APÉNDICE I

BREVE HISTORIA DE LA SÉPTIMA PUERTA,

LA SEPARACIÓN Y LA TRÁGICA DECADENCIA

DE LOS SARTÁN EN LOS NUEVOS MUNDOS

(Compilada por Alfred Montbank)

Nota del autor: Deseo reconocer y agradecer la colaboración de aquellos sartán que fueron testigos de los acontecimientos que he procedido a registrar en esta monografía. Su ayuda y su sinceridad me han resultado inestimables.

GOTAS DE AGUA

«Cada uno de nosotros tiene dentro de sí la capacidad para dar forma a su propio destino. Hasta ahí, todos lo entendemos. Pero hay algo más importante: cada cual tiene también capacidad para dar forma al destino del universo. ¡Ah!, eso resulta más difícil de creer. Pero os aseguro que es así. No es preciso ser el líder del Consejo de los Siete. No es preciso ser un rey elfo o un monarca humano o el dirigente de un clan enano para tener una influencia importante en el mundo que nos rodea.

»En la inmensidad del océano, ¿alguna gota de agua es más grande que otra?

»“No”, diréis. “Pero una gota sola tampoco tiene la capacidad de causar una marejada.”

»Pero yo digo que basta con que caiga una gota en el océano para que cree pequeñas ondas. Y para que estas ondas se extiendan. Y quizá, ¿quién sabe?, esas pequeñas ondulaciones alcancen a crecer, a cobrar fuerza y finalmente rompan contra la orilla, espumeantes.

»Igual que una gota en el vasto mar, cada uno de nosotros causa pequeñas olas en el transcurso de su vida. Los efectos de nuestros actos, por insignificantes que puedan parecer, se difunden más allá de nosotros. Tal vez no lleguemos a saber nunca qué efecto trascendente puede tener el acto más sencillo en los demás mortales. Así, en todo momento debemos ser conscientes de nuestro lugar en el océano, de nuestro lugar en el mundo, de nuestro lugar entre los pueblos.

»Pues, si unimos las fuerzas en número suficiente, podemos impulsar la marea de los acontecimientos… para bien o para mal».

Lo que antecede es un fragmento de un discurso pronunciado ante el Consejo de los Siete en los días inmediatamente anteriores a la Separación, poco después de la creación de la Séptima Puerta. El orador era un anciano sartán de gran sabiduría. Su verdadero nombre sartán se omite aquí, ya que dicha persona vive todavía y no ha concedido su permiso para revelarlo. (Ni está en condiciones de concederlo, ya que sufre una trágica pérdida de memoria y no recuerda en absoluto quién fue.) Hoy, conocemos a ese sartán por el nombre de Zifnab.

En el resto del discurso, el viejo sartán —que era miembro del Consejo con anterioridad a Samah— seguía oponiéndose con apasionamiento contra la propuesta de separar el mundo. Muchos de los miembros del Consejo que lo escucharon aquel día recuerdan la profunda emoción que les produjeron sus palabras. Buena parte de ellos empezó a dudar de la conveniencia de la propuesta que se pretendía aprobar.

Después de escuchar el alegato con fría cortesía, Samah, el presidente del Consejo, efectuó su réplica. Samah expuso con vivo detalle el poder creciente de los patryn, cómo se habían apoderado de los reinos mensch y cómo estaban organizando ejércitos con la intención de conquistar y destruir a los sartán.

Los miembros del Consejo recuerdan haberse sentido inspirados por la imagen del mundo del viejo sartán y terriblemente asustados por la de Samah. No es preciso decir que el miedo se impuso a lo que Samah denominó «idealismo meritorio pero falto de sentido práctico». El Consejo votó llevar a cabo la Separación, la captura y la encarcelación de los enemigos.

LA CREACIÓN DE LA SÉPTIMA PUERTA

¿Es cierto que los patryn se proponían conquistar el mundo? No tenemos modo de saberlo con certeza ya que, a diferencia de los sartán, no queda con vida ningún patryn de ese período histórico. De todos modos, conociendo la naturaleza de los seres conscientes, considero muy probable que Samah tuviera su equivalente en el bando patryn. Así, aparecen algunos indicios al respecto en la última parte del discurso del viejo sartán, en la que menciona por su nombre a un líder patryn hoy olvidado e insta al Consejo a optar por la negociación con tal líder, en lugar de recurrir al enfrentamiento.

