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Día de Júpiter, décimo noveno del mes de Duir

Jueves, 28 de junio

Quedó por fin dormida, después de leer durante un buen rato el grueso cuaderno recién recuperado de su madre. Yo la había escuchado, tumbado en la cama junto a ella, fingiendo compartir su alegría, pero con creciente preocupación. Oculta bajo la detallada descripción de un caso clínico más, creí reconocer latente una historia que ya conocía.

Dejé que Dana leyese en voz alta, esperando que cayera desplomada por el cansancio y las emociones. Así fue, finalmente. Su mejilla quedó sobre la última hoja, aplastándola. Yo también fingí que me vencía el sueño, y esperé hasta reconocer la respiración profunda que ya conocía y que se había convertido en la meta del día. Levanté con cuidado su cabeza y liberé el cuaderno. Me fui al estudio y me senté en el suelo. Continué leyendo allá donde Dana lo había dejado:

Antecedentes familiares: nacido en Madrid, de familia acomodada, acostumbra a viajar. Santander es uno de los destinos que más frecuenta últimamente por cuestiones de trabajo. Es evidente que es una persona de mundo, tiene un trato y modales cultivados.

A la pregunta de si se quedará mucho tiempo en Santander, responde: «El tiempo que haga falta, doctora», negándose a ser más explícito, hecho que dificulta trazar una estrategia de tratamiento a medio o largo plazo, así que trabajaré sobre lo inmediato, ignorando otros posibles hallazgos patológicos en la personalidad del paciente.

Observaciones preliminares: el sujeto presenta una gran seguridad en sí mismo, se le nota acostumbrado a dominar las interrelaciones sociales y a contemporizar cualquier situación. Es muy consciente de su charming. Contesta siempre sopesando las respuestas, pese a que siempre lo hace rápido y con agilidad.

Hojeé el resto del contenido completo del cuaderno, cada vez más nervioso, para hacerme una idea global del caso, pero luego me dediqué a buscar algo más específico. Por suerte había bastante que leer y a Dana apenas le había dado tiempo a ver las primeras consultas. Me fui guiando por las fechas, hasta que encontré la confesión.

Ahogué un grito al recordar que Dana dormía en la habitación contigua.

¡Necio!, pensé desesperado.

¿Cómo era posible que hubiera sido tan necio?

Intenté calmarme un poco, pero las peores sospechas se habían instalado ya en mi cerebro, y bien sabía que no iban a salir ya de allí, así que calibré las consecuencias, y tomé mi decisión.

Pese a Dana. Pese a lo nuestro.

Una vida recién inaugurada que tal vez no iba a tener la mínima oportunidad de acabar bien.

Arranqué las páginas de aquella sesión y de todas las posteriores que contuviesen información sensible, teniendo cuidado en que Dana no se diera cuenta de que estaba esquilmando su cuaderno como ella había hecho antes con mi planta de lavanda. No quité las hojas de las últimas consultas por precaución, ya que sabía que Dana las había mirado por encima. Por último limpié de papelitos la habitación y me deshice de ellos. Oculté la páginas robadas en la carpeta del MAC que llevaba conmigo aquella noche y ella nunca abriría. Necesitaba leer todo aquello con más calma. Digerir lo que podría suponer. Asumir lo que tal vez ocurrió quince años atrás.

Después me tumbé de nuevo junto a Dana dejando el cuaderno bajo la almohada.

En ese momento, mi móvil vibró y miré el número de la pantalla con un interrogante en la cara. Era un prefijo de Dinamarca, pero no lo reconocía. Me levanté de un salto, desconcertado, y desaparecí por el oscuro pasillo anacrónico de la casa de Dana.