proporcionarle un entorno que pudiera usar. Al momento todo se fundió en una gran idea, una gestalt que le permitió responder. Sintió crecer la urgencia de contestar a la persona que tenía delante; su mente, al sentir esto, ofreció una serie de posibles respuestas. Cada una se desplegó como habían hecho las instrucciones, ofreciendo comprensión y contexto, además de una respuesta adecuada.

Todo esto requirió menos de cinco segundos.

:::Te percibo —dijo él, finalmente.

:::Excelente —respondió la persona que tenía delante—. Soy Judy Curie.

:::Hola, Judy —dijo él, después de que su cerebro desplegara para él los conceptos de nombres y también los protocolos para responder a aquellos que ofrecían sus nombres como identificación. Trató de decirle su nombre, pero se quedó en blanco. De repente, se sintió confuso.

Curie le sonrió.

:::¿Te resulta difícil recordar tu nombre? —preguntó.

:::Sí —dijo él.

:::Eso es porque no tienes ninguno todavía —dijo Curie—. ¿Te gustaría saber cuál es tu nombre?

:::Por favor —dijo él.

—Eres Jared Dirac —dijo Curie.

Jared sintió el nombre desplegarse en su cerebro. Jared: un nombre bíblico (la definición de bíblico se desplegó, llevándolo a la definición de libro y de Biblia, pero no lo leyó, pues sintió que la lectura y el subsiguiente despliegue requerirían más que unos pocos segundos), hijo de Mahalalel y padre de Enoch. También el jefe de los jareditas en el Libro de Mormón (otro libro que dejó sin desplegar). Definición: El descendiente. Dirac tenía varias definiciones, la mayoría derivadas del nombre de Paul Dirac, un científico. Jared había desplegado previamente el significado de los nombres y las implicaciones de poner los nombres. Se volvió hacia Curie.

:::¿Soy descendiente de Paul Dirac? —preguntó.

:::No —respondió Curie—. Tu nombre fue seleccionado al azar entre un conjunto de nombres.

:::Pero mi primer nombre significa descendiente —dijo Jared—. Y los apellidos son nombres familiares.

:::Los nombres de pila normalmente no significan nada, ni siquiera entre los realnacidos —dijo Curie—. Y entre nosotros, los apellidos tampoco. No leas demasiado en tus nombres, Jared.

Jared pensó en eso unos instantes, dejando que esas ideas se desplegaran. Un concepto, «realnacido», se negó a desplegarse; Jared lo anotó para explorarlo más adelante pero lo dejó por el momento.

:::Estoy confuso —dijo por fin.

Curie sonrió.

:::Te sentirás muy confuso al empezar —dijo.

:::Ayúdame a estar menos confuso.

:::Lo haré —dijo Curie—. Pero no durante demasiado tiempo. Has nacido fuera de secuencia, Jared; tus compañeros de entrenamiento ya te llevan dos días de ventaja. Debes integrarte con ellos lo antes posible, de lo contrario puedes experimentar un retraso del que quizá no te recuperes nunca. Te diré lo que pueda mientras te llevo con tus compañeros de entrenamiento. Ellos llenarán el resto. Ahora, vamos a sacarte de esa cápsula. Veamos si puedes andar tan bien como pensar.

El concepto de «andar» se desplegó mientras las restricciones que sujetaban a Jared en la cápsula se retiraron. Jared se preparó y empujó hacia arriba, para salir de la cápsula. Su pie aterrizó en el suelo.

:::Un pequeño paso para el hombre —dijo Curie. Jared se sorprendió al comprobar que el despliegue inherente a esa frase tenía significado.

* * *

:::Lo primero de todo —dijo Curie, mientras Jared y ella recorrían la Estación Fénix—. Crees que estás pensando, pero no es así. El primer impulso de Jared fue decir no comprendo, pero se contuvo, intuyendo por primera vez que ésta sería probablemente su respuesta a la mayoría de las cosas en el futuro cercano.

:::Por favor, explícate —dijo en cambio.

