16.00 horas
Había sido una jornada magnífica. Uno de esos sábados soleados de final de verano que bañaban Aurora en una atmósfera apacible. El centro se había llenado de gente que paseaba tranquila y se detenía en los escaparates aprovechando los últimos días de buen tiempo. Las calles de los barrios residenciales, libres de coches, habían sido invadidas por niños que organizaban carreras de bicicletas y patines mientras sus padres, a la sombra de los porches, sorbían limonada y hojeaban el periódico. Por tercera vez en menos de una hora, Travis Dawn, a bordo de su coche patrulla, atravesó el barrio de Terrace Avenue y pasó por delante de la casa de los Quinn. Su tarde había sido absolutamente apacible; nada que reseñar, ni una sola llamada a la centralita. Había realizado algunos controles de carretera para pasar el rato, pero su mente estaba en otro sitio: no podía pensar en otra cosa que no fuera Jenny. Estaba allí, en el porche, con su padre. Llevaban toda la tarde rellenando crucigramas, mientras Tamara podaba los setos de cara al otoño. Al acercarse a la casa, Travis ralentizó la marcha hasta circular al paso; esperaba que ella le viese, que volviese la cabeza y se fijase en él, que le hiciera entonces una seña con la mano, un gesto amistoso que le animase a detenerse un instante, a saludarla con la ventana abierta. Quizás le invitase a un vaso de té helado y conversaran un poco. Pero ella no volvió la cabeza, no le vio. Estaba riendo junto a su padre, parecía feliz. Continuó su camino y se detuvo unas decenas de metros más allá, fuera de su vista. Miró el ramo de flores en el asiento del pasajero y cogió la hoja de papel que estaba justo al lado, sobre la que había anotado lo que le quería decir:
Invitarla a un paseo y al cine. Era fácil. Pero no se atrevió a salir del coche. Se puso en marcha rápidamente y retomó su patrulla, siguiendo el mismo camino que le llevaría a volver a pasar frente a la casa de los Quinn veinte minutos después. Ocultó las flores bajo el asiento para que no se viesen. Eran rosas salvajes, que había cogido cerca de Montburry, al borde de un pequeño lago del que le había hablado Erne Pinkas. A primera vista, eran menos bonitas que las rosas de cultivo, pero sus colores eran mucho más brillantes. Soñaba a menudo con llevar a Jenny allí; incluso había esbozado todo un plan. Le vendaría los ojos, la guiaría hasta las matas de rosal y le quitaría el pañuelo frente a las plantas, para que sus mil colores explotaran ante ella como fuegos artificiales. Después comerían a la orilla del lago. Pero nunca había tenido valor para proponérselo. Conducía ahora por Terrace Avenue, por delante de la casa de los Kellergan, sin prestar mayor atención. Tenía la cabeza en otra parte.
A pesar del buen tiempo, el reverendo se había pasado toda la tarde encerrado en el garaje, reparando una vieja Harley-Davidson que esperaba poder conducir algún día. Según los informes de la policía de Aurora, no dejó su taller más que para servirse de beber en la cocina y, en cada una de esas ocasiones, encontró a Nola leyendo tranquilamente en el salón.
*
17.30 horas
A medida que el día tocaba a su fin, las calles del centro se iban vaciando poco a poco, mientras en los barrios residenciales los niños volvían a casa para la hora de la cena y en los porches no quedaban más que sillones vacíos y periódicos abandonados.
El jefe de policía Gareth Pratt, que estaba de permiso, y su mujer Amy regresaban tras haber pasado parte de la jornada visitando a unos amigos fuera de la ciudad. En ese mismo instante, la familia Hattaway —es decir, Nancy, sus dos hermanos y sus padres— llegaba a su casa, en Terrace Avenue, después de llevar toda la tarde en la playa de Grand Beach. Figura en el informe policial que la señora Hattaway, la madre de Nancy, notó que se escuchaba música a un volumen muy alto en casa de los Kellergan.
A varias millas de allí, Harry llegó al Sea Side Motel. Se registró en la habitación 8 con un nombre falso y pagó al contado para no tener que enseñar un documento de identidad. De camino había comprado unas flores. También había llenado el depósito del coche. Todo estaba listo. Sólo faltaba hora y media. Apenas. En cuanto Nola llegara, celebrarían su reencuentro y se marcharían enseguida. Llegarían a Canadá a las nueve. Estarían bien juntos. Ella no volvería a ser infeliz.
