Memorias de Publio Cornelio Escipión, Africanus
(Libro II)
Flaminino cumplió fielmente su misión de repartir buenas tierras entre mis veteranos. En muchos casos asignó lotes de buena tierra fértil en Etruria, algo alejados de Roma, pero buena tierra para una granja. Entonces, cuando me acababan de elegir censor y de nombrar princeps senatus por ser el más veterano de los senadores de Roma, no pensé que alejar a algunos de esos veteranos, ciudadanos de pleno derecho de Roma, leales a mí hasta el fin, pudiera significar que perdía votos para futuras elecciones y otros conflictos políticos que debían suceder. Sólo puedo admitir que me sorprendió la facilidad con la que Catón, en el Senado, cedió a las peticiones que Flaminino hacía en mi nombre a favor de mis veteranos. Ingenuo de mí. Creía que todo se me facilitaba porque se me respetaba, porque se me temía y, sin embargo, Catón, con habilidad, cediendo, ganaba terreno al perder yo apoyos de personas que cogían todo lo suyo y, con frecuencia a otros familiares y amigos, y dejaban Roma para instalarse cómodamente en el norte. Yo, ciego a todo esto, disfrutando de mis victorias políticas, de mi recién elegida censura, me limitaba a festejar y celebrar en compañía de mis familiares y amigos y ni siquiera era capaz, no ya de interpretar la importancia de las batallas de Oriente, sino de ver lo que ocurría entre los propios muros de mi casa. Eso, sin lugar a dudas, es lo que más me duele; es de lo que más me arrepiento, pero el pasado no se puede cambiar.