Un día antes de que Jared regresara a la Estación Fénix abrazado a Babar, el crucero Águila Pescadora de las Fuerzas Especiales entró en el sistema Nagano para investigar una llamada de emergencia enviada por un correo de salto desde una operación minera en Kobe. No se volvió a saber nada del Águila Pescadora.
* * *
Se suponía que Jared debía presentarse ante el coronel Robbins. En cambio, pasó de largo el despacho de Robbins y entró en el del general Mattson antes de que el secretario de Mattson pudiera impedírselo. Mattson se encontraba dentro y alzó la cabeza justo cuando Jared entró.
—Tome —dijo Jared, colocando a Babar en las manos del sorprendido general—. Ahora sé por qué le golpeé, hijo de puta.
Mattson miró el animal de peluche.
—Déjeme adivinar —dijo—. Esto es de Zoë Boutin. Y ahora ya ha recuperado su memoria.
—Lo suficiente —respondió Jared—. Lo suficiente para saber que es usted responsable de su muerte.
—Curioso —dijo Mattson, depositando a Babar sobre su mesa—. Me parece que son los raey o los obin los responsables de su muerte.
—No sea obtuso, general —dijo Jared. Mattson alzó una ceja—. Usted le ordenó a Boutin que estuviera aquí durante un mes. Él le pidió traer a su hija consigo. Usted se negó. Boutin dejó a su hija y ella murió. Le echa la culpa a usted.
—Y al parecer usted también —dijo Mattson.
Jared ignoró el comentario.
—¿Por qué no le dejó traerla? —preguntó.
—No dirijo una guardería, soldado. Necesitaba que Boutin se concentrara en su trabajo. La esposa de Boutin ya había muerto. ¿Quién iba a cuidar de la niña? Tenía gente en Covell que podía hacerlo por él; le dije que la dejara allí. No esperaba que fuéramos a perder la estación y la colonia, ni tampoco que la niña muriera.
—Esta estación alberga a otros científicos y trabajadores civiles —dijo Jared—. Hay familias aquí. Él podría haber encontrado o contratado a alguien para cuidar de Zoë mientras trabajaba. No fue una petición irracional, y usted lo sabe. Así que, en serio, ¿por qué no lo dejó traerla?
A esas alturas Robbins, alertado por el secretario de Mattson, había entrado en la habitación. Mattson se revolvió, incómodo.
—Escuche —dijo Mattson—. Boutin era una mente de primera fila, pero era un puñetero inestable. Sobre todo desde la muerte de su esposa. Cheryl era una espita para las excentricidades de ese hombre; lo mantenía equilibrado. Cuando murió, se volvió errático, sobre todo en lo referido a su hija.
Jared abrió la boca; Mattson alzó una mano.
—No le echo la culpa, soldado —dijo—. Su esposa había muerto, tenía una niña pequeña, estaba preocupado por ella. Yo también fui padre. Recuerdo cómo es. Pero eso, junto con sus propias dificultades de organización, creó más problemas. Se retrasaba en sus proyectos. Es uno de los motivos por los que lo traje de vuelta aquí para la fase de pruebas. Quería que hiciera el trabajo sin distraerse. Y funcionó: terminamos las pruebas antes de lo previsto y las cosas salieron tan bien que di permiso para que lo ascendieran a director, cosa que no podría haber hecho antes de la fase de pruebas. Iba a volver a Covell cuando atacaron la estación.
—Él pensaba que rechazó usted su petición porque es un tirano cabrón —dijo Jared.
—Bueno, por supuesto. Es típico de Boutin. Mire, él y yo nunca nos llevamos bien. Nuestras personalidades no cuadraban. A él había que tenerlo controlado, y de no ser porque era un jodido genio, no habrían merecido la pena las molestias. Le fastidiaba que yo o uno de los míos estuviéramos siempre mirando por encima de su hombro. Le fastidiaba tener que explicar y justificar su trabajo. Y le fastidiaba que a mí me importara una mierda que le fastidiara. No me sorprende que pensara que sólo fue porque yo me comportaba como un cabrito.
—Y me está diciendo que no fue eso.
—No lo fue —dijo Mattson, y alzó las manos ante la mirada escéptica de Jared—. De acuerdo. Mire. Tal vez nuestra historia de desavenencias influyó. Tal vez yo me mostré menos dispuesto a darle cuartelillo que a otra gente. Bien. Pero mi principal preocupación era que hiciera su trabajo. Y ascendí al hijo de puta.
—Pero él nunca le perdonó por lo que le sucedió a Zoë.
