Capítulo 1

Nadie reparó en la roca.

Y por un buen motivo. La roca era vulgar, una más de los millones de trozos de roca y hielo que flotaban en la órbita parabólica de un cometa de período corto, muerto desde hacía muchísimo tiempo, y tenía el mismo aspecto que cualquier otro trozo de aquel cometa muerto. La roca era más pequeña que algunas, más grande que otras, pero en una escala distributiva no había nada que la distinguiera de ningún modo. Si se diera la posibilidad insondablemente remota de que la roca fuera divisada por la red de defensa de algún planeta, un examen de rutina demostraría que estaba compuesta de silicatos y alguna veta mineral. Es decir, se trataba de una roca, y no era lo suficientemente grande para causar ningún daño verdadero.

Esto era una cuestión académica para el planeta que actualmente intersectaba el rumbo de la roca y de varias de sus hermanas; no tenía sistema de defensa planetario. Sí tenía, sin embargo, un pozo gravitatorio, en el que cayó la roca, junto al resto de sus hermanas. Juntas formarían una lluvia de meteoritos, como hacían muchos trozos de roca y hielo cada vez que el planeta intersectaba la órbita de un cometa, una vez cada revolución planetaria. Ninguna criatura inteligente se alzaba en la superficie de este planeta enormemente frío, pero si hubiera habido una podría haber levantado la cabeza y visto las bonitas manchas y chorreones de esos trocitos de materia cuando se quemaron en la atmósfera, supercalentados por la fricción del aire contra la roca.

La enorme mayoría de esos meteoritos recién nacidos se desintegraría en la atmósfera, su materia quedaría transmutada durante la caída incandescente para pasar de ser un discreto y sólido pedazo de piedra a ser una larga mancha de partículas microscópicas. Éstas permanecerían indefinidamente en la atmósfera hasta convertirse en los núcleos de gotitas de agua, y la sola masa del agua las arrastraría al suelo en forma de lluvia (o, más bien, de nieve, dada la naturaleza del planeta).

Esta roca, sin embargo, tenía la masa de su lado. Los pedazos volaron cuando la presión atmosférica abrió grietas como cabellos en su estructura, y la tensión que supuso atravesar la gruesa capa de gases reveló defectos estructurales y debilidades, y la hizo explotar violentamente. Los fragmentos se desgajaron, chispearon brillantemente un instante y se consumieron en el cielo. Y sin embargo, al final de su viaje a través de la atmósfera, quedó lo suficiente para impactar contra la superficie del planeta: la bola de fuego golpeó con fuerza y velocidad contra una llanura de roca que los vientos habían despejado de hielo y nieve.

El impacto desintegró la roca y una modesta parte de la llanura, excavando un cráter igualmente modesto. La llanura rocosa, que se extendía durante una distancia importante por encima y por debajo de la superficie del planeta, resonó por el impacto como una campana, cuyas notas repicaron varias octavas por debajo de la gama auditiva de la mayoría de las especies inteligentes conocidas.

El suelo tembló.

Y en la distancia, bajo la superficie del planeta, alguien finalmente reparó en la roca.

—Temblor —dijo Sharan. No levantó la cabeza de su monitor.

Varios momentos más tarde, se produjo otro temblor.

—Temblor —dijo Sharan.

Ante su propio monitor, Cainen miró a su ayudante.

—¿Piensas decir eso cada vez que pase? —preguntó.

—Quiero mantenerte informado de los acontecimientos a medida que ocurran —respondió Sharan.

—Agradezco tu intención —dijo Cainen—, pero no tienes que mencionarlo todas y cada una de las veces. Soy científico. Comprendo que cuando el suelo se mueve estamos experimentando un terremoto. Tu primera declaración fue útil. Pero a la quinta o sexta vez, se vuelve monótono.

Otro rumor.

—Temblor —dijo Sharan—. Es el séptimo. De todas formas, no eres tectónico. Eso queda fuera de tus muchos campos de experiencia.

A pesar de la típica seriedad de Sharan, era difícil no advertir el sarcasmo.

Si Cainen no se hubiera estado acostando con su ayudante, podría haberse sentido irritado. Tal como estaban las cosas, se permitió sentirse tolerantemente divertido.

—No recuerdo que tú seas especialista tectónica.

—Es un hobby —dijo Sharan.

Cainen abrió la boca para responder y entonces el terreno se alzó súbita y violentamente para encontrarse con él. Tardó un momento en comprender que no era el suelo el que había saltado hacia él, sino que él mismo se había precipitado al suelo. Ahora se hallaba despatarrado sobre las losas, junto con la mitad de los objetos que antes estaban colocados en su puesto de trabajo. El taburete de Cainen yacía volcado a su derecha, todavía estremeciéndose por la sacudida.

Miró a Sharan, que ya no observaba su monitor, en parte porque éste yacía en el suelo, cerca de donde la misma Sharan había caído.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cainen.

—¿Un terremoto? —sugirió Sharan, algo esperanzada, y dejó escapar un grito cuando el laboratorio se sacudió de nuevo enérgicamente alrededor de ellos. Las luces y los paneles acústicos cayeron del cielo; tanto Cainen como Sharan se arrastraron para esconderse bajo sus puestos de trabajo. El mundo se tambaleó alrededor de ambos durante un rato mientras permanecían escondidos debajo de las mesas.

Por fin las sacudidas cesaron. Cainen miró alrededor bajo la poca luz fluctuante que quedaba y vio casi todo su laboratorio por el suelo, incluyendo gran parte del techo y de las paredes. Normalmente el laboratorio estaba lleno de trabajadores y del resto de los ayudantes de Cainen, pero Sharan y él se habían quedado hasta tarde para terminar unas secuenciaciones. La mayoría del personal estaba en los barracones de la base, probablemente durmiendo. Bueno, ahora seguro que estaban despiertos.

Un sonido agudo y taladrante resonó en el pasillo que conducía al laboratorio.

—¿Has oído eso? —preguntó Sharan.

Cainen asintió con la cabeza.