Tal vez dicha negociación habría sido imposible. Tal vez la guerra entre las dos poderosas fuerzas fue inevitable. Quizás una guerra habría producido la misma destrucción y los mismos padecimientos que la Separación. Son incógnitas a las que nunca tendremos respuesta.

Una vez tomada la decisión, el Consejo se vio enfrentado a una tarea monumental: la elaboración de una serie de manipulaciones mágicas como nunca se habían visto en el universo.

Primero, el Consejo creó un cuartel general, una estructura tangible con una presencia física en el mundo. Se trata de la estancia que más tarde conoceríamos como la Cámara de los Condenados. Samah se refería a dicha sala como la Séptima Puerta, en referencia al plan propuesto por él mismo para la recreación del mundo, un plan que, con el transcurso del tiempo, quedaría reducido a una letanía sin sentido.

La Tierra fue destruida.

Cuatro mundos fueron creados con sus escombros. Mundos para nosotros y para los mensch: el del Aire, el del Fuego, el de la Piedra y el del Agua.

Cuatro Puertas conectan cada mundo (Ariano y Pryan y Abarrach y Chelestra) con los demás.

Para nuestros enemigos se construyó un correccional: el Laberinto. El Laberinto está conectado a los otros mundos a través de la Quinta Puerta: el Nexo.

La Sexta Puerta es el centro y permite la entrada: el Vórtice. Y todo se llevó a cabo a través de la Séptima Puerta. El final fue el principio.

Una vez que la Séptima Puerta tuvo existencia física, los sartán le proporcionaron existencia en un plano mágico, convirtiéndola en un «pozo» similar al construido por los patryn de Abri: un agujero en el tejido de la magia en cuyo interior existe la posibilidad de que no exista ninguna posibilidad.

Cuando esta escarcha mágica, por así llamarla, quedó limpia, los sartán pudieron entrar y dotar a esta cámara de la magia rúnica específica necesaria para producir la derrota y encierro en su prisión de los enemigos, la salvación de aquellos mensch a los que se considerara merecedores de ella, la destrucción del mundo y la construcción de los cuatro mundos nuevos. Una empresa monstruosa, pero los sartán poseían una magia poderosa y estaban desesperados de miedo. La creación de la Séptima Puerta les llevó mucho años de trabajo, durante los cuales vivieron con el temor permanente a que los patryn los descubrieran antes de estar preparados para actuar.

Por último, sin embargo, la Séptima Puerta quedó completada y su magia, preparada. Entonces, los sartán penetraron en ella y descubrieron, con perplejidad y pánico y desazón, que no estaban solos. Existía una posibilidad que nunca se les había pasado por la imaginación: que no eran los dueños del universo. Existía otro poder muy superior al suyo.

AGUA AMARGA

¿Cómo se manifestó este poder? ¿Cómo lo descubrieron los sartán? No pude encontrar a un solo sartán que quisiera discutir la experiencia, que todos calificaban de abrumadora. Si me baso en mi propia experiencia la primera vez que penetré en la Cámara de los Condenados, debo llegar a la conclusión de que las percepciones de ese poder superior eran diversas y muy personales. En mi caso, por primera vez en mi vida, me sentí amado y aceptado, en paz conmigo mismo. Pero supongo que, para otros sartán, las revelaciones no eran tan agradables.

(Ciertamente, como Haplo ha sugerido, fue esa misma fuerza la que impulsó a los sartán de Pryan a abandonar la protección de sus ciudadelas fortificadas y adentrarse en las junglas, que ellos habían creado pero cuya responsabilidad se negaban a aceptar. Más adelante, volveré sobre este punto.)

Por desgracia, el conocimiento de que en el universo existía otro poder superior no disuadió a Samah de sus planes. Lo que hizo fue alimentar su miedo. ¿Y si los patryn lo descubrían también? Cabía la posibilidad de que se pusieran en contacto… ¡Tal vez ya lo habían hecho! Samah y los miembros del Consejo y la mayoría de los sartán se dejaron llevar por el pánico. Las gotas de agua amarga se agitaron hasta formar una ola de terrible potencia que barrió el mundo.