—¿Cree que yo quería que su hija muriera, soldado? —dijo Mattson—. ¿Cree que no fui consciente de que si hubiera aceptado su petición ella estaría viva ahora? Cristo. No le reprocho a Boutin que me odie después de eso. Yo no pretendía que Zoë Boutin muriera, pero acepto que tengo parte de responsabilidad en el hecho. Yo mismo se lo dije a Boutin. Mire a ver si eso está en sus recuerdos.
Lo estaba. Jared vio en su mente a Mattson acercarse a él en su laboratorio, ofreciendo torpemente sus condolencias y su compasión. Jared recordó lo escandalizado que se sintió Boutin ante las palabras atropelladas de Mattson, y su sugerencia implícita de que debería ser absuelto de la muerte de su hija. Sintió parte de la antigua ira apoderarse de él ahora, y tuvo que repetirse que aquellos recuerdos eran de otra persona, de una niña que no era suya.
—No aceptó sus disculpas —dijo Jared.
—Soy consciente de ello, soldado —respondió Mattson, y permaneció allí sentado un momento antes de volver a hablar—. Bien, ¿quién es usted ahora? —preguntó—. Está claro que tiene los recuerdos de Boutin. ¿Es él ahora? En el fondo, quiero decir.
—Sigo siendo yo. Sigo siendo Jared Dirac. Pero siento lo que sintió Charles Boutin. Comprendo lo que hizo.
Robbins intervino.
—Comprende lo que hizo —repitió—. ¿Significa eso que está de acuerdo con él?
—¿Con su traición? —preguntó Jared. Robbins asintió—. No. Puedo sentir lo que él sintió. Siento lo furioso que se puso. Siento cómo añoró a su hija. Pero no sé cómo a partir de ahí pudo volverse contra todos nosotros.
—¿No puede sentirlo o no lo recuerda?
—Ambas cosas —dijo Jared. Más recuerdos habían regresado tras su epifanía en Covell, incidentes específicos y datos de todas las partes de la vida de Boutin. Jared podía sentir que lo que había sucedido lo había cambiado y le había convertido en terreno más fértil para la vida de Boutin. Pero los huecos seguían estando ahí. Jared tenía que controlarse para no preocuparse por ellos—. Tal vez aparezcan más cosas cuando piense en ello. Pero ahora mismo no tengo nada más.
—Pero sabe dónde se encuentra ahora —dijo Mattson, sacando a Jared de su ensimismamiento—. Boutin. ¿Sabe dónde está?
—Sé dónde estuvo —dijo Jared—. O al menos sé dónde iba a ir cuando se marchó.
El nombre estaba claro en el cerebro de Jared; Boutin se había concentrado en el cómo en un talismán, marcándolo de manera indeleble en su memoria.
—Fue a Arist.
Hubo un breve instante de pausa mientras Mattson y Robbins accedían a sus CerebroAmigos en busca de información sobre Arist.
—Bueno, mierda —dijo Mattson al cabo de un rato.
El sistema de los obin albergaba cuatro gigantes gaseosos, uno de los cuales (Cha), orbitaba en una «zona de Ricitos Dorados» para la vida basada en el carbono y tenía tres lunas del tamaño de un planeta entre varias docenas de satélites más pequeños. La más pequeña de las lunas grandes, Saruf, orbitaba en el límite de Roche del planeta, y la sacudían enormes fuerzas tectónicas que la convertían en una inhabitable bola de lava. La segunda, Obinur, tenía la mitad del tamaño de la Tierra pero tenía menos masa debido a la pobre composición de sus metales. Era el mundo hogar de los obin. La tercera, del tamaño y la masa de la Tierra, era Arist.
Arist estaba densamente poblada con formas de vida nativa, pero ampliamente deshabitada por los obin, que sólo contaban con unas cuantas avanzadillas en la luna. Sin embargo, su cercanía a Obinur hacía casi imposible un ataque. Las naves de las FDC no podrían colarse; Arist se encontraba sólo a unos pocos segundos-luz de Obinur. Casi en cuanto aparecieran, los obin se pondrían en acción. Nada que no fuera un ataque a gran escala tendría posibilidades de sacar a Boutin de Arist. Y sacar de allí a Boutin sería declarar la guerra, una guerra que la Unión Colonial no estaba preparada para librar ni siquiera contra los obin solos.
—Vamos a tener que hablar de esto con el general Szilard —le dijo Robbins a Mattson.
