Capítulo 14

—Cuanto más pienso en este plan, menos me gusta —le dijo Harvey a Sagan. Los dos, junto con Seaborg, estaban agazapados entre los árboles en la linde de la estación científica.

—Trata de no pensar tanto —replicó Sagan.

—Eso debería resultarte fácil, Harvey —dijo Seaborg. Estaba intentando levantar los ánimos y no le salía demasiado bien.

Sagan miró la pierna de Seaborg.

—¿Podrás hacerlo? —preguntó—. Cojeas más.

—Estaré bien —dijo Seaborg—. No voy a quedarme aquí quieto como un palo mientras vosotros acabáis la misión.

—No estoy diciendo eso —dijo Sagan—. Estoy diciendo que Harvey y tú podéis cambiar de papel.

—Estoy bien —insistió Seaborg—. Y de todas formas, Harvey me mataría si ocupo su puesto.

—Tienes toda la razón —dijo Harvey—. Soy bueno en este tipo de mierda.

—Me duele la pierna, pero puedo caminar y correr —dijo Seaborg—. Estaré bien. Pero no nos quedemos aquí charlando. La pierna se me entumecerá.

Sagan asintió y volvió la mirada hacia la estación científica, que era un conjunto de edificios bastante modesto. En el extremo norte del complejo estaban los barracones obin, que eran sorprendentemente exiguos; los obin no querían o no necesitaban nada que se pareciera a la intimidad. Como los humanos, los obin se reunían a la hora de comer; muchos de ellos estarían en el comedor situado junto a los barracones. El trabajo de Harvey era crear una distracción allí y atraer la atención de los obin, haciendo que los que se encontraran en otras partes de la estación se dirigieran a él.

En el extremo sur del complejo estaba el generador-regulador de energía, albergado en un gran edificio que parecía un cobertizo. Los obin usaban lo que esencialmente eran baterías enormes, que eran constantemente recargadas por molinos de viento situados lejos de la estación. El trabajo de Seaborg era cortar de algún modo la energía. Tendría que trabajar con lo que encontrara allí y ver qué sucedía.

Entre los dos extremos se hallaba la estación científica propiamente dicha. Cuando la energía se cortara, Sagan entraría, buscaría a Boutin y lo sacaría de allí, dejándolo inconsciente si era necesario para llevarlo hasta la cápsula de captura. Si se encontraba con Dirac, tendría que evaluar rápidamente si era útil o si se había vuelto un traidor como su progenitor. En el segundo caso, tendría que matarlo, limpia y rápidamente.

Sagan sospechaba que iba a tener que matar a Dirac de todas formas; no creía poder disponer de tiempo suficiente para decidir si era digno de confianza o no, y no contaba con su CerebroAmigo ampliado para leer sus pensamientos. Sagan se permitió gastarse una broma sin gracia ante el hecho de que su habilidad para leer las mentes, tan secreta y clasificada, le resultaba también completamente inútil cuando realmente la necesitaba. Sagan no quería tener que matar a Dirac, pero no veía muchas más opciones en el asunto. «Tal vez ya esté muerto —pensó—. Eso me ahorraría el problema».

Sagan descartó la idea. No le gustaba lo que le decía esa línea particular de pensamiento. Se preocuparía de Dirac cuando apareciera, si lo hacía. Mientras tanto, los tres tenían otras cosas que hacer. En el fondo, lo que realmente importaba era llevar a Boutin a la cápsula de captura.

«Tenemos una ventaja —pensó Sagan—. Ninguno de nosotros espera sobrevivir. Eso nos da opciones».

—¿Estamos preparados? —preguntó Sagan.

—Estamos preparados —contestó Seaborg.

—Joder, sí —dijo Harvey.

—Entonces, hagámoslo —dijo Sagan—. Harvey, adelante.

* * *

Jared despertó tras una breve siesta y encontró a Zoë mirándole. Sonrió.

—Hola, Zoë —dijo.

—Hola —respondió Zoë, y frunció el ceño—. He olvidado tu nombre.

—Soy Jared.

—Ah, sí. Hola, señor Jared.

—Hola, cariño —dijo Jared, y una vez más le resultó difícil controlar la emoción de su voz. Miró el animal de peluche que Zoë llevaba—. ¿Es Celeste la elefanta? —preguntó.

Zoë asintió, y la alzó para que él la viera.

—Aja —dijo—. Antes tenía un Babar, pero lo perdí. ¿Conoces a Babar?

—Claro. Recuerdo haber visto a tu Babar también.

—Lo echo de menos —dijo Zoë con voz triste, pero entonces se animó—. Pero entonces papá me trajo a Celeste, cuando volvió.

—¿Cuánto tiempo estuvo fuera? —preguntó Jared.

Zoë se encogió de hombros.

—Mucho tiempo. Dijo que había cosas que tenía que hacer primero. Pero dijo que enviaría a los obin a protegerme y cuidarme.

—¿Y lo hicieron?

—Supongo que sí. —La niña se encogió de hombros y dijo con voz débil—: No me gustan los obin. Son aburridos.

—Ya lo creo. Siento que tu padre y tú estuvierais separados tanto tiempo, Zoë. Sé que te quiere mucho.

—Lo sé —dijo Zoë—. Yo también lo quiero. Quiero a papá y a mamá y a los abuelos, que nunca conocí, y a mis amigos de Covell también. Los echo de menos. ¿Crees que ellos me echarán de menos?

—Estoy seguro de que sí —respondió Jared, y evitó pensar en lo que le había sucedido a sus amigos. Miró a Zoë y vio que hacía un puchero—. ¿Qué pasa, cariño? —preguntó.

—Papá dice que tengo que volver a Fénix contigo. Dice que vas a quedarte conmigo para que él pueda terminar el trabajo aquí.

—Tu padre y yo hablamos de eso —dijo Jared, con delicadeza—. ¿No quieres volver?

