Capítulo 12

Consiguieron eludir a los obin durante media hora antes de ser acorralados.

El escuadrón habría hecho mejor separándose y atrayendo a los obin hacia varias direcciones, para abrir la posibilidad de que uno o más pudieran escapar a expensas del sacrificio de los demás. Pero permanecieron juntos, compensando la falta de integración con permanecer a la vista de los otros. Jared los dirigió al principio, seguido por Sagan, que arrastraba a Wigner. En algún punto del camino, Jared y Sagan intercambiaron papeles y Sagan los condujo hacia el norte, lejos de los obin que los perseguían.

Un gemido distante se hizo más fuerte; Jared miró a través de las copas de los árboles y vio un aparato aéreo obin que los seguía y luego se desviaba hacia el norte. Ante él, Sagan se dirigió a la derecha y se encaminó hacia el este: también había oído el aparato. Unos cuantos minutos más tarde un segundo aparato apareció y siguió de nuevo al escuadrón, deteniéndose a unos diez metros sobre la copa de los árboles. Hubo un inmenso estrépito y las ramas cayeron y explotaron alrededor de los soldados: los obin habían abierto fuego. Sagan se detuvo cuando balas de enorme tamaño levantaron el polvo a su alrededor. Se acabó el ir hacia el este; el escuadrón se volvió hacia el norte. El aparato aéreo viró y los siguió, rodándolos de balas cuando se detenían o cuando se desviaban demasiado hacia el este o el oeste. No los estaba persiguiendo: los conducía eficazmente hacia un destino desconocido.

Ese destino apareció diez minutos más tarde, cuando el escuadrón emergió en otro prado más pequeño donde los obin que ocupaban el primer aparato los estaban esperando. Tras ellos, el segundo aparato se disponía a aterrizar. El grupo inicial de obin, que nunca habían dejado muy atrás, se hizo ahora visible a través de los árboles.

Wigner, aún no recuperado por completo del trauma mental de estar desconectado, se apartó de Jared y alzó su MP, aparentemente decidido a no morir sin luchar. Apuntó al grupo de obin que los esperaba en el prado y apretó el gatillo. No sucedió nada. Para impedir que los MP fueran utilizados contra los soldados de las FDC por sus enemigos, el MP requería una verificación por parte del CerebroAmigo para disparar. No recibió ninguna. Wigner rugió lleno de frustración, y luego todo por encima de sus cejas desapareció cuando un único disparo le voló la cabeza. Se desplomó. En la distancia, Jared pudo ver a un soldado obin bajando su arma.

Jared, Sagan, Harvey y Seaborg se acercaron, desenvainaron sus cuchillos de combate y se colocaron espalda contra espalda, cada uno encarándose a una dirección distinta. Desenvainar los cuchillos era un inútil gesto de desafío: ninguno de ellos creía que los obin tuvieran que acercarse para matarlos a todos. Pero sintieron cierto consuelo al saber que morirían cerca unos de otros. No era la integración, pero era lo mejor que podían esperar.

El segundo aparato había aterrizado ya. De su interior emergieron seis obin, tres con armas, dos con otro equipo, y uno con las manos vacías. El de las manos vacías se dirigió hacia los humanos con el peculiar paso de su raza, y se detuvo a una distancia prudencial, la espalda cubierta por los tres obin que empuñaban armas. Sus parpadeantes ojos múltiples parecieron fijarse en Sagan, que era quien tenía más cerca.

—Rendíos —dijo, en inglés sibilante pero claro.

Sagan parpadeó.

—¿Cómo dices?

Por lo que sabía, los obin nunca hacían prisioneros.

—Rendíos —repitió el obin—. Moriréis si no lo hacéis.

—¿Nos dejarás vivir si nos rendimos? —dijo Sagan.

—Sí.

Jared miró a Sagan, que estaba a su derecha; pudo ver que sopesaba la oferta. A él le parecía bien; quizá los obin los matarían a todos si se rendían, pero sin duda lo harían si no lo hacían. No ofreció su opinión a Sagan: ella no se fiaba de él ni quería oír su opinión sobre nada.

