El coronel James Robbins contempló durante un momento el cadáver exhumado y podrido que yacía en la mesa de la morgue, observando el deterioro del cuerpo después de haber pasado un año bajo tierra. Advirtió el cráneo destrozado, fatalmente deformado por el disparo que se llevó su tercio superior, junto con la vida de su propietario, el hombre que podría haber traicionado a la humanidad ante tres razas alienígenas. Luego miro al capitán Winters, el examinador médico de la Estación Fénix.
—Dígame que éste es el cadáver del doctor Boutin —dijo el coronel Robbins.
—Bueno, lo es —respondió Winters—. Y, sin embargo, no lo es.
—¿Sabes, Ted?, ésa es exactamente el tipo de declaración que va a hacer que me rompan el culo cuando informe al general Mattson —replicó el coronel—. Supongo que no te importará ser un poco más preciso.
—Lo siento, Jim —dijo el capitán Winters, y señaló al cadáver sobre la mesa—. Genéticamente hablando, es tu hombre. El doctor Boutin era un colono y, por lo tanto, nunca fue trasladado a un cuerpo militar. Eso significa que su cuerpo tiene todo su ADN original. Hice las pruebas genéticas estándar. Este cuerpo tiene el ADN de Boutin…, y por divertirme hice también una prueba de ARN mitocondrial. También encajaba.
—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Robbins.
—El problema es el crecimiento óseo —respondió Winters—. En el universo real, el crecimiento de los huesos humanos fluctúa según factores medioambientales, como la nutrición o el ejercicio. Si pasas algún tiempo en un mundo de alta gravedad y luego te mudas a otro con una gravedad inferior, eso influye en el crecimiento de tus huesos. Si te rompes un hueso, también se notará. Toda la historia de tu vida aparece en el desarrollo óseo.
Winters extendió una mano y levantó parte de la pierna izquierda del cadáver, que había sido cortada del resto del cuerpo, y señaló el corte del fémur visible.
—El desarrollo óseo de este cadáver es excepcionalmente regular. No hay ninguna huella de acontecimientos medioambientales ni accidentales en su desarrollo, sólo una pauta de crecimiento óseo consistente, con una nutrición excelente y una tensión baja.
—Boutin era de Fénix —dijo Robbins—. Hace doscientos años que fue colonizado. No puede decirse que creciera en una colonia remota donde tuvieran que luchar por alimentarse y protegerse.
—Tal vez no, pero sigue sin encajar —respondió Winters—. Puedes vivir en el lugar más civilizado del espacio humano y caerte por unas escaleras o romperte un hueso haciendo deporte. Claro que puedes vivir toda una vida sin hacerte siquiera una pequeña fractura, ¿pero conoces a alguien así?
Robbins negó con la cabeza.
—Este tipo lo es —dijo Winters—. Aunque en realidad no, ya que su historial médico muestra que se rompió la pierna, esta pierna —Winters agitó el trozo de pierna—, cuando tenía dieciséis años. Un accidente de esquí. Chocó con una roca y se rompió el fémur y la tibia. Pero aquí no se notan las huellas.
—He oído decir que la tecnología médica es muy buena hoy en día —dijo Robbins.
—Es excelente, muchas gracias. Pero no es magia. Si te rompes un fémur siempre te queda alguna marca. Y aunque vayas por la vida sin haberte roto un hueso, eso no explica el desarrollo óseo consistentemente regular. La única forma de tener ese tipo de desarrollo óseo es que no exista tensión medioambiental de ningún tipo. Boutin tendría que haberse pasado toda la vida dentro de una caja.
—O de una cápsula de clonación —dijo Robbins.
—O de una cápsula de clonación —coincidió Winters—. La otra explicación posible es que tu amigo se amputara la pierna en algún momento y se hiciera crecer una nueva, pero he comprobado su historial: eso no sucedió. Pero para asegurarme tomé muestras de sus costillas, su pelvis, su brazo y su cráneo…, la porción que no resultó dañada, al menos. Todas esas muestras resultaron tener un antinatural desarrollo óseo regular y consistente. Lo que tienes aquí es un cuerpo clonado, Jim.
—Entonces Charles Boutin sigue vivo.
—Eso no lo sé. Pero este tipo no es él. La única buena noticia es que según todas las indicaciones físicas, este clon salió de la cápsula justo antes de morir. Es extremadamente improbable que llegara a estar despierto alguna vez. Y si llegó a estar despierto y consciente, imagínate despertarte y encontrarte con que tu primera y última visión del mundo es el cañón de un arma. Menuda vida.