*
18.00 horas
Deborah Cooper, de sesenta y un años, que desde la muerte de su marido vivía sola en una casa aislada en la linde del bosque de Side Creek, se instaló en la mesa de su cocina para preparar una tarta de manzana. Tras haber pelado y cortado la fruta, tiró algunos trozos por la ventana para los mapaches y esperó pegada al cristal para ver si venían. Fue entonces cuando le pareció distinguir una silueta que corría a través de las hileras de árboles; al prestar más atención, tuvo tiempo de distinguir a una joven con un vestido rojo perseguida por un hombre, antes de que desaparecieran en la espesura. Entró precipitadamente en el salón, donde estaba el teléfono, para llamar a la policía. El informe policial indica que la llamada se recibió en la central a las dieciocho horas veintiún minutos. Duró veintisiete segundos. Su transcripción es la siguiente:
—Central de policía, ¿es una emergencia?
—¿Oiga? Me llamo Deborah Cooper, vivo en Side Creek Lane. Creo que acabo de ver a una joven perseguida por un hombre en el bosque.
—¿Qué ha pasado exactamente?
—¡No lo sé! Estaba en la ventana, mirando hacia fuera, y de pronto he visto a esa chica corriendo entre los árboles. Había un hombre tras ella… Creo que intentaba escapar de él.
—¿Dónde están ahora?
—Pues… ya no los veo. Se han metido en el bosque.
—Enviamos una patrulla de inmediato, señora.
—Gracias, ¡dense prisa!
Después de colgar, Deborah Cooper volvió inmediatamente a la ventana de la cocina. Ya no se veía nada. Pensó que su vista la habría engañado, pero ante la duda, era mejor que la policía viniese a inspeccionar los alrededores. Y salió de su casa para esperar a la patrulla.
Está indicado en el informe que la central de policía transmitió la información a la policía de Aurora, cuyo único oficial de servicio ese día era Travis Dawn. Llegó a Side Creek Lane unos cuatro minutos después de la llamada.
Tras informarse rápidamente de la situación, el oficial Dawn procedió a un primer registro del bosque. A unas decenas de metros hacia el interior encontró un jirón de tela roja. Consideró la posibilidad de que la situación fuese grave y decidió avisar inmediatamente al jefe Pratt, aunque estuviera de permiso. Llamó a su casa desde la de Deborah Cooper. Eran las dieciocho horas cuarenta y cinco.
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19.00 horas
Al jefe Pratt el asunto le pareció lo suficientemente serio como para ir a comprobarlo personalmente: Travis Dawn no le habría molestado en su casa si no se tratara de una situación excepcional.
A su llegada a Side Creek Lane recomendó a Deborah Cooper que se encerrara en casa, mientras él y Travis se marchaban para proceder a un registro más detallado del bosque. Tomaron el camino que bordeaba el océano, en la dirección que parecía haber seguido la joven del vestido rojo. Según el informe policial, tras haber caminado una milla larga, los dos policías descubrieron rastros de sangre y cabellos rubios en una parte más bien despejada del bosque, cercana a la orilla del mar. Eran las diecinueve treinta horas.
Es probable que Deborah Cooper se quedara en la ventana de su cocina para intentar ver a los policías. Hacía un buen rato que éstos habían desaparecido por el sendero cuando de pronto vio surgir de entre la maleza a una joven con el vestido desgarrado y el rostro lleno de sangre, que llegaba pidiendo ayuda y se precipitaba hacia la casa. Deborah Cooper, presa del pánico, abrió el cerrojo de la puerta de la cocina para acogerla y corrió hasta el salón para llamar de nuevo a la policía.
El informe policial indica que la segunda llamada se recibió en la central a las diecinueve horas treinta y tres minutos. Duró poco más de cuarenta segundos. Su transcripción es la siguiente:
—Central de policía, ¿es una emergencia?
—¿Oiga? (Voz asustada). Soy Deborah Cooper, he… he llamado antes para… para indicar que perseguían a una chica en el bosque, y ahora ¡está aquí! ¡Está en mi cocina!
—Cálmese, señora. ¿Qué ha pasado?
—¡No lo sé! Surgió del bosque. De hecho, hay dos policías allí ahora mismo, ¡pero creo que no la han visto! Está escondida en mi cocina. Creo… creo que es la hija del reverendo… La chica que trabaja en el Clark’s… Creo que es ella…
—¿Cuál es su dirección?
—Deborah Cooper, Side Creek Lane, en Aurora. ¡He llamado antes! La chica está aquí, ¿entiende? ¡Tiene la cara llena de sangre! ¡Vengan pronto!