—No me diga. Si alguna vez hubo un trabajo para las Fuerzas Especiales, es éste. Y por cierto —Mattson se volvió hacia Jared—, cuando dejemos esto en manos de Szilard, volverá usted a las Fuerzas Especiales. Tratar con esto va a ser su problema, y eso significa que usted también será su problema.
—Yo también voy a echarle de menos, general —dijo Jared.
Mattson hizo una mueca.
—Se parece más a Boutin cada día. Y eso no es bueno. Lo que me obliga a pedirle, como mi última orden oficial hacia usted, que vaya a ver al bicho y al teniente Wilson y que le echen otro vistazo a su cerebro. Voy a devolverlo al general Szilard, pero le prometí que no lo rompería. Parecerse demasiado a Boutin podría entrar en la categoría de «roto», según sus baremos. Según los míos, también.
—Sí, señor —dijo Jared.
—Bien. Puede retirarse.
Mattson cogió a Babar y se lo lanzó a Jared.
—Y llévese esto.
Jared cazó el muñeco y lo depositó de nuevo sobre la mesa del general.
—¿Por qué no se lo queda, general? Como recuerdo.
Se marchó antes de que Mattson pudiera protestar, y saludó con la cabeza a Robbins al pasar.
Mattson contempló sombrío el elefante de peluche y luego a Robbins, que parecía dispuesto a decir algo.
—Ni se le ocurra decir nada sobre el puñetero elefante, coronel —dijo Mattson.
Robbins cambió de tema.
—¿Cree que Szilard se lo quedará? —preguntó—. Usted mismo lo ha dicho: cada día se parece más a Boutin.
—¿Y a mí me lo pregunta? —dijo Mattson, y agitó una mano en la dirección que había seguido Jared—. Usted y el general fueron los que quisieron construir a ese hijo de puta a partir de elementos diversos, por si no lo recuerda. Y ahora es suyo. O de Szi. Cristo.
—Así que está preocupado.
—Nunca he dejado de sentirme preocupado. Esperaba que hiciera alguna estupidez mientras estaba con nosotros, para así tener una excusa legítima para mandarlo fusilar. No me gusta haber engendrado un segundo traidor, sobre todo si tiene un cuerpo y un cerebro militar. Si por mí fuera atraparía al soldado Dirac y lo metería en una bonita habitación con lavabo y una rendija para darle de comer, y lo dejaría ahí dentro hasta que se pudriera.
—Sigue estando técnicamente bajo sus órdenes —dijo Robbins.
—Szi dejó claro que lo quiere de vuelta, sean cuales sean sus estúpidos motivos. Él dirige las tropas de combate. Si lo apoyamos en esto, él tomará la decisión —Mattson cogió a Babar, lo examinó—. Espero que sepa lo que hace.
—Bueno —dijo Robbins—. Tal vez Dirac no tenga tanto de Boutin como usted cree.
Mattson bufó con fuerza, y agitó a Babar ante Robbins.
—¿Ve esto? No es sólo un maldito souvenir. Es un mensaje que viene directamente de Charles Boutin. No, coronel. Dirac tiene exactamente tanto de Boutin como creo.
* * *
—No hay ninguna duda —dijo Cainen—. Te has convertido en Charles Boutin.
—Y una mierda.
—Pues una mierda —accedió Cainen, y señaló la pantalla—. La pauta de tu conciencia es ahora casi completamente idéntica a la que nos dejó Boutin. Sigue habiendo algunas variaciones, por supuesto, pero son triviales. A todos los efectos, tienes la misma mente que tenía Charles Boutin.
—No me siento diferente —dijo Jared.
—¿No? —preguntó Harry Wilson, desde el otro extremo del laboratorio.
Jared abrió la boca con la intención de responder, pero se detuvo. Wilson sonrió.
—Te sientes diferente —dijo—. Lo noto. Y Cainen también. Eres más agresivo que antes. Eres más agudo con las réplicas. Jared Dirac era más tranquilo, más reservado. Más inocente, aunque ésa no es probablemente la mejor manera de expresarlo. Ya no eres tranquilo ni reservado. Y desde luego ya no eres inocente. Recuerdo a Charles Boutin. Te pareces mucho más a él que a Dirac.
—Pero no siento que vaya a convertirme en un traidor.
—Por supuesto que no —dijo Cainen—. Compartes la misma conciencia, e incluso algunos de sus mismos recuerdos. Pero has tenido tus propias experiencias, y eso ha determinado la manera en que ves las cosas. Es como con los hermanos gemelos. Comparten los mismos genes, pero no comparten las mismas vidas. Charles Boutin es tu mente gemela. Pero tus experiencias siguen siendo tuyas.