—Entonces, si Boutin sigue vivo, también es un asesino —dijo Robbins.
Winters se encogió de hombros y soltó la pierna.
—Dime, Jim. Las Fuerzas de Defensa Coloniales fabrican cuerpos constantemente…, creamos supercuerpos modificados para dárselos a nuestros nuevos reclutas, y luego, cuando terminan el servicio, les damos nuevos cuerpos normales clonados a partir de su ADN original. ¿Tienen esos cuerpos derechos antes de ponerles conciencia? Cada vez que transferimos su conciencia, dejamos un cuerpo atrás…, un cuerpo que tenía una mente. ¿Tienen derechos esos cuerpos? Si los tienen, todos estamos metidos en un lío, porque los eliminamos rápidamente. ¿Sabes qué hacemos con todos esos cuerpos usados, Jim?
—No lo sé —admitió Robbins.
—Los reciclamos —dijo Winters—. Hay demasiados para enterrarlos. Así que los molemos, esterilizamos los restos y los convertimos en fertilizante para plantas. Luego enviamos el fertilizante a las nuevas colonias. Eso ayuda a aclimatar el suelo para las cosechas que plantan los humanos. Podrías decir que nuestras nuevas colonias viven de los cadáveres de los muertos. Sólo que no son realmente los cadáveres de los muertos. Son tan sólo los cuerpos descartados de los vivos. Sólo enterramos los cuerpos cuando mueren las mentes dentro de ellos.
—Piensa en hacer algo en tu tiempo libre, Ted —dijo Robbins—. Tu trabajo te está volviendo morboso.
—No es el trabajo lo que me vuelve morboso —dijo Winters, y señaló los restos del Charles Boutin que no lo era—. ¿Qué quieres que haga con esto?
—Quiero que vuelvas a enterrarlo.
—Pero si no es Charles Boutin.
—No, no lo es —reconoció Robbins—. Pero si Charles Boutin sigue con vida, no quiero que sepa que lo sabemos —contempló el cadáver sobre la mesa—. Y supiera este cuerpo lo que le sucedió o no, se merecía algo mejor de lo que obtuvo. Un entierro es lo menos que podemos darle.
* * *
—Maldito Charles Boutin —dijo el general Greg Mattson, y apoyó los pies en su escritorio.
El coronel Robbins estaba de pie al otro lado de la mesa y no dijo nada. El general Mattson lo desconcertaba, como hacía siempre. Mattson había sido el jefe del cuerpo de investigación militar de las Fuerzas de Defensa Coloniales durante treinta años, pero como todo el personal militar de las FDC tenía un cuerpo proporcionado por el ejército que resistía el envejecimiento; y, como todo el personal de las FDC, no parecía tener más de veinticinco años. El coronel Robbins opinaba que la gente que ascendía de rango en las FDC debería envejecer levemente; un general que parecía tener veinticinco años carecía de gravedad.
Robbins imaginó brevemente a Mattson con su auténtica edad, que debía rondar los ciento veinticinco años; en el ojo de su mente lo vio como una arruga escrotal de uniforme. Le habría parecido divertido, de no ser porque el propio Robbins tenía noventa años, y su aspecto no sería mucho mejor.
Luego estaba el asunto del otro general presente en la sala, quien, si su cuerpo mostrara su verdadera edad, casi con toda certeza parecería más joven de lo que era. Las Fuerzas Especiales desconcertaban a Robbins aún más que las FDC. Había algo que no encajaba en que hubiera personas con tres años de edad que estuvieran totalmente desarrolladas y fueran absolutamente letales.
No es que este general tuviera tres años. Probablemente era un adolescente.
—Así que nuestro amigo raey nos dijo la verdad —dijo el general Szilard, desde su propio asiento delante de la mesa—. Su antiguo jefe de investigación de conciencia sigue vivo.
—Volar la cabeza de su propio clon, eso sí que fue un detalle —comentó el general Mattson, con la voz llena de sarcasmo—. Esos pobres hijos de puta estuvieron recogiendo sesos del equipo del laboratorio durante una semana —Miró a Robbins—. ¿Sabemos cómo lo hizo? Me refiero a lo de fabricarse un clon. Es algo que no debería poder hacerse sin que nadie se dé cuenta. No pudo cocinárselo en el armario.
