9

El asombroso descubrimiento del kender.

Tasslehoff oyó hablar a Silvara. Al reconocer las palabras de la magia, el kender reaccionó instintivamente agarrando el escudo que había sobre el féretro y tirando de él. El pesado escudo cayó encima suyo, golpeando el suelo con un estruendoso ruido. El escudo cubrió a Tas por completo.

Se quedó inmóvil hasta que oyó a Silvara finalizar su cántico. Después esperó unos instantes para ver si iba a convertirse en un sapo, a arder en llamas, o algo parecido. No ocurrió nada, lo cual en cierta manera le decepcionó. Ni siquiera pudo oír a Silvara. Finalmente, aburrido de estar tumbado en la oscuridad sobre el frío suelo de piedra, Tas salió de debajo del escudo tan silenciosamente como el caer de una pluma.

¡Todos sus amigos estaban dormidos! Osea que ése era el encantamiento que había formulado Silvara. Pero ¿dónde estaba la Elfa Salvaje? ¿Habría ido a algún lugar en busca de un terrible monstruo que los devorara?

Cautelosamente, Tas se enderezó y asomó la cabeza por encima del féretro. Ante su sorpresa vio a Silvara acurrucada sobre el suelo, cerca de la entrada de la tumba. Mientras Tas la miraba, la elfa se movía agitada, emitiendo pequeños gemidos.

—¿Cómo puedo soportar esto? —Tas la oyó murmurar para sí—. Los he traído aquí. ¿No es eso suficiente? ¡No! —Silvara sacudía la cabeza afligida—. No, he enviado el Orbe lejos de aquí. Ellos no saben cómo utilizarlo. Debo romper la promesa. Es como tú dices, hermana… la decisión es mía. ¡Pero es dura! Le amo…

Sollozando, murmurando para sí como una posesa, Silvara hundió la cabeza entre las rodillas. El kender, tierno de corazón, nunca había visto a alguien tan afligido, y deseó reconfortarla. Pero, también era consciente de que lo que la elfa decía no sonaba demasiado esperanzador: «La decisión es dura, romper la promesa…».

«No, será mejor que intente salir de aquí antes de que se dé cuenta de que su hechizo no me ha hecho efecto», pensó Tas.

Pero Silvara se hallaba justo en la entrada de la tumba. Podía intentar deslizarse junto a ella… Tas sacudió la cabeza. Demasiado arriesgado.

¡El agujero! A Tas se le iluminaron los ojos. De todas formas había querido examinarlo más detenidamente. Confió en que la placa estuviera todavía descubierta.

El kender rodeó el féretro de puntillas y se dirigió al altar. Ahí estaba el agujero, aún abierto. Theros yacía junto a él, profundamente dormido, con la cabeza apoyada sobre su brazo de plata. Mirando atrás hacia Silvara, Tas se deslizó silenciosamente hasta el borde.

No había duda de que sería un lugar más adecuado para ocultarse que donde ahora se encontraba. No había peldaños, pero pudo ver asideros en la pared. Un kender hábil como él no debería tener problemas para descender por allí. Tal vez llevara al exterior. De pronto Tas oyó un ruido tras él. Era Silvara suspirando y agitándose…

Sin volverlo a pensar, Tas se metió silenciosamente en el agujero y comenzó a descender. Las paredes estaban resbaladizas por el moho y la humedad y los asideros estaban bastante distanciados unos de otros. «Construido para humanos. ¡Nadie tenía en consideración a la gente pequeña!», pensó irritado.

Estaba tan preocupado que no vio las piedras preciosas hasta casi estar encima de ellas.

—¡Por las barbas de Reorx! —exclamó, sintiéndose orgulloso de ese juramento, que había aprendido de Flint.

Había seis maravillosas joyas —cada una de ellas tan grande como su mano— espaciadas entre sí y formando un anillo alrededor de las paredes del pozo. Estaban cubiertas de moho pero, sólo con mirarlas, Tas pudo apreciar lo valiosas que eran.

—¿Por qué razón pondría alguien unas joyas tan maravillosas en este agujero? —preguntó en voz alta—. Seguro que fue un ladrón. Si consigo sacarlas de aquí, se las devolveré al verdadero propietario —dijo alargando una mano hacia una de las piedras preciosas.

Una tremenda corriente de viento inundó el conducto, arrancando al kender de la pared tan fácilmente como un temporal de invierno arranca las hojas de los árboles. Mientras caía, Tas miró hacia arriba, observando cómo la luz del extremo superior del pozo se hacía cada vez más pequeña. Se preguntó cuán grande sería el martillo de Reorx y, un segundo después, dejó de caer.