:::Eres un recién nacido —dijo Curie—. Tu cerebro, tu cerebro real, está completamente vacío de conocimiento y experiencia. En su lugar, un ordenador dentro de tu cabeza, conocido como CerebroAmigo, te suministra conocimiento e información. Todo lo que crees comprender está siendo procesado por tu CerebroAmigo y se te ofrece de un modo que puedas entender. Es también lo que te ofrece sugerencias sobre cómo responder a las cosas. Cuidado con la gente —Curie se desvió para evitar a un puñado de soldados de las FDC en medio del pasillo.

Jared se desvió con ella.

:::Pero siento como si lo supiera casi todo. Como si lo hubiera sabido alguna vez, aunque ahora no.

:::Antes de que nazcas, el CerebroAmigo acondiciona tu cerebro —dijo Curie—. Ayuda a establecer redes neurales comunes en todos los humanos, y prepara tu cerebro para aprender rápidamente y procesar la información. Por eso te parece que ya sabes las cosas, porque tu cerebro ha sido preparado para aprender. Durante el primer mes de tu vida, todo parece un deja vu. Entonces lo aprendes, lo almacenas en tu cerebro real, y dejas de usar tu CerebroAmigo como una muleta. Por ser como somos, podemos recopilar información y procesarla, y aprenderla, varias veces más rápido que los realnacidos.

Jared se detuvo, en parte para dejar que su mente desplegara todo lo que Curie acababa de decirle, y en parte por otra cosa. Curie, al notar que se había detenido, se detuvo también.

:::¿Qué? —dijo.

:::Es la segunda vez que utilizas esa palabra. «Realnacidos». No puedo encontrar qué significa.

:::No es algo que pongan en el CerebroAmigo —dijo Curie. Empezó a caminar de nuevo y señaló a los otros soldados del pasillo—. Los «realnacidos» son ellos. Gente que nace siendo bebés y tiene que desarrollarse a lo largo de un período de tiempo muy largo: años. Uno de ellos, con dieciséis años, podría no saber tanto como tú sabes ahora, y llevas vivo unos dieciséis minutos. Es una manera realmente ineficaz de hacer las cosas, pero es así como las hace la naturaleza, y creen que es algo bueno.

:::¿Tú no? —preguntó Jared.

:::No creo que sea bueno ni malo, aparte de ser ineficaz —dijo Curie—. Estoy tan viva como ellos. «Realnacido» es un concepto erróneo: nosotros también hemos nacido realmente. Nacer, vivir, morir. Es lo mismo.

:::Así que somos iguales a ellos —dijo Jared.

Curie miró hacia atrás.

:::No. No somos como ellos. Estamos diseñados para ser mejores física y mentalmente. Nos movemos más rápido. Pensamos más rápido. Incluso hablamos más rápido que ellos. La primera vez que le hables a un realnacido te parecerá que se mueven a la mitad de velocidad. Mira, observa.

Curie se detuvo, pareció confundida, y luego dio un golpecito en el hombro a un soldado que pasaba.

—Discúlpame —dijo, y usó la boca para decirlo—. Me han dicho que hay una cantina en este nivel donde sirven unas hamburguesas excelentes, pero no la encuentro. ¿Puedes ayudarme?

Curie hablaba con una voz que reflejaba en un grado bastante alto la voz que Jared oía en su cabeza…, pero era más lenta, tan lenta que durante un brevísimo segundo Jared tuvo problemas para comprender lo que estaba diciendo.

—Claro —dijo el soldado—. El lugar en el que estás pensando está unos doscientos metros más adelante. Sigue en esta dirección y lo encontrarás. Es la primera cantina que hay.

—Magnífico, gracias —dijo Curie, y empezó a andar de nuevo—. ¿Ves lo que quiero decir? —le dijo a Jared—. Es como si fueran retrasados o algo.

Jared asintió, ausente. Su cerebro había desplegado el concepto de «hamburguesa», que le llevó a desplegar el de «comida» e hizo que advirtiera otra cosa.

:::Creo que tengo hambre —le dijo a Curie.

:::Más tarde —respondió Curie—. Deberías comer con tus compañeros de entrenamiento. Es parte de la experiencia de unión. Harás la mayor parte de las cosas con tus compañeros de entrenamiento.

