—Pueden referirse a mí como embajador, por indigno que sea de ese título —dijo el consu—. Soy un criminal, y caí en desgracia en la batalla de Pahnshu, y por tanto me veo obligado a hablarles en su lengua. Por esta vergüenza ansío la muerte y un castigo justo antes de mi renacimiento. Espero que, como resultado de estos procedimientos, se me vea como algo menos indigno, y por tanto sea liberado con la muerte. Por eso me mancillo hablando con ustedes.
—Encantado de conocerle yo también —dije.
Nos encontrábamos en el centro de una cúpula del tamaño de un campo de fútbol que los consu habían construido no hacía ni una hora. Naturalmente, no se podía permitir que los humanos tocáramos suelo consu, ni estar en ningún sitio que los consu pudieran volver a pisar; a nuestra llegada, máquinas automáticas habían creado la cúpula en una región del espacio consu mantenida largamente en cuarentena para que sirviera de zona de recepción a invitados no deseados como nosotros. Después de que se completaran nuestras negociaciones, la cúpula implotaría y sería lanzada hacia el agujero negro más cercano, para que ninguno de sus átomos volviera a contaminar jamás aquel universo concreto. A mí me parecía que esto último era exagerar un poco.
—Tenemos entendido que hay preguntas que desean hacernos referidas a los raey —dijo el embajador—, y que desean invocar nuestros ritos para ganar el honor de hacernos estas preguntas.
—Así es —dije. Quince metros detrás de mí treinta y nueve soldados de las fuerzas especiales permanecían firmes, todos vestidos para la batalla. Nuestra información nos decía que los consu no consideraban esto una reunión de iguales, así que había poca necesidad de sutilezas diplomáticas; además, en tanto que cualquiera de los nuestros podía ser seleccionado para la lucha, tenían que estar preparados. Yo iba un poco emperifollado, aunque por decisión propia: si pretendía hacerme pasar por el jefe de aquella pequeña delegación, entonces por Dios que al menos iba a parecerlo.
A igual distancia detrás de los consu había otros cinco consu, cada uno blandiendo dos cuchillos largos y de aspecto intimidador. No tuve que preguntar qué estaban haciendo allí.
—Mi gran pueblo reconoce que han solicitado correctamente nuestros ritos y que se han presentado cumpliendo nuestros requerimientos —dijo el embajador—. Sin embargo habríamos descartado su petición, considerándola indigna, si no hubieran traído también a quien tan honorablemente envió a nuestros guerreros al ciclo de renacimiento. ¿Es usted?
—Yo soy —confirmé.
El consu hizo una pausa y pareció estudiarme.
—Extraño que un gran guerrero tenga este aspecto —dijo el embajador.
—Yo siento lo mismo —convine. Nuestra información nos decía que, una vez la petición había sido aceptada, los consu la honrarían independientemente de cómo nos comportáramos en las negociaciones, mientras lucháramos siguiendo lo aceptado. Así que me sentía cómodo siendo un poco banal. De hecho, parecía que los consu nos preferían así: los ayudaba a sentir sus sentimientos de superioridad. Mientras funcionara…
—Cinco criminales han sido seleccionados para competir con sus soldados —explicó el embajador—. Como los humanos carecen de los atributos físicos de los consu, hemos traído cuchillos para que los empleen sus soldados, si así lo quieren. Nuestros participantes los tienen ahora, y, al proporcionárselos a sus soldados, elegirán contra quién luchan.
—Comprendo.
—Si su soldado sobrevive, puede quedarse el cuchillo como muestra de su victoria.
—Gracias.
—No deseamos recuperarlos. Estarían sucios —dijo el embajador.
—Entendido.
—Responderemos a las preguntas que se hayan ganado después de la confrontación —prosiguió el embajador—. Ahora seleccionaremos a los oponentes.
Entonces soltó un alarido que habría arrancado el pavimento de una carretera, y los cinco consu que tenía detrás dieron un paso al frente, nos dejaron atrás y se dirigieron a nuestros soldados, con los cuchillos desenvainados. Nadie dio un respingo. Aquello era disciplina.
