50

MIENTRAS ellos se abrazan y consuelan, el viejo acuna en sus brazos a Brunettino muy lejos del dormitorio conyugal, en la posición fortificada de los dos partisanos, montaña arriba. Allí le habla bajito (esta noche no solamente lo piensa) para que sus palabras calen mejor en el niño. No le impulsa la niebla de las cavilaciones, sino el resplandor de la acción.

—¡Esto se pone al rojo, compañero! Me hirieron y perdí sangre; te habrás enterado, pero ya estoy bien. He vuelto a la base, decidido a resistir. No te asustes, las he pasado peores.

Ya falta poco, están perdiendo terreno. Triunfaremos, reconquistaremos Roccasera, entraremos allí antes del verano, que va a ser el más grande. Ya verás, en cuanto les tomemos el castañar ya se domina el pueblo y es cosa hecha. Ellos también lo saben y han pedido refuerzos… No les valdrán, ni siquiera la traición, que es lo peor. La de ese médico; por eso me trató tan bien. Me quiso engatusar con la amistad suya con Zambrini. ¡Mentira, es un traidor! Un nieto de pastor que resulta señorito. Fascista como todos. Ahora quiere alejarme con engaños, ¡como no puede conmigo! Sí, niño mío, intentan evacuarme a un hospital. ¡Están listos si creen que voy a dejarme! Veo claro: en cuanto me sacaran en camilla caías tú en sus manos. Tomaban esta posición y volvían a encerrarte con esa maldita puerta. Estarías preso, compañero, y ya sabes lo que era la tortura en la Gestapo. Acuérdate de cómo salió sin uñas el pobre Luciano, y peor los que no salieron, ¡pobrecillos! El Petrone, callando por salvarme a mí y a la partida, asesinado en la celda junto a la mía. Nunca olvidaré sus gritos, ni los tuyos aquella primera noche de la puerta. Eran iguales; cien años que viva me dolerá su agonía… Pero no me engañarán, no me rindo. No te dejo solo ni abandono esta posición, te lo he jurado. ¡Y el Bruno cumple, lo sabes de sobra, ángel mío, ya no dudas de mí!

Lo susurros le agotan el aliento. Se recobra:

—¡Lástima perderme el hospital, no creas! Una operación decente ya me la he ganado y ese médico es el mejor. ¡Figúrate que llevo cuarenta años pagando el seguro sin hacerles gasto! Dinero perdido, para engordar a los comesopas del Gobierno. En tanto tiempo nunca enfermo; nada, ni una muela en el dentista, ni una aspirina. Solamente el balazo de los Cantanotte, pero ése no es del seguro, sino de la justicia. Ahora podría disfrutar del hospital. Tener los médicos al retortero y las enfermeras pendientes de mí… ¡Las enfermeras, compañero, tan limpias y con medias blancas! ¡De primera comunión, pero buenas carnes! Siempre que visité a un herido tenía unas enfermeras ¡cosa fina! Y se le volcaban sobre la cama, le abrazaban para levantarle, se ponían a mano, ya te digo…

Lástima perdérmelo, sí, pero la guerra es la guerra. A lo que estamos es a resistir. Si han pedido refuerzos que vengan, pero a mí no me evacuan con mentiras. Ya veremos qué consiguen, esta posición puede mejorarse y hasta preparar una retirada, como hizo Ambrosio en la cueva de Mandrane. Basta una escala por esa ventana y salimos abajo fácilmente. A mí no me marean las alturas, harto estoy de recoger cabritillos despeñados.

Ya te digo, no me evacua ni el médico ni Dios.

La voz se afirma, tras ese reto definitivo:

—Lo digo por si acaso, para que estés tranquilo. Tengo aún muchas cartas en la manga.

Nada de retirarse, ni pensarlo. Al revés, resistir y avanzar luego. Aquí aguantamos sin nadie más, ni enfermeras ni siquiera mujeres. Yo también tengo mis armas secretas, ¿sabes? Si tú necesitas abuela lo seré para ti, ya me voy haciendo. Solamente por arriba, ¿eh?, ¡cuidado!, ¡abajo con lo de siempre! Pero por arriba…, ¿no te has dado cuenta? ¿No me notas más blando cuando te cojo en brazos? Un poquito, ¿verdad? Me están creciendo pechos, acabaré teniéndolos para ti, niño mío… Se lo conté al médico, fue lo único que le dije, no fuera a presumir de descubrir eso también. Le fastidió verme tan dispuesto a todo, hasta a tener pechos, ¡quién me lo hubiera dicho! Pero disimuló; claro, es un traidor. «No se preocupe», dijo, y empezó a hablar de hormonas para calmar a la Rusca, eso pasa cuando las toman los hombres, pues son medicinas de mujer… ¡Pamplinas!, los pechos me crecen para ti, niño mío, son mi florecer de hombre. Para que tú y yo juntos no necesitemos a nadie. Para que acabemos avanzando, echando abajo todas las puertas del mundo. ¡Todas las que encierran a los niños indefensos y a los pobres explotados!

Nos cargaremos a los espías y traidores y luego entraremos victoriosos en Roccasera. ¡Verás qué hermoso, qué fantástico verano!