—Es la sirena de las estaciones de combate.

—¿Nos atacan? —preguntó Sharan—. Creía que esta base estaba blindada.

—Lo está —respondió Cainen—. O lo estaba. Se suponía que lo estaba, al menos.

—Pues hay que reconocer que han hecho un trabajo magnífico.

Ahora Cainen se irritó.

—Nada es perfecto, Sharan —dijo.

—Lo siento —respondió Sharan, captando la súbita irritación de su jefe. Cainen gruñó y luego salió de debajo de la mesa y se dirigió a un archivador volcado.

—Ven a ayudarme con esto —le dijo a Sharan. Entre los dos consiguieron arrastrar el archivador hasta un lugar donde Cainen pudo abrir la puerta. Dentro había una pequeña pistola de proyectiles y un cartucho de munición.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Sharan.

—Esto es una base militar, Sharan —dijo Cainen—. Tienen armas. Yo tengo dos de éstas. Una aquí y la otra en los barracones. Pensé que podrían ser útiles si pasaba algo como esto.

—Nosotros no somos militares —dijo Sharan.

—Y estoy seguro de que eso le importará muchísimo a quienquiera que esté atacando la base —dijo Cainen, y le ofreció el arma a Sharan—. Coge esto.

—No me lo des. Nunca he usado una. Llévala tú.

—¿Estás segura? —preguntó Cainen.

—Estoy segura —dijo Sharan—. Acabaría pegándome un tiro en la pierna.

—Muy bien —dijo Cainen. Cargó el arma con la munición y se la metió en el bolsillo de la bata—. Tendríamos que dirigirnos a los barracones. Nuestra gente está allí. Si sucede algo, deberíamos estar con ellos.

Sharan asintió en silencio. Su personalidad habitualmente sarcástica había desaparecido ahora por completo; parecía agotada y asustada. Cainen le dio un rápido apretón.

—Vamos, Sharan —dijo—. No nos pasará nada. Pero intentemos llegar a los barracones.

Los dos habían empezado a abrirse paso entre los escombros del pasillo cuando oyeron descorrerse la puerta de la escalera del subnivel. Cainen escrutó entre el polvo y la falta de luz y distinguió dos grandes formas que atravesaban la puerta. Empezó a retirarse hacia el laboratorio; Sharan, que había tenido el mismo pensamiento mucho más rápido que su jefe, ya había llegado a la puerta. La otra salida de la planta era el ascensor, que se encontraba más allá de la escalera. Estaban atrapados. Cainen se palpó el bolsillo de la bata mientras se retiraba; no tenía mucha más experiencia que Sharan con las armas y no confiaba demasiado en poder alcanzar siquiera a un blanco desde esa distancia, mucho menos a dos, siendo como presumiblemente eran soldados entrenados.

—Administrador Cainen —dijo una de las formas.

—¿Qué? —dijo Cainen, a su pesar, e inmediatamente lamentó haberse descubierto.

—Administrador Cainen —repitió la forma—. Hemos venido a rescatarlo. No está a salvo aquí.

La sombra avanzó hacia una zona de luz y se convirtió en Aten Randt, uno de los comandantes de la base. Cainen finalmente lo reconoció por el diseño del clan en su caparazón y sus insignias. Aten Randt era un eneshano, y Cainen se sintió vagamente avergonzado al admitir que, incluso después de todo este tiempo en la base, todos seguían pareciéndole iguales.

—¿Quién nos está atacando? —preguntó Cainen—. ¿Cómo han encontrado la base?

—No estamos seguros de quién nos está atacando ni por qué —dijo Aten Randt.

El chasquido de las piezas de su boca era traducido a un habla reconocible por el pequeño aparato que colgaba de su cuello. Aten Randt podía entender a Cainen sin el artilugio, pero lo necesitaba para hablar con él.

—El bombardeo llegó desde la órbita y sólo hemos localizado una nave que intenta aterrizar.

Aten Randt avanzó hacia Cainen; éste trató de no dar un respingo. A pesar del tiempo que llevaba allí y su relación de trabajo, relativamente buena, todavía se ponía nervioso con la enorme raza insectoide.

—Administrador Cainen, no pueden encontrarle aquí. Tenemos que evacuarlo antes de que invadan la base.

—Muy bien —dijo Cainen. Le hizo un gesto a Sharan para que lo acompañara.

—Ella no —dijo Aten Randt—. Sólo usted.

Cainen se detuvo.

—Es mi ayudante. La necesito.

La base se estremeció con otro bombardeo. Cainen notó cómo chocaba contra una pared y se desplomó en el suelo. Al caer, advirtió que ni Aten Randt ni el otro soldado eneshano se habían movido ni un centímetro de su posición.

—Este no es el momento adecuado para debatir el tema, administrador —dijo Aten Randt. El plano efecto del aparato traductor dio al comentario un deje sardónico no pretendido.

Cainen empezó a protestar de nuevo, pero Sharan le agarró suavemente por el brazo.

—Cainen. Tiene razón —dijo ella—. Tienes que salir de aquí. Ya es bastante malo que cualquiera de nosotros esté aquí. Pero si te encontraran a ti sería malísimo.

—No te dejaré aquí.

—Cainen —dijo Sharan, y señaló a Aten Randt, que estaba allí de pie, impasible—. Es uno de los oficiales de más alto rango que hay. Nos atacan. No van a enviar a alguien como él a una misión trivial. Y de todas formas, éste no es momento para discutir. Así que ve. Encontraré el camino de vuelta a los barracones. Llevamos aquí bastante tiempo, ¿sabes? Me acordaré del camino.

Cainen contempló a Sharan durante un minuto y entonces señaló, más allá de Aten Randt, al otro soldado eneshano.

—Tú —dijo—. Escóltala de vuelta a sus barracones.

—Lo necesito a mí lado, administrador —dijo Aten Randt.

—Puede encargarse de mí usted solo —dijo Cainen—. Y si él no la escolta, la escoltaré yo.

