Es más fácil guardar el luto cuando se puede velar al muerto. Es más fácil si se ha tenido la posibilidad de abrazar su cabeza, como hizo Tomasa antes de vestirse de negro. Doña Martina no tuvo esa suerte. Doña Martina no pudo leer siquiera el nombre de su marido en las listas de Capitanía General. Y por eso Elvira, su hija, la más pequeña de la galería número dos, puede soñar. Aunque Paulino les contara al llevarlas a Alicante que el Batallón Alicante Rojo fue aniquilado en una carretera de Guadalajara. Nadie sobrevivió al bombardeo.
—Los aviones volaban tan bajo que los barrieron a todos. Y a padre el primero, que él no era de los que corren para atrás.
Doña Martina escucha sin un solo pestañeo, con la mirada fija en Paulino, que ha regresado únicamente para asegurarse de que su madre y su hermana se marcharán de Valencia. Ha regresado con un camarada para acompañarlas a Alicante. En el puerto cogerán un barco que las llevará a Orán.
—Has de irte con Elvirita, madre.
Madre. Su hijo la llama madre. Nunca más la llamará mamá. Lleva pantalón y chaqueta de pana, una boina con visera y un fusil ametrallador al hombro. Le asegura que la situación es muy peligrosa, que Casado pretende negociar la paz con Franco para que no haya represalias. Ya ha enviado mensajeros a Burgos. Es un golpe de Estado.
—Madre, ¿me oyes?
Madre. Doña Martina sólo ha entendido que su hijo la llama madre, y sólo ha oído la palabra paz.
—Entonces, ¡ya llega la paz!
La desesperación de Paulino obliga a intervenir a su compañero, que rodea los hombros de doña Martina y le explica que lo que está llegando es mucha sangre. Las represalias no van a cesar.
—Has de sacar a la chaqueta de aquí, madre.
Ella asiente con un gesto. Guarda en el bolso la caja de sus ahorros. Y suspira.
—¡Vamos!
Se ajustó Paulino el fusil al hombro mientras dijo ¡Vamos! Se lo dijo a Felipe, el camarada que le acompaña desde que se incorporó a filas. El miliciano que ha sido su sombra desde el día que ambos llegaron a Benimamet para recibir un curso de instrucción guerrillera. Ocho semanas estuvieron allí. Después se incorporaron los dos al XIV Cuerpo del Ejército Guerrillero y les asignaron la zona de Extremadura. Juntos atentaron contra el ferrocarril Mérida-Cáceres. Y al día siguiente, Felipe le salvó la vida en un enfrentamiento con tropas regulares. Desde entonces no se han separado.
—No se angustie, señora, pronto podrá volver.
Paulino cargó con la maleta que un día trajera el sargento pagador, donde su madre llevaba la ropa que mandó teñir de negro el día nueve de marzo de mil novecientos treinta y siete, cuando regresó por primera vez de Capitanía General. Luto. Luto para una viuda que no abrazará la cabeza de su esposo. Luto y ausencia para la niña pelirroja que aún insiste en soñar.
Soñar. Semidornida.
Arriba, parias de la tierra.
Y Elvira se incorpora semidespierta al escuchar a Reme, que ha comenzado a cantar a media voz. Elvira escucha, semidormida. Reme desafina.
En pie, famélica legión.
Reme intenta desviar la atención de Mercedes, que ha vuelto a alzar la mano contra Tomasa, pero Reme desafina. Y Elvira entona la melodía que tantas veces ha escuchado cantar a Paulino. Hortensia la sigue en un susurro apenas perceptible, apenas suficiente para que Mercedes gire la cabeza hacia ellas.
Atruena la razón en marcha.
El trío continúa cantando a medio tono. Tomasa se suma al himno.
Del pasado hay que hacer añicos.
Las demás internas de la galería corean a sus compañeras. Casi un rumor, un susurro apenas, aunque crece, sin que ellas eleven la voz. Crece a medida que, una a una, se incorporan todas al canto. Un murmullo que crece. Crece.
Legión esclava, en pie, a vencer.
Mercedes retira la amenaza, deja caer la mano que cernía sobre el rostro de Tomasa y, con furor en los ojos, se gira hacia el grupo que se ha formado alrededor del petate de Elvira.
Agrupémonos todos.
—¡Silencio!
En la lucha final.
—¡Silencio he dicho!
Encaramada a su petate, Elvira dirige el canto con los brazos sin poder controlar la emoción, alzando con sus manos el oleaje de un mar puesto en pie, sin advertir que le sangran de nuevo las rodillas. Y Hortensia olvida por un momento el dolor de las suyas y canta mirándose el vientre. Canta con las palmas abiertas rodeando su embarazo. Sus dedos amorosos repiquetearon llevando el ritmo.
Conforme se desborda la intensidad del rumor de las voces, a medida que el sonido se va convirtiendo en un bramido lento que inunda la galería, la chivata siente más y más miedo. Se tapa los oídos y busca un lugar donde esconderse. Busca. Busca. Y encuentra la espalda de Mercedes.
Al percibir los movimientos de la chivata en su retaguardia, la funcionaria se asusta. Se da la vuelta y grita a la que buscaba ocultarse que se largue de allí.
—¡Largo!
Y se alcen los pueblos con valor.
—¡Silencio! ¡Silencio!
Algunas mujeres han levantado el puño para cantar.