Los consu no perdieron mucho tiempo seleccionando. Avanzaron en línea recta y entregaron los cuchillos a quienes tenían directamente delante. Para ellos, uno de nosotros era tan bueno como cualquier otro. Los cuchillos fueron entregados al cabo Mendel, con quien yo había almorzado, los soldados Joe Goodall y Jennifer de Aquino, el sargento Fred Hawking y la teniente Jane Sagan. Sin decir palabra, todos los aceptaron. Los consu se retiraron tras el embajador, mientras el resto de nuestros soldados retrocedía varios metros tras los seleccionados.
—Comenzarán ustedes cada enfrentamiento —dijo el embajador, y luego se situó detrás de sus luchadores. Ahora no quedábamos más que yo y dos filas de soldados de quince metros a cada lado, esperando pacientemente para matarse. Me hice a un lado, todavía entre las dos filas, y señalé al soldado y el consu que tenía más cerca.
—Comenzad.
El consu desplegó sus brazos golpeadores, revelando las hojas planas y afiladas como cuchillas de su caparazón modificado, y liberando de nuevo los brazos secundarios, más pequeños y casi humanos. Taladró la cúpula con un alarido y avanzó. El cabo Mendel soltó uno de sus cuchillos, cogió el otro con la mano izquierda, y se dirigió hacia el consu. Cuando estaban a tres metros de distancia, todo se volvió confuso. Diez segundos después de empezar, el cabo Mendel tenía un tajo que le recorría toda la caja torácica y le llegaba al hueso, y el consu tenía el cuchillo clavado profundamente en la parte blanda, donde su cabeza se fundía con su caparazón. Mendel había conseguido herirlo mientras se debatía en la tenaza del consu, y había recibido el corte en busca del lugar donde alcanzar el punto débil más obvio del consu. El consu se retorció mientras Mendel giraba la hoja, cortando el cordón nervioso de la criatura de un tirón, y separando el bulbo nervioso secundario de la cabeza y aislándolo del cerebro principal, en el tórax, así como varias venas importantes. El consu se desplomó. Mendel recuperó el cuchillo y regresó junto al resto de las fuerzas especiales, sujetándose el costado con el brazo derecho.
Señalé a Goodall y a su consu. Goodall hizo una mueca y salió a la lucha, manteniendo los cuchillos bajos y sujetándolos con ambas manos, las hojas a la espalda. Su consu aulló y cargó, la cabeza por delante, los brazos golpeadores extendidos. Goodall devolvió la carga y, en el último segundo, resbaló como un corredor al alcanzar la base. El consu descargó el golpe cuando Goodall le pasaba por debajo, cortándole la piel y la oreja del lado izquierdo de la cabeza. Goodall amputó una de las patas quitinosas del consu con un rápido golpe hacia arriba; ésta crujió como la pinza de una langosta y salió despedida en perpendicular siguiendo el movimiento de Goodall. El consu se inclinó y se desmoronó.
Goodall giró sobre su trasero, lanzó sus cuchillos al aire, dio una voltereta de espaldas y aterrizó de pie a tiempo de coger los cuchillos antes de que cayeran. El lado izquierdo de su cabeza era un gran pegote gris, pero Goodall seguía sonriendo cuando se abalanzó contra su consu, que intentaba desesperadamente incorporarse. Agitó demasiado lentamente los brazos hacia Goodall mientras éste trazaba una pirueta y clavaba el primer cuchillo como una estaca en su caparazón dorsal con un revés, y luego daba la vuelta y, de otro revés, le hacía lo mismo al caparazón torácico del consu. Goodall giró ciento ochenta grados para encararse con él, agarró los mangos de ambas hojas y luego las arrancó violentamente en un movimiento giratorio. El consu se estremeció cuando los elementos cortados de su cuerpo cayeron por delante y por detrás y luego se desplomó una última vez. Goodall sonreía mientras volvía a su sitio, bailando una jiga por el camino. Claramente, se había divertido.
La soldado De Aquino no bailó, y no pareció que se estuviera divirtiendo. Su consu y ella se observaron trazando un círculo durante sus buenos veinte segundos antes de que el consu finalmente diera un salto, alzando su brazo golpeador, como para enganchar a De Aquino por la barriga. Ella saltó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó de espaldas. El consu la atacó entonces, inmovilizando su brazo izquierdo, atravesándoselo entre el radio y el cubito con su brazo golpeador izquierdo, y dirigiendo el otro brazo hacia su cuello. El consu movió sus patas traseras, buscando estabilidad para descargar un golpe decapitador, y entonces movió el brazo golpeador derecho ligeramente hacia la izquierda, para darse impulso.
