29

Con el aguinaldo que le ha dado la señora, Pepita quiere comprar un retal para Hortensia. Le hará un vestido holgado que le sirva durante todo el embarazo y la abrigue bien. Buscará una franela gris con florecitas blancas. Tiene tiempo, si se da prisa, de pasar por Pontejos antes de ir a Sol a comprar el pavo que le ha encargado doña Amparo.

Acelera el paso. A ella no le gusta aprovecharse cuando sale a los recados, pero si no compra ahora el retal no podrá empezar a coser esta noche. Sólo quedan tres días para la próxima visita. Sólo le quedan tres noches para hacer el vestido. Correrá, para que doña Amparo no le pregunte al volver por qué ha tardado tanto.

Cruza la plaza de jacinto Benavente sujetándose la toquilla y mirando al suelo para no resbalar en la nieve. Antes de llegar al otro extremo, advierte que alguien la sigue. Un hombre. Un hombre la está siguiendo de cerca.

Pero no, el hombre que la estaba siguiendo pasó de largo junto a ella. Y ella respiró hondo y levantó la vista. Fue un instante. Volvió la mirada a la nieve y contuvo la respiración. Se paró en seco. Desde la esquina de la calle de la Bolsa, el hombre que había pasado de largo la saludó levantándose el sombrero mientras aplastaba una colilla en el suelo con el tacón del zapato. Pepita cerró los ojos. Giró un hombro y se protegió con la toca antes de volver a mirar hacia la esquina donde aquel hombre se apoyaba de lado en la pared. Sí, volvía a saludarla calándose el sombrero en la frente. Pepita retrocedió un paso. Y él comenzó a caminar hacia ella.

—Cógeme del brazo, chiqueta, y no te asustes.

Era Paulino, sí. Y no dijo nada más. La llevó a la iglesia de San Judas Tadeo y, ya en su interior, encendió una vela; se la entregó a Pepita y prendió otra:

—Nos vamos a Toulouse.

Con la vela encendida en una mano y el sombrero en la otra, repitió que se iban a Toulouse, se acercó a la imagen de San judas y preguntó si era ése el santo que le encontraba novio a las mozas. Ella le contestó que no:

—No, el que busca novio es San Antonio de la Florida.

—¿Dónde se pone esto?

—Aquí, trae para acá, chiquillo.

Pepita colocó las dos velas en el lugar de las ofrendas.

—Y este santo, ¿qué hace?

—Es el patrón de los imposibles.

—¿Tú vas a ir a San Antonio de la Florida?

—¿A ti qué te importa?

—Tú no vayas a San Antonio, que a ti no te va a hacer falta.

No estaban solos en la iglesia, algunos feligreses les miraban, pero de pronto, Pepita perdió el miedo a que la vieran junto a Paulino. Perdió el miedo que la paralizó en la plaza al ver a El Chaqueta Negra apostado en la esquina; el miedo a que la gente lo descubriera caminando de su brazo; y el miedo a que Paulino la rozara. Se acercó a él y le preguntó dónde estaba Toulouse.

—En Francia, pero volveré pronto, y te buscaré si quieres ser mi novia.

—Yo ya estoy al habla con uno de Córdoba.

—Eso es mentira.

—Mira tú por dónde, ¡ahora vas a saber más tú que yo!

—Me lo ha dicho Felipe.

—¿Cómo está?

—Mejor.

—¿Cuándo os vais?

—¿Me darás contestación?

—¿De qué?

—De lo que he venido a pedirte.

—En Córdoba no se hacen así las cosas.

—¿Pues, cómo se hacen?

—Pues a su debido tiempo. El muchacho ronda a la muchacha y si ella está de parte y le agrada, se deja rondar. Y en eso se lleva un montón de tiempo, si es que va de formal.

No hay tiempo. Paulino no tiene tiempo para cortejar a una mujer, como a Pepita le hubiera gustado. Por eso le da un plazo:

—Ven esta noche. Ven a Ave María y me das contestación.

Desde atrás, una mujer chistó para que se callaran. Paulino prendió otra vela, se la entregó a Pepita y le rogó al oído que la ofreciera por él al patrón de los imposibles. Ella miró de soslayo a la mujer que acababa de chistar, y le susurró a Paulino sin apenas mover los labios:

—¿Qué quieres que le pida?

Las dos manos de Pepita sujetaban la vela encendida, él las rodeó con las suyas y contestó:

—Tú lo sabes, chiqueta.

Y se marchó. Ella le vio caminar hacia la puerta. Le vio tomar agua bendita y persignarse torpemente, mirándola.

Cuando Paulino iba a besarse el pulgar, Pepita se santiguó y acercó también el suyo a sus labios. Mirándole.