Y los sartán que, como Zifnab, protestaron contra la decisión del Consejo y se negaron a respaldarla fueron considerados traidores. Y, para evitar que su traición contaminara y debilitara la magia de la Séptima Puerta, estos opositores fueron hechos prisioneros y enviados al Laberinto junto con los patryn.

LA CAÍDA DE LOS PATRYN

Cabría pensar que la captura y el encarcelamiento de los patryn tuvieron que resultar tremendamente dificultosos y provocarían batallas mágicas de la más tremenda magnitud. Que los sartán temían que así fuera lo atestiguan los hechos de que crearan armas mágicas como la Hoja Maldita y de que armaran y entrenaran a los mensch para combatir por la «causa» sartán.

Pero, al final, según los sartán con los que hablé, la captura de los patryn resultó relativamente sencilla.

Contribuyó a ello la propia naturaleza de los patryn. A diferencia de los sartán, de hábitos gregarios, los patryn tenían tendencia a vivir aislados y pasaban la mayor parte del tiempo separados de los demás o en pequeños grupos familiares. Era un pueblo egoísta, altivo y orgulloso, que sentía poca compasión por su propia gente y absolutamente ninguna por los demás. Tales eran sus envidias y rivalidades que les resultaba imposible unirse, ni siquiera frente a un enemigo común. (Ésta era una de las razones de que prefirieran vivir entre los mensch, a los que podían intimidar y controlar.) Así pues, los patryn resultaron presa fácil para las fuerzas unificadas de los sartán, y fueron reducidos uno a uno.

EL PRINCIPIO DEL FIN

El viejo sartán al que hoy conocemos por Zifnab se negó a abandonar el mundo. Cuando los guardias sartán (uno de los cuales era Ramu) se presentaron a detenerlo, no lo encontraron. Zifnab había sido puesto sobre aviso de lo que sucedía. (¿Fue Orla quien le hizo llegar la voz? Ella no lo confesó nunca, pero yo me lo pregunto a menudo.) Los sartán lo buscaron. De creer sus argumentos, no querían que ninguno de los suyos afrontara el horror de lo que sabían que se avecinaba. Pero Zifnab los eludió. Permaneció en el mundo y presenció la Separación.

La experiencia lo volvió loco y, sin duda, habría perecido pero, de alguna manera, consiguió alcanzar el Vórtice y desde allí entró en el Laberinto. No se sabe cómo lo consiguió, pues Zifnab no guarda el menor recuerdo de ello. Puede que en su rescate tuvieran algo que ver los dragones de Pryan —la manifestación del poder superior en su forma benéfica— pero, si fue así, esos seres se niegan a hablar del tema.

Los restantes sartán escogieron cuidadosamente a los mensch considerados merecedores de repoblar los nuevos mundos y los llevaron a lugar seguro (al Vórtice). A continuación, los sartán se encerraron en la Séptima Puerta y pusieron en práctica su magia. (No me extenderé en esto. Todo lo que vi y experimenté cuando fui transportado mágicamente a ese momento aparece descrito en las amplias notas de Haplo sobre el tema, recopiladas bajo el título de «La Séptima Puerta».)

EL FINAL DEL PRINCIPIO

Una vez realizada la Separación y creados los nuevos mundos, los sartán que habían sobrevivido a las fuerzas aterradoras que ellos mismos habían desencadenado fueron enviados a los nuevos mundos para empezar unas nuevas vidas, y se llevaron con ellos a los mensch, a quienes pretendían conducir como si fueran rebaños de ovejas.

Samah y los miembros del Consejo escogieron Chelestra como base de operaciones. En aquel punto, Samah debería haber destruido la Séptima Puerta. Creo que incluso había recibido el mandato del Consejo de proceder a ello y que, al dejar intacta la Puerta, desobedeció una orden directa del Consejo de los Siete. Sin embargo, no tengo pruebas de ello. Los miembros del Consejo con los que hablé se mostraron muy evasivos. Siguen, ay, decididos a honrar la memoria de Samah. Bueno, el gran consejero no era malvado; sólo era un hombre asustado.

A mi entender, lo más probable es que Samah tuviera la intención inicial de destruir la Séptima Puerta, no obstante, posteriormente las circunstancias se combinaron para convencerlo de que debía dejarla abierta. Casi de inmediato, tuvo que enfrentarse con problemas en su nuevo mundo. Se estaban produciendo sucesos extraños e imprevistos, sucesos sobre los cuales los sartán no tenían el menor control.