:::¿Dónde están tus compañeros de entrenamiento? —preguntó Jared.

:::Qué pregunta tan curiosa. No los he visto desde hace años. Rara vez ves a tus compañeros de entrenamiento cuando has terminado el entrenamiento. Después de eso te asignan allá donde te necesitan, y luego te integras con tu escuadrón y tu pelotón. Ahora mismo yo estoy integrada con uno de los pelotones de las Fuerzas Especiales que decantan soldados cuando nacen.

Jared desplegó el concepto de «integración» en su cerebro, pero descubrió que tenía problemas para comprenderlo. Trató de resolverlo pero fue interrumpido por Curie, que siguió hablando.

:::Vas a estar en desventaja respecto a tus compañeros de entrenamiento, me temo —le dijo—. Ellos despertaron integrados y ya están acostumbrados unos a otros. Podrían tardar un par de días en acostumbrarse a ti. Deberías haber sido decantado e integrado al mismo tiempo que ellos.

:::¿Por qué no lo fui?

:::Ya hemos llegado —dijo Curie, y se detuvo ante una puerta.

:::¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Jared.

:::Es la sala de recreo de los pilotos de lanzaderas —dijo Curie—. Es hora de hacer un viaje. Vamos.

Le abrió la puerta, y luego lo siguió al interior.

Dentro de la habitación había tres pilotos jugando al póquer.

—Estoy buscando al teniente Cloud —dijo Curie.

—Es el que está recibiendo un palizón —dijo uno de los pilotos, que arrojó una ficha al fondo—. Subo diez.

—Un palizón de campeonato —dijo uno de los otros, y arrojó su propia ficha—. Veo tus diez.

—Vuestras palabras de desdén herirían mucho más si estuviéramos jugando por dinero —dijo el tercero, quien por eliminación tenía que ser el teniente Cloud. Dejó caer tres fichas—. Veo vuestros diez, y subo veinte.

—Es uno de los inconvenientes de tener una visita al infierno con todos los gastos pagados —dijo el primer piloto—. Cuando todo está pagado, no tienen motivos para darte dinero. Acepto.

—Si hubiera sabido que iba a trabajar para socialistas, nunca me habría enrolado —dijo el segundo—. Acepto.

—Bueno, además de ser tonto, también estarías muerto, ¿no? —dijo Cloud—. Y luego hablan de que el trabajo aliena. Todo aliena. Además, os habríais quedado sin un par de cientos de dólares en esta mano —mostró sus cartas—. Ojos de serpiente y un trío de hombres de nieve. Miradlos y llorad.

—Oh, mierda —dijo el primer piloto.

—Gracias a Dios por Karl Marx —entonó el segundo.

—Es la primera vez en la historia que se dice eso en una mesa de póquer —dijo Cloud—. Deberías estar orgulloso.

—Oh, lo estoy —contestó el primer piloto—. Pero por favor, no se lo digas a mi mamá. Le rompería su corazón texano.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

—Teniente Cloud —dijo Curie—. Cualquier momento de este siglo estaría bien.

—Mis disculpas, teniente —respondió Cloud—. Tenía que terminar un pequeño ritual de humillación. Estoy seguro de que me comprende.

—En realidad no —dijo Curie, y señaló con la cabeza a Jared—. Aquí está el recluta que tiene que llevar al Campamento Carson. Ya debe de haber recibido las órdenes y el permiso.

—Probablemente —dijo Cloud, e hizo una pausa un momento mientras accedía a su CerebroAmigo—. Sí, está aquí. Parece que mi lanzadera ya está preparada y aprestada. Deje que curse un plan de vuelo y nos pondremos en marcha —miró a Jared—. ¿No llevas contigo nada más que a ti mismo?

Jared miró a Curie, quien negó con la cabeza.

—No —dijo—. Sólo yo.

Se sorprendió un poco por el sonido de su propia voz al hablar por primera vez, y por lo despacio que se formaban las palabras. Fue plenamente consciente de su lengua y su movimiento dentro de la boca: le hizo sentirse vagamente incómodo.