—No se mueva, señora. Envío refuerzos inmediatamente.
Los dos policías estaban inspeccionando los restos de sangre cuando oyeron el estruendo de la deflagración procedente de la casa. Sin perder un segundo, volvieron por el camino corriendo, las armas en la mano.
En ese momento el operador de la centralita de policía, al no conseguir contactar ni con el agente Travis Dawn ni con el jefe Pratt en su radio patrulla, y juzgando que la situación era preocupante, decidió dar la alerta general a la oficina del sheriff y a la de la policía estatal, y enviar las unidades disponibles a Side Creek Lane.
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19.45 horas
Dawn y Pratt llegaron a la casa sin aliento. Entraron por la puerta trasera, que daba a la cocina, y allí encontraron a Deborah Cooper muerta, tendida en el suelo, bañada en su propia sangre, con un impacto de bala a la altura del corazón. Tras un registro rápido e infructuoso de la planta baja, el jefe Pratt corrió hasta su coche para prevenir a la central y pedir refuerzos. La transcripción de su conversación con la central es la siguiente:
—Aquí el jefe Pratt, policía de Aurora. Envíen urgentemente refuerzos a Side Creek Lane, en el cruce con la federal 1. Tenemos una mujer muerta por impacto de bala y seguramente una chica desaparecida.
—Jefe Pratt, ya hemos recibido una llamada de auxilio de una tal señora Deborah Cooper, en Side Creek Lane, hace siete minutos, informándonos de que una joven había encontrado refugio en su casa. ¿Están relacionados los dos asuntos?
—¿Cómo? La muerta es Deborah Cooper. Y no hay nadie más en la casa. ¡Envíeme toda la caballería disponible! ¡Aquí está pasando algo muy gordo!
—Las unidades están en camino. Le voy a enviar otras.
Antes incluso de terminar la comunicación, Pratt escuchó una sirena: ya llegaban los refuerzos. Apenas había tenido tiempo de avisar a Travis de la situación y de pedirle que volviese a registrar la casa cuando la radio se puso de nuevo en marcha: se estaba produciendo una persecución en la federal 1, a unos cientos de metros de allí, entre un coche de la oficina del sheriff y un vehículo sospechoso, que había sido sorprendido en la linde del bosque. El ayudante del sheriff, Paul Summond, el primero de los refuerzos en camino, acababa de cruzarse por casualidad con un Chevrolet Monte Carlo negro con matrícula ilegible que salía del sotobosque y huía a toda velocidad a pesar de sus advertencias. Marchaba en dirección norte.
El jefe Pratt saltó dentro de su coche y se marchó a apoyar a Summond. Tomó una pista forestal paralela a la 1 para poder cortar más adelante el camino al fugitivo; alcanzó la carretera principal a tres millas de Side Creek Lane y le faltó poco para interceptar al Chevrolet negro.
Los coches rodaban a una velocidad vertiginosa. El Chevrolet negro proseguía su carrera por la federal 1 hacia el norte. El jefe Pratt lanzó un aviso por radio a todas las unidades disponibles para que cortasen la carretera, y pidió el envío de un helicóptero. Después, el Chevrolet, tras un giro espectacular, tomó una carretera secundaria, y a continuación otra. Conducía a tumba abierta, a los coches de policía les costaba seguirlo. Por su radio patrulla, Pratt gritaba que estaban perdiéndolo.
La persecución continuó por carreteras estrechas; el conductor, que parecía saber exactamente adónde iba, conseguía distanciarse poco a poco de los policías. Al llegar a una intersección, el Chevrolet estuvo a punto de colisionar con un vehículo que venía en sentido inverso, y que quedó inmovilizado en medio de la carretera. Pratt consiguió evitar el obstáculo pasando por la hierba del arcén, pero Summond, que iba justo detrás de él, no pudo eludir el choque, afortunadamente sin gravedad. Pratt, a partir de entonces el único perseguidor del Chevrolet, guió a los refuerzos lo mejor que pudo. Perdió por un instante el contacto visual con el coche, pero volvió a verlo enseguida en la carretera de Montburry, antes de que se alejara definitivamente. Al cruzarse con las patrullas que llegaban de frente, comprendió que el vehículo sospechoso había escapado. Pidió inmediatamente que se cerraran todas las carreteras, un registro general de toda la zona y la llegada de la policía estatal. En Side Creek Lane, Travis Dawn era categórico: no había la menor huella de la joven del vestido rojo, ni en la casa ni en las inmediaciones.