—Bajad las armas —dijo Sagan por fin.

Jared soltó su cuchillo y se descargó el MP; los demás hicieron lo mismo. Los obin también les hicieron quitarse las mochilas y cinturones, dejándoles sólo sus unicapotes. Un par de obin que formaban parte del grupo original que los perseguía se acercaron a recoger las armas y el equipo y se los llevaron a las naves. Cuando uno pasó delante de Harvey, Jared notó que su compañero se tensaba. Sospechó que Harvey hacía esfuerzos por no darle una patada.

Sin las armas y el equipo, Jared y los otros fueron obligados a separarse mientras los obin que portaban aquel equipo lo pasaban por sus cuerpos, buscando armas ocultas. Los dos obin escanearon a los otros tres y luego se dirigieron a Jared, sólo para interrumpir su examen. Uno de ellos hizo un comentario al jefe obin en su idioma nativo. El jefe obin se acercó a Jared, con dos obin armados detrás.

—Tú vienes con nosotros —dijo.

Jared miró a Sagan, buscando pistas sobre cómo quería ella que reaccionara, pero no hubo ninguna.

—¿Adonde voy a ir? —preguntó Jared.

El jefe obin se volvió y dijo algo. Uno de los obin que tenía detrás alzó su arma y le disparó a Steve Seaborg en la pierna. Seaborg cayó al suelo gritando.

El jefe obin devolvió su atención a Jared.

—Tú vienes con nosotros —repitió.

—¡Joder, Dirac! —dijo Seaborg—. ¡Ve con los puñeteros obin!

Jared se salió de la fila y permitió que lo escoltaran hacia el aparato.

* * *

Sagan vio cómo Jared se salía de la fila y durante un instante pensó en abalanzarse contra él y romperle el cuello, privando así a los obin y a Boutin de su premio y asegurando que Dirac no tuviera la oportunidad de hacer ninguna estupidez. El momento pasó y, además, habría sido muy difícil conseguirlo. Y entonces todos habrían muerto con absoluta certeza. Tal como estaban las cosas, al menos aún seguían con vida.

El jefe obin volvió su atención hacia Sagan, a quien reconocía como líder del escuadrón.

—Vosotros os quedáis —dijo, y se marchó antes de que Sagan pudiera decir nada. Le teniente dio un paso adelante para dirigirse al obin que ya se retiraba, pero al hacerlo tres obin avanzaron, empuñando sus armas. Sagan levantó las manos y retrocedió, pero los obin continuaron avanzando, indicándole que ella y el resto del escuadrón tenían que moverse.

Sagan se volvió hacia Seaborg, que todavía estaba en el suelo.

—¿Cómo está tu pierna?

—El unicapote se lo quedó casi todo —dijo él, refiriéndose a la habilidad del unicapote para endurecerse y absorber parte del impacto de un proyectil—. No es tan grave. Sobreviviré.

—¿Puedes caminar?

—Mientras no se me exija que me guste.

—Entonces, vamos —dijo Sagan, y le tendió la mano para ayudarle a levantarse—. Harvey, encárgate de Wigner.

Daniel Harvey se acercó al soldado muerto y se lo cargó a la espalda.

Los condujeron a una depresión ligeramente apartada del centro del prado; el pequeño grupito de árboles que había dentro sugería que el lecho de rocas de debajo se había erosionado. Cuando llegaron a la depresión, Sagan oyó el zumbido de una nave que despegaba y un segundo zumbido que indicaba que llegaba otra. Esta última, más grande que las otras dos, aterrizó cerca de la depresión, y de sus entrañas salieron rodando una serie de máquinas idénticas.

—¿Qué demonios son esas cosas? —preguntó Harvey, soltando el cadáver de Wigner. Sagan no respondió. Observó cómo las máquinas se colocaban alrededor del perímetro de la hondonada, ocho en total. Los obin que habían venido con las máquinas se subieron en lo alto y retiraron las coberturas de metal, revelando grandes cañones de flechas. Cuando todas las cubiertas fueron retiradas, uno de los obin activó las armas, que se cargaron ominosamente y empezaron a rastrear objetos.