Mientras el consu se disponía a cortarle la cabeza, De Aquino gruñó con fuerza y agitó el cuerpo en la dirección del corte; su brazo y su mano izquierdos se desgajaron cuando los tendones y los tejidos blandos cedieron ante la fuerza del impulso, con lo que el consu rodó cuando ella se proyectó contra él. Dentro de la tenaza del consu, De Aquino giró y se dispuso a descargar su cuchillo a través del caparazón del consu con la mano derecha. Él trató de empujarla; De Aquino enroscó las piernas alrededor de la sección media de la criatura y aguantó. El consu logró descargar unas cuantas puñaladas en la espalda De Aquino antes de morir, pero los brazos golpeadores no eran muy eficaces tan cerca de su cuerpo. De Aquino se zafó del cuerpo del consu y logró cubrir la mitad de la distancia hacia los otros soldados antes de desplomarse y que tuvieran que llevársela.
Comprendí ahora por qué me habían apartado de la lucha. No era sólo cuestión de velocidad y fuerza, aunque claramente las fuerzas especiales me superaban en ambas. Además empleaban estrategias que procedían de una comprensión distinta de lo que era una pérdida aceptable. Un soldado normal no sacrificaría un miembro como acababa de hacer De Aquino; siete décadas sabiendo que los miembros eran irreemplazables, y que la pérdida de uno podía conducir a la muerte, eran un hándicap. Eso en cambio no suponía ningún problema para los soldados de las fuerzas especiales, que nunca supieron que no se podía recuperar un miembro, y que eran conscientes de que su tolerancia al daño era mucho más alta que la de un soldado normal. No es que los soldados de las fuerzas especiales no tuvieran miedo. Es que se daban cuenta más tarde.
Indiqué al sargento Hawking y su consu que empezaran. Por una vez, el consu no abrió sus brazos golpeadores, sino que, simplemente, se acercó al centro de la cúpula y esperó a su oponente. Hawking, mientras tanto, se agachó y avanzó con cuidado, un pie cada vez, calibrando el momento adecuado para golpear: adelante, pausa, paso de lado, pausa, adelante, pausa y adelante de nuevo. Fue en uno de esos cuidadosos y bien considerados pasitos hacia adelante cuando el consu se abalanzó como un bicho que explota, y empaló a Hawking con ambos brazos golpeadores, levantándolo y lanzándolo por los aires. Al caer, el consu lo golpeó de nuevo con saña, cercenándole la cabeza y cortándole el cuerpo por la mitad. El torso y las piernas fueron en direcciones opuestas, y la cabeza cayó directamente delante del consu, quien la miró durante un instante y luego la atravesó con la punta de su brazo golpeador y la lanzó con fuerza en dirección a los humanos. La cabeza rebotó húmeda y golpeó el suelo y luego quedó boca abajo, desparramando sesos y SangreSabia.
Durante los cuatro enfrentamientos anteriores, Jane había aguardado impaciente en la fila, jugueteando nerviosa con sus cuchillos. Ahora dio un paso adelante, dispuesta para comenzar, igual que hizo su oponente, el último consu. Le indiqué a los dos que comenzaran. El consu dio un agresivo paso al frente, desplegó sus brazos golpeadores y lanzó un grito de batalla que pareció capaz de romper la cúpula y lanzarnos a todos al espacio, abriendo sus mandíbulas al máximo para hacerlo. A treinta metros de distancia, Jane parpadeó y entonces lanzó uno de sus cuchillos con todas sus fuerzas contra la boca abierta del consu, dando suficiente fuerza al lanzamiento como para que la hoja acabara por asomar por la parte trasera de la cabeza del consu y la empuñadura quedara atascada en el otro lado del caparazón del cráneo. El grito de batalla fue sustituido de pronto por el sonido de un bicho grande y gordo que se ahogaba con la sangre y la hoja de metal. La criatura trató de sacarse el cuchillo de la boca, pero murió antes de terminar el movimiento. Se desplomó hacia adelante y expiró con un último y húmedo estertor.