LAS SERPIENTES

El agua marina de Chelestra resultó tener un efecto devastador sobre la magia sartán: anulaba por completo sus efectos y, por tanto, dejaba absolutamente impotentes a quienes se servían de ella. Los sartán se quedaron perplejos. Ellos no habían creado tal océano anulador de la magia. ¿Quién lo había hecho, entonces? ¿Y cómo? ¿Y por qué?

Pero esto no era lo peor.

La tremenda erupción mágica había perturbado el delicado equilibrio de la creación, es decir, lo que los enanos de Chelestra denominarían más adelante «la Onda». Imaginemos el mar en calma, las olas lamiendo la orilla una tras otra, alzándose y rompiendo, alzándose y rompiendo. Imaginemos ahora una ola de marea, una ola fuera de control que se alza y se alza y se alza… Una ola así tendería, de forma natural, a corregirse. Y, en este caso, así sucedió. El mal que había existido en el mundo antes de la Separación adquirió así la capacidad para hacerse tangible y para adoptar una forma concreta. Y ese mal se manifestó en la forma de las serpientes, o serpientes dragón.

Las serpientes siguieron a Samah hasta Chelestra con la esperanza, indudablemente, de aprender más sobre el nuevo mundo en el que se habían encontrado de pronto. Conocían la existencia de la Puerta de la Muerte, pero ignoraban su funcionamiento. Sólo podían entrar en ella si los sartán la abrían. Tal vez buscaban también la Séptima Puerta, aunque esto último es sólo una conjetura. En cualquier caso, su aparición fue otra amarga sorpresa para los sartán, que no podían imaginar cómo habían cobrado existencia criaturas tan espantosas. Pero, ay, habían sido los propios sartán quienes habían provocado su presencia.

«Tú nos creaste», le dijeron a Samah y, en cierto sentido, así era. Todos las creamos. Todos contribuimos a ello, a través del miedo, del odio y de la intolerancia.

Pero esto son divagaciones…

LOS DRAGONES BUENOS DE PRYAN

Por fortuna para los mensch y para los sartán —aunque entonces no tenían modo de saberlo—, la Onda continuó sus intentos de corregirse. La maldad de las serpientes dragón fue equilibrada por la manifestación de la bondad en forma de los dragones de Pryan. Si la Puerta de la Muerte hubiera permanecido abierta, según lo previsto, el bien y el mal podrían haberse equilibrado y anulado mutuamente; así, la Onda habría logrado corregirse.

Sin embargo, una vez más, el miedo guió los actos de Samah. Temeroso de las serpientes dragón y, en los últimos tiempos, también de los mensch —cuyos someros poderes mágicos no eran afectados por el agua del océano—, Samah envió llamamientos a los sartán de los otros mundos, a los que pedía que acudieran en su ayuda para combatir y someter a aquellos nuevos enemigos.

Sus llamadas no tuvieron respuesta o, al menos, eso fue lo que Samah dijo a los suyos. Según Orla, la esposa del gran consejero, las llamadas sí fueron contestadas. Los sartán de los otros mundos dijeron a Samah que no podían acudir porque ellos también tenían graves problemas. Samah mintió para ahorrar la terrible verdad a los suyos, muchos de los cuales tenían parientes y amigos en esos otros mundos. El grandioso plan establecido empezaba a hacerse añicos.

EL CIERRE DE LA PUERTA DE LA MUERTE

Según Orla, en esa época Samah se sentía frustrado e irritado. Había perdido el control de los acontecimientos y no tenía idea de cómo ni por qué. El plan debería haber resultado. Todo había sido preparado de forma muy lógica y racional. Achacó la culpa a los mensch, acusó a los sartán de debilidad… pero nada de ello resolvió su problema inmediato.

Si las serpientes atacaban el Cáliz —el refugio sartán—, Samah y los suyos no tendrían modo de defenderse. Las serpientes no tenían más que arrojar un cubo de aquella agua que anulaba la magia sobre un sartán y éste estaba perdido. Los mensch se peleaban entre ellos y culpaban a los sartán de la aparición de las serpientes. Peor aún, los mensch habían visto a los sartán humillados, acosados y vencidos por las serpientes. Samah expulsó del Cáliz a los mensch y los envió al mar para que encontraran su propio camino en aquel mundo.