—Es una cerca —dijo Sagan—. Nos han encerrado aquí dentro.

Sagan probó a dar un paso hacia una de las armas, que giró hacia ella y siguió su movimiento. Dio otro paso adelante y la máquina emitió un doloroso y agudo chirrido; Sagan asumió que servía como aviso de proximidad. Imaginó que otro paso más y acabaría como mínimo con un disparo en el pie, pero no se molestó en comprobar la hipótesis. Retrocedió; el arma apagó su sirena pero no dejó de seguirla hasta que se retiró varios pasos.

—Tenían estos aparatos esperándonos —dijo Harvey—. Muy bonito. ¿Cuáles cree que son nuestras probabilidades?

Sagan contempló las armas.

—Las probabilidades son malas —dijo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Harvey.

—Son de la estación científica —dijo Sagan, señalando las armas—. Tienen que serlo. No hay ningún otro tipo de instalación cerca de aquí. Y éstas no son las cosas típicas que tendría que haber en una instalación científica. Las han usado antes para encerrar a gente.

—Sí, vale —dijo Seaborg—. ¿Pero a quién? ¿Y por qué?

—Seis naves de las Fuerzas Especiales han desaparecido —dijo Sagan, omitiendo la que los obin atacaron y destruyeron—. Esas tripulaciones fueron a alguna parte. Tal vez las trajeron aquí.

—Eso sigue sin responder por qué.

Sagan se encogió de hombros. No había resuelto todavía esa parte.

El aire se llenó del sonido de las naves al despegar. El ruido de los motores se atenuó, dejando atrás solamente los sonidos ambientales de la naturaleza.

—Magnífico —dijo Harvey. Le lanzó una piedra a una de las armas; la máquina siguió la piedra pero no le disparó—. Estamos aquí sin comida, ni agua ni refugio. ¿Cuáles creéis que son las probabilidades de que los obin nunca vuelvan a por nosotros?

Sagan pensó que esas probabilidades eran realmente muy grandes.

* * *

—Así que tú eres yo —le dijo Charles Boutin a Jared—. Qué curioso. Pensaba que sería más alto.

Jared no dijo nada. Al llegar a la estación científica le habían confinado a una cápsula nido, perfectamente asegurada, y lo condujeron a través de altos pasillos desnudos hasta que llegó a lo que supuso era un laboratorio, lleno de máquinas desconocidas. Jared se quedó allí durante lo que parecieron horas hasta que Boutin entró y se acercó a la cápsula, para examinarlo físicamente como si fuera un insecto grande y muy interesante. Jared esperaba que Boutin se acercara lo suficiente para poder darle un cabezazo. No lo hizo.

—Eso ha sido una broma —le dijo Boutin.

—Lo sé —respondió Jared—. Pero no tenía gracia.

—Bueno, estoy desentrenado. Ya habrás advertido que los obin no suelen ir por ahí soltando chascarrillos.

—Me he dado cuenta —dijo Jared. Durante todo el viaje hasta la estación científica, los obin habían guardado absoluto silencio. Las únicas palabras que el jefe obin le había dicho fueron «sal» cuando llegaron y «entra» cuando abrió la cápsula nido portátil.

—Puedes echarle la culpa a los consu por eso —dijo Boutin—. Cuando crearon a los obin supongo que se les olvidó incluir el ingrediente humorístico. Entre las muchas otras cosas que al parecer olvidaron.

A su pesar (o a causa de los recuerdos y la personalidad que tenía en la cabeza), Jared le prestó atención.

—¿Entonces es cierto? —preguntó—. Los consu elevaron a los obin.

—Si quieres llamarlo así… Aunque la palabra elevar por naturaleza implica buenas intenciones por parte del elevador, y no es el caso. Por lo que he deducido gracias a los obin, los consu se preguntaron un día qué pasaría si volvieran inteligente a una especie. Así que vinieron a Obinur, encontraron un omnívoro en un nicho ecológico menor, y lo dotaron de inteligencia. Ya sabes, sólo por ver qué pasaba a continuación.

—¿Y qué pasó a continuación?