—Quiero volver pero con papá —dijo ella, quejumbrosa—. No quiero que se quede.

—No estará aquí mucho tiempo. Lo que pasa es que la nave que nos trajo para llevarte a casa es muy pequeñita, y sólo hay espacio para ti y para mí.

—Podrías quedarte tú.

Jared se echó a reír.

—Ojalá pudiera, cariño. Pero nos divertiremos mientras esperamos a tu papá, te lo prometo. ¿Hay algo que quieras hacer cuando lleguemos a la Estación Fénix?

—Quiero comprar caramelos —dijo Zoë—. Aquí no hay. Papá dice que los obin no tienen muchos. Trató de hacerlos una vez.

—¿Y qué tal?

—Estaban malísimos —dijo Zoë—. Quiero piruletas y galletitas y chupachups y gominolas. Me gustan las negras.

—De eso me acuerdo —dijo Jared—. La primera vez que te vi, estabas comiendo gominolas negras.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Zoë.

—Hace mucho tiempo, nena. Pero me acuerdo como si fuera ayer. Y cuando regresemos, podrás comer todos los caramelos que quieras.

—Pero no demasiados —dijo Zoë—. Porque si no me duele el estómago.

—Exactamente. Y no podemos consentirlo. Un dolor de estómago no está bien.

Zoë le sonrió a Jared y le partió el corazón.

—Eres tonto, señor Jared —dijo.

—Bueno —dijo Jared, sonriendo—. Lo intento.

—Muy bien, iré. Papá está echando una siesta. No sabe que estoy aquí. Voy a despertarlo porque tengo hambre.

—Ve y hazlo, Zoë. Gracias por visitarme. Me alegro mucho de que vinieras.

—Muy bien —dijo Zoë, se dio la vuelta y lo saludó con la mano al marcharse—. ¡Adiós, señor Jared! Hasta luego.

—Hasta luego —dijo Jared, sabiendo que no seria así.

—¡Te quiero! —dijo Zoë, de esa forma casual que tienen los niños.

—Yo también te quiero —susurró Jared, como un padre. Esperó hasta que oyó la puerta cerrarse en el pasillo adjunto antes de dejar escapar el sollozo entrecortado que había estado conteniendo.

Jared miró el laboratorio, la consola que Boutin había llevado allí para hacer la transferencia de conciencia, y se detuvo en la segunda cápsula nido que Boutin había llevado, donde se colocaría antes de enviar su conciencia al cuerpo de Jared, anulando su existencia como si fuera simplemente un sustituto, algo puesto allí para ocupar el tiempo hasta que el verdadero poseedor del cuerpo pudiera tomar posesión de él.

«¿Pero acaso no era así?», pensó Jared. Fue Boutin quien pretendió estar en aquel cuerpo. Por eso había sido creado. Se permitió a Jared existir sólo porque la conciencia de Boutin al principio se negó a enraizar. Tuvo que ser engañada para compartir el espacio mental que Jared había creado. Y ahora, ironías de la vida, Boutin lo quería todo, quería apartar a Jared por completo. «Maldición —pensó Jared locamente—. ¡Tengo el cerebro tal como me gusta!» Se rió, y la risa le sonó extraña y temblorosa. Trató de calmarse, y logró volver a un estado más racional poco a poco.

Jared oía a Boutin en su cabeza, describiendo los males de la Unión Colonial, y oyó la voz de Cainen, a quien consideraba más honrado en esos temas, expresando los mismos sentimientos. Examinó su propio pasado como miembro de las Fuerzas Especiales, y las cosas que había hecho para que el universo fuera «seguro para la humanidad». En efecto, la Unión Colonial controlaba cada línea de comunicación, dirigía cada curso de acción, mantenía bajo férreo control cada aspecto de la humanidad, y combatía casi contra todas las razas que conocía con persistente ferocidad.

Si el universo era tan hostil como mantenía la Unión Colonial, tal vez ese nivel de control estuviera justificado, por el imperativo racial de defender el territorio y abrir sitio a los humanos en el universo. Pero si no lo era…, si lo que impulsaba las constantes guerras de la Unión Colonial no era la competencia desde el exterior sino la paranoia y la xenofobia desde el interior, entonces Jared sabía que él y todos los que había conocido dentro de las Fuerzas Especiales y fuera de ellas podrían, de un modo u otro, haber provocado la lenta muerte de la humanidad que, según Boutin, estaba esperando ahí fuera. Entonces habría elegido negarse a luchar.

«Pero Boutin no es de fiar», pensó Jared. Boutin consideraba malvada a la Unión Colonial, pero también elegía hacer cosas malas él mismo. Hizo que tres razas distintas (dos con un largo historial de enfrentamientos) se unieran para atacar a la Unión Colonial, exponiendo a miles de millones de humanos y a miles de millones de otras criaturas inteligentes a la amenaza de la guerra. Había experimentado con soldados de las Fuerzas Especiales y los había matado. Planeaba matar a todos los miembros de las Fuerzas Especiales y a todos los demás soldados de las FDC con su virus CerebroAmigo, algo parecido a un genocidio, considerando el número y la composición única de las Fuerzas de Defensa Coloniales. Y al matar a las Fuerzas de Defensa Coloniales, Boutin dejaría a las colonias y a la Tierra indefensas contra cualquier raza que decidiera reclamar una de sus colonias como propia. Los obin no serían capaces de detener la carrera en busca de territorio de las otras razas…, probablemente ni siquiera podrían hacerlo aunque quisieran. La recompensa de los obin no era territorio, sino conciencia.