Cloud esperó sin decir nada entre Jared y Curie, y luego señaló una silla.

—Muy bien, pues. Siéntate, amigo. Estaré contigo dentro de un momento.

Jared se sentó y miró a Curie.

:::¿Qué hago ahora? —preguntó.

:::El teniente Cloud te llevará en una lanzadera a Fénix, al Campamento Carson, donde te unirás a tus compañeros de entrenamiento —dijo Curie—. Llevan un par de días de adelanto en la instrucción, pero los primeros días se dedican casi siempre a integrar y estabilizar personalidades. Probablemente no te has perdido ningún entrenamiento real.

:::¿Dónde estarás tú? —preguntó Jared.

:::Yo estaré aquí. ¿Dónde iba a estar?

:::No lo sé —dijo Jared—. Estoy asustado. No conozco a nadie más que a ti.

:::Tranquilo —dijo Curie, y Jared sintió una oleada emocional que llegaba desde ella hasta él. Su CerebroAmigo procesó la oleada de sensación y desplegó el concepto «empatía» para él—. Dentro de un par de horas estarás integrado con tus compañeros de entrenamiento y estarás bien. Todo tendrá más sentido entonces.

:::Muy bien —dijo Jared, pero todavía sentía dudas.

:::Adiós, Jared Dirac —dijo Curie, y con una sonrisa dio media vuelta y se marchó. Jared sintió su presencia en su mente durante unos instantes más hasta que por fin, como si Curie hubiera recordado de repente que había dejado abierta la comunicación, la cerró. Jared se encontró revisando el breve tiempo que habían compartido: su CerebroAmigo desplegó para él el concepto «memoria». El concepto de memoria provocó una emoción; su CerebroAmigo desplegó el concepto de «intrigante».

* * *

—Eh, ¿puedo hacerte una pregunta? —le dijo Cloud a Jared, después de que empezaran a descender hacia Fénix.

Jared consideró la pregunta y la ambigüedad de su estructura, que permitía múltiples interpretaciones. En un sentido, Cloud había contestado a su pregunta al preguntarla: era claramente capaz de hacerle a Jared una pregunta. El CerebroAmigo de Jared sugirió, y Jared estuvo de acuerdo, en que ésta no era probablemente la interpretación correcta a la pregunta. Presumiblemente Cloud sabía que era capaz de hacer preguntas, y si antes no lo sabía, lo sabría ahora. Mientras el CerebroAmigo de Jared desplegaba y clasificaba interpretaciones adicionales, Jared esperó poder llegar algún día a la interpretación correcta de las frases sin tener que hacer despliegues interminables. Llevaba vivo poco más de una hora y ya era agotador.

Jared consideró sus opciones y, tras un período de tiempo que a él se le antojó largo pero pareció imperceptible para el piloto, aventuró la respuesta que parecía más adecuada al contexto.

—Sí —dijo.

—Eres de las Fuerzas Especiales, ¿verdad? —preguntó Cloud.

—Sí.

—¿Qué edad tienes?

—¿Ahora mismo? —preguntó Jared.

—Claro —respondió Cloud.

El CerebroAmigo de Jared le informó que tenía un cronómetro interno; accedió a él.

—Setenta y uno —dijo.

Cloud lo miró.

—¿Setenta y un años? Entonces eres un poco viejo para las Fuerzas Especiales, por lo que me han dicho.

—No. Setenta y un años, no —dijo Jared—. Setenta y un minutos.

—No jodas —dijo Cloud.

Esto requirió otro rápido momento de opciones interpretativas.

—No jodo —respondió Jared por fin.

—Coño, eso sí que es raro —dijo Cloud.

—¿Por qué?

Cloud abrió la boca, la cerró, y miró a Jared.

—Bueno, no tienes por qué saberlo —dijo—. Pero a la mayoría de la humanidad le parecería un poco raro tener una conversación con alguien que tiene poco más de una hora de edad. Demonios, ni siquiera estabas vivo cuando empecé aquella partida de póquer hace un rato. A tu edad la mayoría de los humanos apenas saben respirar y cagar.