—Por lo que sabemos, introdujo el código en el software que controla las cápsulas de clones —respondió Robbins—. Simuló que una de las cápsulas estaba fuera de servicio según los monitores. La llevaron a reparar; Boutin la hizo requisar, y luego la llevó a su propia zona de almacenamiento en el laboratorio y se encargó de su propio servidor y el suministro de energía. El servidor no estaba conectado al sistema, la cápsula estaba requisada, y sólo Boutin tenía acceso a la zona de almacenamiento.
—Así que se lo cocinó en el armario —dijo Mattson—. Qué cabrón.
—Debieron ustedes tener acceso a la zona de almacenamiento después de su supuesta muerte —dijo Szilard—. ¿Me está diciendo que a nadie le pareció raro que tuviera una cápsula clónica allí guardada?
Robbins abrió la boca, pero Mattson respondió.
—Si era un buen jefe de investigación (y lo era), debía tener un montón de material de repuesto y requisado, para repararlo y optimizarlo sin interferir con el equipo que estuviera en uso. Y doy por asumido que cuando llegamos la cápsula estaba vacía, esterilizada y desconectada del servidor y del suministro de energía.
—Así es —dijo Robbins—. No pudimos atar cabos hasta que recibimos su informe, general Szilard.
—Me alegro de que la información fuera útil —dijo Szilard—. Ojalá hubieran atado cabos antes. Como jefe de una división extremadamente sensible, la idea de que Investigación Militar tuviera un traidor en sus filas me parece… escandalosa. Tendrían que haberlo sabido.
Robbins no dijo nada: si las Fuerzas Especiales gozaban de alguna reputación más allá de su pericia militar era de que sus miembros carecían profundamente de tacto y de paciencia. Ser máquinas de matar de tres años de edad no dejaba mucho tiempo para la cortesía social.
—¿Qué podíamos saber? —dijo Mattson—. Boutin nunca dio ningún indicio de que fuera a traicionarnos. Un día está haciendo su trabajo, al siguiente descubrimos que se ha suicidado en su laboratorio, o eso pensamos. No dejó ninguna nota. Nada que sugiriera que tuviera en mente otra cosa que no fuera su trabajo.
—Antes me dijo que Boutin le odiaba —le dijo Szilard a Mattson.
—Boutin me odiaba, en efecto, y por buenos motivos. El sentimiento era mutuo. Pero que un hombre piense que su oficial superior es un hijo de puta no significa que se vuelva un traidor a su especie —Mattson señaló a Robbins—. El coronel tampoco me aprecia especialmente, y es mi ayudante. Pero no va a ir corriendo a ver a los raey o los eneshanos con información de alto secreto.
Szilard miró a Robbins.
—¿Es eso cierto?
—¿Qué parte, señor?
—Que no le cae bien el general Mattson —dijo Szilard.
—Cuesta trabajo acostumbrarse a él, señor —dijo Robbins.
—Con eso quiere decir que soy un gilipollas —rió Mattson—. Y está bien. No estoy aquí para ganar competiciones de popularidad. Estoy aquí para entregar armas y tecnología. Pero fuera lo que fuese que pasó por la cabeza de Boutin, no creo que yo tuviera mucho que ver con ello.
—¿Entonces qué fue? —preguntó Szilard.
—Tú tendrías que saberlo mejor que yo, Szi —respondió Mattson—. Eres tú quien tiene como mascota a ese científico raey al que habéis enseñado a chillar.
—El administrador Cainen no llegó a conocer a Boutin en persona, o eso dice —contestó Szilard—. No sabe nada sobre sus motivaciones, sólo que Boutin le entregó a los raey información sobre el hardware CerebroAmigo más reciente. El grupo del administrador Cainen estaba trabajando en eso: trataban de integrar la tecnología CerebroAmigo a los cerebros raey.
—Justo lo que necesitábamos —dijo Mattson—. Raey con superordenadores en la cabeza.
—No parece que tuviera mucho éxito con la integración —dijo Robbins, y miró a Szilard—. Al menos no por los datos que su gente recuperó en su laboratorio. La estructura cerebral raey es diferente.
—Pequeños favores —dijo Mattson—. Szi, tienes que sacarle algo más a ese tipo.
—Aparte de por su trabajo y situación específicos, el administrador Cainen no ha sido demasiado útil —dijo Szilard—. Y los pocos eneshanos que capturamos con vida se resistieron a conversar, por usar un eufemismo. Sabemos que los raey, los eneshanos y los obin se han aliado para atacarnos. Pero no sabemos por qué, cómo ni cuándo, ni qué proporciona Boutin a la ecuación. Necesitamos que nuestra gente lo descubra, Mattson.