Jared comprendió que los desprotegidos colonos estarían condenados. Sus colonias serían destruidas y no tendrían ningún sitio adonde ir. No entraba en la naturaleza de las razas de esa parte de la galaxia compartir sus mundos. La Tierra con sus miles de millones de habitantes podría sobrevivir: sería difícil eliminar a miles de millones de humanos sin luchar. Los planetas coloniales, menos poblados y menos lastrados ecológicamente, serían mucho más atractivos. Pero, si alguien decidía atacar la Tierra, y era cierto que la Unión Colonial la había mantenido atrasada porque eso le convenía, entonces la Tierra no podría defenderse. Sobreviviría, pero el daño sería inmenso.

«¿Es que Boutin no lo ve?», se preguntó Jared. Tal vez lo veía, pero prefería creer que no sucedería así. Aunque era posible que simplemente no considerara las consecuencias de sus acciones. Cuando los obin contactaron con él, tal vez todo lo que Boutin vio fue a un pueblo tan desesperado por algo que él podía darles que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Tal vez Boutin pidió la luna y no pensó en lo que haría con ella una vez la tuviera. Tal vez Boutin ni siquiera pensaba que los obin le darían de verdad la guerra que había pedido.

Mezclado con todo esto, Jared sentía una acuciante preocupación por Zoë. ¿Qué le ocurriría si Boutin fracasaba o lo mataban? ¿Qué le ocurriría si tenía éxito? Jared se sentía culpable por preocuparse por lo que podía sucederle a una niña pequeña cuando miles de millones de vidas serían alteradas o exterminadas, pero no podía evitarlo. En el fondo, buscaba un modo de que Zoë pudiera sobrevivir a todo aquello.

Jared se sintió abrumado por las decisiones que tenía que tomar, y por la información que necesitaba para tomarlas, y absolutamente aturdido por lo poco que podría hacer al respecto. Consideraba que era probablemente la última persona del mundo que debería estar luchando contra aquello. Pero no podía hacer nada para cambiarlo. Cerró los ojos y consideró sus opciones.

Una hora más tarde, Jared abrió los ojos cuando Boutin entraba por la puerta, seguido por un obin.

—Estás despierto —dijo Boutin.

—Lo estoy —respondió Jared.

—Es hora de hacer la transferencia. He programado el proceso y comprobado las simulaciones: parece que saldrá a la perfección. No tiene sentido seguir posponiéndola.

—Nada más lejos de mi intención que impedir que me mates —dijo Jared, casualmente.

Boutin hizo una pausa. Que Jared mencionara tan claramente su inminente asesinato preocupaba a Boutin. «Bien», pensó.

—Una cosa —dijo Boutin—. Antes de hacer la transferencia, puedo ejecutar una directriz que te haga dormir, si quieres. No sentirás nada. Si lo prefieres…

—No parece que a ti te guste la idea —dijo Jared.

—Hace que la transferencia sea más difícil, por lo que puedo ver en las simulaciones. La transferencia prenderá con más fuerza si tú también estás consciente.

—Bueno, pues entonces estaré despierto —dijo Jared—. No querría ponerte las cosas difíciles.

—Escucha, Dirac. Esto no es algo personal. Tienes que comprender que tú representas un modo de que todo esto suceda rápida y limpiamente, con el menor derramamiento de sangre por ambas partes. Lamento que tengas que morir, pero la alternativa es más muerte.

—Asesinar a todos los soldados de las Fuerzas de Defensa Coloniales con tu virus no me parece el menor derramamiento de sangre —respondió Jared.

Boutin se dio media vuelta y le dijo al obin que iniciara los preparativos. El obin se dirigió a la consola y se puso a trabajar.

—Dime —espetó Jared—, después de que hayas matado a todas las Fuerzas de Defensa Coloniales, ¿quién va a proteger a las colonias humanas? Ya no tendrán defensores. Los habrás matado a todos.

—Los obin los protegerán a corto plazo —dijo Boutin—. Hasta que podamos crear una nueva fuerza de defensa.

—¿Estás seguro de eso? Cuando les aportes conciencia, ¿por qué necesitarán seguir haciendo algo por ti? ¿O planeas retener su conciencia hasta después de que cumplan tu próxima demanda?

Boutin miró rápidamente al obin, y luego se encaró a Jared.

—No estoy reteniendo nada —dijo—. Lo harán porque han accedido a hacerlo.

—¿Estás dispuesto a poner en peligro la vida de Zoë por eso? Porque es lo que estás haciendo.

—No me des sermones sobre mi hija —escupió Boutin, y se dio media vuelta. Jared se estremeció con tristeza, pensando en las decisiones que iba a tomar.

El obin asintió a Boutin: era el momento. Boutin miró a Jared una vez más.

—¿Algo más que quieras decir antes de empezar? —le preguntó.

—Creo que lo guardaré para más tarde —dijo Jared.

Boutin abrió la boca para preguntar qué quería decir, pero antes de que pudiera hacerlo un ruido estalló fuera de la estación. Parecía un arma muy grande, disparando muy rápidamente.

* * *

Harvey vivía para ese tipo de cosas.

Su principal preocupación mientras se acercaban a la estación científica era que la teniente Sagan esperara que hiciera una de esas aproximaciones metódicas y cautelosas tan de su estilo, algo sibilino que le exigiera andar de puntillas como si fuera un maldito espía o algo por el estilo. Odiaba esas chorradas. Harvey sabía quién era y qué se le daba mejor: era un hijo de puta ruidoso y era bueno haciendo que las cosas se cayeran y explotaran. En sus pocos momentos introspectivos, Harvey se preguntaba si su progenitor, el tipo del que estaba hecho principalmente, no habría sido algo realmente antisocial, como un pirómano o un luchador profesional, o si tal vez había estado en la cárcel por atraco. Quienquiera o lo que quiera que fuese, a Harvey le habría gustado darle un besazo en la boca. Harvey se sentía absolutamente en paz con su naturaleza interior, de un modo que los monjes budistas zen no podrían siquiera imaginar. Y por eso cuando Sagan le dijo que su trabajo sería atraer la atención sobre sí para que Seaborg y ella pudieran hacer el suyo, Harvey bailó por dentro. Estaba seguro de poder atraer la atención sobre sí.