—Así que no crees que me vaya a volver malo —dijo Jared.
Cainen se encogió de hombros al estilo raey. Jared miró a Wilson, quien se encogió de hombros al estilo humano.
—Dices que sabes que la motivación de Charles para volverse malo fue la muerte de su hija —dijo—. Ahora tienes dentro de ti el recuerdo de esa hija y de la muerte, pero nada de lo que hayas hecho o hayamos visto en tu cabeza sugiere que vayas a venirte abajo por eso. Vamos a sugerir que te dejen volver al servicio activo. Que acepten o no nuestra recomendación es otra historia, ya que el científico jefe del proyecto es alguien que hasta hace un año estaba planeando destruir a la humanidad. Pero no creo que ése sea tu problema.
—Claro que es mi problema —dijo Jared—. Porque quiero encontrar a Boutin. No sólo ayudar en la misión, y desde luego tampoco quiero que me dejen fuera. Quiero encontrarlo y traerlo de vuelta.
—¿Por qué? —preguntó Cainen.
—Quiero comprenderlo. Quiero saber qué hace falta para que alguien dé ese paso. Qué lo convierte en traidor.
—Te sorprendería lo poco que hace falta —dijo Cainen—. Algo tan simple como un detalle amable por parte del enemigo.
Cainen se dio la vuelta; Jared recordó de pronto el estatus de Cainen y su compromiso.
—Teniente Wilson —dijo Cainen, todavía mirando hacia otro lado—, ¿quieres por favor dejarnos al soldado Dirac y a mí a solas un momento?
Wilson arqueó las cejas pero no dijo nada y salió del laboratorio. Cainen se volvió de nuevo hacia Jared.
—Quiero pedirte disculpas, soldado —dijo Cainen—. Y advertirte.
Jared le dirigió una sonrisa insegura.
—No tienes que disculparte por nada, Cainen.
—No estoy de acuerdo. Fue mi cobardía la que te llevó a nacer. Si hubiera sido lo bastante fuerte para soportar la tortura a la que me sometió la teniente Sagan, estaría muerto, y los humanos no habríais sabido nada de la guerra contra vosotros ni que Charles Boutin estaba todavía vivo. Si hubiera sido más fuerte, nunca habría habido un motivo para que nacieras ni para cargarte con una conciencia que se ha apoderado de tu ser, para bien o para mal. Pero fui débil, y quise vivir, aunque fuera como prisionero y traidor. Como dirían algunos de vuestros colonos, es mi karma, y tengo que enfrentarme a él yo solo.
»Aunque sin pretenderlo, he pecado contra ti, soldado —continuó Cainen—. Soy tu padre más que ningún otro, porque soy la causa del terrible mal que se ha cometido contra ti. Ya es bastante malo que los humanos creen soldados con mentes artificiales…, con esos malditos CerebroAmigos vuestros. Pero hacerte nacer solamente para que llevaras la conciencia de otro es una abominación. Una violación de tu derecho a ser tu propia persona.
—No es tan malo.
—Oh, claro que lo es. Los raey somos un pueblo espiritual y con principios. Nuestras creencias están en la base de cómo respondemos a nuestro mundo. Uno de los mayores valores es la santidad del yo: la creencia de que debe permitirse a cada persona tomar sus propias decisiones. Bueno —Cainen hinchó el cuello—, a cada raey, en cualquier caso. Como la mayoría de las razas, nos preocupan menos las necesidades de otras razas, sobre todo cuando son enemigas de la nuestra.
»Sin embargo —continuó Cainen—, la posibilidad de escoger cuenta. La independencia cuenta. Cuando viniste por primera vez a nosotros, te dimos la opción de continuar. ¿Recuerdas?
Jared asintió.
—He de confesar que no sólo lo hice por tu bien, sino también por el mío. Como yo fui el responsable de que nacieras sin opciones, era mi deber moral ofrecerte una. Cuanto aceptaste…, cuando hiciste tu elección, sentí que parte de mi pecado se borraba. No completamente. Todavía tengo mi karma. Pero una parte. Te doy las gracias por eso, soldado.
—No hay de qué —dijo Jared.
—Ahora, mi advertencia. La teniente Sagan me torturó cuando nos conocimos. Al final yo me derrumbé y le conté casi todo lo que quería saber sobre nuestros planes para atacar a los humanos. Pero le dije una mentira. Le dije que nunca había conocido a Charles Boutin.
