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Día de Mercurio, Samhain

Miércoles, 31 de octubre

Dos horas después de media noche abrí la puerta de nuestra suite. Mi padre estaba fuera esperando, y entró con el sigilo de quien es consciente del riesgo. La luces de nuestra habitación estaban apagadas, excepto por la pequeña lámpara de la mesilla de noche. Dana estaba sentada en uno de los enormes sofás de terciopelo, y le hizo un ademán para que se sentase a su lado.

—Dame tu hipótesis —me dijo Héctor a media voz.

—No ha cambiado su apariencia. Cuando se marchó al exilio, pensaba volver en breve.

—Eso no lo sabes.

—No lo justifiques —le corté, perdiendo la paciencia.

Dana, con un gesto, nos recordó a ambos que debíamos bajar la voz.

—Hace un par de días —cambié de tercio—, en el Mercado de la Esperanza, me pareció ver a Patricio con varias bolsas de comida. Eso significa que se ha instalado ya en Santander, y que, con nuestra conformidad o sin ella, tiene la intención de quedarse, así que su foco de interés no somos nosotros, sino lo que hay en Santander. Creo que su vuelta tiene que ver con el descubrimiento de los telómeros.

—¿Crees que Kyra le ha avisado?

—No sería inteligente. ¿Para qué arriesgarse a romper nuestro pacto, si le proporciona todo lo que ella ansía? —en realidad era un pensamiento en voz alta, pero miré a mi padre y a Dana, y todos estuvimos de acuerdo. Era poco probable.

—De todos modos, lo más seguro es que no se despegue de Kyra los próximos días, sabe que a ninguno de nosotros nos sacará nada.

—¿Él sospecha que sospechamos? —preguntó Dana.

—Es un experto en ajedrez, ¿tú qué crees? —le contesté.

Dana lo sopesó por un momento.

—Entonces déjale hacer. Veamos hacia dónde nos lleva esto —nos dijo.

—Vale, pero vigila tu espalda —le advertí.

—Lo haré, con una marca es suficiente.

Dimos por terminada la pequeña reunión y mi padre abandonó la habitación tan silenciosamente como había entrado. Dana y yo nos acostamos, pero en cuanto ella se durmió, no pude evitar levantarme y dar mil y una vueltas por la habitación, desgastando la impoluta alfombra. Tanto me enfrasqué en anticipar los movimientos de la partida, que el alba me sorprendió, tiñendo de púrpura mis ojeras y de una sombra negra mi rostro sin afeitar. Dana se despertó poco después, y aunque adivinó el motivo de mi mal aspecto, no dijo nada. Se limitó a llegar hasta mí y llenarme de besos el pelo y la cara, sin importarle el olor a cansancio ni el sudor de un día y una noche tan largos.

Lo que no le conté fue la breve conversación que había mantenido con Jairo, en un momento de descuido de mi familia.

—Tenemos que hablar. A solas —más que rogado, se lo había ordenado.

—Ven a mi chalet mañana por la noche, cuando mi vuelo llegue a Santander —me había contestado, sin molestarse en mirarme.

El Samhain, una vez más, se había convertido en el comienzo de mis pesadillas.