—Una larga serie en cascada de consecuencias imprevistas, amigo mío —dijo Boutin—. Que terminan, por ahora, contigo y conmigo aquí en este laboratorio. Una línea directa desde entonces hasta hoy.

—No comprendo.

—Pues claro que no. No tienes todos los datos. Yo no tenía todos los datos antes de venir aquí, así que aunque supieras todo lo que yo sé, no lo sabrías. ¿Cuánto de lo que yo sé sabes?

Jared no dijo nada. Boutin sonrió.

—Suficiente, de todas formas —dijo—. Puedo decir que tienes algunos de mis mismos intereses. Vi cómo prestabas atención cuando mencioné a los consu. Pero tal vez deberíamos empezar con cosas sencillas. Por ejemplo, ¿cómo te llamas? Me resulta desconcertante hablar con mi cuasi-clon sin poder llamarte de ninguna forma.

—Jared Dirac.

—Ah —dijo Boutin—. Sí, el protocolo de nombres de las Fuerzas Especiales. Primer nombre aleatorio, apellido de científico famoso. Trabajé con las Fuerzas Especiales durante un tiempo…, indirectamente, ya que a vosotros no os gusta que las Fuerzas no-especiales se interpongan. ¿Cuál es el nombre que nos dais?

—Realnacidos —dijo Jared.

—Eso es. Os gusta pensar que sois distintos de los realnacidos. De todas formas, el protocolo de nombres de las Fuerzas Especiales siempre me ha divertido. El conjunto de apellidos es bastante limitado. Un par de centenares o así, y la mayoría basados en científicos europeos clásicos. ¡Por no mencionar los nombres de pila! Jared. Brad. Cynthia. John. Jane —fue diciendo los nombres con humorístico desdén—. Apenas hay nombres que no sean occidentales entre ellos, aunque sin motivo, ya que las Fuerzas Especiales no se reclutan en la Tierra como el resto de las FDC. Podrías haberte llamado Yusef al-Biruni y habría sido lo mismo. El grupo de nombres que emplean dice algo sobre la ideología de la gente que los creó a ellos, que te creó a ti. ¿No te parece?

—Me gusta mi nombre, Charles —dijo Jared.

Touché —respondió Boutin—. Pero yo recibí mi nombre por tradición familiar, mientras que el tuyo fue un cortar y pegar. No es que haya nada malo en llamarse «Dirac». Por Paul Dirac, sin duda. ¿Has oído alguna vez hablar del «mar de Dirac»?

—No.

—Dirac propuso que el vacío era, en realidad, un enorme mar de energía negativa —dijo Boutin—. Y es una imagen encantadora. Algunos físicos de su época pensaron que era una hipótesis poco elegante, y tal vez lo fuera. Pero era poética, y no apreciaron ese aspecto. Pero para ti es física. No eres precisamente experto en poesía. Los obin son excelentes físicos, y ninguno de ellos sabe más de poesía que un pollo. Desde luego, no apreciarían el mar de Dirac. ¿Cómo te sientes?

—Aprisionado —dijo Jared—. Y necesito mear.

—Pues mea. No me importa. La cápsula se limpia sola, naturalmente. Y estoy seguro de que tu unicapote podrá retirar la orina.

—No sin que yo se lo diga a mi CerebroAmigo —respondió Jared. Sin comunicación con el propietario del CerebroAmigo, los nanobots del tejido del unicapote sólo mantenían las propiedades defensivas básicas, como endurecerse ante los impactos, diseñadas para mantener a salvo a su propietario cuando había pérdida de conciencia o traumas en el CerebroAmigo. Las capacidades secundarias, como la habilidad para secar el sudor o la orina, se consideraban no esenciales.

—Ah —dijo Boutin—. Bueno, déjame que lo resuelva.

Boutin se dirigió a un objeto que había sobre una de las mesas del laboratorio y lo pulsó. De repente la gruesa cobertura de algodón que entorpecía el cerebro de Jared se alzó, y su CerebroAmigo volvió a funcionar. Jared ignoró su necesidad de orinar en un frenético intento por contactar con Jane Sagan.