—¿Lo conoces? —preguntó Jared.
—Lo conozco. Lo vi una vez, cuando vino a hablar conmigo y con otros científicos raey sobre la arquitectura del CerebroAmigo y sobre cómo podríamos adaptarlo para los raey. Un humano fascinante. Muy intenso. Carismático a su modo, incluso para los raey. Es apasionado, y nosotros como pueblo respondemos a la pasión. Muy apasionado. Con mucha determinación. Y muy furioso.
Cainen se inclinó para acercarse más.
—Soldado, sé que crees que todo se debe a la hija de Boutin, y en cierto modo tal vez sea así. Pero hay algo más que motiva a Boutin. La muerte de su hija pudo ser simplemente la gota que hizo que una idea cristalizara en la mente de Boutin, y es esa idea la que lo impulsa. Eso es lo que lo convirtió en traidor.
—¿Qué es? —preguntó Jared—. ¿Cuál es la idea?
—No lo sé —confesó Cainen—. Suponer que es la venganza es fácil. Pero llegué a conocer a ese hombre. La venganza no lo explica todo. Tú deberías estar en mejor posición para saberlo, soldado. Tienes su mente.
—No tengo ni idea.
—Bueno, puede que salga más adelante —dijo Cainen—. Mi advertencia es que, sea lo que sea lo que lo motiva, recuerdes que se ha entregado a ello por completo. Es demasiado tarde para convencerlo de lo contrario. El peligro para ti, si lo conoces, será que simpatices con él y con su motivación. Estás diseñado para comprenderlo, después de todo. Boutin lo utilizará si puede.
—¿Qué debo hacer?
—Recuerda quién eres. Recuerda que no eres él. Y recuerda que siempre tienes la posibilidad de decidir.
—Lo recordaré —dijo Jared.
—Espero que lo hagas —respondió Cainen, y se levantó—. Te deseo suerte, soldado. Ahora puedes marcharte. Cuando salgas, dile a Wilson que ya puede entrar.
Cainen se acercó al archivador, dando intencionadamente la espalda a Jared, quien salió por la puerta.
—Ya puedes entrar —le dijo Jared a Wilson.
—Muy bien. Espero que hayáis tenido una conversación útil.
—Lo ha sido —dijo Jared—. Es un tipo interesante.
—Es una forma de expresarlo —dijo Wilson—. ¿Sabes, Dirac? Tiene un sentimiento paternal hacia ti.
—Eso imagino. Me gusta. Aunque no sea exactamente lo que yo esperaba de un padre.
Wilson se echó a reír.
—La vida está llena de sorpresas, Dirac. ¿Adonde vas ahora?
—Creo que voy a ir a ver a la nieta de Cainen —respondió Jared.
* * *
La Kestrel llegó siguiendo su rumbo de salto, seis horas antes de que Jared regresara a la Estación Fénix y fuera trasladado al sistema de una estrella naranja tenue que si alguien hubiera tenido un telescopio adecuado desde la Tierra, se habría visto en la constelación Circinus. La Kestrel estaba allí para rebuscar entre los restos del carguero Handy de la Unión Colonial: los datos de la caja negra enviados de vuelta a Fénix a través de una cápsula de salto de emergencia sugerían que alguien había saboteado los motores. No se recuperó ninguna caja negra de la Kestrel; nada de la Kestrel se recuperó nunca.
* * *
El teniente Cloud alzó la cabeza en su cubil de la sala de pilotos, una mesa con un señuelo para atrapar a los desprevenidos (es decir, una baraja de cartas), y vio a Jared delante de él.
—Vaya, pero si es el cuentachistes en persona —dijo Cloud, sonriendo.
—Hola, teniente. Cuánto tiempo sin verle.
—No es culpa mía —dijo Cloud—. He estado aquí todo el tiempo. ¿Dónde has estado tú?
—Por ahí, salvando a la humanidad —respondió Jared—. Ya sabe, lo de costumbre.
—Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo —dijo Cloud—. Y me alegro de que seas tú y no yo.
Cloud extendió una pierna para empujar una silla y recogió las cartas.
—Siéntate, ¿quieres? Tengo que hacer las formalidades previas al lanzamiento de mi ruta de reparto dentro de unos quince minutos; tiempo suficiente para enseñarte a perder unas cuantas manos.
—Eso ya sé cómo hacerlo.
—¿Ves? Ahí tienes otro de tus chistes.
—He venido a verlo por su ruta de reparto —dijo Jared—. Esperaba que me dejara ir de peso muerto con usted.