Mattson le hizo un gesto a Robbins.
—¿Qué sabemos de eso? —preguntó.
—Boutin estaba a cargo de un montón de información delicada —dijo Robbins, dirigiendo su respuesta a Szilard—. Sus grupos se encargaban de técnicas de transferencia de conciencia, desarrollo de CerebroAmigos y generación corporal. Cualquiera de esos temas podría ser útil para el enemigo, bien para ayudarles a desarrollar su propia tecnología, o bien para encontrar puntos débiles en la nuestra. Boutin era probablemente el mayor experto en pasar mentes de un cuerpo a otro. Pero la información de que podía disponer tenía un límite. Boutin era un científico civil. No tenía un CerebroAmigo. Su clon tenía todas sus prótesis cerebrales registradas, y no es probable que tuviera repuestos. Las prótesis son controladas férreamente y habría tenido que invertir varias semanas entrenándola. No tenemos ningún registro en la red que nos diga que Boutin estuviera usando algo que no fuera sus prótesis registradas.
—Estamos hablando de un hombre que les birló una cápsula de clonación delante de sus narices —dijo Szilard.
—No es imposible que escapara del laboratorio con un montón de información —dijo Robbins—. Pero es muy improbable. Es más probable que se marchara solamente con el conocimiento que tuviera en la cabeza.
—¿Y sus motivaciones? —dijo Szilard—. No conocerlas es lo más peligroso para nosotros.
—Me preocupa más lo que sabe —dijo Mattson—. Incluso sólo lo que tenga en la cabeza, de manera natural puede ser demasiado. He tenido que apartar algunos equipos de los proyectos en que trabajaban para que se dedicaran a poner al día la seguridad de CerebroAmigo. Tenemos que dejar obsoleto lo que Boutin supiera. Y Robbins está a cargo de investigar los datos que Boutin dejó. Si hay algo, lo encontraremos.
—Me reuniré con el antiguo ayudante de Boutin cuando hayamos terminado aquí —informó Robbins—. El teniente Harry Wilson. Dice que tiene algo que podría parecerme interesante.
—No deje que le entretengamos —dijo Mattson—. Puede retirarse.
—Gracias, señor. Antes de irme, me gustaría saber bajo qué tipo de restricciones de tiempo trabajamos. Descubrimos lo de Boutin al atacar la base. Sin duda, los eneshanos saben que descubrimos sus planes. Me gustaría saber de cuánto tiempo disponemos antes de que contraataquen.
—Tiene tiempo, coronel —dijo Szilard—. Nadie sabe que hemos atacado la base.
—¿Cómo pueden no saberlo? —preguntó Robbins—. Con el debido respeto a las Fuerzas Especiales, general, es difícil ocultar un ataque de ese tipo.
—Los eneshanos saben que han perdido contacto con la base. Cuando investiguen, lo que van a descubrir es que un pedazo rocoso de un cometa del tamaño de un campo de fútbol alcanzó el planeta a unos diez kilómetros de la base, arrasándola junto con todo lo que había en la zona inmediata. Podrán hacer todos los análisis que quieran: no encontrarán más que pruebas de una catástrofe natural. Porque eso es lo que fue. Sólo que nosotros ayudamos un poco.
* * *
—Todo esto es muy bonito —dijo el coronel Robbins, indicando lo que parecía un espectáculo de luces en miniatura en la pantalla holográfica del teniente Harry Wilson—. Pero no sé qué me está mostrando.
—Es el alma de Charlie Boutin —dijo Wilson.
Robbins se apartó de la pantalla y miró a Wilson.
—¿Perdone?
Wilson indicó la pantalla con un gesto.
—Es el alma de Charlie —repitió—. O, más precisamente, es una representación holográfica del sistema eléctrico dinámico que engloba la conciencia de Charles Boutin. O una copia, al menos. Supongo que si quiere ponerse filosófico al respecto, podría discutir si ésta es la mente de Charlie o su alma. Pero si lo que dice sobre Charlie es cierto, probablemente todavía conserva su inteligencia, pero yo diría que ha perdido su alma. Y aquí está.
—Me dijeron que este tipo de cosas eran imposibles —dijo Robbins—. Sin el cerebro la pauta se desmorona. Por eso transferimos las conciencias como lo hacemos, de un cuerpo vivo a otro cuerpo vivo.
