Han sido muchas las fuentes consultadas, los museos y yacimientos visitados, los viajes en busca de la localización ideal de cada escena… Aun a sabiendas de que me dejo a muchas personas en el tintero, quiero agradecer la paciencia de tantos y tantos profesionales de la Arqueología, Historia y Prehistoria que han respondido a mis dudas.
En primer lugar, al equipo técnico del Museo Arqueológico de Alicante, el MARQ, que se convirtió en mi segunda casa durante los fines de semana. Gracias por acercarme al mundo escita y mostrarme su fascinante cultura.
También a la conservadora jefe del Museo de Prehistoria de Cantabria, el MUPAC, por aclararme todas mis dudas respecto a la Historia de los últimos treinta milenios en Cantabria y por hacerme una visita guiada en la que me enseñó los secretos de todas las piezas.
Al personal del Centro de Interpretación de las cuevas del Monte Castillo, por dejarme acceder a la magia de sus pinturas rupestres. Al personal de la Neocueva de Altamira y al del Centro de la Naturaleza de Cabárceno, por su disposición para ayudar en todo lo que necesité. A los arqueólogos y los becarios del Centro de Interpretación de Atapuerca, gracias por enseñarme lo difícil que es lanzar con un propulsor.
A Lorenzo Martínez Rivas y su mujer, de la posada Los Lienzos, en Puente Viesgo, les debo la experiencia de vivir durante unos días en una auténtica casa de indianos de principios del siglo pasado.
A Manuel Cano, del Departamento de Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua de la Universidad de Alicante, le agradezco las detalladas correcciones que hizo del manuscrito, también su apoyo y su entusiasmo tras la primera lectura de la novela. Pero, sobre todo, le agradezco su amistad y su presencia durante tantos y tantos almuerzos.
A Bernat Montoya, investigador del mismo departamento, debo agradecerle el mostrarme el día a día de la profesión de un arqueólogo y la vida en las excavaciones, además de la ayuda que supuso para entender la realidad de la esclavitud hace tres milenios y los falsos mitos de los indianos esclavistas del siglo XIX.
A Pilar González López-Briones, psicóloga y directora de la Consultoría de RRHH Alenda, por las lecciones de grafología que en su día me impartió, y que tanto he utilizado desde entonces.
Desde el momento en que “La saga de los longevos” se puso a la venta en Internet, la acogida y el entusiasmo de los lectores fue tal, que mi lista de agradecimientos ha crecido de manera notable. Una vez más, es imposible recoger los nombres de todos aquellos que me han apoyado, difundiendo y recomendando la novela en las redes sociales.
Para empezar, quiero agradecer a Rosa Fuster y a Pablo Fornés su amistad, consejo y respaldo decidido a la novela. A su hermano, Nacho Fornés, Nach, el mejor rapero de su generación, le debo la inspiración en demasiadas escenas como para enumerarlas. A la bloguera Montse Martín, por su inestimable labor de defensa de “La vieja familia”. A Oscar Retortillo, experto en formatos digitales, por su generosidad al ayudarme con las conversiones.
A José Luis Paniagua y Agustín Escudero, de Masgrafica, por convertir en arte la idea que tenía para la portada: el monumento al Incendio de Santander, los acantilados cántabros y el edificio del museo.
A Berenice Galaz, mi editora, por ganarme con su ilusión en cada llamada y por ser tan fácil trabajar con ella. A Guillermo Chico de la Serna, director de márketing de La Esfera de los Libros, por contactar y creer en mí.
En el terreno personal, quiero agradecerle a mi padre, Evelio García Castaños el haberme legado el gen bibliófilo.
Su muerte repentina, junto con varias pérdidas familiares más, ocurrió durante el proceso de escritura de esta novela. Tal vez entender lo efímeros que somos me dio fuerzas para acabarla.
A mi madre, Marisol Sáenz de Urturi Ozaeta y a mis hermanos, Nuria y Raúl, por llevarme a Londres una noche de Halloween a los pies de Boudicca. Gracias por regalarme un día único en el que convivieron mi familia real y mi familia de ficción.
A Fran Jurado Alonso, mi marido, por acompañarme a lo largo de esta travesía de milenios. Él ha sido mi mejor apoyo y el que mejor entendió desde el principio el espíritu de la novela.
Y por último, a mis hijos:
A Adrián, por prestarle a la protagonista el nombre y el aplomo que solo tiene un alma vieja.
A Dani, porque no se te desgastan los abrazos.
Créeme, hijo, los he necesitado todos.