Me acerqué a Jane.
—Creí que no se podían usar los cuchillos de esa forma —dije.
Ella se encogió de hombros y jugueteó con el otro cuchillo que tenía en las manos.
—Nadie dijo que no pudiera —contestó.
El embajador se acercó a mí, esquivando al consu caído.
—Han ganado el derecho a cuatro preguntas —dijo—. Puede hacerlas ahora.
Cuatro preguntas eran más de lo que esperábamos. Teníamos esperanzas de conseguir tres, y planeábamos dos; creímos que los consu serían más duros. No es que el soldado muerto y varias partes corporales cercenadas constituyeran una victoria total de ninguna manera. Con todo, uno aprovecha lo que tiene. Cuatro preguntas nos vendrían bien.
—¿Proporcionaron los consu a los raey la tecnología para detectar la impulsión de salto? —pregunté.
—Sí —respondió el embajador, sin ampliar nada más. Lo cual era correcto: no esperábamos que los consu nos contaran más de aquello a lo que se sintieran obligados. Pero la respuesta del embajador nos daba información sobre varias preguntas más. Puesto que los raey obtenían la tecnología de los consu, era altamente improbable que supieran cómo funcionaba a nivel fundamental; no teníamos que preocuparnos de que expandieran su uso o le vendieran la tecnología a otras razas.
—¿Cuántas unidades detectoras del impulso de salto tienen los raey?
Originalmente, habíamos pensado en preguntar cuántas habían proporcionado los consu a los raey, pero por si habían sido más, dedujimos que sería mejor ser generales.
—Una —dijo el embajador.
—¿Cuántas otras razas que conozcan los humanos tienen capacidad para detectar la impulsión de salto?
Nuestra tercera pregunta importante. Asumíamos que los consu conocían a más razas que nosotros, así que hacer una pregunta más general de cuántas razas tenían la tecnología no nos sería útil; lo mismo respecto a preguntar a quién más le habían dado la tecnología, ya que cualquier otra raza podría haber descubierto la tecnología por su cuenta. No todos los artilugios del universo son un regalo de otra raza más avanzada. Ocasionalmente, hay quien descubre cosas por su cuenta.
—Ninguna —respondió el embajador. Otro golpe de suerte para nosotros. Al menos nos daba tiempo para descubrir cómo funcionaba.
—Todavía tienes una pregunta más —dijo Jane, y señaló al embajador, que esperaba mi última consulta. Así que pensé, qué demonios.
—Los consu podéis aniquilar a la mayoría de las razas de esta zona del espacio —improvisé—. ¿Por qué no lo hacéis?
—Porque os amamos —respondió el embajador.
—¿Cómo? —me salió. Técnicamente, ésta podría haber contado como una quinta pregunta a la que el consu no tendría por qué responder. Pero lo hizo de todas formas.
—Apreciamos toda vida que tiene el potencial del Ungkat —esta última parte sonó como un guardabarros rozando una pared de ladrillo—, que es la participación en el gran ciclo del renacer —explicó el embajador—. Cuidamos de todos vosotros, razas inferiores, consagrando vuestros planetas para que todos los que habitan en ellos puedan renacer en el ciclo. Consideramos nuestro deber participar en vuestro crecimiento. Los raey creen que les proporcionamos la tecnología por la que preguntáis porque nos ofrecieron uno de sus planetas, pero no es así. Vimos la oportunidad de acercar vuestras dos razas a la perfección, y lo hemos hecho con alegría.
El embajador abrió sus brazos golpeadores, y vimos sus brazos secundarios, las manos abiertas, casi implorantes.
—El momento en que vuestro pueblo será digno de unirse a nosotros estará mucho más cerca ahora. Hoy sois sucios y debéis ser despreciados incluso aunque sois amados. Pero contentaos con el conocimiento de que la liberación será posible un día. Yo mismo voy ahora a la muerte, mancillado por haberos hablado en vuestra lengua, pero con un nuevo sitio asegurado en el ciclo, porque os he hecho avanzar en la gran rueda. Os desprecio y os amo, a vosotros que sois mi condena y mi salvación. Marchaos ahora, para que podamos destruir este lugar y celebrar vuestro progreso. Marchaos.