Boutin lo observó con una sonrisita en el rostro.

—No funcionará —dijo, después de contemplar durante un minuto los esfuerzos internos de Jared—. La antena que hay aquí es lo bastante fuerte para causar interferencias en unos diez metros. Funciona en el laboratorio y nada más. Tus amigos siguen bloqueados. No puedes contactar con ellos. No puedes contactar con nadie.

—No se pueden bloquear los CerebroAmigos —dijo Jared. Los CerebroAmigos transmitían a través de una serie de corrientes múltiples, redundantes y encriptadas, cada una comunicándose a través de una pauta cambiante de frecuencias que se generaba con una clave única creada cuando un CerebroAmigo contactaba con otro. Era virtualmente imposible bloquear siquiera una de aquellas corrientes; bloquearlas todas sería inaudito.

Boutin se acercó a la antena y volvió a pulsarla; la cobertura de algodón en la cabeza de Jared regresó.

—¿Decías? —preguntó Boutin. Jared contuvo la urgencia de gritar. Un minuto después, Boutin volvió a conectar la antena—. Normalmente, tienes razón —dijo—. Supervisé la última ronda de protocolos de comunicación del CerebroAmigo. Ayudé a diseñarlos. Y tienes toda la razón. No se pueden bloquear las corrientes de comunicación, no sin usar una fuente emisora tan alta como para interceptar todas las posibles transmisiones, incluida la tuya propia.

»Pero yo no bloqueo los CerebroAmigos de esa forma. ¿Sabes lo que es una «puerta trasera»? Es una entrada de fácil acceso que un programador o un diseñador deja para sí en un programa o diseño complejo, para poder meterse en las entrañas de aquello en lo que trabaja sin tener que ir saltando a través de aros. Coloqué una puerta trasera en el CerebroAmigo que sólo se abre con mi señal de verificación. La puerta trasera fue diseñada para dejarme monitorizar la función del CerebroAmigo en los prototipos para esta última repetición, pero también me permitió forzar las capacidades para calcular ciertas funciones cuando viera una oportunidad. Una de las cosas que puedo hacer es desconectar las capacidades transmisoras. No está en el diseño, así que nadie más que yo sabe que eso puede hacerse.

Boutin se detuvo un segundo y observó a Jared.

—Pero tú deberías haber sabido lo de la puerta trasera —dijo—. Tal vez no se te habría ocurrido usarla como arma…, yo no lo hice hasta que llegué aquí. Pero si tú eres yo deberías saberlo. ¿Qué es lo que sabes en realidad?

—¿Cómo conoces mi existencia? —preguntó Jared, para desviar la atención de Boutin—. Sabías que se supone que soy tú. ¿Cómo?

—Es una historia interesante —respondió Boutin, picando el anzuelo—. Cuando decidimos convertir la puerta trasera en un arma, hice el código para el arma igual que el código para la puerta trasera, porque era lo más sencillo. Eso significa que tiene la habilidad de comprobar el estado de funcionamiento de los CerebroAmigos a los que afecta. Resulto útil por un montón de motivos, uno de los cuales fue permitirnos saber a cuántos soldados nos enfrentábamos cada vez. También nos proporcionó imágenes de la conciencia de los soldados individuales. También esto resultó útil. Estuviste recientemente en la Estación Covell, ¿verdad?

Jared no dijo nada.

—Oh, venga ya —dijo Boutin, irritado—. Sé que estuviste allí. Deja de actuar como si estuvieras revelando secretos de Estado.

—Sí —dijo Jared—. Estuve en Covell.

—Gracias. Sabemos que hay soldados coloniales en Omagh y que entran en la Estación Covell; hemos colocado aparatos de detección que buscan la puerta trasera. Pero nunca encuentran nada. Los soldados que hay allí deben tener distinta arquitectura en sus CerebroAmigos.

Boutin prestó atención a la reacción de Jared a estas palabras. Jared no mostró ninguna.