Aten Randt cubrió su aparato traductor e hizo un gesto al soldado para que se acercase. Se inclinaron y cloquearon entre sí en voz baja…, cosa que no importaba demasiado, puesto que Cainen no entendía el idioma eneshano. Los dos se separaron y el soldado se situó junto a Sharan.

—La llevará a los barracones —dijo Aten Randt—. Pero no habrá más discusiones por su parte. Ya hemos desperdiciado demasiado tiempo. Ahora venga conmigo, administrador.

Agarró a Cainen por el brazo y tiró de él hacia la puerta que daba a las escaleras. Cainen miró hacia atrás para ver a Sharan contemplando temerosa al inmenso soldado eneshano. Esta última imagen de su ayudante y amante desapareció cuando Aten Randt lo empujó por la puerta.

—Eso ha dolido —dijo Cainen.

—Silencio —ordenó Aten Randt, y empujó a Cainen hacia las escaleras.

Empezaron a subir. Los apéndices inferiores del eneshano, sorprendentemente cortos y delicados, marcaban el propio ritmo de Cainen escaleras arriba.

—Hemos tardado demasiado en localizarlo y demasiado en ponernos en marcha. ¿Por qué no estaba en sus barracones?

—Estábamos terminando un trabajo —respondió Cainen—. No es que tengamos muchas más cosas que hacer por aquí. ¿Adónde vamos ahora?

—Arriba —dijo Aten Randt—. Tenemos que llegar a un servicio de monorrail subterráneo.

Cainen se detuvo un instante y miró a Aten Randt, quien a pesar de estar varios escalones por debajo de él tenía casi la misma altura.

—Esto conduce a los cultivos hidropónicos —dijo Cainen. Sharan, Cainen y otros miembros de su personal visitaban de vez en cuando la inmensa cala hidropónica de la base para dirigirse a los huertos; la superficie del planeta no era exactamente acogedora, a menos que la hipotermia fuera algo que te gustase. La cala hidropónica era el lugar más parecido al exterior en el que podían estar.

—Los cultivos hidropónicos se encuentran en una cueva natural —dijo Aten Randt, empujando a Cainen para que volviera a ponerse en movimiento—. Un río subterráneo corre por debajo, en una zona sellada. Desemboca en un lago subterráneo. Allí hay un pequeño módulo de supervivencia oculto que podrá albergarlo.

—Nunca me lo habían dicho antes —se quejó Cainen.

—No esperábamos que fuera necesario decírselo —contestó Aten Randt.

—¿Voy a nadar hasta allí? —preguntó Cainen.

—Hay un pequeño sumergible. Será estrecho, incluso para usted. Pero ya ha sido programado con el emplazamiento del módulo.

—¿Y cuánto tiempo voy a quedarme allí?

—Esperemos que muy poco —dijo Aten Randt—. Porque la alternativa sería muchísimo. Dos tramos más, administrador.

Los dos se detuvieron ante la puerta dos pisos más arriba, mientras Cainen trataba de recuperar el aliento y Aten Randt hacía chasquear las piezas de su boca por el comunicador. El ruido de la batalla varias plantas por encima se filtraba a través de la piedra del suelo y el hormigón de las paredes.

—Han llegado a la base pero ahora los estamos conteniendo en la superficie —le dijo Aten Randt a Cainen, bajando su comunicador—. No han alcanzado este nivel. Tal vez consigamos ponerlo a salvo. Sígame de cerca, administrador. No se quede atrás. ¿Me comprende?

—Le comprendo.

—Entonces en marcha —dijo Aten Randt. Enfundó su impresionante arma, abrió la puerta y entró en el pasillo. Cuando Aten Randt empezaba a moverse, Cainen vio que los apéndices inferiores del eneshano se extendían y una articulación adicional emergía del interior de su caparazón. Era un mecanismo de aceleración que daba a los eneshanos una velocidad y una agilidad terribles en situaciones de combate, y que a Cainen le recordaba a los bichos de su infancia. Reprimió un escalofrío de aprensión y corrió para alcanzarlo, tropezando más de una vez en el pasillo cubierto de residuos, mientras se dirigía demasiado lentamente a la pequeña estación de monorraíl al otro lado del nivel.

Cainen llegó jadeando mientras Aten Randt examinaba los controles del pequeño aparato, cuyo compartimento de pasajeros quedaba al aire. Ya había desconectado el motor de los vagones posteriores.

—Le dije que no se quedara atrás —dijo Aten Randt.

—Algunos de nosotros somos viejos, y no podemos doblar la longitud de nuestras piernas —respondió Cainen, y señaló la máquina—. ¿Me subo?

—Deberíamos caminar —dijo Aten Randt, y las piernas de Cainen empezaron a sentir calambres anticipadamente—. Pero no creo que pueda usted mantener el ritmo todo el trayecto, y se nos acaba el tiempo. Tendremos que arriesgarnos a usar esto. Suba.

Agradecido, Cainen subió al compartimento de pasajeros, que era espacioso, construido para dos eneshanos. Aten Randt puso la máquina a toda velocidad (unas dos veces el ritmo de carrera de un eneshano, cosa que parecía incómodamente rápida en un túnel tan estrecho) y luego se dio la vuelta y alzó de nuevo su arma, escrutando el túnel tras ellos en busca de objetivos.

—¿Qué me pasará si la base cae? —preguntó Cainen.

—Estará a salvo en el módulo de supervivencia.

—Sí, pero si la base cae, ¿quién vendrá a por mí? —preguntó Cainen—. No puedo quedarme en el módulo eternamente, y no sabré cómo regresar. No importa lo bien preparado que esté ese módulo suyo, tarde o temprano se quedará sin suministros. Por no mencionar el aire.

—El módulo tiene capacidad para extraer oxígeno disuelto del agua —dijo Aten Randt—. No se asfixiará.

—Maravilloso. Pero sigue quedando el problema del hambre —dijo Cainen.