Jared consultó su CerebroAmigo.

—Estoy haciendo una de esas cosas ahora —dijo.

Esto provocó un ruido divertido por parte de Cloud.

—Es la primera vez que oigo a uno de vosotros hacer un chiste.

Jared lo consideró.

—No es un chiste —dijo—. Es verdad que estoy haciendo una de esas cosas ahora mismo.

—Sinceramente, espero que sea respirar.

—Lo es.

—Entonces está bien —dijo Cloud, y volvió a reírse—. Durante un momento, creí haber descubierto a un soldado de las Fuerzas Especiales con sentido del humor.

—Lo siento —dijo Jared.

—No lo sientas, por el amor de Dios —dijo Cloud—. Apenas tienes una hora de edad. Hay gente que vive hasta los cien años sin desarrollar el sentido del humor. Una ex esposa mía se pasó la mayor parte de nuestro matrimonio sin sonreír siquiera. Al menos tú tienes la excusa de que acabas de nacer. Ella no tenía excusa alguna.

Jared reflexionó sobre eso.

—Tal vez no eras gracioso.

—¿Ves? —dijo Cloud—. Ahora estás haciendo chistes. Así que de verdad tienes setenta y un minutos de edad.

—Ahora setenta y tres.

—¿Cómo te va?

—¿Cómo me va qué?

—Esto —dijo Cloud, e hizo un gesto a su alrededor—. La vida. El universo. Todo.

—Es solitario —dijo Jared.

—Ja. No has tardado mucho en darte cuenta.

—¿Por qué crees que los soldados de las Fuerzas Especiales no tienen sentido del humor? —preguntó Jared.

—Bueno, no quiero sugerir que sea imposible. Pero es que nunca lo he visto. Fíjate en tu amiga allá, en la Estación Fénix. La bella miss Curie. Llevo un año intentando hacerla reír. La veo siempre que tengo que transportar a un puñado de vosotros al Campamento Carson. Hasta ahora, no ha habido suerte. Y tal vez sea sólo ella, pero de vez en cuando trato de hacer reír a los soldados de las Fuerzas Especiales que transporto a la superficie o traigo de vuelta. Hasta ahora, nada.

—Quizá sea verdad que no eres gracioso —volvió a sugerir Jared.

—Otra vez sigues con los chistes —dijo Cloud—. No, pensé que podría ser eso. Pero no tengo ningún problema para hacer reír a los soldados corrientes, o al menos a algunos de ellos. Los soldados corrientes no tienen mucho contacto con vosotros los de las Fuerzas Especiales, pero los que sí lo tenemos estamos todos de acuerdo en que no tenéis sentido del humor. Lo único que se nos ocurre se debe a que nacéis ya crecidos, y desarrollar el sentido del humor requiere tiempo y práctica.

—Cuéntame un chiste —dijo Jared.

—¿Hablas en serio?

—Sí. Por favor. Me gustaría escuchar un chiste.

—Ahora tengo que pensar en un chiste —dijo Cloud, y pensó un momento—. Muy bien, me acabo de acordar de uno. Supongo que no tendrás ni idea de quién es Sherlock Holmes.

—Ahora sí —dijo Jared, después de un par de segundos.

—Eso que acabas de hacer da mucho miedo —dijo Cloud—. Muy bien. Ahí va el chiste. Sherlock Holmes y su compañero Watson deciden ir de acampada una noche, ¿vale? Así que encienden una hoguera, abren una botella de vino, asan unos cuantos malvaviscos. Lo habitual. Luego se van a dormir. Durante la noche, Holmes se despierta y despierta a Watson. «Watson —dice—, mire al cielo y dígame qué es lo que ve». Y Watson dice: «Puedo ver las estrellas». «¿Y qué le dice eso?», pregunta Holmes. Y Watson empieza a enumerar cosas, como que hay millones de estrellas, y que un cielo despejado significa buen tiempo para el día siguiente, y que la majestuosidad del cosmos es la prueba de un Dios poderoso. Cuando termina, se vuelve hacia Holmes y le dice: «¿Qué le dice a usted el cielo nocturno, Holmes?» Y Holmes responde: «¡Que un hijo de puta nos ha robado la tienda!»