—Bueno, no pienso que sea por eso por lo que transferimos las conciencias del modo que lo hacemos —respondió Wilson—, ya que creo que la gente sería mucho más reacia a permitir que un técnico de las FDC le sacara la mente del cerebro si supiera que iba a guardarse en un archivo informatizado. ¿Lo haría usted?
—Por Dios, no —dijo Robbins—. Casi me meo encima cuando me transfirieron.
—Ése es exactamente mi argumento. Sin embargo, tiene usted razón. Esto —señaló el holograma— no podríamos hacerlo ni aunque quisiéramos.
—¿Entonces cómo lo hizo Boutin?
—Nos engañó, naturalmente. Hace más de año y medio, Charlie y todos los demás tenían que trabajar con tecnología humana, o con la tecnología que podíamos tomar prestada o copiar de otras razas. Y la mayoría de las razas en nuestra parte del espacio tienen más o menos el mismo nivel de tecnología que nosotros, porque las razas más débiles son expulsadas de su territorio y se mueren o las matan. Pero hay una especie que está años luz por delante de todas las demás en el vecindario.
—Los consu —dijo Robbins, y los vio mentalmente: grandes, parecidos a cangrejos y avanzados más allá de lo increíble.
—Eso es. Los consu le dieron a los raey parte de su tecnología cuando los raey atacaron nuestra colonia en Coral hace un par de años, y nosotros la robamos cuando contraatacamos. Formé parte del equipo encargado de invertir y copiar la tecnología consu, y puedo asegurarle que seguimos sin comprender la mayor parte. Pero una de las cosas que sí pudimos comprender se la entregamos a Charlie para que trabajara en ella, para mejorar el proceso de transferencia de conciencia. Así fue como empecé a trabajar con él; le enseñé a usar ese material. Y como puede ver, aprende rápido. Naturalmente, es fácil hacer las cosas cuando mejoran las herramientas. Con esto pasamos de golpear rocas a usar un soplete.
—¿No sabía usted nada? —preguntó Robbins.
—No —respondió Wilson—. He visto algo parecido… Charlie usó la tecnología consu para refinar el proceso de transferencia de conciencia que tenemos. Ahora podemos crear una memoria intermedia que antes no podíamos fabricar, y que hace que la transferencia sea mucho menos susceptible de fracaso tanto al principio como al final del proceso. Pero él se guardó este truquito para sí. Lo descubrí después de que usted me dijera que investigara su trabajo personal. Tuvimos suerte, porque la máquina que encontré iba a ser borrada y transferida al observatorio de las FDC. Quieren ver cómo la tecnología consu modela el interior de una estrella.
Robbins señaló el holograma.
—Creo que esto es algo más importante.
Wilson se encogió de hombros.
—En realidad, no es muy útil en sentido general.
—Está usted bromeando —dijo Robbins—. Podemos almacenar conciencias.
—Claro, y tal vez eso sea útil. Pero no podemos hacer mucho con ellas. ¿Qué sabe usted de los detalles de la transferencia de conciencia?
—Muy poco —contestó Robbins—. No soy ningún experto. Me nombraron adjunto al general por mi capacidad organizativa, no por mi formación científica.
—Muy bien, mire —dijo Wilson—. Usted mismo lo ha dicho: sin el cerebro, la pauta de conciencia normalmente se desploma. Es porque la conciencia depende por completo de la estructura física del cerebro. Y no de un cerebro cualquiera: depende del cerebro en el que despierta. Toda pauta de conciencia es como una huella dactilar. Es específica para esa persona y es específica hasta los genes.
Wilson señaló a Robbins.
—Mire su cuerpo, coronel. Ha sido profundamente modificado a nivel genético: tiene usted la piel verde, una musculatura mejorada y sangre artificial que dispone de una capacidad de oxígeno varias veces mayor que la de la sangre real. Es un híbrido de su propia genética personal con genes fabricados para ampliar sus capacidades. Así que, a nivel genético, ya no es realmente usted…, a excepción de su cerebro. Su cerebro es completamente humano, y está completamente basado en sus genes. Porque si no lo fuera, su conciencia no podría transferirse.
—¿Por qué? —preguntó Robbins.
Wilson hizo una mueca.