—El lago tiene una salida… —empezó a decir Aten Randt, y hasta ahí llegó antes de que la máquina descarrilara con una súbita sacudida. El rugido del túnel al desplomarse ahogó todos los demás sonidos; Cainen y Aten Randt se encontraron brevemente en el aire al ser expulsados súbitamente del compartimento de pasajeros del monorraíl hacia la polvorienta oscuridad.

Tras un lapso de tiempo indeterminado, Cainen fue despertado por Aten Randt.

—Despierte, administrador.

—No puedo ver nada —dijo Cainen.

Aten Randt respondió encendiendo la linterna adjunta a su arma.

—Gracias.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Aten Randt.

—Estoy bien —dijo Cainen—. Si es posible, me gustaría pasar el resto del día sin volver a chocar contra el suelo.

Aten Randt asintió y apartó la luz, para contemplar las rocas caídas que les habían cerrado el paso. Cainen empezó a levantarse, y resbaló un poco entre los escombros.

Aten Randt volvió el rayo de luz hacia Cainen.

—Quédese aquí, administrador —dijo—. Estará más seguro.

Dirigió la luz hacia los raíles.

—Puede que todavía tengan corriente.

Desvió otra vez el rayo de luz hacia las paredes derruidas de su nuevo habitáculo. Por accidente o por designio, el bombardeo que había alcanzado las vías había encerrado a Cainen y Aten Randt; no había ninguna abertura en la pared de escombros. Cainen advirtió que la asfixia se convertía de nuevo en un problema real. Aten Randt continuó examinando su nuevo perímetro y de vez en cuando probaba con su comunicador, que parecía no funcionar. Cainen se sentó y trató de no respirar demasiado profundamente.

Poco después, Aten Randt, que había renunciado a su exploración y los había vuelto a sumir en la oscuridad mientras descansaban, volvió a encender su linterna y la dirigió hacia la pared de escombros más cercana.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cainen.

—Cállese —dijo Aten Randt, y se acercó a la pared, como intentando escuchar algo. Unos momentos más tarde, Cainen lo oyó también: un ruido que podrían haber sido voces, pero no de alguien de allí, ni tampoco de alguien amistoso. Poco después llegaron las explosiones. Quienquiera que estuviese al otro lado de la pared de escombros había decidido entrar.

Aten Randt se apartó de la pared velozmente y corrió hacia Cainen, el arma alzada, cegándolo con la luz.

—Lo siento, administrador —dijo Aten Randt.

Fue entonces cuando Cainen comprendió que las órdenes que Aten Randt tenía para ponerlo a salvo probablemente llegaban hasta allí. Por instinto más que por reflexión Cainen se apartó de la luz; la bala dirigida al centro de su cuerpo le alcanzó el brazo, haciéndolo girar y derribándolo. Cainen se puso de rodillas y vio su sombra extendida ante él mientras el rayo de luz de Aten Randt caía sobre su espalda.

—Espere —dijo Cainen a su sombra—. Por la espalda no. Sé lo que tiene usted que hacer. Pero por la espalda no. Por favor.

Se produjo una pausa, recalcada por los sonidos de los escombros al ser volados.

—Dese la vuelta, administrador —dijo Aten Randt.

Cainen se giró, despacio, rozándose las rodillas con el suelo, las manos metidas en los bolsillos de su bata, como si fueran esposas. Aten Randt se tomó la molestia de elegir bien el blanco mientras apuntaba con su arma al cerebro de Cainen.

—¿Está preparado, administrador? —dijo Aten Randt.

—Lo estoy —contestó Cainen, y le disparó con el arma que llevaba en el bolsillo de la bata, tras apuntar al rayo de luz.

El disparo de Cainen coincidió con un estallido al otro lado de la pared de escombros. Aten Randt no pareció darse cuenta de que le habían alcanzado hasta que la sangre empezó a manar por la herida de su caparazón; a través de la luz, la herida apenas era visible para Cainen, que vio cómo Aten Randt se la buscaba, la observaba durante un momento, y luego volvía a mirar a Cainen, confuso. A esas alturas, Cainen ya había sacado la pistola del bolsillo. Le disparó a Aten Randt tres veces más, vaciando su cargador en el eneshano. Aten Randt saltó levemente hacia delante, impulsándose con sus patas delanteras, y luego cayó hacia atrás; la masa de su corpachón se desplomó en el suelo mientras cada una de sus patas se extendía en diversos ángulos.

—Lo siento —le dijo Cainen al nuevo cadáver.

El espacio se llenó de polvo y luego de luz cuando la pared de escombros se abrió, y unas criaturas que portaban luces en sus armas irrumpieron a través de ella. Una localizó a Cainen y ladró; de repente varios rayos de luz lo apuntaron. Cainen bajó su arma, alzó su brazo bueno en gesto de rendición y se apartó del cuerpo de Aten Randt. Haber matado a Aten Randt para conservar la vida no le serviría de mucho si estos invasores decidían llenarlo de agujeros. A través de los rayos de luz uno de los invasores avanzó, chisporroteó algo en su idioma, y Cainen finalmente logró ver con qué especie estaba tratando.

Su formación como xenobiólogo acudió en su ayuda mientras advertía los detalles del fenotipo de la especie: bilateralmente simétricos y bípedos y, como consecuencia, con miembros diferenciados para los brazos y las piernas; sus rodillas se doblaban al revés. Más o menos del mismo tamaño y constitución, cosa que no era sorprendente ya que gran número de las llamadas especies inteligentes eran bípedas, bilateralmente simétricas y de tamaño más o menos similar en masa y volumen. Era una de las cosas que hacía que las relaciones entre especies en esa parte del universo fueran tan difíciles. Demasiadas especies inteligentes similares y muy poco espacio utilizable para cubrir todas sus necesidades.

«Pero ahora las diferencias emergen», pensó Cainen, mientras la criatura volvía a ladrar: un torso y abdomen más ancho, y una estructura esquelética y una musculatura generalmente más torpe. Pies como muñones, manos como bastones. Diferencias sexuales externas obvias (la criatura que tenía delante era hembra, si recordaba correctamente). Capacidad sensorial limitada, debido a los dos pequeños receptores ópticos y los dos sensores aurales que tenían en vez de las bandas ópticas y aurales que envolvían completamente la cabeza de Cainen. Finas fibras queratinosas en la cabeza en vez de pliegues de piel radiadores de calor. No fue la primera vez que Cainen pensó que la evolución no había sido especialmente generosa con esa especie, físicamente hablando.