Cloud miró a Jared, expectante, y frunció el ceño al ver que Jared lo miraba sin expresión.

—No lo pillas —dijo Cloud.

—Sí, lo pillo. Pero no tiene gracia. Alguien les robó la tienda.

Cloud miró a Jared un instante, y luego se echó a reír.

—Puede que el chiste no sea gracioso, pero tú desde luego sí que lo eres.

—Intento no serlo —respondió Jared.

—Bueno, eso es parte de tu encanto —dijo Cloud—. Muy bien, estamos entrando en la atmósfera. Dejemos los chistecitos a un lado mientras yo me concentro en que lleguemos allí abajo de una sola pieza.

* * *

Cloud dejó a Jared en la pista del espaciopuerto del Campamento Carson.

—Saben que estás aquí —le dijo—. Alguien viene de camino para recogerte. Quédate aquí hasta que lleguen.

—Lo haré —respondió Jared—. Gracias por el viaje y los chistes.

—No hay de qué por ambas cosas —contestó Cloud—, aunque sospecho que una de ellas probablemente te haya sido más útil que la otra.

Cloud extendió la mano. El CerebroAmigo de Jared desplegó el protocolo y Jared extendió la mano hacia la de Cloud. Las estrecharon.

—Y ahora sabes estrechar la mano —dijo Cloud—. Es toda una habilidad. Buena suerte, Dirac. Si te llevo de vuelta después de tu entrenamiento, tal vez intercambiemos algunos chistes.

—Me gustaría.

—Entonces será mejor que aprendas unos cuantos hasta entonces. No esperes que yo haga todo el trabajo pesado. Mira, alguien se dirige hacia aquí. Creo que viene a por ti. Adiós, Jared. Ahora, apártate de los impulsores.

Cloud desapareció de regreso a la lanzadera para preparar su partida. Jared se apartó.

:::Jared Dirac —dijo la persona que se acercaba rápidamente.

:::Sí —respondió Jared.

:::Soy Gabriel Brahe —dijo el otro hombre—. Soy el instructor asignado a tu pelotón de entrenamiento. Ven conmigo. Es hora de conocer a los otros con quienes te entrenarás.

Nada más alcanzar a Jared, Brahe se dio media vuelta y empezó a caminar hacia el campamento. Jared se apresuró para seguirlo.

:::Estabas hablando con ese piloto —dijo Brahe mientras caminaban—. ¿De qué discutíais?

:::Me estaba contando chistes —respondió Jared—. Dijo que la mayoría de los soldados piensan que las Fuerzas Especiales no tienen sentido del humor.

:::La mayoría de los soldados no saben nada de las Fuerzas Especiales. Escucha, Dirac, no vuelvas a hacer eso. Tan sólo añades combustible a sus prejuicios. Cuando los soldados realnacidos dicen que las Fuerzas Especiales no tienen sentido del humor, es su manera de insultarnos. Sugieren que somos menos humanos que ellos. Si no tenemos sentido del humor somos como cualquier otro autómata subhumano creado por la humanidad para divertirse. Sólo otro robot sin emociones para que ellos se sientan superiores. No les des ninguna oportunidad de hacer eso.

Después de que su CerebroAmigo desplegara la diatriba de Brahe, Jared pensó en su conversación con Cloud: no le parecía que Cloud estuviera sugiriendo que era superior a él. Pero Jared también tuvo que admitir que sólo tenía un par de horas de edad. Había muchas cosas que podían pasársele por alto. De todas maneras, Jared sintió una disonancia entre lo que Brahe estaba diciendo y su propia experiencia, por pequeña que pudiera ser, y aventuró una pregunta.

:::¿Tienen sentido del humor las Fuerzas Especiales? —preguntó.

:::Pues claro que lo tenemos, Dirac —respondió Brahe, mirando brevemente hacia atrás—. Todos los humanos tienen sentido del humor. Lo que nosotros no tenemos es su sentido del humor. Cuéntame uno de los chistes de tu piloto.