La cuestión era cómo.

Harvey no era especialmente introspectivo, pero eso no significaba que fuese estúpido. Era legal, dentro de sus posibilidades; comprendía el valor de la sutileza aunque no fuera muy sutil, y uno de los motivos por los que podía ser ruidoso y molesto era que no se le daban mal la estrategia y la logística. Se le encargaba un trabajo y lo hacía, normalmente del modo más tendente a la entropía posible, sí, pero también de forma que consiguiera siempre exactamente el objetivo propuesto. Una de las luces que guiaban a Harvey en términos de estrategia era la sencillez; puestos a elegir, Harvey prefería una acción que le permitiera meterse en el meollo de las cosas y luego salir de ellas. Cuando le preguntaban, decía que era su teoría del combate de la navaja de Occam: la manera más simple de darle a alguien una patada en el cuello era normalmente la correcta.

Fue esta filosofía la que hizo que Harvey cogiera el hovercraft que Sagan había robado, se montara en él, y después de unos instantes para comprender su manejo, se lanzara hacia la puerta del comedor de los obin. Cuando se acercaba, la puerta del comedor se abrió hacia adentro: algún obin que iba a cumplir con su servicio después de cenar. Harvey sonrió como un loco, enfiló el hovercraft, y luego frenó lo bastante para (esperaba) volver a meter de un topetazo al puñetero alienígena en la habitación.

Funcionó a la perfección. El obin tuvo tiempo suficiente para chillar sorprendido antes de que el arma del hovercraft lo golpeara de pleno en el pecho, impulsándolo hacia atrás como si fuera un muñeco de cuerda y haciéndoles recorrer casi todo el salón. Los otros obin presentes alzaron la cabeza mientras la víctima de Harvey se precipitaba al suelo, y volvieron sus ojos múltiples hacia la puerta, Harvey, y el hovercraft con su gran arma apuntando al interior.

—¡Hola, chicos! —dijo Harvey con voz cavernosa—. ¡El Segundo Pelotón os envía sus saludos!

Y tras eso, pulsó el botón de disparo y se puso a trabajar.

Las cosas se volvieron algo caóticas justo entonces. Fue jodidamente hermoso.

A Harvey le encantaba su trabajo.

* * *

Desde el otro lado del complejo, Seaborg oyó a Harvey iniciar su feliz trabajo, y no pudo contener un pequeño escalofrío involuntario. No es que a Seaborg no le agradara Harvey, pero después de un par de asaltos de combate con el Segundo Pelotón, tenía la sensación de que si a uno no le gustaba que las cosas explotaran innecesariamente a su alrededor, era mejor permanecer lejos de Daniel Harvey.

El estrépito y los estallidos provocaron exactamente lo que pretendían: los soldados obin del generador abandonaron sus puestos para ir a ayudar a aquellos de sus compañeros que estaban siendo alegremente masacrados en el otro extremo del complejo. Seaborg corrió como pudo hacia los generadores, dolorido, y sorprendió a lo que supuso eran científicos obin cuando entró por la puerta. Abatió a uno con una de aquellas extrañas armas obin, y luego le rompió el cuello al otro. Eso fue más perturbador de lo que esperaba: sintió los huesos o lo que fueran ceder bajo su golpe. Al contrario que Harvey, la violencia no era nunca natural para Seaborg; pocas cosas eran naturales para él. Era algo que había advertido antes y que ocultaba compensándolo en exceso, por lo que los miembros de su escuadrón de instrucción pensaban que era un gilipollas. Lo superó (alguien podía acabar empujándolo por un acantilado si no lo hacía), pero lo que nunca superó fue la idea de que, en el fondo, las Fuerzas Especiales no eran para él.

Seaborg entró en la siguiente sala, que ocupaba la mayor parte del cobertizo y albergaba dos formas enormes que supuso eran las baterías que tenía que destruir. La distracción de Harvey iba a funcionar mientras consiguiera continuar con vida, y Seaborg dudaba de que fuera a ser durante mucho tiempo. Seaborg buscó en la sala controles o paneles que pudieran ayudarle o al menos darle alguna indicación de cómo desconectar la energía. No vio nada; todos los paneles y controles estaban en la sala donde había dejado a los dos obin muertos. Seaborg se preguntó un momento si tendría que haber mantenido a uno de ellos con vida para tratar de convencerlo de que desconectara la central de energía, pero se dijo que tampoco habría tenido éxito.

—Mierda —dijo Seaborg lleno de frustración, y a falta de algo mejor que hacer, levantó el arma obin y disparó contra una de las baterías. El proyectil se clavó en la piel de metal de la enorme batería, levantando momentáneamente chispas, y entones Seaborg oyó un gemido agudo, como aire escapando por un agujero muy pequeño. Miró donde había disparado: un chorro de alta presión de gas verde escapaba por allí. Seaborg lo miró.

«Qué demonios —pensó, alzando el arma y apuntando al agujero por donde manaba el chorro—. Veamos si esa mierda es inflamable».

Lo era.

* * *

El estallido del generador de energía tumbó a Jane Sagan de culo y la regó durante sus buenos tres segundos. Recuperó la visión justo a tiempo de ver tres grandes trozos de la sala del generador dando vueltas por el cielo en su dirección. Sagan retrocedió lo suficiente para evitar los escombros. Por instinto, comprobó su integración para ver si por algún milagro Seaborg había logrado sobrevivir. No había nada allí, por supuesto. Nadie sobrevive a una explosión semejante. Sin embargo, pudo sentir a Harvey, y se sorprendió durante un instante por su orgía de violencia. Sagan devolvió su atención a la estación científica, cuyas ventanas estaban hechas añicos donde se veían partes en llamas, y tardó varios segundos en formular un plan antes de darse cuenta de que volvía a disponer de integración. Desconectar la energía, de algún modo, le había devuelto su CerebroAmigo.