Por un momento el viento le hizo dar vueltas sobre sí mismo. Luego cambió de dirección, haciéndole ir de un lado a otro.

«Después de todo no voy a ir al otro extremo del mundo», pensó el kender con tristeza. Suspirando, flotó a lo largo de otro túnel. ¡Y, de pronto, sintió que estaba comenzando a subir! ¡Un potente viento le estaba haciendo ascender por el pozo! Era una sensación muy extraña, bastante estimulante. Instintivamente extendió los brazos para ver si podía tocar las paredes de donde quiera que estuviera. Al hacerlo, se dio cuenta de que ascendía a mayor velocidad, impulsado hacia arriba por rápidas corrientes de aire.

«Tal vez estoy muerto. Estoy muerto y por eso soy más ligero que el aire», pensó Tas.

Bajando los brazos, palpó desesperadamente todas sus bolsas. No estaba seguro —el kender tenía ideas muy inciertas del más allá pero tenía la sensación de que no le dejarían llevar sus cosas con él. No, todo estaba en su sitio. Respiró aliviado, pero un segundo después se atragantó al descubrir que estaba descendiendo, empezaba a caer de nuevo.

«¿Qué ocur…?», pensó preocupado, pero enseguida se dio cuenta de que había bajado ambos brazos, manteniéndolos pegados al cuerpo. Rápidamente volvió a subirlos y, por supuesto, volvió a ascender de nuevo. Convencido de que no estaba muerto, se dispuso a disfrutar del vuelo.

Aleteando con las manos, el kender miró hacia arriba para ver hacia dónde se dirigía. Divisó una luz en la lejanía que cada vez se hacía más brillante. Vio que se encontraba en un pozo, pero era mucho más largo que por el que había descendido antes.

—¡Espera a que Flint se entere de esto! —se dijo alegremente. Entonces vislumbró seis joyas como las que había visto anteriormente. El viento comenzó a amainar.

Justo cuando acababa de decidir que, realmente, disfrutaría si pudiera vivir volando, Tas llegó al final del pozo. Las corrientes de aire lo mantuvieron junto al suelo de piedra de una estancia iluminada por antorchas. Tas aguardó unos segundos, para ver si volvía a despegar de nuevo, e incluso movió arriba y abajo los brazos para ayudar, pero no sucedió nada. Aparentemente su vuelo había terminado.

«Ya que estoy aquí arriba, podría aprovechar para echar un vistazo», pensó el kender lanzando un suspiro. Saltando fuera de las corrientes de aire, aterrizó ligeramente sobre el suelo de piedra y comenzó a mirar a su alrededor.

De las paredes pendían varias antorchas que iluminaban la estancia con una radiante luz blanquecina. La habitación era mucho más grande que la de la tumba y Tas vio junto a él una gran escalera curvada. Las grandes losas de los peldaños —así como toda la piedra que había en la estancia— eran de un blanco puro, muy diferentes de las negras piedras de la tumba. La escalera torcía hacia la derecha, ascendiendo hacia lo que parecía ser otro nivel de la misma estancia. Vio una especie de barandilla que protegía las escaleras aparentemente había algún tipo de galería allá arriba. Casi partiéndose el cuello para intentar ver algo, Tas descubrió unos remolinos y manchas de brillantes colores reluciendo bajo la antorcha de la pared opuesta.

«¿Quién ha prendido las antorchas? ¿Qué es este lugar? ¿Parte de la tumba de Huma? ¿O habré llegado volando a la montaña del Dragón? ¿Quién vive aquí? ¡Esas antorchas no se encendieron ellas mismas!», Tas se iba preguntando y contestando a sí mismo.

Al pensar esto último —para sentirse más seguro Tas rebuscó en el interior de su túnica y sacó su pequeño cuchillo. Sosteniéndolo en la mano, ascendió por la gran escalera y llegó a la galería. Era una habitación inmensa, aunque bajo la titilante luz de las antorchas no se pudiera ver mucho. Unos gigantescos pilares sostenían la masa del techo. Otra gran escalera ascendía desde el nivel en el que se encontraba hasta uno superior. Tas se volvió, apoyándose contra la barandilla para echar un vistazo a las paredes.

—¡Por las barbas de Reorx! ¿Qué es eso?

Eso era un cuadro. Una pintura al fresco, para ser más precisos. Comenzaba exactamente enfrente de donde Tas se encontraba, al pie de las escaleras, y se extendía por toda la galería. El kender no estaba muy interesado en los trabajos artísticos, pero no recordaba haber visto nunca algo tan bello. ¿O sí? Había algo que le resultaba familiar. Sí, cuanto, más lo miraba, más convencido estaba de haberlo visto antes.