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20.00 horas
El reverendo David Kellergan, presa del pánico, marcó el número de urgencias de la policía para indicar que su hija, Nola, de quince años, había desaparecido. El primero en llegar al 245 de Terrace Avenue fue un ayudante del sheriff del condado enviado como refuerzo, inmediatamente seguido por Travis Dawn. A las veinte horas quince minutos, el jefe Pratt llegó a su vez al lugar. La conversación entre Deborah Cooper y el operador de la central no dejaba duda posible: era Nola Kellergan la que había sido vista en Side Creek Lane.
A las veinte horas veinticinco, el jefe Pratt envió un nuevo mensaje de alerta general confirmando la desaparición de Nola Kellergan, quince años, vista por última vez una hora antes en Side Creek Lane. Pidió la emisión de un aviso de búsqueda de una mujer joven, blanca, 5,2 pies de altura, cien libras, cabello rubio largo, ojos verdes, con un vestido rojo, que llevaba un collar de oro con su nombre grabado.
Los refuerzos de la policía llegaban de todo el condado. Mientras se desarrollaba una primera fase de registro en el bosque y la playa con la esperanza de encontrar a Nola antes de la noche, las patrullas recorrían la región en busca del Chevrolet negro, al que, por el momento, habían perdido la pista.
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21.00 horas
A las veintiuna horas, las unidades de la policía estatal llegaron a Side Creek Lane, a las órdenes del capitán Neil Rodik. Equipos de la brigada científica se desplegaron también en casa de Deborah Cooper y en el bosque, donde se habían encontrado las huellas de sangre. Se instalaron potentes faros halógenos para iluminar la zona; se encontraron mechones de pelo rubio arrancados, trozos de diente y jirones de tela roja.
Rodik y Pratt, observando la escena de lejos, hicieron balance de la situación.
—Parece que ha sido una auténtica carnicería —dijo Pratt.
Rodik asintió y preguntó:
—¿Cree que la chica está todavía en el bosque?
—O desapareció en ese coche, o está en el bosque. La playa ha sido registrada a fondo. Nada que señalar.
Rodik permaneció un momento pensativo.
—¿Qué ha podido pasar? ¿Se la habrán llevado lejos de aquí? ¿O seguirá en algún lugar del bosque?
—No entiendo nada —suspiró Pratt—. Todo lo que quiero es encontrar a esa chica viva y pronto.
—Lo sé, jefe. Pero con toda la sangre que ha perdido, si todavía está con vida en alguna parte del bosque, debe de encontrarse en un estado lamentable. A saber de dónde sacó las fuerzas para llegar hasta esta casa. La fuerza de la desesperación, sin duda.
—Sin duda.
—¿No hay noticias del coche? —preguntó de nuevo Rodik.
—Ninguna. Un auténtico misterio. No obstante, todas las carreteras están cortadas en todas las direcciones posibles.
Cuando los agentes descubrieron restos de sangre que iban desde la casa de Deborah Cooper hasta el lugar donde había sido descubierto el Chevrolet negro, Rodik hizo una mueca de resignación.
—No me gusta ser pájaro de mal agüero —dijo—, pero o se ha arrastrado hasta alguna parte para morir, o ha acabado en el maletero de ese coche.
A las veintiuna horas cuarenta y cinco, cuando el día ya no era más que un halo que flotaba por encima del horizonte, Rodik pidió a Pratt que interrumpiera la búsqueda durante la noche.
—¿Interrumpir la búsqueda? —protestó Pratt—. Ni lo sueñe. Imagínese que está en alguna parte, justo ahí, aún viva, esperando a que vayamos en su ayuda. ¡No pensará abandonar a esa chiquilla en el bosque! Los chicos pasarán toda la noche buscándola si es necesario, pero si está ahí, la encontrarán.
Rodik tenía mucha experiencia sobre el terreno. Sabía que los policías locales se comportaban a veces de forma ingenua y una parte de su trabajo consistía en convencer a sus responsables de la realidad de la situación.
—Jefe Pratt, debe usted suspender la búsqueda. Este bosque es inmenso, ya no se ve nada. Un registro nocturno es inútil. En el mejor de los casos, agotará sus recursos y mañana tendrá que iniciar todo de nuevo. En el peor, perderá a algún agente en este bosque gigantesco y habrá que empezar a buscarlo también. Ya tiene usted suficientes preocupaciones.
—¡Pero hay que encontrarla!