—Con mucho gusto —dijo Cloud, y empezó a barajar las cartas—. Dame un toque cuando tengas permiso, y podremos continuar esta partida a bordo. El transporte de suministros va en piloto automático la mayor parte del trayecto de todas formas. Yo sólo voy a bordo para que puedan decir que ha muerto alguien si se estrella.
—No tengo permiso para ausentarme —dijo Jared—. Pero necesito bajar a Fénix.
—¿Para qué? —preguntó Cloud.
—Necesito visitar a un pariente muerto. Y voy a embarcar pronto.
Cloud se echó a reír y cortó las cartas.
—Supongo que el pariente muerto seguirá allí cuando vuelvas.
—No es el pariente muerto quien me preocupa —dijo Jared. Extendió la mano y señaló la baraja—. ¿Puedo?
Cloud le entregó la baraja. Jared se sentó y empezó a mezclar las cartas.
—Puedo ver que es usted jugador, teniente —dijo. Terminó de barajar y colocó el mazo delante de Cloud—. Corte —dijo Jared. El teniente cortó la baraja a un tercio por abajo. Jared cogió la porción inferior y la colocó delante—. Escogeremos una carta de nuestros mazos al mismo tiempo. Si saco la carta más alta, me lleva usted a Fénix. Yo iré a ver a quien necesito ver y volveré antes del despegue.
—Y si yo saco la carta más alta, lo haremos a dos de tres —dijo Cloud.
Jared sonrió.
—Eso no sería muy deportivo, ¿no? ¿Está preparado?
Cloud asintió.
—Saque —dijo Jared.
Cloud sacó un ocho de diamantes; Jared sacó un seis de tréboles.
—Maldición —dijo Jared. Le entregó sus cartas a Cloud.
—¿Quién es el pariente muerto? —preguntó Cloud, recogiendo las cartas.
—Es complicado.
—Inténtalo.
—Es el clon del hombre para albergar la conciencia del cual fui creado.
—Vale, tenías toda la razón: es complicado. No entiendo nada de lo que acabas de decir.
—Alguien que es como mi hermano —dijo Jared—. Alguien a quien no conozco.
—Para tener sólo un año de edad, has llevado una vida interesante —dijo Cloud.
—Lo sé —dijo Jared—. Pero no es culpa mía —se levantó—. Le veré más tarde, teniente.
—Oh, venga ya —respondió Cloud—. Dame un minuto para hacer un pis y nos vamos. Sólo estate calladito cuando lleguemos al transporte y deja que hable yo. Y recuerda que si nos metemos en problemas, voy a echarte toda la culpa.
—No lo aceptaría de otro modo —dijo Jared.
Pasar ante el equipo de la bodega de transporte fue ridículamente sencillo. Jared se mantuvo pegado a Cloud, quien hizo sus comprobaciones previas al vuelo y consultó con el equipo con eficiencia profesional. Ellos ignoraron a Jared o asumieron que, puesto que iba con Cloud, tenía todo el derecho a estar allí. Treinta minutos más tarde el transporte se dirigía hacia la Estación Fénix, y Jared mostraba a Cloud que no era muy bueno perdiendo a las cartas. Eso molestó bastante a Cloud.
En el embarcadero de la Estación Fénix, Cloud consultó con la tripulación de tierra y luego volvió junto a Jared.
—Tardarán unas tres horas en cargar la nave —dijo—. ¿Puedes ir y volver en ese tiempo?
—El cementerio está justo en las afueras de Fénix City.
—Entonces no habrá problema —dijo Cloud—. ¿Cómo vas a llegar hasta allí?
—No tengo ni la menor idea.
—¿Qué?
Jared se encogió de hombros.
—No esperaba que fuera a traerme —confesó—. Así que en realidad no tenía ningún plan.
Cloud se echó a reír.
—Dios ama a los necios —dijo, y luego le hizo una señal a Jared—. Entonces, vamos. Llévame a conocer a tu hermano.
* * *
El cementerio católico se encontraba en el centro de Metairie, uno de los barrios más antiguos de Fénix City; ya estaba allí cuando Fénix se llamaba todavía Nueva Virginia y Fénix City era aún Clinton, antes de los ataques que arrasaron la primera colonia y obligaron a los humanos a reagruparse y reconquistar el planeta. Las primeras tumbas del cementerio databan de aquellos días, cuando Metairie era una línea de edificios de plástico y barro, y los orgullosos louisianos se habían asentado allí con la pretensión de que fuera el primer barrio residencial de Clinton.