A algunos, tal conducta les parecerá un acto de crueldad. Al fin y al cabo, Samah no hacía sino enviar a los mensch a las desdentadas fauces de las serpientes. No obstante, según Orla, Samah acertó al intuir que las serpientes no estaban interesadas en los mensch. Su principal objetivo era entrar en la Puerta de la Muerte y, para hacerlo, tenían que ayudarse de los sartán.

Ante el temor de que las malignas serpientes pudieran desplazarse desde Chelestra hasta los otros tres mundos, Samah consideró que no tenía más solución que el cierre de la Puerta de la Muerte. También debería haber destruido la Séptima Puerta en aquel momento, pero consideró que tal vez pudiera necesitar de nuevo su poderosísima magia y se decidió por relegar la Puerta al olvido.

Una vez conseguido esto, Samah y los suyos se sumieron en un estado de animación suspendida, en un profundo sueño del que proyectaban despertar un siglo después. El gran consejero calculó que, para entonces, las cosas ya se habrían estabilizado en los otros mundos. La Tumpa-chumpa habría entrado en funcionamiento y las ciudadelas estarían activadas. Cuando despertaran, la vida sería mejor.

Pero las cosas no resultaron así.

LAS SERPIENTES CONGELADAS

He aquí un nuevo ejemplo de cómo la Onda se corrige a sí misma.

Dado que la magia sartán no surtía efecto en el océano de Chelestra, su sol se mantuvo inestable. Estaba previsto que dicho sol quedara fijo en el centro del mundo del agua, desde donde debía calentar el interior del globo dejando la porción exterior de éste como una cáscara de hielo. Pero la inutilidad de la magia hizo que el sol no pudiera ser controlado, de modo que flotaba a la deriva, desplazándose lentamente entre las aguas y calentando partes de aquel mundo mientras el resto de Chelestra permanecía apresado en el hielo.

Cuando los sartán se instalaron en Chelestra, el sol calentaba la parte de aquel mundo que ocupaban: un lugar conocido como el Cáliz. (Para una descripción más completa, véase el volumen que Haplo tituló, pese a mis protestas, El Mago de la Serpiente). Pero con el paso del tiempo, mientras los sartán seguían durmiendo, el sol empezó a moverse a la deriva.

Las malvadas serpientes advirtieron demasiado tarde la amenaza que se cernía sobre ellas. Incapaces de huir a través de la Puerta de la Muerte y reacias a abandonar a los sartán por si éstos despertaban, las serpientes esperaron demasiado tiempo para escapar. Cuando el sol se alejó, las serpientes no lo siguieron y, en consecuencia, quedaron congeladas en el océano de hielo.

La Onda casi recuperó la normalidad. Las serpientes buenas de Pryan, para no perturbar el equilibrio, se ocultaron a la vista e hicieron todo lo posible para evitar el contacto con los mensch y con los sartán.

LA ONDA CONTINÚA

Ariano

Mientras los sartán dormían, pasó el tiempo. La gloriosa visión de Samah de los cuatro mundos interconectados, trabajando juntos, no llegó a materializarse. La población sartán menguó mientras el número de mensch, que prosperaban en los nuevos mundos (con excepción de Abarrach), se incrementó. Sus generaciones se hicieron demasiado numerosas como para que los escasos sartán pudieran controlarlas. Los sartán se retiraron con la esperanza de reagruparse algún día, con la permanente esperanza de restablecer algún día el contacto con sus hermanos de los otros mundos. Un contacto que no llegó a producirse jamás.

En Ariano, la gran Tumpa-chumpa entró en funcionamiento, pero su trabajo carecía de directrices. Los mensch no tenían idea del propósito de la máquina. Los sartán encomendaron las instrucciones para el funcionamiento de la Tumpa-chumpa a los elfos kenkari, una raza a la que los sartán consideraban de la máxima confianza.

Pero los elfos de Ariano estaban divididos entre ellos en una agria disputa por el poder. Y todos los elfos temían y detestaban a los humanos, los cuales, a su vez, no tenían ningún aprecio por los elfos. Los kenkari, al leer el libro de instrucciones de la Tumpa-chumpa, se dieron cuenta de que la máquina uniría las tierras de los elfos y de los humanos, pero que el control de la máquina estaría en manos de los enanos. Esto, a los elfos, les pareció intolerable. Los kenkari escondieron el libro en la biblioteca de la Catedral del Albedo, donde permaneció olvidado durante muchos siglos.