—Jefe, confíe en mi experiencia: pasar la noche fuera no servirá de nada. Si la pequeña está con vida, incluso herida, la encontraremos mañana.
Mientras tanto, en Aurora, la población estaba en estado de shock. Centenares de curiosos se apelotonaban alrededor de la casa de los Kellergan, apenas contenidos por el cordón policial. Todo el mundo quería saber qué había pasado. Cuando el jefe Pratt volvió al lugar, se vio obligado a confirmar los rumores: Deborah Cooper estaba muerta, Nola había desaparecido. Se oyeron gritos de horror entre el gentío; las madres se llevaron a sus hijos a casa y se encerraron, mientras los padres sacaron sus viejos fusiles y se organizaron en milicias ciudadanas para vigilar los barrios. La tarea del jefe Pratt se complicaba: la ciudad no debía sucumbir al pánico. Patrullas de policía recorrieron las calles sin descanso para tranquilizar a la población, mientras los agentes de la policía estatal se encargaban de ir puerta a puerta para recoger los testimonios de los vecinos de Terrace Avenue.
*
23.00 horas
En la sala de reuniones de la policía de Aurora, el jefe Pratt y el capitán Rodik hacían balance. Los primeros resultados de la investigación indicaban que no había señal alguna de allanamiento ni de lucha en la habitación de Nola. Sólo la ventana abierta.
—¿La pequeña se llevó algo? —preguntó Rodik.
—No. Ni ropa, ni dinero. Su hucha está intacta, hay ciento veinte dólares dentro.
—Apesta a secuestro.
—Y ningún vecino ha visto nada anormal.
—No me extraña. Alguien debió de convencer a la chiquilla para que le acompañase.
—¿Por la ventana?
—Quizás. O no. Estamos en agosto, todo el mundo tiene la ventana abierta. Quizás salió a dar una vuelta y tuvo un encuentro desagradable.
—Aparentemente, un testigo, un tal Gregory Stark, ha declarado haber oído gritos en casa de los Kellergan al pasear a su perro. Sucedió sobre las cinco de la tarde, pero no está seguro.
—¿Cómo que no está seguro? —preguntó Rodik.
—Dice que había música en casa de los Kellergan. Música muy alta.
Rodik maldijo:
—No tenemos nada: ni pistas, ni huellas. Es como un fantasma. Sólo sabemos que esa chiquilla ha sido vista durante un momento, ensangrentada, asustada y pidiendo ayuda.
—Según usted, ¿qué es lo que debemos hacer ahora? —preguntó Pratt.
—Créame, ya ha hecho todo lo que ha podido por esta noche. A partir de ahora, es mejor concentrarse en el día de mañana. Envíe a todo el mundo a descansar, pero mantenga los controles de carretera. Prepare un plan de registro del bosque, habrá que proseguir la búsqueda en cuanto amanezca. Es usted el único que puede dirigir la batida, conoce el bosque como la palma de su mano. Envíe también un comunicado a todas las comisarías, intente dar precisiones sobre Nola. Una joya que llevase, un detalle físico que la diferencie y que algún testigo pueda identificar. Transmitiré toda la información al FBI, a la policía de los Estados vecinos y a la de fronteras. Voy a pedir un helicóptero para mañana y nuevos perros. Duerma usted también un poco, si puede. Y rece. Me gusta mi trabajo, jefe, pero los secuestros de niños son algo superior a mis fuerzas.
La ciudad permaneció agitada toda la noche por el ir y venir de coches patrulla y de curiosos alrededor de Terrace Avenue. Algunos querían ir al bosque. Otros se presentaban en comisaría para ofrecerse a participar en la búsqueda. El pánico invadía a sus habitantes.
*
Domingo 31 de agosto de 1975
Una lluvia gélida caía sobre la región, invadida por una espesa bruma llegada del océano. A las cinco de la mañana, en las cercanías de la casa de Deborah Cooper, bajo una inmensa carpa desplegada a toda prisa, el jefe Pratt y el capitán Rodik daban consignas a los primeros grupos de policías y voluntarios. Habían dividido el bosque en sectores con la ayuda de un mapa y cada sector había sido asignado a un equipo. Esperaban que esa mañana llegaran refuerzos con perros adiestrados y guardias forestales que permitiesen ampliar la búsqueda y organizar relevos entre los equipos. El helicóptero había sido descartado por el momento, por culpa de la mala visibilidad.