Sagan dedicó dos segundos de forma absolutamente inadecuada a regocijarse por el regreso de su integración y su CerebroAmigo antes de preguntarse si estaría aún integrada con alguien más.

* * *

El estallido derribó a Boutin y al obin al suelo. Jared sintió que su cápsula se estremecía violentamente. Pero se mantuvo en pie, igual que la segunda cápsula. Las luces se apagaron, para ser sustituidas un segundo después por el suave brillo verde de las luces de emergencia. El obin se levantó y se dirigió a la pared para activar el generador secundario del laboratorio. Boutin se irguió, llamó a Zoë y salió corriendo de la sala. Jared lo vio alejarse; también él tenía el corazón en un puño.

:::Dirac —dijo Jane Sagan—. Respóndeme.

La integración fluyó sobre Jared como una luz dorada.

:::Estoy aquí.

:::¿Sigue vivo Boutin? —preguntó Sagan.

:::Sí. Pero ya no es el objetivo de la misión.

:::No te entiendo —dijo Sagan.

:::Jane —dijo Jared, usando por primera vez que ambos pudieran recordar el nombre propio de Sagan—. Zoë está viva. Su hija. Tiene que encontrarla. Tiene que llevársela de aquí lo más rápido posible.

Hubo una vacilación infinitesimal por parte de Sagan.

:::Tienes que contármelo todo. Y será mejor que te des prisa.

Lo más rápidamente que pudo, Jared vació todo lo que Boutin le había contado, incluidas las grabaciones de las conversaciones que había empezado a crear en cuanto Boutin restauró la capacidad de su CerebroAmigo, esperando sin ninguna esperanza que alguien de su escuadrón pudiera haber sobrevivido y encontrado un medio de localizarlo. Sagan no tenía tiempo para revisar todas las conversaciones, pero estaban allí, para el futuro.

:::Tendríamos que llevarnos a Boutin de todas formas —dijo Sagan, después de que Jared terminara.

:::No —Jared envió la palabra con toda la fuerza posible—. Mientras esté vivo, los obin vendrán a por él. Es su clave para lo que más quieren. Si estaban dispuestos a ir a la guerra porque él se lo pidió, irán a la guerra para recuperarlo.

:::Entonces lo mataré.

:::Busque a Zoë. Yo me encargaré de Boutin.

:::¿Cómo?

:::Confíe en mí —dijo Jared.

:::Dirac —empezó a decir Sagan.

:::Sé que no confía en mí. Y sé por qué. Pero también recuerdo lo que me dijo una vez, teniente. Me dijo que, pese a todo, recordara que yo soy Jared Dirac. Se lo digo ahora, teniente. Sé quién soy. Soy Jared Dirac, de las Fuerzas Especiales de la Unión Colonial, y mi trabajo es salvar a la humanidad. Le pido que confíe en que voy a hacer mi trabajo.

Una pausa infinitamente larga. Desde el pasillo, Jared oyó a Boutin volver al laboratorio.

:::Haz tu trabajo, soldado —dijo Sagan.

:::Lo haré —respondió Jared—. Gracias.

:::Buscaré a Zoë.

:::Dígale que es amiga del señor Jared, y que su papá y él le dijeron que podía ir con usted. Y no olvide su elefanta de peluche.

Jared envió información sobre dónde pensaba que estaría Zoë, pasillo abajo.

:::No lo olvidaré —dijo Sagan.

:::Tengo que romper la integración con usted ahora. Adiós, teniente. Gracias. Gracias por todo.

:::Adiós, Jared —dijo Sagan, y antes de romper la integración le envió una oleada de algo que parecía consuelo. Y seguidamente se marchó.

Jared se quedó solo.

Boutin entró de nuevo en el laboratorio y le gritó algo al obin, que manejó algunos interruptores. Las luces volvieron a encenderse.

—Terminemos con esto —le dijo Boutin al obin—. Nos atacan. Hay que acabar cuanto antes.

Boutin miró a Jared brevemente. Éste tan sólo sonrió y cerró los ojos. Oyó los sonidos del obin trasteando en el panel, a Boutin abriendo la cápsula nido y entrando en ella, y el bajo zumbido de su propia cápsula acumulando energía para la transferencia de conciencia.

Lo que más lamentaba Jared al final de su vida era que hubiese durado tan poco. Sólo un año. Pero qué año, con tanta gente y experiencias. Jared caminó con ellos en su mente y sintió su presencia una última vez: Jane Sagan, Harry Wilson, Cainen. El general Mattson y el coronel Robbins. El Segundo Pelotón, y la intimidad que compartían en la integración. El extraño capitán Martin y los gamoranos. Los chistes compartidos con el teniente Cloud. Sarah Pauling, tan querida. Y Zoë. Zoë, que viviría, si Sagan podía encontrarla. Y lo haría.

«No —pensó Jared—. Ningún pesar. Ninguno. Por nada».

Jared oyó el suave zumbido cuando el obin inició la secuencia de transferencia. Se contuvo todo el tiempo que pudo. Luego se soltó.

* * *

Zoë gritó cuando el gran rugido sacudió su habitación haciendo que ella se cayera de la cama y el televisor se desprendiera de la pared. La niñera se acercó para ver si se encontraba bien, pero Zoë la apartó. No quería a la niñera, quería a papá, y en efecto un minuto después él entró por la puerta, la cogió en brazos y la consoló. Le dijo que todo iba a salir bien. Entonces la soltó y le dijo que dentro de unos minutos el señor Jared iría a por ella, que tenía que hacer lo que el señor Jared dijera, pero que de momento esperase en su habitación con la niñera, porque allí estaría a salvo.