* * *
—No me gusta —dijo el teniente Tagore en nuestra siguiente reunión, después de que los otros y yo contáramos nuestra experiencia—. No me gusta nada de nada. Los consu les dieron a los raey la tecnología específicamente para poder jugar con nosotros. El maldito bicho lo dijo. Nos tienen danzando como marionetas en la cuerda. Ahora mismo podrían estar diciéndole a los raey que vamos de camino.
—Eso sería redundante, considerando la tecnología de detección del salto —dijo el capitán Jung.
—Sabe a qué me refiero —replicó Tagore—. Los consu no nos van a hacer ningún favor, ya que claramente quieren que los raey y nosotros luchemos, para hacernos «progresar» a otro nivel cósmico, signifique eso lo que puñetas signifique.
—Los consu no iban a hacernos ningún favor de todas formas, así que ya basta de hablar de ellos —zanjó el mayor Crick—. Puede que estemos actuando según sus planes, pero recuerden que sus planes coinciden con los nuestros hasta cierto punto. Y no creo que a los consu les importe una mierda si vencemos nosotros o los raey. Así que concentrémonos en lo que estamos haciendo nosotros en vez de en lo que están haciendo los consu.
Mi CerebroAmigo se activó; Crick envió una gráfica de Coral y de otro planeta, el mundo natal raey.
—El hecho de que los raey estén usando tecnología prestada significa que tenemos una posibilidad de actuar, de golpearlos rápido y con fuerza, tanto en Coral como en su mundo materno —dijo—. Mientras charlábamos con los consu, las FDC han estado posicionando naves a distancia de salto. Tenemos seiscientas naves, casi un tercio de nuestras fuerzas, situadas y listas para saltar. Después de recibir noticias nuestras, las FDC iniciarán ataques simultáneos sobre Coral y el mundo natal raey. La idea es recuperar Coral e impedir potenciales refuerzos raey. Atacar su mundo incapacitará a las naves que hay allí y obligará a las que estén en otras partes a decidir si es prioritario ayudar a Coral o al mundo natal raey.
»Ambos ataques coinciden en una cosa: eliminar su capacidad para saber que venimos. Eso significa coger su estación de rastreo y desconectarla… pero no destruirla. La tecnología de esa estación es tecnología que las FDC pueden utilizar. Tal vez los raey no puedan desentrañarla, pero nosotros estamos mucho más avanzados en la curva tecnológica. Volaremos la estación sólo si no hay más remedio. Vamos a tomarla y conservarla hasta que puedan llegar refuerzos a la superficie.
—¿Cuánto tardará eso? —preguntó Jung.
—Los ataques simultáneos se coordinarán para que comiencen cuatro horas después de que entremos en el espacio de Coral —dijo Crick—. Dependiendo de la intensidad de las batallas navales, podemos esperar que lleguen tropas de refuerzo poco después del primer par de horas.
—¿Cuatro horas después de que entremos en el espacio de Coral? —preguntó Jung—. ¿No después de que tomemos la estación?
—Así es —respondió Crick—. Así que será mejor que tomemos esa maldita estación, señores.
—Discúlpenme —intervine yo—. Me preocupa un pequeño detalle.
—Sí, teniente Perry —me cedió la palabra Crick.
—El éxito de la ofensiva depende de que tomemos la estación que localiza la llegada de nuestras naves —dije.
—En efecto.
—La misma estación que nos localizará a nosotros cuando saltemos al espacio de Coral.
—En efecto.
—Estuve a bordo de una nave que fue localizada al entrar en el espacio de Coral, si lo recuerdan —dije—. Saltó hecha pedazos y todos los que iban en ella menos yo murieron. ¿No les preocupa un poco que algo muy similar le suceda a esta nave?
—Hemos entrado en el espacio de Coral sin ser detectados antes —dijo Tagore.
—Soy consciente de ello, puesto que la Gavilán fue la nave que me rescató —contesté—. Y, créame, se lo agradezco. Sin embargo, me parece que es un truco que sólo se consigue una vez. Y aunque saltemos al espacio de Coral lo bastante lejos del planeta como para evitar ser detectados, tardaríamos varias horas en llegar allí. El tiempo corre en contra nuestra. Si esto va a funcionar, la Gavilán tiene que saltar cerca del planeta. Así que quiero saber cómo vamos a hacerlo y seguir esperando que la nave aguante de una pieza.