A las siete, en la habitación 8 del Sea Side Motel, Harry se despertó sobresaltado. Había dormido completamente vestido. En la radio, encendida aún, sonaba un boletín informativo: … Alerta general en la región de Aurora tras la desaparición de una adolescente de quince años, Nola Kellergan, ayer tarde, sobre las diecinueve horas. La policía busca a toda persona susceptible de aportar información… En el momento de su desaparición, Nola Kellergan llevaba un vestido rojo…
¡Nola! Se habían dormido y habían olvidado marcharse. Saltó fuera de la cama y la llamó. Durante una fracción de segundo, creyó que estaba en la habitación con él. Después recordó que no se había presentado a la cita. ¿Por qué le había abandonado? ¿Por qué no estaba allí? La radio mencionaba su desaparición, así que había huido de su casa como acordaron. Pero ¿por qué sin él? ¿Habría tenido algún contratiempo? ¿Habría ido a refugiarse en Goose Cove? Su fuga se estaba convirtiendo en catástrofe.
Sin darse cuenta todavía de la gravedad de la situación, tiró las flores y abandonó precipitadamente la habitación, sin gastar tiempo siquiera en peinarse o anudarse la corbata. Metió las maletas en el coche y arrancó precipitadamente para volver a Goose Cove. Cuando llevaba recorridas apenas dos millas, llegó a un imponente control policial. El jefe Gareth Pratt había venido a inspeccionar la marcha del dispositivo, con un fusil de repetición en la mano. Todos estaban muy nerviosos. Reconoció el coche de Harry en la fila de vehículos detenidos y se acercó:
—Jefe, acabo de escuchar en la radio lo de Nola —dijo Harry por la ventanilla bajada—. ¿Qué ha ocurrido?
—Algo malo, muy malo —dijo.
—Pero ¿qué ha pasado?
—Nadie lo sabe: desapareció de su casa. Fue vista cerca de Side Creek Lane ayer por la tarde, y después, ni rastro de ella. Toda la región está cercada, estamos peinando el bosque.
Harry creyó que su corazón iba a pararse. Side Creek Lane estaba en dirección al motel. ¿Y si se había hecho daño de camino a su cita? ¿Habría temido, al llegar a Side Creek Lane, que la policía apareciera en el motel y los encontrara juntos? En ese caso, ¿dónde se habría escondido?
El jefe vio la mala cara de Harry y su maletero lleno de equipaje.
—¿Vuelve usted de viaje? —le interrogó.
Harry decidió que había que mantener la coartada acordada con Nola.
—Estaba en Boston. Por mi libro.
—¿Boston? —se extrañó Pratt—. Pero viene usted del norte…
—Lo sé —balbuceó Harry—. He dado un rodeo por Concord.
El jefe le miró con aire de sospecha. Harry conducía un Chevrolet Monte Carlo negro. Le ordenó apagar el motor de su vehículo.
—¿Algún problema? —preguntó Harry.
—Estamos buscando un coche como el suyo que podría estar implicado en el caso.
—¿Un Monte Carlo?
—Sí.
Dos agentes registraron el coche. No encontraron nada sospechoso y el jefe Pratt permitió a Harry marcharse. Al pasar le dijo: «Le pido que no deje la región. Es una simple precaución, por supuesto». La radio del coche continuaba repitiendo la descripción de Nola. Mujer joven, blanca, 5,2 pies de altura, cien libras, cabello rubio largo, ojos verdes, vestido rojo. Lleva un collar de oro con el nombre NOLA grabado.
No estaba en Goose Cove. Ni en la playa, ni en la terraza, ni dentro de la casa. En ninguna parte. La llamó, no le importaba que le oyeran. Recorrió la playa como loco. Buscó una carta, una nota. Pero no había nada. El pánico empezó a apoderarse de él. ¿Por qué había huido si no era para que se fueran juntos?
Sin saber qué otra cosa podía hacer, fue al Clark’s. Allí se enteró de que Deborah Cooper había visto a Nola ensangrentada antes de que la encontrasen asesinada. No podía creerlo. ¿Qué había pasado? ¿Por qué él había aceptado que ella acudiese por sus propios medios? Deberían haber quedado en Aurora. Atravesó andando la ciudad hasta la casa de los Kellergan, rodeada de coches de policía, y se inmiscuyó en las conversaciones de los curiosos para intentar comprender. Al final de la mañana, de vuelta a Goose Cove, se sentó en la terraza con unos prismáticos y pan para las gaviotas. Y esperó. Se había perdido, volvería. Volvería, estaba seguro. Escrutó la playa con los prismáticos. Siguió esperando. Hasta que llegó la noche.