Sólo los había hecho agresivos, peligrosos y enormemente difíciles de eliminar de la superficie de un planeta. Un problema, eso.

La criatura que Cainen tenía delante le farfulló algo de nuevo y sacó un objeto corto y de aspecto desagradable. Cainen miró directamente a los sensores ópticos de la criatura.

—Malditos humanos —dijo.

La criatura lo golpeó con el objeto. Cainen sintió una descarga, vio una danza multicolor de luces y cayó al suelo por última vez ese día.

* * *

—¿Recuerda quién soy? —dijo la humana ante la mesa, mientras conducían a Cainen a la habitación. Sus captores le habían proporcionado un taburete que se acomodaba a sus rodillas que se volvían hacia lo que para ellos era atrás. Cuando la humana habló la traducción salió por un altavoz que había en la mesa. El otro único objeto que había en la mesa era una jeringuilla, llena de un fluido claro.

—Es usted la soldado que me dejó inconsciente —dijo Cainen. El altavoz no proporcionó una traducción a sus palabras, sugiriendo que la soldado tenía algún otro aparato traductor en alguna parte.

—Así es —dijo la humana—. Soy la teniente Jane Sagan —señaló el taburete—. Por favor, siéntese.

Cainen se sentó.

—No era necesario dejarme inconsciente —dijo—. Habría venido voluntariamente.

—Teníamos nuestros motivos para quererle inconsciente —respondió Sagan. Indicó su brazo herido, donde le había alcanzado la bala de Aten Randt—. ¿Cómo está su brazo? —preguntó.

—Parece que bien.

—No pudimos arreglarlo por completo —dijo Sagan—. Nuestra tecnología médica puede curar rápidamente la mayoría de nuestras heridas, pero es usted raey, no humano. Nuestras tecnologías no encajan exactamente. Pero hicimos lo que pudimos.

—Gracias —dijo Cainen.

—Asumo que le disparó el eneshano que encontramos junto a usted —dijo Sagan—. El que mató.

—Sí.

—Me intriga por qué se enzarzaron ustedes en una pelea.

—Iba a matarme, y yo no quería morir —dijo Cainen.

—Eso provoca la pregunta de por qué ese eneshano le quería muerto —dijo Sagan.

—Yo era su prisionero. Supongo que sus órdenes eran matarme antes de permitir que me tomaran con vida.

—Era usted su prisionero —dijo Sagan—. Y tenía usted un arma.

—La encontré.

—¿De veras? Qué seguridad más pobre por parte de los eneshanos. No es propio de ellos.

—Todos cometemos errores —dijo Cainen.

—¿Y todos los otros raey que encontramos en la base? —preguntó Sagan—. ¿También eran prisioneros?

—Lo eran —dijo Cainen, y sintió un arrebato de preocupación por Sharan y el resto de su personal.

—¿Cómo es que todos ustedes cayeron prisioneros de los eneshanos? —preguntó Sagan.

—Íbamos en una nave raey que nos llevaba a una de nuestras colonias para una rotación médica —contestó Cainen—. Los eneshanos atacaron nuestra nave. Nos abordaron, hicieron prisionera a mi tripulación y nos enviaron aquí.

—¿Cuánto hace de eso?

—Hace algún tiempo —dijo Cainen—. No estoy completamente seguro. Nos guiamos por tiempo militar eneshano aquí, y desconozco sus unidades de medida. Y luego está el período rotacional planetario, que es rápido y hace las cosas aún más confusas. Y también desconozco las divisiones temporales humanas, así que no puedo describirlo adecuadamente.

—Nuestros servicios de inteligencia no tienen ninguna constancia de que los eneshanos atacaran una nave raey el último año…, eso será unos dos tercios de hked para usted —dijo Sagan, usando el término raey para una órbita completa del mundo hogar alrededor de su sol.

—Tal vez sus servicios de inteligencia no son tan buenos como piensan —dijo Cainen.

—Es posible —concedió Sagan—. Sin embargo, ya que los eneshanos y los raey siguen técnicamente en estado de guerra, una nave atacada tendría que haber sido advertida. Sus dos pueblos han combatido por menos.

—No pudo decirle más de lo que sé —dijo Cainen—. Nos sacaron de la nave y nos trajeron a esta base. Qué sucedió o qué no sucedió fuera de la base en todo este tiempo es un tema del que no sé mucho.

—Los retenían en la base como prisioneros —dijo Sagan.

—Sí.

—Hemos registrado toda la base, y sólo hay una pequeña zona de detención. No hay nada que sugiera que estaban ustedes encerrados.

Cainen emitió el equivalente raey de una risita triste.

—Si ha visto la base sin duda ha visto también la superficie del planeta —dijo—. Si alguno de nosotros hubiera intentado escapar, se habría congelado antes de llegar muy lejos. Por no mencionar que no hay ninguna parte adonde ir.

—¿Cómo lo saben?

—Los eneshanos nos lo dijeron —respondió Cainen—. Y ninguno de los miembros de mi tripulación planeó una excursión para poner a prueba sus palabras.

—Así que no saben nada más del planeta —dijo Sagan.

—A veces hace frío, a veces hace aún más frío. Ésa es la profundidad de mis conocimientos sobre el planeta.

—Es usted doctor —dijo Sagan.

—No estoy familiarizado con ese término —respondió Cainen, y señaló el altavoz—. Su máquina no es lo suficientemente lista para darme un equivalente en mi idioma.

—Es usted un profesional médico. Se dedica a la medicina —dijo Sagan.

—Lo soy —dijo Cainen—. Mi especialidad es la genética. Por eso estábamos en esa nave mi personal y yo. Una de nuestras colonias sufría una plaga que afectaba la secuenciación genética y la división celular. Nos enviaron a investigar, con la esperanza de que halláramos una cura. Estoy seguro de que si han registrado la base habrán visto nuestro equipo. Nuestros captores tuvieron la amabilidad de dejarnos espacio para un laboratorio.