:::Muy bien —dijo Jared, y repitió el chiste de Sherlock Holmes.

:::¿Ves? Es una estupidez —comentó Brahe—. Como si Watson no supiera que la tienda había desaparecido. Ése es el problema del humor de los realnacidos. Se basa en la idea de que alguien es idiota. No hay por qué avergonzarse por no tener ese sentido del humor.

Brahe irradiaba una sensación de irritación; Jared decidió no continuar con el tema de conversación. En cambio, preguntó:

:::¿Son todos aquí de las Fuerzas Especiales?

:::Lo son —respondió Brahe—. El Campamento Carson es uno de los dos únicos lugares de entrenamiento para las Fuerzas Especiales, y la única base de su tipo en Fénix. ¿Ves cómo el campamento está rodeado por el bosque?

Brahe indicó con la cabeza la linde del campamento, donde los árboles derivados de la Tierra y la megaflora nativa de Fénix competían por la supremacía.

:::Estamos a más de seiscientos kilómetros de la civilización en cualquier dirección.

:::¿Por qué? —preguntó Jared, recordando el anterior comentario de Brahe sobre los realnacidos—. ¿Intentan mantenernos apartados de todos los demás?

:::Intentan mantener a todos los demás apartados de nosotros —dijo Brahe—. Entrenar a las Fuerzas Especiales no es como entrenar a realnacidos. No necesitamos la distracción de los soldados corrientes de las FDC ni de los civiles, y podrían malinterpretar lo que vean aquí. Es mejor que nos dejen en paz para que hagamos lo que hacemos, y realizar nuestra instrucción en paz.

:::Tengo entendido que voy retrasado en mi entrenamiento —dijo Jared.

:::En tu entrenamiento, no. En tu integración. Empezamos la instrucción mañana. Pero tu integración es igual de importante. No puedes entrenarte si no estás integrado.

:::¿Cómo me integro?

:::Primero, conocerás a tus compañeros de entrenamiento —dijo Brahe, y se detuvo en la puerta de un pequeño barracón—. Ya hemos llegado. Les he dicho que venías; te están esperando.

Brahe abrió la puerta para dejar pasar a Jared.

El barracón estaba exiguamente amueblado y era igual a todos los barracones desde hacía unos cuantos siglos. Dos filas de ocho camas a cada lado. En ellas y entre ellas había quince hombres y mujeres sentados y de pie, los ojos concentrados en Jared, que se sintió abrumado por la súbita atención; su CerebroAmigo desplegó el concepto de «tímido». Sintió la urgencia de decir «hola» a sus compañeros de entrenamiento, y fue consciente de pronto de que no estaba seguro de cómo hablar a más de una persona a través de su CerebroAmigo; casi simultáneamente se dio cuenta de que podía simplemente abrir la boca y hablar. Las complicaciones de la comunicación lo confundían.

—Hola —dijo por fin. Algunos de sus futuros compañeros de instrucción sonrieron ante esta primitiva forma de comunicación. Ninguno de ellos devolvió el saludo.

:::Creo que no ha sido un buen comienzo —envió Jared a Brahe.

:::Están esperando a que hayas sido integrado para presentarse —dijo Brahe.

:::¿Cuándo haré eso?

:::Ahora —respondió Brahe, e integró a Jared con sus compañeros de entrenamiento.

Jared experimentó una leve sorpresa durante una décima de segundo, mientras su CerebroAmigo le informaba que, como su oficial superior, Brahe tenía acceso limitado a su CerebroAmigo, y entonces ese dato se superpuso al hecho de que de pronto hubo otras quince personas en la cabeza de Jared, y él estuvo en las cabezas de otras quince personas. Una descarga incontrolada de información surcó la conciencia de Jared mientras las historias de quince vidas se vertieron en él, y sus propias y magras experiencias se desparramaron en quince caminos. Los saludos y las presentaciones eran innecesarios y superfluos; en un instante Jared supo y sintió todo lo que necesitaría saber de aquellos quince desconocidos que ahora pasaron a ser una parte tan íntima de él como pueda serlo un humano de otro. Era una ventaja que cada una de esas vidas fuera tan innaturalmente corta.

