SUAVES pisadas y un mugidito corderil despiertan al viejo, creyéndose en la majada.
Pero sus ojos se abren en la penumbra a un angelito blanco que alza los brazos en la puerta, frente a la cama. El viejo se incorpora, salta y corre hacia él. Le eleva, le acuna en sus brazos y una inefable suavidad le inunda el pecho cuando la cabecita se reclina en su hombro. El ángel va cerrando los ojitos a medida que el viejo, primero de pie, sentado después en su cama, cavila para su dulce carga.
«Es verdad, compañero, me has cogido en el sueño. Pero no creas, no descuidé la guardia… Es que, ¿sabes?, el enemigo se retira. Vamos ganando la guerra, ¡sí, vamos ganando, algunos ya se rinden! ¿No me crees? ¿Es que no te das cuenta tú mismo? A ver, ¿cómo has llegado hasta aquí? ¿Has tenido que gritar, que aporrear la puerta como otras veces? No, porque estaba abierta… ¿Me vas comprendiendo? ¡Eso mismo, compañerito, ahora ya no te encierran! ¡Y nunca más te encerrarán! ¡Ha triunfado tu abuelo, la partida del Bruno! ¡Vamos ganando!».
Acuesta al niño un momento y vuelve a cogerle después de echarse la manta sobre los hombros para quedar envueltos ambos en ella.
«¿Preguntas qué ha pasado? Pues que Andrea se ha rendido. Así, como lo oyes, ayer mismo. Se presentó a parlamentar, con un pañuelo blanco, ésa es la costumbre… Habló y habló y habló, ya la conoces. Pero hasta cariñosa estuvo. En resumen, de su bla, bla, bla: que la puerta es nuestra. Hemos conquistado para siempre ese paso de la montaña. El Carrumangu, que mi amigo el profesor lo llama de otra manera… Así me dijo ella: “no hace falta que vaya usted por las noches. Duerma tranquilo, no cerraremos. Que haga el niño lo que quiera”. Así habló y, claro, ¡tú has venido a mí, a quién mejor! A tu partida, concentrada en esta posición. Fíjate cómo ganamos terreno, ya no estamos solamente resistiendo. Has venido con tu abuelo… ¡Ay, niñito, ángel mío!, ¿cuándo me vas a llamar nonno, la mejor contraseña? ¡Es tan fácil! Basta con que esa lengüecita de rosa diga dos veces ese “¡no!” que gritas siempre. ¿Oyes?, así: Non-no… ¡Es tan fácil y me harías tan feliz!».
Seguro, vamos ganando… Sí, ya sé, no me lo digas. Esa rendición puede ser una trampa. Ya se me ha ocurrido, pero mientras tanto, avanzamos. Por eso estamos aquí, más abajo, en la montaña. Mira la ventana, ya no se ve el cielo más que sacando la cabeza.
Eso de enfrente no son peñascos, sino casas. Sí, con gente durmiendo tranquila porque sabe que se acaba la guerra. Dentro de poco les liberaremos, ya te dije que para el verano estaremos allí. El buen tiempo también avanza con nosotros… Además, con tu puerta libre, ahora sí me dejaré operar en el hospital. Cazarán a la Rusca; me da pena, pero no hay más remedio. Me pondré fuerte para el asalto final, la toma de Roccasera. Falta poco, se están retirando en todos los frentes, palabra de partisano. Allí jugarás con los corderos y montarás a caballo conmigo. Serán tuyos el sol y la luna, y la montaña, sobre todo la montaña, con sus prados y sus castañares… Cruzaremos la plaza como es debido, por nuestra propia senda. Las gentes dirán: “¿quién es ese niño tan majo?”. Todo el mundo: las mujeres en la tienda, los arrieros, los que aguardan para Aldu el barbero, los del estanco, los bebedores a la puerta de Beppo, y hasta los de enfrente, los del Casino, porque los Cantanotte ya no son nadie. Todos dirán “ahí va zío Roncone con su nieto el Brunettino… Pues pisa bien el mozo, levanta la cabeza, tan pequeñito y mírale: sale al abuelo…”. Te liarán fiestas todos. Unos porque me quieren y otros porque me temen, sí.
Conocerás a Ambrosio, más que mi hermano. Te llevará a todas partes cuando yo ya no pueda… Tendrás que saludarles, dando a cada uno su trato. No es difícil, yo te enseñaré.
Cuestión de olfato, ¿sabes?, y tú tienes mucho de eso, niño mío. Olfato para tratar a los hombres, ya aprenderás a mi lado. Y a las mujeres, tratar a las mujeres. Eso vendrá después, es más difícil. Yo me creía un maestro y que con darles gusto iban ya bien despachadas. Eso no cuesta nada, al contrario, pero resulta que no… ¡Me hubiesen dado mucho más si yo hubiera sabido! La misma Dunka, no podrás conocerla. ¡Qué ojazos de miel con chispitas verdes, que unas veces se veían y otras no, según estaba ella…! Bueno, yo tampoco la conocí; ahora lo pienso. Pero al fin he aprendido, con Hortensia. Es la que sabe, la que vale, más que ninguna jamás. Sus ojos claros, entre azules y violeta, no cambian nunca. ¡Qué seguridad! Como la que a ti te dan mis brazos. ¡Qué amparo! Ojos que al principio no te impresionan, pero siguen mirando y te van calando, calando; te lo sacan todo. Hablas, confiesas, te rindes. ¿Y a quién mejor? Ésa de las mujeres es otra guerra, niño mío, pero una guerra al revés: da gusto ser prisionero… Tú eres aún pequeñito, pero ya sabrás de unos ojos así: una puñalada clavándose despacito, para gozarla mejor, hasta tu corazón…
Ahora comprendo la vida, ahora que para ti me salen pechos. Tú también comprenderás, pero antes. Lo que yo aún no sepa te lo enseñará ella. ¡Es tan segura y tan tierna!… Tan fuerte que me llevó en brazos… Cada vez que lo pienso, ojalá hubiese tenido mis sentidos aquel día. Pero entonces me hubiera puesto en pie para cogerla yo… Mejor así; saber que ocurrió, haber estado en ella como nunca. Esa mujer no es un matorral ardiendo; sino un manantial para siempre. No hay sed que ella no apague. Y será tu maestra porque ¡va a venir con nosotros! ¡Me la llevo a Roccasera; va a ser tu abuela!… Sí, niño mío, nos acompañará. A Roccasera, que ya es tuyo porque lo conquistaremos. Allí te reirás del mundo entero…
«Duerme tranquilo porque triunfamos. Hasta la Rusca se ha rendido; apenas muerde ya. Desde esta posición falta muy poco. Duerme contra el pecho de tu abuelo; es de roca como la montaña. Duerme y prepárate para el último empujón… Atacaremos cuando yo vuelva del hospital, libre ya de la Rusca. Y este verano, ¡en Roccasera! Por la mañana correteando, al atardecer sentados en la solana. A esa hora asoman una tras otra las estrellas y canta lejos alguien que vuelve del campo. El aire huele a mies recién cortada y es dulce, dulce, dulce respirar, estar vivo…».