—La respuesta a eso es bien sencilla —dijo el mayor Crick—. No esperamos que la nave aguante de una pieza. Esperemos que sea borrada del cielo. De hecho, contamos con ello.
—¿Perdone? —dije. Miré hacia la mesa, esperando ver expresiones de confusión similar a la mía. En cambio, todos parecían pensativos. Me pareció enormemente preocupante.
—Inserción en órbita alta, entonces, ¿no? —preguntó el teniente Dalton.
—Sí —respondió Crick—. Modificada, obviamente.
Me quedé boquiabierto.
—¿Han hecho esto antes? —dije.
—Esto exactamente no, teniente Perry —explicó Jane, y me volví hacia ella—. Pero sí, en ocasiones hemos insertado fuerzas especiales directamente desde la nave… en general, cuando el uso de lanzaderas no es una opción, como será este caso. Tenemos trajes de salto especiales que nos aíslan del calor de la entrada en la atmósfera; aparte de eso, es como un desembarco aéreo normal.
—Excepto que en este caso, la nave saltará bajo sus pies —dije.
—Ésa es la pequeña pega —admitió Jane.
—Están ustedes completamente locos —dije.
—Eso nos proporciona una táctica excelente —aseguró el mayor Crick—. Si la nave es destruida, se espera que los cuerpos salgan despedidos de entre los escombros. Las FDC acaban de mandarnos una nave robot con información sobre el emplazamiento de la estación de rastreo, así que podremos saltar sobre el planeta en una buena posición para soltar a nuestra gente. Los raey pensarán que han destruido nuestro asalto antes de que tuviera lugar. Ni siquiera sabrán que estamos allí hasta que los golpeemos. Y entonces será demasiado tarde.
—Suponiendo que sobrevivan al ataque inicial —objeté. Crick miró a Jane y asintió.
—Las FDC nos han conseguido un pequeño hueco —explicó Jane al grupo—. Han empezado a colocar impulsores de salto en grupos de misiles con escudos y los están lanzando al espacio de Coral. Cuando los escudos sean alcanzados, se dispararán los misiles, que serán muy difíciles de alcanzar por los raey. De esta forma, hemos eliminado varias naves raey durante los dos últimos días: ahora esperan unos cuantos segundos antes de disparar, para localizar adecuadamente todo lo que se les lanza. Deberíamos contar con unos treinta segundos antes de que la Gavilán sea alcanzada. No es tiempo suficiente para que una nave que no espera los impactos haga algo, pero sí para sacar a nuestra gente de a bordo. También puede que sea tiempo suficiente para que la tripulación del puente lance una ofensiva de distracción.
—¿La tripulación del puente va a quedarse a bordo? —pregunté.
—Saltaremos con los trajes junto a los demás y dirigiremos la nave vía CerebroAmigo —dijo el mayor Crick—. Pero permaneceremos en la nave al menos hasta que lancemos la primera andanada de misiles. No queremos manejar los CerebroAmigos cuando dejemos la nave hasta estar en la atmósfera de Coral: eso revelaría que estamos vivos a cualquier raey que pudiera estar siguiéndonos. Hay algún riesgo implícito, pero todos corremos riesgo a bordo de esta nave. Lo cual, por cierto, le incluye a usted, teniente Perry.
—¿A mí?
—Obviamente, no querrá estar en la nave cuando sea alcanzada —dijo Crick—. Al mismo tiempo, no ha sido entrenado para este tipo de misión, y además le prometimos que estaría aquí en capacidad de asesor. En conciencia, no podemos pedirle que participe. Después de esta reunión, se le proporcionará una lanzadera, y una nave robot será enviada a Fénix con las coordenadas de su lanzadera y una petición para que lo rescaten. Fénix mantiene varias naves de recuperación permanentemente estacionadas a distancia de salto; lo recogerán en cuestión de un día. No obstante, le dejaremos provisiones para un mes. Y además la lanzadera está equipada con sus propios robots de salto por si llega el caso.