—Ojalá pudiera decírselo. Le estoy transmitiendo lo que me dijeron Charlie y su equipo. Yo aquí sólo soy el mensajero. Pero sí sé qué significa que esto —Wilson señaló el holograma—, no le sirve tal como está porque no tiene cerebro, y necesita el cerebro de Charlie para decirle lo que sabe. Y el cerebro de Charlie se ha perdido junto con el resto de su persona.
—Si no nos sirve de nada, entonces me gustaría saber para qué me ha hecho venir aquí.
—Dije que no era muy útil en sentido general. Pero en un sentido específico, podría ser bastante útil.
—Teniente Wilson —dijo Robbins—, por favor, vaya al grano.
—La conciencia no es sólo una sensación de identidad. Es también conocimiento y emoción y estado mental —dijo Wilson, y volvió a señalar el holograma—. Esta cosa tiene capacidad para conocer y sentir todo lo que Charlie conoció y sintió hasta el momento en que hizo esta copia. Supongo que si quiere saber qué pretendía Charlie y por qué, tendrá que empezar por aquí.
—Acaba de decir que necesitábamos el cerebro de Boutin para acceder a la conciencia —dijo Robbins—. No lo tenemos.
—Pero sus genes sí. Charlie creó un clon para que sirviera a sus propósitos, coronel. Le sugiero que cree otro que sirva a los suyos.
* * *
—Clonar a Charles Boutin —dijo el general Mattson, y soltó un bufido—. Como si con uno no tuviéramos ya suficiente.
Mattson, Robbins y Szilard estaban sentados en el comedor de generales de la Estación Fénix. Mattson y Szilard estaban comiendo; Robbins, no. Técnicamente hablando, el comedor de generales estaba abierto a todos los oficiales; en la práctica, nadie con el rango de general comía jamás allí, y los oficiales inferiores sólo entraban en el comedor por invitación de un general y rara vez tomaban más que un vaso de agua. Robbins se preguntó cómo empezaría aquel ridículo protocolo. Tenía hambre.
El comedor de generales estaba ubicado en la terminal del eje de rotación de la Estación Fénix y estaba rodeado por una pieza de cristal transparente que conformaba sus paredes y techo. Ofrecía una sorprendente visión del planeta Fénix, que giraba lentamente en lo alto, abarcando casi todo el cielo, una perfecta joya azul y blanca cuyo parecido con la Tierra nunca dejaba de provocar en Robbins un agudo pinchazo en los centros añorantes del cerebro. Dejar la Tierra era fácil cuando tenías setenta y cinco años y la opción era morir de viejo al cabo de poco tiempo. Pero cuando te marchabas no podías regresar; cuanto más vivía Robbins en el universo hostil donde se desenvolvían las colonias humanas, con más cariño recordaba los sosos pero relativamente despreocupados días de sus cincuenta, sesenta y setenta y pocos años. La ignorancia era una bendición, o al menos era más descansada.
«Demasiado tarde», pensó Robbins, y dirigió de nuevo su atención hacia Mattson y Szilard.
—El teniente Wilson opina que es la mejor manera que tenemos para comprender qué pasó por la cabeza de Boutin. En cualquier caso, es mejor que lo que tenemos ahora, que es nada.
—¿Cómo sabe el teniente Wilson que son las ondas cerebrales de Boutin lo que tiene en esa máquina? Eso es lo que quiero saber —dijo Mattson—. Boutin podría haber tomado una muestra de la conciencia de otra persona. ¡Mierda, por lo que sabemos, podría tratarse de su gato!
—La pauta es consistente con la conciencia humana —dijo Robbins—. Podemos asegurarlo porque transferimos cientos de conciencias cada día. No es un gato.
—Era un chiste, Robbins —dijo Mattson—. Pero sigue siendo posible que no sea Boutin.
—Quizá sea otra persona, pero no parece probable —contestó Robbins—. Nadie más en el laboratorio de Boutin sabía que estaba trabajando en esto. No hubo ninguna oportunidad de tomar muestras de la conciencia de nadie. No es algo que uno pueda quitarle a alguien sin que se dé cuenta.
—¿Sabemos siquiera cómo transferirla? —preguntó el general Szilard—. El teniente Wilson dijo que estaba en una máquina adaptada de la tecnología consu. Aunque queramos usarla, ¿sabemos cómo hacerlo?
—No —dijo Robbins—. Todavía no. Wilson parece confiar en lograrlo, pero no es experto en transferencia de conciencias.
—Yo lo soy —dijo Mattson—. O al menos llevo al mando de gente que lo es el tiempo suficiente para saberlo. El proceso implica cerebros físicos además de la conciencia que se transfiere. Nos haría falta un cerebro. Por no mencionar que hay temas éticos.