—Sin embargo —continuó Boutin—, tú sí disparaste las alarmas porque tienes el CerebroAmigo que yo diseñé. Más tarde examiné la firma de conciencia que me enviaron, y como puedes imaginar me quedé de una pieza. Conozco bastante bien la imagen de mi propia conciencia, ya que uso mi propia pauta para un montón de pruebas. Hice saber a los obin que te estaba buscando. Estábamos capturando soldados de las Fuerzas Especiales de todas formas, así que no les resultó difícil hacerlo. De hecho, deberían de haber tratado de capturarte en Covell.

—Trataron de matarme en Covell —dijo Jared.

—Lo siento. Incluso los obin pueden dejarse llevar por la excitación del momento. Pero tal vez te consuele saber que después de eso se les dijo que escanearan primero y dispararan después.

—Gracias —dijo Jared—. Eso significó mucho para mi compañero de escuadrón hoy, cuando le dispararon en la cabeza.

—¡Sarcasmo! —exclamó Boutin—. Eso es más de lo que puede conseguir la mayoría de los tuyos. Lo tienes gracias a mí. Como decía, pueden volverse muy excitables. Además de decirles que te buscaran, les dije a los obin que podrían esperar un ataque aquí, porque si uno de vosotros iba por ahí con mi conciencia, era sólo cuestión de tiempo que encontraras el camino. Probablemente no os arriesgaríais a un ataque a gran escala, sino que intentaríais algo sibilino, como hicisteis. Estábamos esperando un ataque de este tipo, y te estábamos esperando a ti. En cuanto llegaste a tierra, pulsamos el interruptor para desconectar los CerebroAmigos.

Jared pensó en los miembros de su pelotón cayendo desde el cielo y se sintió asqueado.

—Podrías haberlos dejado tomar tierra a todos, hijo de puta —dijo—. Cuando bloqueaste sus CerebroAmigos, quedaron indefensos. Lo sabes.

—No están indefensos —replicó Boutin—. No pueden usar sus MP, pero sí sus cuchillos de combate y sus habilidades guerreras. Privaros del CerebroAmigo hace que la mayoría os volváis catatónicos, pero algunos siguen luchando. Mírate. Aunque probablemente estás mejor preparado que la mayoría. Si tienes mis recuerdos, sabrás cómo es no estar conectado todo el tiempo. Incluso así, tener a seis de vosotros en tierra era más que suficiente. Sólo te necesitábamos a ti.

—¿Para qué? —preguntó Jared.

—Todo a su debido tiempo.

—Si tan sólo me necesitáis a mí, ¿qué vais a hacer con mi escuadrón?

—Podría decírtelo, pero creo que me has desviado ya lo suficiente de mi pregunta inicial, ¿no? —Boutin sonrió—. Quiero saber lo que sabes de mí, y sobre ser yo, y lo que sabes de mis planes.

—Puesto que estoy aquí, ya sabes lo que sabemos de ti —dijo Jared—. Ya no eres un secreto.

—Y déjame decirte que me siento muy impresionado por ello. Creí haber cubierto bien mis huellas. Y me echo la culpa por no haber formateado el aparato de almacenamiento donde guardé aquella impresión de conciencia. Tenía prisa por marcharme, ya ves. Incluso así, no es ninguna excusa. Fue estúpido por mi parte.

—No estoy de acuerdo —dijo Jared.

—Lo imaginaba. Ya que sin eso no estarías aquí, en muchos sentidos de la palabra aquí. Sin embargo, me impresiona que pudieran devolver la transferencia a un cerebro. Ni siquiera yo había decidido cómo hacerlo antes de tener que marcharme. ¿Quién lo consiguió?

—Harry Wilson —respondió Jared.

—¡Harry! Buen tipo. No sabía que fuera tan listo. Lo disimulaba bien. Naturalmente, yo había hecho casi todo el trabajo antes de que él lo consiguiera. Volviendo a lo que decías respecto a que la Unión Colonial sabe que estoy aquí, sí, es un problema. Pero también es una oportunidad interesante. Quizá podamos sacar partido de ello. Volvamos a lo que nos interesa, y deja que te advierta que no intentes desviarme del tema, ya que de tus respuestas dependerá que el resto de tu escuadrón viva o muera. ¿Me comprendes?