—Así que me están dando la patada —dije.
—No es nada personal —respondió Crick—. El general Keegan querrá un informe de la situación y las negociaciones con los consu, y como nuestro contacto con las FDC convencionales, es usted la mejor opción para ambas cosas.
—Señor, con su permiso, me gustaría quedarme.
—En realidad no tenemos sitio para usted, teniente —dijo Crick—. Servirá mejor a esta misión de vuelta en Fénix.
—Señor, con el debido respeto, tiene al menos un agujero en sus filas —objeté—. El sargento Hawking murió durante nuestras negociaciones con los consu; la soldado De Aquino perdió medio brazo. No podrán reforzar sus filas antes de la misión. Sé que no pertenezco a las fuerzas especiales, pero soy un soldado veterano. En el peor de los casos, soy mejor que nada.
—Creo recordar que dijo que estábamos completamente locos —me refrescó la memoria el capitán Jung.
—Están absolutamente locos —contesté—. Así que, si van a seguir adelante con esto necesitan toda la ayuda que puedan conseguir. Además, señor —añadí, volviéndome hacia Crick—, recuerde que perdí a los míos en Coral. No me parece justo quedarme a un lado durante esta lucha.
Crick miró a Dalton.
—¿Cómo vamos con De Aquino? —preguntó. Dalton se encogió de hombros.
—La tenemos en régimen de curación acelerada —dijo—. Duele a rabiar hacerle crecer el brazo tan rápido, pero estará preparada cuando demos el salto. No lo necesito a él.
Crick se volvió hacia Jane, que me estaba mirando.
—Es decisión suya, Sagan —dijo Crick—. Hawking era su segundo. Si lo quiere, puede quedárselo.
—No lo quiero —respondió Jane, mirándome directamente mientras lo decía—. Pero tiene razón. Me falta un hombre.
—Bien —aceptó Crick—. Póngase con él a toda velocidad, entonces. —Se volvió hacia mí—. Si la teniente Sagan cree que no va a lograrlo, se irá en la lanzadera. ¿Me entiende?
—Lo entiendo, mayor —dije, mirando a Jane.
—Bien —dijo—. Bienvenido a las fuerzas especiales, Perry. Es usted el primer realnacido que ha estado en nuestras filas, que yo sepa. Intente no cagarla, porque si lo hace, le prometo que los raey van a ser el menor de sus problemas.
* * *
Jane entró en mi camarote sin pedir permiso: podía hacerlo ahora que era mi oficial superior.
—¿Qué coño crees que estás haciendo? —dijo.
—Os falta un hombre —argumenté yo—. Y yo soy un hombre. Haz los cálculos.
—Te traje a esta nave porque sabía que te meterían en la lanzadera —dijo Jane—. Si te hubieran devuelto a infantería, estarías en una de las naves implicadas en el ataque. Si no tomamos la estación de rastreo, ¿sabes qué le va a pasar a esas naves y a todos los que vayan en ellas? Era la única forma que se me ocurrió de ponerte a salvo, y vas y la arrojas por la borda.
—Podrías haberle dicho a Crick que no me querías —objeté—. Ya lo oíste. No le habría importado meterme en una lanzadera y dejarme flotando en el espacio consu hasta que llegara alguien a recogerme. No lo hiciste porque sabes lo descabellado que es este plan. Sabes que vais a necesitar toda la ayuda posible. No sabía que acabaría bajo tus órdenes, Jane. Si De Aquino no fuera a estar preparada, bien podía haber servido a las órdenes de Dalton en esta misión. Ni siquiera sabía que Hawking era tu segundo hasta que lo dijo Crick. Y sé que si esto va a funcionar, necesitas a todo el mundo que esté a mano.
—¿Por qué te importa? —preguntó ella—. Ésta no es tu misión. No eres uno de nosotros.
—Ahora ya lo soy, ¿no? Estoy en esta nave. Estoy aquí, gracias a ti. Y no tengo otro sitio adonde ir. Toda mi compañía voló por los aires y la mayoría de mis otros amigos están muertos. Y de todas maneras, como uno de los vuestros mencionó, todos somos humanos. Mierda, incluso me crearon en un laboratorio, como a ti. Este cuerpo, al menos. Bien podría ser uno de vosotros. Así que ahora lo soy.