Jared se desplomó.

* * *

:::Eso ha sido interesante —oyó Jared decir a alguien. Casi al instante reconoció el comentario como procedente de Brian Michaelson, aunque nunca se había comunicado con él antes.

:::Espero que no esté planeando hacer de eso una costumbre —dijo otra voz. Steve Seaborg.

:::Dadle una oportunidad —dijo una tercera voz—. Nació sin estar integrado. Es demasiado para manejarlo así de sopetón. Vamos, levantémoslo del suelo.

Sarah Pauling.

Jared abrió los ojos. Pauling estaba arrodillada junto a él; Brahe y sus otros compañeros de entrenamiento formaban un curioso semicírculo a su alrededor.

:::Me encuentro bien —les envió Jared a todos ellos, dirigiendo su respuesta al canal de comunicación para todo el escuadrón, que incluía a Brahe. La decisión fue natural, parte del vertido de información de la integración—. No sabía qué esperar. No sabía cómo manejarlo. Pero ahora estoy bien.

De sus compañeros de entrenamiento irradiaban emociones como auras, cada una diferente: preocupación, confusión, irritación, indiferencia, diversión. Jared siguió la emoción divertida hasta su fuente. La diversión de Pauling era visible, no sólo como un aura emocional, sino también por la sonrisita de su rostro.

:::Bueno, no pareces tener mal aspecto —dijo Pauling. Se levantó y luego extendió la mano—. Arriba —dijo. Jared le cogió la mano y se aupó.

:::Sarah tiene una mascota —dijo Seaborg, y hubo una oleada de diversión entre algunos del pelotón, y un extraño retortijón emocional que Jared de repente reconoció como una forma de risa.

:::Cierra el pico, Steve —dijo Pauling—. Apenas sabes lo que es una mascota.

:::Eso no impide que él sea una —contestó Seaborg.

:::Ni te hace a ti menos gilipollas —dijo Pauling.

:::No soy ninguna mascota —dijo Jared, y de repente todos los ojos se volvieron hacia él. Le pareció menos intimidatorio que la primera vez, ahora que los tenía a todos ellos en la cabeza. Concentró su atención en Seaborg—. Sarah simplemente estaba siendo amable conmigo. Eso no me convierte en una mascota, ni la convierte a ella en mi dueña. Sólo significa que ha sido lo suficientemente amable para ayudarme a levantarme del suelo.

Seaborg bufó de manera bien audible y luego se apartó del semicírculo, con la clara intención de buscar otra cosa en la que interesarse. Unos cuantos más se retiraron para unirse a él. Sarah se volvió hacia Brahe.

:::¿Sucede esto con todos los pelotones de instrucción? —preguntó.

Brahe sonrió.

:::¿Creías que estar dentro de la cabeza de los demás os haría más fácil llevaros bien? No hay ningún sitio donde esconderse. Lo que es realmente sorprendente es que ninguno de vosotros haya recibido aún un puñetazo por parte de otro. Normalmente a estas alturas tengo que separar a un par de reclutas con una palanca.

Brahe se volvió hacia Jared.

:::¿Estarás bien?

:::Creo que sí —respondió Jared—. Necesito un poco de tiempo para comprenderlo todo. Tengo muchas cosas en la cabeza, y estoy intentado entender dónde encajan.

Brahe miró a Pauling.

:::¿Crees que podrás ayudarle a que lo haga?

Pauling sonrió.

:::Claro —dijo.

:::Te encargas de cuidar de Dirac, entonces —dijo Brahe—. Empezamos el entrenamiento mañana. Intenta ayudarle a que lo pille todo antes.

Brahe se marchó.

:::Supongo que entonces soy de verdad tu mascota —dijo Jared.

Un arrebato de diversión pasó desde Pauling hacia Jared.

:::Eres gracioso —dijo.

:::Eres la segunda persona que me dice eso hoy.

:::¿Sí? —dijo Pauling—. ¿Sabes algún buen chiste?

Jared le contó a Pauling el chiste de Sherlock Holmes. Ella se rió con ganas.