—¿Y por qué hicieron eso? —preguntó Sagan.

—Tal vez pensaron que si nos mantenían ocupados con nuestros propios proyectos, seríamos más fáciles de manejar —dijo Cainen—. Si es así, funcionó, porque por regla general nos comportamos y no tratamos de crear ningún problema.

—Excepto en lo referido al robo de armas, claro —dijo Sagan.

—Las tenía desde hace algún tiempo, así que al parecer no levanté ninguna sospecha.

—El arma que usó usted estaba diseñada para un raey —dijo Sagan—. Algo extraño tratándose de una base militar eneshana.

—Debieron cogerla cuando abordaron nuestra nave. Estoy seguro de que cuando investiguen la base encontrarán bastantes artículos diseñados para los raey.

—Bien, recapitulando —dijo Sagan—. Usted y su grupo de médicos fueron hechos prisioneros por los eneshanos hace un tiempo indeterminado y fueron traídos aquí, donde han estado retenidos e incomunicados con los suyos. No saben dónde están ni qué planes tienen los eneshanos para ustedes.

—Así es. Aunque supongo que no querían que nadie supiera que yo estaba aquí cuando la base fue invadida, porque uno de ellos trató de matarme.

—Eso es cierto —dijo Sagan—. Me temo que a usted le ha ido mejor que a su equipo.

—No entiendo qué quiere decir.

—Es usted el único raey que hemos encontrado con vida. Los demás fueron ejecutados por los eneshanos. La mayoría estaban en lo que parecen ser unos barracones. Encontramos a otro cerca de lo que imagino que era su laboratorio, ya que tenía elementos de tecnología raey.

Cainen se sintió enfermo.

—Está mintiendo —dijo.

—Me temo que no.

—Los mataron ustedes, los humanos —dijo Cainen, furioso.

—Los eneshanos trataron de matarle a usted —dijo Sagan—. ¿Por qué no iban a querer matar también a los otros miembros de su equipo?

—No la creo.

—Comprendo por qué. Pero sigue siendo la verdad.

Cainen permaneció allí sentado, dolido. Sagan le dio tiempo.

—Muy bien —dijo Cainen, al cabo de un rato—. Dígame qué quieren de mí.

—Para empezar, administrador Cainen, nos gustaría la verdad.

Cainen tardó un instante en darse cuenta de que era la primera vez que la humana se dirigía a él por su nombre. Y su título.

—Le he estado diciendo la verdad.

—Chorradas —dijo Sagan.

Cainen señaló de nuevo el altavoz.

—Sólo recibo una traducción parcial de eso —dijo.

—Es usted el administrador Cainen Suen Su —dijo Sagan—. Y aunque es cierto que tiene cierta formación médica, sus dos principales áreas de estudio son la xenobiología y los sistemas defensivos neurales semiorgánicos en red…, dos áreas de estudio que imagino encajan bien juntas.

Cainen no dijo nada. Sagan continuó.

—Ahora, administrador Cainen, déjeme hablarle un poco de lo que sabemos. Hace quince meses, los raey y los eneshanos seguían librando la misma guerra intermitente en la que llevan enzarzados treinta años, una guerra que nosotros hemos animado ya que los mantiene a ambos apartados de nuestro cuello.

—No del todo —dijo Cainen—. Estuvo la batalla de Coral.

—Sí, es verdad —dijo Sagan—. Estuve allí. Casi muero.

—Yo perdí un hermano allí. El menor. Quizá lo conoció usted.

—Quizá —dijo Sagan—. Hace quince meses los raey y los eneshanos eran enemigos. Y de repente no lo son, por algún motivo que nuestros servicios de inteligencia no pueden adivinar.

—Ya hemos discutido las limitaciones de sus servicios de inteligencia —dijo Cainen—. Las razas se cansan de guerrear todo el tiempo. Después de Coral, ustedes y nosotros dejamos de combatir.

—Dejamos de combatir porque les derrotamos. Ustedes se retiraron y nosotros reconstruimos Coral —dijo Sagan—. Y ése es el tema: hay un motivo por el que dejamos de pelear, al menos por ahora. Ustedes y los eneshanos no tienen ningún motivo. Eso nos preocupa.

»Hace tres meses el satélite espía que colocamos sobre este planeta advirtió que para ser un mundo supuestamente deshabitado, de repente había empezado a recibir un montón de tráfico, tanto eneshano como raey. Lo que hace que sea especialmente interesante para nosotros es que este planeta no está reclamado por los eneshanos ni por los raey, sino por los obin. Los obin no se relacionan, administrador, y son tan fuertes que ni los eneshanos ni los raey se tomarían a la ligera lo de plantar el chiringuito en su territorio.

»Así que colocamos un satélite espía más avanzado sobre este planeta para buscar signos de que estuviera habitado. No encontramos nada. Como especialista en defensa, administrador, ¿le gustaría aventurar una suposición?

—Supongo que la base estaba protegida —dijo Cainen.

—Lo estaba. Y resulta que por el mismo tipo de sistema defensivo en el que usted es especialista. No lo sabíamos en ese momento, claro, pero ahora sí.

—¿Cómo descubrieron la base si estaba protegida? —preguntó Cainen—. Siento curiosidad, desde un punto de vista profesional.

—Lanzamos piedras —dijo Sagan.

—¿Disculpe?