Después de entregar el libro, los sartán de Ariano procedieron a ocultarse en unos túneles que habían construido bajo el suelo. Pusieron a sus jóvenes en estado de animación suspendida con la esperanza de que, cuando despertaran, las cosas habrían mejorado. Por desgracia, la mayoría de los jóvenes sartán de Ariano murieron durante el sueño. (Considero probable que estas muertes misteriosas se debieran a la práctica de la nigromancia en Abarrach, pues está escrito que, cuando una vida es prolongada más tiempo del que le corresponde, otra muere antes de su hora. Sin embargo, se trata de especulaciones. ¡Con un poco de suerte, mi teoría no podrá demostrarse nunca!)

Pryan

En Pryan, los sartán vivían en las ciudadelas con los mensch que habían llevado con ellos a aquel mundo. Los sartán se ocupaban de las cámaras de las estrellas, que estaban diseñadas para funcionar conjuntamente con la Tumpa-chumpa con el fin de enviar energía a los demás mundos. Poco tiempo después, además de insistir en sus esfuerzos para poner en acción las cámaras estelares, los sartán tuvieron que dedicar su atención a intentar controlar a los mensch, cuyo número aumentaba rápidamente.

Encerradas en las ciudadelas, las razas mensch empezaron a luchar entre ellas. Los sartán, que consideraban a los mensch como una especie de chiquillos revoltosos y molestos, los trataron como a tales. En lugar de colaborar con los mensch para negociar soluciones a los problemas de éstos, los sartán crearon una especie de «niñeras». Así nacieron los titanes, temibles gigantes cuyo fin era encargarse del funcionamiento de las cámaras de las estrellas (¡si algún día se ponían en marcha!) y de servir de amas de cría a los mensch. Con esta acción, producida por miedo y por ciegos prejuicios, los sartán empeoraron las cosas en lugar de mejorarlas. Los titanes resultaron ser criaturas demasiado poderosas y, finalmente, se volvieron contra sus creadores.

No está claro cómo o por qué los sartán de Pryan entraron en contacto con el poder superior. En su visita a ese mundo, Haplo entró en una de las ciudadelas y descubrió allí una estancia que, según su descripción, era una réplica casi exacta de la Séptima Puerta.

Sólo puedo apuntar la hipótesis de que los sartán de Pryan construyeron lo que cabría denominar una Séptima Puerta en miniatura, quizá con la esperanza de restablecer la comunicación con sus hermanos de otros mundos o incluso en un intento desesperado de reabrir la Puerta de la Muerte.

Los sartán de este mundo afirmaban que ese poder superior los había obligado a abandonar las ciudadelas. A mi entender, es probable que les resultara más sencillo escapar de sus problemas que buscar soluciones. Achacar la culpa al poder superior los libraba de señalar a los verdaderos responsables: ellos mismos.

Abarrach

En cuanto a los sartán de Abarrach, su situación era la más desesperada de todas. Casi todos los mensch que habían llevado con ellos habían muerto debido a la atmósfera venenosa de Abarrach. Los sartán se encontraron ante la certidumbre de que, a menos que llegara ayuda pronto, ellos también estaban condenados.

Fue un grupo de estos sartán de Abarrach el que, en sus intentos por restablecer contacto con sus hermanos perdidos, tropezó con la Séptima Puerta. Sus descubridores sabían que habían encontrado una fuente de poder tremenda pero, como habían perdido gran parte de sus facultades para llevar a cabo la magia sartán, no alcanzaron a comprender qué era aquel lugar. Estos sartán fueron los que más se acercaron a entender qué era ese poder superior; pero, su propia maldad —provocada por la sed de poder y exacerbada por la práctica odiosa de la nigromancia— fue la causa de su ruina. La violencia penetró en la cámara sagrada y todos quienes estaban en ella perecieron.

Anonadados y aterrorizados, los sartán supervivientes inscribieron runas de defensa en lo que pasó a denominarse Cámara de los Condenados. Nadie más se atrevió a entrar y, con el tiempo, todo conocimiento de la Séptima Puerta se perdió.