—Te comprendo.

—Perfecto —dijo Boutin—. Ahora, dime lo que sabéis sobre mí. ¿Qué sabes sobre mi trabajo?

—Líneas generales. Los detalles son difíciles. No tuve suficientes experiencias similares para que esos recuerdos enraizaran.

—Tener experiencias similares cuenta —dijo Boutin—. Interesante. Eso explicaría por qué no conocías la puerta trasera. ¿Y mis ideas políticas? ¿Lo que sentí hacia la Unión Colonial y las FDC?

—Supongo que no te gustan.

—Muy buena suposición. Pero parece que no tienes ningún conocimiento de primera mano de lo que yo pensaba de ellas.

—No —dijo Jared.

—Porque no tienes ninguna experiencia con ese tipo de cosas, ¿no? Eres de las Fuerzas Especiales, después de todo. No enseñan a cuestionar la autoridad en vuestro plan de formación. ¿Y mis experiencias personales?

—Recuerdo la mayoría —dijo Jared—. He tenido las suficientes experiencias para eso.

—Así que sabes lo de Zoë —murmuró Boutin.

Jared sintió un arrebato de emoción ante el nombre de la niña.

—Sé lo de Zoë —dijo, con voz levemente ronca.

—Y también lo sientes —dijo Boutin, acercándose a Jared—. ¿Verdad? Lo que yo sentí cuando me dijeron que estaba muerta.

—Lo siento.

—Pobre hombre —susurró Boutin—. Ser creado para sentir eso por una niña que no conociste.

—La conocí. La conocí a través de ti.

—Ya veo —dijo Boutin, y retrocedió hasta la mesa—. De acuerdo, Jared —dijo, recuperando la compostura y la conversación—. Te pareces lo suficiente a mí para ser oficialmente interesante.

—¿Significa eso que dejarás vivir a mi escuadrón?

—Por ahora. Te has mostrado cooperador y están rodeados por armas que los convertirán en carne picada si se acercan a tres metros de distancia, así que no hay ningún motivo para matarlos.

—¿Y a mí?

—A ti, amigo mío, te vamos a hacer un escáner cerebral completo —dijo Boutin, mirando la mesa y tecleando—. De hecho, voy a hacer una grabación de tu conciencia. Quiero echarle un buen vistazo. Quiero ver hasta qué punto eres como yo. Parece que te faltan un montón de detalles, y tienes que superar el lavado de cerebro de las Fuerzas Especiales. Pero imagino que en lo tocante a las cosas importantes tenemos mucho en común.

—Somos diferentes en algo —dijo Jared.

—¿De verdad? ¿En qué?

—Yo no traicionaría a todos los seres humanos vivos porque mi hija hubiera muerto.

Boutin miró a Jared, pensativo, durante un minuto.

—¿Crees de verdad que hago esto porque Zoë murió en Covell? —dijo finalmente.

—Sí —respondió Jared—. Y no creo que sea el modo de honrar su memoria.

—Así que no lo crees —dijo Boutin, y se volvió hacia el teclado para pulsar un botón. La cápsula de Jared zumbó, y sintió algo parecido a un pellizco en el cerebro.

—Estoy grabando tu conciencia —informó Boutin—. Relájate.

Salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Jared, sintiendo que el pellizco aumentaba en su cabeza, no se relajó nada. Cerró los ojos.

Varios minutos más tarde oyó la puerta abrirse y cerrarse. Abrió los ojos. Boutin había regresado y estaba de pie junto a la puerta.

—¿Qué te parece esa grabación de conciencia? —le preguntó a Jared.

—Duele horrores.

—Es un desafortunado efecto secundario —dijo Boutin—. No estoy seguro de por qué sucede. Tendré que estudiarlo.

—Lo agradecería —dijo Jared con los dientes apretados.

Boutin sonrió.

—Más sarcasmo. Pero te he traído algo que creo que aliviará tu dolor.

—Sea lo que sea, tráeme dos —dijo Jared.

—Creo que una será suficiente —respondió Boutin, y abrió la puerta para mostrarle a Zoë en el umbral.