Tas examinó la pintura mural, intentando recordar. En la pared que tenía enfrente se representaba una imagen de una horrible escena de dragones, de todos los colores y formas, descendiendo sobre la tierra. Había ciudades ardiendo como en Tarsis, edificios derrumbándose, gente huyendo. Era una imagen terrible, Y el kender pasó ante ella rápidamente.

Continuó avanzando por la galería. Cuando llegó a la parte central del mural, se detuvo, dando un respingo.

—¡La montaña del Dragón! ¡Ahí está, en la pared! —susurró para sí, asombrándose al escuchar el eco de su susurro. Mirando a su alrededor rápidamente, corrió hacia el otro lado de la galería. Inclinándose sobre la barandilla observó atentamente las pinturas. Sí, no había duda, era la montaña del Dragón, donde ahora se encontraba. Sólo que era como si una gigantesca espada hubiera cortado verticalmente por la mitad la imagen que el mural mostraba de la montaña.

—¡Qué maravilla! ¡Ah, claro! ¡Es un mapa! ¡Y aquí es donde estoy ahora! ¡He ascendido por el interior de la montaña! —miró a su alrededor comprendiendo súbitamente—. Estoy en la garganta del dragón, por eso esta habitación tiene esta forma tan extraña —se volvió de nuevo hacia el mapa—. Ahí está esa pintura de la pared y la galería en la que me encuentro. Y los pilares… Sí, la escalera… ¡Lleva a la cabeza del dragón!, y ahí está también el conducto por el que ascendí. Una especie de cámara de viento. ¿Quién construyó esto… y por qué?

Tasslehoff prosiguió investigando confiando en encontrar una pista en las imágenes. En el extremo derecho de la galería había un retrato de otra batalla. Pero éste no era horrible. Había dragones rojos, negros, azules y blancos —exhalando fuego y hielo—, pero había otros dragones que luchaban contra ellos, dragones plateados y dorados…

—¡Ya me acuerdo! —gritó Tasslehoff.

El kender comenzó a pegar saltos arriba y abajo, chillando como un salvaje.

—¡Ya me acuerdo! ¡Ya me acuerdo! Fue en Pax Tharkas. Fizban me lo enseñó. Hay dragones buenos en el mundo. ¡Estos nos ayudarán a luchar contra los malignos! Simplemente hemos de encontrarlos. ¡Y ahí están las dragonlances!

—¡Maldita sea! —gritó una voz tras el kender—. ¡Es que se no puede dormir un poco! ¿Qué es todo este barullo? ¡Estás haciendo ruido suficiente como para despertar a un muerto!

Tasslehoff se giró alarmado, con el cuchillo en la mano. Hubiera jurado que estaba solo allí arriba. Pero no. En un banco de piedra que había en una zona sombría, alejada de la luz de las antorchas, un personaje se incorporó. Sacudiéndose a sí mismo, se desperezó, se puso en pie y comenzó a subir las escaleras, acercándose rápidamente al kender. Tas no hubiera podido huir, aunque hubiese querido, pero, además, sentía una tremenda curiosidad por saber quién había en la estancia. Cuando abrió la boca dispuesto a preguntarle a aquella extraña criatura quién era y por qué había elegido la garganta del Dragón de la Montaña para hacer la siesta, el personaje apareció a la luz de las antorchas. Era un anciano. Era…

El cuchillo de Tasslehoff cayó al suelo. El kender retrocedió hasta la barandilla. Por primera, última y única vez en su vida, Tasslehoff Burrfoot no pudo pronunciar palabra.

—F. —F—F… —de su garganta no salió nada, solo un graznido.

—Bien, ¿qué ocurre? ¡Habla! Hace un momento hacías una barbaridad de ruido. ¿Qué sucede? ¿Te has atragantado?

—F. —F—F…

—Ah, pobre chico. ¿Algo crónico? ¿Un impedimento del habla? Triste, muy triste.

Mira… —el curioso personaje rebuscó en su túnica, abriendo numerosas bolsitas mientras Tasslehoff permanecía clavado ante él, temblando.

—Aquí está —sacando una moneda la depositó sobre la palma de la mano del kender y le ayudó a cerrar los pequeños e inertes dedos sobre ella—. Ahora vete. Busca a un clérigo…

—¡Fizban! —exclamó Tasslehoff finalmente.

—¿Dónde? —el anciano se giró. Alzando su bastón, miró temerosamente hacia la oscuridad. Entonces pareció ocurrírsele algo. Volviéndose de nuevo hacia Tas, le preguntó—: ¿Estás seguro de que viste a Fizban? ¿No está muerto?

