111

Memorias de Publio Cornelio Escipión, Africanus

(Libro VI)

Acepté para evitar la muerte de toda mi familia. Eso me decía a mí mismo y eso me gusta pensar aún, cuando quiero engañarme, porque entonces esa decisión habría estado cargada de sensatez, pero en realidad otros eran mis pensamientos. Ahora ampliaré esto.

Comuniqué a Graco, de nuevo a través del propio Plauto, que aceptaba las condiciones, que satisfaríamos el pago que el Senado reclamara sobre el dinero de la campaña de Asia, que abandonaría Roma para siempre y que le entregaría a mi hija en matrimonio a cambio de la libertad de mi hermano, pero que si alguna vez llegaba a mis oídos que maltrataba a mi hija regresaría para sacarle las entrañas a golpes hasta matarle. No creo que Plauto trasladara mi mensaje de forma literal, o quizá sí, pero, en cualquier caso, el pacto se cerró. Mi humillación empezaba entonces. Publio Cornelio Escipión, el hombre más poderoso del mundo, había caído, traicionado por la Roma por la que tanto había luchado. Pero en el fondo de mi ser, y no estoy ahora orgulloso por ello (hay que ver en lo tremendamente mezquinos que nos pueden convertir la rabia y el odio); en el fondo de mi alma estaba seguro de que daba igual que aceptara aquel pacto porque era del todo imposible que el ingenuo de Tiberio Sempronio Graco pudiera derrotar en el Senado al más temible de los políticos romanos: a Marco Porcio Catón. Aceptaba un pacto vacío. Catón derrotaría a Graco en la última votación y las legiones urbanae cargarían contra mis hombres. Entonces sólo nos quedaría defendernos y, eso sí, llevarnos por delante a tantos como pudiéramos.