Las tumbas que visitó Jared estaban al otro lado del cementerio, tras la primera fila de sepulcros. Las tumbas estaban marcadas con una sola lápida donde había grabados tres nombres, cada uno con sus fechas correspondientes: Charles, Cheryl y Zoë Boutin.
—Jesús —dijo Cloud—. Una familia entera.
—No —respondió Jared, arrodillándose ante la lápida—. En realidad no. Cheryl está aquí. Zoë murió muy lejos, y su cuerpo se perdió junto con muchos otros. Y Charles no está muerto. Éste es otra persona. Un clon que creó para que pareciera que se había suicidado —Jared extendió la mano y tocó la lápida—. Aquí no hay ninguna familia.
Cloud contempló a Jared, arrodillado junto a la tumba.
—Creo que echaré un vistazo —dijo, tratando de dar a Jared algo de tiempo.
—No —dijo Jared, y apartó la mirada—. Por favor. Terminaré en un momento y entonces podremos irnos.
Cloud asintió pero se volvió hacia los árboles cercanos. Jared devolvió su atención a la lápida.
Le había mentido a Cloud, porque quien quería ver no estaba allí. Aparte de un poco de pena, Jared no sintió ninguna emoción concreta hacia el pobre clon sin nombre que Boutin mató para falsificar su propia muerte. Nada en el banco de recuerdos aún emergente que Jared compartía con Boutin contenía al clon fuera de los apartados clínicos: para Boutin el clon no era una persona, sino un medio hacia un fin…, un fin del que Jared, naturalmente, no tenía ningún recuerdo ya que la grabación de su conciencia terminó antes de que Boutin apretara el gatillo. Jared trató de sentir un poco de compasión hacia el clon, pero había más gente a la que había ido a visitar. Jared deseó que el clon nunca se hubiera despertado y lo apartó de su mente.
Jared se concentró en el nombre de Cheryl Boutin y sintió emociones mudas y en conflicto regresar a su memoria. Se dio cuenta de que aunque Boutin sentía afecto por su esposa, etiquetar ese afecto como amor habría sido exagerar el tema. Se casaron porque ambos querían tener hijos; se comprendían y les gustaba estar juntos, aunque Jared sentía que incluso esa unión emocional se había deteriorado al final. La mutua alegría por su hija les había impedido separarse; y su relación, aunque fría, era tolerable y preferible al jaleo de un divorcio y el problema que causaría a su hija.
Desde algún hueco en la mente de Jared llegó un recuerdo inesperado sobre la muerte de Cheryl: en su excursión fatal no iba sola, la acompañaba un amigo y Boutin sospechaba que era su amante. No había celos que Jared pudiera detectar. Boutin no sentía inquina porque ella tuviera un amante: él también tenía una. Pero Jared sintió la furia que Boutin había experimentado en el funeral, cuando el supuesto amante permaneció demasiado rato ante la tumba al final de la ceremonia, robándole un tiempo en que le correspondía a él despedirse de su esposa y a Zoë de su madre.
Zoë.
Jared acarició el nombre grabado en la tumba, y lo pronunció en el lugar donde debería haber descansado pero no lo hacía, y sintió de nuevo la pena que brotaba de los recuerdos de Boutin hacia su propio corazón. Jared acarició la lápida una vez más, palpó el nombre grabado en la piedra, y lloró.
Una mano se posó sobre su hombro. Jared alzó la cabeza y vio a Cloud.
—Tranquilo —dijo Cloud—. Todos perdemos a las personas que amamos.
Jared asintió.
—Lo sé —dijo—. Perdí a alguien a quien amaba. Sarah. La sentí morir y luego sentí el agujero que dejó en mi interior. Pero esto es diferente.
—Es diferente porque era una niña.
—Es una niña que nunca conocí —dijo Jared, y volvió a mirar a Cloud—. Murió antes de que yo naciera. No la conocí. No pude conocerla. Pero la conozco —se señaló las sienes—. Todo está aquí dentro. Recuerdo cuando nació. Recuerdo sus primeros pasos y sus primeras palabras. Recuerdo haberla cogido aquí de la mano en el funeral por su madre. Recuerdo la última vez que la vi. Recuerdo haber oído la noticia de su muerte. Todo está aquí.
—Nadie tiene los recuerdos de otra persona —dijo Cloud. Lo dijo para tranquilizar a Jared—. No funciona de esa forma.
Jared se rió, amargamente.