Zoë lloró de nuevo durante un minuto y le dijo a su papá que no quería que se marchara. Él dijo que nunca volvería a dejarla. Eso no tenía sentido porque el señor Jared iba a ir a por ella dentro de un momento para llevársela, pero hizo que se sintiera mejor de todas formas. Entonces papá le dijo algo a la niñera y se marchó. La niñera fue al salón y volvió con una de esas armas que usaban los obin. Eso le pareció extraño porque, que Zoë supiera, la niñera nunca había usado un arma antes. No hubo más explosiones, pero de vez en cuando Zoë pudo oír disparos, haciendo pop pop pop en algún lugar del exterior. Zoë volvió a su cama, agarró a Celeste y esperó al señor Jared.

La niñera soltó un alarido, apuntó con el arma a algo que Zoë no pudo ver y luego salió corriendo por la puerta. Zoë gritó y se escondió bajo la cama, recordando lo que pasó en Covell y preguntándose si aquellas cosas parecidas a pollos iban a venir a por ella otra vez como hicieron allí. Oyó algunos golpes en la habitación de al lado y luego un grito. Zoë se tapó los oídos y cerró los ojos.

Cuando volvió a abrirlos había un par de pies en la habitación, acercándose a la cama. Zoë se puso una mano en la boca para callarse, pero no pudo evitar un gemido o dos. Entonces los pies se convirtieron en rodillas y luego apareció una cabeza ladeada y dijo algo. Zoë chilló y trató de escabullirse, abrazada a Celeste, pero en cuanto salió la mujer la agarró y la sostuvo en brazos. Zoë pataleó y gritó, y tardó un momento en darse cuenta de que la mujer repetía su nombre una y otra vez.

—Tranquila, Zoë —decía la mujer—. Tranquila. Shhhh. Shhh. No pasa nada.

Al cabo de un rato, Zoë dejó de intentar escapar y volvió la cabeza.

—¿Dónde está mi papá? ¿Dónde está el señor Jared?

—Los dos están ocupados ahora mismo —dijo la mujer, todavía sujetando a Zoë—. Me dijeron que viniera a por ti y me asegurara de que estás bien. Soy la señorita Jane.

—Papá dijo que tenía que esperar aquí al señor Jared.

—Lo sé. Pero ahora mismo los dos tienen cosas que hacer. Están pasando muchas cosas ahora mismo y no pueden venir a buscarte. Por eso me enviaron a mí, para cuidarte.

—La niñera me cuida.

—La niñera ha tenido que irse. Hay muchas cosas que hacer ahora mismo.

—He oído un ruido muy fuerte —dijo Zoë.

—Bueno, ésa es una de las cosas que mantienen ocupado a todo el mundo —dijo la señorita Jane.

—Vale —dijo Zoë, vacilante.

—Mira, Zoë. Lo que quiero es que pases tus brazos alrededor de mis hombros, y tus piernas por mi cintura; que te agarres con todas tus fuerzas a mí, y mantengas los ojos cerrados hasta que yo te diga que puedes abrirlos. ¿Podrás hacerlo?

—Aja. ¿Pero cómo agarraré a Celeste?

—Bueno, pongámosla entre tú y yo aquí mismo —dijo la señorita Jane, y colocó a Celeste entre su barriga y la de Zoë.

—Se aplastará —dijo Zoë.

—Lo sé. Pero no le pasará nada. ¿Estás preparada?

—Estoy preparada.

—Entonces cierra los ojos y agárrate fuerte —dijo la señorita Jane, y Zoë se agarró, aunque cuando salieron el dormitorio no había cerrado los ojos todavía, y al llegar al salón Zoë vio a lo que parecía ser la niñera durmiendo en el suelo. Entonces Zoë cerró los ojos y esperó a que la señorita Jane le dijera que volviese a abrirlos.

* * *

Los obin que Sagan había encontrado en el edificio la evitaban, haciéndole creer que estaban especializados como científicos, pero de vez en cuando uno de ellos intentaba dispararle o atacarle físicamente. No había suficiente espacio para empuñar el molesto rifle obin con precisión; Sagan se contentó con el cuchillo y trató de ser rápida. Esta medida estuvo a punto de fallarle cuando el obin que cuidaba a Zoë casi le arrancó la cabeza; Sagan arrojó el cuchillo para distraer a la criatura y luego se lanzó contra ella, luchando a brazo partido. Sagan había tenido suerte de que mientras rodaban por el suelo la obin se enganchara una pierna con los muebles; eso le dio tiempo suficiente para librarse de su tenaza, ponerse encima y estrangularla hasta matarla. Tras encontrar a Zoë y cogerla en brazos, llegó el momento de salir de allí.

:::Harvey —dijo Sagan.

:::Ahora mismo estoy ocupado —respondió Harvey. A través de su integración, Sagan pudo verlo abriéndose paso hacia un nuevo hovercraft. Había estrellado el anterior contra una nave que intentaba despegar y matarlo desde las alturas.

:::Tengo el objetivo y necesito apoyo. Y un vehículo.

:::Cinco minutos y tendrá ambas cosas —dijo Harvey—. Pero no me agobie.

:::No te estoy agobiando —respondió Sagan, y entonces interrumpió la conversación. El pasillo ante el apartamento de Boutin se extendía hacia el norte, más allá del laboratorio, y hacia el este, hacia otras partes del edificio. El pasillo del laboratorio la conectaría más rápidamente con un lugar donde Harvey pudiera recogerla, pero Sagan no quería arriesgarse a que Zoë viera a su padre o a Jared al pasar. Suspiró, volvió al apartamento y recuperó el arma obin, sosteniéndola torpemente. Era un arma para dos manos, y manos obin, no humanas. Sagan esperó que todo el mundo hubiera abandonado el edificio o estuviera ocupado con Harvey, para no tener que usarla.

Tuvo que hacerlo tres veces, la tercera para golpear con ella a un obin después de quedarse sin munición. El obin gritó. También gritó Zoë cada vez que Sagan empleó el arma. Pero mantuvo los ojos cerrados, como había prometido.