—¿Temas éticos? —dijo Robbins. No logró ocultar la sorpresa en su voz.
—Sí, coronel, temas éticos —dijo Mattson, irritado—. Lo crea o no.
—No pretendía cuestionar su ética, general.
Mattson agitó una mano.
—Olvídelo. El caso sigue en pie. La Unión Colonial tiene una ley en vigor que prohíbe clonar a personal que no pertenezca a las FDC, vivos o muertos, pero sobre todo vivos. Únicamente clonamos humanos para devolver a la gente a cuerpos sin modificar después de que hayan cumplido su tiempo de servicio. Boutin es un civil, y colono además. Aunque quisiéramos, no podríamos hacerlo legítimamente.
—Boutin creó un clon —dijo Robbins.
—Si no le importa, no permitiremos que la moral de un traidor nos guíe en esto, coronel —dijo Mattson, irritado de nuevo.
—Podría conseguir una dispensa de la ley colonial para investigación —dijo Robbins—. Se ha hecho antes. Usted lo ha hecho antes.
—No para algo como esto —dijo Mattson—. Conseguimos dispensas cuando probamos sistemas de armas en planetas deshabitados. Si empezamos a enredar con clones, siempre habrá algún reaccionario al que se le meterá algo en la cabeza. Una cosa así no debería salir nunca de un comité.
—Boutin es la clave para lo que sea que han planeado los raey y sus aliados —dijo Robbins—. Ésta podría ser la ocasión para arrancar una página a los marines americanos y pedir perdón en vez de permiso.
—Admiro su voluntad para enarbolar la bandera pirata, coronel —dijo Mattson—. Pero no es usted a quien fusilarán. O por lo menos no será el único.
Szilard, que estaba masticando un filete, terminó de engullirlo y soltó sus utensilios.
—Lo haremos —dijo.
—¿Perdón? —dijo Mattson.
—Dele las pautas de conciencia a las Fuerzas Especiales, general —dijo Szilard—. Y denos los genes de Boutin. Los usaremos para crear un soldado para las Fuerzas Especiales. Usamos más de un conjunto de genes para crear cada soldado; técnicamente, no será un clon. Y si la conciencia no prende, no habrá ninguna diferencia. Tan sólo será otro soldado de las Fuerzas Especiales. No hay nada que perder.
—Excepto que si la conciencia prende, tendremos a un soldado de las Fuerzas Especiales con tendencia a la traición —dijo Mattson—. Eso no parece nada atractivo.
—Podemos prepararnos para eso —dijo Szilard, y volvió a coger sus utensilios.
—Usarán genes de una persona viva, y un colono —dijo Robbins—. Tenía entendido que las Fuerzas Especiales sólo cogían los genes de voluntarios de las FDC que morían antes de poder servir su tiempo. Por eso los llaman «las Brigadas Fantasma».
Szilard alzó la cabeza bruscamente y miró a Robbins.
—No me gusta mucho ese nombre —dijo—. Los genes de voluntarios muertos de las FDC son un componente. Y solemos usar los genes de los voluntarios como molde. Pero las Fuerzas Especiales tienen una gama más amplia de material genético que podemos usar para construir a nuestros soldados. Dada nuestra misión para las FDC, es casi un requerimiento. De cualquier manera, Boutin está legalmente muerto: tenemos un cadáver con sus genes. Y no sabemos que esté vivo. ¿Tiene algún superviviente?
—No —dijo Mattson—. Tenía una esposa y una hija, pero murieron antes que él. No hay más familia.
—Entonces no hay ningún problema —dijo Szilard—. Después de que uno muere, sus genes ya no le pertenecen. Hemos usados genes expirados de colonos antes. No veo por qué no podemos hacerlo de nuevo.
—No recuerdo haber oído que construyerais así a vuestra gente, Szi —dijo Mattson.
—Somos discretos respecto a lo que hacemos, general —dijo Szilard—. Ya lo sabes.
Cortó un trozo de filete y se lo metió en la boca. El estómago de Robbins rugió. Mattson gruñó, se echó hacia atrás en su asiento, y contempló Fénix, girando imperceptiblemente en el cielo. Robbins siguió su mirada y sintió otro retortijón de añoranza.
Poco después Mattson devolvió su atención a Szilard.
—Boutin es uno de los míos —dijo—. Para bien o para mal. No puedo pasarte la responsabilidad de esto, Szi.