—Sí que lo hace. Lo hace conmigo. Ya se lo dije. Nací para albergar la mente de otra persona. No creían que fuese a funcionar, pero funcionó. Y ahora sus recuerdos son mis recuerdos. Su vida es mi vida. Su hija…
Jared dejó de hablar, incapaz de continuar. Cloud se arrodilló junto a Jared, le rodeó el hombro con un brazo y lo dejó llorar.
—No es justo —dijo Cloud al cabo de un rato—. No es justo que tengas que llorar por esta niña.
Jared se rió débilmente.
—Estamos en un universo equivocado si esperamos justicia —dijo, simplemente.
—Es verdad —reconoció Cloud.
—Quiero llorar por ella —dijo Jared—. La siento. Puedo sentir el amor que le tuve. Que él le tuvo. Quiero recordarla, aunque eso signifique que tengo que llorarla. No es demasiado por su memoria. ¿No?
—No —dijo Cloud—. Supongo que no.
—Gracias. Gracias por venir aquí conmigo. Gracias por ayudarme.
—Para eso están los amigos —dijo Cloud.
:::Dirac —dijo Jane Sagan. Estaba de pie tras ellos—. Has sido reactivado.
Jared sintió el súbito chasquido de la reintegración. Notó cómo la conciencia de Jane Sagan lo barría y se sintió levemente asqueado, aunque otras partes de sí mismo se alegraron por gozar de nuevo de aquella sensación de ser superior. Pero una parte del cerebro de Jared notó que estar integrado no era sólo compartir información y tomar parte de una conciencia superior. También tenía que ver con el control, un modo de mantener a los individuos atados al grupo. Había un motivo por el que los soldados de las Fuerzas Especiales casi nunca se retiraban: retirarse significaba perder la integración. Perder la integración significaba estar solo.
Los soldados de las Fuerzas Especiales casi nunca estaban solos. Aunque no estuvieran con nadie.
:::Dirac —repitió Sagan.
—Hable normalmente —dijo Jared, y se levantó, todavía sin mirarla—. Está siendo descortés.
Hubo una pausa infinitesimal antes de que Sagan respondiera.
—Muy bien —dijo—. Soldado Dirac, es hora de marcharnos. Hacemos falta en la Estación Fénix.
—¿Por qué? —preguntó Jared.
—No voy a hablar de eso delante de él —dijo Sagan, señalando a Cloud—. No se ofenda, teniente.
—No se preocupe —dijo Cloud.
—Dígamelo en voz alta —dijo Jared—. O no iré.
—Le estoy dando una orden.
—Y yo le estoy diciendo que coja sus órdenes y se las meta por el culo —dijo Jared—. De pronto estoy muy cansado de ser parte de las Fuerzas Especiales. Estoy cansado de que me lleven de un sitio a otro. A menos que me diga adonde voy y por qué, creo que voy a quedarme aquí mismo.
Sagan suspiró con fuerza. Se volvió hacia Cloud.
—Créame si le digo que si algo de todo esto sale de sus labios, yo misma le dispararé. A bocajarro.
—Señora, creo hasta la última palabra de lo que dice —dijo Cloud.
—Hace tres horas los obin destruyeron la Alcotán —dijo Sagan—. Consiguió lanzar una cápsula de salto antes de ser destruida por completo. Hemos perdido otras dos naves en los dos últimos días; han desaparecido por completo. Creemos que los obin trataron de hacer lo mismo con la Alcotán pero no pudieron hacerlo por algún motivo. Tuvimos suerte, si puede llamarse así. Entre estas tres naves y otras cuatro naves de las Fuerzas Especiales que han desaparecido en el último mes, está claro que los obin nos han enfilado.
—¿Por qué? —dijo Jared.
—No lo sabemos —respondió Sagan—. Pero el general Szilard ha decidido que no vamos a esperar a que ataquen más naves. Vamos a ir a por Boutin, Dirac. Actuaremos dentro de doce horas.
—Eso es una locura —dijo Jared—. Todo lo que sabemos es que está en Arist. Es una luna entera donde buscar. Y no importa cuántas naves utilicemos, atacaremos el sistema natal obin.
—Sabemos dónde está en Arist —dijo Sagan—. Y tenemos un plan para llegar hasta él y burlar a los obin.
—¿Cómo?
—Eso no voy a decirlo en voz alta. Es el final de la discusión, Dirac. Ven conmigo o no vengas. Tenemos doce horas hasta que empiece el ataque. Ya me has hecho perder tiempo al venir aquí a buscarte. No me hagas perder más tiempo para regresar.