Sagan llegó al lugar por donde había entrado en el edificio, una ventana destruida en la planta baja junto a una escalera.

:::¿Dónde estás? —le preguntó a Harvey.

:::Lo crea o no, los obin no están dispuestos a prestarme su equipo —envió Harvey—. Deje de meterme bulla. Estaré allí pronto.

—¿No estamos a salvo todavía? —preguntó Zoë, con la voz apagada porque tenía la cabeza enterrada en el cuello de Sagan.

—Todavía no. Pronto, Zoë.

—Quiero a mi papá.

—Lo sé, Zoë —dijo Sagan—. Shhh.

Sagan oyó movimiento en los pisos de arriba.

«Vamos, Harvey —pensó—. Muévete».

* * *

Los obin estaban empezando a fastidiar a Harvey. Cargarse a un par de docenas en el comedor había sido una experiencia única y satisfactoria, cierto, catártica, sobre todo a la luz de cómo los hijos de puta obin mataron a la mayor parte del Segundo Pelotón. Y empotrar el pequeño hovercraft contra aquella nave había producido sus propios placeres especiales. Pero una vez Harvey se quedó sin vehículo, empezó a darse cuenta de cuántos malditos obin había y de que era mucho más difícil manejarlos si ibas a pie. Y luego llamó Sagan (integrada de nuevo, menos mal), pero para decirle que necesitaba un transporte. Como si él no estuviera ocupado.

«Es la jefa», se dijo Harvey. Apoderarse de uno de los hovercrafts aparcados iba a ser difícil; los obin los guardaban en un patio que sólo tenía una entrada. Y había al menos dos obin dando vueltas, buscándolo.

«Y mira, ahí viene uno ahora», pensó Harvey, cuando uno apareció ante su vista. Harvey estaba agazapado y trataba de no llamar la atención, pero salió al descubierto y agitó las manos.

—¡Eh! —gritó—. ¡Capullo! ¡Ven a por mí, cabrón hijo de puta!

Ya fuera porque lo escuchó o porque lo vio moverse, el obin que manejaba el hovercraft se volvió hacia Harvey.

«Muy bien —pensó Harvey—, ¿y ahora qué coño hago?»

Lo primero era apartarse del chorro de flechas que salió disparado por el cañón del hovercraft. Harvey rodó, se levantó con una voltereta y apuntó su arma obin para disparar. El primer disparo ni siquiera se acercó. El segundo voló la nuca del obin.

«Por eso hay que llevar casco, gilipollas», pensó Harvey, y fue a recoger su pieza y luego a rescatar a Sagan. Por el camino varios obin a pie trataron de hacerle a Harvey lo que él le había hecho previamente al obin que conducía antes el hovercraft. Harvey prefirió dejarlos atrás en vez de dispararles, pero tampoco fue muy puntilloso al respecto.

:::Aquí está el transporte —le dijo Harvey a Sagan, y luego se sorprendió más que bastante cuando vio lo que Sagan llevaba en brazos—. Eso es una niña.

:::Lo sé —contestó Sagan, colocando a Zoë en posición segura en el hovercraft—. Ve a la cápsula de captura lo más rápido que puedas.

Harvey aceleró a fondo y voló en línea recta. No parecía que los fueran a perseguir de modo inmediato.

:::Creía que teníamos que llevarnos de vuelta a Boutin —dijo Harvey.

:::Cambio de planes.

:::¿Dónde está Boutin?

:::Dirac se está encargando de él.

:::Dirac —dijo Harvey, de nuevo sorprendido—. Supuse que estaba muerto.

:::Estoy casi segura de que lo está —dijo Sagan.

:::¿Entonces cómo va a encargarse de Boutin?

:::No tengo ni idea —dijo Sagan—. Sólo sé que lo hará.

* * *

Boutin abrió los ojos en un cuerpo completamente nuevo.

«Bueno, nuevo no —corrigió—. Moderadamente usado».

Su ayudante obin abrió su cápsula y lo ayudó a salir. Boutin dio unos pocos pasos vacilantes y luego unos cuantos más seguros. Contempló el laboratorio y le fascinó ver que era mucho más vibrante y atractivo, como si sus sentidos hubieran estado en poca resolución toda su vida y ahora de repente hubieran sido ampliados al máximo. Incluso un laboratorio de ciencias tenía buen aspecto.

Boutin miró su antiguo cuerpo, muerto cerebralmente pero aún respirando; moriría por su cuenta dentro de unas horas o de un día como mucho. Boutin usaría las capacidades de este nuevo cuerpo para registrar su muerte y luego llevar consigo la prueba a la cápsula de captura, junto con su hija. «Si la cápsula sigue allí», corrigió rápidamente. Estaba claro que el escuadrón de las Fuerzas Especiales que habían capturado había logrado escapar de algún modo. Uno de ellos podría habérsela llevado. «Bueno —pensó Boutin—, no importa». Ya estaba tejiendo una historia alternativa en su cabeza, donde él (como Dirac) mataba a Boutin. Los obin, negado su premio de conseguir conciencia, detendrían la guerra y le darían a Dirac permiso para marcharse con el cadáver de Boutin y con Zoë.

«Mmm, eso no es creíble del todo», pensó Boutin. Tendría que perfilar los detalles. La historia que ideara, no obstante…

Boutin fue de pronto consciente de una pequeña imagen que fluctuaba en su campo de visión. Era la imagen de un sobre.

«Tienes un mensaje de Jared Dirac —decía un bloque de texto que apareció al pie de su campo de visión—. Para abrirlo, di “abre”.»

—Abre —dijo Boutin en voz alta. Qué curioso.

El sobre se abrió y luego desapareció. En vez de un mensaje de texto, era un mensaje de voz.