El Laberinto

La prisión del Laberinto se había convertido en una especie de sala de los horrores. Según Orla, Samah había previsto que los sartán actuaran de guardianes de tal prisión, dirigiéndola y controlando el progreso de los presos hacia la rehabilitación. Cuando los sartán perdieron el control de sus propias existencias, tuvieron que renunciar a cualquier esperanza de control del Laberinto. La magia oscura del lugar se alimentó del odio y del miedo de los sartán y se volvió mortífera. Y del Laberinto, nacido del odio, surgió Xar.

XAR, EL SEÑOR DEL NEXO

La historia de los primeros años de vida de Xar se desconoce pero, sin duda, debió de ser parecida a la de incontables patryn nacidos en esa prisión espantosa. Xar se distingue de los demás porque fue el primer patryn[10] que logró escapar del Laberinto, abriéndose paso a brazo partido a través de la Última Puerta. Él fue el primer patryn en ver el Nexo.

Debe reconocerse a Xar que trabajó con abnegación, a menudo con grave peligro de su propia vida, para salvar del Laberinto a sus congéneres patryn. No es de extrañar que, aún hoy, el recuerdo de su Señor sea honrado y venerado por ellos.

La ruina de Xar fue su ambición. No se contentó con dirigir a su pueblo sino que, al descubrir la existencia de los cuatro mundos quiso gobernarlos también. Descubrió el modo de abrir la Puerta de la Muerte. No del todo, sólo una rendija; pero fue suficiente. El primer patryn, Haplo, abandonó el Nexo y penetró en Ariano. Al mismo tiempo, en su deriva, el sol de Chelestra volvió a acercarse al Cáliz. El calor fundió el hielo y liberó las serpientes. El conocimiento de que sus primas habían despertado provocó que los dragones buenos de Pryan asomaran de sus escondrijos. Todos estos hechos, que se produjeron simultáneamente, podrían tomarse por meras coincidencias. Yo prefiero ver en ellos un nuevo intento de la Onda por restablecer el equilibrio.

No describiré aquí lo que sucedió a continuación. Baste decir que, por una curiosa serie de incidentes, encontré a Haplo y a su notable perro.

Los interesados en leer más sobre las emocionantes aventuras de Haplo y las más humildes que yo mismo corrí, pueden encontrarlas en lo que ha venido en conocerse como El ciclo de la Puerta de la Muerte.

Como conclusión añadiré, para aquellos que puedan estar interesados en ello, que la Onda prosigue su flujo y reflujo. En la actualidad, patryn y sartán conviven en una paz inquieta. Los sartán se han dividido en dos facciones, una dirigida por Balthazar, que desea la alianza con los patryn, y la otra liderada por Ramu, quien, aunque todavía con algunas molestias a causa de su desdichada herida, se niega por completo a confiar en el antiguo enemigo.

El dirigente Vasu es el líder de los patryn. Él, Haplo y Marit han formado bandas de lo que se conoce como «rescatadores», hombres y mujeres valientes —tanto patryn como sartán— que arriesgan sus vidas aventurándose en el corazón del Laberinto para intentar ayudar a los que aún están atrapados en la prisión. Y yo me enorgullezco de decir que también formo parte de estos rescatadores.

Las serpientes malévolas conservan un poder muy menguado, pero siguen presentes y seguirán estándolo siempre, supongo. No obstante, son mantenidas a raya por los dragones de Pryan y por el esfuerzo concentrado de los rescatadores.

No tenemos conocimiento de lo que sucede en los mundos de los mensch, pero espero que todo les vaya bien. Me gusta imaginarlos viajando entre los mundos en fantásticas naves, impulsados por la esperanza y la curiosidad.

Haplo y Marit emprendieron una expedición en busca de su hija… y volvieron con muchas de ellas, todas huérfanas a las que rescataron del Laberinto. Haplo afirma con orgullo que cualquiera de ellas podría ser su hija y Marit asiente siempre. También tienen varios hijos. Toda esa tropa me llama «abuelo Alfred» y se burla sin piedad de mis pies grandes y torpes.

Ahora, Haplo tiene un perro. Uno de verdad.

Zifnab, el viejo sartán chiflado, vaga por el Laberinto tan contento, vigilado y protegido por su dragón. Apenas recuerda los malos tiempos y todos cuidamos de no recordárselo.

Últimamente, ha decidido que es Dios.

¿Y quiénes somos nosotros para discutírselo?