—Piedras —dijo Sagan—. Hace un mes asaltamos el planeta con varias docenas de sensores sísmicos que estaban programados para buscar firmas sísmicas y que sugerían estructuras subterráneas de diseño inteligente. Hablando por experiencia, las bases secretas son más fáciles de proteger cuando están bajo tierra. Confiamos en la actividad sísmica natural del planeta para estrechar las zonas donde investigar. Luego lanzamos piedras en zonas de interés. Y hoy lanzamos varias justo antes de nuestro ataque, para obtener una imagen sónica exacta de la base. Las piedras son buenas porque parecen meteoritos naturales. No asustan a nadie. Y nadie se protege contra las imágenes sísmicas. La mayoría de las razas están demasiado ocupadas protegiéndose contra escaneos ópticos y electromagnéticos de alta energía para considerar que las ondas de sonido supongan un gran peligro. Es la falacia de la alta tecnología: ignora la eficacia de las órdenes inferiores de tecnología. Como lanzar piedras.

—Típico de los humanos, tirar piedras —dijo Cainen.

Sagan se encogió de hombros.

—No nos importa que el otro tipo saque una pistola en una pelea a cuchillo —dijo—. Eso nos facilita arrancarle el corazón. O lo que sea que utilice para bombear sangre. Su exceso de confianza trabaja a nuestro favor. Como puede ver, ya que está usted aquí. Pero lo que realmente queremos saber, administrador, es por qué está usted aquí. Que eneshanos y raey estén trabajando juntos ya es sorprendente, ¿pero que lo hagan eneshanos, raey y obin? Eso no es sólo sorprendente. Es interesante.

—No sé nada sobre los propietarios de este planeta —dijo Cainen.

—Y eso resulta todavía mucho más interesante, administrador Cainen —dijo Sagan, ignorando el comentario—. Mientras usted dormía hicimos un escáner genético para averiguar quién era, luego accedimos a los archivos de la nave para aprender un poco de su historia. Sabemos que una de sus principales áreas de interés xenobiológico son los humanos. Probablemente es la máxima autoridad raey en genética humana. Y sabemos que también siente un interés particular por saber cómo funcionan los cerebros humanos.

—Es parte de mi interés general por las redes neurales —dijo Cainen—. No estoy particularmente interesado en los cerebros humanos, como usted dice. Todos los cerebros son interesantes a su modo.

—Si usted lo dice… —respondió Sagan—. Pero sea lo que sea que estuviera haciendo aquí, era lo bastante importante para que los eneshanos prefirieran verlo muerto junto con su equipo que en nuestras manos.

—Ya se lo he dicho. Éramos prisioneros.

Sagan puso los ojos en blanco.

—Finjamos durante un minuto que ninguno de los dos es estúpido, administrador Cainen.

Cainen se inclinó hacia delante, acercándose a Sagan desde el otro lado de la mesa.

—¿Qué clase de humano es usted? —preguntó.

—¿Qué quiere decir?

—Sabemos que hay tres tipos de humanos —dijo Cainen, y alzó sus dedos, mucho más largos y más articulados que los dedos humanos, para ir contando las variaciones—. Están los humanos no modificados, que son los que colonizan los planetas. Son de diversas formas y tamaños y colores…, buena diversidad genética. El segundo grupo es el que forma la mayor parte de su casta guerrera. También varían en forma y tamaño, pero en un grado menor, y todos son del mismo color: verde. Sabemos que esos soldados no ocupan sus cuerpos originales: su conciencia es transferida a partir de los cuerpos de miembros ancianos de su especie a estos cuerpos más fuertes y más sanos. Estos cuerpos son sometidos a una extensiva alteración genética, tanto que no pueden reproducirse, ni entre ellos ni con humanos no modificados. Pero siguen siendo reconociblemente humanos, sobre todo en la cuestión cerebral.

»Pero el tercer grupo… —dijo Cainen, y se inclinó hacia atrás—. Hemos oído historias, teniente Sagan.

—¿Qué han oído?

—Que son creados a partir de los muertos —dijo Cainen—. Que el plasma germinal humano de los muertos se mezcla y remezcla con la genética de otras especies para ver qué surge. Que algunos de ellos ni siquiera parecen humanos, tal como ellos se reconocen a sí mismos. Que nacen como adultos, con habilidades y capacidades, pero sin memoria. Y no sólo sin memoria. Sin sentido del yo. Sin moralidad. Sin restricciones. Sin… —se detuvo, como buscando la palabra adecuada—, sin humanidad —dijo por fin—. Como usted diría. Niños guerreros, en cuerpos crecidos. Abominaciones. Monstruos. Herramientas que su Unión Colonial utiliza para las misiones que no pueden o no quieren ofrecer a soldados que tienen experiencia de vida y moral, o que podrían temer por su alma en este mundo o el siguiente.

—Un científico preocupado por el alma —dijo Sagan—. Eso no es muy pragmático.

—Soy científico, pero también raey —dijo Cainen—. Sé que tengo alma, y la cuido. ¿Tiene usted alma, teniente Sagan?

—No, que yo sepa, administrador Cainen. Son difíciles de cuantificar.

—Así que pertenece usted al tercer tipo de humanos.

—Así es.

—Construida a partir de la carne de los muertos.

—De sus genes —dijo Sagan—. No de su carne.

—Los genes construyen la carne, teniente. Los genes sueñan la carne, donde reside el alma.

—Ahora se nos ha vuelto usted poeta.

—Estoy citando —dijo Cainen—. A una de nuestras filósofas. Que también era científica. No la conocerá usted. ¿Puedo preguntar qué edad tiene?

—Tengo siete, casi ocho —respondió Sagan—. Unos cuatro y medio de sus hked.

—Tan joven —dijo Cainen—. Los raey de su edad apenas han iniciado su educación. Tengo más de diez veces su edad, teniente.

—Y sin embargo, aquí estamos los dos.

—Aquí estamos —reconoció Cainen—. Ojalá nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, teniente. Me gustaría mucho estudiarla.

—No sé cómo responder a eso —dijo Sagan—. «Gracias» no parece adecuado, considerando lo que probablemente significa ser su objeto de estudio.

—Podría ser mantenida con vida.

—Oh, qué alegría. Pero podría usted conseguir su deseo, en cierto modo. Debe saber ya que es usted prisionero…, esta vez de verdad, y que lo será durante el resto de su vida.

—Lo supuse cuando empezó a decirme cosas de las que podría informar a mi gobierno —dijo Cainen—. Como el truco con las piedras. Aunque supuse que iban a matarme.