Jane se irritó.
—No tienes ni idea de lo que es ser uno de nosotros. Dijiste que querías saber cosas de mí. ¿Qué parte quieres conocer? ¿Quieres saber cómo es despertarte un día, con la cabeza llena de una biblioteca de información (todo, desde matar a un cerdo a pilotar una astronave) pero no saber tu propio nombre? ¿O que tienes nombre siquiera? ¿Quieres saber cómo es no haber sido nunca niña, o no haber visto nunca a un niño hasta que pones el pie en una colonia arrasada y ves a uno muerto delante? Tal vez te gustaría oír cómo la primera vez que uno de nosotros habla con un realnacido tenemos que contenernos para no golpearos porque habláis tan despacio, os movéis tan despacio y pensáis tan despacio que no sabemos por qué se molestan siquiera en enrolaros.
»O tal vez te gustaría saber que todos los soldados de las fuerzas especiales sueñan con un pasado para sí. Sabemos que somos el monstruo de Frankenstein. Sabemos que estamos hechos de miembros y piezas de muertos. Nos miramos en el espejo y sabemos que estamos viendo a otra persona, y que el único motivo por el que existimos es porque ellos no existen… y porque se han perdido para siempre. Así que todos imaginamos la persona que podrían haber sido. Imaginamos sus vidas, sus hijos, sus esposos y esposas, y sabemos que ninguna de esas cosas podrá ser nuestra jamás.
Jane dio un paso y se plantó ante mi cara.
—¿Quieres saber lo que es conocer al marido de la mujer que fuiste? ¿Ver el reconocimiento en su cara pero no sentirlo, no importa cuánto lo quieras? ¿Saber que quiere desesperadamente llamarte por un nombre que no es el tuyo? Saber que cuando te mira ve décadas de vida… y que tú no sabes nada al respecto. Saber que estuvo contigo, que estuvo dentro de ti, que estuvo allí, sosteniéndote la mano cuando moriste, diciéndote que te amaba. Saber que no puede hacer de ti una realnacida, pero puede darte una continuación, una historia, una idea de quién eras para ayudarte a comprender quién fuiste. ¿Puedes imaginar cómo es querer eso para ti? ¿Mantenerlo a salvo a cualquier precio?
Estaba muy cerca. Sus labios casi tocaban los míos, pero no había ningún atisbo de beso en ellos.
—Viviste conmigo diez veces más de lo que yo he vivido conmigo —dijo Jane—. Eres mi cuidador. No puedes imaginar cómo es eso para mí. Porque no eres uno de nosotros. —Dio un paso atrás.
Me la quedé mirando.
—No eres ella. Tú misma me lo dijiste.
—Oh, Cristo —exclamó Jane—. Mentí. Soy ella, y lo sabes. Si hubiera vivido, se habría unido a las FDC y habrían usado el mismo maldito ADN para crearle un cuerpo nuevo, como han hecho conmigo. Tengo un revoltijo de mierda de alienígena en mis genes pero tú tampoco eres humano del todo, y ella no lo habría sido tampoco. La parte humana que hay en mí es la misma que habría habido en ella. Lo único que me falta es la memoria. Me falta toda mi otra vida.
Jane volvió a acercarse, me cogió la cara con ambas manos.
—Soy Jane Sagan, lo sé —dijo—. Los últimos seis años son míos, y son reales. Esta es mi vida. Pero también soy Katherine Perry. Quiero recuperar esa vida. La única forma en que puedo hacerlo es a través de ti. Tienes que permanecer vivo, John. Sin ti, volvería a perderme.
Extendí la mano para coger la suya.
—Ayúdame a seguir vivo —le pedí—. Cuéntame todo lo que necesito saber para hacer bien esta misión. Enséñame todo lo que necesito para ayudar a tu pelotón a llevar a cabo su trabajo. Ayúdame a ayudarte, Jane. Tienes razón, no sé cómo es ser tú, ser uno de vosotros. Pero sí sé que no quiero quedarme flotando en una maldita lanzadera mientras te matan. Necesito que tú también permanezcas con vida. ¿Es justo?
—Es justo —dijo ella. Le cogí la mano y se la besé.