—Bien —dijo Szilard, y le hizo un gesto con la cabeza a Robbins—. Entonces préstame a Robbins. Podrá actuar como nuestro contacto, de modo que Investigación Militar siga teniendo una mano en ello. Compartiremos información. También nos llevaremos prestado al técnico, Wilson. Podrá trabajar con nuestros técnicos para integrar la tecnología consu. Si funciona, tendremos las memorias y motivaciones de Charles Boutin y un modo de prepararnos para esta guerra. Si no funciona, tendré otro soldado de las Fuerzas Especiales. No desperdicies. No desees.
Mattson miró a Szilard, reflexionando.
—Pareces ansioso por hacer esto, Szi —dijo.
—Los humanos se enfrentan a una guerra con tres especies que se han aliado —dijo Szilard—. Eso no ha sucedido nunca antes. Podríamos con cualquiera de ellas, pero no con las tres a la vez. Las Fuerzas Especiales tienen la orden de detener esta guerra antes de que comience. Si esto nos ayuda a conseguirlo, deberíamos hacerlo. Intentarlo, al menos.
—Robbins —dijo Mattson—. Su opinión.
—Si el general Szilard tiene razón, entonces hacer esto sortearía los temas legales y éticos —respondió Robbins—. Eso hace que merezca la pena intentarlo. Y seguiremos en el meollo de todo.
Robbins tenía sus propias reticencias personales respecto a trabajar con técnicos y soldados de las Fuerzas Especiales, pero no le pareció el momento oportuno para airearlas.
Mattson, sin embargo, no necesitaba ser tan circunspecto.
—Tus chicos y chicas no juegan bien con gente normal, general —dijo Mattson—. Ése es uno de los motivos por los que Investigación Militar y las Fuerzas Especiales no investigan mucho juntos.
—Las Fuerzas Especiales son soldados, punto —dijo Szilard—. Cumplirán órdenes. Haremos que funcione. Lo hemos hecho antes. Hicimos que un soldado normal de las FDC formara parte de las misiones de las Fuerzas Especiales en la batalla de Coral. Si logramos que aquello funcionara, conseguiremos que los técnicos trabajen juntos sin que haya ningún baño de sangre innecesario.
Mattson dio un golpecito a la mesa, pensativo.
—¿Cuánto tiempo nos llevará?
—Tendremos que construir un molde para este cuerpo, no sólo adaptar la genética previa —dijo Szilard—. Tendré que comprobarlo con mis técnicos, pero normalmente tardan un mes en construir desde cero. Después, son necesarias un mínimo de dieciséis semanas para cultivar un cuerpo. Y entonces, el tiempo que haga falta para desarrollar el proceso para transferir la conciencia. Aunque podemos hacer eso y cultivar el cuerpo al mismo tiempo.
—¿No podéis hacerlo más rápido?
—Podríamos hacerlo más rápido. Pero entonces tendrías un cuerpo muerto. O peor. Sabes que no podemos meter prisa en la creación de un cuerpo. También los cuerpos de tus soldados se producen siguiendo ese mismo plan de trabajo, y creo que recuerdas lo que sucede cuando se pisa el acelerador.
Mattson hizo una mueca; Robbins, que sólo llevaba dieciocho meses trabajando con Mattson, recordó que éste llevaba mucho tiempo en el cargo. No importaba cuál fuera su relación de trabajo, seguía habiendo lagunas en lo que sabía de su jefe.
—Bien —dijo Mattson—. Adelante. Veamos si podéis sacar algo. Pero cuidado. Tuve mis problemas con Boutin, pero nunca pensé que fuera un traidor. Me engañó. Engañó a todo el mundo. Tendrás la mente de Charles Boutin en el cuerpo de uno de tus soldados de Fuerzas Especiales. Sólo Dios sabe qué podría hacer con uno de ésos.
—De acuerdo —dijo Szilard—. Si la transferencia es un éxito, lo sabremos más pronto que tarde. Si no lo es, sé dónde puedo ponerlo. Sólo para asegurarnos.
—Bien —contestó Mattson, y miró de nuevo a Fénix, girando en el cielo—. Fénix —dijo, viendo al mundo girar sobre él—. Una criatura renacida. Bueno, es apropiado. Se supone que un fénix renace de las cenizas, ¿no? Esperemos que esta criatura renacida no se lleve a todo el mundo por delante.
Todos contemplaron el planeta que gravitaba sobre ellos.