«¿Cuál es su opinión?
—No está mal. Pero creo que les da demasiada importancia a las palabras.
—¿Las palabras? Pero, cuando se escribe, son importantes, ¿no?
—Sí y no. El sentido de la palabra es más importante que la palabra en sí.
—¿Qué quiere decir?
—Bueno, una palabra es una palabra y las palabras son de todos. Basta con abrir un diccionario y elegir una. Es en ese momento cuando se vuelve interesante: ¿será usted capaz de dar a esa palabra un sentido particular?
—¿Como cuál?
—Coja usted una palabra y repítala en uno de sus libros, por todas partes. Cojamos una palabra al azar: gaviota. La gente empezará a decir cuando hable de usted: «Ya sabes, Goldman, el tipo que habla de gaviotas». Y después, llegará un momento en que, al ver gaviotas, la gente empezará a pensar en usted. Se fijarán en esos estridentes pájaros y se dirán: «Me pregunto qué es lo que Goldman ha podido ver en ellos». Y después empezarán a asimilar gaviotas y Goldman. Y cada vez que vean gaviotas, pensarán en su libro y en toda su obra. Ya no verán esos pájaros de la misma forma. Sólo en ese instante estará usted escribiendo algo. Las palabras son de todos, hasta que uno demuestra que es capaz de apropiarse de ellas. Eso es lo que define a un escritor. Y ya verá, Marcus, algunos querrán hacerle creer que un libro tiene relación con las palabras, pero es falso. Se trata de una relación con la gente».