—Los humanos somos un pueblo pragmático, administrador. Tiene usted conocimientos que podemos utilizar, y si estuviera dispuesto a cooperar, no hay ningún motivo para que no pueda continuar su estudio de la genética y el cerebro de los humanos. Para nosotros, en vez de para los raey.

—Todo lo que tendría que hacer es traicionar a mi pueblo —dijo Cainen.

—Eso sí —concedió Sagan.

—Creo que preferiría morir.

—Con el debido respeto, administrador, si de verdad creyera usted eso, probablemente no le habría disparado al eneshano que intentó matarlo antes. Creo que quiere usted vivir.

—Puede que tenga razón. Pero la tenga o no, niña, he terminado de hablar con usted. Le he dicho todo lo que voy a decirle por propia voluntad.

Sagan le sonrió.

—Administrador, ¿sabe qué tenemos en común los humanos y los raey?

—Tenemos varias cosas en común. Escoja una.

—La genética —dijo Sagan—. No hace falta que le diga que la secuenciación genética humana y la secuenciación genética raey son sustancialmente distintas en los detalles. Pero a nivel general compartimos ciertas similitudes, incluido el hecho de que recibimos un grupo de genes de un progenitor y otro del otro. Reproducción sexual por parte de dos progenitores.

—Reproducción sexual estándar entre especies que se reproducen sexualmente —dijo Cainen—. Algunas especies necesitan tres o incluso cuatro progenitores, pero no muchas. Es demasiado ineficaz.

—Sin duda. Administrador, ¿ha oído hablar del síndrome de Fronig?

—Es una rara enfermedad genética entre los raey. Muy rara.

—Por lo que tengo entendido, la enfermedad tiene su causa en dos grupos de genes no relacionados —dijo Sagan—. Un grupo de genes regula el desarrollo de las células nerviosas, y específicamente una vaina de aislamiento alrededor de ellas. El segundo grupo de genes regula el órgano que produce el equivalente raey a lo que los humanos llamamos linfa. Hace algunas de las mismas cosas, y otras las hace de manera diferente. En los humanos la linfa conduce la electricidad, pero en los raey este líquido es un aislante eléctrico. Por lo que sabemos de la psicología raey esta cualidad aislante de su linfa no sirve para nada, igual que la naturaleza conductora de la linfa humana no es ni una ventaja ni una pega…, está ahí y ya está.

—Sí —dijo Cainen.

—Pero para los raey que tienen la desgracia de tener dos genes de desarrollo nervioso rotos, ese aislamiento eléctrico es beneficioso. El fluido baña la zona intersticial que rodea las células raey, incluidas las células nerviosas. Eso impide que las señales eléctricas nerviosas se desvíen. Lo que es interesante de la linfa raey es que su composición se controla hormonalmente, y que un leve cambio en la señal hormonal la hace cambiar de aislante eléctrico a conductora eléctrica. Una vez más, para la mayoría de los raey, esto no significa nada. Pero para aquellos que tienen células nerviosas expuestas…

—Les provoca ataques y convulsiones y luego la muerte, cuando las señales nerviosas se extienden por sus cuerpos —dijo Cainen—. Es muy raro y fatal. Los individuos que tienen linfa conductora eléctrica y nervios expuestos mueren durante la gestación, normalmente después de que las células empiecen a duplicarse y se manifieste el síndrome.

—Pero también hay casos de adultos con el síndrome de Fronig —dijo Sagan—. Los genes se codifican para cambiar la señal hormonal más tarde, a principios de la edad adulta. Lo suficientemente tarde para que la reproducción suceda y el gen sea transmitido. Pero también hacen falta dos genes defectuosos para que se exprese.

—Sí, naturalmente. Es otro motivo por el que el síndrome de Fronig es tan raro: no es frecuente que un individuo reciba dos conjuntos de genes nerviosos defectuosos y a la vez dos conjuntos de genes que causen cambios hormonales posteriores en su órgano linfático. Dígame adonde quiere llegar con esto.

—Administrador, la muestra genética que hemos tomado de usted nos dice que entra usted en la categoría de nervios defectuosos.

—Pero no para los cambios hormonales —dijo Cainen—. De lo contrario ya estaría muerto. El síndrome de Fronig se expresa a principios de la edad adulta.

—Es cierto. Pero pueden inducirse cambios hormonales matando ciertos grupos de células dentro del órgano linfático raey. Matar suficientes para generar la hormona correcta, y todavía puede producir linfas. Simplemente, tendrá propiedades diferentes. Propiedades fatales, en su caso. Puede hacerse químicamente.

Cainen dirigió su atención a la jeringuilla que durante toda la conversación había esperado sobre la mesa.

—Y ése es el compuesto químico que puede hacerlo, supongo —dijo.

—Ese es el antídoto —respondió Sagan.

* * *

A Jane Sagan el administrador Cainen Suen Su le parecía, a su modo, admirable: no se quebró fácilmente. Sufrió varias horas mientras su órgano linfático fue sustituyendo gradualmente la linfa de su cuerpo por el nuevo fluido alterado, retorciéndose y sacudiéndose mientras concentraciones de la linfa conductora eléctrica disparaban al azar descargas nerviosas por todo su cuerpo, y la conductividad general de todo su sistema se ampliaba a cada minuto que pasaba. Si no se hubiera venido abajo cuando lo hizo, probablemente no hubiera podido decirles lo que ellos querían.

Pero se vino abajo, y suplicó el antídoto. Al final, quiso vivir. Sagan le administró el antídoto en persona (aunque no era realmente un antídoto, ya que aquellas células muertas estaban muertas para siempre, y tendría que recibir dosis diarias del compuesto durante el resto de su vida). Mientras el antídoto corría por el cuerpo de Cainen, Sagan se enteró de la guerra que se estaba preparando contra la humanidad, y del plan general para someter y erradicar a toda la especie. Un genocidio planeado con gran detalle, basado en la cooperación hasta entonces inaudita de tres razas.

Y un humano.