—Yo creía que sí…

—¡Entonces no debería estar rondando, asustando a la gente! Tendré que hablar con él. ¡Eh, tú!

Tas alargó una mano temblorosa y tiró de la túnica del anciano.

—No estoy seguro, pe… pero cr… creo que tú eres Fizban.

—No, ¿en serio? Esta mañana me sentía un poco raro, pero no tenía ni idea de que estaba tan mal. O sea que estoy muerto. —Se arrastró hacia un banco y se dejó caer—. ¿Fue un bonito funeral? ¿Asistió mucha gente?

—Hmmm… Bueno, fueron más bien… más bien… unas exequias conmemorativas, podría decirse. Sabes, es que… bueno… no pudimos encontrar tus… ¿cómo podría explicarlo?

—¿Restos?

—Hmmm… restos. —Tas enrojeció—. Los buscamos, pero había todas esas plumas de gallina… y un elfo oscuro… y Tanis dijo que habíamos tenido suerte de escapar con vida…

—¡Plumas de gallina! ¿Qué tienen que ver unas plumas de gallina con mi funeral?

—Nosotros… hmm… tú, yo y Sestun. ¿Te acuerdas de Sestun, el enano gully? Bien, había una enorme, inmensa cadena en Pax Tharkas. Y ese inmenso dragón rojo. Nosotros estábamos colgados de la cadena y el animal expulsaba su flamígero aliento sobre ella. La cadena se rompió y nosotros caímos… y supe que todo se había acabado. Ibamos a morir. Había más de setenta pies de distancia hasta el suelo —esa distancia aumentaba cada vez que Tas relataba la historia—, y tú estabas debajo mío, y oí que formulabas un encantamiento…

—Sí, soy un mago bastante bueno, ¿sabes?

—Sí, bueno. Tú formulaste ese encantamiento: Pveatherf… o algo así. Bueno, de cualquier forma, sólo dijiste la primera palabra, Pveatherf… y, de pronto, había millones y millones y millones de plumas de gallina…

—¿Y qué ocurrió después?

—Oh, bueno, ahí es donde todo se vuelve un poco… hum… embrollado. Oí un grito y un golpe. Bueno, en realidad fue más parecido a un chapoteo, y me… me imaginé qu… que eras tú.

—¿Yo? ¡Chapoteo! —miró fijamente al kender, furioso—. ¡Nunca en mi vida he chapoteado!

—Entonces Sestun y yo caímos sobre el montón de plumas junto con la cadena. Miré si encontraba… de verdad lo hice —los ojos de Tas se llenaron de lágrimas al recordar su acongojada búsqueda del cadáver del anciano—. Pero había demasiadas plumas… y fuera había esa terrible conmoción, esos dragones peleando. Sestun y yo conseguimos llegar a la puerta y allí encontramos a Tanis, y yo quería regresar para buscarte un rato más, pero Tanis dijo que no.

—¿O sea que me dejaste enterrado bajo un montón de plumas de gallina?

—Fueron una exequias conmemorativas terriblemente emocionantes —farfulló Tas—. Goldmoon habló, y Elistan, no conociste a Elistan, pero recuerdas a Goldmoon, ¿no? ¿Y a Tanis?

—Goldmoon… Ah, sí. Una muchacha muy bonita. Había un personaje de mirada ceñuda enamorado de ella.

—Riverwind —dijo Tas agitado—. Y Raistlin.

—Un sujeto muy flaco. Muy buen mago, pero nunca conseguirá nada si no consigue curarse esa tos.

—¡Eres Fizban! —exclamó Tas. Saltando alegremente, se arrojó sobre el anciano y lo abrazó con fuerza.

—Ya está bien, ya está bien —dijo éste desconcertado, dándole a Tas golpecillos en la espalda—. Ya es suficiente. Vas a arrugar mi túnica. No gimotees. No puedo soportarlo. ¿Necesitas un pañuelo?

—No, tengo uno…

—Bien, eso está mejor. ¡Oh!, yo diría que ese pañuelo es mío. Ésas son mis iniciales.

—¿Ah, sí? Debe habérsete caído.

—¡Ahora te recuerdo! Eres Tassle…, Tassle algo más.

—Tasslehoff. Tasslehoff Burrfoot.

—Y yo soy… ¿Cuál dijiste que era mi nombre?

—Fizban.

—Sí. Fizban… —el anciano reflexionó unos instantes y luego sacudió la cabeza—. Hubiera jurado que ese tal Fizban estaba muerto…