—Hola, Boutin —decía, con una voz simulada que sonaba igual que la de Dirac…, igual que él ahora mismo, en realidad, corrigió Boutin—. Veo que has seguido adelante y has tomado este cuerpo. Pero antes de irme, desearía dejarte algunos pensamientos finales.

»Una criatura sabia me dijo una vez que era importante tomar decisiones —continuó la voz—. A lo largo de gran parte de mi corta vida no he tomado ninguna decisión, o al menos ninguna de importancia. Pero ahora, al final de mi vida, me enfrento a una encrucijada. No puedo elegir vivir o morir: tú has tomado esa decisión por mí. Pero cuando me dijiste que no tenía más remedio que ayudarte con tus planes, cometiste un error. Tengo una alternativa, y la he tomado.

»Mi decisión es no ayudarte. No puedo juzgar si la Unión Colonial es el mejor gobierno para la humanidad: no tuve tiempo para aprender todo lo que debería haber aprendido al respecto. Pero decido no arriesgar la muerte de millones e incluso miles de millones de personas ayudándote a orquestar su caída. Puede que sea una opción errónea. Pero es mi decisión, la que creo que me permite hacer mejor aquello para lo que nací. Mantener a salvo a la humanidad.

»La ironía, Boutin, es que tú y yo compartimos muchos de los mismos pensamientos, compartimos una conciencia común, y tal vez compartimos el mismo objetivo de hacer lo mejor para nuestro pueblo…, y sin embargo, con todo lo que tenemos en común, hemos llegado a conclusiones opuestas sobre cómo conseguirlo. Ojalá hubiéramos tenido más tiempo para que yo hubiera podido conocerte como amigo y hermano, en vez de lo que he sido para ti, un receptáculo donde vaciarte. Ahora es demasiado tarde para eso. Demasiado tarde para mí, y aunque no te das cuenta, también demasiado tarde para ti.

»Sea como sea, quiero darte las gracias. Para bien o para mal, viví gracias a ti, y durante un breve período de tiempo, pude experimentar las alegrías y tristezas que tiene que ofrecer la vida. Y pude conocer y amar a Zoë, por quien ahora rezo para que encuentre un modo de estar a salvo. Te debo la vida, Charles, igual que te debo la muerte.

»Ahora, permíteme una disgresión, que te prometo llegará a un punto importante. Quizá sepas, o tal vez no, que una de las cosas interesantes de la SangreSabia es su capacidad para oxidarse instantáneamente…, de entrar en combustión. No puedo evitar pensar que alguien codificó esa propiedad en la SangreSabia como una especie de broma cruel, porque la primera vez que la vi en acción fue cuando alguien la usó para matar a unos insectos que intentaban chuparle la SangreSabia. Pero también resultó ser útil: una vez me salvó la vida en combate.

»Charles, has creado un virus que planeas usar para conquistar la Unión Colonial. Tú entiendes de virus, ya que se relacionan con los ordenadores, así que tal vez hayas oído el término troyano. Este mensaje, mi amigo y hermano, es un troyano. Cuando abriste la carta, también ejecutaste un programita que he creado. El programa instruye a todos los nanobots de mi SangreSabia para que entren en combustión simultáneamente a una orden mía. Calculo que el tiempo que tardará el programa en propagarse por toda mi SangreSabia es exactamente el mismo que tardarás tú en escuchar este mensaje.

»Vamos a comprobarlo.

* * *

Sagan recibió un mensaje cuando estaba colocando a Zoë en la cápsula de captura. Era de Jared Dirac.

:::Si lee esto, Charles Boutin está muerto —decía—. Programé este mensaje para que se enviara después de que mi antiguo CerebroAmigo ejecutara un programa para hacer arder mi SangreSabia. Si la combustión no lo mata (y lo hará) morirá de asfixia dentro de unos pocos minutos. Sea como sea, ha muerto y yo también. No sé si lo conseguirá, pero espero que sí, y que esté a salvo y bien. Adiós, teniente Sagan. Me alegro de haberla conocido. Y si vuelve a ver a Cainen, dígale que le escuché y tomé mi decisión.

Sagan compartió el mensaje con Harvey.

:::Muy bonito —dijo Harvey—. Fue miembro de las Fuerzas Especiales hasta la médula.

:::Sí que lo fue —dijo Sagan, y empujó a Harvey hacia la cápsula de captura—. Sube, Harvey.

:::Está bromeando —dijo Harvey.

:::Alguien tiene que volver con Zoë. Yo soy la oficial al mando. Me quedo.

:::Teniente, esa niña no me conoce. Es usted quien la sacó de ahí. Es usted quien tiene que volver con ella. Y además, no quiero volver todavía. Me lo estoy pasando demasiado bien. Calculo que entre ahora mismo y el momento en que la Unión Colonial deje caer una roca sobre este lugar, podré limpiarlo todo. Y cuando acabe, tal vez vaya a ver si queda algo que merezca la pena rescatar. Así que márchese usted, Sagan. Que envíen una cápsula de captura para mí dentro de un par de días. Estaré bien o estaré muerto. De cualquier forma, me lo pasaré bien.

:::Muy bien —dijo Sagan—. Si vuelves a entrar en el complejo, trata de conseguir los artilugios de almacenamiento del módulo de transferencia del laboratorio de Boutin. Que sea una prioridad.

:::¿Qué hay en ellos?

:::No es qué. Es quién.

Hubo un zumbido en la distancia.

:::Vienen a por nosotros —dijo Harvey—. Suba, teniente.

—¿Estamos a salvo ahora? —preguntó Zoë, unos minutos después del lanzamiento.

—Sí, Zoë. Creo que sí.

—¿Cuándo va a venir papá a verme?

—No lo sé, Zoë —dijo Sagan, y le acarició el pelo a la niña—. No lo sé.

En el estrecho compartimento de la cápsula de captura, Zoë extendió los brazos. Sagan la abrazó.